CAPÍTULO 1
<< Yo me ocuparé de todo>>.Aquellas palabras fatalistas todavía reverberaban en la cabeza de Elena una semana después.
Había intentado hablar con el padre de Stefan,pero él no se había dignado a recibirla.No podía haber dejado más claro que los consideraba la lacra de la sociedad.
-¡Gilbert!
El grito de su jefe la sacó bruscamente de sus sombríos pensamientos.Debía de ser la segunda o tercera vez que la llamara, a juzgar por la impaciencia en su rostro.
-Cuando dejes de estar en babia,acércate a la piscina y asegúrate de que todo está despejado y las velas adornan las mesas.
Ella masculló una disculpa y se marchó corriendo.En realidad, su preocupación la había distraído de algo mucho más aterrador y estresante:se hallaba en la mansión de los Salvatore,en lo alto de las colinas de Atenas,para trabajar como camarera en una fiesta en honor de Damon Salvatore, el hijo de Giorgios Salvatore. Se rumoreaba que tal vez iba a hacerse cargo del negocio familiar. Sería un golpe maestro,ya que Damon Salvatore se había convertido en un emprendedor multimillonario por su cuenta.
Se detuvo en seco y se llevó una mano al pecho,cada vez más histérica.Aquél era el peor lugar donde podría hallarse,hogar de la familia que odiaba enardecidamente a la suya.Dentro de poco,ella,Elena Gilbert,estaría sirviendo bebidas a lo mejor de la sociedad ateniense delante del mismo Salvatore. Sólo con pensar en lo que haría su padre si la viera,le invadió un sudor frío.
Se obligó a ponerse en marcha.Suspiró aliviada tras echar un rápido vistazo a la zona de la piscina y no ver a nadie.Los invitados aún no habían empezado a llegar y,aunque algunos se alojaban en la mansión,estarían arreglándose para la fiesta.Aun así...un incómodo cosquilleo le erizó el vello.
No había podido evitar acudir allí esa noche.Sólo a mitad de camino de su destino,sus colegas camareros y ella habían sabido a dónde se dirigían en el minibús de la empresa,debido a <<razones de seguridad>>.Y Elena sabía que,si se hubiera negado a trabajar,su jefe la habría despedido en el acto.Y ella no podía permitírselo,dado que sus ingresos eran lo único que permitía a su hermana continuar con sus estudios universitarios y poder comer todos los días.
Intentó darse seguridad:su jefe era inglés,y se había mudado a Atenas recientemente con su mujer anglogriega. No conocía quien era ella,ni su escandalosa conexión con la familia Salvatore.
Observó las mesas adornadas con manteles blancos de damasco y comenzó a colocar velas en los candelabros que las adornaban.Dio gracias nuevamente porque ninguno de los demás compañeros fueran atenienses:La empresa tenía tanto trabajo,que para aquella ocasión habían llamado a empleados ocasionales,y todos eran extranjeros o de fuera de Atenas.
Su único temor residía en que algún invitado de la fiesta la reconociera.Pero estaba segura de que,con su uniforme,nadie se detendría a mirarla.Tal vez podía quedarse en la cocina,preparando las bandejas,y evitar así...
Oyó un ruido y se sobresaltó:había alguien en la piscina.Lentamente,colocó la última vela y se apresuró a regresar a la cocina.Como si lo hubiera sabido a nivel inconsciente,pero lo hubiera ignorado,se dio cuenta de que alguien debía de haber estado todo el tiempo en el agua,pero sin nadar,y por eso ella no lo había advertido.
Además estaba empezando a oscurecer.Miró rápidamente hacia la derecha al captar movimiento,y casi se desmayó ante lo que veían sus ojos.
Un Dios Griego de piel cetrina estaba saliendo del agua con un movimiento ágil,y gotas de agua caían en cascada por sus poderosos músculos.Todo parecía ir a cámara lenta. Elena sacudió la cabeza,pero la tenía acorchada.Los dioses griegos no existian. Aquél era un hombre de carne y hueso.Se dio cuenta de que lo estaba mirando embobada y le entró pánico.
Pero su cuerpo no obedecía sus órdenes de moverse y, cuando lo hizo,fue totalmente descoordinada. Para mayor horror suyo,al recular se tropezó con una silla y estuvo a punto de caerse.Cosa que habría sucedido si el hombre no hubiera llegado a su lado como una bala y la hubiera sujetado.De esa forma,en lugar de hacia atrás,cayó sobre el pecho de él,al tiempo que lo abrazaba por el cuello.
Durante un largo momento,intentó convencerse de que aquello no estaba sucediendo.De que no estaba inhalando una embriagadora mezcla de especias y algo muy terrenal.Que no se hallaba apoyada sobre un pecho desnudo y mojado,tan duro como el acero,y con la boca a meros centímetros de aquella piel cubierta de vello masculino.
Se separó,obligándose a romper su abrazo,y le ardieron las mejillas al elevar la mirada desde aquel ancho pecho hasta el rostro de su propietario.
-Lo siento mucho.Me he asustado.No había visto...
Vio que él enarcaba una ceja,y tragó saliva.El rostro era tan bello como el resto del cuerpo.Qué hombre tan irresistible,de cabello negro y abundante,pómulos marcados y mandíbula cuadrada.El gesto de la boca era severo,pero insinuaba una sensualidad que le hizo estremecerse.
De pronto,él sonrió y ella tuvo que sujetarse de nuevo para no caerse:advirtió una delgada cicatriz desde el labio superior hasta la nariz,y tuvo que contenerse para no tocarla.¿Cómo era posible que un extraño le generara esa reacción?
-¿Estás bien?
Elena asintió levemente.Él tenía acento estadounidense.Tal vez era un colega de negocios,un invitado que se alojaba en la mansión.Aunque eso no acababa de convencerla.No podía pensar con claridad,pero intuía que él era <<Alguien>>.Tuvo que esforzarse para recordar dónde estaba y qué había ido a hacer allí.Quién era ella.
Asintió.
-Sí,estoy bien.
Él frunció ligeramente el ceño,sin dar mayor importancia a encontrarse medio desnudo.
-¿No eres griega?
Elena negó y asintió después.
-Soy griega.Pero también medio irlandesa.Pasé muchos años en internados allí...así que mi acento es más neutro.
Cerró la boca.¿Qué tonterías estaba diciendo?
El hombre frunció algo más el ceño y recorrió su uniforme con la mirada.
-¿Y estás trabajando de camarera hoy aquí?
Al oír su tono incrédulo,Elena recuperó la cordura.En Grecia,sólo las hijas de las familias adineradas salían a estudiar fuera.Se sintió muy expuesta.Debía hacerse notar lo menos posible,no ponerse a hablar con los invitados de los anfitriones.
Se separó de nuevo y clavó la vista en el hombro de él.
-Discúlpeme,tengo que regresar al trabajo.Estaba a punto de darse media vuelta,cuando oyó la voz lacónica de él:
-Tal vez quieras secarte antes de empezar a servir champán.
Elena siguió la mirada de él,detenida en sus senos.Ahogó un grito al ver que estaba empapada,y se apreciaban claramente su sujetador blanco y sus pezones erectos.
¿Cuánto tiempo había estado apoyada sobre él?
Ahogando un grito de mortificación, dio varios pasos atrás y estuvo a punto de tropezarse de nuevo con otra silla,asunto que evitó antes de que pudiera repetirse el rescate anterior.Y mientras volaba escaleras arriba,sólo pudo oír una carcajada burlona.
***
Algo después,Damon Salvatore paseó la vista por el abarrotado salón e intentó contener su irritación al no localizar a la camarera.Le había incomodado su urgencia de verla de nuevo,nada más entrar en el salón principal de la fiesta.También le había molestado lo vivido de su recuerdo mientras se duchaba,circunstancia que le había obligado a usar sólo agua fría.
La imagen de ella aparecía una y otra vez en su mente, burlando sus intentos de ignorarla. Recordaba sus mejillas encendidas, sus claros ojos azules enmarcados entre espesas pestañas, mirándolo como un cervatillo asustado. Como si no hubiera visto nunca un hombre. Recordó su lunar sobre el carnoso labio superior,y el efecto sobre él de cintura para abajo. Frunció el ceño. No le gustaban esas respuestas tan arbitrarias de su cuerpo.
Pero, cuando la había visto llegar junto a la piscina y realizar su tarea, con movimientos rápidos y eficaces, y su sedoso cabello castaño recogido en un moño alto, algo le había conmovido; algo acerca de la profunda preocupación que la embargaba, ya que era evidente que no le había visto. Y él no era un hombre
Que pasara desapercibido.
La irritación lo invadió de nuevo. ¿Por qué no la veía?
¿Habría sido un invento de su imaginación? entonces, vio acercarse a su apadre con un colega,y forzó una sonrisa, irritado por sentirse esclavo de una camarera cualquiera.
Le distrajo momentáneamente lo frágil que se había vuelto su padre desde la última vez que lo había visto. Como si algo en su interior hubiera cambiado sutil pero profundamente. Una profunda sensación de inevitabilidad lo invadió: él, Damon Salvatore, era necesario allí, a pesar de tener su propio imperio. Pero ¿era aquél realmente su lugar? pensó: «hogar», y se le aceleró el corazón.
Pensó en su lujoso ático de Nueva York, y en los rascacielos de acero y plata del lugar donde vivía. Pensó en su amante, tan experimentada y siempreimpecable. Pensó en qué sentiría al alejarse de todo aquello y... no sintió nada.
Atenas, en la semana que llevaba allí, le había sorprendido: sentía como si se hubiera conectado a una parte básica de su alma. Algo había renacido en su interior, y no quedaría relegado a algún lugar lejano y oculto.
Justo entonces, contribuyendo a aquel sentimiento, vio algo en la esquina más lejana del salón: un sedoso cabello recogido en un moño, dejando ver un cuello largo y delgado; una espalda delgada y familiar.
Notó que el corazón se le aceleraba, y aquella vez a un ritmo diferente.
***
Elena estaba esforzándose por mantener la cabeza gacha, para no encontrarse con ninguna mirada. había hecho todo lo posible por quedarse en la cocina, preparando las bandejas para sus compañeros, pero su jefe la había enviado al salón principal dado que era su empleada con más experiencia.
De pronto, advirtió que Niklaus Mikaelson la miraba fijamente, con el ceño fruncido, desde el extremo opuesto de la sala, y se le encogió el estómago de pánico renovado: aquello era un desastre en ciernes. El la conocía, porque sus
padres habían tenido una relación cordial antes de que el suyo falleciera. Y era socio de Salvatore.
Elena, que llevaba una bandeja con copas de vino tinto,
Tropezó con una compañera. La bandeja se tambaleó y, con creciente horror, ella vio cómo las cuatro copas llenas de vino se derramaban sobre el prístino vestido blanco de una de las invitadas.
Durante un segundo no sucedió nada. La mujer se quedó mirando su vestido horrorizada. Y de pronto, soltó un chillido tan agudo que elena se estremeció.
Al mismo tiempo, un terrible silencio se extendió por la sala.
-¡Estúpida chica!
Recordó su lunar sobre el carnoso labio superior,y el efecto sobre él de cintura para abajo. Frunció el ceño. No le gustaban esas respuestas tan arbitrarias de su cuerpo. Pero, cuando la había visto llegar junto a la piscina y realizar su tarea, con movimientos rápidos y eficaces, y su sedoso cabello castaño recogido en un moño alto, algo le había conmovido; algo acerca de la profunda preocupación que la embargaba, ya
Él le quitó con tranquilidad la bandeja vacía de las manos y se la entregó a otro camarero. El estropicio de las copas caídas estaba siendo limpiado. Elena habría dicho que lo limpiaba ella, si hubiera podido hablar.
Todo el mundo a su alrededor pareció desvanecerse y, tomándola suave pero firmemente del brazo, él la sacó de la habitación y, atravesando unas puertas, llegaron hasta una amplia terraza.
El aire fresco y fragante de la noche envolvió a Elena como una caricia, aunque en su interior estaba ardiendo: de vergüenza y de sentir aquella mano en su brazo. Se detuvieron junto a una pared baja, a lo largo de la cual un césped inmaculado se perdía en la distancia.
El silencio los rodeaba, denso, aunque les llegaba amortiguado el sonido de la fiesta. ¿Había él cerrado las puertas, tal vez para que tuvieran más intimidad? Elena se estremeció ante la idea. Elevó la mirada y, con gran esfuerzo, se soltó del suave pero devastador agarre. Él sonrió al tiempo que se metía las manos en los bolsillos. Resultaba tan irresistible, que Elena sintió que iba a desmayarse de nuevo.
—Así que volvemos a encontrarnos.
Elena obligó a su cerebro a conservar algo de cordura, pero por más que lo deseara, temía que su voz no saliera tan tranquila como le gustaría.
-Lo siento... debe de creer que soy una patosa. Normalmente no soy tan torpe. Gracias por su...
Hizo un gesto hacia el salón, sintiéndose fatal al recordar la mancha roja sobre el vestido blanco.
—Por haber tranquilizado la situación. Aunque no creo que mi jefe me perdone. Ese vestido debía de valer como todo mi sueldo de un año.
Él le restó importancia con un gesto de la mano.
—Considéralo resuelto. He visto lo que sucedió, fue un accidente.
Elena ahogó un grito.
—No puedo permitírselo. Ni siquiera sé quién es usted.
La despreocupación y demostración de riqueza de aquel hombre le heló algo en el pecho. Su interior más profundo rechazaba aquella esfera social. Había crecido en ella, y le recordaba demasiado a la parte sombría de su propia familia.
Los ojos de él brillaron peligrosamente.
—Al contrario. Yo diría que vamos bien encaminados para...
Conocernos.
Una corriente eléctrica pareció desatarse en aquel momento. Elena vio que él se le acercaba, y contuvo el aliento; no podía pensar, ni hablar. Le sostuvo la mirada y, por segunda vez aquel día, advirtió que sus ojos parecían arder con una llama dorada.
Él le acarició la mandíbula con un dedo, dejando un rastro ardiente a su paso.
-No he podido dejar de pensar en ti.
El hielo que se había instalado en el pecho de elena se derritió.
— ¿De veras? él asintió.-y en tu boca.
—Mi boca... —repitió ella como una tonta.
Clavó la mirada en la boca de él, y se fijó de nuevo en la cicatriz del labio superior. El deseo de recorrerla fue tan poderoso, que se estremeció.
— ¿Estás pensando en cómo sería si mi boca besara la tuya ahora?
Elena elevó la mirada y se encontró con aquella ardiente como oro líquido. Su cuerpo respondió encendiéndose de cintura para abajo. Sintió la urgencia de apretar las piernas, como si eso pudiera calmar el deseo que estaba creciendo allí.
De pronto desapareció la distancia y sólo podía verlo a él, tan alto que bloqueaba el cielo, acercando su cabeza cada vez más a ella. Olía a almizcle y a pasión. Elena sintió que su cuerpo respondía desde su vientre, como si reconociera ese olor a un nivel primario.
Intentando agarrarse desesperadamente a algo racional, elevó una mano para detenerlo, decirle que no... pero la boca de él estaba tan cerca que podía sentir su aliento mezclándose con el suyo. Le cosquillearon los labios. Deseaba que la besara, con tanta intensidad que se acercó de forma muy reveladora.
-Señor Salvatore...
Elena había tenido los ojos cerrados, pero los abrió repentinamente. Sus bocas estaban a punto de tocarse. Pero el nombre que acababa de oír explotó en su conciencia. Señor Salvatore.
La realidad los golpeó, al tiempo que la cacofonía de la fiesta les llegaba a través de las puertas abiertas. Elena apenas se dio cuenta de que retiraba la mano de él y daba un paso atrás. La conmoción empezaba a apoderarse de todo su cuerpo.
Otra persona apareció en el patio. El mayordomo que había estado allí, quién sabe cuánto tiempo, se desvaneció discretamente. La recién llegada era la esposa del anfitrión, Olympia salvatore.
-Damon, cariño, tu padre está buscándote. Casi es la hora de tu discurso.
Elena advirtió que, con un suave movimiento, había quedado oculta a la vista de la mujer.
-Dame un par de minutos, Olympia —respondió él, implacable.
Evidentemente, estaba acostumbrado a dar órdenes y que se cumplieran. Era Damon Salvatore.
Elena apenas oyó el comentario de la mujer, que luego se dio media vuelta y regresó a la fiesta, cerrando las puertas a su paso.
La conmoción empezaba a apoderarse de elena, que empezó a reaccionar: tenía que salir de allí.
Advirtió que Damon Salvatore se había girado hacia ella, pero no fue capaz de mirarlo. sintió su cálida mano en la barbilla y le entraron náuseas. Sólo podría haber evitado aquella mirada cerrando los ojos, y esa idea le daba pánico. Vio la sonrisa sexy de él.
—Te ruego disculpes la interrupción. Tengo que marcharme dentro de un minuto, pero... ¿dónde estábamos?
Tenía que salir de allí cuanto antes, se dijo Elena. ¡Había estado a punto de besar a Damon Salvatore, el hombre que estaba recreándose en arruinar públicamente a su familia! la rabia se apoderó de ella. Pensó en Katherine, tan vulnerable en aquellos momentos: ninguna de las dos se merecían estar pagando por algo que había sucedido décadas atrás.
Apartó la mano de él y habló con tono gélido.
-No sé a lo que está jugando, pero debo volver al trabajo. Si mi jefe me viera aquí, me despediría en el acto, lo cual es algo que obviamente nunca le ha ocurrido a usted.
El se la quedó mirando un largo momento, antes de erguirse en toda su magnitud y apartarse ligeramente. El hombre bromista y sexy de momentos antes se había desvanecido, y en su lugar quedaba el hijo y heredero de una vasta fortuna, destilando una arrogante confianza en sí mismo. Un hombre que se había convertido en millonario por sí solo. Por eso ella había percibido que era «alguien»...
Elena tuvo que reprimir un escalofrío ante la repentina frialdad de su mirada.
-Disculpa —dijo él en tono helador—. De haber sabido que te parecía tan repugnante, no habría intentado besarte.
Su actitud contradecía sus palabras. No estaba arrepentido para nada. Volvió a tomarla de l a barbilla. Elena sintió que se le disparaba el corazón y se le encendían las mejillas.
-¿A quién pretendes engañar, muñeca? conozco los signos del deseo, y ahora mismo estás casi jadeando por mí, al igual que ha sucedido junto a la piscina.
Elena le apartó la mano bruscamente, presa del pánico. Si él sospechara siquiera quién era ella...
—No sea ridículo. No lo estoy. Quiero que se aparte de mi camino, por favor, para que pueda regresar a mi trabajo.
—Voy a hacerlo, pero no sin antes haber demostrado que tus palabras son mentira —masculló él.
Antes de que Elena pudiera tomar aliento, él tomó su rostro entre ambas manos y la besó arrolladoramente. Ella intentó soltarse, pero era como intentar ir contra una poderosa corriente.
Su boca, abierta de la sorpresa, había supuesto una invitación para él, que hundió su lengua salvajemente, buscando la de ella y sorbiéndola con fuerza. Elena se estremeció al ser besada tan íntimamente.
El cuerpo se le había tensado ante la reacción de él, pero su urgencia de pelear iba disipándose cada vez más. Lo único que sentía eran aquellas manos fuertes, y tan grandes que le cubrían toda la cabeza, entrelazando sus largos dedos entre su cabello, y masajeándole el cráneo. Y, mientras tanto, su
boca y su lengua, la sumían en una profunda espiral hacia lo desconocido.
Ella no sabría decir cuándo dejó de intentar apartarle las manos, ni cuándo lo abrazó por el cuello. Sólo supo que la realidad fue dejando de existir conforme se besaban con furiosa intensidad. Sus cuerpos se apretaban uno contra otro fuertemente. El ensordecedor latido de sus corazones ahogaba los temores y preocupaciones. Elena se puso de puntillas para acercarse aún más a él y, cuando sintió la creciente erección, el cerebro se le cortocircuitó por completo.
Súbitamente, todo acabó y él estaba separándose. Elena hizo un traicionero movimiento hacia él, resistiéndose a dejarlo marchar, con las manos extendidas donde antes abrazaban los hombros de él. Sólo entonces se dio cuenta de que él las tenía sujetas... y una terrible sospecha le invadió. ¿Había tenido que apartárselas a la fuerza? intentó evaluar la situación y tranquilizarse, avergonzada. El corazón le latía con fuerza. Estaba muda y mareada.
Damon Salvatore la miró con el rostro encendido, ¿sería de ira, o de satisfacción por haber demostrado que tenía razón? su mortificación aumentó.
Sonó una discreta tos cerca de ellos.
—Señor, si es tan amable de acudir junto a su padre...
Elena se sorprendió ante el rostro impertérrito de Damon.
—Enseguida voy —le oyó responder, sin apartar la mirada de ella.
Él parecía estar totalmente al mando, sólo traicionado por sus mejillas encendidas. Elena se sentía a punto de desmoronarse. Hizo ademán de decir algo, pero él la cortó.
—Espérame aquí. Aún no he acabado contigo —le advirtió él,y se dio media vuelta.
Elena lo observó vol ver con pasos enérgicos al abarrotado salón.
No podía creer lo que acababa de suceder.
En estado de shock, se llevó un dedo a los labios, aún enrojecidos de tantos besos. Avergonzada y disgustada consigo misma, recordó cómo se había arqueado licenciosamente hacia él... casi como si quisiera meterse en su piel. Ni siquiera en el momento más apasionado de su relación con Aquiles había sentido un deseo tan intenso,capaz de borrar todo pensamiento de su mente. Pero aquello había sido parte del problema...
Se sentía expuesta, y dolorosos recuerdos comenzaban a asaltarla, como si no fuera suficientemente duro asimilar lo que acababa de suceder.
La multitud del salón comenzó a callarse y, desesperada, Elena buscó una escapatoria. Se apresuró escaleras abajo, camino de la cocina, sabiendo que podía olvidarse de aquel empleo. El incidente con el vino sería causa suficiente; desaparecer con el invitado de honor sólo lo reforzaría.
Su jefe pronto descubriría quién era ella, y no quería estar presente cuando sucediera.
De vuelta en la cocina, agarró sus cosas y se alejó de la reluciente mansión sin mirar atrás.
***
Damon escuchó de pie el emotivo discurso de su padre, Georgios Salvatore, en el que no había ocultado que estaba preparado para traspasar a su hijo las riendas del poder. De nuevo, Damon sintió un orgullo primigenio. Aunque no iba a dar a su padre la oportunidad de capitular tan fácilmente, no podía negar que necesitaba reivindicar su derecho a estar allí, algo que le había sido arrebatado.
Su padre no era ningún tonto,sin duda había contado con aquello al pedirle que acudiera a Grecia, pero él no iba a permitirle todavía descubrir que había ganado.
Mientras se desvanecía el entusiasmado aplauso tras el discurso, Damon comprobó que su cuerpo seguía hirviendo de deseo por la mujer a la que había dejado en el patio. Miró por las puertas, abiertas de nuevo, pero no la vio. Se irritó al pensar que ella tal vez se habría marchado, cuando él le había ordenado que esperara. Y de momento, se hallaba atrapado por los habituales aduladores, todos intentando conseguir algo de él.
Se moría de ganas de salir de aquel salón y terminar lo que habían empezado. Se encontraba en un momento crucial en su vida, y lo único en lo que podía pensar era en una camarera sexy que había tenido la temeridad de encenderlo, enfriarlo y volverlo a encender. La ira se apoderó de él, sorprendido. Nunca le había sucedido aquello. había encontrado mujeres dispuestas a todo para lograr su interés, pero no les había funcionado. El no perdía el tiempo con juegos. Las mujeres de su vida eran experimentadas, maduras... y conocían las reglas: nada de lazos emocionales, nada de juegos.
Pero cuando ella lo había mirado como si fuera un inexperto intentando aprovecharse de ella... se había puesto furioso. Nunca había sentido aquel deseo de demostrarle que estaba equivocada, de dejarle huella, ni la implacable necesidad de besarla de aquella manera... y luego, cuando había sentido que su inicial resistencia se desvanecía, y ella se excitaba en sus brazos, correspondiendo a sus besos con tanta pasión...
—Georgios no podía haber sido más obvio. ¿Así que estás listo para caer en la trampa, Salvatore?
Damon estaba tan sumido en sus pensamientos que necesitó unos segundos para que su mente regresara a aquella habitación. La multitud que lo rodeaba antes había desaparecido. Parpadeó y vio a Niklaus Mikaelson, el socio de su padre,mirándolo atentamente. Le caía bien: habían trabajado juntos con motivo de la fusión, aunque él lo había hecho desde Nueva York. Hizo un esfuerzo para recordar lo que Niklaus acababa de decirle. Se obligó a sonreír y bromeó.
— ¿Crees que voy a decírtelo, y que mi decisión la conozca toda Atenas por la mañana?
Klaus rió de buena gana. Damon intentó concentrarse en la conversación, aunque no dejaba de buscar un moño de sedoso cabello castaño. ¿Y si ella se había marchado? ni siquiera sabía su nombre.
—Me ha sorprendido verla aquí. He visto que te la has llevado afuera. ¿Le has pedido que se marche? — Comentó Klaus, sacudiendo la cabeza—. Debo admitir que tiene valor...
Damon se quedó helado.
— ¿A quién te refieres?
—A Elena Gilbert. La hija mayor de Tito. Es la camarera que ha derramado el vino sobre Bonnie Bennett, la que te has llevado fuera de la sala. Todos hemos creído que estabas diciéndole que se marchara —añadió Klaus, y miró alrededor—. Y no he vuelto a verla, así que no sé lo que le habrás dicho, pero ha funcionado.
Damon reaccionó instintivamente al oír el apellido Gilbert. Pertenecía al enemigo, representaba pérdida, dolor, humillación. Frunció el ceño, intentando comprender.
— ¿Era una Gilbert? Ari asintió.
— ¿No lo sabías?
Damon negó con la cabeza, intentando asimilar la información.
¿cómo iba a saber él quiénes eran los hijos de Tito Gilbert? no habían tratado directamente con la familia durante la fusión, que había sido lo que había precipitado su bancarrota. Había sido una venganza limpia, pero en aquel momento le pareció insuficiente, tras haber conocido a una de ellos. Tras haber besado a una de ellos.
Se sintió enormemente vulnerable: si Klaus la había reconocido, seguramente otros también. Él la había sacado con la idea de quedarse a solas con ella y explorar su atracción mutua, sin saber quién era. La furia se apoderó de él. ¿Habría ella planeado algún incidente? ¿Con sus enormes ojos azules, y luego fingiendo que no lo deseaba? su reacción de sorpresa en la piscina se debía a que lo había reconocido, no a la atracción que él había creído advertir. Esa idea lo enfureció. Nunca se había sentido tan expuesto...
¿La habría enviado su padre, como parte de un plan? se tensó en repulsa de esa idea. Y justo vio a su padre acercándosele con un grupo de hombres. no tenía tiempo para procesar lo ocurrido, se dijo, y durante el resto de la noche, tuvo que fingir, sonreír y ocultar que lo que en realidad deseaba era quitarse la pajarita y la chaqueta, encontrar a Elena Gilbert, y obtener algunas respuestas.
Una semana después. Nueva York
Damon contempló las vistas de Manhattan desde su despacho, sin verlas realmente. Lo único que veía desde que había regresado de Atenas era el rostro angelical de Elena Gilbert con los ojos cerrados, justo antes de besarla. Se burló de sí mismo. Elena. Que nombre más adecuado.
Se obligó a dejar de pensar en ella y en Atenas. No se lo había confesado a nadie, y menos aún a su padre, pero esa ciudad había cambiado algo fundamental dentro de él. Aunque había nacido y crecido en Nueva york, nunca le había llamado la atención. Sólo era una selva de rascacielos.
Incluso, había telefoneado a su amante aquella misma mañana, después de haberla evitado durante toda la semana, algo poco usual en él, y había roto con ella. Aún tenía su chillido grabado en el tímpano, pero en el fondo había experimentado alivio.
Elena. Le irritaba la facilidad con la que ella invadía sus pensamientos. No había podido ir en su busca debido a una crisis en su empresa matriz; crisis que tenía aspecto de ir a durar varias semanas, para irritación suya, pero que no estaba logrando hacerle olvidar a aquella mujer. No estaba acostumbrado a que le sucediera eso, y menos aún cuando ni siquiera se habían acostado.
Hervía de ira. Era la primera vez que se sentía como un tonto, y no iba a permitirlo ni un momento más. Elena Gilbert estaba jugando con fuego si creía que podía tomarle el pelo a un Salvatore. A él. ¿Cómo se atrevía, más aún después de todo lo que su familia le había hecho a la de él? ¿Y en la noche de su presentación en la sociedad ateniense?
El descaro de ella lo conmocionó de nuevo. Obviamente, los Gilbert no aceptaban dejar tranquilo el pasado. ¿Querían avivar la vieja enemistad o, peor aún, pelear a muerte hasta volver a quedar sin rival?
Frunció el ceño. ¿Contarían con el apoyo de miembros de la élite de la antigua atenas? tal vez debía preocuparle la amenaza... y entonces, se reprendió a sí mismo. Quizás el hecho de que Elena hubiera estado allí aquella noche no fuera más que una coincidencia.
Una vocecita le pinchó: ¿también era coincidencia que, de toda la gente presente, ella fuera la única en la que se había fijado? apretó los puños. No iba a permitir que ella se saliera con la suya.
Sacó su teléfono móvil e hizo una llamada concisa. Al terminar, volvió a contemplar las vistas. Acababa de dar una noticia trascendental, sin alterarse: iba a regresar a Atenas y a hacerse cargo de Salvatore Shipping. Lo invadió un cosquilleo.
La idea de ver de nuevo a Elena Gilbert, y obligarla a que se explicara, hizo que le hirviera la sangre. Apretó la mandíbula, conteniendo la impaciencia que le urgía a poner en práctica su decisión e ir ya mismo. Pero antes, debía solucionar la crisis de su negocio de Nueva York. Esperaría el momento oportuno, y mientras tanto tendría que aplacar aquella urgencia de marcharse. Se dijo a sí mismo que Elena Gilbert no influía en su decisión; aunque iba a ser uno de los primeros asuntos que atendiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario