Capítulo 5
A VER si lo entiendo... -nueve horas después, Caroline
Forbes miraba a Damon en su opulento piso de París-. ¿Quieres romper nuestro
compromiso sin ningún motivo concreto?
-Ninguno concreto. He venido a reconocer que no estoy
preparado para aceptar el compromiso del matrimonio -la mirada de Damon
reflejaba un sincero arrepentimiento-. Por tu bien, me habría gustado haberme
dado cuenta antes.
Damon, aliviado por una reacción tan serena, respiró
profundamente.
-Te lo agradezco, pero he tenido todo el tiempo que
necesitaba y sigo pidiéndote que me liberes del compromiso. Siento que haya
sido de esta manera.
Caroline lo pensó un instante y asintió elegantemente
con la cabeza.
-Ni tienes que disculparte. No me gustaría obligarte a
cumplir con tu compromiso en contra de tu voluntad.
El rostro de Damon se iluminó con una sonrisa de
agradecimiento.
-Sé que no lo harías nunca. Nos habíamos comprometido
por motivos económicos y sociales, pero también nos une una gran amistad. Me
espantaría perder una amistad que siempre he valorado, pero entendería que
prefirieras que ese contacto disminuyera ahora.
-Nunca haría tal cosa. No voy a fingir que me
satisfaga la decisión que has tomado, pero tampoco voy a hacer un drama -dijo
inexpresivamente Caroline-. Sin embargo, espero que no te moleste mi franqueza
si te digo que pronto te darás cuenta de que los problemas que te va a causar
esa muchachita no merecen la pena.
Damon se puso en tensión casi imperceptiblemente.
-Siempre podrás ser franca conmigo.
-¿Aunque diga cosas que puede que no quieras oír? -los
ojos azules de Caroline tenían un brillo de dureza que él no conocía.
-Aun así.
-Naturalmente, sé que se trata de la chica inglesa y
no quisiera ser grosera, pero ¿por qué no satisfaces tus apetencias sexuales y
lo dejas así? -le preguntó Caroline con un tono de desesperación soterrada-. Te
aseguro que yo no quiero que confieses nada.
Damon tuvo que hacer un esfuerzo por disimular su
rechazo.
-Las cosas no son tan sencillas.
-Lo son. Eres tú quien está complicándolas al ser tan
convencional y exigir demasiado de ti mismo. ¿Qué te ha pasado? -le preguntó
ella con un aire de preocupación-. Tú mismo piensas que la relación de tus
padres era malsana y obsesiva y que tu madre sigue sin poder hacer nada sin tu
padre. Yo creía que querías evitar un matrimonio tan destructivo...
-No estoy pensando en el matrimonio -le interrumpió Damon
tajantemente.
Esa afirmación pareció apaciguar a Caroline.
-Entonces, ¿por qué íbamos a romper nuestro compromiso
por algo tan trivial como un escarceo? Yo no doy importancia a la fidelidad. No
me importa que esa Gilbert sea tu, amante ¡Hay cosas mucho más importantes en
la vida! -exclamó sin disimular la impaciencia-. Por eso me ofrecí a negociar
en tu nombre con esa criatura calculadora.
-Perdona, pero no voy a hablar de Elena contigo ni a
escuchar tus insultos.
Caroline se quitó un solitario del dedo y lo dejó
sobre la mesa con un levísimo golpe.
-Es tuyo, fue un regalo -dijo Damon-. Si ya no lo
quieres, puedes darlo a una obra de caridad.
Caroline esbozó una sonrisa inesperadamente cariñosa,
se levantó y lo agarró del codo.
-Por lo menos ahora puedo hablarte como una amiga y
quizá me escuches con más paciencia. Espero que sigamos yendo a comer con
nuestros amigos...
-Entonces -recapituló Pippa Stevenson mientras ponía
los ojos en blanco -, aunque han pasado casi cuatro años, tú vuelves a caer,
encantada de la vida, en la maravillosa y deslumbrante seducción de Damon Salvatore.
Elena hizo una mueca de contrariedad.
-No ha sido así, Pip...
-Elegante, perverso y atractivo, el individuo más
indicado para triunfar en los negocios, en la cama y en cualquier parte porque
su conciencia no va a pararle los pies -dijo su amiga con un gesto cínico-. Que
vayas a vivir cerca de Damon es como si un pez de colores se fuera a un
estanque lleno de tiburones.
Elena se puso seria porque se sentía muy decepcionada
con Damon y eso le quitaba las ganas de vivir en el mismo sitio que él. Resultaba
irónico que recuperar la intimidad fuera a conseguir que vendiera la casa, lo
que él había querido desde el principio.
-Quizá tenga que replantearme dónde deberíamos vivir Thomas
y yo...
-Si tenemos en cuenta que eres incapaz de resistirte a
Damon, creo que eso es una de las mejores noticias que he oído en mucho tiempo
-Elena hizo un gesto de disgusto y Pippa sacudió la cabeza-. Perdona, lo siento
de verdad, no os he invitado a Thomas y a ti a mi casa en vuestra última noche en Inglaterra para
hacer comentarios sarcásticos.
-Ya lo sé, no te preocupes.
Sin embargo, Elena se dio cuenta de que, como de
costumbre, su mejor amiga estaba agotada y muy tensa por su exigente trabajo y
por tener que hacerse cargo de un padre inválido.
-Pase lo que pase, sigo creyendo que deberías decirle
que tiene un hijo -le aconsejó Pippa con cierto desconcierto.
-Estoy de acuerdo -Elena no necesitaba que le
insistiera sobre ese asunto y sonrió a su amiga -. Cuando decidí irme a
Bretaña, creía sinceramente que no volvería a ver a Damon. No medité bien las
cosas, lo cual fue una estupidez y poco previsor.
-Y normal, dadas las circunstancias -Pippa la miró
comprensivamente.
-Sin embargo, también creo que no sería justo poner a Damon
en una situación comprometida con su familia o quizá una novia por culpa de Thomas
cuando estamos viviendo tan cerca. Tengo que encontrar la mejor forma de tratar
este asunto.
-Si Damon es el último en enterarse de la existencia
de Thomas, es por su culpa. Tú, naturalmente, te sentiste intimidada por la
animadversión que te encontraste cuando fuiste a la investigación del accidente
-Pippa frunció el ceño-. Eso fue muy cruel.
-Pero era lo que algunos sentían hacia mí y
seguramente sigan sintiendo.
Pippa bajó la mirada y ninguna de las dos reconoció
que, desde el accidente, Elena también había perdido el contacto con Hilary y
Jen, sus otras amigas.
-Necesitaban a alguien en quien concentrar su dolor y
su amargura y, como papá estaba muerto, yo era la más indicada -siguió Elena-.
Lo que pasa es que no podría soportar que Damon o alguien de su familia mirara
a Thomas con ese prejuicio, como si hubiera que avergonzarse de él, esconderlo
o arrepentirse.
-Pero, ¿por qué? Tu hijo es la viva imagen de su padre
y Damon Salvatore no sería el hombre por el que le tengo si no le encantara ver
esa imagen de sí mismo en miniatura. Es más, cuando Thomas demuestre su
asombroso cociente intelectual y su obsesiva afición por los coches deportivos,
Damon se sentirá orgulloso -replicó Pippa.
Elena se conformaba con mucho menos. Sólo esperaba
que, cuando se hubiera recuperado de la impresión, quisiera conocer a su hijo.
Una hora después, Elena fue a la habitación de invitados donde Thomas dormía
profundamente.
Habían pasado ocho días desde que se fue de Francia.
La última noche, Damon la había arropado y la había dejado sola. Eso era lo que
ella había querido, pero a la mañana siguiente se sintió abandonada y muy
triste mientras se marchaba en la furgoneta.
Había sido una semana en la que Elena se había ido
enfadando cada vez más consigo misma por ser incapaz de quitarse a Damon de la
cabeza y, mucho más, por no hablarle de su hijo. Eso le hizo ver una cobardía
sobre la que estaba dispuesta a reflexionar.
Al día siguiente, ya en Francia, intentó mantener a Thomas
entretenido con los coches que iban viendo durante el largo viaje que tenían
por delante.
-Mira, un Rolls Royce -le dijo animadamente a su hijo.
El niño se movió nerviosamente en su asiento.
-¿Estás nervioso por ir a tu casa nueva?
-¿Puedo saltar en mi cama nueva?
-¡Ni lo sueñes! -le dijo Elena con una sonrisa.
En cuanto Elena aparcó en el camino de entrada a la
casa de campo, Thomas se fue con su balón al jardín de la parte trasera para
estirar las piernas. Elena le dejó que gastara algo de energía antes de que
entrara en la casa. La verdad era que temía que pudiera decepcionarlo. Sólo
tenía tres años y se necesitaba la imaginación de un adulto para ver las
posibilidades de la casa.
-¡Quédate en el jardín y no te acerques a la
carretera!
Comprendió que su prioridad era poner una valla
alrededor de la casa.
Thomas se paró y dejó escapar un suspiro de paciencia
propio de un pequeño gran hombre.
-Ya lo sé... no soy un bebé -le replicó.
Elena entró en la casa pensando en lo deprisa que
crecía su hijo y se quedó clavada en el suelo con los ojos como platos al no
reconocer lo que estaba viendo. Espantada, iba a salir otra vez convencida de
que se había metido en otra casa cuando vio un centro de flores maravilloso con
un sobre enorme que llevaba su nombre escrito por Damon. Aturdida, agarró el
sobre para leer la nota que había dentro: Respeto tu derecho a vivir donde
quieras. Llámame. Damon.
Junto a las flores había un teléfono inalámbrico.
Incluso le había conectado una línea telefónica. Había arreglado las ventanas y
las paredes estaban recién pintadas. Miró alrededor sin salir de su asombro. La
habitación estaba amueblada con dos sofás y una cómoda preciosa. Estupefacta,
miró dentro de la cocina y vio unos impresionantes aparatos nuevos, armarios y
una mesa muy bonita. El botellero estaba lleno de botellas de vino. La nevera
estaba repleta de alimentos. Su hijo la saludó desde el jardín y ella le
respondió con una mano que no podía sostener en alto.
Hecha un manojo de nervios, descolgó el teléfono y
marcó el número que había en la tarjeta. Mientras esperaba que contestara, fue
al pequeño aseo y se quedó paralizada. El «pequeño» aseo rodeaba el porche
acristalado y tenía una ducha, suelo de mármol y un jacuzzi impresionante.
También había un vestidor lleno de toallas y lo que parecía ropa de cama de la
mejor calidad.
-Elena... ¿Qué te parece? -le preguntó Damon mientras
ella corría escaleras arriba con el teléfono inalámbrico en la mano.
-Creo... creo que estoy alucinando -balbució
boquiabierta por la moqueta que cubría las escaleras.
-Bueno... cuando la vi por primera vez, a mí me
pareció que la casa era una pesadilla -reconoció Damon con tono burlón-. Una
casa propia de un cavernícola.
-Damon... de ninguna manera puedo aceptar esto -afirmó
Elena con un hilo de voz-. ¿Te has vuelto loco? Ha tenido que costarte una
fortuna.
-Es mi forma de pedirte perdón por haber sido tan
pesado y de darte la bienvenida a casa, ma belle -murmuró delicadamente Damon.
-¿Cómo has entrado? -le preguntó Elena-. ¿Has forzado
la puerta?
En el dormitorio había una cama que habría hecho las
delicias de una princesa y cortinas de seda. Estaba pintado con sus colores
favoritos: amarillo y un azul turquesa pálido. Se preguntó maravillada si
todavía se acordaría de eso.
-Bennett tenía una llave de repuesto en el tronco del
viejo árbol del jardín.
-¡Gracias por decírmelo! -le reprochó Elena sin fuerza
en la voz-. No puedo creerme que hayas hecho todo esto, y en tan poco tiempo...
¿Qué esperas a cambio? ¿Quieres que me entregue en una caja de regalo?
Su risa ronca y seductora le recorrió la espina dorsal
como una caricia.
-¿Cómo voy a devolver las ventanas nuevas si no has
dejado las antiguas? -le preguntó Elena mientras miraba por la ventana y veía
que un coche grande y reluciente se había parado en la carretera.
-Cuando quiera que te metas en una caja de regalo,
puedes estar segura de que no te dejaré escapatoria.
-Pero no puedo aceptar una generosidad que no puedo
igualar.
-¿Estás discriminándome porque soy rico? -le preguntó
fingiendo que se sentía ofendido.
Elena volvió a bajar las escaleras.
-Si acepto todo esto, me sentiría como si yo te
perteneciera.
-A mí me parece muy bien -reconoció Damon sin pudor.
-O como si te debiera algo...
-No puedo decir que eso me moleste. Ya sé que no está
bien decirlo, pero si tienes remordimientos, puedo darte un par de ideas para
disiparlos...
-¡Cállate! -Elena se reía hasta que miró por la
ventana de la cocina y no vio a Thomas-. Espera un segundo. ¡Ahora mismo te
vuelvo a llamar!
Elena dejó el teléfono y salió al jardín. Se tranquilizó
al ver que Thomas no estaba por allí y volvió a mirar al coche que seguía
parado en el camino. Era un Mercedes y parecía un modelo muy caro. Iba a
dirigirse al costado de la casa cuando vio a Thomas, que salía corriendo por
detrás de la furgoneta. Iba persiguiendo a la pelota que se dirigía hacia la
carretera.
-¡No, Thomas... para! -gritó Elena con todas sus
fuerzas.
Sin embargo, el grito quedó ahogado por el motor del
coche que se ponía en marcha. Elena sabía que estaba muy lejos, pero salió
corriendo para intentar evitar que su hijo saliera a la carretera delante del
coche. Las ruedas chirriaron por el frenazo, el conductor dio un volantazo y el
Mercedes acabó parado con un estruendo sobre el arcén.
Se hizo un silencio sepulcral hasta que Thomas dejó
escapar un grito aterrador. Elena lo tomó en brazos, lo dejó sentado en el
borde de la carretera y le dijo que no se moviera de allí mientras ella cruzaba
la carretera para interesarse por el conductor. Se abrió la puerta del coche y
se bajó una mujer mayor, rubia, esbelta y pálida como la cera.
-¿Está herida? -le preguntó Elena con la voz
entrecortada y en un mal francés.
La mujer fue hasta el borde de la carretera, se quedó
mirando fijamente a Thomas y rompió a sollozar. Elena le rodeó los hombros con
un brazo y la llevó dentro de la casa. Le preguntó si quería que llamara a un
médico, pero ella lo rechazó con un gesto de la mano. Elena se disculpó por
haber dejado a Thomas solo en el jardín.
-No ha sido culpa suya. Los niños son así -le
tranquilizó la mujer en inglés y sin dejar de mirar a Thomas como si todavía no
se creyera que estaba bien-. Tenemos que dar gracias a Dios de que no le haya
pasado nada. ¿Es hijo suyo? ¿Puedo preguntarle su nombre?
-Me llamo Thomas. Thomas Damon Gilbert -dijo Thomas de
carrerilla.
La mujer estaba temblando y volvió la cabeza para
tomar otro pañuelo de papel de la caja que había dejado Elena.
-Está conmocionada y no me extraña después del susto
que le ha dado mi hijo. ¿Seguro que no quiere que llame a un médico?
-¿Podría... darme un vaso de agua? -la mujer respiró
profundamente para tranquilizarse.
-Claro.
Elena volvió con el vaso de agua y se encontró con que
Thomas estaba charlando de coches con la mujer mientras le sujetaba la mano
llena de anillos. Elena se presentó.
Se hizo un silencio extraño.
-Ma... Manette -acabó diciendo la mujer mientras
bajaba los ojos enrojecidos-. Manette Bonnard. Su hijo es un encanto. Me ha
dado un beso porque estoy triste.
Elena aprovechó la ocasión para explicarle a su hijo
por qué estaba triste y que nunca más podía ir corriendo a una carretera.
-Por favor, no regañe a Thomas. Estoy segura de que
tendrá más cuidado -Manette sonreía, pero sus ojos seguían brillantes por las
lágrimas.
-¿Tiene un hijo pequeño como yo? -le preguntó Thomas.
-Un hijo mayor -le contestó ella.
-¿Le gustan los coches? -Mucho.
-¿Es más alto que yo? -Thomas se estiraba todo lo que
podía con un brillo de orgullo en los ojos oscuros.
-Sí. Ya ha crecido del todo -le explicó ella con
cierto tono de disculpa.
-¿Es bueno?
-No siempre.
-Yo seré muy alto y muy bueno cuando sea mayor
-aseguró Thomas.
Elena ofreció un café a la mujer. Ella aceptó con un
movimiento de la cabeza y cierto aire de desconcierto en los ojos mientras
intentaba responder a las preguntas de Thomas. A Thomas no le importaba ser
entrometido y al oír las vacilantes respuestas de la mujer, Elena se enteró de
que vivía en un piso con doce dormitorios en París y que también tenía una casa
de vacaciones por esa zona.
-Mamá, ¿puedo enseñarle uno de tus cuadros a madame
Bonnard?
-Si no fuera mucho atrevimiento, mademoiselle...
-intervino Manette-. Colecciono miniaturas.
Elena fue al porche acristalado por primera vez desde
su regreso y descubrió que Damon le había puesto un suelo de mosaico y
estanterías. La mujer miró con detenimiento los dos cuadros que le enseñó Elena
y se mostró decepcionada al enterarse de que estaban apalabrados para un
cliente.
-No le robaré más tiempo, mademoiselle -acabó diciendo
la visitante con un suspiro.
-Me cae bien -le dijo Thomas.
A Elena no le sorprendió que Manette Bonnard hubiera
conquistado a su hijo porque había estado encantada con su compañía y no había
ocultado su aprecio por él. Sin embargo, se preocupó cuando notó que estaba a
punto de ponerse a llorar otra vez.
-¿Está segura de que podrá conducir?
La mujer no levantó la cabeza, pero le dio una palmada
en la mano a Elena.
-Por favor, no se preocupe... no puede entenderlo. Lo
siento -dijo atropelladamente antes de irse hacia su coche. Elena se sintió
aliviada al comprobar que el Mercedes se alejaba despacio.
Volvió dentro para llamar a Damon, pero se quedó
parada al sentirse menos ilusionada. ¿Por qué Damon siempre hacía lo que ella
menos esperaba? La última vez que lo vio se sintió dolida y ofendida y había
creído que podría olvidarse de la noche de pasión que habían pasado juntos. Su
arrogancia al creer que podría conseguir que ella hiciera lo que no quería
hacer la había humillado y la había convencido de que era imposible recuperar
el pasado con Damon. Sin embargo, al cabo de una semana, Damon había dado la
vuelta a todos sus convencimientos.
Había llegado muy lejos para demostrarle que había
aceptado su derecho a vivir en la casa de Bennett. Naturalmente, él no tenía
derecho a hacer aquello, pero eso ya no importaba. Al fin y al cabo, si ella
decidía buscarse una casa en otro sitio, le vendería aquella casa a Damon a un
precio que no tuviera en cuenta todas las mejoras.
Su debilidad con Damon era imperdonable e inexcusable.
No le había dicho nada de Thomas. Había permitido que su corazón y sus hormonas
la arrastraran y se había acostado con él. El tamaño del jacuzzi indicaba que Damon
estaba deseando repetir la experiencia. Pero Damon no sabía que ella tenía un
hijo de tres años que ya había dejado una huella de barro en uno de los sofás y
que él era el padre de ese niño. Tomó a Thomas en brazos y le dio un abrazo.
-Tenemos la ropa en la furgoneta -le recordó a su
hijo-. Vamos a por las cajas.
Metieron el equipaje y Elena llamó a Damon.
-¿Por qué me has colgado? -le preguntó él.
-Por nada, una tontería.
-Estaba preocupado de que hubiera pasado algo grave.
¿Qué vas a hacer esta noche?
Él era el único hombre que podía derretirla sólo con
la voz.
-¿Podrías venir por aquí a las ocho? -¿Tengo que
esperar tres horas? -se quejó él. -Sí... lo siento.
Quería que Thomas estuviera dormido antes de que él
llegara.
-Cenaremos fuera...
-Cena algo antes de venir -le aconsejó Elena un poco
nerviosa.
-¿Que cene antes de las ocho? -le preguntó Damon con
incredulidad.
-Deja de ser tan francés. Tengo que hablar de una cosa
muy importante contigo.
Se hizo un silencio corto y tenso.
-Yo también. ¿Qué disparate es ese de que cene yo solo
antes de las ocho cuando te he invitado a cenar? -le preguntó sarcásticamente.
-Hasta luego... -Elena tomó aliento lentamente y colgó
el teléfono.
Deshizo una maleta, dos cajas de juguetes de Thomas,
bañó a su hijo en el jacuzzi y vio cómo se dormía encima del plato de sopa que
le había preparado.
Lo llevó a la cama y lo acostó antes de darse una
ducha rápida. Revolvió otras dos maletas hasta encontrar la falda de algodón
caqui y la camisa blanca que quería ponerse. Además, se maquilló, cosa que no
solía hacer. Se preguntó por qué se preocupaba tanto si Damon ni se fijaría en
ella cuando le hablara de Thomas.
Elena empezó a dar vueltas hecha un manojo de nervios.
Se quedó clavada en el suelo en cuanto oyó el motor de su coche. Sin poder
contenerse, abrió la puerta y lo vio acercarse a grandes zancadas. Llevaba un
impecable traje gris.
Damon sonrió devastadoramente.
-No soy tonto, ma belle, lo he adivinado. Crees que
estás embarazada.
genial¡ le soltó la bomba¡ jaja espero el próximo¡ ^^
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