Capitulo 19
Después de la cena, Nita anunció que esperaría en la sala a
que Elena terminara de recoger la cocina y pudiera llevarla a casa. April se
levantó de inmediato.
—Yo lo haré. Si quieres puedes irte ya, Elena.
—Tengo que quemar la basura —dijo él—. ¿Puedes ayudarme antes
de irte?
Riley se esmeró en fastidiarle el plan.
—Yo te ayudaré.
—No tan rápido. —April comenzó a recoger los platos—. Cuando
dije que recogería la cocina, me refería a que todos ayudaríais excepto Elena.
—Espera un momento —dijo Jack—. Nosotros hemos trabajado en
el porche todo el día. Nos merecemos un poco de descanso.
Venga ya, ¿Jack y él eran de repente un equipo? Ni en un
millón de años. Damon cogió la fuente vacía del pollo.
—Vamos.
Riley se levantó de un salto.
—Yo puedo cargar el lavavajillas.
—Tú eliges la música —dijo April—. Y escoge algo que se pueda
bailar.
Elena metió baza.
—Si va a haber música, no pienso perdérmelo. Así que también
echaré una mano.
Riley acompañó a Nita a la sala mientras todos los demás se
levantaban de la mesa. Regresó con el iPod y lo conectó en el altavoz de April.
—No quiero oír música hortera —dijo Jack—. Radiohead estará
bien, o quizá Wilco.
April se acercó al fregadero.
—O Bon Jovi. —Jack la miró fijamente. Ella se encogió de
hombros—. Me gusta, y no pienso disculparme.
—Yo confieso que me gusta Ricky Martin —dijo Elena.
Miraron a Damon, pero él se negó a participar en esas
agradables confidencias familiares, así que Elena habló por él.
—Clay Airen, ¿no?
Nita, que no estaba dispuesta a quedarse al margen, arrastró
los pies desde la sala.
—Siempre me ha gustado Bobby Vinton. Y Fabián. Es muy guapo.
—Se sentó a la mesa de la cocina.
Riley se acercó hasta el lavavajillas abierto.
—A mí me va Patsy Cline... mi madre tenía todos sus
discos..., pero los niños se burlaban de mí porque no la conocían.
—Tienes buen gusto —dijo Jack.
—¿Y tú? —le preguntó April a Jack-—. ¿A ti quién te gusta?
—Eso es fácil —se oyó decir Damon a sí mismo—. Le gustas tú,
April. ¿No es cierto, Jack?
El silencio que invadió la cocina hizo que Damon se sintiera
incómodo. Estaba acostumbrado a ser el alma de las veladas, no el aguafiestas.
—Perdonadnos —dijo Elena—. Damon y yo tenemos que ir a quemar
la basura.
—Antes de que te vayas, señor Jugador de Fútbol Americano
—dijo Nita—. Quiero saber exactamente cuáles son tus intenciones con respecto a
mi Elena.
Elena gimió audiblemente.
—Por favor, que alguien me pegue un tiro.
—Señora Garrison, mi relación con Elena no le incumbe a
nadie. —Sacó la basura de debajo del fregadero.
—Eso es lo que tú te crees —replicó ella.
April y Jack se detuvieron a observar, felices de que Nita se
encargara de hacer el trabajo sucio. Damon empujó a Elena hacia la puerta
lateral.
—Disculpadnos.
Pero Nita no pensaba dejarlo ir con tanta facilidad.
—Sé que ya no estáis comprometidos. Creo que jamás has tenido
intención de casarte con ella. Sólo quieres llevártela al huerto. Los hombres
son así, Riley. Todos.
—Sí, señora.
—No todos los hombres son así—le dijo Jack a su hija—. Pero
la señora Garrison tiene parte de razón.
Damon utilizó la mano que tenía libre para agarrar a Elena por
el brazo.
—Elena sabe cuidarse sola.
—Esa chica es un desastre andante —replicó Nita—. Alguien
tiene que cuidar de ella.
Eso fue demasiado para Elena.
—A usted no le importo nada. Sólo quiere crear problemas.
—Eres una deslenguada.
—Seguimos comprometidos, señora Garrison —dijo Damon—.
Vámonos, Elena.
Riley se interpuso en su camino.
—¿Puedo ser dama de honor o algo así?
—No estamos comprometidos en serio. —Elena sintió el deber de
decirle la verdad—. Lo único que quiere Damon es divertirse.
Ese falso compromiso era demasiado conveniente para dejar que
ella lo echara a perder.
—Estamos comprometidos —dijo—. Lo único que ocurre es que Elena
está enfadada conmigo.
Nita golpeó el suelo con el bastón.
—Ven conmigo a la sala, Riley. Lejos de ciertas personas. Te
enseñaré unos ejercicios para fortalecer los músculos de las piernas y que
puedas volver a clases de ballet.
—No quiero ir a clases de ballet —masculló Riley—. Lo que
quiero es ir a clases de guitarra.
Jack dejó la cacerola que estaba secando.
—¿Quieres tocar la guitarra?
—Mamá siempre decía que ella me enseñaría, pero jamás lo
hizo.
—¿No te enseñó siquiera algunos de los acordes básicos?
—No. No le gustaba que anduviera toqueteando sus guitarras.
La expresión de Jack se volvió sombría.
—Tengo una de las mías en la casita de invitados. Vamos a por
ella.
—¿De veras? ¿Me dejas tocar tu guitarra?
—Qué diantres, te regalo esa maldita cosa.
Riley lo miró como si le hubiera ofrecido una diadema de
diamantes. Jack soltó el paño de secar los platos. Damon empujó a Elena afuera
sin sentirse culpable de dejar a April sola con Nita y sus arrebatos.
—No estoy enfadada —dijo Elena mientras bajaban el porche
lateral—. No deberías haber dicho eso. No está bien que dejes que Riley se haga
ilusiones sobre ser dama de honor.
—Lo superará. —Le echó una mirada al bidón de gasolina donde
quemaban la basura. Estaba lleno. Encendió una de las cerillas que April
guardaba en una caja y la tiró dentro—. ¿Por qué no se largan todos? Jack no
hace más que meter las narices en todos lados. April no se irá hasta que lo
haga Riley. Y lo de esa vieja bruja ya es el colmo. ¡Quiero que se larguen
todos de mi casa ya! Todos menos tú.
—Pero no es tan fácil, ¿verdad?
No, no era fácil. Mientras el fuego ardía, él se sentó en la
hierba para observar las llamas. Esa semana había visto cómo crecía la
confianza de Riley en sí misma. Su palidez había desaparecido, y las ropas que
April le había comprado habían hecho el resto. También le gustaba trabajar en
el porche, incluso aunque tuviera que hacerlo con Jack. Cada vez que clavaba un
clavo sentía que imprimía su firma en esa vieja granja. Y no podía olvidarse de
Elena.
Ella se movió a sus espaldas. Él recogió un trozo de plástico
que había caído en la hierba y lo lanzó al fuego.
Elena observó cómo el trozo de plástico caía fuera del bidón,
pero a Damon no pareció importarle haber errado el tiro. Su amenazante perfil
estaba perfectamente silueteado contra la luz del crepúsculo. Se acercó para
sentarse en la hierba a su lado. Tenía otro vendaje en la mano, éste en los
nudillos. Se lo tocó.
—¿Un accidente de trabajo?
Él apoyó el codo en la rodilla.
—También tengo un chichón del tamaño de un huevo en la
cabeza.
—¿Cómo van las cosas con tu compañero de trabajo?
—Él no habla conmigo, y yo no hablo con él.
Ella cruzó las piernas y miró al fuego.
—Al menos debería admitir lo que te ha hecho.
—Lo hizo. —Giró la cabeza hacia ella—. ¿Has tenido tú ese
tipo de conversación con tu madre?
Ella arrancó una brizna de hierba.
—Las cosas son distintas con ella. —El fuego chisporroteó—.
Mi madre es algo así como Jesús. ¿Habría tenido derecho la hija de Jesús a
quejarse si él le hubiera arruinado la infancia porque estaba demasiado ocupado
salvando almas ?
—Tu madre no es Jesús, y si la gente tiene niños, debería
estar con ellos para criarlos, o si no darlos en adopción.
Ella se preguntó si él tendría intención de criar a sus propios
hijos, pero la idea de que él tuviera familia mientras ella andaba dando tumbos
por el mundo la deprimía.
Él le deslizó un brazo alrededor de los hombros, pero ella no
dijo nada. Las llamas brincaron más alto. A Elena se le calentó la sangre.
Estaba harta de hacer siempre lo que fuera más conveniente. Por una vez en la
vida, quería olvidarse de todo y dejarse llevar. La brisa de la noche le agitó
el pelo. Se puso de rodillas y lo besó. Más tarde lo pondría en su lugar. Pero
ahora, quería vivir el momento.
Él no necesitaba que lo animaran para devolverle el beso, y
antes de que pasara mucho tiempo, estaban detrás del granero, ocultos entre la
maleza y fuera de la vista de la casa.
Damon no sabía qué había hecho que Elena cambiara de opinión,
pero como ella tenía la mano dentro de la cinturilla de sus pantalones, no
pensaba preguntar.
—No quiero hacerlo —dijo ella abriéndole el botón de los
vaqueros.
—A veces, uno debe asumir la responsabilidad en nombre del
equipo. —Le bajó los pantalones cortos y las bragas hasta los tobillos, se puso
de rodillas para acariciarla con la nariz. Ella era dulce y cálida, un perfume
embriagador para los sentidos. Mucho antes da que él hubiera tenido suficiente
de ella, Elena se separó. Damon la sujetó y tiró de ella hacia abajo,
sosteniéndola para protegerla de la maleza que pinchaba su propio trasero. Era
un pequeño sacrificio a cambio de la recompensa de conseguir ese cuerpo cálido
y maleable.
Elena le sujetó la cabeza entre las manos, y rechinando los
dientes, le dijo con ferocidad:
—¡Ni se te ocurra apurarte!
Él la comprendía, pero ella estaba demasiado excitada,
demasiado húmeda, y él había llegado demasiado lejos para contenerse; le hundió
los dedos en las caderas, la acercó hacia su erección y la penetró.
Luego, Damon, temiendo que ella tomara el control, la levantó
contra su cuerpo y enganchó una de las piernas de Elena sobre su propia cadera.
Besándola profundamente, penetró en su cuerpo. Ella se arqueó y tembló entre
sus brazos. Sintió la necesidad de protegerla. Movió la mano y la hizo volar
libremente.
Cuando terminaron, él le acarició el pelo que se le había
soltado de la coleta.
—Sólo para refrescarte la memoria... —Le rozó el trasero bajo
la camiseta—. Dijiste que yo no te excitaba.
Ella le mordió la clavícula,
—Y no me excitas... por lo menos no excitas a mi parte
racional. Por desgracia, también tengo una parte de mujerzuela. Y a esa parte
de mí, la vuelves loca.
Él no pensaba discutírselo, sino que se propuso acceder a esa
parte de mujerzuela una vez más, pero ella rodó sobre él entre la maleza.
—No podemos quedarnos aquí fuera fornicando toda la noche.
Él sonrió ampliamente. Fornicando, no cabía duda.
Elena aún llevaba puesta la camiseta, pero por lo demás
estaba desnuda. Se inclinó para buscar las bragas, y Damon tuvo una magnífica
vista de su trasero mientras le hablaba.
—Riley es la única persona de esa casa que no sabe lo que
hemos estado haciendo.
Elena encontró las bragas, se incorporó para ponérselas y
tuvo el descaro de sonreírle con desdén.
—Boo, voy a dejarte las cosas bien claras. He decidido que tú
y yo vamos a tener un rollo... breve y lujurioso. Te voy a utilizar, simple y
llanamente, así que no te cuelgues demasiado por mí. No me importa lo que
pienses. No me voy a preocupar por tus sentimientos. Todo lo que me va a
importar es tu cuerpo; ¿estás de acuerdo o no?
Era la mujer más pirada que había conocido nunca. Cogió los
pantalones cortos de Elena antes que ella.
—¿Y qué consigo yo a cambio de la humillación de ser
utilizado?
La sonrisa desdeñosa reapareció.
—Me consigues a mí. El objeto de tus deseos.
Él fingió considerar la idea.
—Añade más cenas como la de hoy, y cerramos el trato. —Metió
un dedo bajo el borde de las bragas—. En todos los sentidos.
Jack se sentó en una silla de la cocina de la casita de
invitados y comenzó a afinar su vieja Martin. Había compuesto «Nacido en
pecado» con ella, y en ese momento deseaba no haber sido tan impulsivo como
para regalarla. Esos sonidos y rasgueos representaban los últimos veinticinco
años de su vida. Pero saber que Marli no había dejado que Riley se acercara a
sus guitarras lo había sacado de quicio. Debería haberse dado cuenta de cosas
así, pero se había mantenido deliberadamente al margen.
Riley cogió otra silla, sentándose tan cerca que sus rodillas
casi se tocaban. Con los ojos llenos de admiración miró el desafinado
instrumento.
—¿Es mía de verdad?
El pesar se evaporó.
—Es tuya.
—Es el mejor regalo que me hayan hecho nunca.
La expresión soñadora de la cara de Riley le puso un nudo en
la garganta.
—Deberías haberme dicho que querías una guitarra. Te habría
enviado una.
Ella masculló algo que él no pudo entender.
—¿Qué?
—Te lo dije —dijo ella—. Pero estabas de gira y no me hiciste
ni caso.
Él no recordaba que hubiera mencionado nunca una guitarra,
pero rara vez prestaba atención a esas tensas conversaciones telefónicas.
Aunque enviaba a Riley regalos con frecuencia —ordenadores, juegos, libros,
CD's—, jamás había escogido personalmente ninguno de ellos.
—Lo siento, Riley. Supongo que se me pasó.
—No importa.
Riley tenía la costumbre de decir que no importaba cuando en
realidad sí lo hacía, algo en lo que no se había fijado hasta ahora. Ésa era
una de las muchas cosas que había pasado por alto. Con pagar las facturas y
asegurarse de que asistía a una buena escuela, había creído que cumplía con su
parte. No había querido ver más allá porque involucrarse más a fondo habría
interferido en su vida.
—Sé algo más que los acordes básicos —dijo ella—. Pero el
acorde de Fa es muy difícil de tocar. —Observó con fijeza cómo Jack afinaba la
guitarra, memorizando todo lo que él hacía—. Busqué en Internet, y, durante un
tiempo, Trinity me dejó practicar con su guitarra. Pero luego me hizo
devolvérsela.
—¿Trinity tiene guitarra?
—Una Larrivee. Sólo fue a cinco clases antes de dejarlo.
Piensa que tocar la guitarra es aburrido. Pero te apuesto lo que quieras a que
la tía Gayle la obliga a ir de nuevo. Ahora que mamá ha muerto, tía Gayle
necesitará una nueva pareja, y le dijo a Trinity que podían ser algún día como
las Judd, sólo que más guapas.
Jack había visto a Trinity en el entierro de Marli. Incluso
cuando era bebé, había sido irresistible, un querubín de mejillas sonrosadas
con tirabuzones rubios y grandes ojos azules. Por lo que él recordaba, rara vez
lloraba, dormía cuando debía y mantenía la leche en el estómago en lugar de
expulsarla como un proyectil como hacía Riley. Cuando Riley tenía un mes, Jack
había salido de gira, feliz de tener una excusa para alejarse de un bebé con
cara de luna que no paraba de llorar y un matrimonio que era un craso error.
Durante años llegó a pensar que él habría sido mejor padre si hubiera tenido
una niña tan encantadora como Trinity, pero los últimos diez días le habían
abierto los ojos.
—Un detalle por su parte dejarte su guitarra —dijo él—, pero
apuesto cualquier cosa que fue a cambio de algo.
—Hicimos un trato.
—Me gustaría oírlo.
—Mejor no.
—Cuéntamelo, Riley.
—¿Tengo que hacerlo?
—Depende de si quieres que te enseñe una manera más fácil de
tocar el acorde de Fa.
Ella clavó los ojos en el traste de la guitarra donde Jack
tenía los dedos.
—Le dije a tía Gayle que Trinity estaba conmigo cuando estaba
con su novio. Y tuve que comprarles tabaco.
—¡Si tiene once años!
—Pero su novio tiene catorce y Trinity es muy adulta para su
edad.
—Ah, ya veo, muy adulta. Gayle debería vigilar a esa niña, se
lo diré en cuanto tenga ocasión.
—No puedes hacer eso. Si lo haces, Trinity me odiará todavía
más.
—Genial. Así se mantendrá apartada de ti. —Como aún no había
resuelto los detalles, se contuvo de decirle a Riley que no vería demasiado a
la princesita Trinity. Había decidido que no iba a dejar a Riley bajo el dudoso
cuidado de Gayle. A Riley no le gustaría ir a un internado, pero planificaría
las fechas de sus conciertos para pasar las vacaciones con ella, así no se
sentiría abandonada.
—¿Cómo conseguiste los cigarrillos? —le preguntó.
—Por un tío que trabajaba en casa. El me los compró.
Riley, por lo que él había observado, había convertido el
soborno en una técnica de supervivencia. Se sentía avergonzado.
—¿Alguien ha estado pendiente de ti en algún momento?
—Sé cuidarme sola.
—No deberías tener que hacerlo. —Él no podía creer que Marli
y él le hubieran negado algo tan básico como una guitarra—. ¿Le dijiste a tu
madre que querías aprender a tocar la guitarra?
—Lo intenté.
De la misma manera que había intentado decírselo a él. Pero,
¿cómo podía culpar a Marli de que no prestara atención a su hija cuando él se
había comportado mucho peor con ella?
—¿Me enseñas ahora el acorde de Fa? —dijo ella.
Y él le enseñó cómo tocar el acorde con las dos cuerdas
superiores, algo que era más fácil para unas manos pequeñas. Al final, le
ofreció la guitarra. Ella se secó las manos en los pantalones cortos.
—¿Es mía de verdad?
—Claro que sí, y no conozco a nadie mejor para dársela. —Y
era cierto.
Ella colocó la guitarra contra su cuerpo. Él la animó. Venga.
Prueba.
Jack sonrió cuando ella se colocó la púa entre los labios,
del mismo modo que él hacía, mientras recolocaba el instrumento. Cuando se
sintió satisfecha, cogió la púa de la boca y, mirando hacia la izquierda,
colocó los dedos para tocar el acorde de Fa como él le había enseñado. Lo
aprendió de inmediato, luego tocó otros acordes básicos.
—Lo haces bastante bien —dijo Jack.
Ella sonrió radiante.
—He estado practicando.
—¿Con qué? Creía que le habías tenido que devolver a Trinity
la guitarra.
—Sí. Pero me hice una de cartón para poder practicar las
posiciones de los dedos.
Jack se quedó helado. Se levantó de la silla.
—Ahora vuelvo.
Cuando cerró la puerta del baño, se sentó en el borde de la
bañera y se cogió la cabeza entre las manos. Tenía dinero, coches, casas,
habitaciones repletas de discos de platino. Tenía de todo y su hija había
tenido que practicar con una guitarra de cartón.
Tenía que hablar con April. La mujer que antaño lo había
vuelto loco parecía ser ahora la única persona a la que podía pedir consejo.
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