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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

09 noviembre 2012

Recuérdame Capítulo 02


Capítulo 02
Damon vio cómo el rostro de la joven palidecía. Soltó un juramento y la agarró de los brazos, sintiéndola floja y temblorosa.

—Siéntate antes de que te caigas —dijo secamente. La condujo hasta la cama y ella se sentó, sujetándose al borde del colchón.


—¿Esperas que crea que sufres amnesia? —ella lo miró espantada—. ¿Es lo mejor que has podido inventar?

Damon hizo una mueca, pues él mismo sentía algo parecido ante la idea de la amnesia.

—No pretendo enfurecerte, pero ¿cómo te llamas? Me encuentro en desventaja.

—Hablas en serio —Elena suspiró y se pasó una mano por los cabellos—. Me llamo Elena Gilbert.

—Bueno, Elena, parece que tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

—Amnesia —ella volvió a mirarlo fijamente—. ¿De verdad piensas seguir con esa historia?

—¿Crees que me gusta que una mujer me sacuda un puñetazo en público y asegure estar embarazada de mi hijo cuando, por lo que yo sé, es la primera vez que nos vemos? Ponte en mi lugar. Si un hombre al que no hubieras visto jamás apareciera y te dijera las cosas que tú me has dicho a mí, ¿no sospecharías algo?

—Esto es una locura —murmuró Elena.

—Escucha, puedo demostrarte lo que me sucedió. Puedo enseñarte mi expediente médico y el diagnóstico. No te recuerdo, Elena. Siento mucho tener que decirlo, pero es la verdad. Sólo cuento con tu palabra de que entre nosotros ha habido algo.

—Sí, y no olvidemos que no soy tu tipo.

Damon dio un respingo. ¡Tenía que acordarse de ese comentario!

—Me gustaría que me lo contaras todo desde el principio. Cuéntame dónde y por qué nos conocimos. Quizás algo de lo que me digas me refresque la memoria.

Alguien llamó a la puerta.

—¿Esperas a alguien a estas horas? —preguntó él.

—El servicio de habitaciones. Me muero de hambre. No he comido en todo el día.

Elena se ajustó la bata y fue a abrir la puerta. Segundos después, un camarero apareció empujando un carrito con las bandejas tapadas.

—Lo siento —se disculpó ella cuando estuvieron de nuevo a solas—. No esperaba visita y sólo he pedido comida para uno.

Él alzó una ceja. Allí había comida para un pequeño regimiento.

—Siéntate y relájate. Podemos hablar mientras comes.

Elena se retrepó en el pequeño sillón junto a la cama y alargó la mano hacia un plato.

Damon aprovechó para estudiar el rostro de la mujer que había olvidado.

Era preciosa, no podía negarlo, aunque no era el tipo de mujer hacia el que se sentía atraído. Él prefería mujeres dulces y, según sus amigos, sumisas.

Era consciente de que eso le hacía parecer un imbécil, pero no podía negar el hecho de que le gustaban las mujeres un poco más obedientes. El que se hubiera enamorado de la antítesis de las mujeres con las que había salido en los últimos cinco años, era fascinante.

Aceptaba el hecho de que podía haberse sentido atraído por ella, incluso haberse acostado con ella, pero ¿enamorarse? ¿En unas pocas semanas?

Las mujeres tendían a ser criaturas emotivas y entraba dentro de lo posible que se hubiera creído que él estaba enamorado. Desde luego, el dolor y la traición no parecían fingidos.

Y luego estaba lo del embarazo. Seguramente le haría parecer un completo bastardo, pero sería de imbéciles no pedir una prueba de paternidad. A fin de cuentas entraba dentro de lo posible que se lo hubiera inventado todo tras averiguar lo de su pérdida de memoria.

Sintió la repentina necesidad de llamar a su abogado para preguntarle quién había firmado el contrato de venta de las tierras que había adquirido. No había visto los papeles antes del accidente, para eso pagaba a otras personas, y una vez finalizado el trato, no había motivo para mirar atrás… salvo en esa ocasión.

—¿En qué piensas? —preguntó ella.

—Que esto es un enorme lío que…

—A mí me lo vas a decir —murmuró Elena—. Lo que no entiendo es por qué es tan malo para ti. 

Eres inmensamente rico. No estás embarazado y no has vendido unas tierras que pertenecieron a tu familia durante generaciones a un hombre que va a destrozarlas para construir un complejo turístico.

El dolor que reflejaba la voz de la joven le produjo a Damon una incómoda sensación en el pecho. Algo parecido a un sentimiento de culpa, pero, ¿por qué debería sentirse culpable?

—¿Cómo nos conocimos? —preguntó—. Necesito saberlo todo.

—La primera vez que te vi llevabas un traje de chaqueta, zapatos que costaban más que mi casa, y gafas de sol. Me irritó mucho no poder ver tus ojos y me negué a hablar contigo hasta que te las quitaste.

—¿Y dónde sucedió todo eso?

—En la isla Moon. Preguntabas por una franja de tierra en primera línea de playa, y por su dueño. Y yo era la dueña y me imaginé que eras un tipo trajeado con planes para construir en la isla y salvar a la población local de una vida de pobreza.

—¿No estaba en venta? —él frunció el ceño—. Debía estar en venta. No habría sabido nada de ese lugar de no ser así.

—Lo estaba —Elena asintió—. Yo… yo necesitaba venderla. Mi abuela y yo no podíamos pagar los impuestos. Pero estábamos de acuerdo en que no se la venderíamos a un constructor.

Se interrumpió, claramente incómoda con las revelaciones que le había hecho.

—En fin, te tomé por uno de esos tipos estirados y te envié al otro extremo de la isla.

Él la miró furioso y, por primera vez, en los labios de la joven apareció una sonrisa.

—Estabas tan enfadado que volviste a mi casa y aporreaste la puerta. Exigiste saber a qué demonios estaba jugando y dijiste que no actuaba como alguien desesperada por vender un pedazo de tierra.

—Eso sí parece propio de mí —admitió él.

—Te expliqué que no estaba interesada en vendértela a ti y cuando hablé de la promesa hecha a mi abuela de que sólo venderíamos a alguien dispuesto a firmar un compromiso de no utilizarla con fines comerciales, me pediste que te la presentara.

Un incómodo cosquilleo se instaló en la nuca de Damon. Aquello no era propio de él. Él no entraba en el terreno personal. Todo el mundo tenía un precio. Se habría limitado a seguir aumentando la oferta.

—Lo demás resulta bastante embarazoso —siguió ella—. Te presenté a Mamaw. Os caísteis de maravilla. Ella te invitó a cenar y después dimos un paseo por la playa. Me besaste, y yo te devolví el beso. Me acompañaste a mi casa y quedamos en vernos al día siguiente.

—¿Y así fue?

—Desde luego —susurró Elena—. Y al siguiente, y al otro. Me llevó tres días conseguir que te quitaras ese traje.

Él alzó una ceja y la miró fijamente.

—¡Cielos! —la joven se sonrojó violentamente y se tapó la boca con la mano—. No quería decir eso. Llevabas ese traje a todas partes, incluso a la playa. De modo que te llevé de compras. Te compramos ropa de playa.

—¿Ropa de playa? —aquello empezaba a sonar como una pesadilla.

—Pantalones cortos, camisetas —ella asintió—. Chanclas.

Quizás el médico estuviera en lo cierto y había perdido la memoria a propósito. ¿Chanclas? miró sus carísimos zapatos de cuero e intentó imaginarse con chanclas.

—Y yo me puse esa ropa de playa…

—Desde luego. También te compraste trajes de baño. Nunca había conocido a alguien que viajara a una isla sin traje de baño. Después te llevé a mi rincón preferido de la playa.

Hasta ese momento el relato de aquellas semanas era tan distinto de él mismo que le parecía estar escuchando la historia de otra persona.

—¿Y cuánto duró esa relación que dices que mantuvimos? —gruñó.

—Cuatro semanas —contestó ella con calma—. Cuatro maravillosas semanas. Pasamos todos los días juntos. Tras la primera semana abandonaste tu habitación de hotel y te instalaste en mi casa. En mi cama. Hacíamos el amor con las ventanas abiertas para oír el mar.

—Entiendo.

—No me crees —ella entornó los ojos.

—Elena —empezó Damon con mucho tacto—. Me resulta muy difícil. He perdido un mes de mi vida y lo que me cuentas suena tan inusual en mí que me cuesta creerlo.

—Comprendo que no sea fácil —ella apretó los temblorosos labios—. Pero intenta verlo desde mi punto de vista. Imagina que la persona de la que estabas enamorado, y que pensabas estaba enamorada de ti, de repente no te recuerda. Imagina las dudas al descubrir que todo lo que te había contado era mentira, y que te había hecho una promesa que no iba a mantener. ¿Cómo te sentirías?

—Me sentiría muy disgustado —contestó él.

—Sí, eso lo describe bastante bien —Elena se puso de pie—. Escucha, esto no tiene sentido. 

Estoy muy cansada y creo que deberías marcharte.

—¿Quieres que me vaya? —Damon se levantó de un salto—. Después de soltarme esta historia, después de anunciarme que voy a ser padre, ¿esperas que me marche sin más?

—Ya lo hiciste una vez —contestó con voz cansada.

—¿Cómo demonios puedes asegurarlo? ¿Cómo sabes lo que hice o dejé de hacer si ni siquiera yo lo sé? Dices que me amabas y que yo te amaba. Acabo de decirte que no recuerdo nada. ¿Por qué dices que te abandoné, que te traicioné? Sufrí un accidente. ¿Cuál fue el último día que me viste? ¿Qué hicimos? ¿Te dije que te abandonaba?

—Fue el día después de cerrar el trato —ella estaba muy pálida—. Dijiste que debías regresar a Nueva York. Una emergencia. Dijiste que no te llevaría más de uno o dos días. Dijiste que volverías y que hablaríamos sobre lo que haríamos con las tierras.

—¿Y qué día fue eso? La fecha, Elena, quiero la fecha exacta.

—El tres de junio.

—El día del accidente.

Ella lo miró espantada y se llevó una mano a la boca. Parecía a punto de desvanecerse y él la atrapó por la cintura, obligándola a sentarse a su lado.

—¿Cómo? ¿Qué sucedió? —ella no se resistió y se limitó a mirarlo fijamente.

—Mi avión privado se estrelló sobre Kentucky —explicó él—. No recuerdo gran cosa. Desperté en un hospital sin saber cómo había llegado allí.

—¿Y no recuerdas nada? —insistió ella.

—Sólo he olvidado esas cuatro semanas, aunque tengo alguna que otra laguna.

—De modo que te olvidaste de mí… —Elena soltó una amarga carcajada.

—Sé que es desagradable oírlo —él suspiró—. Puede que no te recuerde, Elena, pero no soy ningún bastardo. No me satisface ver lo herida que te sientes.

—Intenté llamarte —continuó ella—. Al principio esperé. Me inventé un montón de excusas. Que la emergencia había sido grave, que estabas muy ocupado. Pero cuando intenté llamar al número que me diste, nadie me permitió hablar contigo.

—Después del accidente se tejió una importante red de seguridad a mi alrededor. No queríamos que nadie supiera lo de mi pérdida de memoria. Temíamos que los inversores perderían su confianza en mí.

—Pues parecía que me habías dejado tirada y que no habías tenido las agallas de decírmelo a la cara.

—¿Y por qué ahora? ¿Por qué has esperado tanto tiempo para venir a enfrentarte a mí?

Ella lo miró con desconfianza. Desde luego, lo sensato hubiera sido no esperar tanto.

—No descubrí que estaba embarazada hasta la décima semana. Mamaw estaba enferma y pasaba mucho tiempo con ella. No quería disgustarla contándole que sospechaba que nos habías seducido y mentido a las dos sobre tus planes para las tierras. Le habría partido el corazón, y no sólo por las tierras. Ella sabía cuánto te amaba. Quería verme feliz.

Damon se sentía como un auténtico gusano.

—Tenemos que tomar algunas decisiones, Elena.

—¿Decisiones?

—Dices que estaba enamorado de ti —Damon la miró a los ojos—. También dices que estás embarazada de mí. Hay mucho que decidir y no lo vamos a resolver en una noche.
Ella asintió.

—Quiero que vengas conmigo.

—¿Y adónde vamos exactamente? —Elena se humedeció los labios.

—Si lo que dices es cierto, una gran parte de mi vida y futuro cambió en esa isla. Tú y yo vamos a regresar al lugar donde todo comenzó.

Ella lo miró perpleja, como si hubiera esperado que la dejara tirada.

—Vamos a revivir esas semanas, Elena. Quizás estar allí hará que recuerde.

—¿Y si no lo hace? —preguntó ella con cautela.

—Entonces habremos pasado un montón de tiempo conociéndonos de nuevo.


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