Capítulo 6
Damon se sentó en el balcón que daba a la piscina y
observó a Stefan y a Elena jugar en el agua. Era un escena que había
presenciado muchas veces, porque ellos, al ser casi de la misma edad, siempre
habían jugado juntos. Pero ella era ahora su mujer y Damon consideraba a su
hermano como a un rival más que como su compañero de juegos.
Él no había esperado que fuera a sentir celos por
aquel matrimonio, pero tampoco había esperado dormir solo. Además, no quería
sentir celos de su hermano y de su mujer, pero simplemente no había esperado
tener esa reacción con Elena. Nunca había sentido celos con Caroline. Sí había
sido posesivo, pero no celoso.
Sus madres habían sido amigas íntimas desde niñas y
de adultas se comportaban como hermanas. La madre de Elena, Eliana, se había
casado con un profesor estadounidense y se había ido a Estados Unidos con él,
mientras que su madre se trasladó a Milán después de casarse con su padre. Pero
las dos mujeres y sus familias habían compartido vacaciones y visitas hasta
que la madre de Elena murió. Ésta había seguido visitándolos y con más
frecuencia desde que su padre se volvió a casar.
Ella no lo chantajeaba emocionalmente como Caroline.
Ésta había utilizado el sexo para manipularlo incluso antes del accidente y
Damon se había cansado poco a poco de sus tácticas para obtener lo que deseaba.
Él había pensado que casarse con Elena le reportaría todos los beneficios del
matrimonio sin que fuera vulnerable ante ninguna mujer. Elena era demasiado
inocente y demasiado buena como para manipularlo como lo había hecho su
anterior prometida.
Aun así, se había equivocado.
Se había sentido muy vulnerable cuando ella lo rechazó
sexualmente la noche anterior. Él estaba convencido de que, al menos en eso,
podían haber parecido un matrimonio convencional. Ella se había derretido entre
sus brazos en el hotel, le había dejado amarla con una dulce confianza que él
encontró adictiva.
Sospechaba de los sentimientos de ella hacia él desde
hacía tiempo. Había llegado al hospital después del accidente incluso antes que
su hermano y, según una burlona Caroline y un sorprendido Stefan, Elena no se
había separado de él hasta que salió del coma. El ser consciente de su devoción
le había hecho esforzarse más cuando todo a su alrededor parecía derrumbarse.
Después de hacerle el amor, se había asegurado de
que sus sentimientos hacia él eran más fuertes que la amistad. Ninguna mujer
respondía con tanta rapidez y abandono si no sentía algo muy poderoso por el
hombre que le hacía el amor.
Entonces, ¿por qué lo había rechazado la noche anterior?
No habían pasado mucho tiempo juntos en el avión. Él tenía que trabajar; al
menos para hacer dinero no necesitaba utilizar las piernas. No había funcionado
y ahora se sentía furioso y estúpido. En la limusina no le había hablado mucho
y se sentía culpable por ello, pero ella también lo había ignorado.
Pero lo que no había esperado era que ella se
dirigiera a la habitación de invitados en lugar de ir a la suya. Había ido a
buscarla furioso hasta que se encontró con la visión de su maravilloso pelo
suelto. Era como seda viva, y había deseado tocarlo con un ansia que no deseaba
analizar.
Lo había hecho y eso le había hecho desear más. Más
de su suave piel, más de ella. Pero cuando quiso atraerla hacia sí, ella se
había escapado y no había perdido un segundo en dejar claro que no estaba
interesada en compartir su cama.
El rechazo aún le dolía, y ver a su hermano jugar
con ella, de un modo que él no podía, no ayudaba en absoluto a suavizar su malhumor.
Elena se acercó a la habitación que se había habilitado
para la fisioterapia de Damon con el pulso acelerado. Llevaba toda la mañana
evitándolo, intercambiando algunas frases sueltas con él y con Stefan durante
la comida y se había acercado hasta allí sólo para conocer al fisioterapeuta.
Era estúpido, pero necesitaba saber que Damon estaba en buenas manos. Además,
ella había estado presente en su tratamiento desde el principio.
Entró en la habitación, que se parecía mucho a la
sala de fisioterapia del hospital, y se quedó asombrada de lo rápidamente que
habían cambiado todo aquello.
El suelo de madera estaba cubierto de colchonetas de
ejercicio, había unas barras paralelas, una camilla de masajes y un equipo
completo de pesas. Las amplias ventanas dejaban entrar la luz del sol a
raudales a través del cristal, lo que suponía una clara mejora sobre la luz
fluorescente del hospital.
Damon estaba tumbado en la camilla y un hombre de
pelo gris y cuerpo atlético vestido con camiseta y pantalones de algodón
blancos obligaba a las piernas de Damon a hacer los ejercicios ya habituales.
La ropa de Damon parecía ser la misma que había utilizado
en Nueva York y tenía el mismo efecto desestabilizador sobre su sistema
nervioso. Tuvo que concentrarse en recuperar el aliento antes de saludar a los
dos hombres.
-Buenas tardes.
La cara de Damon se giró hacia ella con una
expresión indescifrable.
-Buon giorno.
El terapeuta se volvió hacia ella.
-Hola, usted debe de ser la señora Salvatore. Soy Tyler
Loockbood. Damon me ha contado que son recién casados. Enhorabuena.
-Gracias, doctor Loockbood. No sabía que fuera usted
inglés.
-Soy canadiense y, por favor, llámeme Tay. Un colega
mío de Nueva York me recomendó a su marido.
Ella se sintió algo idiota por no haber reconocido
el acento. Su única excusa era que le había sorprendido que el terapeuta no
fuera italiano.
-Espero que el cambiar de ciudad por una temporada
no le suponga demasiados problemas.
Tay rió de un modo que le recordó a la risa de su
padre cuando su madre aún estaba viva.
-Mi mujer me habría matado si hubiera rechazado esta
oportunidad de trabajar en Milán con todos los gastos pagados. Ahora mismo está
comprando zapatos.
Elena sonrió ante la amabilidad de aquel hombre.
-Tiene que traerla a cenar cuando vuelvan los padres
de Damon. Les encantará conocerla.
-Gracias, lo haré.
Mientras hablaban, Tay no cesó de ejercitar la pierna
de Damon. Entonces la apoyó sobre la camilla para comprobar su sensibilidad.
Damon no sólo confirmó la sensación en los dedos y en los pies, sino que pudo
mover su pie derecho y hacer un movimiento de rotación.
Elena corrió a su lado y lo tomó del brazo.
-No me habías dicho que hubieras avanzado tanto.
-Es muy poquito, cara, no hay que ponerse tan nervioso.
Ella lo miró, incapaz de creer su frialdad.
-¿Estás de broma? Me he quedado extasiada viéndote
mover el pie... ¡eso es motivo suficiente para hacer una fiesta!
-¿Tú crees, tesoro?
Entonces ella recordó lo que había ocurrido cuando
ella le felicitó por su primer logro. Ella había saltado sobre él y se habían
besado. Lo miró a los labios y vio que estos se curvaban en una sonrisa
burlona, pero ella sólo quería besarlo.
-Me parece que las fiestas de autocomplacencia
tendrán que esperar, ¿no?
Su tono burlón la hizo volver al presente bruscamente.
Él no la quería, pensaba en besarla como en un deber, no como en la forma ideal
de celebrar algo.
Ella se apartó de los dos hombres con la cara encendida
e hizo como que estaba interesada en las barras paralelas y los otros aparatos.
El comentario la había avergonzado y le había recordado lo poca mujer que era
para él.
-¿Cuándo cree que Damon podrá empezar a utilizar las
barras? -preguntó a Tay.
-Es difícil de decir. Cada paciente tiene unos tiempos
de evolución distintos, pero su marido tiene una determinación muy firme y una
mujer, y ese es un buen incentivo para recuperarse lo antes posible. Tal vez podríamos
verle usándolas en unos siete días.
Ella se giró al oír tan buenas noticias, pero la
fría voz de Damon la detuvo.
-¿Soy un hombre, no? No soy un niño que necesite que
hablen por él.
Su ego masculino estaba realmente dañado.
Elena no estaba segura de cómo calmar el enfado de
Damon, pero Tay sonrió.
-Hablar de los pacientes como si ellos no estuvieran
delante es un mal hábito que a veces tenemos los médicos. Gracias por
recordárnoslo. ¿Qué te parece el plazo de siete días para empezar a usar las
barras paralelas?
-Puede hacerse -replicó Damon con una confianza que
complació a Elena.
La confianza pareció ser certera y, poco a poco, él
fue recuperando la sensibilidad en las piernas. Damon se obligaba a sí mismo a
trabajar sin descanso, haciendo más sesiones de fisioterapia que en el
hospital. Elena asistía a las sesiones con él, pero parecía que él cada vez
necesitara menos su apoyo.
Era como si algo dentro de él hubiera cambiado, e
incluso dejó a un lado el Banco y las Empresas Salvatore para centrarse en
volver a andar.
-Sigo sin sentir nada más arriba de las rodillas
-dijo a Tay unos pocos días después-. ¿Cómo voy a usar las barras si sólo la
mitad de mis piernas funciona?
Tay sonrió mientras ayudaba a Damon a moverse desde
el aparato de levantamiento de pesas hasta su asiento.
-Lo estás haciendo muy bien. Estarás usando las
barras muy pronto.
-Han pasado seis días y mañana será el séptimo.
-Casi lo has conseguido -dijo Tay con una despreocupación
que Elena envidiaba.
Ella habría deseado poder responder con tanta tranquilidad
a Damon, pero no podía.
Tay prometió llegar pronto a la mañana siguiente.
-Es fácil para él quitarle importancia. No es él
quien está sentado como un inútil en una silla de ruedas
-la frustración en la voz de Damon
no la sorprendió, pero sí que no la ocultara. Se había mostrado muy estoico
desde la vuelta a Italia, y también muy distante.
Ella le pasó una toalla para que se secara el sudor
de la frente. Había estado trabajando la musculatura de la parte superior del
cuerpo y sus músculos estaban hinchados por el ejercicio.
-Sólo un tonto te llamaría inútil, Damon.
-¿Y qué soy entonces? Mi mujer duerme en otra cama y
mis negocios deben gobernarse solos puesto que yo no consigo que mi cuerpo
funcione como es debido.
Ella se notó enrojecer. Nunca habían hablado de su
noche de bodas. Ella había asumido que él estaba contento con que ella
durmiera en otra habitación dada su actitud acerca de hacerle el amor.
-Si tus negocios se gobiernan solos, entonces ¿por
qué pasas tanto tiempo delante del ordenador y al teléfono? Por no hablar de
las reuniones de trabajo... -había asistido a una el día anterior para
demostrar a los accionistas que todo iba bien.
Según Stefan, Damon había estado muy convincente y a
ella no le había sorprendido.
-Me doy cuenta de que ignoras la parte de las camas
separadas.
Ella enrojeció aún más y se volvió intentando ocultarle
su vulnerabilidad.
-Los dos sabemos por qué no duermo contigo, Damon.
Nuestro matrimonio no es real.
Unos dedos fuertes le agarraron la muñeca hasta que
consiguió que ella lo mirara.
-¿Y por qué no es real nuestro matrimonio? -el brillo
metálico de sus ojos casi la quemaba-. Accediste a tener un hijo mío y a ser mi
mujer. Te jure fidelidad y un montón de cosas más. ¿Qué hay de irreal en todo
eso?
-Tú no pensabas con claridad. Ahora que has tenido
tiempo de pensarlo, estoy segura de que te arrepentirás -ella intentó sonreír
mientras las palabras que pronunciaban herían sin piedad su corazón-. Podemos
conseguir la nulidad y nadie sabrá nunca nada de esta locura de matrimonio.
Él la acercó aún más hacia él.
-Stefan lo sabe y yo lo sé. Me juraste ser mi
esposa.
-Pero no querías casarte conmigo realmente. Sabes
que no querías. Yo sabía que te arrepentirías y lo has hecho.
-¿Y de dónde sacas esa conclusión?
¿Qué podía decir? «Para ti, besarme es una obligación».
Aquello sonaría como si realmente le importase, lo cual era verdad, pero ella
no quería que él lo supiera. Aún le quedaba un poco de orgullo en lo relativo a
él.
Al no responder ella de inmediato, él la miró con
los ojos entrecerrados.
-Tal vez no se trate de que creas que yo he cambiado
de opinión, sino que tú has cambiado de opinión.
Ella sacudió la cabeza.
-No. Para mí nada ha cambiado -respondió ella con
sinceridad.
Él la miró fijamente. ¿Qué estaba buscando?
Por su lado, ella cada vez era más consciente de su
presencia física. Su olor la provocaba, le hacía pensar en cosas que había
intentado olvidar desde que salieron de Nueva York. Su piel cubierta de sudor
atraía su mirada, y mirarlo era desearlo. Desearlo significaba recordar y
recordar era la locura. Pero no podía apartar esas imágenes de su imaginación.
-¿Te doy pena? -dijo él, sorprendiéndola.
-¿Qué?
-Te doy pena. No querías casarte conmigo, pero te
daba lástima rechazarme. Esperabas que yo me arrepintiera, pero no ha sido
así.
Ella lo miró anonadada.
-¿Pena? -¿quién podría sentir pena por Damon? Estaba
lleno de vitalidad, era muy hombre—. Estás completamente equivocado.
Él la miró fijamente y ella se sintió culpable, aunque
sabía que no lo era de lo que él la había acusado.
-¿Estaré también equivocado si pienso que mis padres
también sentirán pena por mí si cuando vuelven se dan cuenta de que mi mujer no
comparte mi cama?
-Yo no me negué a dormir contigo -casi gritó ella.
-Entonces no te molestará saber que le he dado instrucciones
a la sirvienta para que traslade todas tus cosas a mi habitación.
¿Había hecho eso de verdad?
-Pero... Damon...
-Si te casaste conmigo por pena, espero que te
vuelvas a compadecer de mí y duermas en mi cama. No seré un riesgo para tu
virtud.
-¡No me compadezco de ti!
-Pero tampoco quieres estar casada conmigo.
-¡Yo no he dicho eso!
-¿Y entonces por qué has hablado de nulidad?
-Yo pensaba que tú la querías.
-Yo no he dicho eso. No quiero eso -dijo él,
enfatizando las palabras-. El matrimonio es para toda la vida.
Ella gimió.
-Ya sabía que pensabas eso.
-No es que lo piense, es que lo sé.
-Pero no estás obligado a estar casado conmigo.
-Ya está bien -él le soltó la mano en un violento rechazo-.
No quieres seguir casada conmigo. Lo acabas de decir. No te escondas bajo un
falso interés por mí. Eres mi mujer porque yo lo elegí así. No puedo creer que
sea el fin de nuestro matrimonio antes de haber empezado -su mirada iracunda
desató las emociones de ella-. No quieres ser la madre de mis hijos. De
acuerdo. No es problema. Vete -le hizo un gesto señalando la puerta-. Pero
márchate antes de que mis padres lleguen mañana. Será más fácil si no tengo
que explicarles que tengo una mujer que realmente no es mi esposa.
El dolor la oprimía tanto, que casi no la dejaba respirar.
Por segunda vez era expulsada de la vida de Damon, pero esa vez lo había hecho
él mismo. Si se marchaba entonces, ¿la dejaría volver alguna vez?
Aparentemente parecía que él sí quería seguir casado.
Sabiendo eso ¿cómo podría abandonarlo? ¿Quería abandonarlo? La respuesta era,
simplemente, no.
-Yo no quiero poner fin a nuestro matrimonio -dijo
ella susurrando a través del nudo que tenía en la garganta.
-Entonces, dormirás en mi cama.
Ella asintió con la cabeza, dolida por una opción
que no había sido opción en absoluto. Compartir cama con un hombre que
consideraba que tocarla era un deber o desaparecer para siempre de la vida del
hombre al que amaba.
Llegó el momento de acostarse. Cuando ella entró en
la habitación de Damon, lo encontró preparándose para meterse en la cama.
Apenas apreció el decorado de la habitación, los fríos
tonos azules y los muebles de estilo mediterráneo.
Él estaba sentado en el borde de una cama gigantesca,
medio vestido. Se había quitado el traje que había llevado durante la cena. No
llevaba corbata y su camisa estaba abierta, dejando ver el pelo corto y negro
de su torso y los boxer de seda azul marino.
Era tan guapo que parecía un pecado. No debería
permitirse que un hombre fuera tan atractivo.
¿Cómo iba a dormir aquella noche al lado de aquel
hombre perfecto a centímetros de su cuerpo?
Bueno, la cama era muy grande, pero tampoco parecía
suficiente distancia. ¿Y si dormía desnudo? Ella no pensaba que lo pudiera
soportar. Sus sentidos ya estaban en alerta máxima y él aún tenía los boxers y
la camisa puestos.
Ella tragó saliva y lo miró, con la respiración ya
descompensada.
Él la observaba con expresión decidida. Seguramente
se daba cuenta de su nerviosismo.
-Yo... ¿Dónde está mi camisón? -preguntó ella, sin
saber qué decir.
-¿Lo necesitas? -preguntó él, con una mirada traviesa
en los ojos.
-¿Que si lo necesito? -repitió ella, incapaz de asimilar
la idea de irse a la cama desnuda.
-Muchos maridos y mujeres se acuestan sin llevar
nada de ropa, ¿no?
¿Ese tono en su voz era de broma? Apenas podía
creerlo, sobre todo por su reacción esa mañana.
-¿Vas a dormir así?
-¿Así, cómo?
Estaba atormentándola y eso le encantaba.
Ella tomó aliento y lo dijo.
-Sin pantalones.
Estaba orgullosa de cómo había logrado decirlo
cuando su pensamiento estaba perdido en un mundo de erotismo.
-No me gusta tener limitaciones cuando duermo.
-Oh... bueno, yo preferiría ponerme un camisón.
Él se encogió de hombros como si no le importara, y
ella estaba segura de que así era. No era él el que tenía que lograr calmarse
ante el solo pensamiento de dormir en la misma cama con ella.
-¿Dónde está?
-Ahí dentro -dijo él, indicando el armario ropero
del otro extremo de la habitación.
Abrió la puerta y encontró todos sus camisones. Eligió
uno bordado y sin mangas, pues hacía bastante calor para ser finales de
septiembre en Milán.
Ella entró al baño y se tomó su tiempo, esperando
que Damon ya estuviera bajo las mantas cuando ella volviera.
Su deseo se cumplió, él estaba sentado apoyado en
unos cojines, con el torso desnudo. Ella se detuvo ante su imagen unos
segundos.
-¿Vienes a la cama, cara?
Ella tragó saliva y asintió, incapaz de hablar.
Necesitó de toda su energía y determinación para
atravesar la habitación y meterse en la cama por el lado contrario al de él.
¿Qué haría si se acercaba mucho a él durante la noche? ¿Qué pasaría si tenía
uno de los sueños sensuales que no la habían abandonado desde la noche de
Nueva York? En aquellos sueños, él era el centro de la atención. ¿Qué haría si
su cuerpo reaccionaba a las fantasías con él tan cerca? Se había despertado
abrazada a una almohada y con su parte más íntima palpitante en más de una
ocasión.
Ella se acostó bajo las mantas, rígida por los nervios.
-Pareces una novia del siglo XIII esperando ser violada
por su despótico marido.
Su cabeza se movió a un lado y le vio sonreír burlón
y con los ojos brillantes.
-No estoy acostumbrada a dormir con nadie.
-Ya dejamos claro ese punto en Nueva York.
Ella asintió con la cabeza.
-Creo que también quedó claro que te gustaban mis
caricias, ¿no?
Pensó en negarlo, su orgullo se lo suplicaba, pero
la sinceridad innata en ella venció.
-Sí.
-Y a pesar de todo te has negado a compartir mi cama
desde nuestra noche de bodas.
-Tú dijiste que era un deber. Que no te gustaba -las
lágrimas afloraron a sus ojos recordando un momento tan doloroso.
Su mirada se clavó en ella.
-Un hombre puede decir muchas cosas después de verse
rechazado por su mujer, ¿no?
-Yo no te rechacé -¿cómo podía creer eso? Ella lo
deseaba. Desesperadamente. Era obvio.
-Sí lo hiciste.
Recordando cómo se había apartado de él, ella se
mordió un labio.
-Tal vez un poco, pero no significaba lo que tú pensaste.
-¿Y cómo debía interpretarlo?
-No como un rechazo definitivo -respondió ella con
sinceridad-. Estaba celosa y enfadada.
-¿De qué estabas celosa?
-Me ignoraste durante todo el vuelo y, cuando llegamos,
me regañaste por esperarte fuera de la limusina.
Él suspiró con expresión dolida.
-Pensé que no te habías dado cuenta y que no te había
importado. Me sentí muy estúpido y por eso te hablé con dureza cuando
llegamos.
¿Estaba diciendo la verdad?
-No fue un rechazo definitivo -repitió ella con mayor
convicción esta vez.
-Para un hombre, cualquier rechazo sexual es importante,
cara mia. ¿No lo sabías?
-No -suspiró ella. Era difícil creer que no se hubiera
dado cuenta de lo mucho que lo deseaba, pero por imposible que pareciera, le
había hecho daño-. Lo siento.
-¿De verdad, tesoro?
Su corazón se derretía cada vez que la llamaba así.
Era mucho más íntimo que cara, y era un trato reservado sólo para ella, o eso
creía. Nunca le había oído llamar así a Caroline ni a nadie más.
-Sí -repitió ella sin aliento. ¿Cómo no iba a quedarse
sin respiración, acostada al lado de un hombre tan sexy como Damon?
-Demuéstramelo.
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