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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

27 noviembre 2012

Recuérdame Capitulo 14


Capítulo Catorce
—¿Estás cómoda? —preguntó Damon mientras le ahuecaba la almohada de la espalda.

Ella se reclinó sobre la tumbona del patio, sonrió a Damon y suspiró. El día era espléndido, como sólo podía ser un día de otoño en la isla. Bastante cálido, aunque sin el opresivo calor y la humedad del verano. El cielo brillaba azul y sin una sola nube, y el aire, cargado de salitre, le hacía cosquillas en la nariz mientras el sonido del mar la arrullaba.


—Me mimas demasiado —fingió protestar—. Pero, por favor, sigue. No pienso oponerme.

Damon se sentó en el otro extremo de la tumbona y apoyó los pies de Elena sobre su regazo. Jugueteó con la pulsera tobillera y deslizó un dedo sobre el arco del pie.

—Tienes unos pies preciosos.

—¿Piensas que mis pies son bonitos? —ella lo miró con desconfianza.

—Pues sí. Me gustan. Además tienes unas piernas estupendas. Un lote muy completo.

Damon presionó el arco del pie con el pulgar arrancándole un gemido.

—Aún sigo amándote, Damon.

Las palabras se escaparon de sus labios. Necesitaba liberar ese dolor de su corazón y, aunque se había jurado que no se mostraría vulnerable antes de haber resuelto el problema de la amnesia y el tema de su relación, necesitaba expresarle sus sentimientos.

Los ojos de Damon se volvieron más oscuros y la mano abandonó toda ternura para atraerla hacia él, sentándola sobre su regazo y tomándole el rostro entre las manos. Durante largo rato, le acarició la mejilla mirándola a los ojos.

Después apoyó la frente contra la de ella en un gesto sorprendentemente tierno mientras sujetaba su mano entre los torsos de ambos.

—Tenía que decírtelo —susurró ella—. He sido sincera. No quiero ocultarte nada. Has venido. Estás haciendo un esfuerzo. Lo menos que puedo hacer es unirme a ti. Si me contenía era por orgullo. No quería humillarme ni mostrarme nuevamente vulnerable ante ti.

Damon la besó con labios ardientes y exigentes.

Saboreó la limonada que había servido con la comida. Ácida y dulce. Lamió las comisuras de los labios antes de hundirse dentro de su boca como si quisiera saborear su interior.
Siempre que habían hecho el amor había sido un acto deliberado, tierno y seductor. Pero en esos momentos, cada caricia y cada beso estaban cargados de desesperación, como si se muriera de ganas por tocarla o poseerla. Y ella se entregó a ese nuevo hombre.

—Quiero hacerte el amor, Elena. Quiero que sepas que te deseo. Ahora mismo no podría importarme menos el pasado o lo que recuerde o deje de recordar. Lo único que sé es que aquí y ahora quiero tocarte y besarte.

Elena se puso en pie con toda la elegancia que le permitían sus temblorosas piernas. Después le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de él.

—Yo también te deseo —anunció—. Cuánto te he echado de menos, Damon.

Damon se puso en pie. Le faltaba su habitual compostura y su mirada vibraba de deseo.

—Elena, puedes estar segura de que pase lo que pase hoy, e independientemente de lo que haya pasado antes, lo que recuerde y lo que no, nada de eso importará si te entregas a mí de nuevo. Ahora. Si lo hacemos ahora, será como empezar de nuevo. Pasar página.

—Eso me gustaría —ella frotó su mejilla contra la mano de Damon y cerró los ojos—. Sin pasado. Sólo el presente. Tú y yo.

Damon la rodeó con un brazo y la empujó hacia el interior de la casa. Ella lo condujo hasta el dormitorio, al lugar donde en el pasado habían hecho el amor durante horas.

Damon cerró la puerta y Elena quedó ante él, repentinamente tímida e insegura. Parecía la primera vez. Él parecía diferente. Quizás incluso ella había cambiado.

De repente le entró un ataque de risa.

—¿De qué te ríes? —él la miró sobresaltado.

—Estaba pensando que me sentía como si fuera la primera vez y que estoy muy nerviosa, pero entonces he pensado que es ridículo puesto que estoy embarazada de tu hijo, el vivo ejemplo de que no es la primera vez.

—En muchos aspectos sí es la primera vez —Damon la abrazó—. Y creo que deberíamos considerarlo como tal. Tengo la intención de familiarizarme de nuevo con tu cuerpo. Quiero ver y tocar cada milímetro de ti. Sin prisas. Quiero saborear cada momento, llevándolo hasta el límite de la locura.

Elena se balanceó hacía él, como si hubiese bebido. Damon la atrajo hacia sí y, con suma delicadeza, la empujó hacia atrás hasta topar con el borde de la cama.
Sin decir palabra, empezó a desabrocharle la blusa, tomándose su tiempo, tras lo cual deslizó la prenda por los hombros de Elena hasta hacerla caer al suelo.

—Bonito y delicado —murmuró mientras deslizaba un dedo por el sujetador—. Igual que tú. Me gustas vestida de rosa.

—¿No preferirías una sirena vestida de rojo o de negro?

—En absoluto. Me gusta la dulzura del rosa y lo femenino que resulta en ti. Muy de niña.
Agachó la cabeza para besar la piel que sobresalía del sujetador y deslizó la boca hacia abajo, hasta quedar a escasos milímetros del pezón.

—Me gustan aniñadas.

—Eres un bromista —contestó ella con voz ahogada.

Damon se agachó y procedió a desabrocharle los pantalones, deslizándolos hacia abajo hasta dejar expuesta la barriga.

Para sorpresa de Elena, se arrodilló y acarició la barriga con ambas manos antes de depositar sobre ella un delicado beso.

Fue un instante de exquisita ternura, y una imagen que no olvidaría jamás. Ese hombre, arrogante y orgulloso, estaba de rodillas prodigándose en atenciones hacia ella y su bebé.
Bajó la vista y hundió las manos en los oscuros cabellos de Damon, quien levantó la cabeza hacia ella. La mirada que le dedicó hizo que se le parara el corazón.

Segundos después, continuó deslizando los vaqueros por las femeninas caderas y piernas, levantándole cada pie con sensuales caricias hasta quitarle la prenda por completo.

—A juego con el encaje rosa —murmuró mientras depositaba un beso sobre las braguitas—. Me gusta. Me gusta mucho.

Elena sentía que le temblaban las piernas y que miles de mariposas revoloteaban en sus venas, alrededor del pecho y en la garganta.
No estaba obsesionada con su cuerpo, como les sucedía a muchas mujeres embarazadas. En realidad le gustaban las nuevas curvas. En muchos aspectos, estaba mejor. Su piel resplandecía, los pechos habían crecido y le fascinaba la forma de su abultada barriga.

—Eres preciosa —dijo él con voz ronca, como si le hubiera leído el pensamiento.
Lentamente se puso en pie, hundió las manos en sus cabellos y la besó.

Algo había cambiado entre ellos. Siempre habían hecho el amor de manera despreocupada, divertida y relajada. Pero el Damon que tenía ante ella era… distinto. La miraba como si estuviera a punto de devorarla. Como si la deseara más de lo que hubiera deseado jamás a ninguna otra mujer.

En esos momentos no había nada despreocupado en la manera en que la tocaba y a Elena le gustó el nuevo Damon. Autoritario, y aun así, dulce y tierno. Reverente.

Le sujetó posesivamente la nuca con la mano ahuecada y la atrajo hacia sí para besarla de nuevo. Después deslizó los labios hasta la oreja y lamió un lóbulo, provocándole oleadas de deseo que descendían hacia la pelvis. Los músculos de Elena se tensaron y suspiró.
Sin que sus labios abandonaran el cuello de Elena, Damon la levantó en vilo, tumbándola sobre la cama y deslizando una pierna entre los femeninos muslos.

Tras besarla nuevamente, le retiró los cabellos de la frente en un gesto enternecedor.
Como si no soportara la idea de dejar de hacerlo, la besó otra vez antes de apartarse y, con manos temblorosas, proceder a desnudarse.
Arrojó a un lado la camiseta y empezó a bajarse la cremallera de los vaqueros y ella casi gimió cuando se deshizo de los pantalones y los calzoncillos con un impaciente tirón.

Era un hombre muy sexy. Con un cuerpo esculpido como si fuera una gema. Músculos tonificados, delgado, aunque no en exceso.
La mirada de Elena se deslizó hasta la entrepierna y no pudo evitar suspirar de admiración ante la inhiesta erección. Impaciente, se apoyó sobre los codos.

Damon se colocó a horcajadas sobre ella y la empujó delicadamente contra el colchón antes de deslizar los tirantes del sujetador por sus hombros hasta que los pechos quedaron libres. Antes de deslizar una mano bajo su cuerpo para desabrochar el cierre y arrojar la prenda al suelo.
Durante largo rato no hizo más que contemplar su cuerpo.

—Estoy grabando a fuego tu imagen en mi mente —explicó con voz ronca—. No quiero volver a olvidarla jamás. No me explico cómo puede hacerlo. ¿Qué hombre podría olvidar semejante belleza?

Elena volvía a sentir mariposas en el corazón y le costaba respirar. Cuando Damon no le generaba escalofríos de placer con sus caricias, lo hacía con sus palabras.

—Bésame —le suplicó ella.

—En cuanto te haya quitado toda la lencería rosa —contestó él con una sonrisa.

Los dedos se deslizaron hasta las caderas y engancharon la prenda, tirando de ella.
Después se tumbó a su lado y la atrajo hacia sí, provocándole un delicioso sobresalto. La dureza encajaba perfectamente en la «V», entre las piernas de Elena, cuyos pechos se oprimían contra el áspero vello de su torso.

Y entonces la besó mientras le acariciaba la espalda posesivamente hasta descansar la mano sobre el trasero y continuar hacia la barriga y luego dirigirse hacia la húmeda y sensible zona entre las piernas.

Ella gimió y arqueó la espalda mientras él le acariciaba su punto más sensible con la ardiente y rígida erección.

Elena lo deseaba en su interior, que formara parte de ella después de haber pasado tanto tiempo sin él. Y se movió inquieta, aferrándose a él, separando más las piernas.

—No seas impaciente —Damon sonrió—. Aún no he terminado, cariño. Quiero que te vuelvas loca de placer antes de hacerte mía otra vez. Tan loca que grites mi nombre cuando me deslice en tu interior.

—Te deseo —susurró ella—. Te deseo tanto, Damon. Te he echado de menos. He echado de menos tocarte y que me toques.

Damon se apartó y la miró con una expresión muy seria.

—De algún modo yo también tengo la sensación de haberte echado de menos, Elena. No sería tan repentinamente feliz contigo si no nos hubiésemos conocido antes, si no hubiésemos sido… íntimos. Amantes. Siento como si hubiese abierto la puerta de la vida de otra persona, porque sigue sin parecerme que sea yo, pero, aun así, lo deseo tanto que lo saboreo, lo siento.

Ella lo atrajo hacia sí con un beso, tan conmovida por sus palabras que sentía el corazón a punto de estallar.

—No quiero esperar más. Te necesito ahora, Damon. Por favor. Entra dentro de mí. Quiero sentirte.

Damon se inclinó sobre ella, permitiéndole deleitarse en la sensación de ser aplastada bajo su calor, aspirando el masculino aroma, casi saboreándolo.

—¿Seguro que estás preparada, Elena?

Pero incluso mientras le hacía la pregunta, deslizó un dedo en su interior y le acarició el clítoris con el pulgar.

—¡Por favor! —ella cerró los ojos y se agarró a él. Damon se colocó e hundió ligeramente la punta en su interior.

—Abre los ojos. Mírame, Elena. Déjame verte.

Ella abrió los ojos y encontró su mirada, oscura y sensual.
Damon se introdujo un poco más en su interior, acariciándole con fuego. Parecía decidido a hacer que durara eternamente.

Elena le acarició el cuerpo, animándolo a completar el acto.
Y él se inclinó sobre ella hasta que sus narices se rozaron y la besó en el preciso instante en que se hundía en su interior.

No había palabras para describir la sensación que le producía estar de nuevo con el hombre al que amaba.

Damon se retiró ligeramente antes de volver a embestir. Respiró el aliento de Elena, y ella el suyo, mientras sus lenguas se entrelazaban.

Él se tumbó sobre ella, pero se apoyó en los brazos para que no tuviera que soportar todo su peso mientras las caderas basculaban contra ella.

Era como las olas del mar, delicadas, pero de intensidad creciente. Y él se mostraba paciente, más de lo que había sido en su vida.

—Si te hago daño dímelo —susurró contra su boca—. O si peso demasiado para ti.
A modo de respuesta, ella lo abrazó con fuerza y deslizó una mano hasta los glúteos.

—Dime qué quieres que haga. Dime cómo darte placer, Elena.

—Lo estás haciendo muy bien —contestó ella con voz soñadora—. Me siento flotar.

Damon hundió la cabeza en su delicado cuello y le pellizcó con los labios hasta estar seguro de dejar marca.

Ella no había experimentado nada parecido desde la adolescencia, pero le gustó quedarse con un recuerdo de su posesión.

—Lo siento, Elena —gruñó él—. No puedo… maldita sea —unos cuantos juramentos más precedieron al aumento del ritmo.

En cuanto la intensidad cambió, el orgasmo que se había estado formando perezosamente, escaló hasta alcanzar la proporción de un incendio en el abdomen de Elena.

Sin saber cómo controlar la creciente tensión, hundió los dedos en la espalda de Damon y arqueó el cuerpo hasta levantar el trasero del colchón haciendo así que él se hundiera más en su interior. Él se puso rígido y se estremeció contra ella, alcanzando la cima mientras ella aún buscaba la suya a ciegas.

Damon se tumbó a un lado y deslizó una mano entre las piernas de Elena para acariciarle el inflamado botón. Después agachó la cabeza y lamió un pezón, acariciándolo con la lengua mientras hundía otro dedo más dentro de ella.

El pulgar describía círculos sobre el clítoris y los dientes daban pequeños tirones al pezón. A su alrededor, todo se volvía borroso mientras la creciente tensión saltaba por los aires.

—¡Damon!

La liberación fue brusca. Dulce. Intensa. Una de las experiencias más impresionantes de su vida. Agarrada a él repitió su nombre una y otra vez mientras descendía de la cima.
Damon siguió acariciándola, aunque con más delicadeza que antes mientras ella se acurrucaba, temblando, contra él.

Aún no era capaz de analizar lo sucedido. Entre ellos jamás había sido así. Estaba… desgarrada, no había otra manera de describirlo. Completamente vulnerable ante él.
Damon la atrajo hacia sí mientras los dos buscaban recuperar el aliento. Sus manos parecían estar por todas partes. Acariciaban, tocaban, consolaban. Le besó los cabellos, la sien, la mejilla, e incluso los párpados.

Lo abrazó con todas sus fuerzas, hundió el rostro en su cuello y se quedó dormida, tan saciada que no podría haberse movido aunque lo hubiera intentado.

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