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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

24 abril 2013

Chantaje Capitulo 09


Capítulo 9
ESTABA a punto de salírsele el corazón por la boca cuando el taxi llegó a la casa. Era la una de la mañana, pero todas las luces estaban encendidas y el coche de Damon estaba aparcado en la puerta.
Había vuelto, no se había quedado a pasar la noche con Katrina.
Elena salió del coche con una sensación de mareo a la que poco a poco había ido acostumbrándose en los últimos días; al menos no la hacía vomitar.
—Eres un bebé muy bueno —susurró mientras se pasaba la mano por el vientre—. Y tu papá y tu mamá te van a querer muchísimo.
Mientras abría la puerta pensaba si no habría sido una tontería volver allí. Damon debía saber que Katrina jamás podría sustituir su papel en la vida del pequeño; madre e hijo era un conjunto inseparable. Era increíble la fuerza que le podía dar a una el saber que había una vida creciendo en su interior.
Nada más llegar al pasillo vio cómo se abría la puerta del despacho de Damon y aparecía él. Tenía el aspecto de alguien que acabara de recibir un tremendo golpe; era extraño verlo así, a él, que jamás perdía el control. Llevaba la camisa desabrochada y arrugada y tenía los ojos enrojecidos.
—Me imagino que no hace falta que te pregunte a quién has ido a ver a Londres —le dijo ella lanzándole una mirada llena de furia, a pesar de que había sentido cierta debilidad al encontrarlo en ese estado.
Damon la miraba como si estuviera viendo un fantasma.
—Elena, has vuelto. ¡Gracias a Dios!
Tenía la voz quebrada y había algo extraño en su mirada a medida que se acercaba a ella, haciendo que el corazón de Elena empezara a latir mucho más rápido.
—Estoy cansada, Damon —le dijo dando un paso hacia atrás—. Me voy a la cama.
—Tenemos que hablar—insistió él, pero recibió una negativa como respuesta. Elena sabía que si continuaba a su lado se vendría abajo y no tendría el valor de decirle todo lo que quería.
—Ahora no, mañana.
Por mucho que deseara obligarla a escucharlo no podía hacerlo porque Elena parecía muy nerviosa y, a partir de ese momento, siempre pondría sus necesidades por encima de cualquier otra cosa.
—Muy bien —accedió dulcemente—. Pero voy a cerrar todas las puertas de la casa y me voy a quedar con las llaves —añadió con una mirada que demostraba que decía la verdad—. Así que nada de huidas, prométemelo.
—Lo prometo —respondió Elena agotada antes de dar media vuelta rogando que él no la siguiera.
Cuando por fin cerró la puerta de su antiguo dormitorio tuvo que admitir que estaba algo decepcionada porque Damon no hubiera ido tras ella para estrecharla entre sus brazos y… ¿y qué? Tenía que afrontar la realidad de una vez por todas. «A ver si maduras, Elena. Él no te quiere, está enamorado de Katrina».
—¿Puedes contestar tú? —le pidió Elena cuando empezó a sonar el teléfono—. Yo estoy preparando el té.
Acababa de despertarse y, al bajar a desayunar, se había encontrado con que Damon ya estaba allí.
No dejó de mirarla mientras se dirigía hacia el teléfono, no podía creer que estuviera allí. ¡La amaba tanto! Pero… ¿qué habría pasado? ¿Por qué habría vuelto? Tan absorto estaba en sus pensamientos que tardó varios segundos en asimilar lo que le estaban diciendo al otro lado de la línea.
—No se preocupe, yo le daré el mensaje a la señora Salvatore —dijo justo antes de colgar.
Tenía los ojos clavados en Elena… Parecía no haberla visto nunca, en sus ojos había un destello que… no, era imposible que Elena estuviera viendo lo que estaba pensando…
—¿Qué ocurre?
—Era de la consulta del médico —anunció Damon con gran seriedad—. Querían decirte que ya tienes cita para la primera visita al tocólogo. ¡Estás embarazada y no me lo habías dicho!
Por primera vez en su vida Elena hizo algo que creía que solo ocurría en las novelas: se desmayó.
Cuando volvió en sí se encontraba tumbada en el sofá del despacho y Damon estaba sentado a su lado.
En los segundos que había tardado en asimilar la noticia del embarazo de Elena sus sentimientos habían pasado de la alegría a la desesperación al darse cuenta del motivo por el que había regresado la noche anterior. Elena tenía los mismos valores morales de su padre; nunca habría podido abandonarlo y quitarle el bebé que habían acordado tener juntos.
El descubrimiento de que estaba allí a su lado porque llevaba dentro un hijo suyo y no porque quisiera estar con él le dejó un sabor amargo en la boca.
Elena se estremeció al percibir el pesar en los ojos de Damon. ¿Habría cambiado de opinión? ¿Acaso ya no quería a su bebé?
—Estás embarazada —susurró él sin ninguna emoción que ella pudiera interpretar.
—Sí —contestó mientras le suplicaba a Dios que la ayudara a aguantar el llanto, pero esa no era la reacción que había esperado de él. ¿Qué esperaba, gritos de alegría o que la tomara en brazos proclamando su júbilo? Claro que tampoco habría pasado nada porque al menos hubiera esbozado una pequeña sonrisa, aunque solo fuera por el niño, no por ella.
—¿Es por eso por lo que no te marchaste?
—Sí —asintió al tiempo que se ponía en pie; no pensaba mantener aquella conversación en una postura que la colocaba en un nivel tan inferior a él. A partir de ese momento quería asegurarse de que, cada vez que tuvieran un conflicto, ambos pudieran enfrentarse de igual a igual—. Quería dejarte, Damon. Tú… tienes una aventura… con Katrina —hizo una pausa para templar los nervios—. Pero vi a una niña con su padre y me di cuenta de que no podía hacerlo.
Se dio media vuelta, pero no pudo evitar que él viera las lágrimas asomándose en sus ojos.
—Elena.
Un estremecimiento la sacudió al notar que le había agarrado las manos entre las suyas; estaba acariciándole las muñecas y, muy a su pesar, Elena estaba recibiendo una cálida sensación.
—No sé de dónde has sacado la idea de que yo pudiera tener algún tipo de relación con Katrina; te aseguro que nada podría ser más imposible.
Encima se atrevía a mentirle con esa desfachatez.
—¿De verdad? —le preguntó mordazmente—. ¿Entonces a qué fuiste anoche a Londres?
—Me temo que eso no puedo contártelo —no quería decirle nada hasta que todo estuviese atado y bien atado, por si acaso algo salía mal—. Pero te prometo que no tiene nada que ver con Katrina.
Elena se separó de él con desprecio.
—No te creo. El día de nuestra boda Katrina me dijo que tú la querías; me provocó para que te lo preguntara. Y últimamente se ha ocupado de confirmarme que vuestra relación continuaba. No sé a cuál de los dos odio más; me imagino que a ti porque ella nunca me gustó pero tú… tú…
Hizo una pausa y respiró hondo. Ya no había razón para seguirle ocultando lo que había sentido por él durante toda su vida. Después de todo, seguro que se había dado cuenta de lo enamorada que había estado de él cuando era solo una adolescente.
Con repentina decisión, lo miró fijamente a los ojos y habló con el corazón en la mano.
—Yo te adoraba, Damon. Te puse en un pedestal… Creía en ti y tú… —tuvo que parar con el fin de no dar rienda suelta a sus emociones—. Aparte de perder a mis padres, nunca he sufrido tanto como cuando me enteré de que me habías engañado, que no eras la persona que yo creía.
A veces pensaba incluso que había sido aún más duro que la muerte de sus padres porque al menos estaba segura de que ellos la habían querido con toda su alma; pero con Damon nunca tuvo ese consuelo.
—¿De verdad crees que podría haber traicionado la confianza de tu padre de esa manera?
—El amor puede hacemos traicionar todo lo demás —aquello estaba despertando muchos recuerdos dolorosos que prefería haber mantenido dormidos—. Lo que no consigo entender ni perdonarte es que estuvieras dispuesto a casarte conmigo solo por la empresa, estando enamorado de Katrina. Y que me mintieras de ese modo… Porque me mentiste, ¿verdad, Damon?
—Sí —admitió él sin atreverse a mirarla—. Te mentí, pero no en lo que tú piensas.
Oyó un grito ahogado y, al darse la vuelta, no vio más que su sombra desapareciendo por el pasillo.
Era una completa imbécil, de otro modo no se entendía que siguiera sufriendo tanto por él. Corrió instintivamente hasta la rosaleda en busca de tranquilidad.
¿Cómo podía amar a un hombre capaz de mentir con tal impunidad? Pero era así, lo amaba y nunca había sido de otra manera.
«¡No!» No podía ser cierto, aunque una punzada en el corazón le decía que sí, que todo aquello era real.
Damon torció el gesto; no sabía si ir en busca de Elena y hacerla escuchar lo equivocada que estaba, pero seguramente no lo escucharía. Pensar que la estaba obligando a quedarse con él no hacía que se sintiera nada bien; no quería tenerla en su vida si ella no lo deseaba; ni en su vida ni en su cama.
Sonó el teléfono y, al contestar, Damon se dio cuenta de que debía concentrarse en lo que le estaban diciendo y dejar de pensar en Elena aunque solo fuera un minuto.
Un coche que ella no conocía se paró en la puerta de la casa; pero sonrió al ver que se trataba de Stefan Bennett, el abogado de Damon.
—¿Qué tal está su mujer? —le preguntó cuando él estuvo a su lado.
—Pues muy embarazada —dijo riéndose—. Al menos ya no le queda mucho para dar a luz. Quiere que Damon sea el padrino del niño; es que vuestra historia le parece muy romántica. Espero que no te moleste que se lo contara —añadió al ver que Elena estaba muy seria—. A mí me lo contó mi madre. Ella le tenía mucho cariño a Damon y le encantó que él fuera a pedirle consejo a mi tío después de la muerte del señor Gilbert. Mi tío sabía que tu padre le había hecho prometer a Damon que no te diría lo que sentía hasta que cumplieras los veintiún años. Pero claro, la muerte de tu padre había cambiado mucho las cosas y necesitabas que alguien te ayudara. Por lo visto mi padre le aconsejó a Damon que se casara contigo para poder protegerte —continuó la historia eludiendo mirarla—. Mi madre siempre creyó que habías huido porque te había sobrepasado el miedo y los nervios de la boda… pero para Damon debió de ser muy duro perderte de aquel modo queriéndote como te quería.
En su voz se podía percibir un ligero tono de crítica hacia el comportamiento de Elena.
—Al menos todo se ha arreglado entre vosotros. Mi madre dice que estaba segura de que os reconciliaríais… Bueno, ¿está Damon en casa? —preguntó de pronto algo avergonzado, tenía la sensación de haber hablado demasiado.
A Elena le daba vueltas la cabeza como una peonza; lo único que pudo hacer fue asentir y ver cómo se alejaba Stefan camino de la casa.
Damon se levantó de la mesa de su despacho después de varias horas pensando en el pasado; eso era todo lo que había hecho desde que se había marchado Stefan: pensar en el pasado y en el futuro. Había acabado haciendo una lista de los pros y los contras que podría encontrar Elena para decidir si seguir con él o no. Al final estaba claro que si pensaba desde su perspectiva, lo mejor sería dejarla marchar, permitir que tomara sus propias decisiones con total libertad.
En cualquier caso, lo que era obvio era que tenían que hablar y que no podían seguir retrasándolo por más tiempo.
La encontró en su antiguo dormitorio, sentada junto a la ventana como solía hacerlo cuando era casi una niña. Al oírlo entrar se volvió a mirarlo, parecía tranquila.
Había ido allí directamente después de su conversación con Stefan Bennett, se había movido como en un sueño, necesitaba un refugio donde pensar en lo que había oído. Lo que le había contado el abogado había cambiado por completo su perspectiva de la historia.
No le resultaba extraño que su padre se hubiera dado cuenta de sus sentimientos por Damon, de hecho ella nunca había hecho nada por ocultárselos. Pero lo que había insinuado Stefan de que Damon la amaba y la había amado ya entonces…
«Pregúntale si hay alguna mujer a la que quiera», esas habían sido las palabras de Katrina el día de su boda, y eso era exactamente lo que había hecho ella, y Damon…
¿Sería posible que hubiera malinterpretado su respuesta? Quizás la persona a la que se había referido Damon no era Katrina sino ella. Solo con plantearse tal posibilidad el corazón de Elena había dado un salto dentro de su pecho.
—Elena.
Respiró hondo y lo miró en busca de sus ojos, intentando encontrar en ellos alguna pista que le indicara qué era lo que sentía; pero no había nada. Tendría que confiar en su intuición.
—¿Por qué te casaste conmigo, Damon?
Pudo ver que esa no era la pregunta que él esperaba.
—Ya sabes por qué —respondió de forma enigmática y girando el rostro como si no quisiera que ella viera la expresión que había en él.
—Creía saberlo —respondió ella con calma al tiempo que se levantaba y se colocaba enfrente de él para poder verlo bien—. Estaba en el jardín cuando llegó Stefan Bennett. Me contó que… —hizo una pausa para comprobar si tenía el valor necesario, entonces pensó en el bebé y supo que no era solo su futuro lo que estaba en juego—. ¿Es cierto que mi padre te hizo prometer que no me dirías que me amabas hasta que tuviera veintiún años?
Al principio creyó que no iba a contestar y eso hizo que se le cortara la respiración. Si no era cierto lo normal hubiera sido que lo negara inmediatamente, así que si se tomaba tanto tiempo era porque…
—¿Es cierto, Damon? —insistió ella.
—Sí.
Damon la había amado… El alma se le llenó de satisfacción, de placer y de amor por él.
—Tu padre sabía lo que yo sentía por ti —empezó a decirle—. Nunca habría podido ocultárselo, ya era bastante difícil ocultártelo a ti. Me dijo que, aunque en ese momento te hubieras encaprichado conmigo, eras demasiado joven para comprometerte en una relación seria; y que habría sido muy injusto para ti. Antes debías vivir un poco y aprender cosas de la vida. Él sabía que mis sentimientos no iban a cambiar, pero le preocupaba que tú no tuvieras la oportunidad de cambiar los tuyos. Yo estaba de acuerdo en todo, por muy difícil que me resultara cumplir la promesa.
Hizo una pausa durante la que la miró con los ojos chispeantes.
—A veces tenía tantas ganas de abrazarte… —dijo agitando la cabeza—. Después murió tu padre y yo no quería romper la promesa, pero no me quedaba otra opción. Hablé con Henry y él me animó a seguir adelante. Me dijo que en tales circunstancias tu padre lo habría comprendido. Solo tenías dieciocho años y eras tan inocente… —entonces sonrió ligeramente—. La verdad es que ni siquiera creía poder confiar en mí mismo si te tenía a mi lado; pero tenía que cumplir al menos parte de mi promesa. Por eso…
—Por eso decidiste que nuestro matrimonio fuera solo algo legal —Elena completó la frase con suavidad.
—Sí. Me repetí una y otra vez que encontraría la manera de aguantar hasta que tuvieras veintiún años. Querías ir a la universidad y pensé que eso ayudaría a que pasara el tiempo. Pero entonces, cuando saliste de la iglesia y me dijiste que sabías lo que sentía… —se calló y la miró a los ojos recordando la angustia—. Y te marchaste dejándome claro lo que opinabas de que te quisiera.
—Yo no me marché porque tú me quisieras —protestó Elena con voz temblorosa—. Me fui porque creí que querías a otra… a Katrina. Eso era lo que ella insinuó y me desafió a preguntártelo. Si por un solo momento hubiera pensado que me amabas…
—¿Qué habría pasado? —le preguntó Damon en un susurro.
—Pues —en un gesto inconsciente Elena se llevó la mano al vientre—… Pues que este sería nuestro tercer hijo y no el primero. ¿Por qué no me lo dijiste? Seguro que sabías lo que yo sentía por ti.
Estaba tremendamente emocionada, pero no podía evitar sentir rabia por todos los años que habían perdido y por todo lo que habían sufrido.
—Ya lo sabes. Se lo había prometido a tu padre y creía que debía dejarte marchar. Aunque nunca te perdí la pista mientras estabas en Río. Y cuando volviste…
—Me rechazaste cuando intenté decirte que te quería —lo interrumpió ella con tristeza.
—Elena, en ese momento me odiaba por la forma en la que te había obligado a acostarte conmigo; me odiaba porque yo quería mucho más de ti, no solo sexo —respondió enfadado consigo mismo—. Yo lo quería todo de ti, de la misma manera que quería que tú aceptaras todo de mí.
El cuerpo de Elena se echó a temblar al notar el contacto con el de él.
—Bésame, Damon —le pidió alzando el rostro hacía él—. Solo para asegurarme de que esto está ocurriendo de verdad.
Sus labios se unieron tiernamente, pero eso no era suficiente para Elena. Le puso la mano en la mejilla y lo besó más fuerte, rozándole los labios con la lengua, provocándolo hasta que consiguió que emitiera una especie de rugido y la estrechara contra su cuerpo, de forma que pudo notar su excitación con total claridad.
—Me sentía tan culpable —admitió unos minutos después separándose ligeramente de ella—. Te había puesto en una situación en la que no podías hacer otra cosa que acostarte conmigo.
—Podría haberme negado si hubiera querido —contradijo Elena sonriendo con picardía—. Pero en el fondo eso era exactamente lo que yo deseaba, aunque al principio me negara a admitirlo. La mañana después de que hiciéramos el amor por primera vez… —resopló recordando aquel momento—… sentía que por fin mi vida estaba completa. Pero cuando me rechazaste me acordé de Katrina.
—Katrina nunca ha significado nada para mí. Siempre he odiado cómo te trataba y cómo se aprovechaba del amor de tu padre.
—Pero tú a ella sí le gustabas.
—Sí —respondió Damon con un gesto de asco.
Elena sabía que si hubiera intentado negar aquello, no habría podido confiar en él enteramente.
—Intentó seducirme incluso mientras estaba casada con tu padre. Me imagino que al insinuar aquello el día de la boda intentaba… no sé, me imagino que creía que así podría tenerme. Lo que no comprendo es cómo demonios pudiste creerla.
—Pero ella vino a verte el otro día.
—Sí, quería que aumentara la cantidad de dinero que recibe de la herencia de tu padre, pero le dije que estaba perdiendo el tiempo —le explicó mientras le acariciaba el cuello—. Igual que lo estamos perdiendo ahora nosotros. No sabes las ganas que tengo de llevarte a la cama —añadió susurrándole al oído.
—¿Ah, no? —bromeó Elena con sensual provocación antes de que se le escapara un gemido cuando él empezó a acariciarle un pecho.
Mientras le besaba el cuello con suavidad empezaron a andar hacia la puerta.
—Ahora mismo lo que más deseo en el mundo es llevarte a nuestra cama y…
—Aquí también hay una —le recordó ella señalando la diminuta cama de su niñez.
—No… ahí era donde dormías cuando eras una chiquilla. Yo quiero hacer el amor a la mujer que eres ahora, no a la niña que fuiste, aunque os quiero a las dos por igual.
Cuando llegaron al dormitorio principal Elena tenía los ojos llenos de lágrimas de felicidad. Mientras parpadeaba para hacerlas desaparecer acarició la boca de Damon, una boca que estaba a punto de besar, quería besarlo y acariciar hasta el último centímetro de su piel. Pero de pronto se acordó de algo:
—Entonces, si anoche no estabas con Katrina, ¿dónde estabas?
La seriedad con que la miró la hizo sentirse inquieta.
Puesto que Stefan le había traído todos los documentos que hacían que la compra del refugio fuera un hecho consumado, podía contárselo sin temor alguno. Y eso fue lo que hizo.
Cuando terminó Elena se quedó en silencio mientras las lágrimas le desbordaban los ojos.
—No debería habértelo contado —dijo abrazándola protectoramente—. Te he puesto triste y eso es lo último que deseo en el mundo.
—No, no es eso —aseguró Elena con dulzura.
—¿Entonces?
—Es que… saber que harías algo así por mí, solo para hacerme feliz… Además anoche todavía no sabías que estaba embarazada.
—Elena, no hay nada en el mundo que yo no haría por ti —le dijo Damon muy serio—. Cualquier cosa.
—Bueno, ¿ha sido cómo esperabas? —le preguntó Damon en voz muy baja.
Sus cuerpos desnudos descansaban todavía entrelazados.
—No, ha sido mucho mejor —respondió Elena con total sinceridad—… pero, solo para estar segura…
Se acercó a besarlo mientras él soltaba una carcajada de euforia.
—Ven aquí, mi pequeña hechicera —le pidió estrechándola entre sus brazos—. Mi bella hechicera, mi vida… mi amor…

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