Capítulo 11
LA sugerencia de Bonnie de contratar
las agrupaciones de mujeres para servir la fiesta, resultó útil. Con un amplio
presupuesto a su disposición, le presentaron un menú delicioso.
Elena insistió más en la calidad que
en la cantidad y quedó feliz con lo que le propusieron.
Confiaba en que el buen clima
persistiera y que sus invitados pudiesen salir al jardín. La labor realizada
por los muchachos y algunas adiciones de última hora de plantas adquiridas en
una casa especializada, a corta distancia del poblado, hicieron que el jardín
luciera tan hermoso como la casa.
No quería reconocer que esa febril
actividad la desarrollaba para mantener a Damon alejado de su mente. Desde que
salió del hospital no había sabido de él, la respuesta clásica del hombre
asustado, se dijo con amargura. El problema estaba en que colocó a Damon en un
pedestal sin siquiera darse cuenta. Era muy respetado en la localidad y cometió
el error de investirlo con todas las cualidades que solo un ser perfecto poseería.
El granjero se ofreció a casarse con
ella en un acto caballeroso, y una vez que tuvo la oportunidad de analizar las
consecuencias de su acción, recapacitó. ¿Cómo podía culparlo por no querer
enfrentarse a la carga que ella y su hijo representaban, cuando fue ella misma
quien luchó para evadir cualquier compromiso?
Era ilógico que estuviese tan herida
por su rechazo... pero así era. Lo amaba. Hasta ese momento se daba cuenta de
ello y se maravilló que se hubiera engañado durante tanto tiempo.
Las invitaciones para la fiesta de
inauguración ya estaban enviadas y, por supuesto, incluyó a Bonnie y su esposo
y a Anabelle Salvatore. Era tonto que estuviese tan excitada como una
adolescente ante su primera cita con un chico, pensó al despertar la mañana de
la fiesta. Dadas las circunstancias, era factible que Damon no se presentara.
Las dos asistentes participarían en
el evento. Elena consideró que sería una buena forma de que empezaran a
familiarizarse con el negocio y ver su reacción.
Además de algunos proveedores, invitó
a uno o dos integrantes del personal de la televisora y a los representantes de
los medios de información. La publicidad la ayudaría.
Las señoras integrantes de los grupos
sociales acudieron desde temprano para hacerse cargo del servicio de alimentos
y bebidas. En verdad eran muy eficientes y profesionales y así lo comentó Elena
a una de ellas.
—Créame que disfrutamos mucho nuestra labor. Pocas veces tenemos
la oportunidad de servir un evento en el que el costo no es el principal
limitante. Se sorprendería al ver las maravillas que a veces tenemos que hacer
con carne enlatada y emparedados.
Los primeros invitados se presentaron
a las dos treinta de la tarde y para las tres treinta, la librería estaba llena
a toda su capacidad, por lo que algunos tuvieron que salir al jardín.
El mural despertó gran interés y
admiración. El fotógrafo del periódico local lamentó no poder imprimirlo en
colores; otro reportero manifestó su interés en publicar una entrevista, con
ella en el suplemento dominical.
—Será interesante señalar el cambio de una profesional en una
estación televisora a propietaria de una librería. A muchos de nuestros
lectores les gustan artículos de personas que “regresan a la vida sencilla”
—señaló. Hablaron sobre el proyecto unos minutos y de pronto Elena observó que Bonnie
y su esposo habían llegado. Con desaliento, vio que Anabelle los acompañaba.
Eso significaba que Damon no asistiría, confirmando sus temores. Se despidió
del periodista y fue a saludar a los recién llegados.
—Lamento que lleguemos tarde, pero William tuvo que atender una
urgencia —se disculpó Bonnie.
—Damon también se disculpa —añadió la anciana— Están muy
atareados en despejar uno de los médanos.
Excusa aceptable, pero Elena no se
dejó engañar. De habérselo propuesto, Damon habría estado allí.
Al ver el mural, Anabelle externó su
entusiasmo.
—Pienso mandar pintar uno parecido en la habitación del niño, más
adelante —le informó Elena.
—Todo parece ir muy bien en esa dirección. Te ves radiante, por
trillada que la frase parezca.
—Y usted también —dijo Elena—.Debo manifestar que quedé
aterrorizada al verla tirada en el suelo, sin saber qué hacer.
—La situación me apena mucho. Todo fue por mi culpa y Damon
empezó a actuar como gallina clueca. La señora J. no me pierde de vista y eso
la tiene agotada. Pobre mujer; y ni qué decir lo que ello provoca en mi estado
de ánimo. Me temo que estoy más preocupada por Damon que por mí —Bonnie y William
se habían alejado y la anciana conversaba a solas con Elena— No sé qué ocurrió
entre ustedes, querida, pero Damon actúa de modo muy extraño. Sé que ya he
hablado contigo al respecto, pero si se trata de la granja.
—No... no es eso —Elena movió la cabeza con fuerza.
—Entonces, ¿de qué se trata? ¿No puedes decírmelo?
Durante un instante, Elena creyó que
estallaría en llanto. Se comportaba como una niña, se reprochó.
—Sé que debes seguir sufriendo por tu esposo desaparecido
—agregó Anabelle— pero...
—No, no es eso —repitió Elena sin poder contenerse— Anabelle, no
puedo hablar de ello, pero, créame, no hay nada... No hay nada que anhele más
que el tener el amor de Damon —admitió con valor— Es él quien abriga dudas
—continuó. Tomó a Anabelle del brazo y suplicó — Por favor, no vaya a decirle
que sostuvo esta charla. Me desagradaría mucho que piense que quiero
presionarlo de alguna forma.
—No te preocupes. No le diré una sola palabra —le aseguró la
mujer— En primer término, no tenía derecho alguno de hacerte una pregunta como esa
y me conmueve el que me reveles cuáles son tus sentimientos. Sabes que he
aprendido a quererte y no niego que me encantaría que fueras mi nuera. Me
alegré cuando pensé que Damon se interesaba en ti y me preocupé después, cuando
me percaté de que lo rechazabas. Pero si alguna vez necesitas a alguien con
quién hablar, haciendo a un lado el hecho de que soy la madre de Damon, no
vaciles en venir a mí, ¿lo harás? En ocasiones debes creer que tu familia está
demasiado lejos. Considero que, puesto que ninguno de nosotros lo conoció,
tendemos a olvidarnos de lo que pasaste al perder a tu marido.
Elena no podía soportar más. Se
disculpó al ver que una antigua compañera de trabajo en la televisora se
acercaba, con una copa de vino y un plato de bocadillos en las manos.
—La comida está fabulosa —comentó la amiga, ingiriendo un
emparedado de salmón ahumado con avidez
— El lugar también es precioso, aunque
para mí demasiado anticuado. Pero, ¿qué es eso que he escuchado de que eres
viuda y que esperas un hijo? ¡Te guardaste muy bien las cosas mientras
estuviste trabajando!
Para fortuna de Elena, la mujer no
dio importancia a que nunca hubo un esposo, sino que ella sólo decidió
guardarse la noticia.
—Así pasa... —comentó despreocupada y dejó escapar un suspiro de
alivio cuando alguien más se acercó a ellas y cambiaron el tema de
conversación.
Comprendió que se arriesgó mucho al
invitar a personas que conocían su vida anterior, pero se sentía tan
desgraciada al saberse enamorada de Damon, que no le dio importancia. Tan
pronto se hubo liberado de sus amigas londinenses, se vio acorralada por April Young.
—Todo está maravilloso. Creo que pediré a las damas de la
parroquia que usen la cocina del hotel para practicar sus nuevos platillos.
—No sería mala idea —aceptó Elena— Entiendo que siempre están
buscando la forma de allegarse fondos para la restauración de la iglesia. El
jardín del hotel es muy amplio y podrían servir almuerzos campestres los fines
de semana.
— ¡Excelente idea! —entusiasmada, April se alejó.
Todos parecían divertirse, menos
ella, pensó Elena con amargura. Hasta sus asistentes disfrutaban la reunión.
El peinado estilo punk de Susie lucía
menos alborotado que de costumbre, y la timidez de Mary también había menguado.
Al dar las cinco, los invitados
emprendieron la retirada. Bonnie, William y Anabelle fueron los últimos en
despedirse y Elena tuvo el presentimiento de que Anabelle quería decirle algo.
No debí confiar en ella, se dijo Elena
en son de reproche. Ahora se sentiría tensa y avergonzada ante ella.
—Debemos marcharnos —anunció William. — Tengo una cirugía
programada para esta noche.
Las dos asistentes se quedaron para
ayudarla a recoger las cosas. Las encargadas de la vajilla le indicaron que no
se molestara en lavarla, pero, contando con la ayuda de Susie y de Mary, la
limpiaron en la lavadora automática antes de entregarla. La mantelería pronto
quedó lista para mandarla a la lavandería, y un poco más tarde, todo estaba en
orden.
—Han hecho maravillas, chicas —abrió su escritorio y sacó dos
sobres que ya tenía preparados— Dado que todavía no trabajaban para mí de forma
oficial, aquí tienen una pequeña gratificación por su esfuerzo.
— ¿Va a pagarnos? —preguntó Mary con deleite— ¡No fue trabajo,
sino una diversión!
—Sí, fue muy interesante —comentó Susie.
Cuando se marcharon, Elena quedó
abrumada por la tensión y la soledad de la casa. Su inquietud la llevó al
jardín. El invernadero todavía necesitaba una mano de pintura. Lo haría en ese
momento, decidió; eso la ayudaría a no pensar en Damon. Hasta el último momento
de la fiesta abrigó la esperanza de que llegara, que al fin se olvidara de su
orgullo.
¿Sería esa su forma de decirle que no
quería casarse con ella? Se preguntó de pronto, mientras subía los peldaños de
una pequeña escalera, para empezar a pintar. ¿Qué ganaba con lamentarse? Eso no
lo haría volver.
Con lágrimas en los ojos, pintaba,
furiosa, uno de los costados del invernadero, cuando sintió un fuerte dolor en
la espalda. Se enderezó, frotándose la parte adolorida, y la escalera se
tambaleó. Antes de darse cuenta de lo que ocurría, unos fuertes brazos la
arrancaron de la escalera.
— ¿Es que nunca vas a aprender? ¿Qué diablos hacías allá arriba?
Entendía que querías tener el niño.
¡Damon!... ¡Damon llegó, después de todo!
Estaba demasiado feliz para advertir la furia contenida en su voz, demasiado
alegre para no hacer nada más que cerrar los ojos y acercarse más a él.
-—Elena... Mírame —reacia, abrió los ojos, sólo para ver la
furia que había en su expresión — ¿Qué tratabas de hacer? —repitió él.
—No trataba de hacer nada —replicó ella. Su felicidad
desapareció— Sólo pintaba.
— ¿Solo pintabas? —Elena advirtió que Damon temblaba de ira—
Perdóname, pero entiendo que los médicos insistieron en que te cuidaras. ¿No
los escuchaste, Elena? ¿O sólo se trata de que ya no quieres llevar a mi hijo
en tu seno? —preguntó emocionado— ¿Quieres?
—No... —pálida, Elena se apartó de él. ¿Cómo podía pensar eso?
La repulsión apareció en su rostro y Damon cambió su actitud.
—Perdóname —suplicó contrito—, pero al verte allí después de lo
ocurrido.
Se habían separado y por mucho que Elena
anhelaba volver a sus brazos, le faltó el valor para dar el primer paso. Se
pasó la lengua por los labios resecos. ¿Por qué fue a verla? ¿Se habría
decidido? ¿Le iría?
—Pensé que mi madre estaría aquí —le dijo él, destrozando sus
esperanzas.
—Se fue hace media hora, con Bonnie y William.
—Oh. Me dijo que me esperaría, pero nos tardamos demasiado —frunció
el ceño y Elena advirtió en él un cansancio que no había visto antes. Su ropa,
a pesar de estar usada, estaba limpia. Supuso que se detuvo unos minutos en su
casa, para ducharse. Eso la hizo desear acercarse a él. Cerró los ojos para
evitar que las lágrimas es caparan, y se tambaleó. Damon la asió de los brazos
de inmediato. — ¿Por qué cambiaste de opinión respecto a casarte conmigo, Elena?
La dureza de su voz la lastimó. Abrió
los ojos y vio en los de él una mezcla de enojo y otras emociones complejas. Si
no lo estuviese viendo hasta diría que su voz estaba llena de dolor, pensó con
un estremecimiento.
— ¿Para qué quieres saberlo? De todos modos, ya no quieres
casarte conmigo.
—Pero, al parecer tú si quieres hacerlo. ¿Por qué? Fuiste
terminante al decir que no lo harías.
—Ya te dije por qué —Elena no podía soportar la situación. Si él
seguía interrogándola, lastimándola, acabaría diciéndole la verdad... que lo
amaba.
—Sí, si lo hiciste —respondió él con cinismo— ¿Pero me hablabas
con la verdad? ¡Me has mentido tanto! —agregó con amargura— Tantas evasivas... Tanto
engaño. Estaba muy equivocado respecto a ti, ¿no es así? Pensaba que te sentías
culpable por hacer el amor conmigo... Por desearme... Tan pronto después de la
muerte de tu esposo. Me volví loco haciéndote concesiones, Elena, diciéndome
que necesitabas tiempo, que no debía apresurarte; pero tú sólo jugabas conmigo,
¿no es cierto?
Elena veía la furia en sus ojos; la
veía crecer y se limitó a bajar la cabeza, sabiendo que no podía decir nada en
su defensa.
— ¡Cielos, cómo debes haberte burlado de mi! ¡Cuánto habrás
reído de mi compasión por tu dolor! —torció la boca con un gesto de amargura.
— ¡No! —el gritó salió de lo profundo de Elena—. No... No
comprendes, ¡no fue nada de eso!
—Entonces, ¿qué diablos fue? —exigió él, sacudiéndola— Porque
estoy enloqueciendo tratando de comprender qué es lo que te motiva. ¡Oh, Dios!
—la soltó con una mueca de disgusto— ¿Qué diablos me estás haciendo? Me incitas
a la violencia, ¿lo sabías? Si no me marcho ahora, no seré responsable de mis
actos. Cuando pienso en lo que deliberadamente me hiciste pensar…
compadecerte... ¡Dios mío!
La exclamación de Damon la dejó
desolada. Por mucho que ella quisiera consolarlo, hacer renacer su fe en ella, Elena
sabía que no podía decir nada.
Permaneció como una estatua, viéndolo
partir, inconsciente del torrente de lágrimas que corrían por su rostro.
Eso era todo; no habría matrimonio,
ni la felicidad eterna en la que compartirían sus vidas y su hijo. Dio gracias
al cielo por lograr contenerse y no revelarle que lo amaba. Esa hubiera sido la
humillación definitiva.
Regresó a la casa, agotada, débil y temblorosa. Ya en su dormitorio se estremeció, a pesar de no tener frío. Sólo los brazos de Damon podrían abrigarla y disipar el nudo helado en su garganta, sólo Damon sería capaz de darle luz y calor a su vida.
Próximamente En tus Brazos....
es que este es el final? o abra segunda parte?
ResponderEliminarHola, siento responder tan tarde,la historia no termina aquí los enlaces del resto de historia aparecen en el lateral derecho de las historias terminadas.
EliminarSolo tienes que buscar esta historia en el lateral y seleccionas el capitulo que quieres.