Capítulo
9
ESTABA a
punto de salírsele el corazón por la boca cuando el taxi llegó a la casa. Era
la una de la mañana, pero todas las luces estaban encendidas y el coche de Damon
estaba aparcado en la puerta.
Había
vuelto, no se había quedado a pasar la noche con Katrina.
Elena
salió del coche con una sensación de mareo a la que poco a poco había ido
acostumbrándose en los últimos días; al menos no la hacía vomitar.
Mientras
abría la puerta pensaba si no habría sido una tontería volver allí. Damon debía
saber que Katrina jamás podría sustituir su papel en la vida del pequeño; madre
e hijo era un conjunto inseparable. Era increíble la fuerza que le podía dar a
una el saber que había una vida creciendo en su interior.
Nada más
llegar al pasillo vio cómo se abría la puerta del despacho de Damon y aparecía
él. Tenía el aspecto de alguien que acabara de recibir un tremendo golpe; era
extraño verlo así, a él, que jamás perdía el control. Llevaba la camisa
desabrochada y arrugada y tenía los ojos enrojecidos.
—Me
imagino que no hace falta que te pregunte a quién has ido a ver a Londres —le
dijo ella lanzándole una mirada llena de furia, a pesar de que había sentido
cierta debilidad al encontrarlo en ese estado.
Damon la
miraba como si estuviera viendo un fantasma.
—Elena,
has vuelto. ¡Gracias a Dios!
Tenía la
voz quebrada y había algo extraño en su mirada a medida que se acercaba a ella,
haciendo que el corazón de Elena empezara a latir mucho más rápido.
—Estoy
cansada, Damon —le dijo dando un paso hacia atrás—. Me voy a la cama.
—Tenemos
que hablar—insistió él, pero recibió una negativa como respuesta. Elena sabía
que si continuaba a su lado se vendría abajo y no tendría el valor de decirle
todo lo que quería.
—Ahora no,
mañana.
Por mucho
que deseara obligarla a escucharlo no podía hacerlo porque Elena parecía muy
nerviosa y, a partir de ese momento, siempre pondría sus necesidades por encima
de cualquier otra cosa.
—Muy bien —accedió
dulcemente—. Pero voy a cerrar todas las puertas de la casa y me voy a quedar
con las llaves —añadió con una mirada que demostraba que decía la verdad—. Así
que nada de huidas, prométemelo.
—Lo
prometo —respondió Elena agotada antes de dar media vuelta rogando que él no la
siguiera.
Cuando por
fin cerró la puerta de su antiguo dormitorio tuvo que admitir que estaba algo
decepcionada porque Damon no hubiera ido tras ella para estrecharla entre sus
brazos y… ¿y qué? Tenía que afrontar la realidad de una vez por todas. «A ver
si maduras, Elena. Él no te quiere, está enamorado de Katrina».
—¿Puedes
contestar tú? —le pidió Elena cuando empezó a sonar el teléfono—. Yo estoy
preparando el té.
Acababa de
despertarse y, al bajar a desayunar, se había encontrado con que Damon ya
estaba allí.
No dejó de
mirarla mientras se dirigía hacia el teléfono, no podía creer que estuviera
allí. ¡La amaba tanto! Pero… ¿qué habría pasado? ¿Por qué habría vuelto? Tan
absorto estaba en sus pensamientos que tardó varios segundos en asimilar lo que
le estaban diciendo al otro lado de la línea.
—No se
preocupe, yo le daré el mensaje a la señora Salvatore —dijo justo antes de
colgar.
Tenía los
ojos clavados en Elena… Parecía no haberla visto nunca, en sus ojos había un
destello que… no, era imposible que Elena estuviera viendo lo que estaba
pensando…
—¿Qué
ocurre?
—Era de la
consulta del médico —anunció Damon con gran seriedad—. Querían decirte que ya
tienes cita para la primera visita al tocólogo. ¡Estás embarazada y no me lo
habías dicho!
Por
primera vez en su vida Elena hizo algo que creía que solo ocurría en las
novelas: se desmayó.
Cuando
volvió en sí se encontraba tumbada en el sofá del despacho y Damon estaba
sentado a su lado.
En los
segundos que había tardado en asimilar la noticia del embarazo de Elena sus
sentimientos habían pasado de la alegría a la desesperación al darse cuenta del
motivo por el que había regresado la noche anterior. Elena tenía los mismos
valores morales de su padre; nunca habría podido abandonarlo y quitarle el bebé
que habían acordado tener juntos.
El
descubrimiento de que estaba allí a su lado porque llevaba dentro un hijo suyo
y no porque quisiera estar con él le dejó un sabor amargo en la boca.
Elena se
estremeció al percibir el pesar en los ojos de Damon. ¿Habría cambiado de
opinión? ¿Acaso ya no quería a su bebé?
—Estás
embarazada —susurró él sin ninguna emoción que ella pudiera interpretar.
—Sí —contestó
mientras le suplicaba a Dios que la ayudara a aguantar el llanto, pero esa no
era la reacción que había esperado de él. ¿Qué esperaba, gritos de alegría o
que la tomara en brazos proclamando su júbilo? Claro que tampoco habría pasado
nada porque al menos hubiera esbozado una pequeña sonrisa, aunque solo fuera
por el niño, no por ella.
—¿Es por
eso por lo que no te marchaste?
—Sí —asintió
al tiempo que se ponía en pie; no pensaba mantener aquella conversación en una
postura que la colocaba en un nivel tan inferior a él. A partir de ese momento
quería asegurarse de que, cada vez que tuvieran un conflicto, ambos pudieran
enfrentarse de igual a igual—. Quería dejarte, Damon. Tú… tienes una aventura…
con Katrina —hizo una pausa para templar los nervios—. Pero vi a una niña con
su padre y me di cuenta de que no podía hacerlo.
Se dio
media vuelta, pero no pudo evitar que él viera las lágrimas asomándose en sus
ojos.
—Elena.
Un
estremecimiento la sacudió al notar que le había agarrado las manos entre las
suyas; estaba acariciándole las muñecas y, muy a su pesar, Elena estaba
recibiendo una cálida sensación.
—No sé de
dónde has sacado la idea de que yo pudiera tener algún tipo de relación con Katrina;
te aseguro que nada podría ser más imposible.
Encima se
atrevía a mentirle con esa desfachatez.
—¿De
verdad? —le preguntó mordazmente—. ¿Entonces a qué fuiste anoche a Londres?
—Me temo
que eso no puedo contártelo —no quería decirle nada hasta que todo estuviese
atado y bien atado, por si acaso algo salía mal—. Pero te prometo que no tiene
nada que ver con Katrina.
Elena se
separó de él con desprecio.
—No te
creo. El día de nuestra boda Katrina me dijo que tú la querías; me provocó para
que te lo preguntara. Y últimamente se ha ocupado de confirmarme que vuestra
relación continuaba. No sé a cuál de los dos odio más; me imagino que a ti
porque ella nunca me gustó pero tú… tú…
Hizo una
pausa y respiró hondo. Ya no había razón para seguirle ocultando lo que había
sentido por él durante toda su vida. Después de todo, seguro que se había dado
cuenta de lo enamorada que había estado de él cuando era solo una adolescente.
Con
repentina decisión, lo miró fijamente a los ojos y habló con el corazón en la
mano.
—Yo te
adoraba, Damon. Te puse en un pedestal… Creía en ti y tú… —tuvo que parar con
el fin de no dar rienda suelta a sus emociones—. Aparte de perder a mis padres,
nunca he sufrido tanto como cuando me enteré de que me habías engañado, que no
eras la persona que yo creía.
A veces
pensaba incluso que había sido aún más duro que la muerte de sus padres porque
al menos estaba segura de que ellos la habían querido con toda su alma; pero
con Damon nunca tuvo ese consuelo.
—¿De
verdad crees que podría haber traicionado la confianza de tu padre de esa
manera?
—El amor
puede hacemos traicionar todo lo demás —aquello estaba despertando muchos
recuerdos dolorosos que prefería haber mantenido dormidos—. Lo que no consigo
entender ni perdonarte es que estuvieras dispuesto a casarte conmigo solo por
la empresa, estando enamorado de Katrina. Y que me mintieras de ese modo…
Porque me mentiste, ¿verdad, Damon?
—Sí —admitió
él sin atreverse a mirarla—. Te mentí, pero no en lo que tú piensas.
Oyó un
grito ahogado y, al darse la vuelta, no vio más que su sombra desapareciendo
por el pasillo.
Era una
completa imbécil, de otro modo no se entendía que siguiera sufriendo tanto por
él. Corrió instintivamente hasta la rosaleda en busca de tranquilidad.
¿Cómo
podía amar a un hombre capaz de mentir con tal impunidad? Pero era así, lo
amaba y nunca había sido de otra manera.
«¡No!» No
podía ser cierto, aunque una punzada en el corazón le decía que sí, que todo
aquello era real.
Damon torció
el gesto; no sabía si ir en busca de Elena y hacerla escuchar lo equivocada que
estaba, pero seguramente no lo escucharía. Pensar que la estaba obligando a
quedarse con él no hacía que se sintiera nada bien; no quería tenerla en su
vida si ella no lo deseaba; ni en su vida ni en su cama.
Sonó el
teléfono y, al contestar, Damon se dio cuenta de que debía concentrarse en lo
que le estaban diciendo y dejar de pensar en Elena aunque solo fuera un minuto.
Un coche
que ella no conocía se paró en la puerta de la casa; pero sonrió al ver que se
trataba de Stefan Bennett, el abogado de Damon.
—¿Qué tal
está su mujer? —le preguntó cuando él estuvo a su lado.
—Pues muy
embarazada —dijo riéndose—. Al menos ya no le queda mucho para dar a luz.
Quiere que Damon sea el padrino del niño; es que vuestra historia le parece muy
romántica. Espero que no te moleste que se lo contara —añadió al ver que Elena
estaba muy seria—. A mí me lo contó mi madre. Ella le tenía mucho cariño a Damon
y le encantó que él fuera a pedirle consejo a mi tío después de la muerte del
señor Gilbert. Mi tío sabía que tu padre le había hecho prometer a Damon que no
te diría lo que sentía hasta que cumplieras los veintiún años. Pero claro, la
muerte de tu padre había cambiado mucho las cosas y necesitabas que alguien te
ayudara. Por lo visto mi padre le aconsejó a Damon que se casara contigo para
poder protegerte —continuó la historia eludiendo mirarla—. Mi madre siempre
creyó que habías huido porque te había sobrepasado el miedo y los nervios de la
boda… pero para Damon debió de ser muy duro perderte de aquel modo queriéndote
como te quería.
En su voz
se podía percibir un ligero tono de crítica hacia el comportamiento de Elena.
—Al menos
todo se ha arreglado entre vosotros. Mi madre dice que estaba segura de que os
reconciliaríais… Bueno, ¿está Damon en casa? —preguntó de pronto algo
avergonzado, tenía la sensación de haber hablado demasiado.
A Elena le
daba vueltas la cabeza como una peonza; lo único que pudo hacer fue asentir y
ver cómo se alejaba Stefan camino de la casa.
Damon se
levantó de la mesa de su despacho después de varias horas pensando en el
pasado; eso era todo lo que había hecho desde que se había marchado Stefan:
pensar en el pasado y en el futuro. Había acabado haciendo una lista de los
pros y los contras que podría encontrar Elena para decidir si seguir con él o
no. Al final estaba claro que si pensaba desde su perspectiva, lo mejor sería
dejarla marchar, permitir que tomara sus propias decisiones con total libertad.
En
cualquier caso, lo que era obvio era que tenían que hablar y que no podían
seguir retrasándolo por más tiempo.
La
encontró en su antiguo dormitorio, sentada junto a la ventana como solía
hacerlo cuando era casi una niña. Al oírlo entrar se volvió a mirarlo, parecía
tranquila.
Había ido
allí directamente después de su conversación con Stefan Bennett, se había
movido como en un sueño, necesitaba un refugio donde pensar en lo que había
oído. Lo que le había contado el abogado había cambiado por completo su
perspectiva de la historia.
No le
resultaba extraño que su padre se hubiera dado cuenta de sus sentimientos por Damon,
de hecho ella nunca había hecho nada por ocultárselos. Pero lo que había
insinuado Stefan de que Damon la amaba y la había amado ya entonces…
«Pregúntale
si hay alguna mujer a la que quiera», esas habían sido las palabras de Katrina
el día de su boda, y eso era exactamente lo que había hecho ella, y Damon…
¿Sería
posible que hubiera malinterpretado su respuesta? Quizás la persona a la que se
había referido Damon no era Katrina sino ella. Solo con plantearse tal
posibilidad el corazón de Elena había dado un salto dentro de su pecho.
—Elena.
Respiró
hondo y lo miró en busca de sus ojos, intentando encontrar en ellos alguna
pista que le indicara qué era lo que sentía; pero no había nada. Tendría que
confiar en su intuición.
—¿Por qué
te casaste conmigo, Damon?
Pudo ver
que esa no era la pregunta que él esperaba.
—Ya sabes
por qué —respondió de forma enigmática y girando el rostro como si no quisiera
que ella viera la expresión que había en él.
—Creía
saberlo —respondió ella con calma al tiempo que se levantaba y se colocaba
enfrente de él para poder verlo bien—. Estaba en el jardín cuando llegó Stefan Bennett.
Me contó que… —hizo una pausa para comprobar si tenía el valor necesario,
entonces pensó en el bebé y supo que no era solo su futuro lo que estaba en
juego—. ¿Es cierto que mi padre te hizo prometer que no me dirías que me amabas
hasta que tuviera veintiún años?
Al
principio creyó que no iba a contestar y eso hizo que se le cortara la
respiración. Si no era cierto lo normal hubiera sido que lo negara
inmediatamente, así que si se tomaba tanto tiempo era porque…
—¿Es
cierto, Damon? —insistió ella.
—Sí.
Damon la
había amado… El alma se le llenó de satisfacción, de placer y de amor por él.
—Tu padre
sabía lo que yo sentía por ti —empezó a decirle—. Nunca habría podido
ocultárselo, ya era bastante difícil ocultártelo a ti. Me dijo que, aunque en
ese momento te hubieras encaprichado conmigo, eras demasiado joven para
comprometerte en una relación seria; y que habría sido muy injusto para ti.
Antes debías vivir un poco y aprender cosas de la vida. Él sabía que mis
sentimientos no iban a cambiar, pero le preocupaba que tú no tuvieras la
oportunidad de cambiar los tuyos. Yo estaba de acuerdo en todo, por muy difícil
que me resultara cumplir la promesa.
Hizo una
pausa durante la que la miró con los ojos chispeantes.
—A veces
tenía tantas ganas de abrazarte… —dijo agitando la cabeza—. Después murió tu
padre y yo no quería romper la promesa, pero no me quedaba otra opción. Hablé
con Henry y él me animó a seguir adelante. Me dijo que en tales circunstancias
tu padre lo habría comprendido. Solo tenías dieciocho años y eras tan inocente…
—entonces sonrió ligeramente—. La verdad es que ni siquiera creía poder confiar
en mí mismo si te tenía a mi lado; pero tenía que cumplir al menos parte de mi
promesa. Por eso…
—Por eso
decidiste que nuestro matrimonio fuera solo algo legal —Elena completó la frase
con suavidad.
—Sí. Me
repetí una y otra vez que encontraría la manera de aguantar hasta que tuvieras
veintiún años. Querías ir a la universidad y pensé que eso ayudaría a que
pasara el tiempo. Pero entonces, cuando saliste de la iglesia y me dijiste que
sabías lo que sentía… —se calló y la miró a los ojos recordando la angustia—. Y
te marchaste dejándome claro lo que opinabas de que te quisiera.
—Yo no me
marché porque tú me quisieras —protestó Elena con voz temblorosa—. Me fui
porque creí que querías a otra… a Katrina. Eso era lo que ella insinuó y me
desafió a preguntártelo. Si por un solo momento hubiera pensado que me amabas…
—¿Qué
habría pasado? —le preguntó Damon en un susurro.
—Pues —en
un gesto inconsciente Elena se llevó la mano al vientre—… Pues que este sería
nuestro tercer hijo y no el primero. ¿Por qué no me lo dijiste? Seguro que
sabías lo que yo sentía por ti.
Estaba
tremendamente emocionada, pero no podía evitar sentir rabia por todos los años
que habían perdido y por todo lo que habían sufrido.
—Ya lo
sabes. Se lo había prometido a tu padre y creía que debía dejarte marchar.
Aunque nunca te perdí la pista mientras estabas en Río. Y cuando volviste…
—Me
rechazaste cuando intenté decirte que te quería —lo interrumpió ella con
tristeza.
—Elena, en
ese momento me odiaba por la forma en la que te había obligado a acostarte
conmigo; me odiaba porque yo quería mucho más de ti, no solo sexo —respondió
enfadado consigo mismo—. Yo lo quería todo de ti, de la misma manera que quería
que tú aceptaras todo de mí.
El cuerpo
de Elena se echó a temblar al notar el contacto con el de él.
—Bésame, Damon
—le pidió alzando el rostro hacía él—. Solo para asegurarme de que esto está
ocurriendo de verdad.
Sus labios
se unieron tiernamente, pero eso no era suficiente para Elena. Le puso la mano
en la mejilla y lo besó más fuerte, rozándole los labios con la lengua,
provocándolo hasta que consiguió que emitiera una especie de rugido y la
estrechara contra su cuerpo, de forma que pudo notar su excitación con total
claridad.
—Me sentía
tan culpable —admitió unos minutos después separándose ligeramente de ella—. Te
había puesto en una situación en la que no podías hacer otra cosa que acostarte
conmigo.
—Podría
haberme negado si hubiera querido —contradijo Elena sonriendo con picardía—.
Pero en el fondo eso era exactamente lo que yo deseaba, aunque al principio me
negara a admitirlo. La mañana después de que hiciéramos el amor por primera vez…
—resopló recordando aquel momento—… sentía que por fin mi vida estaba completa.
Pero cuando me rechazaste me acordé de Katrina.
—Katrina
nunca ha significado nada para mí. Siempre he odiado cómo te trataba y cómo se
aprovechaba del amor de tu padre.
—Pero tú a
ella sí le gustabas.
—Sí —respondió
Damon con un gesto de asco.
Elena
sabía que si hubiera intentado negar aquello, no habría podido confiar en él
enteramente.
—Intentó
seducirme incluso mientras estaba casada con tu padre. Me imagino que al
insinuar aquello el día de la boda intentaba… no sé, me imagino que creía que
así podría tenerme. Lo que no comprendo es cómo demonios pudiste creerla.
—Pero ella
vino a verte el otro día.
—Sí,
quería que aumentara la cantidad de dinero que recibe de la herencia de tu
padre, pero le dije que estaba perdiendo el tiempo —le explicó mientras le
acariciaba el cuello—. Igual que lo estamos perdiendo ahora nosotros. No sabes
las ganas que tengo de llevarte a la cama —añadió susurrándole al oído.
—¿Ah, no? —bromeó
Elena con sensual provocación antes de que se le escapara un gemido cuando él
empezó a acariciarle un pecho.
Mientras
le besaba el cuello con suavidad empezaron a andar hacia la puerta.
—Ahora
mismo lo que más deseo en el mundo es llevarte a nuestra cama y…
—Aquí
también hay una —le recordó ella señalando la diminuta cama de su niñez.
—No… ahí
era donde dormías cuando eras una chiquilla. Yo quiero hacer el amor a la mujer
que eres ahora, no a la niña que fuiste, aunque os quiero a las dos por igual.
Cuando
llegaron al dormitorio principal Elena tenía los ojos llenos de lágrimas de
felicidad. Mientras parpadeaba para hacerlas desaparecer acarició la boca de Damon,
una boca que estaba a punto de besar, quería besarlo y acariciar hasta el
último centímetro de su piel. Pero de pronto se acordó de algo:
—Entonces,
si anoche no estabas con Katrina, ¿dónde estabas?
La
seriedad con que la miró la hizo sentirse inquieta.
Puesto que
Stefan le había traído todos los documentos que hacían que la compra del
refugio fuera un hecho consumado, podía contárselo sin temor alguno. Y eso fue
lo que hizo.
Cuando
terminó Elena se quedó en silencio mientras las lágrimas le desbordaban los
ojos.
—No
debería habértelo contado —dijo abrazándola protectoramente—. Te he puesto
triste y eso es lo último que deseo en el mundo.
—No, no es
eso —aseguró Elena con dulzura.
—¿Entonces?
—Es que…
saber que harías algo así por mí, solo para hacerme feliz… Además anoche
todavía no sabías que estaba embarazada.
—Elena, no
hay nada en el mundo que yo no haría por ti —le dijo Damon muy serio—.
Cualquier cosa.
—Bueno,
¿ha sido cómo esperabas? —le preguntó Damon en voz muy baja.
Sus
cuerpos desnudos descansaban todavía entrelazados.
—No, ha
sido mucho mejor —respondió Elena con total sinceridad—… pero, solo para estar
segura…
Se acercó
a besarlo mientras él soltaba una carcajada de euforia.
—Ven aquí,
mi pequeña hechicera —le pidió estrechándola entre sus brazos—. Mi bella
hechicera, mi vida… mi amor…
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