Capítulo 7
Damon se quedó paralizado al ver a Thomas, que luchaba
por meter aire en su pequeño pecho. Damon no tenía ni idea de lo que era el
miedo, pero sintió un miedo penetrante como un disparo por su hijo. Vio que Elena
agarraba lo que parecía un inhalador y se lo daba al niño. Al niño de él.
-No hace falta que hagas nada. Thomas está bien -el
tono chillón de Elena intentaba disimular su propia angustia-. Sólo es un leve
ataque de asma y el broncodilatador le ayudará a pasarlo.
Damon era incapaz de quedarse de brazos cruzados,
salió al descansillo y llamó a un médico con su teléfono móvil.
Los problemas respiratorios de Thomas remitieron, pero
él no podía apartar la mirada de su hijo. Tenía el aspecto inconfundible de un Salvatore.
Tenía un remolino de rizos negros en el nacimiento del pelo, como él. Tenía
unos ojos como los de su abuela materna: oscuros y muy expresivos. Su piel era
morena, al contrario que la de Elena, y sus rasgos ya se parecían a los que
había visto en los retratos de sus familiares, Sin embargo, parecía frágil en
comparación con él, quien no tenía mucha relación con niños, pero pensó que su
enfermedad habría condicionado el crecimiento de su hijo.
La tensión de Elena empezó a disiparse cuando Damon se
sentó al otro lado de la cama de Thomas como si fuera lo más normal del mundo. Thomas
miró con los ojos como platos a aquel hombre vestido con un traje gris.
A Elena le fastidiaba que hiciera notar su presencia
cuando había conseguido calmarlo.
-Thomas... él es...
Damon le agarró la mano a Thomas y tomó aire.
-Soy tu papá... tu padre... Damon Salvatore.
-¡Damon! -exclamó Elena con el tono más tranquilo que
pudo-. Si le causas un shock, podrías provocarle otro...
-¿Papá...?
Thomas miraba a Damon con unos ojazos abiertos de par
en par.
-Papá... puedes llamarme como quieras.
Damon se sentía satisfecho de haber reclamado su lugar
en la vida de su hijo y le pasó el pulgar por la mano que sujetaba. Sonrió y Thomas
también esbozó una sonrisa.
-¿Te gusta el fútbol? -le preguntó Thomas lleno de
esperanzas.
-No me pierdo ni un partido -le mintió Damon sin
vacilar.
Elena se sintió marginada y comprobó sin salir de su
asombro que la diferencia entre los tres años de edad y los veintinueve no era
tan grande como el mero desinterés de la mujer por los deportes, pero Damon era
capaz de vender arena en el desierto. Sonó un timbre y Elena dio un respingo
porque hasta entonces no se había dado cuenta de que la casa tuviera timbre.
-Seguramente sea el médico -afirmó Damon.
-¿Has llamado al médico? -le preguntó Elena un poco
molesta.
-No vayas, papá -le pidió Thomas a Damon.
Elena bajó y abrió la puerta a un médico muy amable. Damon,
con Thomas en uno de sus brazos, lo saludó desde lo alto de las escaleras y, a
partir de ese momento, dado que el diálogo en francés era demasiado rápido para
ella, Damon se ocupó de todo. A Elena sólo la tuvieron en cuenta para
preguntarle por el tratamiento que le habían dado en Londres.
Por fin, Elena acompañó al médico hasta la puerta y
volvió a la habitación de su hijo. Damon se llevó un dedo a los labios para
indicarle silencio. Su hijo se había dormido en los brazos de su padre. Elena
se quedó impresionada de que Damon se hubiera ganado tan pronto la confianza de
su hijo.
-Déjame que lo acueste.
-No creo que sea una buena idea que se pueda despertar
otra vez -replicó Damon.
Elena tuvo ganas de arrebatarle a su hijo, pero se
avergonzó de ser tan posesiva.
-No estarás cómodo tumbado con él.
-¿Por qué no? ¿Acaso eres tú la única que puede mostrar
su cariño maternal? -le preguntó Damon con la delicadeza del terciopelo y una
mirada sarcástica por encima de la cabeza de su hijo-. Tengo que recuperar
mucho tiempo con Thomas. No voy a desperdiciar ni una oportunidad. Si él está
cómodo, yo me quedaré aquí tumbado toda la noche y no me importará lo incómodo
que yo esté ni lo que a ti te parezca.
A ella le ardían las mejillas. La había retado, pero
era un reto que no iba a aceptar todavía. Estaba moviéndose por un territorio
que no conocía. Damon había aceptado a Thomas como hijo suyo sin pedir ninguna
demostración y eso era un buen síntoma. También era natural que se enfadara, se
dijo a sí misma. Era posible que superficialmente él llevara bien la situación,
pero tenía que estar impresionado y necesitaba algún tiempo para adaptarse.
Sería un disparate que ella discutiera con él antes de que tuviera la ocasión
de hacerse a la idea de lo que significaba ser padre.
Elena se sentó en la butaca que había junto a la
pared. Quería acunar a Thomas y convencerse de que estaba bien, pero estaba en
brazos de Damon y ella se sentía impotente.
-No hacía falta que llamaras a un médico. Ha sido un
ataque muy leve...
Damon la miró retadoramente.
-Puedo permitirme la mejor atención médica para mi
hijo y pienso hacerlo si lo creo necesario. Me gustaría que lo vieran un par de
especialistas. Quiero estar seguro de que recibe el mejor tratamiento posible.
-¿No crees que primero deberías consultarlo conmigo?
Elena estaba haciendo un esfuerzo enorme por no ser
irracional.
-Durante tres años y medio, tú has tomado todas las
decisiones y no me impresiona tu capacidad de juicio.
Elena apretó los dientes.
-No eres justo.
-Nos has mantenido separados al no decirme nada de su
existencia y por eso se ha visto privado de muchas ventajas que tenía que haber
disfrutado desde su nacimiento. ¿Cómo esperas que sea justo? ¿Has sido justa
con él?
-En la vida hay más cosas aparte del dinero. Nuestro
hijo ha tenido mucho amor.
-Un amor muy egoísta -dijo Damon con cierto
desprecio-. Mi familia y yo lo habríamos amado. También lo has privado de su
herencia cultural.
-¿De qué demonios estás hablando?
Elena lo miraba fijamente, pero tenía un nudo en la
garganta.
Damon la miró lúgubremente.
-No habla francés ni bretón. Es el único descendiente
de su generación de un linaje antiguo y orgulloso. Significará mucho para mi
familia.
-¿Estás seguro? ¿Estás seguro de que les gustará saber
que tienes un hijo ilegítimo con una hija de William Gilbert ?
-En Francia, los hijos nacidos fuera del matrimonio
tienen los mismos derechos de herencia que los nacidos dentro de él.
Seguramente, a mi familia le sorprenderá más saber que tengo un hijo al que he
conocido hoy, un hijo que no habla una palabra de nuestro idioma y que no sabe
lo que es ser un Salvatore -remató Damon con una convicción gélida.
Elena sintió un escalofrío que le recorrió la espina
dorsal hasta alcanzar su vientre y dejarla fría y vacía. Los miró. Vio que Damon
le acariciaba los rizos y comprobó que le temblaba la mano, que no tenía tanto
dominio de sí mismo como quería hacerle creer.
-Se parece mucho a ti -dijo sin poder evitarlo.
-Lo sé -Damon la miró con reproche-. ¿Cómo has podido
hacernos esto?
-Damon...
-No. Escúchame -la interrumpió Damon sin levantar la
voz porque sabía que no le hacía falta-. Desde que se concibió, se merecía lo
mejor que los dos pudiéramos darle. Sus necesidades estaban por encima de tus
deseos y los míos. Tenías que haber reconocido eso antes de que naciera, pero
ahora que soy parte de su vida, tú no podrás olvidar qué y quién es lo
prioritario.
Sonó amenazante. Elena quiso discutirlo y saber a qué
se refería exactamente. Sin embargo, le había dado suficientes datos de la
cruda realidad como para que se parara a pensarlos. No obstante, él era un
hombre y ella pensaba que era imposible que comprendiera lo humillada y
ofendida que se sintió el día de la investigación del accidente. Había hecho
que se sintiera a la altura del betún y violentamente protectora de Thomas.
Ella había dado por sentado que Damon la habría despreciado más si le hubiera
dicho que había dado a luz a su hijo.
Cuando Elena se despertó, estaba tumbada en su cama,
completamente vestida y con una manta por encima. Damon debió de acostarla
después de que se quedara dormida. Eran más de las nueve de la mañana y se levantó.
La cama de Thomas estaba vacía y su pijama en el suelo. Frunció el ceño, bajó
las escaleras y descubrió que estaba sola en la casa. Sintió pánico al
acordarse de que Damon la había acusado de ser una secuestradora y apenas se
atrevió a leer la nota que había sobre la chimenea. Decía que había llevado a Thomas
a dar un paseo en el Ferrari. Recuperó el aliento lentamente. La tranquilizó un
poco que Damon hiciera algo tan predecible y masculino.
Era un día soleado, tomó un veraniego vestido verde
del armario y fue a ducharse. Damon estaba muy enfadado con ella. ¿Llegaría él
a superarlo? ¿Llegaría a ver las cosas desde su punto de vista y a comprender
que había hecho lo que le parecía mejor para Thomas? ¿Sería Thomas su único
vínculo a partir de ese momento? Por lo menos parecía que Damon quería fraguar
una relación con Thomas, se dijo como consuelo. Eso era lo más importante, pero
los ojos le ardían por las lágrimas que no derramaba.
Oyó un coche y fue corriendo hasta la puerta, pero se
quedó atónita al ver a Manette Bonnard que subía el camino con un paquete en la
mano.
-Quería agradecerle su amabilidad y su comprensión de
ayer. Espero que no le importe, pero he traído un regalo para su hijo. ¿Puedo
hablar con usted, mademoiselle?
Elena, perpleja, la invitó a pasar con una sonrisa
vacilante.
-Me temo que ayer le oculté mi verdadera identidad.
Estaba demasiado avergonzada como para reconocer quién era -le confesó
atropelladamente-. No me llamo Manette Bonnard. Soy la madre de Damon, Katherine
Salvatore.
Elena dejó escapar una exclamación de sorpresa.
-Vine hasta aquí para espiarla. Creía que usted no
tenía derecho a estar en esta casa. Creía que no tenía derecho a estar con mi
hijo.
Elena se preguntó si ella sabría que su hijo había
pasado allí la noche y no pudo mirarla a la cara, pero, lo que fue peor,
tampoco supo qué decirle.
-Aunque no la conocía ni sabía nada de usted, durante
años me convencí de que la odiaba por ser quien era.
Los ojos de la mujer se empañaron de lágrimas y Elena
le tomó la mano temblorosa con un gesto de compasión.
-Lo entiendo... realmente lo entiendo...
-Estaba loca de dolor y me cegué, pero quizá también
temiera perder a mi hijo cuando no quería separarme de él -Katherine tomó
aliento entrecortadamente-. Sin embargo, eso no es una excusa. Cuando ayer vi
lo joven que es usted, me quedé sorprendida, pero me impresionó conocer a su
hijo.
La madre de Damon sacó una fotografía del bolso y se
la dio a Elena. Ella vio la imagen de Damon cuando tenía cinco o seis años sin
poder ocultar la fascinación.
-Thomas es la viva imagen de su padre -comentó Katherine.
Elena sonrió al acordarse del regalo que le había
llevado a Thomas y la aceptación que eso significaba.
-Desde luego.
-Estoy avergonzada de mi comportamiento. Cuando
reconocí a mi nieto, sentí que para mí era un castigo merecido -reconoció Katherine
con arrepentimiento-. ¿Desde cuándo lo conoce Damon?
Elena hizo una mueca.
-Me temo que no se lo dije hasta anoche.
-Hace mucho tiempo, Bennett, mi tía, quiso hablarme de
Damon y de usted, de los accidentes que pueden pasar y de que debemos saber
perdonar y seguir adelante, pero yo era demasiado terca y tenía demasiada
compasión de mí misma como para escucharla.
El rostro de Katherine Salvatore reflejaba el
remordimiento.
Elena obligó a la mujer a sentarse.
-Henri conducía muy deprisa, demasiado como para poder
parar si pasaba algo.
El silencio se espesaba y Elena reunió todo su valor
para hablar.
-Aquella noche, durante la cena, mi padre tuvo una
discusión horrorosa con mi madrastra. Ella salió del restaurante dando un
portazo y tomó un taxi para volver a la granja.
-Por eso ella no iba en el coche -Katherine sacudió lentamente
la cabeza-. Siempre me lo había preguntado.
-No quiero excusar a mi padre, pero me gustaría que
supiera que nunca le había visto beber en exceso hasta aquellas vacaciones
-dijo Elena con un tono calmado-. Mi padre se casó al poco tiempo de morir mi
madre. Aquel verano, él era muy infeliz. Mi madrastra y él no se llevaban bien
y creo que empezó a beber porque se dio cuenta de que su segundo matrimonio
había sido un error espantoso.
-¿Era feliz con tu madre?
-Mucho -los ojos de Elena se empañaron de lágrimas-.
Estaban gastándose bromas constantemente. Se quedó destrozado cuando ella
murió. Creo que se casó tan pronto porque se sentía solo y no podía soportarlo.
-Yo me sentí así cuando Henri murió -susurró Katherine
mientras le daba unas palmaditas en la mano por su franqueza-. Yo tampoco pude
soportarlo y desde entonces sólo he vivido para lamentarlo. Cuando vi a Thomas,
comprendí que la vida había seguido su curso sin mí y que yo había causado
mucha infelicidad a mis seres queridos, una infelicidad que no se merecían.
-No está preocupada por Thomas, ¿verdad?
Katherine la miró sorprendida.
-¿Por qué iba a estarlo? Es un niño maravilloso y estoy
encantada de tener un nieto.
-Damon se lo ha llevado esta mañana -le explicó Elena.
La mujer se levantó.
-No querría ser una molestia y estar aquí cuando
llegaran, pero estoy segura de que habrá adivinado, si es suficientemente
generosa como para reconocerlo, que me encantaría tener la oportunidad de
conocerla mejor, así como a mi nieto.
Elena sonrió.
-A nosotros también nos gustaría.
-¿Va a decirle a mi hijo lo que pasó ayer?
-No. Creo que no es bueno que Damon lo sepa
absolutamente todo.
Elena lo dijo antes de pensar que a lo mejor esa broma
no le gustaba a su madre.
Sin embargo, la mirada de Katherine tenía un brillo de
sorpresa, pero también algo burlón y soltó una carcajada mientras se despedía
de Elena.
Elena fue poniéndose más nerviosa a medida que pasaba
la mañana y Damon y Thomas no volvían. No paraba de repetirse que era una
tontería pensar que Damon se hubiera llevado a Thomas para darle una lección,
pero su imaginación no la dejaba en paz. Era mediodía cuando oyó que se acercaba
un coche y salió corriendo a la puerta.
Damon, enfundado en unos vaqueros negros que parecían
su segunda piel y con una camiseta, se bajó de un Aston Martin V8 y sacó a Thomas
de la silla que había adaptado al asiento trasero. Elena se quedó boquiabierta.
La última vez que había visto a su hijo, este tenía una mata de rizos negros,
sin embargo había pasado por una peluquería y ya no le quedaba ni un rizo.
-¿Qué le has hecho? -le preguntó acusadoramente.
Damon la miró con la cabeza inclinada.
-He acabado con ese peinado de nena. A lo mejor no te
has dado cuenta, pero los chicos no llevan ricitos esta temporada.
-Tenía pinta de nena.
Thomas lo dijo exactamente igual que lo habría dicho
su padre, hasta en el acento. Luego, su hijo adoptó la misma actitud impertinente
que su padre.
-La pinta depende de quién lo mire -replicó Elena.
-Una nena es una nena -insistió Damon.
Elena interpretó que Damon estaba dispuesto a rebatir
cualquier insinuación de que se había extralimitado en sus atribuciones de
padre. Sin embargo, Elena estaba contenta de que hubieran vuelto y, por el bien
de su hijo, podía pasar por alto la belicosidad de Damon. Miró a los dos
hombres dueños de su corazón y no pudo evitar quererlos. Echaba de menos los
rizos de su hijo, pero tenía que reconocer que su aspecto era más masculino. Damon
estaba irresistible. Se le secó la boca. Se le aceleró el pulso. Se acordó de
lo que había sentido en el sofá y le flaquearon las rodillas.
-¿A qué hora os habéis levantado esta mañana?
-preguntó Elena para pensar en otra cosa.
-Thomas se levantó a las siete y lo llevé a desayunar.
Cierra la puerta de casa -le pidió Damon-. Quiero llevarte a dar una vuelta.
Elena hizo lo que le habían pedido y se montó en el
asiento del pasajero del impresionante coche. ,
-¿Adónde más habéis ido esta mañana?
-Papá me ha enseñado sus coches. Yo tengo coches de
juguete y él tiene coches de verdad.
Thomas ya lo llamaba «papá» y lo hacía con verdadero
orgullo. Por el rabillo del ojo vio que Damon sonreía lleno de satisfacción.
Evidentemente, habían pasado una mañana para afianzar los vínculos masculinos
en la que habían ido a la peluquería y habían hablado de coches. Estaba
encantada de que se llevaran así de bien.
Damon atravesó una impresionante puerta con dos torres
y Elena se puso un poco tensa,
-¿Dónde estamos? -preguntó ella aunque ya lo sabía
porque al fondo del camino podía verse el cháteau.
-¡Estamos en casa! -exclamó Thomas.
-¿Cómo... dices? -balbució Elena.
-Duvernay. Tenía que cambiarme de ropa y traje a Thomas
antes de ir a desayunar -comentó Damon como si fuera lo más normal del mundo.
Se imaginó a Damon en un café mientras Thomas
intentaba imitar todos sus gestos elegantes.
-Es muy grande... -siguió Elena
-¿Dónde voy a dormir? -preguntó Thomas.
-Ya te lo enseñaré más tarde -le contestó su padre.
Elena se quedó helada. Damon paró el coche, bajó de un
salto y sacó a Thomas. Una mujer bastante corpulenta y muy sonriente se
acercaba a ellos. Damon presentó a Elena y a Fanchon, que había sido su niñera
cuando era niño. Thomas dio confiadamente la mano a la mujer y, ante la mirada
atónita de Elena, se fueron hacia el jardín.,,
-Quería hablar contigo sin que Thomas estuviera
presente -le explicó Damon.
Elena se paró en medio del enorme vestíbulo y miró a Damon
con los ojos llenos de furia.
-¿Por qué mi hijo ha preguntado dónde va a dormir y
por qué ha dicho que esta es su casa?
-Es muy difícil mantener un secreto cuando lo sabe un
niño de tres años -Damon abrió una puerta y se apartó para que ella pasara.
-¡Lo que he oído es más una fantasía que un secreto!
-replicó Elena mientras entraba en una habitación repleta de antigüedades.
-¿Lo es? Mi hijo pertenece a Duvemay.
Elena se encontró con la mirada de Damon y sintió un
hormigueo en el estómago.
-Por el momento, nuestro hijo está conmigo...
-Y así será durante mucho tiempo -había algo en su
entonación que hizo que ella sintiera un
escalofrío-. Los niños necesitan a sus madres tanto como a sus padres.
-Gracias por tu voto de confianza -Elena inclinó la
cabeza, pero el corazón se le había acelerado-. Aunque tengo que reconocer que
no sé por qué te tomas la molestia en decirme eso.
Damon estaba muy quieto.
-Estoy dispuesto a ser muy generoso y a hacerte una
oferta.
-No doy mucha importancia a tus ofertas -afirmó
sinceramente Elena.
-Puedes elegir que la situación la plantee yo o mis
abogados -le ofreció Damon con toda delicadeza.
-No hay ninguna situación -Elena apretó tanto los
puños, que se clavó las uñas en las palmas de las manos-. Fui yo quien te dijo
que Thomas es hijo tuyo y puedes verlo siempre que quieras. Me alegro de que
quieras estar con él y no entiendo por qué tienes que hablar de abogados.
-Quiero que Thomas y tú viváis conmigo.
Ella dejó escapar una risa de desconcierto.
-No siempre puedes conseguir lo que quieres.
-¿No? -Damon arqueó una ceja-. Si no puedes aceptar
que tengo el derecho de hacer ofertas que me permitan ver más a mi hijo, no vas
a dejarme otra alternativa que pedir la custodia legal.
Esa vez, Elena no habría podido reírse ni aunque su
vida dependiera de ello.
mm. daimon me cae cada vez peor¡ no tiene derecho a exigir nada¡ pero bueno.. gracias por el capitulo y por subir regularmente¡ y espero el próximo¡ >^.^<
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