Capítulo 08
Elena
se puso el camisón y se miró de
arriba abajo. La prenda, de satén y
encaje, era muy bonita, pero se sentía vulnerable y casi desnuda. Sus pechos habían
crecido mucho desde que se quedara embarazada y su vientre le impedía llegar a verse los pies.
Suspiró y se quedó mirando la puerta. Damon la esperaba
en su habitación, pero le costaba
dar ese paso. Confiaba en él,
pero no podía decir
lo mismo de ella.
Se
sentó en la cama. Tenía muchas
dudas y se dio cuenta de cuánto habían
cambiado las cosas entre los dos. Siempre había
sido desinhibida con Damon.
Recordó la infinidad de veces que
había sido ella la que había
iniciado un encuentro
sexual. Damon solía trabajar con el ordenador portátil en la cama y ella lo incitaba y tentaba hasta que
conseguía acaparar toda su atención y que se olvidara del trabajo.
Pero habían pasado
muchas cosas desde entonces y ni
siquiera se atrevía a ir a su
dormitorio.
Damon
llamó a la puerta y la abrió unos
centímetros.
–¿Todo
bien?
Asintió
con la cabeza y él se le acercó y se
sentó a su lado en la cama. No dijo
nada. Se limitó a colocar la mano sobre
su regazo y a esperar a que ella la tomara. Después
de unos segundos, lo hizo. Damon se puso entonces de pie y tiró
suavemente de ella.
–Los
dos estamos cansados. Será mejor que
nos acostemos ya. Nos preocuparemos del mañana cuando llegue.
Ese Damon
parecía distinto al que había conocido. Antes, solía planearlo todo. Tenía
listas, agendas llenas y calendarios con
anotaciones por todas partes.
La
llevó de la mano hasta su dormitorio y
la dejó en la cama. Después, se apartó
un poco, como si pudiera intuir que ella necesitaba algo de
espacio. Suspirando, se metió entre las sábanas y se colocó
de lado y de espaldas a él.
Sintió
que se hundía un poco el colchón cuando Damon
se metió en la cama. Pocos segundos después, estaba abrazándola.
Rodeó su cintura con un brazo y la
atrajo más hacia su cuerpo.
Le
entraron ganas de llorar al verse así.
Lo había echado mucho de menos.
–No existe el pasado
–le susurró Damon al oído–. Sólo nosotros y el presente.
Suspiró al oírlo.
Se dio cuenta de que había sido
estúpido tratar de fingir que ese pasado
no existía cuando los dos lo
podían sentir, era un muro que los separaba y del que no conseguían
librarse.
Damon
la besó en el cuello y se acercó un poco
más a ella. Después, bajó la mano hasta
su vientre. Era un gesto dulce y amargo al mismo tiempo. No podía olvidar lo que había
ocurrido y lamentaba que no hubieran
podido estar así desde el principio.
–Relájate y duerme, Elena. Sólo quiero abrazarte.
Y se
dio cuenta de que eso era lo que quería ella también.
Cuando
Elena abrió los ojos, pensó que
estaba muy cómoda y muy a gusto. Tardó unos segundos en darse cuenta de
que estaba encima de Damon.
Tenía la mejilla
apoyada en su hombro y una pierna encima de él. Recordó
que así era como solía despertarse cada
mañana cuando vivían juntos. Le
avergonzó verse así y trató de
apartarse, pero Damon no se lo permitió.
–No te
muevas. Me gusta tenerte así –le dijo él. Elena levantó la cabeza para mirarlo.
Imaginó que ya llevaba despierto algún
tiempo.
–Hay
una cosa que no ha cambiado, sigues estando preciosa cuando te despiertas por la mañana –le susurró Damon.
Le
pareció que hablaba con sinceridad y, sin pensar en lo que
estaba haciendo, le dio un
beso. Al principio, Damon mostró
cierta sorpresa, pero pareció gustarle que tomara la iniciativa. No se movió mientras
ella le besaba la boca.
Poco a
poco, fueron separando los labios y el
beso se hizo más íntimo y apasionado,
entrelazando las lenguas y dejándose
llevar por el momento.
Damon
la abrazó con fuerza y sintió
que le costaba respirar.
Antes
de que se diera cuenta de lo que
había pasado, él la había hecho girar
y estaba tumbada boca arriba en el colchón. Damon había colocado la rodilla entre sus piernas
mientras devoraba su boca. Había
tanta pasión y tanta
necesidad que se quedó sin aliento. Los besos eran tiernos y, al minuto siguiente, ardientes y
apasionados.
Con
una mano, Damon le desabrochó los dos botones del
escote. La tela del camisón se
abrió, dejando sus pechos al descubierto.
Le faltó tiempo para acariciarlos y
cubrir uno de los pezones con la boca.
Se
estremeció al sentirlo y comenzó a retorcerse de placer. Llevó las manos a la cabeza
de Damon y le agarró el pelo
para que no se
moviera de allí, para que siguiera
haciéndole lo que le estaba haciendo.
Después de deliciosos segundos de
placer, Damon dejó de jugar con sus pezones para mirarla a los ojos y lo que vio en su mirada
la dejó sin aliento.
–Quiero
hacerte el amor, Elena. No sabes cuánto
te necesito, pero no es mi intención empeorar las cosas entre nosotros.
Tienes que desearlo tanto como yo –le dijo él.
–Lo
deseo más aún –le confesó ella. Y era
verdad.
Pudo ver en sus ojos cuánto le gustaba oírlo
y la besó apasionadamente.
Después, dejó de besarla y se separó
de ella, abrazándola con ternura,
como si fuera una
valiosa pieza de cristal que temiera romper. La miró de arriba
abajo, casi como si la viera por primera vez. Después, abrió poco a poco
su camisón y fue bajándolo hasta dejarlo a la altura de su abultado vientre. Le
ayudó a levantar las caderas y terminó
de quitárselo.
Se sentía
muy vulnerable sólo con la
ropa interior. Damon le acarició la barriga.
–Nuestro
bebé –susurró emocionado.
Se
agachó y le besó el vientre con
ternura. Se le llenaron los ojos de lágrimas al verlo, tenía un nudo en la garganta.
–Es
preciosa –murmuró Damon–. Siento no
haberla visto crecer y ver cómo iba
cambiando tu cuerpo. No sabes lo sexy que eres.
–¿Tú
también crees que es una niña?
–Creo
que sí, no sé por qué. La verdad es que
no me importa. Sólo quiero que estéis los dos bien.
Damon
bajó la mano por su vientre hasta deslizarla entre sus piernas. Se
sobresaltó al sentir sus íntimas
caricias y no tardó en
comenzar a gemir poco después.
–Me
encanta verte así, siempre me ha gustado…–susurró Damon.
No
podía dejar de retorcerse mientras él seguía
acariciándola. Estaba a punto de alcanzar
el clímax.
Sentía mucha impaciencia, deseaba sentirlo en su
interior, pero tampoco quería detener
esa dulce tortura.
–Separa las piernas –murmuró Damon.
Hizo
lo que le pedía. Vio que él la miraba con
ardiente deseo y después bajaba por su cuerpo y volvía a acariciar su
parte más íntima. Fue separando con
delicadeza los pliegues de su piel
y se quedó sin aliento al ver que
comenzaba a recorrer cada centímetro
de su sexo con la lengua. Se estremeció
con fuerza al sentirlo en su clítoris, excitándola con leves caricias que le
hicieron ansiar muchas más. Cerró los
ojos y agarró con fuerza la sábana.
Era un cúmulo exquisito de
sensaciones. No había nada igual,
era indescriptible, intenso, maravilloso.
Apenas podía
soportarlo. Era una oleada de placer detrás de otra, no podía dejar de gemir ni gritar, le faltaba el aire. Levantaba las caderas al ritmo
que Damon marcaba con sus dientes y su lengua.
Fue
increíble.
Cuando
por fin recuperó el aliento y el sentido
común, levantó la cabeza y vio que
Damon la miraba con satisfacción.
Se estremeció al verlo así, sintió que era suya y él lo sabía.
Se
incorporó y, sin dejar de mirarla, se deslizó en su interior y consiguió
llevarla de nuevo al orgasmo.
Damon
comenzó a moverse sobre ella y notó
que también él estaba a punto de alcanzar el clímax.
–No
puedo más, cariño. Lo siento –gimió él–.
Es demasiado increíble y ha pasado
tanto tiempo desde la última vez…
Lo
abrazó con fuerza,
pero Damon seguía apoyándose
con las manos en el
colchón, como si temiera hacerle daño a ella o al bebé.
La
besó de nuevo, apasionadamente, casi con
desesperación y se estremeció de placer
entre sus brazos.
El
sexo siempre había sido maravilloso con Damon, pero no solía perder el control con tanta facilidad.
Cuando
terminaron, se quedaron como estaban
durante unos deliciosos minutos, tratando de recuperar la
respiración. Le encantaba estar tan cerca de él. Giraron hasta quedar los dos de costado
en la cama, con
las piernas y los brazos
enredados y su miembro aún dentro de ella.
Respiró profundamente, disfrutando del aroma de Damon.
Le habría resultado muy fácil olvidar
que habían estado separados
durante seis meses y no pensar en cuánto
había sufrido y lo sola que se había sentido.
Era fácil imaginar que habían seguido
juntos y que estaban en casa, juntos
en la cama.
Y,
aunque sólo fuera durante unos minutos,
decidió dejarse llevar por esa fantasía.
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