Capitulo 23
Elena se aplicó un poco de colorete en los pómulos. El suave
tono rosa se complementaba a la perfección con el nuevo lápiz de labios
brillante y el rímel negro. Además se había pintado los ojos con lápiz negro y
lo remató con un poco de sombra gris. Estaba guapísima.
Cuando salía del cuarto de baño, vio la caja vacía de la
prueba del embarazo que había tirado a la papelera el día anterior por la
mañana, justo después de que Damon se fuera. No estaba embarazada. Genial. Más
que genial. No podía hacerse cargo de un niño, no con su estilo de vida nómada.
Lo más probable es que jamás tuviera un hijo, y eso también estaba bien. Al
menos nunca haría que un niño pasara por todo lo que ella había pasado.
Simplemente era algo más que tendría que superar.
Se dirigió a la habitación de Nita. El dobladillo del vestido
veraniego que se había comprado para la fiesta le rozó las rodillas. Tenía el
mismo amarillo del sol con el borde desigual y un bustier que resaltaba la
línea del busto. Llevaba unas sandalias nuevas de color púrpura brillante
atadas a los tobillos con unas delicadas cintas. El color púrpura hacía juego
con los pendientes que Damon le había regalado y le confería al vestido un
toque vibrante y muy femenino.
Nita se estaba echando un último vistazo delante del espejo.
Con su enorme peluca rubia platino, los pendientes de araña de diamantes y un
caftán color pastel, parecía salida de un desfile de carrozas patrocinado por
los jubilados de un burdel, pero de alguna manera lo llevaba con estilo.
—Vamos, Rayo de sol —dijo Elena desde la puerta—. Y recuerde,
debe parecer sorprendida.
—Todo lo que tengo que hacer es mirarte a ti —dijo Nita
recorriéndola con los ojos de pies a cabeza.
—Es lo más adecuado, eso es todo.
—Demasiado tarde. —Cuando Elena se acercó más, Nita extendió
la mano y ahuecó el pelo de Elena—. Si me hubieras escuchado, habrías permitido
que Gary te hiciera un corte así hace mucho tiempo.
—Si la hubiera escuchado, ahora sería rubia platino.
Nita resopló por la nariz.
—Era sólo una idea.
Gary había estado deseando poner las manos en el pelo de Elena
desde la noche que la había conocido en el Barn Grill. Una vez que la tuvo
sentada en la silla de la peluquería, le había cortado el pelo en pequeñas
capas, justo por debajo de las orejas, y le había dejado un flequillo desfilado
que le resaltaba los ojos. El corte era demasiado bonito para que Elena se
sintiera cómoda, pero había sido necesario.
—Deberías haberte arreglado así para ese jugador de fútbol
americano desde el principio —dijo Nita—. Quizá entonces te habría tomado en
serio.
—Él me toma en serio.
—Sabes exactamente a qué me refiero. Podría haberse enamorado
de ti. Igual que tú lo estás de él.
—Estoy loca por él, pero no enamorada. Hay una gran
diferencia. Yo no me enamoro. —Nita no lo entendía. Toda esa charada era la
manera que Elena tenía de salir con la cabeza bien alta. Tenía que asegurarse
de que Damon jamás volviera a sentir por ella ni la más leve pizca de piedad.
Elena condujo a la anciana hasta el coche. Nita se miró el
lápiz de labios en el espejo retrovisor mientras Elena salía marcha atrás del
garaje.
—Deberías avergonzarte de huir por culpa de ese jugador de
fútbol americano. Deberías quedarte en Garrison, y dejar de dar tumbos por la
vida.
—No puedo ganarme la vida en Garrison.
—Ya te dije que yo te pagaría si te quedabas. Bastante más de
lo que puedes ganar pintando esos estúpidos cuadros.
—A mí me gusta pintar esos estúpidos cuadros. Lo que no me
gusta es pasarme la vida siendo una sirvienta.
—Yo soy aquí la única sirvienta —la contradijo Nita— por la
manera en que me mangoneas. Eres tan terca que le estás dando la espalda a una
oportunidad de oro. No viviré para siempre, y sabes que no tengo a nadie a
quien dejar mi dinero...
—Vamos, usted es un vampiro. Nos sobrevivirá a todos.
—Haz todos los chistes que quieras, pero valgo millones, y
cada uno de ellos podría ser tuyo algún día.
—No quiero sus millones. Si tuviera un poco de decencia, se
lo dejaría todo al pueblo. Lo que quiero es irme de Garrison. —Elena frenó en
un stop antes de tomar la calle de la iglesia. Había llegado justo a tiempo—.
Recuerde —dijo—. Sea amable.
—Trabajé en Arthur Murray. Sé comportarme.
—Pensándolo bien, limítese a mover los labios y yo seré la
que hable por usted. Será más seguro de ese modo.
El bufido de Nita sonó parecido a una carcajada, y Elena supo
en ese momento que echaría de menos a ese viejo murciélago. Con Nita, Elena podía
ser ella misma.
Igual que con Damon.
La pancarta adornada con globos cruzaba la calle de la
iglesia y en ella se podía leer FELIZ 73 CUMPLEAÑOS SEÑORA GARRISON. Damon sabía
que Nita tenía setenta y seis, y no le cabía duda de que Elena había
contribuido a esa mentirijilla.
En el parque se habían reunido cerca de cien personas. Había
más globos entre los árboles, que se mezclaban con las serpentinas rojas,
azules y blancas que habían quedado de la celebración del Cuatro de Julio de la
semana anterior. Un grupo de adolescentes con camisetas negras y lápiz de ojos
a juego terminó de cantar una versión punk del «Cumpleaños feliz». Riley le
había dicho a Damon que era la banda de rock del sobrino de Syl, los únicos que
cantarían ese día.
En la parte delantera del parque, cerca de una pequeña
rosaleda, Nita había comenzado a cortar una tarta de cumpleaños del tamaño de
un campo de minigolf. Damon se había perdido todos los discursos de la
celebración, pero a juzgar por las caras de todo el mundo, no habían sido
memorables. Había más serpentinas en las largas mesas donde estaban las jarras
de ponche y té helado. Divisó a April y a Riley cerca de la mesa del pastel,
hablando con una mujer con un vestido amarillo. Algunos de los habitantes del
pueblo lo llamaron a gritos, y él los saludó con la mano, pero lo único que
quería era encontrar a Elena.
El día anterior había sido uno de los peores y mejores días
de su vida. Primero estaba aquel desagradable encuentro con Elena; luego su
dolorosa y liberadora conversación con Jack; y finalmente el maratónico baile
con April. Después, April y él no habían hablado demasiado, y no había habido
ningún «jodido abrazo», como Jack había dicho, pero los dos sabían que las
cosas habían cambiado. Él no sabía cómo sería exactamente esa nueva relación,
sólo que era el momento adecuado para que madurara y conociera a la mujer en la
que se había convertido su madre.
Escudriñó el parque de nuevo, pero seguía sin ver a Elena, y
quería hablar con ella. Tenía que arreglar las cosas de alguna manera. Nita se
llevó un plato a la silla reservada para ella justo cuando Syl y Penny Winters
comenzaba a repartir el resto del pastel entre la gente. Nita comenzó a señalar
al cantante de la banda, que estaba imitando a Paul McCartney con un demencial
«Tú dices que es tu cumpleaños...». Riley y la mujer del vestido amarillo
seguían de espaldas a él, April señaló hacia la banda de rock, y Riley se fue
con ella para acercarse más.
Syl lo divisó cuando dejó caer un trozo de pastel en un plato
de plástico.
—Ven aquí, Damon. Las rosas de azúcar no tardarán en
desaparecer. Elena, acompáñalo hasta aquí. Tengo un pedazo de pastel con su
nombre.
Damon miró a su alrededor, pero no vio a Elena por ningún
lado. Luego, la mujercita del vestido amarillo se giró, y él se quedó sin
aliento como cuando le hacían el primer placaje de la temporada.
—¿Elena?
Por un momento, ella pareció tan vulnerable como la niña que
la había acusado de ser. Luego, alzó la barbilla.
—Lo sé. Estoy de miedo. Por favor, ahórrate el cumplido.
Ella estaba más que guapa. April había convertido a la
pastorcilla en un figurín. El vestido era perfecto. Tenía el largo justo y
realzaba los pequeños encantos de Elena. El bustier se pegaba a sus curvas, y
las modernas sandalias de color púrpura enfatizaban sus delgados tobillos. La
había imaginado así. Ese alocado corte de pelo acentuaba la delicada estructura
ósea de Elena y el maquillaje la favorecía, haciéndola parecer muy femenina. Damon
siempre había sabido que no hacía falta hacer mucho para que ella estuviera
increíble. Y así era. Bella, elegante, sexy. No demasiado diferente de las
demás mujeres bellas, elegantes y sexys que él conocía. Y odiaba eso. Quería
recuperar a su Elena. Cuando por fin recobró el habla, sólo dijo:
—¿Por qué?
—Me cansé de que todo el mundo me dijera que eres el más
guapo.
Ni siquiera pudo esbozar una sonrisa. Quería verla de nuevo
con sus ropas desarregladas y que tirara esas frágiles sandalias a la basura. Elena
era Elena, y no había ninguna otra como ella. No necesitaba todo eso. Pero si
se lo decía, ella pensaría que él se había vuelto loco, así que sólo se limitó
a pasarle el pulgar por el estrecho tirante del vestido.
—April estará encantada.
—Es gracioso. Eso fue lo que me dijo de ti cuando me vio.
Pensó que esto era cosa tuya.
—¿Te has arreglado tú sola?
—Soy artista, Boo. No soy más que otra tela en blanco, y una
no muy interesante, por cierto. Ahora me voy a darle coba a Nita. Hasta ahora
no ha apuñalado a nadie, pero la tarde es joven.
—Antes tenemos que hablar. De lo que pasó ayer.
Ella se puso tensa.
—No puedo dejarla sola. Ya sabes cómo es.
—Una hora, y luego vendré a buscarte.
Pero Elena ya se alejaba.
April lo saludó con la mano por encima de la cabeza de Riley.
La familiar carga de los viejos resentimientos rechinó en su mente, pero cuando
se asomó a su interior, sólo vio polvo. Si quería, podía pararse con su madre
para charlar. Que fue exactamente lo que hizo.
April se había vestido para la celebración con unos vaqueros,
un sombrero vaquero de paja y un top ceñido al cuerpo que parecía de Pucci.
Señaló con la cabeza hacia la banda de rock.
—Con un poco de práctica, podrían llegar a ser mediocres.
Riley se unió a la conversación.
—¿Has visto a Elena? Al principio no sabía que era ella. Parece
una auténtica adulta y todo.
—Simple apariencia —contestó Damon con firmeza.
—Pues yo no opino igual. —April lo miró con fijeza desde
debajo del sombrero—. Y dudo que todos esos hombres que han estado intentando
llamar su atención estén de acuerdo contigo. Ella hace como que no los ve, pero
nada pasa desapercibido para nuestra Elena.
—Mi Elena —se oyó decir Damon.
April encontró eso muy interesante.
—¿Tu Elena? ¿La mujer que va a dejar el pueblo dentro de dos
días?
—Ella no se irá a ningún lado.
April pareció preocupada.
—Entonces te queda un arduo trabajo por delante.
Un hombre con una gorra de béisbol calada hasta las cejas y
grandes gafas plateadas ocultándole los ojos se acercó hasta ellos. Riley dio
un pequeño salto de alegría.
—¡Papá! Pensé que no ibas a venir.
—Te dije que lo haría.
—Lo sé, pero...
—Pero te he decepcionado tantas veces que no me creíste.
Jack se había quitado los pendientes y las pulseras y se
había vestido de manera anodina con unos vaqueros cortos y una camiseta de
color verde oliva, pero nada podía enmascarar ese perfil famoso, y una mujer
con un bebé lo miró con curiosidad.
April parecía haber desarrollado un súbito interés por la
banda de rock y Damon ya tenía suficientes líos en la cabeza para intentar
averiguar lo que estaba ocurriendo entre ellos.
—¿Es Elena la que viene hacia nosotros? —preguntó Jack.
—¿A que está magnifica? —dijo Riley con admiración—. Es una
gran artista. ¿Sabías que Damon aún no ha visto los murales del comedor?
Díselo, papá. Dile lo bonitos que son.
—Son diferentes.
Elena regresó antes de que Damon pudiera preguntar a qué se
refería.
—Vaya —dijo Jack—. Si eres una mujer, después de todo.
Elena se sonrojó como siempre que Jack se dirigía a ella.
—Es algo temporal. Requiere mucho esfuerzo y no soy de las
que pierden el tiempo. —Jack sonrió ampliamente, y Elena miró a Riley—. Siento
ser portadora de tan malas noticias, poro Nita quiere hablar contigo. —A través
de un hueco en la multitud, Damon vio cómo Nita señalaba furiosamente su silla.
Elena frunció el ceño—. Le dará un ataque si no vas. Voto por que no nos
apresuremos con los primeros auxilios.
—Elena siempre dice cosas así —le confió Riley a los demás—.
Pero en realidad adora a la señora Garrison.
—¿Ha estado bebiendo otra vez, señorita? Pensé que ya
habíamos hablado sobre eso. —Elena cogió a Riley por el brazo y se la llevó.
—Veo que llega compañía — dijo Jack—. Será mejor que me
esfume.
Cuando él se marchó, el juez Haskins y Tim Taylor, el director
del instituto, llegaron junto a Damon.
—Hola, Boo. —El juez no podía apartar la mirada de April—. Es
agradable verte por aquí asumiendo tus responsabilidades cívicas.
—Por muy desagradables que éstas sean —dijo Tim—. Tengo que
pasar la mañana del sábado con alumnos de cuarto. —Los dos hombres contemplaron
a April. Cuando nadie dijo nada, Tim le tendió la mano—. Soy Tim Taylor.
Damon debería haberlo visto venir. Como April se había
mantenido apartada de lugares como el Barn Grill, no los había conocido. Ella
le tendió la mano.
—Encantada, soy Susan...
—Es mi madre —dijo Damon—. April Salvatore.
Los dedos de April perdieron fuerza. Les estrechó la mano a
los dos hombres, pero bajo el ala del sombrero, comenzaron a llenársele los
ojos de lágrimas.
—Lo siento. —Agitó los dedos delante de la cara—. Es la
alergia.
Damon posó la mano sobre el hombro de April. No había pensado
hacer eso —no había pensado nada—, pero se sintió como si hubiera ganado el
partido más importante de la temporada.
—Mi madre ha trabajado para mí de encubierto, utilizando el
nombre de Susan O'Hara.
El tema requería algunas explicaciones, que Damon fue
inventando sobre la marcha mientras April parpadeaba y tosía como si de verdad
tuviera alergia. Cuando los hombres se marcharon, April se volvió hacia él.
—No digas nada o perderé la compostura.
—Como quieras —dijo él—. Vayamos a por un trozo de tarta. Una
vez que consiguieron el pastel, él tosió y se golpeó el pecho como si también
hubiera desarrollado una repentina alergia.
April logró al fin apartarse del gentío. Encontró un lugar
protegido tras unos arbustos en la zona más alejada del parque, se sentó en el
césped contra la cerca, y se permitió a sí misma llorar a lágrima viva. Había
recuperado a su hijo. Aún tenían que ir con pies de plomo, ya que ambos eran
tercos como mulas, pero tenía fe en que lo resolverían todo con el tiempo.
A lo lejos, el cantante de la banda de rock se atrevió con un
rap de chico blanco que sonaba de pena. Jack apareció por una esquina de los
arbustos, invadiendo su santuario privado.
—Detén a ese chico antes de que los niños de este parque
sufran daños emocionales. —Al sentarse a su lado, fingió no darse cuenta de sus
ojos rojos por el llanto.
—Prométeme que nunca cantarás algo como eso —dijo ella.
—Sólo en la ducha. Aunque ahora que lo dices...
—Prométemelo.
—De acuerdo. —Le cogió la mano, y ella no intentó apartarla—.
Te he visto con Damon.
Los ojos de April volvieron a llenarse de lágrimas.
—Me presentó como su madre. Fue algo maravilloso.
Jack sonrió.
—¿Lo hizo? Me alegro.
—Espero que algún día vosotros dos...
—Estamos en ello. —Le acarició la palma con el pulgar—. He
estado pensando sobre tu aversión a los rollos de una noche. Creo que la
solución es que tengamos citas como adultos normales.
—¿Quieres salir conmigo?
—Ya te dije ayer que ahora prefiero las relaciones de verdad.
Necesito un lugar permanente donde establecerme ahora que voy a vivir con
Riley, y bien puede ser en Los Ángeles. —Jugueteó con sus dedos, llenándola de
una dulce y dolorosa tensión—. Espero que esto me dé puntos para nuestra
próxima cita.
—Qué poco sutil. —April no debería haber sonreído.
—No podría ser sutil contigo ni aunque me obligaran. —La
diversión desapareció de los ojos de Jack—.
Te deseo, April. Con cada parte de mi ser. Quiero verte y tocarte.
Quiero saborearte. Quiero estar dentro de ti. Lo quiero todo.
Ella finalmente apartó la mano.
—¿Y después qué?
—Volveremos a empezar desde el principio.
—Para eso hizo Dios a las groupies, Jack. Personalmente, me
gustan las cosas un poco más profundas.
—April...
Ella se puso de pie y se fue a buscar a Riley.
Damon logró al fin apartar a Elena de la multitud y
conducirla cerca del viejo cementerio de la Iglesia Baptista. La llevó hacia la
sombra del monumento más impresionante del cementerio, un monolito de granito
negro dedicado a Marshall Garrison. Se dio cuenta de que ella estaba nerviosa y
que intentaba ocultarlo.
—¿Cómo se han enterado de que April es tu madre? —dijo ella—.
Todo el mundo habla de ello.
—No vamos a hablar de April. Vamos a hablar de lo que sucedió
ayer.
Ella apartó la mirada.
—Sí, qué alivio, ¿verdad? ¿Puedes imaginarme con un bebé?
Por raro que pareciera, sí que podía. Elena sería una madre
estupenda, tan ferozmente protectora como cualquiera de sus compañeros de equipo.
Apartó la imagen de su mente.
—Hablo de tus estúpidos planes de abandonar el pueblo el
lunes.
—¿Por qué son estúpidos? Nadie considera estúpido que tú te
vayas a entrenar el viernes siguiente. ¿Por qué tú sí puedes marcharte y yo no?
Ella estaba siendo demasiado sensata. Él quería recuperar a
la pastorcilla.
—Porque no hemos terminado, por eso —dijo él—, y no hay razón
alguna para apresurar el final de algo que ambos estamos disfrutando.
—Hemos terminado del todo. Soy una nómada, ¿recuerdas?, y es
hora de que me ponga en movimiento.
—Bien. Pues acompáñame cuando regrese en coche a Chicago. Te
gustará aquello.
Ella deslizó la mano por el canto del monumento a Marshall.
—Demasiado frío en invierno.
—No es problema. Todas mis casas tienen chimeneas y radiadores
que funcionan a la perfección. Puedes instalarte allí.
Él no supo cuál de los dos se había quedado más asombrado por
sus palabras. Ella se quedó paralizada y luego sus pendientes púrpuras
brillaron contra sus rizos oscuros cuando se volvió hacia él.
—¿Quieres que viva contigo?
—¿Por qué no?
—¿Quieres que vivamos juntos?
Damon jamás había permitido que una mujer viviera con él,
pero pensar en compartir el mismo espacio que Elena era una idea maravillosa.
—Claro. ¿Cuál es el problema?
—Hace dos días, ni siquiera querías presentarme a tus amigos.
Y, ¿ahora quieres que vivamos juntos? —No parecía tan ruda como de costumbre.
Tal vez fuera el vestido, o esos rizos suaves que le enmarcaban la cara. O
puede que fuera el pesar que vislumbró en esa mirada de pastorcilla. Le colocó
un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Hace dos días estaba confundido. Ahora no lo estoy.
Ella se apartó bruscamente.
—Ya entiendo. Al final te parezco lo suficientemente
respetable para aparecer en público contigo.
Él se envaró.
—Tu apariencia no tiene nada que ver con esto.
—Ahora me dirás que es una simple coincidencia. —Lo miró
directamente a los ojos—. Es algo difícil de creer.
—¿Por qué clase de imbécil me tomas? —contraatacó él sin
darle tiempo a que replicara—. Quiero enseñarte Chicago, eso es todo. Y
necesito tiempo para pensar hacia dónde se dirige nuestra relación
—¡Venga ya! Yo soy aquí el único cerebrito, ¿recuerdas? Tú
eres el que recorre las tiendas y se prueba los perfumes.
—Basta ya. Deja de bromear sobre algo tan importante.
—Mira quién habla.
Sus tácticas no estaban dando resultado, y Damon sentía que
comenzaba a perder la paciencia, así que intentó aferrarse a un tema neutral.
—También tenemos un asunto pendiente. Te pagué por unos
murales, pero aún no he dado el visto bueno.
Ella se frotó la sien.
—Sabía que los odiarías. Te lo advertí.
—¿Cómo podría odiarlos? Ni siquiera los he visto.
Ella parpadeó.
—Quité el plástico de las puertas hace dos días.
—Pero no he ido a verlos. Se suponía que me los enseñarías
tú, ¿recuerdas? Era parte de nuestro trato. Con el dinero que he invertido en
esas paredes, merezco verlas por primera vez con la artista que las pintó.
—Estás intentando manipularme.
—Los negocios son los negocios, Elena. Aprende a distinguir
la diferencia.
—Bien —le espetó ella—. Iré mañana.
—Esta noche. Ya he esperado suficiente.
—Deberías verlos a la luz del día.
—¿Por qué? —dijo él—. Lo más seguro es que cene allí todas
las noches.
Ella le dio la espalda al monumento, y a él, y se dirigió
hacia la entrada.
—Tengo que llevar a Nita a casa. No tengo tiempo para esto.
—Te recogeré a las ocho.
—Iré yo sola. —El dobladillo desigual revoloteó sobre sus
rodillas mientras se alejaba del cementerio.
Damon deambuló entre las lápidas un rato, intentando poner
sus pensamientos en orden. Le había ofrecido algo que jamás le había ofrecido a
otra mujer, y ella se lo había tirado a la cara como si no significara nada.
Estaba intentando jugársela a un quarterback, pero no era rival para él. No
sólo no sabía hacerse cargo del equipo, ni siquiera sabía ocuparse de sí misma.
De alguna manera, tenía que arreglar todo eso, y no tenía demasiado tiempo.
Riley tiró un montón de platos de plástico a la basura y
regresó para sentarse con la señora Garrison. La gente empezaba a marcharse,
pero había sido una buena fiesta, y la señora Garrison se había comportado bien
con todo el mundo. Riley sabía que se alegraba de que hubiera ido tanta gente,
y de que hubieran hablado con ella.
—¿Se ha dado cuenta de lo agradable que ha sido hoy todo el
mundo? —dijo, sólo para asegurarse.
—Saben a lo que atenerse.
La señora Garrison tenía lápiz de labios en los dientes, pero
Riley tenía algo en mente, y no se lo dijo.
—Elena me contó lo que ocurre en el pueblo. Esto es América,
y creo que debería dejar que la gente hiciera lo que quisiera con sus tiendas y
todo eso. —Hizo una pausa—. También creo que debería comenzar a dar clases de
baile gratuitas para quienes no puedan permitírselas.
—¿Lecciones de baile? ¿Quién iba a venir? Los chicos de hoy
en día sólo bailan hip-hop.
—A algunos también les gustan los bailes de salón. —Ella
había conocido ese día a dos chicas de secundaria muy simpáticas que le habían
dado la idea.
—Veo que tienes muchas opiniones sobre lo que yo debería
hacer, pero ¿qué pasa con lo que yo quiero que tú hagas? Es mi cumpleaños y
sólo te he pedido una cosa.
Riley deseó no haber sacado el tema a colación.
—No puedo cantar en público —dijo ella—. No toco la guitarra
lo suficientemente bien.
—No digas tonterías. Te he dado un montón de lecciones de
baile, y ni siquiera me quieres hacer ese pequeño favor.
—¡No es pequeño!
—Cantas mejor que cualquiera de esos monos que están subidos
al escenario. Jamás he oído una cosa tan espantosa.
—Cantaré para usted en su casa. Sólo nosotras dos.
—¿ Crees que no estaba asustada la primera vez que bailé en
público? Estaba tan asustada que casi me desmayé. Pero no dejé que el miedo me
detuviera.
—No tengo aquí la guitarra.
—Ellos tienen guitarras. —Señaló hacia la banda de rock.
—Son eléctricas.
—Excepto una.
A Riley le costaba creer que Nita se hubiera dado cuenta de
que el guitarrista había cambiado la guitarra eléctrica por una acústica cuando
cantaron «Time of your life» de Green Day.
—No puedo pedirles la guitarra. No me la dejarían.
—Ya nos ocuparemos de eso.
Para horror de Riley, Nita se levantó de la silla y se acercó
arrastrando los pies hasta la banda. Quedaba menos de la mitad de la gente,
sobretodo familias con niños y adolescentes. Damon llegó por una entrada
lateral y ella atravesó el césped con rapidez para alcanzarlo.
—La señora Garrison quiere que cante como regalo de
cumpleaños.
A Damon no le gustaba la señora Garrison y esperaba que Riley
le plantara cara, pero él parecía estar pensando en otra. cosa.
—¿Vas a hacerlo?
—¡No! Sabes que no puedo. Todavía hay mucha gente.
Él miró a la multitud por encima de la cabeza de Riley como
si estuviera buscando a alguien.
—No tanta.
—No puedo cantar delante de la gente.
—Cantaste para mí y para la señora Garrison.
—Eso fue diferente. Era en privado. No puedo cantar delante
de desconocidos.
Por fin, pareció que él centraba su atención en ella..
—¿ No puedes cantar delante de desconocidos o no quieres
cantar delante de Jack?
Cuando le había explicado cómo se sentía ella respecto a eso
le había hecho prometer que nunca se lo mencionaría a nadie. Ahora lo estaba
utilizando en su contra.
—No lo entiendes.
—Lo entiendo. —Le pasó el brazo alrededor de los hombros —Lo
siento, Riley. Tendrás que resolverlo tú.
—Tú nunca hubieras subido ahí para cantar cuando tenías mi
edad.
—Yo no canto como tú.
—Cantas bastante bien.
—Jack lo está intentando —dijo él—. El que cantes no cambiará
lo que siente por ti.
—Eso no lo sabes.
—Ni tú. Quizá sea el momento de averiguarlo.
—Ya lo sé seguro.
La sonrisa de Damon pareció un poco forzada, y ella pensó que
quizás estaba un poco decepcionado con ella.
—Está bien —dijo él—. Deja que vea si puedo entretener al
viejo murciélago para que no te dé la lata.
Mientras él se dirigía hacia la señora Garrison, Riley
comenzó a sentirse mareada. Antes de llegar a la granja, siempre había tenido
que buscarse la vida ella sola, pero ahora, Damon daba la cara por ella, igual
que lo había hecho cuando su padre quería llevarla de regreso a Nashville. Y no
era el único. April y Elena la defendían delante de la señora Garrison, aunque
ella no las necesitara para nada. Y su padre la había defendido aquella noche
cuando pensó que Damon le estaba haciendo daño de verdad.
La señora Garrison estaba hablando con el guitarrista cuando Damon
se acercó a ella. Riley se mordisqueó una uña. Su padre permanecía oculto al
lado de la cerca, pero ella había observado que más de una persona lo miraba
fijamente. April estaba ayudando a recoger, y Elena estaba envolviendo la tarta
sobrante para que la señora Garrison se la llevara a casa. La señora Garrison
decía que la gente que se infravaloraba, acababa apagándose como la luz de una
vela, y Riley no quería acabar así. Tenía que empezar a ser realmente ella
misma.
Estaba sudando y a punto de vomitar. ¿Y si cuando comenzara a
cantar, desafinaba? Miró fijamente a su padre. O peor todavía, ¿y si lo que
cantaba era una mierda?
Jack se incorporó al ver a su hija caminar hacia el micrófono
del escenario con una guitarra en los brazos. Incluso desde el otro extremo del
parque, podía ver lo asustada que estaba. ¿Iría a tocar de verdad?
—Me llamo Riley —susurró ella al micrófono.
Se la veía muy pequeña e indefensa. No sabía por qué estaba
haciendo eso, sólo que no iba a permitir que sufriera. Echó a andar, pero ella
ya había empezado a tocar. Nadie se había molestado en conectar el micro de la
guitarra y, al principio, la gente la ignoró. Pero Jack sí escuchaba, y si bien
el sonido apenas era audible, reconoció los acordes de «¿Por qué no sonreír?»
Se le puso un nudo en el estómago cuando Riley comenzó a cantar.
¿Recuerdas cuando éramos jóvenes
y vivíamos cada sueño como si fuera el primero?
Cariño, ¿por qué no sonreír?
No importaba si lo reconocían. Tenía que subir allí. Ésa no
era una canción para una niña de once años, y no iba a dejar que la
ridiculizaran.
No espero que lo entiendas.
Con todo lo que has visto. No te pido eso...
Su voz suave y cadenciosa era tan diferente al alarido
desafinado de la banda que la gente empezó a guardar silencio. Su hija quedaría
destrozada si se reían de ella. Apretó el paso y April se acercó a su lado para
detenerlo.
—Escucha, Jack. Escúchala.
Y lo hizo.
Sé que la vida es cruel. Y tú lo sabes mejor que yo.
Riley se equivocó en un acorde, pero su voz no falló.
¿ Cariño, por qué no sonreír? ¿ Cariño, por qué no sonreír? ¿
Cariño, por qué no sonreír?
La gente se había quedado en silencio, y las mofas inmaduras
de los miembros de la banda se desvanecieron. Escuchar a una niña cantar esas
palabras de adulto debería haber resultado gracioso, pero nadie se rió. Cuando
Jack cantaba «¿Por qué no sonreír?» sonaba como un duelo fiero y mortal. En la
voz de Riley, por el contrario, sonaba pura y enternecedora.
Finalizó la canción con un Fa en vez de Do. Riley había
estado tan concentrada en los cambios de acorde que no había mirado al público,
y pareció asustada cuando comenzaron a aplaudir. Jack esperaba que se marchara
del escenario a toda prisa, pero en vez de eso se acercó más al micrófono y
dijo suavemente:
—Esta canción era para mi amiga, la señora Garrison.
La gente comenzó a pedir un bis a gritos. Damon sonrió, y Elena
también. Riley sujetó la púa entre los labios y afinó la guitarra de nuevo. Sin
pararse a pensar en los derechos de autor o el secretismo que rodeaba a una
canción nueva de Patriot, Riley comenzó a tocar «Llora como yo», una de las
canciones en las que él había estado trabajando en la casita de invitados. No
podría haber estado más orgulloso. Al final, la gente aplaudió y ella se puso
con «Sucio y rastrero» de las Moffats. Jack se dio cuenta de que elegía las
canciones más por la facilidad de los acordes que por la propia canción. Esta
vez, cuando terminó, dio las gracias con sencillez y devolvió la guitarra,
ignorando a la gente que le pedía un bis. Pero como todo buen cantante, sabía
cuándo debía retirarse.
Damon llegó hasta ella el primero y se pegó a Riley como una
lapa cuando la gente la rodeó para felicitarla. A Riley le costaba mucho
reconocer a nadie. La señora Garrison parecía tan orgullosa como si hubiera
sido ella la que cantara. Elena estaba resplandeciente, y April no paraba de
reírse.
Riley no miraba a Jack. Jack recordó el correo electrónico
que había enviado a Damon cuando había intentado averiguar por qué ella
mantenía en secreto lo bien que cantaba.
«Averígualo por ti mismo», había dicho Damon.
En aquel momento, Jack había pensado que Riley temía que él
no la amase si no cantaba lo suficientemente bien, pero ahora comprendía mejor
a su hija. Riley sabía de sobra lo bien que cantaba, por lo que no se trataba
de eso.
Cuando la multitud comenzó a dispersarse, algunas personas lo
miraron con fijeza. Alguien lo reconoció. Una mujer de mediana edad lo miró con
ojos perspicaces.
—P-perdón..., pero..., ¿no es usted Jack Patriot?
Damon, que lo había visto venir, se puso inmediatamente a su
lado.
—¿Podría darle un respiro?
La mujer se sonrojó.
—No puedo creer que sea él. Aquí en Garrison. ¿Qué está
haciendo aquí, señor Patriot?
—Me gusta este pueblo. —Miró por encima de la mujer para ver
cómo Nita y Elena protegían a Riley
—Jack es amigo mío. Se hospeda en la granja—dijo Damon—. Ha
venido a Garrison porque aquí puede encontrar privacidad.
—Claro, entiendo.
De alguna manera, Damon logró mantener alejados al resto de
los curiosos. Elena y April acompañaron a Nita al coche. Damon le dio un
empujón a Riley para que se acercara a su padre y luego desapareció, sin darle
más opción que dirigirse hacia Jack. Ella parecía tan ansiosa que a Jack le
dolió el corazón. ¿Y si se equivocaba en sus conclusiones? Pero no tenía tiempo
de hacer más conjeturas. Le dio un beso rápido en la coronilla. Riley olía a
tarta de cumpleaños.
—Estuviste genial allí arriba—le dijo—. Pero no quiero que mi
hija se convierta en una estrella de rock para adolescentes.
Ella levantó la cabeza con rapidez. Él contuvo el aliento.
Los ojos de Riley se convirtieron en grandes charcos de incredulidad.
—¿De veras? —dijo, soltando un largo suspiro.
Había hecho muchos avances con ella ese verano, y el más leve
paso en falso podría estropearlo todo.
—No estoy diciendo que me niegue a que vayas a clases de
canto, eso es decisión tuya, pero tienes que mantener la cabeza en su sitio.
Tienes una voz asombrosa, pero tus verdaderos amigos son aquellos que te
quieren por ser quien eres y no porque seas buena cantando. —Hizo una pausa—.
Como yo.
Los ojos castaños de Riley —tan parecidos a los de él— se
agrandaron.
—O Damon y April —añadió él—. O Elena. Incluso la señora
Garrison. —Estaba pasándose un poco, pero necesitaba asegurarse de que ella lo
comprendía—. No tienes que cantar para conseguir la amistad ni el amor de
nadie.
—Lo comprendes —susurró ella.
Él fingió no oírla.
—Llevo muchos años en este negocio. Y he visto de todo.
Ahora ella comenzó a preocuparse.
—Pero aún puedo cantar para alguna gente, ¿no? Además quiero aprender
a tocar bien la guitarra.
—Eso es cosa tuya. Pero nunca dejes que nadie te juzgue sólo
por tu voz.
—Te lo prometo.
Él le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia él.
—Te quiero, Riley.
Ella apoyó la mejilla contra su pecho.
—Yo también te quiero, papá.
Era la primera vez que ella se lo decía.
Se dirigieron hacia el coche agarrados por la cintura. Pero
antes de llegar, ella le dijo:
—¿Podemos hablar de mi futuro? No me refiero al canto, sino a
la escuela, dónde voy a vivir y todo eso.
En ese mismo momento, él supo con exactitud cómo iban a ser
las cosas de ahora en adelante.
—Demasiado tarde —dijo Jack—. Ya he tomado una decisión.
La vieja mirada de precaución apareció en los ojos de Riley.
—No es justo.
—Yo soy el padre, y yo tomo las decisiones. Odio ser el
portador de malas noticias, estrellita, pero no pienso dejar que te vayas a
vivir con tu tía Gayle y Trinity por más que me lo pidas.
—¿De veras? —Las palabras surgieron en un ahogado susurro.
—Aún no he resuelto todos los detalles, pero nos iremos a
vivir a Los Ángeles. Buscaremos allí un buen colegio para ti. Y ya te aviso de
que no será un internado. Te quiero lo suficientemente cerca de mi para poder
vigilarte. Contrataremos a un ama de llaves que nos guste a los dos para que se
quede contigo cuando tenga que viajar. Y por supuesto, verás a April... pero
aún estoy trabajando en esa parte. ¿Qué te parece?
—¡Creo... creo que es lo mejor que podía pasarme!
—Eso mismo opino yo.
Cuando se subió al coche, Jack sonrió. El rock'n'roll podía
mantenerte joven, pero había algo maravilloso en madurar.
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