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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

27 marzo 2013

Princesa Capitulo 04


Capítulo 4
En nuestro matrimonio, siempre sabrás que cuando hago una promesa, la cumplo. Elena lo miró. «¿Su matrimonio?», pensó. La broma había ido demasiado lejos.

-Deja de tomarme el pelo. No nos vamos a casar.


Damon la miró con un brillo peligroso en los ojos.

-Cuando me prometas algo, esperaré lo mismo de ti. Nos casaremos.

-Pero, ¿por qué?

Suponía que él sabía que no tenía que casarse con ella para hacerle el amor.

-¿Dudas tanto de tu atractivo que tienes que hacer esa pregunta?

-¡Pero tú eres un jeque, por el amor de Dios! ¿No tienes que casarte con una princesa o algo así?

-No somos tan anticuados en la familia real de Jawhar. Elena, quiero casarme contigo.

Ella aún no podía creerlo.

-Yo no lo creo.

-Te deseo, Elena. Creí que era evidente.

Caroline le había dicho que ella ya no era la niña ex­cesivamente alta, ni la que tenía la cara llena de acné. Pero Elena siempre se había sentido así.

-Acepta que me complace mucho hacerte mi es­posa.

No encontraba razón alguna para que un hombre como Damon quisiera casarse con ella. Y la única que se le ocurría estaba tan fuera de la realidad...

Por amor. Debía de amarla. Era lo único que hacía que la situación tuviera sentido. Él no se lo había di­cho, pero tal vez era algo normal en su cultura. O no quería admitirlo interiormente, o lo que fuese.

Elena se quedó en silencio. Damon suspiró y dijo:

-Ha llegado el momento de casarme. El deseo de mi tío es que me case ahora.

-Y tú me has escogido a mí.

-Tú eres la novia escogida por mí.

Ella sonrió.

-Quiero tener hijos.

Quería tener una familia que la quisiera incondicionalmente.

-Yo también.

De pronto una idea se le cruzó por la cabeza.

-Tienes que ser fiel. No quiero amantes. Ni otras esposas.
Damon no sonrió.

-No se practica la poligamia en Jawhar, y si tuviera una amante comprometería mi honor como príncipe.

-Entonces, me casaré contigo.

-Eso me satisface.

No eran palabras románticas, pero tal vez no pu­diera esperar otra cosa de un hombre tan sofisticado como Damon.

-Es hora de que nos durmamos -Damon la besó suavemente. Y ella tuvo que hacer un esfuerzo por no quedarse unida a sus labios.

-De acuerdo.

Aunque no la rodeó completamente con su cuerpo, Damon puso un brazo sobre su vientre. ¡Era tan bonito, que no quería dormirse! Por primera vez la realidad era más maravillosa que la fantasía.

Un rayo de luz despertó a Damon. Esperó a ver qué hacía ella.
Elena tenía la mano en su pecho. No hizo nada, pero lo estaba mirando. Y su mirada era como una co­rriente eléctrica dirigida a él. Luego la vio observando su mano en el pecho de él.

-Buenos días.

-Buenos días, Damon.

Sus ojos azules tenían un potente efecto sobre él.

Elena estaba más cerca de lo que había estado la noche anterior. Su cuerpo se apretaba contra el de él, y la dureza de su excitación estaba a escasos centíme­tros de ella.

Tenía que apartarse. Inmediatamente.

Aquello era demasiado peligroso.

-¿Tú...?

Damon esperó a que ella terminase, pero no lo hizo. Su mano empezó a deslizarse hacia abajo por su pecho.

Él debía detenerla. Pero esa pequeña mano lo exci­taba más de lo que ninguna otra mujer lo había hecho.

Esperó sin decir nada. La mano se detuvo en la cin­turilla de los calzoncillos. No le pediría que conti­nuase, pero el esperar para saber si lo haría lo estaba volviendo loco.
Un dedo se deslizó tímidamente por debajo de la prenda.

La exclamación de Elena ahogó el gemido mas­culino. Quitó la mano y se apartó de él.
Elena se quedó mirando el techo, aferrada a las mantas.

-He leído novelas rosas, ¿sabes? Algunas tienen pi­cantes escenas de amor.

-¿Y?

-El experimentarlo es distinto a leerlo -dijo Elena, perpleja.

-Sí.

-Quiero decir, no esperaba estar tan nerviosa.

-Eres virgen, gatita.

-¿Por qué me llamas así? -preguntó ella, mirán­dolo.

-Es tu nombre.

-¿Mi nombre?

-Elena. Cat. Gata. Sólo que no actúas como una gata. Eres más bien como un gatito. Tímida. Cu­riosa. Inocente.

-¡Oh! ¿Son todas las vírgenes tan asustadizas a la hora de tocar íntimamente a un hombre?

Él no lo sabía. Nunca se había acostado con nin­guna.

-No me has tocado íntimamente.

Elena lo miró.

-Sí te he tocado.

Él se fijó en sus pechos, erguidos contra la tela del camisón.
Alargó la mano y los tocó.

-Esto es tocarte a través del camisón.

Luego desató la cinta que cerraba el escote de la prenda, y Elena contuvo la respiración.

Damon abrió el escote y tomó con la mano uno de sus pechos.

-¡Oh! ¡Dios! -no pudo sonreír. El deseo era dema­siado insoportable.

Era tan perfecto.

-Esto es tocar íntimamente.

-¡Oh!

Damon estaba a punto de perder el control. Pero si­guió torturándose, jugando con sus pezones.

-¿Puedo...? ¿Puedo...? -Elena no siguió ha­blando.

Damon seguía acariciándola mientras tanto.

-Si puedes qué.

-Tocarte.

Damon respiró profundamente.

Lo deseaba. Lo deseaba terriblemente. Pero si lo hacía, consumarían el matrimonio antes de la boda. El había hecho una promesa.

-No sería sensato.

-Damon.

Reacio, Damon quitó la mano del pecho de Elena. Se sentía como si hubiera caminado en el desierto bajo el sol.

-Tú te me subes a la cabeza, como el champán.

-Me ha dado la impresión de que llego a otras par­tes.

-También.

Elena parecía tan contenta consigo misma, que él estuvo tentado de besarla. Entonces la vio fruncir el ceño.

-¿Estás seguro de que soy yo?

-No veo a nadie más en la habitación.

-Quiero decir, he leído que los hombres se despier­tan sintiéndose así. Podría ser simplemente tu erección matutina.

Damon no pudo evitarlo. Estalló en una risa pro­funda.
Extendió la mano para acariciar su mejilla.

-Tú sabes cosas de los libros, pero la realidad es di­ferente. Te deseo, Elena. Desesperadamente. Ella sonrió.

A Damon le había gustado mucho el desayuno que había preparado ella: huevos revueltos hechos con es­pecias y goffres. Era la primera vez que preparaba el desayuno para un hombre. Se había estrenado en mu­chas cosas aquella mañana. Había sido la primera vez que se había despertado al lado de un hombre. La pri­mera vez que había tenido que compartir el cepillo de dientes. Se había sorprendido cuando Damon le había pedido usarlo. Era algo muy íntimo. Como lo que ha­bían hecho en el sofá.

Puso la vajilla en el lavaplatos mientras Damon re­pasaba la encimera y la mesa.

-Se te ve muy doméstico para ser un jeque.

-He vivido solo durante la mayor parte del tiempo de universidad.

-Has dicho durante la mayor parte. ¿Quiere decir que has compartido piso alguna vez?

No podía imaginar a un jeque compartiendo habita­ción con un compañero. Claro que pronto ella lo haría. Pero como su mujer.

-Sí. Compartí el piso una vez -echó las pocas mi­gas del mantel en el fregadero.

-¿Y no funcionó?

-No. No salió bien.

Algo en su voz la alertó de que no estaba hablando de un compañero de habitación.

-¿Era una mujer?

-Sí.

-¿Erais pareja?

-Sí.

A Elena se le hizo un nudo en la garganta.

-Pensábamos casarnos.

-Pero cortasteis.

-A ella no le atraía la vida en un lugar como Jawhar.

-Pero tú vives en Seattle.

-En aquel momento tenía planes de volver a Jawhar.

-¿No quería irse contigo? -Elena no podía cre­erlo.

-Exactamente. ¿Cuándo piensas anunciar nuestro compromiso a tus padres?

El hecho de que hubiera amado a otra mujer lo sufi­ciente como para querer casarse le hacía daño, así que se alegró de que Damon cambiase de conversación.

—Puedo decírselo a mi madre esta mañana.

-¿Y a tu padre?

Eso le preocupaba a Damon. En su cultura la apro­bación del padre era muy importante.
Elena miró el reloj. Eran las siete y media. -Ya está en el trabajo. Mi madre estará en casa un par de horas más.

-Entonces, llamémosla. Miranda Gilbert se alegró mucho de la noticia. -Vas a tener que traerlo a cenar esta noche -le dijo-. Llamaré ahora mismo a Caroline y a Bonnie -eran la hermana y la cuñada de Elena-. No veo la hora de dar la bienvenida al hombre que quiere casarse con mi pequeña. Es un jeque. ¡Es tan romántico!

Elena sonrió a Damon cuando terminó la con­versación.

-Espero que no te importe, pero he quedado a cenar esta noche con mis padres.

-Supongo que te recogeré aquí, ¿no?. -Nos encontraremos allí. No viven muy lejos de tu apartamento.

-Estaré allí a las seis y media para acompañarte.

-O sea que ha aceptado, ¿verdad? -dijo Jeremy Gilbert. -Sí.

Jeremy tenía el aspecto de un hombre hecho a sí mismo, extremadamente rico.
Y no le importaba serlo. En ningún momento había mostrado incomodidad ante la idea de que su hija se casara con un jeque.

Damon se preguntó cómo un hombre tan seguro de sí mismo tenía una hija tan insegura como Elena. -No le has dicho nada de nuestro acuerdo, ¿verdad? -No.

-Bien -contestó Jeremy con un asentimiento de su cabeza pelirroja-. No lo comprendería. Su madre y yo hemos estado preocupados por su falta de vida social. Cuando era más joven era comprensible, pero después de los tratamientos con láser siguió tan encerrada como antes. Y siempre rechaza los intentos de Miranda y míos de presentarle hombres.

«¿ Tratamiento con láser?», se preguntó Damon. -Es muy independiente. Algo que cambiaría con su boda, naturalmente. -Sí. Es muy cabezota -dijo el padre de Elena. Damon no se imaginaba a la tímida Elena tan obstinada, pero no iba a mostrar su desacuerdo con su padre.

-¿Sabe su esposa el arreglo entre mi tío y su em­presa?

-No exactamente. Le he dicho que estaba buscando un marido para Elena, pero ella no comprendería la parte del matrimonio del acuerdo, al igual que Elena. Las mujeres son todas unas románticas.

-Usted debe conocer a su familia mejor que yo.

Su hermana había tenido que pagar una buena dote para casarse con un príncipe de la tribu Beduina de sus padres.

No obstante, había sido muy feliz el día de su boda. Y él quería lo mismo para su futura esposa. Y si para ello tenía que ocultar ciertos detalles, no le importaba.

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