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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

25 octubre 2012

Comprado Capitulo 07


Capítulo Siete

—Vuelvo a recogerte en un par de horas y te advierto que no quiero volver a verte vestida con esas cosas sin forma que llevas.

En aquel momento, el conductor le abrió la puerta y Elena miró a Da monde manera asesina, pero no se le ocurrió nada que decir.

—Ciao... —se despidió Damon.


Elena se dio el gusto de darle con la puerta en las narices, lo que dejó al conductor muy sorprendido.

Las dos horas pasaron a toda velocidad. Elena no tenía ni idea de que se pudiera pasar tanto tiempo en una sola tienda. La mujer que la había recibido era la dueña y diseñadora y se trataba de una mujer alta de pelo plateado impecablemente vestida.

—Usted debe de ser Elena. Damon la describió perfectamente. Soy la señora Pasquale —le había dicho al abrirle la puerta.

Elena se había sonrojado por enésima vez en aquella mañana mientras la mujer y sus ayudantes la habían desnudado por completo.

—Es usted diminuta. No sé qué vamos a hacer —comentaba la señora Pasquale una y otra vez.

Cuando  oyó  que  llamaban  al  timbre  de  manera  autoritaria,  Elena  supo  que  era  él.  Al instante, se cubrió el cuerpo, dándose cuenta de la estupidez, pues era evidente que Damon no la iba a ver. Al oír el murmullo de su voz y la risa de la señora Pasquale, Elena tuvo una sensación un tanto incómoda y, cuando uno de la ayudantes volvió ruborizada, decidió que aquello había que bautizarlo como el efecto Damon.

—Le dejo aquí ropa informal. Podrá apañarse con ella hasta que lo que ha encargado llegue a casa del señor Salvatore en un par de días.

A lo que se refería la chica era a una pila muy bien doblada de ropa y a una bolsa de fin de semana de cuero también llena de ropa. Elena descubrió que lo que le había entregado para ponerse era una camisola de seda en color caramelo, una falda beis y ropa interior a juego. Completaban el conjunto unas sandalias de tacón bajo muy italianas, muy sencillas y muy elegantes.

Aunque odiaba gastar tanto dinero y toda aquella extravagancia, lo cierto fue que, cuando sintió la seda sobre su piel, no pudo evitar cerrar los ojos de gusto. Cuánto tiempo hacía que no se permitía nada así.

Elena salió del probador con la chaqueta que iba a conjunto de la falda colgada del brazo y la bolsa de viaje en la otra mano. Damon estaba sentado tomándose una taza de café y hablando con la diseñadora. Cuando la vio, tuvo que disimular para no quedarse con la boca abierta.


El conjunto que Elena llevaba no era especialmente sexi, pero, de repente, la diseñadora y sus ayudantes habían desaparecido y sólo existían ellos dos. Nunca había visto a una mujer tan maravillosa. Su cuerpo era la proporción personificada y tenía una piel suave y ligeramente bronceada.

Por primera vez en su vida, se encontró sin palabras.

Elena elevó el mentón. Si no paraba de mirarla así, como si fuera una extraterrestre recién aterrizada en el planeta Tierra, se iba a poner a gritar. Menos mal que la señora Pasquale intervino.

—Ese conjunto le queda perfecto, querida. En cuanto todo lo demás esté listo, se lo haré llegar por avión.

¿Por avión? Elena miró a Damon confusa. Una vez en el coche, estalló.

— ¿De verdad crees que es necesario que me mande la ropa por avión? De verdad, esto es el colmo de...

—Elena —la interrumpió Damon con autoridad—, me lo puedo permitir y...

—Pues yo, no —contestó Elena.

—No me vengas ahora con tonterías tipo la capa de ozono y esas cosas porque no me interesan. A los demás les puedes hacer creer que te dejaste el corazón en África, pero a mí no me engañas.

Elena ahogó una exclamación.

—Lo dices como si estuviera fingiendo. Si no te preocupa fletar un avión para que me traigan ropa, adelante. Si después de hacer algo así, puedes dormir con la conciencia tranquila, mejor para ti, pero a mí me parece asqueroso.

Damon la miró furioso. Sus palabras le quemaban, pero no le iba a dar la satisfacción de contarle la verdad. Le encantaba verla indignada.

—Pues, entonces, supongo que también te va a parecer asqueroso lo que va suceder ahora porque va a venir un helicóptero a buscarnos para llevarnos al lago Como. Claro que, si mal no recuerdo, no te dio ningún asco tener un avión a tu disposición para volver a Inglaterra cuando lo necesitaste. .

Elena giró la cabeza y se puso a mirar por  la ventana. Estaba muy tensa. Se sentía increíblemente expuesta con aquella blusa de seda. La ropa interior que llevaba también era de seda y, cada vez que se moví le recordaba al hombre que estaba sentado a su lado.

Si hubiera sabido que sus acciones la iban a llevar a tener que volver a Italia para hacerse pasar por la novia de Damon Salvatore, habría elegido formar parte de un harén de un jeque del desierto. Total, lo que acababa de vivir en la tienda de la diseñadora había sido como que la lavaran y la mandaran a su tienda.

Aunque Damon se moría por sentarla encima de él en su regazo, debía mostrarse frío como el acero y, además, acababa de recordar una cosa. La primera vez que Elena había montado en  helicóptero  con  él,  le  había  parecido  que  estaba  acostumbrada  a  hacerlo.  Ahora
comprendía que era porque debía de haber trabajado con ellos en África.

Aquello le hizo sentir algo incómodo que lo mantuvo en silencio, al igual que Elena, durante el resto del trayecto.

La misma ama de llaves de la otra vez recibió a Elena y la llevó hasta su habitación. No era la misma en la que la había encerrado Damon, pero Elena intentó aferrarse a aquella sensación de ultraje. No le resultó nada fácil. Damon la había sorprendido enseñándole un despacho y diciéndole que era suyo y que podía utilizarlo siempre que quisiera para llamar a su hermana.

A continuación, le había presentado a Julieta, el ama de llaves, le había dicho que cenaban a las cinco y que se sintiera como en su propia casa. Desde luego, estaba actuando de manera muy diferente a la última vez.

Elena se acercó a la ventana desde la que se veía el lago. El agua refulgía bajo los rayos del sol y Elena sintió que tanta belleza la dejaba sin aliento. Después, exploro la habitación y encontró el baño adjunto y una puerta. Creyendo que sería el vestidor, la abrió y se encontró en otra habitación. La habitación de Damon. Lo supo al instante porque era enorme, estaba dominada por una impresionante cama y amueblada de manera muy masculina.

En aquel momento, se abrió la puerta y Elena se quedó en el sitio, transpuesta al verlo entrar. Damon se estaba quitando la corbata y desabrochándose el primer botón de la camisa. Al verla, se paró en seco, la miró de arriba abajo, se fijó en su cuerpo, se fijó en que se había quitado la chaqueta también y en que llevaba los hombros al descubierto, se fijó en sus delicadas pantorrillas y en sus piececillos descalzos.

—Creía que era un vestidor...

—Si quieres usar esta habitación para vestirte y desvestirte, por mí, no hay problema —
sonrió Damon.

—Me has entendido perfectamente —le espetó Elena girándose—. ¿Es absolutamente imprescindible que nuestras habitaciones estén comunicadas?

Damon asintió y avanzó hacia ella, que dio un paso atrás.

—Los invitados esperan, de hecho, que compartamos habitación, así que tú me dirás...

—Pero...

—Pero cuando vayamos a Sudáfrica compartiremos habitación quieras o no —la interrumpió
Damon.

—Un  momento  —se  escandalizó  Elena—.  ¿Sudáfrica?  ¿Desde  cuándo  vamos  a  ir  a
Sudáfrica?

Damon se percató de que Elena había palidecido y frunció el ceño.

—Te dije que la primera semana de las negociaciones era aquí. Las otras dos semanas tendrán lugar en Sudáfrica porque una parte importante del proyecto es la construcción de un enorme estadio deportivo a las afueras de Ciudad del Cabo. 

Ese proyecto es el centro de la fusión. Miles de compañías han competido para que les adjudicaran la obra. Si la fusión sale bien, nos los adjudicarán a nosotros.

—No me habías dicho nada de eso —se lamentó Elena

Se sentía mal y quería sentarse.

— ¿Qué te pasa? —le preguntó Damon.

—Nada —contestó Elena intentando sonreír—. Simplemente, no había contado con volver tan pronto...

Seguro que no pasaba nada. Al fin y al cabo, no iban a ir al mismo lugar. De hecho, estarían en el otro extremo del continente.

—Nos vemos a las cinco —anunció obligándose a andar hacia la puerta.

Una vez a solas en su habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella con la respiración entrecortada. Jamás hubiera imaginado que la idea de volver a África la afectaría tanto.

No lo había pasado ni mejor ni peor que los demás trabajadores, pero recordaba el miedo y el dolor se apoderó inmediatamente de su zona lumbar. Claro que podría haber sido mucho peor. Después de que sucediera lo que había sucedido, había conseguido ser fuerte y quedarse en su puesto de trabajo, pero cuando él había llegado había tenido que volver a casa y eso la hacía sentirse culpable, no se sentía a gusto sabiendo que había dejado que un hombre influyera en sus acciones otra vez.

Elena se sentó en la cama. Tenía frío. No quería pensar en él, pero se parecía demasiado a
Damon y no pudo evitarlo.

Raúl Carro, el doctor Raúl Carro, el hombre que le había robado el corazón, que lo había visto latir en la palma de su mano y lo había hecho pedazos tranquilamente.

De aquello hacía casi dos años, dos años desde que el joven médico español la había cautivado durante su estancia en Inglaterra y ahora estaba muy cerca de un hombre muy parecido a él, demasiado guapo y poderoso, un mago mediterráneo.

Elena era consciente de que aquella situación no se parecía en absoluto a la que había vivido con Raúl, que se había empeñado en seducirla y no había parado hasta que lo había conseguido. Estaba segura de que el contacto físico que Damon había iniciado hasta el momento estaba completamente calculado y que no lo había hecho más que para ponerla nerviosa.

Entonces, ¿por qué se sentía como si estuviera al borde de un precipicio? ¿Por qué tenía miedo de volver a caer?

Un rato después, mientras se duchaba, se dio cuenta de que Damon había dicho que iban a compartir habitación en Sudáfrica. Aquello la llevó a apoyar la frente sobre los azulejos mientas el agua corría por su cuerpo. Al instante, el deseo se apoderó de ella, pero Elena se dijo que debía ser fuerte, que no debía permitir que nadie volviera a utilizarla. Debía
protegerse.

Claro que era imposible que un hombre como Damon Salvatore  se sintiera realmente atraído por ella. Era evidente que simplemente estaba jugando.

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