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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

29 octubre 2012

Comprado Capitulo 09


CAPÍTULO NUEVE


Durante los siguientes dos días, la mansión se transformó y pasó de ser un lugar de calma y tranquilidad a convertirse en un hervidero de actividad de varios servicios de catering. Llegaron más empleados, jardineros y guardias de seguridad y todos se pusieron a trabajar para la llegada de los invitados.

Elena se paseaba agradecía de que Damon estuviera la mayor parte del tiempo encerrado en su despacho.


Aquella mañana unos empleados llevaron un impresionante ramo de flores azules al comedor y le preguntaron con la mirada a Elena si debían dejarlos sobre la mesa. Era evidente que la tomaban por la señora de la casa. En aquel momento, alguien les dio instrucciones en italiano desde atrás. Elena se giró y comprobó que era Damon, al que veía por primera vez ataviado con vaqueros y camisa.

Tras despedirse de los operarios y una vez a solas con ella, la tomó de la mano. Elena sintió que el calor invadía su brazo y lo siguió sintiendo su enorme mano alrededor de la suya. Aquel gesto tan familiar iba a dar al traste con sus barreras.

Elena se dijo que aquello debía servirle para ir acostumbrándose a que la tocara y no se notara nada cuando estuvieran delante de los demás.

Este comedor es la estancia más antigua de la casa, le explicó Damon.

—No había entrado hasta hoy —contestó Elena.

—Esos paneles llevan ahí desde mediados del siglo XVI Son de cristal veneciano —añadió Damon señalando el techo.

—Vaya... —se maravilló Elena—. Tienes suerte de haber crecido con tanto dinero y gusto a tu alrededor.

Damon le soltó la mano de repente y se apartó, lo que hizo que Elena se sintiera incómoda.

¿Qué había dicho?

—Veo que no dejas de hacer referencias a mi procedencia —le dijo Damon mirándola con severidad—. Evidentemente, no te has molestado en investigar sobre mí antes de venir a buscarme.

—Lo siento, no sé a qué te refieres.

—Esta casa no era de mi familia —le explicó Damon mirando a su alrededor—. 

La compré hace tres años. Todas las casas que tengo son adquisiciones recientes. Yo no nací en una familia de dinero ni de clase social alta. Me crie en las calles de Nápoles, un lugar en el que hay que luchar para hacerse un hueco. Ése era mi hogar, así que, por favor, no asumas que sabes cómo fue mi infancia porque no tuvo nada que ver con lugares como éste.

Elena se mordió la lengua y tragó saliva.

—Lo siento, Damon, no tenía ni idea.


—Claro, eres como los demás, sólo te fijas en el dinero que tengo ahora y te da igual de dónde haya salido, ¿verdad?

—No digas eso. No es justo. Es verdad que no me importa cómo hayas hecho dinero, pero te aseguro que no habría venido a buscarte si no te hubiera necesitado, si no hubieras sido mi única opción.

El dolor que Damon estaba viendo en los ojos de Elena le estaba dando claustrofobia.

—Me tengo que ir a trabajar —anunció dejándola a solas—. Por cierto, tu ropa llegará mañana y dentro de media hora vendrá un conductor a buscarte para llevarte a Bellagio. Tienes cita en un salón de belleza esta tarde.

Y,  dicho  aquello,  desapareció,  dejando  a  Elena  con  la  ridícula  sensación  de  que  era realmente insultante que Damon creyera que necesitaba pasar una tarde entera en un salón de belleza.

Damon se fue directamente fuera y tomó aire varias veces. Maldición. ¿Qué demonios le había ocurrido? Tenía los puños apretados e irradiaba tensión. ¿Por qué no había seguido hasta el final? ¿Por qué no le había contado lo difícil que había sido vivir en la calle?

¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Elena apenas llevaba dos días en su casa y ya quería contarle todo de sí mismo? ¿Por qué le había molestado tanto que ella no supiera de dónde procedía? Le daba igual lo que la gente pensara de él. De hecho, se sentía orgulloso de sus raíces y no las escondía.

Las personas que sabían de dónde procedía lo respetaban y lo miraban con orgullo aunque también tenía su lado negativo, pues ciertas mujeres de clase social alta lo miraban con deseo, buscando sin duda a la fiera indómita que suponían habitaba en él, lo que le daba un terrible asco.

Y Elena... Elena no era mejor que aquellas mujeres. Era exactamente igual, pero más peligrosa porque, de alguna manera, se le estaba metiendo bajo la piel. Hacía mucho tiempo que no le sucedía algo así. Hacía tanto tiempo que recordaba exactamente cuándo había sido la última vez.

En aquella ocasión, había recibido la mayor lección de su vida, que no había sido aprender a sobrevivir entre las bandas de Nápoles ni proteger a su hermano pequeño, ni siquiera hacerse multimillonario y tener casas en todos los continentes.

La mayor lección que había recibido en su vida se la había dado una mujer y no estaba dispuesto a cometer el mismo error dos veces.

Damon volvió a entrar en su casa diciéndose que podía controlar aquella situación y a Elena.

¿De verdad tenía miedo de que aquella diminuta mujer pudiera dejarlo como un imbécil? Aquella mujer sólo servía para calentarle la cama, lo que, se prometió Ramona sí mismo,
ocurriría en breve.

Elena volvió del salón de belleza sintiéndose maravillosamente. Para su sorpresa, había disfrutado de lo lindo. Le habían dado un masaje facial y corporal, le habían hecho la pedicura y la manicura y le habían cortado las puntas porque al estilista le habían encantado sus rizos y su color de pelo y había preferido no tocarlo más.

Julieta recibió a Elena en la puerta con una sonrisa y le entregó una nota. Elena la aceptó y se dirigió a su habitación, donde la abrió y la leyó.

He tenido que ir a Milán para hacerme cargo de unos imprevistos de última hora. No podré volver hasta poco antes de la bienvenida de mañana por la noche. Mi ayudante, Tyler, llegará por la mañana para hacerse cargo de recibir a los invitados. Lo único que tienes que hacer es estar preparada a las siete. Pasare a recogerte por tu habitación. Por favor, vístete de manera apropiada para cenar. Damon.

Aquellas frases cortas y tajantes devolvieron a Elena a la realidad y la hicieron sentirse como si fuera propiedad de Damon en aquella casa. Y pensar que incluso volvía del salón de belleza tan contenta, preguntándose si se daría cuenta de lo que le habían hecho y si le gustaría...

Elena arrugó la nota y la tiró a la papelera, se miró al espejo y se dijo que albergar esperanzas con Damon Salvatore  era ir directamente hacia la catástrofe. Sobre todo, después de sus incendiarios besos. No debía olvidarse de Raúl Carro... aunque lo cierto era que cada vez le costaba más recordar su rostro.

No debía olvidar que Damon era el mismo perro aunque con diferente collar, no debía olvidar que un hombre así no dudaría en deshacerse de ella después de haberla utilizado. De hecho, ya lo estaba haciendo.

Elena se retiró del espejo, apartó a Damon de su mente y bajó al despacho a llamar a casa. No le había explicado a su hermana la verdad de su situación, se había limitado a dejar que Bonnie tuviera la idea de que le estaba haciendo un favor acompañando a Damon. Su hermana no debía de haber visto la foto del periódico o habría decidido no hacer preguntas.

Tras pasar una hora hablando con Bonnie, que estaba encantada porque le daban el alta al día siguiente, colgó el teléfono. Aunque odiaba el poder que te tenía sobre la salud de su hermana, en aquellos momentos, le entraron ganas de llorar de emoción.

A las siete del día siguiente, Elena estaba muy nerviosa. Había oído llegar el helicóptero de Damon hacía rato. Había estado llegando gente durante todo el día y los empleados corrían de un lado para otro. Ella se había mantenido en un discreto segundo plano por miedo a que alguien le preguntara qué hacía allí.

Al oír que llamaban a la puerta, dio un respingo. Las paredes eran tan gruesas que no había oído ruido en la habitación de Damon. Elena tomó aire y se apartó del espejo. Había hecho todo lo que había podido para estar presentable.

—Adelante.

Nerviosísima, observó cómo se abría la puerta.


Damon apareció y sintió una curiosa sensación en el pecho. No sabía qué era y no podía deshacerse de ella. Los últimos rayos de sol que entraban por la ventana bañaban a Elena en una luz angelical.

Al instante, se le ocurrieron palabras vulgares como preciosa y espectacular, pero no le hacían justicia. Llevaba un vestido rojo rubí de seda sin tirantes y por la rodilla que tenía una abertura en un lateral. La tela se ajustaba perfectamente a sus curvas femeninas. Simplemente, era una pieza de arte lo suficientemente provocadora como para que a Damon le entraran deseos de recorrer la distancia que lo separaba de ella, desnudarla y tomarla sobre la cama que había al lado.

Cuando la luz del sol se desvió, Damon se dijo que no era para tanto, que Elena Gilbert cambiaba mucho arreglada, pero nada más, así que avanzó controló sus sentimientos y sus deseos.

—Espero que este vestido esté bien —comentó Elena torpemente—. No sabía qué ponerme.

—Sí, está bien —contestó Damon en tono cortante- ¿Qué te has hecho en el pelo?

— ¿Me lo quito? He intentado peinarme como me enseñó ayer el peluquero.

—No, está bien —contestó Damon.

El peinado le quedaba de maravilla. Se trataba de un moño bajo y lateral que quedaba de lo más sexi y moderno.

—Me gusta —añadió poniéndole la mano en el hombro—. Vamos. No quiero llegar tarde.

Elena agarró un chal y lo siguió como pudo porque no estaba acostumbrada a llevar tacones tan altos. Cuando llegó junto a Damon, que la esperaba al inicio de las escaleras, la tomó de la mano y se la besó. Elena sintió que aquel gesto tan íntimo la ruborizaba.

— ¡Ah, Salvatore, estás ahí! —resonó una potente voz desde el vestíbulo.

Fue entonces cuando Elena se dio cuenta de que estaban a la vista de todo el mundo. Lo que Damon acababa de hacer era parte del teatro. Se sintió como una estúpida. Durante un momento había creído que de verdad...

Al  instante,  recuperada  la  compostura,  entrelazó  sus  dedos  con  los  de  Damon como diciéndole «yo también sé actuar» y sonrió.

Acto seguido, comenzaron a bajar las escaleras para que Damon le presentara al hombre de la voz estruendosa.

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