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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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29 enero 2013

¿El francés tiene un hijo? Capitulo 05


Capítulo 5
A VER si lo entiendo... -nueve horas después, Caroline Forbes miraba a Damon en su opulento piso de París-. ¿Quieres romper nuestro compromiso sin ningún motivo concreto?
-Ninguno concreto. He venido a reconocer que no estoy preparado para aceptar el compromiso del matrimonio -la mirada de Damon reflejaba un sincero arrepentimiento-. Por tu bien, me habría gustado haberme dado cuenta antes.
-Todavía no hemos fijado la fecha de la boda y no esperaba fijarla en un futuro inmediato -indicó Caroline con una serenidad admirable-. Puedes tomarte el tiempo que necesites para pensarte esta decisión.
Damon, aliviado por una reacción tan serena, respiró profundamente.
-Te lo agradezco, pero he tenido todo el tiempo que necesitaba y sigo pidiéndote que me liberes del compromiso. Siento que haya sido de esta manera.
Caroline lo pensó un instante y asintió elegantemente con la cabeza.
-Ni tienes que disculparte. No me gustaría obligarte a cumplir con tu compromiso en contra de tu voluntad.
El rostro de Damon se iluminó con una sonrisa de agradecimiento.
-Sé que no lo harías nunca. Nos habíamos comprometido por motivos económicos y sociales, pero también nos une una gran amistad. Me espantaría perder una amistad que siempre he valorado, pero entendería que prefirieras que ese contacto disminuyera ahora.
-Nunca haría tal cosa. No voy a fingir que me satisfaga la decisión que has tomado, pero tampoco voy a hacer un drama -dijo inexpresivamente Caroline-. Sin embargo, espero que no te moleste mi franqueza si te digo que pronto te darás cuenta de que los problemas que te va a causar esa muchachita no merecen la pena.
Damon se puso en tensión casi imperceptiblemente.
-Siempre podrás ser franca conmigo.
-¿Aunque diga cosas que puede que no quieras oír? -los ojos azules de Caroline tenían un brillo de dureza que él no conocía.
-Aun así.
-Naturalmente, sé que se trata de la chica inglesa y no quisiera ser grosera, pero ¿por qué no satisfaces tus apetencias sexuales y lo dejas así? -le preguntó Caroline con un tono de desesperación soterrada-. Te aseguro que yo no quiero que confieses nada.
Damon tuvo que hacer un esfuerzo por disimular su rechazo.
-Las cosas no son tan sencillas.
-Lo son. Eres tú quien está complicándolas al ser tan convencional y exigir demasiado de ti mismo. ¿Qué te ha pasado? -le preguntó ella con un aire de preocupación-. Tú mismo piensas que la relación de tus padres era malsana y obsesiva y que tu madre sigue sin poder hacer nada sin tu padre. Yo creía que querías evitar un matrimonio tan destructivo...
-No estoy pensando en el matrimonio -le interrumpió Damon tajantemente.
Esa afirmación pareció apaciguar a Caroline.
-Entonces, ¿por qué íbamos a romper nuestro compromiso por algo tan trivial como un escarceo? Yo no doy importancia a la fidelidad. No me importa que esa Gilbert sea tu, amante ¡Hay cosas mucho más importantes en la vida! -exclamó sin disimular la impaciencia-. Por eso me ofrecí a negociar en tu nombre con esa criatura calculadora.
-Perdona, pero no voy a hablar de Elena contigo ni a escuchar tus insultos.
Caroline se quitó un solitario del dedo y lo dejó sobre la mesa con un levísimo golpe.
-Es tuyo, fue un regalo -dijo Damon-. Si ya no lo quieres, puedes darlo a una obra de caridad.
Caroline esbozó una sonrisa inesperadamente cariñosa, se levantó y lo agarró del codo.
-Por lo menos ahora puedo hablarte como una amiga y quizá me escuches con más paciencia. Espero que sigamos yendo a comer con nuestros amigos...
-Entonces -recapituló Pippa Stevenson mientras ponía los ojos en blanco -, aunque han pasado casi cuatro años, tú vuelves a caer, encantada de la vida, en la maravillosa y deslumbrante seducción de Damon Salvatore.
Elena hizo una mueca de contrariedad.
-No ha sido así, Pip...
-Elegante, perverso y atractivo, el individuo más indicado para triunfar en los negocios, en la cama y en cualquier parte porque su conciencia no va a pararle los pies -dijo su amiga con un gesto cínico-. Que vayas a vivir cerca de Damon es como si un pez de colores se fuera a un estanque lleno de tiburones.
Elena se puso seria porque se sentía muy decepcionada con Damon y eso le quitaba las ganas de vivir en el mismo sitio que él. Resultaba irónico que recuperar la intimidad fuera a conseguir que vendiera la casa, lo que él había querido desde el principio.
-Quizá tenga que replantearme dónde deberíamos vivir Thomas y yo...
-Si tenemos en cuenta que eres incapaz de resistirte a Damon, creo que eso es una de las mejores noticias que he oído en mucho tiempo -Elena hizo un gesto de disgusto y Pippa sacudió la cabeza-. Perdona, lo siento de verdad, no os he invitado a Thomas y a ti a mi casa  en vuestra última noche en Inglaterra para hacer comentarios sarcásticos.
-Ya lo sé, no te preocupes.
Sin embargo, Elena se dio cuenta de que, como de costumbre, su mejor amiga estaba agotada y muy tensa por su exigente trabajo y por tener que hacerse cargo de un padre inválido.
-Pase lo que pase, sigo creyendo que deberías decirle que tiene un hijo -le aconsejó Pippa con cierto desconcierto.
-Estoy de acuerdo -Elena no necesitaba que le insistiera sobre ese asunto y sonrió a su amiga -. Cuando decidí irme a Bretaña, creía sinceramente que no volvería a ver a Damon. No medité bien las cosas, lo cual fue una estupidez y poco previsor.
-Y normal, dadas las circunstancias -Pippa la miró comprensivamente.
-Sin embargo, también creo que no sería justo poner a Damon en una situación comprometida con su familia o quizá una novia por culpa de Thomas cuando estamos viviendo tan cerca. Tengo que encontrar la mejor forma de tratar este asunto.
-Si Damon es el último en enterarse de la existencia de Thomas, es por su culpa. Tú, naturalmente, te sentiste intimidada por la animadversión que te encontraste cuando fuiste a la investigación del accidente -Pippa frunció el ceño-. Eso fue muy cruel.
-Pero era lo que algunos sentían hacia mí y seguramente sigan sintiendo.
Pippa bajó la mirada y ninguna de las dos reconoció que, desde el accidente, Elena también había perdido el contacto con Hilary y Jen, sus otras amigas.
-Necesitaban a alguien en quien concentrar su dolor y su amargura y, como papá estaba muerto, yo era la más indicada -siguió Elena-. Lo que pasa es que no podría soportar que Damon o alguien de su familia mirara a Thomas con ese prejuicio, como si hubiera que avergonzarse de él, esconderlo o arrepentirse.
-Pero, ¿por qué? Tu hijo es la viva imagen de su padre y Damon Salvatore no sería el hombre por el que le tengo si no le encantara ver esa imagen de sí mismo en miniatura. Es más, cuando Thomas demuestre su asombroso cociente intelectual y su obsesiva afición por los coches deportivos, Damon se sentirá orgulloso -replicó Pippa.
Elena se conformaba con mucho menos. Sólo esperaba que, cuando se hubiera recuperado de la impresión, quisiera conocer a su hijo. Una hora después, Elena fue a la habitación de invitados donde Thomas dormía profundamente.
Habían pasado ocho días desde que se fue de Francia. La última noche, Damon la había arropado y la había dejado sola. Eso era lo que ella había querido, pero a la mañana siguiente se sintió abandonada y muy triste mientras se marchaba en la furgoneta.
Había sido una semana en la que Elena se había ido enfadando cada vez más consigo misma por ser incapaz de quitarse a Damon de la cabeza y, mucho más, por no hablarle de su hijo. Eso le hizo ver una cobardía sobre la que estaba dispuesta a reflexionar.
Al día siguiente, ya en Francia, intentó mantener a Thomas entretenido con los coches que iban viendo durante el largo viaje que tenían por delante.
-Mira, un Rolls Royce -le dijo animadamente a su hijo.
El niño se movió nerviosamente en su asiento.
-¿Estás nervioso por ir a tu casa nueva?
-¿Puedo saltar en mi cama nueva?
-¡Ni lo sueñes! -le dijo Elena con una sonrisa.
En cuanto Elena aparcó en el camino de entrada a la casa de campo, Thomas se fue con su balón al jardín de la parte trasera para estirar las piernas. Elena le dejó que gastara algo de energía antes de que entrara en la casa. La verdad era que temía que pudiera decepcionarlo. Sólo tenía tres años y se necesitaba la imaginación de un adulto para ver las posibilidades de la casa.
-¡Quédate en el jardín y no te acerques a la carretera!
Comprendió que su prioridad era poner una valla alrededor de la casa.
Thomas se paró y dejó escapar un suspiro de paciencia propio de un pequeño gran hombre.
-Ya lo sé... no soy un bebé -le replicó.
Elena entró en la casa pensando en lo deprisa que crecía su hijo y se quedó clavada en el suelo con los ojos como platos al no reconocer lo que estaba viendo. Espantada, iba a salir otra vez convencida de que se había metido en otra casa cuando vio un centro de flores maravilloso con un sobre enorme que llevaba su nombre escrito por Damon. Aturdida, agarró el sobre para leer la nota que había dentro: Respeto tu derecho a vivir donde quieras. Llámame. Damon.
Junto a las flores había un teléfono inalámbrico. Incluso le había conectado una línea telefónica. Había arreglado las ventanas y las paredes estaban recién pintadas. Miró alrededor sin salir de su asombro. La habitación estaba amueblada con dos sofás y una cómoda preciosa. Estupefacta, miró dentro de la cocina y vio unos impresionantes aparatos nuevos, armarios y una mesa muy bonita. El botellero estaba lleno de botellas de vino. La nevera estaba repleta de alimentos. Su hijo la saludó desde el jardín y ella le respondió con una mano que no podía sostener en alto.
Hecha un manojo de nervios, descolgó el teléfono y marcó el número que había en la tarjeta. Mientras esperaba que contestara, fue al pequeño aseo y se quedó paralizada. El «pequeño» aseo rodeaba el porche acristalado y tenía una ducha, suelo de mármol y un jacuzzi impresionante. También había un vestidor lleno de toallas y lo que parecía ropa de cama de la mejor calidad.
-Elena... ¿Qué te parece? -le preguntó Damon mientras ella corría escaleras arriba con el teléfono inalámbrico en la mano.
-Creo... creo que estoy alucinando -balbució boquiabierta por la moqueta que cubría las escaleras.
-Bueno... cuando la vi por primera vez, a mí me pareció que la casa era una pesadilla -reconoció Damon con tono burlón-. Una casa propia de un cavernícola.
-Damon... de ninguna manera puedo aceptar esto -afirmó Elena con un hilo de voz-. ¿Te has vuelto loco? Ha tenido que costarte una fortuna.
-Es mi forma de pedirte perdón por haber sido tan pesado y de darte la bienvenida a casa, ma belle -murmuró delicadamente Damon.
-¿Cómo has entrado? -le preguntó Elena-. ¿Has forzado la puerta?
En el dormitorio había una cama que habría hecho las delicias de una princesa y cortinas de seda. Estaba pintado con sus colores favoritos: amarillo y un azul turquesa pálido. Se preguntó maravillada si todavía se acordaría de eso.
-Bennett tenía una llave de repuesto en el tronco del viejo árbol del jardín.
-¡Gracias por decírmelo! -le reprochó Elena sin fuerza en la voz-. No puedo creerme que hayas hecho todo esto, y en tan poco tiempo... ¿Qué esperas a cambio? ¿Quieres que me entregue en una caja de regalo?
Su risa ronca y seductora le recorrió la espina dorsal como una caricia.
-¿Cómo voy a devolver las ventanas nuevas si no has dejado las antiguas? -le preguntó Elena mientras miraba por la ventana y veía que un coche grande y reluciente se había parado en la carretera.
-Cuando quiera que te metas en una caja de regalo, puedes estar segura de que no te dejaré escapatoria.
-Pero no puedo aceptar una generosidad que no puedo igualar.
-¿Estás discriminándome porque soy rico? -le preguntó fingiendo que se sentía ofendido.
Elena volvió a bajar las escaleras.
-Si acepto todo esto, me sentiría como si yo te perteneciera.
-A mí me parece muy bien -reconoció Damon sin pudor.

-O como si te debiera algo...
-No puedo decir que eso me moleste. Ya sé que no está bien decirlo, pero si tienes remordimientos, puedo darte un par de ideas para disiparlos...
-¡Cállate! -Elena se reía hasta que miró por la ventana de la cocina y no vio a Thomas-. Espera un segundo. ¡Ahora mismo te vuelvo a llamar!
Elena dejó el teléfono y salió al jardín. Se tranquilizó al ver que Thomas no estaba por allí y volvió a mirar al coche que seguía parado en el camino. Era un Mercedes y parecía un modelo muy caro. Iba a dirigirse al costado de la casa cuando vio a Thomas, que salía corriendo por detrás de la furgoneta. Iba persiguiendo a la pelota que se dirigía hacia la carretera.
-¡No, Thomas... para! -gritó Elena con todas sus fuerzas.
Sin embargo, el grito quedó ahogado por el motor del coche que se ponía en marcha. Elena sabía que estaba muy lejos, pero salió corriendo para intentar evitar que su hijo saliera a la carretera delante del coche. Las ruedas chirriaron por el frenazo, el conductor dio un volantazo y el Mercedes acabó parado con un estruendo sobre el arcén.
Se hizo un silencio sepulcral hasta que Thomas dejó escapar un grito aterrador. Elena lo tomó en brazos, lo dejó sentado en el borde de la carretera y le dijo que no se moviera de allí mientras ella cruzaba la carretera para interesarse por el conductor. Se abrió la puerta del coche y se bajó una mujer mayor, rubia, esbelta y pálida como la cera.
-¿Está herida? -le preguntó Elena con la voz entrecortada y en un mal francés.
La mujer fue hasta el borde de la carretera, se quedó mirando fijamente a Thomas y rompió a sollozar. Elena le rodeó los hombros con un brazo y la llevó dentro de la casa. Le preguntó si quería que llamara a un médico, pero ella lo rechazó con un gesto de la mano. Elena se disculpó por haber dejado a Thomas solo en el jardín.
-No ha sido culpa suya. Los niños son así -le tranquilizó la mujer en inglés y sin dejar de mirar a Thomas como si todavía no se creyera que estaba bien-. Tenemos que dar gracias a Dios de que no le haya pasado nada. ¿Es hijo suyo? ¿Puedo preguntarle su nombre?
-Me llamo Thomas. Thomas Damon Gilbert -dijo Thomas de carrerilla.
La mujer estaba temblando y volvió la cabeza para tomar otro pañuelo de papel de la caja que había dejado Elena.
-Está conmocionada y no me extraña después del susto que le ha dado mi hijo. ¿Seguro que no quiere que llame a un médico?
-¿Podría... darme un vaso de agua? -la mujer respiró profundamente para tranquilizarse.
-Claro.
Elena volvió con el vaso de agua y se encontró con que Thomas estaba charlando de coches con la mujer mientras le sujetaba la mano llena de anillos. Elena se presentó.
Se hizo un silencio extraño.
-Ma... Manette -acabó diciendo la mujer mientras bajaba los ojos enrojecidos-. Manette Bonnard. Su hijo es un encanto. Me ha dado un beso porque estoy triste.
Elena aprovechó la ocasión para explicarle a su hijo por qué estaba triste y que nunca más podía ir corriendo a una carretera.
-Por favor, no regañe a Thomas. Estoy segura de que tendrá más cuidado -Manette sonreía, pero sus ojos seguían brillantes por las lágrimas.
-¿Tiene un hijo pequeño como yo? -le preguntó Thomas.
-Un hijo mayor -le contestó ella.
-¿Le gustan los coches? -Mucho.
-¿Es más alto que yo? -Thomas se estiraba todo lo que podía con un brillo de orgullo en los ojos oscuros.
-Sí. Ya ha crecido del todo -le explicó ella con cierto tono de disculpa.
-¿Es bueno?
-No siempre.
-Yo seré muy alto y muy bueno cuando sea mayor -aseguró Thomas.
Elena ofreció un café a la mujer. Ella aceptó con un movimiento de la cabeza y cierto aire de desconcierto en los ojos mientras intentaba responder a las preguntas de Thomas. A Thomas no le importaba ser entrometido y al oír las vacilantes respuestas de la mujer, Elena se enteró de que vivía en un piso con doce dormitorios en París y que también tenía una casa de vacaciones por esa zona.
-Mamá, ¿puedo enseñarle uno de tus cuadros a madame Bonnard?
-Si no fuera mucho atrevimiento, mademoiselle... -intervino Manette-. Colecciono miniaturas.
Elena fue al porche acristalado por primera vez desde su regreso y descubrió que Damon le había puesto un suelo de mosaico y estanterías. La mujer miró con detenimiento los dos cuadros que le enseñó Elena y se mostró decepcionada al enterarse de que estaban apalabrados para un cliente.
-No le robaré más tiempo, mademoiselle -acabó diciendo la visitante con un suspiro.
-Me cae bien -le dijo Thomas.
A Elena no le sorprendió que Manette Bonnard hubiera conquistado a su hijo porque había estado encantada con su compañía y no había ocultado su aprecio por él. Sin embargo, se preocupó cuando notó que estaba a punto de ponerse a llorar otra vez.
-¿Está segura de que podrá conducir?
La mujer no levantó la cabeza, pero le dio una palmada en la mano a Elena.
-Por favor, no se preocupe... no puede entenderlo. Lo siento -dijo atropelladamente antes de irse hacia su coche. Elena se sintió aliviada al comprobar  que el  Mercedes  se alejaba despacio.
Volvió dentro para llamar a Damon, pero se quedó parada al sentirse menos ilusionada. ¿Por qué Damon siempre hacía lo que ella menos esperaba? La última vez que lo vio se sintió dolida y ofendida y había creído que podría olvidarse de la noche de pasión que habían pasado juntos. Su arrogancia al creer que podría conseguir que ella hiciera lo que no quería hacer la había humillado y la había convencido de que era imposible recuperar el pasado con Damon. Sin embargo, al cabo de una semana, Damon había dado la vuelta a todos sus convencimientos.
Había llegado muy lejos para demostrarle que había aceptado su derecho a vivir en la casa de Bennett. Naturalmente, él no tenía derecho a hacer aquello, pero eso ya no importaba. Al fin y al cabo, si ella decidía buscarse una casa en otro sitio, le vendería aquella casa a Damon a un precio que no tuviera en cuenta todas las mejoras.
Su debilidad con Damon era imperdonable e inexcusable. No le había dicho nada de Thomas. Había permitido que su corazón y sus hormonas la arrastraran y se había acostado con él. El tamaño del jacuzzi indicaba que Damon estaba deseando repetir la experiencia. Pero Damon no sabía que ella tenía un hijo de tres años que ya había dejado una huella de barro en uno de los sofás y que él era el padre de ese niño. Tomó a Thomas en brazos y le dio un abrazo.
-Tenemos la ropa en la furgoneta -le recordó a su hijo-. Vamos a por las cajas.
Metieron el equipaje y Elena llamó a Damon.
-¿Por qué me has colgado? -le preguntó él.
-Por nada, una tontería.
-Estaba preocupado de que hubiera pasado algo grave. ¿Qué vas a hacer esta noche?
Él era el único hombre que podía derretirla sólo con la voz.
-¿Podrías venir por aquí a las ocho? -¿Tengo que esperar tres horas? -se quejó él. -Sí... lo siento.
Quería que Thomas estuviera dormido antes de que él llegara.
-Cenaremos fuera...
-Cena algo antes de venir -le aconsejó Elena un poco nerviosa.
-¿Que cene antes de las ocho? -le preguntó Damon con incredulidad.
-Deja de ser tan francés. Tengo que hablar de una cosa muy importante contigo.
Se hizo un silencio corto y tenso.
-Yo también. ¿Qué disparate es ese de que cene yo solo antes de las ocho cuando te he invitado a cenar? -le preguntó sarcásticamente.
-Hasta luego... -Elena tomó aliento lentamente y colgó el teléfono.
Deshizo una maleta, dos cajas de juguetes de Thomas, bañó a su hijo en el jacuzzi y vio cómo se dormía encima del plato de sopa que le había preparado.
Lo llevó a la cama y lo acostó antes de darse una ducha rápida. Revolvió otras dos maletas hasta encontrar la falda de algodón caqui y la camisa blanca que quería ponerse. Además, se maquilló, cosa que no solía hacer. Se preguntó por qué se preocupaba tanto si Damon ni se fijaría en ella cuando le hablara de Thomas.
Elena empezó a dar vueltas hecha un manojo de nervios. Se quedó clavada en el suelo en cuanto oyó el motor de su coche. Sin poder contenerse, abrió la puerta y lo vio acercarse a grandes zancadas. Llevaba un impecable traje gris.
Damon sonrió devastadoramente.
-No soy tonto, ma belle, lo he adivinado. Crees que estás embarazada.

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