CAPÍTULO
10
Damon miró hacia donde Elena estaba sentada en el
suelo, con las piernas cruzadas y rodeada de papeles. Habían trabajado juntos
hasta muy tarde la noche anterior y, cuando había entrado en su despacho por la
mañana, se había encontrado a Elena allí, trabajando en lo que había comenzado
por la noche.
Ella
estaba vestida de negro y tenía el pelo recogido y sujetado por un lápiz. Damon podía ver la exquisita línea de su cuello y
la seductora forma de sus firmes pechos. Sus piernas eran claras y largas. De
vez en cuando, ella alargaba una mano para acariciar a Doppo, que estaba
tendido a su lado y mirándola con adoración.
Y
mientras la veía acariciar la cabeza del perro, Damon supo que él también quería sentir su mano
sobre él, acariciándolo. Por todas partes.
Elena
oyó a Damon moverse en la silla. Era
difícil intentar concentrarse en las cuentas mientras lo oía moverse por
detrás. Al ver que se acercaba, se levantó. Él se apoyó contra la mesa y se
cruzó de brazos. Elena se preparó para lo que pudiera pasar.
—Si
no fuiste a la universidad, ¿cómo obtuviste el titulo?
La
inofensiva pregunta la sorprendió.
—Lo
hice a través de la universidad a distancia... Nicklaus no me dejaba asistir a
clases en la facultad.
—¿Y
siempre hacías lo que tu hermano te decía?—le preguntó él con mofa. —No sé por
qué, pero me cuesta creerlo... aunque lo veo lógico. No hay duda de que le eras
más útil sin tener que ajustarte a los horarios de las clases que se
interpusieran en vuestras ajetreadas vidas sociales.
Elena
apretó los puños, Había hecho lo que su hermano le había dicho porque no había
tenido elección... a menos que hubiera preferido vagabundear por las calles de
Londres desde los dieciséis años. Admitir que había tenido la esperanza de que Nicklaus
cambiara algún día y se convirtiera en el hermano protector y afectivo con el
que siempre había soñado era algo que ahora la avergonzaba.
—Ya
te he dicho que mi vida con mi hermano no era como piensas.
—¿Y
eso por qué, Elena? ¿A cuántas ilusas herederas embaucasteis hasta hacerles
creer que él las amaba para luego poder quedaros con su dinero?
Elena
se sintió dolida, ¿Cómo podía haber olvidado que una vez que estuviera
recuperada, Damon volvería a atacarla?
Se giró para marcharse.
—No
tengo por qué escuchar esto...
Pero
él reaccionó deprisa y la agarró de un brazo, haciéndola gemir... no de dolor,
sino por el contacto de su piel. Cuando Damon
levantó la mano, ella agachó la cabeza.
—¿Creías
que iba a pegarte? —le preguntó él horrorizado.
Elena
tembló y lo miró y entonces supo que, de todas las cosas que temía de ese
hombre, la violencia no era una de ellas. Sólo había levantado el brazo para
sujetarla y calmarla.
—No
—dijo con voz temblorosa. —No sé qué...
—Alguien
te ha pegado. ¿Fue Donovan ?
Elena
no podía comprender el salvaje brillo en los ojos de Damon. Negó con la cabeza.
Él
la agarró con más fuerza. No la dejaría marchar.
—¿Quién
te pegó, Elena?
—¿Por
qué? ¿Por qué te importa eso? —le preguntó con desesperación; quería evitar que
él viera su parte más vulnerable y secreta. Nadie lo sabía, ni siquiera Matt ni
Barny. Le avergonzaba, le avergonzaba su debilidad.
—Dímelo,
Elena.
Y
entonces hizo algo ante lo que ella no pudo luchar; comenzó a acariciarle los
brazos. Elena bajó la cabeza y dijo:
—Nicklaus.
A veces cuando bebía, me pegaba. La mayoría de las veces lograba evitar los
golpes, pero... otras veces...
Damon maldijo para sí y la soltó. Inmediatamente,
ella puso espacio entre los dos.
—Como
te he dicho, no todo era lo que parecía.
En
ese momento, alguien llamó a la puerta y allí apareció Caroline.
—El
signore Salvatore está esperando a Elena en la terraza...
—Ajedrez...
—ella miró a Damon, pero él seguía con esa extraña expresión en la cara. No
debería haberle contado nada. —Le prometí a tu padre que echaríamos una partida
de ajedrez, pero puedo quedarme aquí...
—No
—respondió él bruscamente. —Ve con mi padre. Yo puedo ocuparme de esto.
Damon la vio salir del despacho y se pasó una mano
por el pelo mientras recordaba su cara de terror al pensar que iba a pegarla.
Estaba comenzando a sentirse vulnerable ante todas las contradicciones que
estaba viendo en ella, y no le gustaba tener que admitir esa emoción porque ya
lo había devastado en una ocasión y no permitiría que volviera a suceder.
Esa
noche, después de que Salvatore se hubiera retirado, y cuando Elena se disponía
a irse a la cama, Damon la hizo
detenerse antes de llegar a la puerta del comedor. Ella se giró con reticencia
y él se Levantó de la mesa y se acercó con las manos metidas en los bolsillos.
—¿Sí?
—Mañana
es tu cumpleaños.
Elena
palideció; desde que sus padres habían muerto, nadie había recordado su
cumpleaños. Al día siguiente cumpliría veintitrés años.
—Sí
—respondió vacilante,
—Tengo
una villa en la Costa Esmeralda, en Porto Cervo. Te llevaré allí mañana por la
noche y saldremos a cenar...
Elena
agarró con fuerza el pomo de la puerta. De pronto la idea de salir de la villa
la asustaba en extremo.
—Pero
¿por qué querrías hacer algo así?
Él
se encogió de hombros.
—Digamos
que podríamos firmar una tregua, ¿no te parece?
Ella
también se encogió de hombros; no supo de qué otro modo responder.
—Bien.
Nos marcharemos sobre las cuatro de la tarde.
La
vio salir de la sala y se preguntó si se había vuelto loco. ¿Qué estaba
haciendo? ¿Por qué se sentía obligado a celebrar su cumpleaños? Se reconfortó
diciéndose que ésa sería la última prueba a la que la sometería. La llevaría a
un lugar donde descubriría cómo era esa mujer en realidad y así podría calmar
las voces de duda que oía en su cabeza...
Al
día siguiente, a las cuatro en punto, Elena esperaba impaciente en el vestíbulo
con una bolsa en la mano.
Damon salió de su despacho y miró la pequeña bolsa
de viaje.
—¿Esto
es todo?
Elena
asintió. Él se encogió de hombros y juntos montaron en el todoterreno. Tras
diez minutos de trayecto, llegaron a un campo donde los esperaba un
helicóptero.
Cuando
aterrizaron y la ayudó a salir, las piernas no le respondían, tanto por la
emoción de haber hecho su primer viaje en helicóptero, como por haber estado
sintiendo el impresionante cuerpo de Damon
a su lado en un espacio tan reducido. Y por si eso no había sido
suficiente, él decidió sacarla en brazos. Cuando comenzó a protestar, Damon la besó durante un largo momento llenándole
el cuerpo de deseo.
—Somos
una pareja de recién casados, ¿te acuerdas? —le dijo al apartarse. —Sonríe para
las cámaras.
Elena
miró a su alrededor y los numerosos flashes de las cámaras la cegaron. Había
vuelto al mundo real. Damon la metió en
un todoterreno con los cristales tintados y se marcharon.
—Si
tenías planeado esto para reafirmar ante todo el mundo tu nueva imagen como
hombre de familia...
—Créeme,
había olvidado que los paparazis siempre están por aquí esperando que llegue
algún famoso.
Pero
eso nunca le había sucedido cuando había ido allí con otras mujeres; siempre
había estado atento y nunca lo habían fotografiado. Estaba claro que ver a Elena
tan entusiasmada en el helicóptero lo había distraído.
La
villa a la que la llevó era totalmente distinta de la villa familiar en la que
había estado alojada. Era el sueño de todo arquitecto: ángulos y esquinas
abstractos, cristal por todas partes y totalmente blanca por dentro. Tenía una
piscina infinita con vistas al Mar Tirreno. Era perfectamente agradable y
bonita, pero... fría. Sin vida. Un lugar donde llevar a una amante.
¿Sería
ése el lugar donde se reunía con ellas?
El
debió de imaginar en qué estaba pensando porque dijo:
—Aquí
es donde me divierto y celebro reuniones sociales o de negocios...
Elena
se sonrojó. ¿Acaso estaba planeando divertirse allí con ella? Intentó ponerle
algo de entusiasmo a su voz, sin saber por qué sentía la necesidad de mostrarse
simpática.
—Está...
muy... limpia.
Él
se rió a carcajadas, con la cabeza hacia atrás, y ese sonido le resultó tan
extraño y su sonrisa tan maravillosa que se lo quedó mirando embobada,
—Nunca
había oído a nadie usar esa palabra para describirla.
—Disculpa
mi dificultad para expresarme —dijo ella, algo irritada.
En
ese momento él se acercó y le agarró la mano para llevársela a la boca y
besarla.
—Nos
iremos en una hora. Te enseñaré dónde puedes cambiarte.
Una
hora después. Elena entró en el salón y Damon
levantó la vista de unos documentos que había estado ojeando. Él llevaba
un traje negro y una camisa blanca desabrochada en el cuello. Ella llevaba un
vestido de seda ajustado desde el cuello hasta los pies, sin mangas y con la
espalda al aire. Se había dejado el pelo suelto en un intento de no sentirse
tan desnuda.
Él
se acercó y le dio una caja de terciopelo rojo.
—Por
tu cumpleaños... y, además, hará juego con tu vestido —un vestido color azul
real que la hacía incluso más pálida, más vulnerable.
Elena
lo miró a él, a la caja, y después volvió a mirarlo, vacilante, con
desconfianza.
Ante
esa actitud, Damon, furioso, abrió la caja esperándose ver la misma reacción de
siempre: unos ojos abiertos de par en par, sorpresa fingida, algo de pavoneo
ante el espejo y agradecimientos excesivos y algo pegajosos.
Elena
abrió los ojos de par en par, bien, pero ahí terminó toda similitud. Miró a Damon.
Miró los impresionantes pendientes de zafiro que descansaban sobre terciopelo
blanco. Alargó la mano para tocarlos reverentemente. Se sonrojó. Volvió a mirar
a Damon y él tuvo que contenerse para no
tirar la caja al suelo y tomarla en sus brazos. Estaba preciosa, sin apenas
maquillaje y con una piel ligeramente dorada por el sol.
—Han
debido de costarte una fortuna.
Así
era, pero ninguna otra mujer había comentado nada nunca sobre el valor de las
joyas.
—Son
un regalo de cumpleaños... vamos, pruébatelos.
—Pero...
¿y si pierdo uno?
—Están
asegurados —no era cierto, pero si la hacía sentirse mejor...
—¿Estás
seguro? —preguntó ella algo desconfiada.
Pensó
en lo que habían costado en comparación con su inmensa fortuna.
—Sí.
Sólo
en ese momento, y con el máximo cuidado, Elena los sacó de su hogar de
terciopelo y se los puso. Ni siquiera se miró en el espejo.
—Gracias
—le dijo fríamente.
—De
nada —Damon cerró la caja y tuvo la
sensación de que el resto de la noche tampoco iba a ser exactamente como él
había planeado.
Y
así fue.
La
llevó a un restaurante nuevo con una lista de espera que se alargaba hasta el
próximo año. Ella sonrió educadamente durante la velada, pero parecía incómoda
y completamente ajena a las miradas de envidia que le dirigían las mujeres y a
las de admiración de los hombres.
—¿Va
todo bien? —le preguntó él en un momento de la cena.
—Oh,
sí, es precioso... impresionante...
—¿Pero?
—Bueno,
es un poco como la villa... limpio y elegante —sonrió, dejándolo sin aliento.
—Siempre me ha gustado imaginarme en el Mediterráneo, sentada en una pequeña
trattoria con vistas al mar...
En
ese momento se sonrojó y Damon tuvo que
controlar su impulso de agarrarla y llevársela muy lejos de todo aquello. Lo
cierto era que él tampoco estaba disfrutando demasiado en ese lugar, y haber
visto antes la villa a través de los ojos de Elena lo había hecho sentirse algo
incómodo.
Aun
así, siguió insistiendo, quería forzarla a sacar su verdadera personalidad.
Pidió champán y fresas. Le pidió que bailara con él, pero ella rechazó la
invitación. Cuando alguien chocó con una de las camareras y las bebidas se le
cayeron de la bandeja, Elena se levantó enseguida para ayudar a la chica.
Y
eso fue todo lo que sucedió.
Una
vez que ella había terminado con su actuación de la buena samaritana y Damon le había dado a la camarera una importante
propina, sacó a Elena de allí.
—¿Te
apetece caminar? No está lejos y podemos ir paseando por la playa.
—Suena
bien —dijo ella aliviada.
Ese
momento en el que caminaron por la playa bajo la luz de la luna y con los
zapatos en la mano fue, para Elena, el momento más relajado de toda la noche.
Se sentía culpable por no haberse divertido, pero ni ese lugar ni el club
social iban con ella. El corazón se le encogió porque sin duda esos lugares sí
que iban con Damon, al igual que la villa donde él se «entretenía» y recibía a
sus visitas.
—Es
precioso —dijo Elena mirando al cielo. —Es como si pudiera tocar las estrellas
con sólo alargar la mano.
Damon estaba muy callado a su lado y, cuando lo
miró, lo vio de perfil, contemplando también las estrellas.
Al
llegar a la villa, accediendo por la parte trasera, Damon le dio la mano para recorrer el camino de
piedras. Elena se levantó el vestido para caminar con mayor facilidad y, cuando
él la rodeó por la cintura con un brazo para llevarla hacia sí, se creó un
momento de tensión.
—Damon...
Pero
sus palabras se las trago un apasionado beso. A Elena se le cayeron los zapatos
de su temblorosa mano e instintivamente lo rodeó por el cuello. Lo había estado
deseando durante las últimas semanas. Estar lejos de él había sido algo
necesario para su salud mental y para recuperarse, pero había estado anhelando
sus brazos, los mismos que la habían rodeado cuando lloró por la pérdida del
bebé. Y su boca, sus besos.
Se
sentía como si Damon le estuviera
robando el alma con ese beso. Cuando se apartaron, él se la quedó mirando un
instante antes de recoger los zapatos y entrar en la casa. A Elena no le
importaba estar allí ni lo frío que pudiera resultarle ese lugar. Ella también
se sentía fría por dentro, aunque sabía que sólo Damon podía remediar eso.
Él
se giró hacia ella y, justo cuando la habría vuelto a tomar en sus brazos, se
detuvo. Vio el deseo que se reflejaba en sus ojos verdes, vio su boca ya
inflamada por sus besos... y también vio las bolsas ligeramente moradas bajo
sus ojos y la vulnerabilidad de su cuerpo. No podía seguir ignorándolo. Las
cosas estaban cambiando: o Elena estaba jugando a ser una completa ingenua o
esa chica era algo que él no creía que pudiera existir.
La
besó en la frente y la llevó a su dormitorio.
—Duerme,
Elena. Estás cansada...
Durante
un momento ella no dijo nada y entró en su dormitorio, pero tras unos pasos se
giró y, sonriendo ligeramente, le dijo:
—Gracias
por esto —se refería a los pendientes— y por todo. Lo he pasado muy bien.
Y
cuando volvió a girarse el mundo de Damon
se puso del revés.
La
noche siguiente Elena estaba sentada en la terraza después de haber cenado con Salvatore
y terminando la partida de ajedrez que habían comenzado tiempo antes. Estaba
enfadada consigo misma. Debería haber estado tranquila, relajada, pero desde
que Damon le había informado de que
estaría en Roma durante varios días por temas de negocios, se había sentido muy
inquieta.
Salvatore
la sorprendió diciendole de pronto:
—Damon no es un hombre de trato fácil. Soy bien
consciente de eso.
—Salvatore,
por favor, no tiene porqué...
—¿Sabías
que la madre de Bonnie y Damon se marchó
cuando él tenía doce años y ella cuatro?
Elena
negó con la cabeza, ¿Era ésa la razón por la que siempre se mostraba tan
desconfiado?
Salvatore
suspiró con fuerza antes de mover ficha,
—Hacía
tiempo que mi esposa y yo no éramos felices. Lo cierto era que el nuestro había
sido un matrimonio concertado y que ella estaba enamorada de otro hombre, pero
después de casarnos y de tener a los niños, creí que lo había olvidado.
Elena
se quedó en silencio y vio en Salvatore una expresión que le dio un aspecto más
cansado, más mayor, más frágil.
—Comenzó
a actuar de un modo extraño; salía a unas horas muy extrañas y se mostraba
distante. Sospeché que se estaba viendo con alguien y se lo dije. Ella admitió
que había estado viéndose con el hombre al que siempre había amado, que se
había quedado viudo y al cuidado de un hijo, Emilia me dijo que él le había
pedido que volviera a su lado y que lo ayudara a criar al niño.
Elena
dejó escapar un grito ahogado, pero Salvatore no pareció oírlo.
—Le
supliqué que se quedara, pero fue en vano. No sé qué sabían los niños
exactamente, pero algo sabían.
El
día en que decidió marcharse estaban esperándola en el vestíbulo. Esa mañana se
habían negado a ir al colegio. ¿Quién sabe? Tal vez nos oyeron discutir... Se
quedaron allí, sin decir nada, los dos agarrados de la mano. Cuando Emilia
salió con su maleta. Bonnie echó a correr tras ella, gritando y llorando,
suplicándole que se detuviera, aferrándose a su ropa. Emilia tuvo que apartarla
a un lado y fue en ese momento cuando Damon
salió corriendo. La siguió mientras le preguntaba por qué, por qué, por
qué, una y otra vez, Emilia iba a subirse al coche; su amante tenía el motor
encendido y dentro también estaba el niño, Damon sujetaba la puerta, no le dejaba que la
cerrara. Al final, Emilia se bajó del coche y lo abofeteó... tan fuerte que yo
lo pude oír desde dentro de la casa. Sólo entonces Damon dejó de preguntarle por qué.
Se
quedó fría por dentro. Ésa era la razón por la que había pensado que ella sería
tan cruel como para abandonar a su hijo.
Miró
a Salvatore esperando que el horror que sentía no se reflejara en su rostro.
—No
lo sabía.
—¿Y
por qué ibas a saberlo? Sé que Damon nunca
ha hablado de lo que sucedió y yo sabía muy bien que no podía pedirle que se
casara y tuviera hijos —la miró. —Y ahora... desde que Bonnie... todo ha
cambiado. Pero Elena, por favor, tienes que saber que estoy muy feliz de
tenerte aquí.
Antes
de que Elena pudiera articular una respuesta, él dijo:
—Ahora,
si me disculpas, querida, ya es hora de que me vaya a la cama.
Elena
se levantó y lo ayudó hasta que llegó la enfermera para llevarlo a su
habitación en la silla de ruedas.
Volvió
a sentarse en la terraza y se quedó contemplando la oscuridad durante un largo
rato. Podía imaginarse el vínculo tan intenso que debió de crearse ese día
entre Damon y Bonnie. Sentía una
profunda tristeza por lo que habían tenido que pasar, pero eso no cambiaba el
hecho de que ella siguiera sin comprender a Damon ni su personalidad. Lo único que sabía con
seguridad era que había tantas probabilidades de que él se casara por amor como
de que ella se librara para siempre de las deudas de Nicklaus.
No
era de extrañar que le hubiera resultado tan fácil casarse con ella. Para él,
el matrimonio no significaba absolutamente nada. Sería cuestión de tiempo que
disolviera el matrimonio, aunque por suerte para ella eso significaría que no
tendría que volver a verlo. Sin embargo, al pensar en ello se le encogió el
corazón.
Y
entonces lo único que pudo ver era el rostro adusto de Damon y su poderoso cuerpo. Y cuando intentó reunir
el odio suficiente y el deseo de venganza, no pudo hacerlo. Lo único que sentía
era un intenso deseo de que la tomara.... pero la noche antes, en aquella
impersonal casa, ya le había dejado bien claro que ella no le atraía en
absoluto.
Fue
esa puñalada de decepción lo que la hizo meterse en la cama, donde estuvo dando
vueltas de un lado para otro durante toda la noche mientras sus sueños se
burlaban de ella.
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