Capítulo 4
En nuestro matrimonio, siempre sabrás que cuando hago
una promesa, la cumplo. Elena lo miró. «¿Su matrimonio?», pensó. La broma había
ido demasiado lejos.
-Deja de tomarme el pelo. No nos vamos a casar.
Damon la miró con un brillo peligroso en los ojos.
-Cuando me prometas algo, esperaré lo mismo de ti.
Nos casaremos.
-Pero, ¿por qué?
Suponía que él sabía que no tenía que casarse con
ella para hacerle el amor.
-¿Dudas tanto de tu atractivo que tienes que hacer
esa pregunta?
-¡Pero tú eres un jeque, por el amor de Dios! ¿No
tienes que casarte con una princesa o algo así?
-No somos tan anticuados en la familia real de
Jawhar. Elena, quiero casarme contigo.
Ella aún no podía creerlo.
-Yo no lo creo.
-Te deseo, Elena. Creí que era evidente.
Caroline le había dicho que ella ya no era la niña
excesivamente alta, ni la que tenía la cara llena de acné. Pero Elena siempre
se había sentido así.
-Acepta que me complace mucho hacerte mi esposa.
No encontraba razón alguna para que un hombre como Damon
quisiera casarse con ella. Y la única que se le ocurría estaba tan fuera de la
realidad...
Por amor. Debía de amarla. Era lo único que hacía
que la situación tuviera sentido. Él no se lo había dicho, pero tal vez era
algo normal en su cultura. O no quería admitirlo interiormente, o lo que fuese.
Elena se quedó en silencio. Damon suspiró y dijo:
-Ha llegado el momento de casarme. El deseo de mi
tío es que me case ahora.
-Y tú me has escogido a mí.
-Tú eres la novia escogida por mí.
Ella sonrió.
-Quiero tener hijos.
Quería tener una familia que la quisiera
incondicionalmente.
-Yo también.
De pronto una idea se le cruzó por la cabeza.
-Tienes que ser fiel. No quiero amantes. Ni otras
esposas.
Damon no sonrió.
-No se practica la poligamia en Jawhar, y si tuviera
una amante comprometería mi honor como príncipe.
-Entonces, me casaré contigo.
-Eso me satisface.
No eran palabras románticas, pero tal vez no pudiera
esperar otra cosa de un hombre tan sofisticado como Damon.
-Es hora de que nos durmamos -Damon la besó
suavemente. Y ella tuvo que hacer un esfuerzo por no quedarse unida a sus
labios.
-De acuerdo.
Aunque no la rodeó completamente con su cuerpo, Damon
puso un brazo sobre su vientre. ¡Era tan bonito, que no quería
dormirse! Por primera vez la realidad era más maravillosa que la fantasía.
Un rayo de luz despertó a Damon. Esperó a ver qué
hacía ella.
Elena tenía la mano en su pecho. No hizo nada, pero
lo estaba mirando. Y su mirada era como una corriente eléctrica dirigida a él.
Luego la vio observando su mano en el pecho de él.
-Buenos días.
-Buenos días, Damon.
Sus ojos azules tenían un potente efecto sobre él.
Elena estaba más cerca de lo que había estado la
noche anterior. Su cuerpo se apretaba contra el de él, y la dureza de su
excitación estaba a escasos centímetros de ella.
Tenía que apartarse. Inmediatamente.
Aquello era demasiado peligroso.
-¿Tú...?
Damon esperó a que ella terminase, pero no lo hizo.
Su mano empezó a deslizarse hacia abajo por su pecho.
Él debía detenerla. Pero esa pequeña mano lo excitaba
más de lo que ninguna otra mujer lo había hecho.
Esperó sin decir nada. La mano se detuvo en la cinturilla
de los calzoncillos. No le pediría que continuase, pero el esperar para saber
si lo haría lo estaba volviendo loco.
Un dedo se deslizó tímidamente por debajo de la prenda.
La exclamación de Elena ahogó el gemido masculino.
Quitó la mano y se apartó de él.
Elena se quedó mirando el techo, aferrada a las
mantas.
-He leído novelas rosas, ¿sabes? Algunas tienen picantes
escenas de amor.
-¿Y?
-El experimentarlo es distinto a leerlo -dijo Elena,
perpleja.
-Sí.
-Quiero decir, no esperaba estar tan nerviosa.
-Eres virgen, gatita.
-¿Por qué me llamas así? -preguntó ella, mirándolo.
-Es tu nombre.
-¿Mi nombre?
-Elena. Cat. Gata. Sólo que no actúas como una gata.
Eres más bien como un gatito. Tímida. Curiosa. Inocente.
-¡Oh! ¿Son todas las vírgenes tan asustadizas a la
hora de tocar íntimamente a un hombre?
Él no lo sabía. Nunca se había acostado con ninguna.
-No me has tocado íntimamente.
Elena lo miró.
-Sí te he tocado.
Él se fijó en sus pechos, erguidos contra la tela
del camisón.
Alargó la mano y los tocó.
-Esto es tocarte a través del camisón.
Luego desató la cinta que cerraba el escote de la
prenda, y Elena contuvo la respiración.
Damon abrió el escote y tomó con la mano uno de sus
pechos.
-¡Oh! ¡Dios! -no pudo sonreír. El deseo era demasiado
insoportable.
Era tan perfecto.
-Esto es tocar íntimamente.
-¡Oh!
Damon estaba a punto de perder el control. Pero siguió
torturándose, jugando con sus pezones.
-¿Puedo...? ¿Puedo...? -Elena no siguió hablando.
Damon seguía acariciándola mientras tanto.
-Si puedes qué.
-Tocarte.
Damon respiró profundamente.
Lo deseaba. Lo deseaba terriblemente. Pero si lo
hacía, consumarían el matrimonio antes de la boda. El había hecho una promesa.
-No sería sensato.
-Damon.
Reacio, Damon quitó la mano del pecho de Elena. Se
sentía como si hubiera caminado en el desierto bajo el sol.
-Tú te me subes a la cabeza, como el champán.
-Me ha dado la impresión de que llego a otras partes.
-También.
Elena parecía tan contenta consigo misma, que él
estuvo tentado de besarla. Entonces la vio fruncir el ceño.
-¿Estás seguro de que soy yo?
-No veo a nadie más en la habitación.
-Quiero decir, he leído que los hombres se despiertan
sintiéndose así. Podría ser simplemente tu erección matutina.
Damon no pudo evitarlo. Estalló en una risa profunda.
Extendió la mano para acariciar su mejilla.
-Tú sabes cosas de los libros, pero la realidad es
diferente. Te deseo, Elena. Desesperadamente. Ella sonrió.
A Damon le había gustado mucho el desayuno que había
preparado ella: huevos revueltos hechos con especias y goffres. Era la primera
vez que preparaba el desayuno para un hombre. Se había estrenado en muchas
cosas aquella mañana. Había sido la primera vez que se había despertado al lado
de un hombre. La primera vez que había tenido que compartir el cepillo de
dientes. Se había sorprendido cuando Damon le había pedido usarlo. Era algo muy
íntimo. Como lo que habían hecho en el sofá.
Puso la vajilla en el lavaplatos mientras Damon repasaba
la encimera y la mesa.
-Se te ve muy doméstico para ser un jeque.
-He vivido solo durante la mayor parte del tiempo de
universidad.
-Has dicho durante la mayor parte. ¿Quiere decir que
has compartido piso alguna vez?
No podía imaginar a un jeque compartiendo habitación
con un compañero. Claro que pronto ella lo haría. Pero como su mujer.
-Sí. Compartí el piso una vez -echó las pocas migas
del mantel en el fregadero.
-¿Y no funcionó?
-No. No salió bien.
Algo en su voz la alertó de que no estaba hablando
de un compañero de habitación.
-¿Era una mujer?
-Sí.
-¿Erais pareja?
-Sí.
A Elena se le hizo un nudo en la garganta.
-Pensábamos casarnos.
-Pero cortasteis.
-A ella no le atraía la vida en un lugar como
Jawhar.
-Pero tú vives en Seattle.
-En aquel momento tenía planes de volver a Jawhar.
-¿No quería irse contigo? -Elena no podía creerlo.
-Exactamente. ¿Cuándo piensas anunciar nuestro
compromiso a tus padres?
El hecho de que hubiera amado a otra mujer lo suficiente
como para querer casarse le hacía daño, así que se alegró de que Damon cambiase
de conversación.
—Puedo decírselo a mi madre esta mañana.
-¿Y a tu padre?
Eso le preocupaba a Damon. En su cultura la aprobación
del padre era muy importante.
Elena miró el reloj. Eran las siete y media. -Ya
está en el trabajo. Mi madre estará en casa un par de horas más.
-Entonces, llamémosla. Miranda Gilbert se alegró
mucho de la noticia. -Vas a tener que traerlo a cenar esta noche -le dijo-.
Llamaré ahora mismo a Caroline y a Bonnie -eran la
hermana y la cuñada de Elena-.
No veo la hora de dar la bienvenida al hombre que quiere casarse con mi
pequeña. Es un jeque. ¡Es tan romántico!
Elena sonrió a Damon cuando terminó la conversación.
-Espero que no te importe, pero he quedado a cenar
esta noche con mis padres.
-Supongo que te recogeré aquí, ¿no?. -Nos
encontraremos allí. No viven muy lejos de tu apartamento.
-Estaré allí a las seis y media para acompañarte.
-O sea que ha aceptado, ¿verdad? -dijo Jeremy Gilbert.
-Sí.
Jeremy tenía el aspecto de un hombre hecho a sí
mismo, extremadamente rico.
Y no le importaba serlo. En ningún momento había
mostrado incomodidad ante la idea de que su hija se casara con un jeque.
Damon se preguntó cómo un hombre tan seguro de sí
mismo tenía una hija tan insegura como Elena. -No le has dicho nada de nuestro
acuerdo, ¿verdad? -No.
-Bien -contestó Jeremy con un asentimiento de su
cabeza pelirroja-. No lo comprendería. Su madre y yo hemos estado preocupados
por su falta de vida social. Cuando era más joven era comprensible, pero
después de los tratamientos con láser siguió tan encerrada como antes. Y
siempre rechaza los intentos de Miranda y míos de presentarle hombres.
«¿ Tratamiento con láser?», se preguntó Damon. -Es
muy independiente. Algo que cambiaría con su boda, naturalmente. -Sí. Es muy
cabezota -dijo el padre de Elena. Damon no se imaginaba a la tímida Elena tan
obstinada, pero no iba a mostrar su desacuerdo con su padre.
-¿Sabe su esposa el arreglo entre mi tío y su empresa?
-No exactamente. Le he dicho que estaba buscando un
marido para Elena, pero ella no comprendería la parte del matrimonio del
acuerdo, al igual que Elena. Las mujeres son todas unas románticas.
-Usted debe conocer a su familia mejor que yo.
Su hermana había tenido que pagar una buena dote
para casarse con un príncipe de la tribu Beduina de sus padres.
No obstante, había sido muy feliz el día de su boda. Y él quería lo mismo para su futura esposa. Y si para ello tenía que ocultar ciertos detalles, no le importaba.
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