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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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17 diciembre 2012

El Marqués Capitulo 20


CAPITULO 20

Elena estaba esperando pacientemente en el salón cuando Damon regresó. Le hizo señas para que fuera con él y ella se levantó y lo siguió, reparando en que su expresión seguía siendo sombría y algo aprensiva.

La condujo sin mediar palabra hasta una sala de un rabioso color rojo. Una vez dentro, Damon se acercó al clavicordio, tocó algunas notas concretas en el instrumento y, para asombro de la joven, la estantería que ocupaba la pared rotó hasta abrirse, dejando ver otro oscuro pasadizo secreto.

—Vamos.

Elena se adentró en el laberinto tras él y juntos se dirigieron de nuevo a la escalera por la que habían subido.
En esta ocasión su marido iba delante para ayudarla en caso de que se resbalara. Una vez abajo, Elena se encontró nuevamente en la misteriosa cámara de piedra debajo de Dante House.

—Puedes sentarte si así lo deseas. —Damon señaló hacia la tosca mesa de madera—. ¿Te apetece beber algo?

Sin esperar respuesta, le sirvió una copa de vino tinto de la polvorienta botella que había sobre la mesa. Ella la aceptó sin decir nada, tal vez él creía que iba a necesitarla. Luego Damon la miró durante largo rato.

—¿Recuerdas cuando me preguntaste sobre lo que Stefan dijo acerca de que desaparecí cuando éramos críos?
Ella asintió despacio.

—El colegio al que me enviaron sí se encuentra en Escocia, pero no es una academia normal y corriente.

La joven lo miró fijamente mientras contenía la respiración. Damon escrutó sus ojos.

—Pertenezco a una orden de caballería hereditaria que recibe el nombre de San Miguel Arcángel. —Señaló el mosaico del suelo—. Estoy seguro de que conoces su historia: el ángel guerrero de Dios que expulsó a Satanás del cielo con su espada flamígera. El castillo en Escocia es, en realidad, el cuartel general de la Orden, y ahí es donde me enviaron para cumplir un juramento hecho por el primer lord Rotherstone.

—¿El propietario original de la espada que se exhibe en tu galería? —murmuró Elena.

Damon asintió.

—Este deber me fue transmitido por mi familia. No todos mis antepasados fueron llamados al servicio; la amenaza varía de un siglo a otro y muchos han logrado escapar, pero yo no pude.

»Cuando tenía trece años, Virgil vino a nuestra casa y lo arregló todo con mi padre para que me entregara a la Orden y me llevaran a Escocia con el fin de comenzar mi adiestramiento como agente. Allí fue donde conocí a Rohan y a Jordán. ..Y a Drake, entre otros. El Club Inferno no es más que una tapadera.
Damon bajó la vista, el resplandor de la vela esculpía su rostro anguloso.

—El lema de la Orden está sacado del libro de los Hebreos: «El hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llama de fuego». La Orden lleva el nombre de San Miguel porque, como él, nos dedicamos a combatir un pernicioso mal. 

Luchamos por librar al mundo de él, aunque no parece que el fin esté cerca.

—¿Cuál es ese mal? —susurró Elena.

—El Consejo de Prometeo. Una sociedad secreta de hombres muy poderosos empeñados en esclavizar a la humanidad. Sus ansias de poder son inquebrantables, solo los nombres cambian. Se han infiltrado en todos los gobiernos de la Tierra... pero todo esto data de seis siglos atrás.
Elena sacudió la cabeza con asombro.

—La lucha se remonta a finales del siglo XII —prosiguió su marido—. Hace mucho, el primer lord Rotherstone, junto con los antepasados medievales de mis amigos, se unieron al rey Ricardo Corazón de León en Tierra Santa en su cruzada por liberar Jerusalén de los ejércitos de Saladino.

Fue en la tercera cruzada, y puesto que resultó un fracaso, si no has olvidado las clases de historia, unos años más tarde emprendieron la cuarta cruzada, más sangrienta aún que la anterior. Nuestros antepasados se quedaron en Tierra Santa para luchar también en ella.

—Entiendo —susurró, y tomó un sorbo de vino. Damon la miró.

—Dice la historia que, un buen día, el rey Ricardo envió una expedición de aproximadamente veinte caballeros para determinar la posición del enemigo. En el desierto comenzó a formarse una tormenta de arena, de modo que los caballeros se guarecieron con sus caballos en una caverna que avistaron en medio de las rocas. Inspeccionaron el interior de esta en busca de alguna fuente de agua para dar de beber a sus monturas pero, en vez de eso, se toparon con unas antiguas tinajas de arcilla.

«Cuando miraron dentro, los cruzados descubrieron que contenían un misterioso conjunto de rollos de pergamino. Uno de los caballeros, el antepasado de Falconridge, era un erudito que había pasado algunos años de oración y estudio en un monasterio. De forma que, con sus vastos conocimientos, pudo dar sentido a lo escrito en los pergaminos.»

Los rollos tenían ya un par de siglos de antigüedad cuando los cruzados los hallaron; textos apócrifos escritos en sirio en torno al 900 antes de Cristo. Lo primero que el erudito caballero comprendió fue que el pergamino aseveraba ser una de las escasas copias existentes de un antiguo documento, cuyo original se había quemado en el gran incendio que destruyó la antigua biblioteca de Alejandría.

Elena escuchaba la historia maravillada.

—¿Qué contenían esos pergaminos?

—Algo muy oscuro. Una especie de Biblia profana de un extraño culto de orígenes variados, dedicado a Prometeo. Sus fundamentos se basan en una historia del Antiguo Testamento, relacionada con José, el gran patriarca de la Biblia. Ya sabes, aquel que fue vendido como esclavo en Egipto por sus hermanos.

—Ah, sí—dijo ella—. Los hermanos estaban celosos porque su padre le había regalado a José una túnica de colores en tanto que ellos no poseían prenda alguna que simbolizase el favor de su progenitor.

—Exactamente —replicó Damon—. Seguro que recuerdas que a José le fue bastante bien en Egipto a pesar de la traición de sus hermanos. Interpretando de forma correcta los sueños del faraón, consiguió salvar a Egipto de una terrible hambruna.

Ahora bien, la parte menos conocida de la historia es que el agradecido faraón deseaba recompensar a José por sus servicios, de modo que concertó un ventajoso matrimonio para él. Le entregó por esposa a la hermosa Asenat, hija del sumo sacerdote de Heliópolis que tenía sangre real.

Los dos se casaron —continuó—. Hebreo y egipcia, y de aquellos inicios un culto echó raíces, combinando los misterios de la Cábala judía con el don de la adivinación y los ritos de los sumos sacerdotes egipcios. Los primeros practicantes del culto de José y Asenat tenían un interés especial en las prácticas egipcias dedicadas a preparar el alma para la inmortalidad, el mismo objetivo por el que su pueblo había construido las pirámides en las que daban sepultura a sus faraones dorados. Pero la cosa no acabó ahí.

Conforme esta secta secreta se propagaba, incorporaron de manera regular nuevas creencias y rituales, buscando habilidades sobrenaturales, como aquellas que se decía que supuestamente poseían los tres Reyes Magos que aparecieron en Belén. Parecía que los primeros prometeos intentarían cualquier cosa en la búsqueda de los poderes ocultos.

Las creencias de la antigua Grecia también fueron absorbidas; el uso de oráculos como el de Delfos, por ejemplo. Había, además, prácticas más oscuras, ocasionales sacrificios humanos. Esto último lo tomaron supuestamente de Creta, el hogar del Minotauro.

—¡Qué horror! —Elena se estremeció en la húmeda oscuridad de la cámara de piedra. Casi podía imaginarse al monstruo con cabeza de toro emergiendo de uno de los túneles excavados en piedra.

—Atroz, sí, para nosotros o para cualquier persona en su sano juicio. Pero no para ellos. Los prometeos saborean el derramamiento de sangre, y no temen morir porque no creen que la muerte sea el final. En esencia, creen que están por encima de la muerte y que mediante la magia negra que practican, los procesos de la muerte y la regeneración pueden controlarse. No es de extrañar que, por consiguiente, fuera el mito griego de Prometeo el que inspiró el nombre por el que se los conoce.

—Prometeo, aquel que robó el fuego a los dioses —dijo Elena.

—Sí. Y al igual que él, estos se ven como los salvadores de la humanidad, los responsables de llevar la luz al mundo.

—Aguarda un momento. —Elena frunció el ceño—. Creía que llevar la luz al mundo era la misión de Jesús.

—Para ellos no. ¿Sabías que el nombre Lucifer significa Portador de Luz?

La joven lo miró atónita.

—¿Me estás diciendo que pueden hacer magia negra?

—Solo sé que ellos creen que es real. Hasta tal punto que están dispuestos a matar por ello. Eligieron al titán Prometeo como icono porque, pese a su horrible tormento, pese a que todas las noches el águila acude a devorarle el hígado, al día siguiente despierta completamente ileso.

Eso, por sí mismo, podría haber sido inofensivo. Pero, por desgracia, las ansias de inmortalidad tienen como fin último el control total de la humanidad. No me cabe duda de que sabes a quién llamaba Jesús «el maestro de este mundo».

—A Satanás.

—Ese es su verdadero Dios —dijo asintiendo sombrío—. Como es natural, no lo reconocen abiertamente. Prefieren fingir que actúan por el «bien» de la humanidad. Si es necesario emplear la fuerza bruta para que la humanidad alcance la verdadera iluminación, que así sea. Pero vayamos antes a la conclusión de la historia de los cruzados y la tentación en el desierto.

—Sí, ¿qué fue de ellos?

—Cuando la tormenta de arena pasó, hubo división de opiniones entre los caballeros con respecto a los pergaminos. La mitad pensaba que los rollos eran malignos y profanos, y que estaban al servicio del demonio. A fin de cuentas, se trataba de hombres medievales. Quisieron prenderles fuego sin demora... arrojarlos al infierno, si lo prefieres.

El otro grupo tenía una idea muy diferente. Quizá coincidiesen en lo peligroso de esa antigua magia pero, independientemente de eso, era información útil. Algunos quisieron llevarle los rollos al rey Ricardo y utilizar la magia negra que contenían como posible arma secreta capaz de derrotar a Saladino y a sus feroces ejércitos de mamelucos. Al fin y al cabo la cruzada no iba bien, y teniendo en cuenta que el objetivo era una noble causa, liberar Jerusalén, el fin justificaba los medios según su punto de vista.

—Siempre una creencia peligrosa —murmuró Elena.

—En efecto. La discusión de los caballeros no tardó en caldearse. El caos se impuso y, como eran guerreros medievales, la violencia hizo enseguida acto de presencia. Uno de los hombres cayó. Al ver que habían asesinado a uno de los suyos, los caballeros a favor de poner en práctica la magia escaparon con algunos de los rollos. Sabían que no podían volver con el rey Ricardo sin sufrir graves consecuencias por haber matado a un camarada.
Damon hizo una pausa.

—Al menos los villanos no se marcharon con todos los pergaminos. En la refriega, los caballeros que se mantuvieron leales fueron capaces de impedir que cierto número de documentos cayeran en sus manos. Pero desde tan sangriento principio, en que se volvieron unos contra otros, amigos contra amigos, los perniciosos efectos de estos antiguos escritos quedaron muy claros.

Hasta donde sabemos, los otros acabaron por abordar al astrólogo de la corte del rey Ricardo para comprobar si su majestad quería utilizar la magia negra de los rollos contra Saladino. Según cuenta la leyenda, nuestro guerrero rey cristiano no se atrevió a incursionar en tal campo. Al menos —agregó Damon de manera pausada—, no al principio.

Pero con el fracaso de la tercera cruzada, y habiendo vaciado las arcas de Inglaterra para costear su guerra, se dice que Ricardo permitió que el astrólogo de la corte lo intentase cuando la cuarta cruzada se avecinaba.
Se rumorea que el uso de los rollos tuvo como consecuencia no solo las victorias de la cuarta cruzada, sino también el que la campaña fuera terriblemente sangrienta, incluso a tenor del criterio medieval. Tanto si la magia es real como si no lo es, la maldad que contienen esos pergaminos ejerce ese efecto sobre los hombres.

Elena le miró sobrecogida.

—Los cruzados que abrazaron esos oscuros y antiguos escritos regresaron finalmente a Europa, trayendo consigo el culto recién descubierto como si fuera la peste. —Damon sacudió la cabeza—. No les importaba lo lejos que habían ido ni lo retorcidos que se habían vuelto. Lo único que les interesaba era utilizar su nuevo credo para obtener poder.

Naturalmente, la Iglesia no tardó en declarar heréticas sus creencias, de modo que se vieron obligados a practicar sus rituales en la clandestinidad. Fue entonces cuando se fundó la Orden de San Miguel con el fin de erradicarlos.

Contando con la bendición del Papa, el rey Ricardo fundó nuestra orden para perseguir ese culto, destruir los rollos y poner fin a aquella maldad. Mi antepasado, el primer barón Rotherstone, y los de Warrington y Falconridge, juraron con sangre que no solo ellos, sino también sus descendientes, lucharían.
Por desgracia, nuestros enemigos han demostrado estar tan resueltos a perseverar como nosotros a frustrar sus intentonas. Una vez que esta maldad echa raíces, nunca ceja en el empeño de alcanzar sus objetivos.

—¿Cuáles son exactamente esos objetivos? —preguntó Elena con una entonación siniestra.

—En un principio los prometeos afirmaban que, habiendo presenciado el derramamiento de sangre en Tierra Santa y en toda la Europa bárbara de la Edad Media, su principal deseo era emplear los rollos para poner fin a toda guerra futura estableciendo un vasto reino que se extendería por todo el mundo. Se describían a sí mismos como benévolos cuando, en realidad, eran todo lo contrario. Durante años afirmaron que lo que intentaban instaurar no era más que el Reino de los Cielos en la Tierra.

—Pero Jesús dijo que el Reino de los Cielos está cerca —murmuró Elena—. Y nada tiene que ver con el poder mundano.

—Justamente. Era todo mentira. Y al poco tiempo incluso los propios prometeos dejaron de fingir. Lo que buscaban era el poder puro y duro, y así sigue siendo en nuestros días.

Damon agachó la cabeza.

—Todo lo que te he contado sobre mi vida, los viajes a Europa, las inversiones internacionales, el coleccionismo de arte... todo eso es verdad solo en apariencia. En realidad, la verdadera razón de mis viajes, lo que ha dado sentido a mi vida hasta que te conocí, era este deber contraído por mi linaje, no cejar en el empeño de vencerlos.

En los últimos años se habían hecho poderosos. Ciertos miembros de su sociedad habían logrado introducirse poco a poco en puestos importantes del círculo de Napoleón, así como en otras cortes europeas. Considerando el genio de Napoleón y la extensión del imperio que había establecido, creyeron que podrían utilizarlo para imponer su sueño de un único poder que gobernara la Tierra. Estuvieron a punto de conseguirlo.

—Oh, Dios mío.

—Una vez me preguntaste cómo acabé en la batalla de Waterloo —dijo—. La verdad es que recibí un mensaje de Jordan en el que me avisaba de que los prometeos habían enviado a un asesino para acabar con el duque de Wellington. Habían conseguido meter un espía como el que acabamos de desenmascarar en el cuartel general. De antemano habían planeado que si las cosas se torcían para Napoleón, Wellington recibiese un disparo en el campo de batalla. Eso habría sembrado el caos entre los aliados el tiempo necesario para que Bonaparte se reagrupase.

Mi misión era identificar y destruir al agente enemigo que habían infiltrado en el cuartel general de Wellington, y esto es exactamente lo que fui a hacer a Waterloo.

—¿Mataste al asesino? —preguntó Elena con voz queda.

—Sí —respondió Damon con una calma fría e imperturbable—. La máscara de aristócrata libertino no era más que una estratagema que utilizaba para alejar las sospechas de mis enemigos y del resto. La charada me permitía viajar libremente a mis diversas misiones. Solo mis compañeros agentes, mis hermanos, saben quién soy en realidad. Para mí es muy importante que tú, Elena, también lo sepas.

—Oh, Damon. —Se levantó de la mesa y la rodeó para ir a abrazarlo.

Damon la estrechó fuertemente entre sus brazos.

—Cielo mío. —Cerró los ojos y la besó en la frente—. Dios, después de Waterloo pensé de veras que todo había acabado, que al menos los habíamos contenido hasta dentro de otros cincuenta años —susurró—. Si hubiera tenido la más mínima duda jamás habría buscado esposa. Ni por todo el oro del mundo te habría puesto en peligro. Pero ahora que estás metida en esto, creo que es más seguro que conozcas la naturaleza del mal al que nos enfrentamos.
Yo te enseñaré. ¿De acuerdo?

Se separó ligeramente y le cogió el rostro entre las manos, mirándola a los ojos con pasión. Una preocupada intensidad oscurecía los de él.

—Te enseñaré cómo mantenerte a salvo para que aun cuando yo esté ausente... Oh, jamás podría dejar que nada te pasara.

Pero, por encima de todo, Elena, ahora debes compartir nuestro voto de silencio, pase lo que pase. No puedes contárselo a nadie. Ni a Bonnie, ni a Jonathon, ni siquiera a tu padre. Debes conducirte en esto igual que he hecho yo, y comprender lo que ahora te separa del resto del mundo del mismo modo que nos ha separado a todos nosotros.

—Oh, Damon. Haré lo que sea siempre que no me aleje de ti.

Damon la atrajo de nuevo contra sí.

—Cariño, ignoraba que formases parte de algo que se remonta a tantos siglos atrás. Me alegra que me lo hayas contado. No puedo imaginar lo que habría sido de nuestro amor si no hubieses compartido esto conmigo. Es demasiado grande, demasiado importante, para dejar que se interponga entre los dos durante el resto de nuestras vidas. —Hizo una pausa tratando de abarcar en su mente todo cuanto le había contado—. Y ahora dices que uno de vuestros agentes ha desaparecido. ¿Se trata de Drake?

—Sí.

—El hijo de lady Westwood —murmuró Elena.

—El resto de su equipo fue asesinado —dijo Damon—. Creíamos que Drake también había muerto. Eso habría sido horrible de por sí. Pero entonces... lo vi el día de nuestra boda.

Elena lo miró sorprendida.

—Yo estaba fuera fumando un cigarro con tu padre. Drake pasó por delante en un maldito coche de alquiler. Creía que había visto un fantasma. Fue casi como si hubiera ido a buscarme. La noticia de nuestro enlace fue publicada en todos los periódicos. Pero él no se detuvo. —Damon sacudió la cabeza—. Y eso no presagia nada bueno.

—Así que era ese el carterista al que perseguiste.

Damon asintió lentamente.

—No puedes imaginar cuánto odié tener que mentirte... el día de nuestra boda, nada menos.

Ella lo miró con expresión afligida.

—Fui incapaz de dar con él. —Damon se encogió de hombros—. Ni siquiera estaba seguro de que la mente no me estuviera jugando una mala pasada. Pero entonces Ginger, esa mujer de arriba, también lo vio. Ella había asistido a algunas de nuestras fiestas, de modo que conoce a los muchachos. Esperó un tiempo por miedo, pero al final fue a contárselo a Virgil. Fue entonces cuando él me escribió dándome instrucciones para que visitara a lady Westwood.

—¿De modo que su hijo está vivo en algún lugar?

—Sí, seguramente le tienen cautivo, como nosotros a John, el lacayo. Si Drake les da nuestros nombres a quien le tiene preso, será solo cuestión de tiempo que vengan a por nosotros.

—¿Qué haremos, Damon?

Él la escrutó durante largo rato.

—Mantenernos unidos —dijo suavemente—. Mantente alerta y no te descuides, aunque te avisaré si llega el momento en que debas temer. Hasta entonces te prometo que estaremos bien. —Sacudió la cabeza mirándola a los ojos con tristeza—. No quería contarte todas estas cosas. No quería que tuvieras que vivir con miedo. Como norma general mantenemos a las mujeres fuera de esto.

—Bueno —repuso ella de manera pausada—, tú y yo convinimos seguir nuestras propias reglas. Pero, Damon, quiero que sepas que puedes confiar en mí. Nada ni nadie, por horrible que sea, podrá jamás inducirme a traicionarte o a revelar las cosas que me has confiado. Ni aunque mi vida dependa de ello.

Damon la miró con los ojos colmados de anhelo.

—Te amo, Elena.

—Yo también te amo. —Cuando la abrazó de nuevo, Elena se acurrucó en sus brazos hasta que de repente en su cabeza surgió una idea que le heló la sangre

—. ¿Damon? —Se separó súbitamente, pálida como la cera—. ¿Significa esto que algún día vendrán a llevarse a nuestro hijo?
Damon se estremeció, pero no lo negó. Elena se apartó de él, desolada.

—¿Cómo has podido ocultármelo?

—Perdóname —susurró él, y luego agachó la cabeza.

Elena volvió a la mesa, apoyándose contra ella para no caer al suelo al pensar en aquella aterradora perspectiva de futuro. Guardó silencio durante largo rato.

—Termina con esto, Damon. Haz lo que tengas que hacer. El escocés, Warrington, Falconridge y tú, y cuantos hombres sean necesarios. Poned fin a esta guerra de una vez por todas para que no tengan que hacerlo nuestros hijos.

—Haré cuanto esté en mi mano. —Se colocó detrás de ella con indecisión y le rodeó la cintura con los brazos.

El corazón de Elena era un torbellino de emociones. Se dio la vuelta y le devolvió el abrazo, sepultando el rostro contra su pecho durante un momento. Elena se obligó a armarse de valor y apretó los ojos con fuerza.

—Creo en ti —susurró apasionadamente—. Y te apoyaré siempre que pueda. Te amo, Damon.

—Eso es todo lo que necesitaba escuchar. —La voz queda de Damon sonaba tirante por la emoción. La abrazó fuertemente—. Virgil piensa que la causa por sí sola basta para inspirarnos, pero yo lucharía con mayor tesón por ti que por la humanidad en general. Lo eres todo para mí, Elena.

Inclinó la cabeza cuando dos lágrimas se derramaron de los ojos de Elena, y la besó.

—Gracias, milord —susurró la joven contra sus labios—. Gracias por lo que has hecho. Mantienes a la gente a salvo y ellos ni siquiera lo saben. —Lo acarició con adoración reverente—. No tienen ni idea de tu sacrificio.

—Me basta con que tú lo sepas. —Apoyó la frente sobre la de ella y cerró los ojos—. Nunca quise tener secretos contigo, Elena.

Ella le cogió el rostro entre las manos.

—Eso ya no importa. Lo que importa ahora es que estamos de acuerdo y que, al fin, has dejado que te vea tal como eres: el hombre al que de verdad amo. Por fin te comprendo, sé dónde has estado y qué te impulsaba. Te amo, Damon. Te amo y siempre te amaré.

—Elena... —Ladeó la cabeza y la besó con feroz ternura.

Ahora que la verdad estaba sobre la mesa y que las sombras entre ellos habían desaparecido, de pronto Elena se moría de ganas por tenerlo dentro de ella. Solo quería fundirse por completo en un solo ser con él. Le acarició los hombros y le abrazó con posesiva pasión mientras le besaba ávidamente. El instinto masculino de Damon no tardó en comprender el mensaje. La sentó sobre el borde de la mesa y continuó dándole besos. Elena arqueó la espalda cuando él le cogió los pechos en las manos.

—¿Damon?

—¿Mmm?

—¿Y qué sucedería si tuviéramos una hija? —murmuró entre un beso y otro—. ¿También la reclamaría la Orden?

—No. Aunque, pensándolo mejor, tal vez debiera. Porque si nuestra hija se parece a la madre, seguramente sería aún más peligrosa que nuestro hijo.

—¿Peligrosa yo? —replicó Elena con una mirada inocente.

Damon se detuvo y una sonrisa perezosa se dibujó en sus labios, que casi rozaban los de ella.

—Claro que sí, amor mío. ¿Sabes cuánto me gustaste anoche?

Ella rió y se echó hacia atrás para brindarle una sonrisa descarada.

—Yo también me gusté. Naturalmente, estaba furiosa contigo —agregó.

—Puedes enfadarte conmigo siempre que quieras —le dijo él con voz ronroneante antes de hundir los labios en su cuello.

—Bueno, creo que es hora de hacer las paces —respondió la joven, recorriendo su torso con los dedos.

—No podría estar más de acuerdo contigo. Dios, haces que me distraiga.

—Tómame.

Damon se colocó entre los muslos de Elena, sentada en el extremo de la larga mesa de madera. Estaban completamente vestidos, pero él le levantó las faldas y se acercó para que ella pudiera liberarle de los pantalones.

Un momento después, y con el corazón desbocado, Elena le acogió en su interior. Contuvo la respiración y le dio la bienvenida de forma sensual cuando Damon la penetró con un sonoro gruñido.

El amor unió sus cuerpos una vez más sumiéndolos por entero en un dichoso alivio. Un gutural gemido de placer escapó de los labios de Elena mientras él la mecía lentamente, con oscura ternura, saboreando la unión.

La parpadeante luz de la antorcha danzaba juguetona sobre las irregulares paredes de piedra del Infierno. Damon le hacía el amor tiernamente, inundando los sentidos de Elena de puro gozo. Ella apoyó la espalda lentamente sobre la mesa, entregándose como ofrenda al deseo de su esposo.

Entonces Damon se inclinó sobre ella y la penetró profundamente, excitado como nunca por la sumisión voluntaria de Elena, que le rodeó con las piernas y enganchó los talones detrás de las caderas.

Él la reclamaba para sí con besos febriles, embriagándola de pasión, abrasándola con vertiginoso placer. Pasó los dedos por el despeinado cabello de Damon hasta que resolló sin aliento, poniendo fin al beso, jadeando mientras recorría ávidamente con las manos el cuerpo masculino, marcándolo como suyo.

—Te amo —susurró Elena contra su mejilla áspera.

Se entregó a él no con fe ciega, sino con pleno conocimiento de quién y qué era, amándole más si era posible por la nobleza que siempre había presentido en él pero que, solo ahora, por fin había descubierto.

Damon apoyó los codos a cada lado de la cabeza de su esposa sobre la tosca mesa de madera y la miró a los ojos largo rato con expresión anhelante.
Lo asombraba descubrir que al fin alguien le conocía sin tapujos, le amaba de corazón y le aceptaba sin condiciones.

—Te amo, Elena —susurró mientras capturaba un mechón de su cabello y lo frotaba amorosamente contra su rostro—. Eres mucho más de lo que siempre había soñado. Por favor, no me dejes de nuevo. Has huido de mí en dos ocasiones y no creo que pudiera soportar una tercera. Si te marchas, sabes que te seguiré.

—No me voy a ir a ninguna parte, amor. Ahora soy tuya para siempre.

De puro éxtasis, Damon gimió suavemente contra el cuello de su amada al escuchar aquellas palabras. Por fin conocía el significado de la palabra hogar.
Tal vez no tuviera todas las respuestas, y quizá la guerra contra el mal que estaban obligados a combatir debía proseguir aún, pero él había encontrado, al fin, cierta paz.

Después de todos los años pasados vagando en soledad, siempre a la caza, como un extraño en tierra extraña, por fin ya no estaba solo. Ahora la tenía a ella y los dos eran un solo ser, en cuerpo y alma, completos de nuevo; como si cada uno hubiera hallado en el otro las piezas de sí mismo que les faltaban. Ella le daba un nuevo sentido a su fuerza; él daba amparo a su bondadoso corazón.
Damon la abrazó con más fuerza mientras la amaba, susurrándole su devoción al oído.

Si algo le habían enseñado todos aquellos años errando de un lado a otro era que el corazón tiene su propio lugar, su propio país... y, para él, Elena era su reina.

 No existía otro sitio donde prefiriese estar que justo donde se encontraba, en brazos de la mujer en quien confiaba y a la que amaba. Su compañera, su esposa, su ángel.

Juntos podrían compartir su propio paraíso secreto, aun cuando las tormentas arreciasen fuera.


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