CAPITULO
4
Lo
siento, querida, pero ya sabes cómo son estos granjeros. Si Harry Forbes dice
que quiere hablar conmigo sobre su testamento, eso quiere decir hoy o nunca.
Tendré que ir.
— Pero
se supone que íbamos a visitar esos edificios con los demás —se lamentó Elena,
quien había persuadido a su padre de que la acompañara.
Ante la
opción de humillar su orgullo y pedir a Damon que la llevara en su auto, o
tomar el coche de su madre, no había mucho de donde escoger en realidad, se
dijo la joven con amarga ironía.
Sabiendo
que, debido a su desviación en la ruta para recoger a Lady Anthony y Amanda, Damon
tendría que salir temprano, Elena esperó hasta ver que su auto descendía por el
camino vecinal, antes de sacar de la cochera el auto de su madre, un pequeño
Renault.
Por suerte,
el coche respondió al primer intento y fue relativamente fácil de maniobrar. De
cualquier manera, condujo con extrema precaución mientras avanzaba por el
sendero cubierto de hielo.
Hacía un
frío terrible ese día, y el viento del este flagelaba la piel. El cielo estaba
gris y cubierto de nubes de tormenta, y Elena se alegró de haber llevado
consigo el abrigo de zorro con capucha que Taylor y Bonnie le habían regalado
la Navidad anterior. Lo miró mientras se abría paso entre las angostas calles
de Setondale.
Debió
haber adivinado entonces lo que Taylor tenía en mente. Era un regalo demasiado
extravagante para una simple asistente, sin importar cuánto apreciara su
desempeño profesional, pero aunque e! regalo la había sorprendido, nunca se le
ocurrió que sería el preludio para el cortejo de su jefe.
Encontró
con facilidad las casas, estacionó el Renault a un lado del camino y se puso el
abrigo antes de apearse del auto. Por comodidad, se había puesto unos
pantalones holgados y botas altas. L piel color ámbar de la capucha, que había
alzado para protegerse del viento, resaltaba a la perfección su cabello rojizo.
Temblando causa del viento helado, cerró con llave el auto y metió las manos en
los bolsillos del abrigo, antes de encaminarse a los edificios.
Peter
Bryant y el alcalde, John Howard, ya estaban allí y la saludaron cordialmente.
Pero el señor Bryant la miró de una forma que ella había aprendido a reconocer
durante sus años en Londres; sin embargó, ocultó su malestar tras una sonrisa
amable, aunque distante y se apartó del hombre; al volverse de improviso,
tropezó con Damon quien llegaba en ese momento.
Las
palabras de disculpa se ahogaron en su garganta.
El
viento le arrancó la capucha de la cabeza y revolvió sus rebeldes rizos,
cubriendo con unos mechones rojizos su rostro. Alzó una mano, impaciente, para
apartarlos y descubrió que estaba tan cerca de Damon que si daba un solo paso,
sus cuerpos entrarían en estrecho contacto. Más allá de él pudo ver a Lady
Anthony con su ahijada; ésta la miraba con los labios apretados y sus ojos eran
como dardos de hielo azul. Elena se dijo que era el frío lo que la hacía
temblar de esa manera, sintiéndose de repente vulnerable e insegura.
--¿Estas
bien?
Aun a
través de la gruesa barrera de su abrigo, Elena pudo sentir la presión de los
dedos masculinos en su brazo, sosteniéndola.
Aspiró
una bocanada de aire y casi se sofocó. Por alguna razón, le era imposible
mirarlo a los ojos y, al mismo tiempo, no podía dejar de contemplar su rostro. Damon
se había cortado al rasurarse, y los dedos de la joven ansiaron tocar esa
pequeña herida. Tenía la boca reseca. Se mordió el labio inferior, con
nerviosismo,, y entornó las pestañas para ocultar la expresión de sus ojos del
escrutinio de Damon.
—Es muy
lindo tu abrigo, Elena.
La joven
agradeció a Lady Anthony que rompiera el tenso silencio con ese comentario y
retrocedió un paso.
— Sí. .
. sí. . . fue un regalo.
— ¿De
tus padres? —preguntó Amanda con lo que a Elena le pareció descortés
curiosidad.
Educada
para no mentir, le fue imposible hacerlo.
—No..
.,en realidad fue un obsequió de mi ex jefe. Estuvo a punto de agregar: “y de
su esposa”, pero no tuvo oportunidad de hacerlo porque antes que pudiera
continuar Amanda comentó con malicia:
—Caramba,
sin duda te apreciaba mucho. Por supuesto, una se entera a veces de algunos
jefes que obsequian a sus secretarias con lujosos abrigos de pieles, pero
siempre creí que eso no sucedía en la realidad.
Hubo un
breve e incómodo silencio durante el cual, Elena hubiera dado el mundo entero para
no mirar al rostro de Damon. Leyó la reprobación en sus ojos y adivinó lo que
pensaba. Lo peor era que la terrible insinuación de Amanda tenía algo de
verdad. Taylor había querido seducirla, aunque ella fue tan ingenua que no se
percató de ello sino hasta que no pudo hacer algo respecto al abrigo. Jamás se
había puesto a pensar en lo costoso del obsequio, pues después de todo, Taylor
y Bonnie eran extravagantemente generosos, de manera que ella aceptó el ‘regalo
sin hacerse mayores cuestionamientos
Sin
embargo, no podía explicar todo eso a Damon y, de cualquier manera, ¿por qué
tenía que hacerlo? Se apartó de él y fue a reunirse con los demás, quienes no
habían escuchado la conversación. ¿Qué diablos le importaba lo que Damon Salvatore
pensara de ella?
—Damon,
querido, entremos; hace un frío espantoso aquí afuera —enlazando un brazo con
el de Damon, Amanda pasó junto a Elena, con una sonrisa de triunfo en los
labios.
Una vez
en el interior de la casa, la secretaria apartó a Damon de su mente y trató de
concentrarse en su tarea. Había llevado con sigo una libreta y escuchaba con
atención mientras el médico explicaba sus planes respecto a los dos edificios.
—Sería
imposible hacer todo lo que queremos de inmediato, mas las posibilidades son
éstas: contamos, además de las casas con más de media hectárea de terreno, lo
que bastaría para extensiones y estacionamiento.
Visitaron
las dos casas de arriba abajo, mientras Elena tomaba notas. Damon sabía con
exactitud lo que quería y tuvo la habilidad de expresarlo de manera que lo
entendiera cualquiera con familiaridad y, contra su voluntad, la joven se
encontró animada por el entusiasmo del médico ante ese proyecto. No cabía duda
de que era un plan meritorio y los demás pensaban lo mismo.
Ocupada
en tomar notas, Elena no se percató de que Damon y ella se habían quedado solos
en uno de los cuartos, sino hasta que alzó la mirada y lo vio estudiarla con
una expresión pensativa, casi melancólica.
— Debe
conocerte muy bien para haber escogido esto para ti —Damon alargó los dedos para
tocar la suave piel del abrigo—. Nunca creí que llegarías a convertirte en una
mujer capaz de enredarse con un hombre casado, Elena. Pensé que tendrías
demasiado orgullo para eso.
El
corazón le dolió por el esfuerzo que tuvo que hacer para no decirle que estaba
equivocado, que no era amante de Taylor, pero Damon tenía razón respecto a una
cosa: tenía mucho orgullo. Demasiado para dar explicaciones a cualquier hombre
y, especialmente, a él.
—Ah,
aquí estás, Dam querido. Mi madrina ya desea irse. Queremos que nos hagas el
favor de quedarte a cenar con nosotras. Estoy de verdad fascinada con lo que
piensas hacer aquí, aunque, en realidad te estás desperdiciando en un
pueblecito como éste. Deberías ejercer en Harley Street, en Londres.
Charlando
con animación, Amanda se lo llevó consigo. A pesar de su abrigo de pieles, Elena
sintió un frío intenso. Tembló con una mezcla de indignación y angustia. El
abrigo la envolvía como una mortaja. . . ¡como una prisión La condenaba y de
repente, sintió un profundo odio por la prenda.
En
realidad, Damon se había equivocado en una cosa: Bonnie era quien había
escogido el color, no Taylor.
Fatigada,
con el ánimo en el suelo, siguió a los demás hacia la calle. La temperatura
había descendido aún más y ya estaba oscureciendo. Abrió el auto y se deslizó
al interior; encendió el motor y vio que el coche de Damon ya no estaba allí.
Condujo
a casa lentamente, oprimida por una tensión que la obligaba a prestar toda su
atención a lo que hacía. Entró al sendero rural y suspiró con alivio, pero el
aliento quedó atrapado en su garganta cuando perdió el control del volante, el
cual giraba por su cuenta como movido por una mano invisible, hasta llevar al
coche a un costado del camino para hundirse luego en una zanja.
Le llevó
varios minutos darse cuenta de lo que había sucedido y luego, toda una
eternidad mientras pugnaba, desesperada, por librarse del cinturón de
seguridad. Fue en vano. Horribles imágenes del auto, envuelto en llamas, con
ella atrapada adentro, la asaltaron hasta que de improviso, la puerta del coche
se abrió con violencia y dos firmes manos se alargaron hacia ella, librándola
del cinturón para arrastrarla al exterior.
Alzó la
mirada hacia su liberador, aturdida sin saber distinguir entre la alucinación y
la realidad, y el nombre escapó de sus labios en un Susurro:
—Damon.
. . ¿qué?.
—No
trates de hablar, no en este momento —las manos del médico se movieron,
expertas, sobre el cuerpo de la joven; eran clínicamente exactas en sus
movimientos y sólo cuando se aseguró de que nada estaba dañado, pareció
relajarse un poco.
—El auto
patinó y…
— Ya lo
sé —repuso él con voz calmada, amable—. Yo venía detrás de ti. Gracias a Dios
que no te rompiste un hueso, por lo menos. ¿No te golpeaste la cabeza?
—No. . .
creo que no.
— Te
llevaré a la vicaría, para revisarte como es debido,
—No,
quiero irme a casa.
—¿Con
ese aspecto? —la reprendió Damon —. ¿Qué crees que va a pensar tu mamá al verte
entrar así, en esas condiciones?
Ella
bajó la mirada hacia su cuerpo y luego la alzó de nuevo, con perplejidad.
No
discutas, Elena.
— Pero,
el coche…
— Pediré
a los del garaje que vengan a recogerlo. Ahora ven, protejámonos de este viento
endemoniado.
Ella
intentó caminar, pero el médico, ahogando una maldición la levantó en brazos
con facilidad, como si fuera una pluma.
— Damon.
—No
hables —aconsejó él, con voz tensa.
El auto
del doctor estaba detenido a pocos metros del de la joven. Damon abrió la
puerta trasera y la deposité, con cuidado, en el asiento. Elena miró por encima
del hombro masculino y vio que había comenzado a nevar.
—Está
nevando —anuncié con voz débil.
—Ya lo
noté.
La chica
no podía explicar el motivo del tono sarcástico de su rescatador, y las
lágrimas le provocaron escozor en los párpados; se le formó un nudo en la
garganta. Estaba sufriendo un shock, se dijo, pero percatarse de esto no disipó
el dolor que le atenazaba el pecho, y se replegó cuando él se inclinó sobre
ella, como si estuviera retrocediendo de alguien que pretendía atacarla.
Lo oyó
mascullar una maldición, y luego escuchó el ruido de la puerta al cerrarse, con
violencia.
Cerró
los ojos y trató de no echarse a llorar. La puerta del conductor se abrió y el
auto osciló un poco. El motor cobró vida y Elena se puso tensa cuando Damon lo
puso en marcha.
La joven
vio el coche de su padre estacionado fuera de la casa cuando pasaron frente a
ella, pero Damon no se detuvo y Elena no halló fuerzas para protestar. Pudo oír
que la grava del sendero que llevaba a la vicaría crujía bajo las ruedas del
vehículo, mientras enfilaban hacia el edificio y, un momento después, el auto
se detuvo. La joven se incorporé y alargó la mano hacia la puerta.
—Espera
—dijo Damon, Volviéndose en su asiento—. No quiero que te levantes hasta que te
haya revisado bien. Te llevaré en brazos a la casa.
Ocho años
antes, hubiera estado delirante de placer ante la idea de ser llevada en brazos
por él, mas ahora, todo lo que sentía era aprensión, y un leve dolor que no
tenía una explicación lógica.
—Creí
que irías a cenar a la casa de Lady Anthony.
Cuando
él se inclinó para tomarla en brazos y sacarla del coche, Elena se sintió
abrumada por su reacción ante la proximidad de sus cuerpos. Una sensaci6n de
agudo pánico la asaltó y tuvo que forzarse para respirar con normalidad.
—Pues te
equivocaste —el tono cortante de Damon la conmino a no abundar en el tema.
Podía
sentir los copos de nieve que le caían sobre el rostro mientras él la llevaba
al interior. El médico hizo una pausa para abrir la puerta; la cambió de
posición en sus brazos, de manera que, por un instante el rostro de la joven
quedó contra el cuello viril. Elena pudo percibir el aroma masculino de su
piel; de inmediato, su cuerpo se puso tenso y su cara se deformó en una
expresión de rechazo que él interpretó como un gesto de dolor, cuando empujó la
puerta con el pie y encendió la luz del vestíbulo.
—¿Qué
sucede?
Ella no
pudo hablar, sólo se limitó a mover la cabeza. Damon entró con ella en brazos a
la biblioteca, y la deposité en un mullido sofá de piel.
—No te
muevas de aquí, iré a llamar por teléfono a tu padre para explicarle lo
sucedido. Luego regresaré para revisarte.
Antes de
irse, se inclinó para encender la leña preparada en la chimenea. Elena vio
danzar las llamas y las escuchó crepitar mientras esperaba su regreso; todavía
sufría el shock del accidente, se dijo, incapaz de admitir que el impacto mayor
no se debía a eso, sino a la proximidad de Damon y a la aceptación de lo que su
cercanía estaba provocando en ella.
El
médico regresó a los pocos minutos, con aire sombrío.
— Le
dije a tu padre que no hay de qué preocuparse, pero por el bien de tu madre,
ambos convinimos en que es preferible que te quedes aquí esta noche. Le dirá a Katherine
que pasé por ti para invitarte a cenar. Si vas a tu casa con el aspecto que
tienes ahora, podrías causarle una recaída — se acuclilló frente a ella y la
despojó de sus botas con facilidad, antes que Elena pudiera protestar. El calor
de la palma de su mano, sostenerle el arco del pie, los largos dedos rodeándole
el tobillo, hicieron que el corazón de la joven latiera al doble de su ritmo
normal.
— Temo
que tendrás que quitarte esto también — dijo Damon al incorporarse, indicando
los pantalones.
La
expresión de Elena se congeló y supo que no habría modo de que hiciera lo que
él le pedía. En efecto, era médico, pero seguía siendo Damon, se recordó con
espanto. Sabía que su actitud era tonta, pero por una razón desconocida, no
quería que su amigo observara su cuerpo con la misma indiferencia clínica con
que la había estudiado antes.
—Estoy
perfectamente —declaró y, para demostrarlo, se puso de pie y dio algunos pasos
tentativos, antes de comenzar a temblar y volver a desplomarse en el sofá.
Damon la
miró con irritación creciente.
—¿Qué
sucede, Elena? — inquirió con severidad—. ¿No pensarás que pretendo
aprovecharme de la situación?
La joven
se sonrojó.
—No seas
ridículo —su voz le pareció extraña y densa al emitirla, casi como si estuviera
sofocada por la cercanía de las lágrimas. Volvió la cabeza y agregó, con
dificultad—: Sé muy bien que no te intereso como mujer.
No pudo
verlo, pero percibió su perplejidad en el silencio que siguió a sus palabras.
Por fin, tuvo que volverse a mirarlo y se encontró con el intenso brillo de
incredulidad en los ojos masculinos.
— ¿De
veras es eso lo que piensas? —se acuclilló de nuevo ante ella y le tomo el
rostro entre las manos para que no pudiera esquivar su mirada —-. ¿Eso crees?
Ella
pugnó por mover la cabeza, pero no lo consiguió. Se pasó la punta de la lengua
por los labios resecos.
—Me has
rechazado y agredido desde que regresaste a casa. Yo pensaba que era porque. .
. —Damon se interrumpió y sacudió la cabeza—. Elena. . ¿Qué ha sucedido entre
nosotros ¿Qué anda mal?
Ella no
pudo dejar de notar el tono seductor de su voz. La había herido una vez, tan
profundamente que ella nunca logró recuperarse. ¡Tenía que recordar eso!
Se
retorció bajo la mano masculina y él la soltó de inmediato, con expresión
adusta.
—No se
qué clase de juego estás haciendo conmigo Damon
—dijo
ella — Ya me humillaste una vez y no voy a dejar que lo hagas de nuevo. Tal vez
puedas actuar como si nada hubiera sucedido. . . como si no me hubieses acusado
virtualmente de ser una golfa, una cualquiera —el rubor cubría ahora sus
mejillas y los ojos le brillaban por las lágrimas no vertidas, mientras su
cuerpo temblaba de dolor.
Perdió
la voz y, como sabía que estaba próxima al llanto, apretó los puños con fuerza
y volvió el rostro hacia el respaldo del sofá para evitar el escrutinio de Damon
Lo oyó
ponerse de pie y caminar hasta detenerse ante la chime nea, bloqueando su calor.
Luego, el médico se movió y ella lo escuchó decir, con voz ahogada:
— No
tenía idea de que te sentías así. ¡Por Dios, Elena, no puedes guardarme rencor
por eso, todavía ¿Qué podía hacer yo? —lo escuchó acercarse y se replegó, pero
él no la tocó; sin embargo, su voz se endureció al agregar — ¡Eras una
niña! — exclamo casi con angustia.
Ella se
incorporó para mirarlo a la Cara.
—Tenía
diecisiete años — declaró con amargura
—Como
dije, una niña
La miró
con severidad y luego masculló algo inaudible
---Una niña
muy provocativa quizás… pero una niña de cualquier manera.
Era ella
quien debía estar enfadada no él, se dijo sin comprender la ira del medico. De
repente este la tomó de los hombros y la hizo volverse hacia la luz de la
chimenea.
— Tal
vez tengas ocho años más, Elena, pero eso no parece haberte hecho madura. Has
conservado tu rencor y tu amargura, sin tratar de entender mi punto de vista.
¿Qué diablos podía hacer yo? ¿Qué pensarías ahora de mi si hubiera aceptado tu
ofrecimiento? ¡Dime! ¿Qué pensarías?
Era algo
que nunca se le había ocurrido y sus ojos se dilataron cuando él la obligo a
enfrentar la realidad de lo sucedido en el pasado. Ahora, a los veinticinco
años, ¿qué pensaría de un hombre, de ésa misma edad, que se aprovechara del
enamoramiento de una chica inexperta de diecisiete para saciar su deseo?
Perpleja,
aturdida, se dejó caer contra el brazo del sofá, como una muñeca de trapo,
cuando él la soltó de improviso.
—Jamás
trataste de ver la situación desde mí punto de vista, ¿verdad? — Damon recorría
el salón de uno a otro lado, con el rostro vuelto hacia la oscuridad—. ¡No
puedo creer que hayas guardado este rencor contra mí durante tantos años! Sé
que debí lastimarte, Elena, pero no me quedaba otra opción. . . ¿no puedes
entenderlo? ¡Estaba asustado por ti; eras tan inocente, tan ingenua! No tienes
una idea de. . . —hizo una pausa, tenso, y se pasó la mano por el cabello—. No
estoy en el estado de ánimo adecuado para profundizar en esto ahora, pero: no
imaginaba que te sentías así —sacudió la cabeza con profunda incredulidad.
—¿Y a
ti, qué te importa lo que yo pudiera sentir? —replicó Elena, entre dientes con
voz apenas audible, pero Damon la escuchó, pues la tomó dé los brazos y la hizo
incorporarse hasta que dar a unos centímetros de él.
— ¡Claro
que me importa, con mil demonios! — rugió—. ¿Crees, por un instante, que si
entraras ahora y te me ofrecieras como aquella vez, podría rechazarte?
Elena lo
miró con estupor. Hurgó en su rostro en busca de señales de ironía y sólo
encontró angustia y. . . deseo.
Fue como
si la hubiera golpeado un puño de acero en el pecho.
¡Damon
la deseaba!
Abrió la
boca y volvió a cerrarla; y luego lo oyó decir, con voz densa, extraña.
— Vuelve
a hacer eso —y la boca de la joven se abrió, de forma instintiva, para absorber
el calor de la boca masculina cuando él la besó con una avidez contra La que
ella no tuvo defensa alguna.
Lo oyó
murmurar contra sus labios:
—No
sabes cuánto he deseado hacer esto, Elena. Incluso entonces; ¡que Dios me
perdone! Te deseo, Elena. Quisiera llevarte arriba conmigo para hacerte el amor
hasta….
Ella
reaccionó en ese momento, con escandalizado horror. Trató de retroceder y
sacudió la cabeza.
—¿Qué
sucede?
Ella lo
apartó de sí y volvió a negar con la cabeza. Al hacerlo, lo vio fruncir el ceño
y dirigir la mirada hacia el abrigo de piel.
— Ya
entiendo, estás pensando en él, ¿verdad? —sus labios se endurecieron y sus ojos
se ensombrecieron por la amargura-Tendrás que perdonarme, olvidé que estabas. .
. comprometida con otro.
Habría
sido la cosa más fácil del mundo decirle que se equivocaba, pero su último
resto de sensatez se lo impidió. Damon la deseaba, lo había dicho y sólo Dios
sabía cuánto lo había deseado a su vez. En el momento en que su boca tocó la de
ella, se dio cuenta de cuán intensamente ansiaba sus caricias; ocho años de
rencor nada habían cambiado. Reconoció desde el momento en que sus labios se
unieron, que todavía lo amaba; pero esa vez no era el amor de una niña, sino el
de una mujer.
Una
parte de ella no podía, creerlo; no quería creerlo y no obstante, era cierto.
Tuvo que esforzarse para controlar la risa histérica que se agolpaba en su
garganta.
—Más
vale que te lleve a casa.
Ella no
puso objeción y lo dejó escoltarla a la puerta, con los labios todavía palpitantes
por la presión del beso. Su cuerpo vibraba Con mayor intensidad que c1 deseo
ligero despertado, alguna vez, por Taylor.
¡Qué
irónico era el destino! Casi podía reír ante la absurda suposición de Damon de
que Taylor era su amante, pero mientras siguiera creyendo eso, estaría segura.
Si él
descubría, alguna vez, que ningún hombre la había tocado aún, que ninguno la
había excitado de la forma en que él la estimulaba, entonces estaría perdida.
Perdida, porque Damon la tomaría sólo por deseo, y eso era algo que Elena no
podría soportar.
Cuando
era adolescente, creyó que si un hombre tenía una relación física con una
mujer, eso era señal inequívoca de que la amaba. Pero ahora era adulta, ahora
sabía que no siempre sucedía así. El médico no había dicho que la amaba y no
podría entrega a Damon sabiendo que; aunque ese hombre era todo en la vida para
ella, para él sólo sería una mujer a la que había deseado durante muchos años.
Damon la
llevó a su casa en silencio y estacionó el auto cerca de la puerta.
—No, no
entres conmigo —se apresuró a decir Elena después de abrir la puerta y, para su
alivio, él regresó al coche y se marchó, dejándola que enfrentara sola el
asombro de su padre al verla regresar más temprano de lo esperado.
genial¡ espero el próximo¡ >^.^<
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