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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

16 abril 2013

Una Noche Capitulo 04


Capítulo 4

SOLO que no fue así. Damon parecía adivinar todos sus movimientos. Cada vez que salía a ver el progreso del constructor o se encontraba a alguien en la calle, allí estaba él. Elena creía que se había vuelto paranoica y que no era más que una coincidencia, pero cuando una mañana Stefan Hobbs comentó con una amplia sonrisa que no había visto a Damon ese día, supo que no era así y que otras personas ya también se habían dado cuenta.

Sin embargo, fue Bonnie quien confirmó sus sospechas. Elena se encontró con ella un día al salir del correo. Llevaba consigo a dos de sus cuatro hijos, dos niños gemelos de unos diez años de edad que se parecían mucho a su tío.

—Son los genes de los Salvatore —informó a Elena al ver su asombro— Son muy fuertes. Mi esposo, William, es delgado y rubio, y ninguno de mis hijos tiene ningún parecido con él.


Elena no pudo dejar de preguntarse a quien se parecería su hijo. Tenía que ir al hospital en visita de rutina esa tarde y, por instinto, se llevó las manos al vientre. Debido al peso que perdió durante la enfermedad de Caroline, su embarazo apenas se notaba. La moda de vestidos holgados y voluminosos también la ayudaba, pero no faltaba mucho para que su estado quedase de manifiesto.

Sus nervios se alteraban cada vez que pensaba en cuál sería la reacción de Damon. Era un hombre inteligente... Sospecharía y la interrogaría, pero ella ya estaba preparada. Por ningún motivo le arrancaría la verdad.

—Entiendo que mi hermano tiene un fuerte problema cardíaco —Bonnie bromeó abiertamente y, con candor fraterno, agregó— Se lo merece. Me alegro de que, por una vez, esté al otro lado de la mesa.

Elena no podía fingir no saber a qué se refería. Se sintió ruborizar.

—Lo siento —le dijo Bonnie mortificada— Ya se ha vuelto costumbre en mí el disculparme por mis errores, ¿no es así?

—Damon y yo sólo somos conocidos. Apenas lo conozco.

—No por falta de interés de parte de él —observó Bonnie con astucia—. Hasta mamá lo ha notado. El otro día me preguntó qué sería lo que le impide ser el mismo de siempre, y Stefan Hobbs me dijo que vigila tu tienda a todas horas.

—Es una exageración. Sólo se ha aparecido por allí en una o dos ocasiones, para ver cómo van las obras —protestó Elena, preguntándose por qué acudía en su defensa. Por algún motivo extraño le molestaba verlo sometido a las bromas de su hermana, por inocentes y bien intencionadas que fueran. Bonnie captó el mensaje y cambió de tema.

—Me alegro de haberte encontrado. Quiero invitarte a almorzar con nosotros el próximo domingo. No se trata de algo exclusivamente familiar —se apresuró a agregar al ver que Elena dudaba—. William es el veterinario de la localidad y con frecuencia está ocupado los domingos, por lo que, para compensar sus ausencias, suelo hacer una reunión muy informal, con un almuerzo tipo buffet. Los amigos llegan cuando y como les viene en gana ya sabes a que me refiero.

Con la invitación planteada de esa forma, Elena no podía negarse y antes de retirarse, Bonnie la hizo prometer que allí estaría.

Las obras de restauración iban muy adelantadas. Las nuevas vigas estaban colocadas y los techos y muros habían sido pintados. Había carpinteros instalando anaqueles en la librería, la cocina y el baño estaban casi listos.

Decidió equipar la cocina con muebles tradicionales de roble, con cubiertas de azulejos. Se trataba de una habitación bien proporcionada, con vista al jardín posterior y con unos escalones que bajaban directamente a él; evitaría el tener que hacerlo cruzando la librería.

La escalera interior había sido incorporada a la sala; contaba con un pequeño recibidor con un guardarropa y una gran alacena, y en el segundo piso estaban los dos dormitorios y el baño. Todavía disponía de suficiente espacio en el desván y ya pensaba que en el futuro podría acondicionar allí el salón de juegos para su hijo.

Le gustaba la población y sus habitantes, a pesar de su afición por el chismorreo. En sus momentos de tranquilidad pensaba que sería imposible que alguien adivinara que Damon era el padre de su hijo. Todos aceptaron de buena fe su estado de viudez y cuando ya no pudiera ocultar su embarazo, diría que la muerte de su esposo la hizo pensar en la posibilidad de perder al niño, por lo que decidió guardarse la noticia.

Mientras estuvo en Londres se dio tiempo de visitar un exclusivo almacén para niños en Knightsbridge y regresó con muchas ideas para la habitación de su hijo.

La casa exigía la hermosa tradición de muebles de madera y grandes encortinados, y los decoradores de su apartamento en Londres, a quienes también visitó, le recomendaron que pintase el mural cuando el niño ya tuviese varios meses de edad.

Pero, antes de pensar en los muebles del dormitorio infantil, tenía que pensar en la decoración del resto de la casa. Ya estando las obras de remodelación casi terminadas, los espacios interiores tomaban forma día a día, recordándole que ya era tiempo de escoger alfombras y cortinas, sin olvidarse de su cama.

Las vigas y los muros enlucidos hacían imposible el pensar en poner papel tapiz; el darles otro acabado sería un verdadero crimen.

El hospital en donde se atendía estaba en Hereford, a poco más de veinte kilómetros de distancia y emprendió la marcha después del almuerzo. Era su primera visita desde que se mudó de Londres, pero no tuvo dificultad en llegar y estacionar el coche.

Como siempre, tuvo que soportar una larga espera, pero al fin fue informada que, aparte de tener que ganar más peso, estaba bien y pudo retirarse.

Eran casi las cuatro de la tarde y la temperatura agradable la incitó a visitar tiendas. Las muestras de alfombras en tonos pastel de un escaparate, la hicieron entrar, y antes de salir ya había hecho arreglos para que fuesen a tomar medidas.

Con sentido práctico, decidió que toda la casa sería alfombrada del mismo color, excluyendo la librería, y pensó en un tono gris que le permitiría jugar con una amplia variedad de colores para lo demás.

Un muy acojinado sofá, de apariencia cómoda, tapizado en tonos de amarillo, azul y gris, de otro escaparate, la hizo detenerse y al fin entró en el local. La informaron que los muebles los elaboraban sobre pedido y que tendría que esperar cuatro meses, pero, para su fortuna, la dama que encargó el sofá y otro idéntico, cambió de opinión, y, aún sabiendo que se excedía en gastos, en un impulso, adquirió los dos. Los forros eran removibles y abajo tenían una tela de algodón azul marino que los hacía prácticos; no tendría que preocuparse mucho de manitas pegajosas que los ensuciaran.

Salió de Hereford después de las seis. El cielo se había nublado y pronto empezó a llover. Todavía le faltaba recorrer algunos kilómetros para llegar a casa cuando ocurrió. Escuchó una explosión ahogada y el auto empezó a moverse peligrosamente. Se había pinchado un neumático.

Elena sacó el auto de la carretera y bajó de él, con angustia. Cuando trasladó sus cosas de Londres había sacado la rueda de repuesto y las herramientas, y olvidó volver a ponerlas en el coche.
Contempló la carretera desierta y el vehículo inmóvil. No recordaba haber visto ningún teléfono público en el trayecto, lo cual significaba una larga caminata bajo lo que ya era un fuerte aguacero.

No tenía con qué protegerse, por supuesto, y la delgada blusa de algodón ya se le pegaba a la piel. No quería caminar, pero no tenía otra alternativa.

Volvió al auto y retiró las llaves de la ignición, antes de cerrar la puerta. Cuando emprendía la marcha, escuchó unas ruedas sobre el pavimento mojado.

Otro coche. Se volvió y se detuvo de pronto al reconocer el Daimler azul de Damon. ¡De todas las personas del mundo, tenía que ser él!

— ¿Que sucede? —preguntó Damon al detener el auto y verla empapada.

—Un neumático pinchado y no tengo repuesto.

—Mmm —Elena le agradeció que no dijese nada contra las mujeres conductoras sus eternos problemas. Nunca habría aceptado sus bromas sobre su decisión de sacar la rueda de repuesto. Para hacer lugar para sus compras. —Te llevaré y pediremos a los del taller que vengan por el coche.

Elena habría dado cualquier cosa por poder rechazar su ofrecimiento, pero no podía hacerlo. Ya temblaba de frío y no quería tener que recorrer ocho kilómetros con tal de evitar a Damon Salvatore.

Si su mente no fuese tan prosaica, pensaría que el destino no solo se metía en sus asuntos; sino que lo hacía de forma excesiva.

El interior del Daimler era tan lujoso como el exterior. El rico aroma de la piel se mezclaba con el aire que ella llevo consigo, y había algo más, algo que le era familiar.

No fue sino hasta que se acomodó y abrochó el cinturón de seguridad que lo reconoció…el aroma masculino y la colonia de Damon. Se enderezó de pronto e hizo una mueca, cuando el cinturón la lastimó.

— ¿Sucede algo?—Damon detuvo su movimiento de poner el vehículo en marcha, para volverse a mirarla.

—No, sólo tengo frío, eso es todo—para confirmar sus palabras un estremecimiento la sacudió y se le erizaron los bellos de los brazos.

Advirtió que él frunció el ceño antes de volver la cabeza y de nuevo se maravilló de su tacto al no decirle que ella era la única culpable. El pensar en ello la hizo sonreír.

— ¿Qué te hace tanta gracia? ¿el hecho de que vuelva a aparecer en tu vida en el momento oportuno? Estoy seguro de que eso hace a uno de nosotros muy afortunado, pero yo no soy ese uno.

Aún cuando Elena había escuchado fragmentos de su estancia en Estados Unidos, de varias personas, era la primera ocasión que él tocaba el tema. Damon la miró, extrañado.

— ¿Es que hay comentarios? Entiendo que mi amada hermana ha estado informándote de mi historia. ¿Es por ello que me rechazas?

—No —respondió Elena con sinceridad—. Sí, ha hablado de ti. Me dijo que tenías un buen trabajo en Estados Unidos y que lo apreciabas mucho, pero que decidiste volver a casa a la muerte de tu tío.

—En realidad no tenía otra opción. Whitegates ha sido el hogar de mi madre desde su infancia... ella y mi padre eran primos; y más tarde, todos vivimos allí. Mi tío heredó la granja y mi padre era el veterinario. El que yo no regresara habría significado que la granja se vendiera. Ha sido el único hogar que mi madre ha conocido.

Por su tono de voz, Elena supo que su decisión no fue fácil. Como para confirmar su impresión, Damon agregó:

—Siempre he adorado los caballos. Me encantaba mi trabajo en Estados Unidos y, lo que es más, había una chica a quien amaba. La hija de mi jefe. Era la reina de la sociedad. No aceptó venir a Inglaterra a menos que fuese a Londres. Quería que vendiera y que me quedara allá; podría invertir el dinero de mi herencia con su padre... pero yo no podía hacer eso a mi madre. —Damon volvió la cabeza y Elena recibió todo el impacto del cinismo en su mirada. Unos ojos grises se enfrentaron a los dorados y ella bajó los suyos, cuando él le dijo: —Y decidimos romper nuestro compromiso. Según entiendo, ella se casó y tiene dos hijos.

— ¿Sigues amándola?

—No, y no creo haberlo hecho en serio, pero eso me enseñó una lección que he tardado en olvidar. Pero no has dado respuesta a mi pregunta —insistió él—. Si no es la insistencia de mi hermana en verme casado lo que te molesta, ¿cuál es el motivo del frío rechazo?

—No te rechazo.

Afortunadamente habían llegado a la plaza del pueblo y pronto podría escapar; pero, en vez de detenerse en el estacionamiento del hotel, Damon cruzó la población y siguió camino hacia su granja.

— ¡Damon!

—Estás empapada, ya estoy retrasado y aún no recibo una respuesta satisfactoria a mi pregunta. Me parece que la única forma en que habré de recibirla es secuestrándote.

Damon guardó silencio hasta que llegaron a la granja. Elena sabía que debía protestar y exigirle que la llevara de regreso, pero el frío la calaba hasta los huesos y estaba temblando.

Entraron por la puerta posterior y pasaron a una cocina de grandes dimensiones, con una enorme estufa Rayburn. El ambiente estaba impregnado de un delicioso aroma de alimentos en cocción y el estómago de Elena protestó de hambre. Sólo había comido un emparedado en el almuerzo y estaba famélica.

—Señora Forbes, ¿quiere llevar a la señora Gilbert allá arriba? Necesita un baño caliente y ropa limpia y seca que ponerse. Tienes diez minutos antes de la cena —indicó a Elena, mirando su reloj y luego comentó al ama de llaves— Iré a ver a mi madre, señora.

Era inútil protestar; Elena se vio arrastrada por la escalera.

—Creo que la señorita Bonnie dejó aquí algunas cosas cuando se casó. Todavía están en su habitación. Sígame, señora Gilbert.

Se encontraban en la sección estilo reina Ana y la habitación a la que la llevó el ama de llaves tenía vista a los campos, el río Wye y, más allá, los montes galeses.

—El baño está cruzando el pasillo —la informó el ama de llaves—. El señor Damon ha dicho muchas veces que mandará instalar baños privados en estas habitaciones Hay espacio suficiente, pero no ha tenido tiempo de ocuparse de ello. ¡La casa necesita una señora que la administre! Hago todo lo que puedo, y lo mismo ocurre con la pobre señora Salvatore, pero no es suficiente. La casa entera necesita ser redecorada.
Elena comprendió a que se refería la mujer y, mentalmente, ya estaba arrancando el papel tapiz de los muros, reemplazándolo con acabados clásicos modernos.

El baño era muy amplio, con una enorme tina antigua y una buena dotación de deliciosa agua caliente. Se recostó, sin poder dejar de observar los cambios que el embarazo hacía en su cuerpo.

Desnuda, la distorsión de su cuerpo ya era evidente y se acarició el vientre con cariño.

—Ya no falta mucho tiempo. ¿Ansías conocerme tanto como yo a ti? —se ruborizó al percatarse de que hablaba con voz alta.
Había adquirido el hábito de hablar con su hijo con voz alta y cuando se sorprendía se sentía muy tonta.

La señora Forbes encontró para ella ropa interior, un pantalón de mezclilla y un sweter. Todas las prendas le quedaban un poco grandes, pero eso era mejor que su ropa mojada.

Lo abultado del sweter ocultaba su vientre y enrolló las piernas del pantalón para acortarlas, pero no pudo hacer nada con su cabello que formaba rizos alrededor de su rostro. Había dejado su bolso de mano en el dormitorio e hizo una mueca al ver su rostro sin maquillaje. Parecía una chiquilla de dieciséis años. Hizo un gesto a su reflejo en el espejo y recogió las toallas húmedas, depositándolas en el cesto para ropa. Al abrir la puerta, vio que Damon aparecía en la escalera.

—Te quedan diez segundos—le informó.

Elena quiso decirle que no había necesidad de que los molestara en la cena, podía pedir un taxi para que la llevara al pueblo; pero él ya bajaba, obligándola a seguirlo.

—Incidentalmente —agregó él de pronto, volviéndose para mirarla escaleras arriba—Llamé al taller, irán por tu coche, lo arreglarán y lo tendrás mañana por la mañana.

Tragándose la sensación de que el hombre invadía y se apoderaba de su vida privada, Elena le dio las gracias.

— Mamá, quiero que conozcas a la señora Gilbert, Elena—Damon la presentó llevándola hasta quedar frente a una hermosa señora de cabellos grises, en una silla de ruedas— Elena ha aceptado quedarse a cenar con nosotros—de inmediato los ojos cansados se alegraron y sonrió con afecto.

— ¡Maravilloso! Esa es una de las cosas por las que más lamento de no poder moverme… El hecho de no poder salir para conocer a más personas, debes ser la chica que adquirió la librería, ¿no es así? Maravilloso, la lectura es uno de mis pasatiempos favoritos.

La habitación tenía ventanas hacia la parte posterior de la casa, con vista muy hermosa, pero el estar sentada para contemplarlas nunca compensaría la falta de libertad de recorrerlas a pie. Las limitaciones de una incapacidad física son algo que tendemos a ignorar hasta que tenemos que enfrentarnos a ellas, se dijo Elena mientras ocupaba la silla que Damon le ofrecía.

A pesar de sus dudas, disfrutó la cena, sorprendida de lo mucho que comió.
Anabelle Salvatore era una mujer despierta e inteligente que ignoraba su incapacidad y esperaba que los demás hicieran lo mismo. Tenía un profundo interés en lo que ocurría a su alrededor y participaba entusiasta en actividades comunitarias.

Se necesita tener una personalidad muy fuerte y especial para aceptar una incapacidad que coarta la movilidad y la libertad de la persona; y algo más para hacer que los otros se olviden de que estaba limitada a una silla de ruedas, que fue lo que Elena descubrió que le ocurría cuando la cena terminó.

Damon se mantuvo a la expectativa, haciendo algún comentario ocasional, aparentemente satisfecho de dejar que la charla fluyese sin su participación. A diferencia de Bonnie, Anabelle Salvatore no hizo referencia alguna a la soltería de su hijo, pero tampoco era de esas mujeres posesivas que no permiten que sus hijos dediquen su atención a alguien más. Elena así lo comprendió.

Ya eran más de las nueve cuando se levantaron de la mesa y Elena se sorprendió del tiempo que pasaron charlando.

—Debo regresar —dijo, dirigiéndose a Damon— Si pudiera usar el teléfono para pedir un taxi.

—No es necesario. Yo te llevaré.

 ¿Qué podía hacer ella? El negarse parecería pedante y ridículo, pero la sensación de inquietud que permaneció dormida durante la cena, renació.
¿Por qué Damon no podía aceptar que ella no quería tener nada que ver con él? Y más aún, ¿por qué insistía en acercarse a ella? ¿Porque la consideraba una buena compañera de cama?

A medio camino, Damon detuvo de pronto el auto y se volvió hacia ella.

—Ahora podemos hablar sin ser interrumpidos —señaló con frialdad—. ¿Por qué tengo la impresión de ser una persona que preferirías no conocer, Elena?

— ¿Por qué querría conocerte? —replicó Elena incierta—Cuando llegué aquí me acusaste de perseguirte. En ese entonces no querías saber nada de mí, Damon.

—Estaba muy sorprendido —le indicó él— No estoy acostumbrado a que mis sueños se manifiesten en mi oficina —le sonreía de una forma que la hizo perder el ritmo de los latidos de su corazón. Se sintió invadida por la emoción. Esto tenía que terminar en ese momento. No podía permitirse ser atraída por el hombre. Y lo era, tuvo que reconocer atemorizada— Sé que quedaste viuda hace poco —la confundió—, pero...

—Pero sólo porque me acosté contigo una vez, ¿crees que volveré a cometer el mismo error? —su voz sonaba aguda y desconocida, estaba al borde del pánico. Por algún motivo, el que Damon le hablara de su viudez aumentó su sensación de culpa. Aborrecía el tener que mentir, pero él la obligaba a ello. Él fue quien la metió en esa sarta de mentiras y engaños. Si sólo la hubiera dejado en paz... Se dejó llevar por un arranque de enojo, sabiendo que era un acto de defensa propia en contra de la ola de emociones que se desarrollaba en su interior.

— ¿Tu error? ¿Eso fue? ¡No me pareció que lo fuera en ese momento! —la actitud tranquila y de ternura habían desaparecido, dejando en su rostro una expresión de enojo— Te gustaría pretender que esa noche no existió, Elena. Pero no puedes hacerlo —Sin decir una palabra más, puso el auto en movimiento y la llevó a su hotel. Ella todavía temblaba cuando bajó apresurada, sin esperar a que la ayudase.

—Respeto tu dolor por tu esposo, Elena, pero…

— ¡Por favor! No quiero hablar de eso. ¿No puedes comprender que vine aquí para escapar del pasado? Quería una nueva vida.

—Y yo lo eché a perder todo, ¿no es así? —sus ojos manifestaban que había captado su uso de la palabra “escapar”, pero no dijo nada al respecto. No se atrevía... estaba peligrosamente atrapado entre los hilos de una frustración tanto emocional como física, para arriesgarse a presionarla más esa noche. Quería... No quería más que tomarla en sus brazos y hacerla admitir que había algo entre ellos, pero comprendía que al hacerlo sólo contribuiría a su pánico y retraimiento.

En realidad fue asombroso encontrarla en su oficina de forma tan inesperada y durante un momento pensó… Mas eso sólo fue un instante; antes de recordar con que frecuencia pensaba en ella desde que la conoció y cuántas veces despertó por las noches, todavía medio dormido, buscando el calor de su cuerpo junto al suyo, sólo para encontrar que ya no estaba allí.

La vio partir, en frustrado silencio. Con deliberación, ella erigía barreras en su contra. ¿Por qué? Porque se sentía culpable de hacer el amor con él tan pronto después de la muerte de su esposo; ése era el motivo, cualquier tonto podría comprenderlo. Tenía que convencerla de que no tenía por qué sentirse culpable, pero, ¿cómo?

Frunciendo el ceño, regresó a casa. Era extraño, pero recordaba con precisión el contacto casi virginal con su cuerpo cuando se hicieron el amor. En aquel momento lo registró durante un instante, pero estaba demasiado poseído por la pasión para detenerse en eso; tuvo la clara impresión de que hacía mucho que ella no había hecho el amor; si le hubieran preguntado, él habría fijado la fecha de la muerte de su esposo varios años atrás. También podría ser que su esposo estuviese demasiado enfermo para hacerle el amor y que ella, por amor o por lealtad, se hubiera negado a buscar un amante. Eso explicaría el frenesí con que ella le correspondió, como si el tenerlo en su interior fuese algo por lo que estaba dispuesta a morir.

— ¡Maldición! —exclamó con voz alta al verse obligado a frenar de pronto, por una obstrucción en la carretera. Si no dejaba de pensar en ella y se concentraba en conducir, no viviría el tiempo necesario para volver a verla, mucho menos para persuadirla de permitirle entrar en su vida.

Y él tenía que persuadirla. De ello estaba seguro.

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