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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

18 enero 2013

Cruel Capitulo 10


CAPÍTULO 10
Damon  miró hacia donde Elena estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y rodeada de papeles. Habían trabajado juntos hasta muy tarde la noche anterior y, cuando había entrado en su despacho por la mañana, se había encontrado a Elena allí, trabajando en lo que había comenzado por la noche.
En las últimas semanas la culpabilidad y una emoción mucho más perturbadora habían estado combatiendo en su interior. Él había hecho todo lo que había podido por darle espacio, pero aún tenía preguntas pendientes... demasiadas preguntas. Lo único sobre lo que no tenía dudas era que no quería dejarla marchar ni tener que decirle adiós.
Ella estaba vestida de negro y tenía el pelo recogido y sujetado por un lápiz. Damon  podía ver la exquisita línea de su cuello y la seductora forma de sus firmes pechos. Sus piernas eran claras y largas. De vez en cuando, ella alargaba una mano para acariciar a Doppo, que estaba tendido a su lado y mirándola con adoración.
Y mientras la veía acariciar la cabeza del perro, Damon  supo que él también quería sentir su mano sobre él, acariciándolo. Por todas partes.
Elena oyó a Damon  moverse en la silla. Era difícil intentar concentrarse en las cuentas mientras lo oía moverse por detrás. Al ver que se acercaba, se levantó. Él se apoyó contra la mesa y se cruzó de brazos. Elena se preparó para lo que pudiera pasar.
—Si no fuiste a la universidad, ¿cómo obtuviste el titulo?
La inofensiva pregunta la sorprendió.
—Lo hice a través de la universidad a distancia... Nicklaus no me dejaba asistir a clases en la facultad.
—¿Y siempre hacías lo que tu hermano te decía?—le preguntó él con mofa. —No sé por qué, pero me cuesta creerlo... aunque lo veo lógico. No hay duda de que le eras más útil sin tener que ajustarte a los horarios de las clases que se interpusieran en vuestras ajetreadas vidas sociales.
Elena apretó los puños, Había hecho lo que su hermano le había dicho porque no había tenido elección... a menos que hubiera preferido vagabundear por las calles de Londres desde los dieciséis años. Admitir que había tenido la esperanza de que Nicklaus cambiara algún día y se convirtiera en el hermano protector y afectivo con el que siempre había soñado era algo que ahora la avergonzaba.
—Ya te he dicho que mi vida con mi hermano no era como piensas.
—¿Y eso por qué, Elena? ¿A cuántas ilusas herederas embaucasteis hasta hacerles creer que él las amaba para luego poder quedaros con su dinero?
Elena se sintió dolida, ¿Cómo podía haber olvidado que una vez que estuviera recuperada, Damon  volvería a atacarla? Se giró para marcharse.
—No tengo por qué escuchar esto...
Pero él reaccionó deprisa y la agarró de un brazo, haciéndola gemir... no de dolor, sino por el contacto de su piel. Cuando Damon  levantó la mano, ella agachó la cabeza.
—¿Creías que iba a pegarte? —le preguntó él horrorizado.
Elena tembló y lo miró y entonces supo que, de todas las cosas que temía de ese hombre, la violencia no era una de ellas. Sólo había levantado el brazo para sujetarla y calmarla.
—No —dijo con voz temblorosa. —No sé qué...
—Alguien te ha pegado. ¿Fue Donovan ?
Elena no podía comprender el salvaje brillo en los ojos de Damon. Negó con la cabeza.
Él la agarró con más fuerza. No la dejaría marchar.
—¿Quién te pegó, Elena?
—¿Por qué? ¿Por qué te importa eso? —le preguntó con desesperación; quería evitar que él viera su parte más vulnerable y secreta. Nadie lo sabía, ni siquiera Matt ni Barny. Le avergonzaba, le avergonzaba su debilidad.
—Dímelo, Elena.
Y entonces hizo algo ante lo que ella no pudo luchar; comenzó a acariciarle los brazos. Elena bajó la cabeza y dijo:
—Nicklaus. A veces cuando bebía, me pegaba. La mayoría de las veces lograba evitar los golpes, pero... otras veces...
Damon  maldijo para sí y la soltó. Inmediatamente, ella puso espacio entre los dos.
—Como te he dicho, no todo era lo que parecía.
En ese momento, alguien llamó a la puerta y allí apareció Caroline.
—El signore Salvatore está esperando a Elena en la terraza...
—Ajedrez... —ella miró a Damon, pero él seguía con esa extraña expresión en la cara. No debería haberle contado nada. —Le prometí a tu padre que echaríamos una partida de ajedrez, pero puedo quedarme aquí...
—No —respondió él bruscamente. —Ve con mi padre. Yo puedo ocuparme de esto.
Damon  la vio salir del despacho y se pasó una mano por el pelo mientras recordaba su cara de terror al pensar que iba a pegarla. Estaba comenzando a sentirse vulnerable ante todas las contradicciones que estaba viendo en ella, y no le gustaba tener que admitir esa emoción porque ya lo había devastado en una ocasión y no permitiría que volviera a suceder.


Esa noche, después de que Salvatore se hubiera retirado, y cuando Elena se disponía a irse a la cama, Damon  la hizo detenerse antes de llegar a la puerta del comedor. Ella se giró con reticencia y él se Levantó de la mesa y se acercó con las manos metidas en los bolsillos.
—¿Sí?
—Mañana es tu cumpleaños.
Elena palideció; desde que sus padres habían muerto, nadie había recordado su cumpleaños. Al día siguiente cumpliría veintitrés años.
—Sí —respondió vacilante,
—Tengo una villa en la Costa Esmeralda, en Porto Cervo. Te llevaré allí mañana por la noche y saldremos a cenar...
Elena agarró con fuerza el pomo de la puerta. De pronto la idea de salir de la villa la asustaba en extremo.
—Pero ¿por qué querrías hacer algo así?
Él se encogió de hombros.
—Digamos que podríamos firmar una tregua, ¿no te parece?
Ella también se encogió de hombros; no supo de qué otro modo responder.
—Bien. Nos marcharemos sobre las cuatro de la tarde.
La vio salir de la sala y se preguntó si se había vuelto loco. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué se sentía obligado a celebrar su cumpleaños? Se reconfortó diciéndose que ésa sería la última prueba a la que la sometería. La llevaría a un lugar donde descubriría cómo era esa mujer en realidad y así podría calmar las voces de duda que oía en su cabeza...


Al día siguiente, a las cuatro en punto, Elena esperaba impaciente en el vestíbulo con una bolsa en la mano.
Damon  salió de su despacho y miró la pequeña bolsa de viaje.
—¿Esto es todo?
Elena asintió. Él se encogió de hombros y juntos montaron en el todoterreno. Tras diez minutos de trayecto, llegaron a un campo donde los esperaba un helicóptero.
Cuando aterrizaron y la ayudó a salir, las piernas no le respondían, tanto por la emoción de haber hecho su primer viaje en helicóptero, como por haber estado sintiendo el impresionante cuerpo de Damon  a su lado en un espacio tan reducido. Y por si eso no había sido suficiente, él decidió sacarla en brazos. Cuando comenzó a protestar, Damon  la besó durante un largo momento llenándole el cuerpo de deseo.
—Somos una pareja de recién casados, ¿te acuerdas? —le dijo al apartarse. —Sonríe para las cámaras.
Elena miró a su alrededor y los numerosos flashes de las cámaras la cegaron. Había vuelto al mundo real. Damon  la metió en un todoterreno con los cristales tintados y se marcharon.
—Si tenías planeado esto para reafirmar ante todo el mundo tu nueva imagen como hombre de familia...
—Créeme, había olvidado que los paparazis siempre están por aquí esperando que llegue algún famoso.
Pero eso nunca le había sucedido cuando había ido allí con otras mujeres; siempre había estado atento y nunca lo habían fotografiado. Estaba claro que ver a Elena tan entusiasmada en el helicóptero lo había distraído.


La villa a la que la llevó era totalmente distinta de la villa familiar en la que había estado alojada. Era el sueño de todo arquitecto: ángulos y esquinas abstractos, cristal por todas partes y totalmente blanca por dentro. Tenía una piscina infinita con vistas al Mar Tirreno. Era perfectamente agradable y bonita, pero... fría. Sin vida. Un lugar donde llevar a una amante.
¿Sería ése el lugar donde se reunía con ellas?
El debió de imaginar en qué estaba pensando porque dijo:
—Aquí es donde me divierto y celebro reuniones sociales o de negocios...
Elena se sonrojó. ¿Acaso estaba planeando divertirse allí con ella? Intentó ponerle algo de entusiasmo a su voz, sin saber por qué sentía la necesidad de mostrarse simpática.
—Está... muy... limpia.
Él se rió a carcajadas, con la cabeza hacia atrás, y ese sonido le resultó tan extraño y su sonrisa tan maravillosa que se lo quedó mirando embobada,
—Nunca había oído a nadie usar esa palabra para describirla.
—Disculpa mi dificultad para expresarme —dijo ella, algo irritada.
En ese momento él se acercó y le agarró la mano para llevársela a la boca y besarla.
—Nos iremos en una hora. Te enseñaré dónde puedes cambiarte.
Una hora después. Elena entró en el salón y Damon  levantó la vista de unos documentos que había estado ojeando. Él llevaba un traje negro y una camisa blanca desabrochada en el cuello. Ella llevaba un vestido de seda ajustado desde el cuello hasta los pies, sin mangas y con la espalda al aire. Se había dejado el pelo suelto en un intento de no sentirse tan desnuda.
Él se acercó y le dio una caja de terciopelo rojo.
—Por tu cumpleaños... y, además, hará juego con tu vestido —un vestido color azul real que la hacía incluso más pálida, más vulnerable.
Elena lo miró a él, a la caja, y después volvió a mirarlo, vacilante, con desconfianza.
Ante esa actitud, Damon, furioso, abrió la caja esperándose ver la misma reacción de siempre: unos ojos abiertos de par en par, sorpresa fingida, algo de pavoneo ante el espejo y agradecimientos excesivos y algo pegajosos.
Elena abrió los ojos de par en par, bien, pero ahí terminó toda similitud. Miró a Damon. Miró los impresionantes pendientes de zafiro que descansaban sobre terciopelo blanco. Alargó la mano para tocarlos reverentemente. Se sonrojó. Volvió a mirar a Damon  y él tuvo que contenerse para no tirar la caja al suelo y tomarla en sus brazos. Estaba preciosa, sin apenas maquillaje y con una piel ligeramente dorada por el sol.
—Han debido de costarte una fortuna.
Así era, pero ninguna otra mujer había comentado nada nunca sobre el valor de las joyas.
—Son un regalo de cumpleaños... vamos, pruébatelos.
—Pero... ¿y si pierdo uno?
—Están asegurados —no era cierto, pero si la hacía sentirse mejor...
—¿Estás seguro? —preguntó ella algo desconfiada.
Pensó en lo que habían costado en comparación con su inmensa fortuna.
—Sí.
Sólo en ese momento, y con el máximo cuidado, Elena los sacó de su hogar de terciopelo y se los puso. Ni siquiera se miró en el espejo.
—Gracias —le dijo fríamente.
—De nada —Damon  cerró la caja y tuvo la sensación de que el resto de la noche tampoco iba a ser exactamente como él había planeado.
Y así fue.
La llevó a un restaurante nuevo con una lista de espera que se alargaba hasta el próximo año. Ella sonrió educadamente durante la velada, pero parecía incómoda y completamente ajena a las miradas de envidia que le dirigían las mujeres y a las de admiración de los hombres.
—¿Va todo bien? —le preguntó él en un momento de la cena.
—Oh, sí, es precioso... impresionante...
—¿Pero?
—Bueno, es un poco como la villa... limpio y elegante —sonrió, dejándolo sin aliento. —Siempre me ha gustado imaginarme en el Mediterráneo, sentada en una pequeña trattoria con vistas al mar...
En ese momento se sonrojó y Damon  tuvo que controlar su impulso de agarrarla y llevársela muy lejos de todo aquello. Lo cierto era que él tampoco estaba disfrutando demasiado en ese lugar, y haber visto antes la villa a través de los ojos de Elena lo había hecho sentirse algo incómodo.
Aun así, siguió insistiendo, quería forzarla a sacar su verdadera personalidad. Pidió champán y fresas. Le pidió que bailara con él, pero ella rechazó la invitación. Cuando alguien chocó con una de las camareras y las bebidas se le cayeron de la bandeja, Elena se levantó enseguida para ayudar a la chica.
Y eso fue todo lo que sucedió.
Una vez que ella había terminado con su actuación de la buena samaritana y Damon  le había dado a la camarera una importante propina, sacó a Elena de allí.
—¿Te apetece caminar? No está lejos y podemos ir paseando por la playa.
—Suena bien —dijo ella aliviada.
Ese momento en el que caminaron por la playa bajo la luz de la luna y con los zapatos en la mano fue, para Elena, el momento más relajado de toda la noche. Se sentía culpable por no haberse divertido, pero ni ese lugar ni el club social iban con ella. El corazón se le encogió porque sin duda esos lugares sí que iban con Damon, al igual que la villa donde él se «entretenía» y recibía a sus visitas.
—Es precioso —dijo Elena mirando al cielo. —Es como si pudiera tocar las estrellas con sólo alargar la mano.
Damon  estaba muy callado a su lado y, cuando lo miró, lo vio de perfil, contemplando también las estrellas.
Al llegar a la villa, accediendo por la parte trasera, Damon  le dio la mano para recorrer el camino de piedras. Elena se levantó el vestido para caminar con mayor facilidad y, cuando él la rodeó por la cintura con un brazo para llevarla hacia sí, se creó un momento de tensión.
—Damon...
Pero sus palabras se las trago un apasionado beso. A Elena se le cayeron los zapatos de su temblorosa mano e instintivamente lo rodeó por el cuello. Lo había estado deseando durante las últimas semanas. Estar lejos de él había sido algo necesario para su salud mental y para recuperarse, pero había estado anhelando sus brazos, los mismos que la habían rodeado cuando lloró por la pérdida del bebé. Y su boca, sus besos.
Se sentía como si Damon  le estuviera robando el alma con ese beso. Cuando se apartaron, él se la quedó mirando un instante antes de recoger los zapatos y entrar en la casa. A Elena no le importaba estar allí ni lo frío que pudiera resultarle ese lugar. Ella también se sentía fría por dentro, aunque sabía que sólo Damon  podía remediar eso.
Él se giró hacia ella y, justo cuando la habría vuelto a tomar en sus brazos, se detuvo. Vio el deseo que se reflejaba en sus ojos verdes, vio su boca ya inflamada por sus besos... y también vio las bolsas ligeramente moradas bajo sus ojos y la vulnerabilidad de su cuerpo. No podía seguir ignorándolo. Las cosas estaban cambiando: o Elena estaba jugando a ser una completa ingenua o esa chica era algo que él no creía que pudiera existir.
La besó en la frente y la llevó a su dormitorio.
—Duerme, Elena. Estás cansada...
Durante un momento ella no dijo nada y entró en su dormitorio, pero tras unos pasos se giró y, sonriendo ligeramente, le dijo:
—Gracias por esto —se refería a los pendientes— y por todo. Lo he pasado muy bien.
Y cuando volvió a girarse el mundo de Damon  se puso del revés.


La noche siguiente Elena estaba sentada en la terraza después de haber cenado con Salvatore y terminando la partida de ajedrez que habían comenzado tiempo antes. Estaba enfadada consigo misma. Debería haber estado tranquila, relajada, pero desde que Damon  le había informado de que estaría en Roma durante varios días por temas de negocios, se había sentido muy inquieta.
Salvatore la sorprendió diciendole de pronto:
—Damon  no es un hombre de trato fácil. Soy bien consciente de eso.
—Salvatore, por favor, no tiene porqué...
—¿Sabías que la madre de Bonnie y Damon  se marchó cuando él tenía doce años y ella cuatro?
Elena negó con la cabeza, ¿Era ésa la razón por la que siempre se mostraba tan desconfiado?
Salvatore suspiró con fuerza antes de mover ficha,
—Hacía tiempo que mi esposa y yo no éramos felices. Lo cierto era que el nuestro había sido un matrimonio concertado y que ella estaba enamorada de otro hombre, pero después de casarnos y de tener a los niños, creí que lo había olvidado.
Elena se quedó en silencio y vio en Salvatore una expresión que le dio un aspecto más cansado, más mayor, más frágil.
—Comenzó a actuar de un modo extraño; salía a unas horas muy extrañas y se mostraba distante. Sospeché que se estaba viendo con alguien y se lo dije. Ella admitió que había estado viéndose con el hombre al que siempre había amado, que se había quedado viudo y al cuidado de un hijo, Emilia me dijo que él le había pedido que volviera a su lado y que lo ayudara a criar al niño.
Elena dejó escapar un grito ahogado, pero Salvatore no pareció oírlo.
—Le supliqué que se quedara, pero fue en vano. No sé qué sabían los niños exactamente, pero algo sabían.
El día en que decidió marcharse estaban esperándola en el vestíbulo. Esa mañana se habían negado a ir al colegio. ¿Quién sabe? Tal vez nos oyeron discutir... Se quedaron allí, sin decir nada, los dos agarrados de la mano. Cuando Emilia salió con su maleta. Bonnie echó a correr tras ella, gritando y llorando, suplicándole que se detuviera, aferrándose a su ropa. Emilia tuvo que apartarla a un lado y fue en ese momento cuando Damon  salió corriendo. La siguió mientras le preguntaba por qué, por qué, por qué, una y otra vez, Emilia iba a subirse al coche; su amante tenía el motor encendido y dentro también estaba el niño, Damon  sujetaba la puerta, no le dejaba que la cerrara. Al final, Emilia se bajó del coche y lo abofeteó... tan fuerte que yo lo pude oír desde dentro de la casa. Sólo entonces Damon  dejó de preguntarle por qué.
Se quedó fría por dentro. Ésa era la razón por la que había pensado que ella sería tan cruel como para abandonar a su hijo.
Miró a Salvatore esperando que el horror que sentía no se reflejara en su rostro.
—No lo sabía.
—¿Y por qué ibas a saberlo? Sé que Damon  nunca ha hablado de lo que sucedió y yo sabía muy bien que no podía pedirle que se casara y tuviera hijos —la miró. —Y ahora... desde que Bonnie... todo ha cambiado. Pero Elena, por favor, tienes que saber que estoy muy feliz de tenerte aquí.
Antes de que Elena pudiera articular una respuesta, él dijo:
—Ahora, si me disculpas, querida, ya es hora de que me vaya a la cama.
Elena se levantó y lo ayudó hasta que llegó la enfermera para llevarlo a su habitación en la silla de ruedas.
Volvió a sentarse en la terraza y se quedó contemplando la oscuridad durante un largo rato. Podía imaginarse el vínculo tan intenso que debió de crearse ese día entre Damon  y Bonnie. Sentía una profunda tristeza por lo que habían tenido que pasar, pero eso no cambiaba el hecho de que ella siguiera sin comprender a Damon  ni su personalidad. Lo único que sabía con seguridad era que había tantas probabilidades de que él se casara por amor como de que ella se librara para siempre de las deudas de Nicklaus.
No era de extrañar que le hubiera resultado tan fácil casarse con ella. Para él, el matrimonio no significaba absolutamente nada. Sería cuestión de tiempo que disolviera el matrimonio, aunque por suerte para ella eso significaría que no tendría que volver a verlo. Sin embargo, al pensar en ello se le encogió el corazón.
Y entonces lo único que pudo ver era el rostro adusto de Damon  y su poderoso cuerpo. Y cuando intentó reunir el odio suficiente y el deseo de venganza, no pudo hacerlo. Lo único que sentía era un intenso deseo de que la tomara.... pero la noche antes, en aquella impersonal casa, ya le había dejado bien claro que ella no le atraía en absoluto.
Fue esa puñalada de decepción lo que la hizo meterse en la cama, donde estuvo dando vueltas de un lado para otro durante toda la noche mientras sus sueños se burlaban de ella.

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