Capítulo
12
Unas tres semanas más tarde volvieron al invierno de
Seattle. Elena echaba de menos el sol del desierto de Damon. Su esposo, además,
parecía sentirse cómodo con el estilo de vida de Kadar. Y, si era sincera
consigo misma, a ella también le gustaba.
Gran parte de ello era debido a Damon. Había sido
muy atento y había querido compartir todos los aspectos de su vida de jeque
con ella. Habían visitado todos los asentamientos de su región, se había
enterado de que la única biblioteca disponible estaba en el palacio y había
descubierto que se entendía muy bien con la gente con la que tenían contacto.
Era gente cálida y abierta, dispuesta a dar la
bienvenida a la esposa del jeque. Lo único que les reclamaban era que Damon
volviera a su pueblo.
Un tío por parte de su padre atendía los asuntos políticos
en nombre de Damon, pero su gente quería que el jeque de Kadar volviera a su
hogar de manera permanente.
Ella no comprendía por qué él no quería ni hablar de
ello.
¿Sería tan cruel el rey Asad como para esperar que Damon
renunciara a su tierra natal para ocuparse de negocios en el extranjero?
No le parecía muy propio del hombre al que había
frecuentado en su segunda visita.
Damon condujo desde el aeropuerto en su Jaguar.
-Tendremos que organizar una visita a tus padres
ahora que hemos vuelto a Washington.
Elena se dio cuenta de que él jamás llamaba hogar a
Seattle.
Ella se reprimió un suspiro. Tendría que enfrentarse
a su padre algún día, pensó.
-¿Sabe mi madre lo del pacto entre mi padre y tu
tío?
-Tu padre ha pensado que no lo comprendería.
Se alegró de que no lo supiera su madre. Le hubiera
dolido más saber que su madre también la había vendido.
-Llamaré a mamá y arreglaré una visita para dentro
de unos días.
-Tu padre tiene previsto viajar a Kadar dentro de
dos semanas para reconocer los lugares para la explotación.
Al parecer, su padre no perdía el tiempo, pensó
ella.
-Entonces, tendremos que esperar a que vuelva para
verlo -dijo Elena.
Con suerte, tardaría varias semanas en hallar los lugares
para la explotación. Para entonces, ella tendría sus emociones bajo control y
podría verlo sin rencor.
-¿Por qué no los visitamos antes de que se vaya?
Seguramente podemos organizarlo.
Ella suspiró.
-No estoy segura de querer organizarlo -dijo Elena.
-Creí que te habías reconciliado con nuestro matrimonio.
-Y lo he hecho -lo miró.
-Entonces, ¿por qué no quieres ver a tu padre?
-Porque me traicionó.
-Del mismo modo que has pensado que yo te traicioné.
-Sí.
No le gustaba aquello. Todo había ido estupendamente
hasta que había aparecido el tema de su padre.
-Y no puedes perdonar.
Elena se quedó callada.
Lo había perdonado a Damon porque había sido necesario
para curar la herida de su matrimonio. Pero no se lo había dicho a él. Había
pensado que él lo había interpretado así al ver que ella había permanecido a su
lado.
Pero, al parecer, no había sido así.
-Te he perdonado a ti.
-¿Y a tu padre? Él quiere lo mejor para ti.
-Él transformó mi matrimonio en un acuerdo de negocios.
-Lo he visto pocas veces, pero da la impresión de
que es un hombre que cree que sabe mejor que nadie cómo deben hacerse las
cosas.
Era una imagen bastante acertada de su padre. Su
manera de acercarse a los negocios y a la vida.
-¿Elena?
¿Qué podía decir? No podía lamentarse de tener a Damon
en su vida. Había sufrido por él, pero finalmente había renacido la esperanza.
Tal vez un día su matrimonio podría estar basado en el amor, no en un negocio.
-Llamaré a mamá para quedar con ellos. Quiero ver a Caroline
también.
-Tu hermana y tú estáis muy unidas.
-Siempre he podido contar con ella.
-Eso es bueno. Latifah es muy importante para mí,
pero después del intento de golpe, nos criamos separados. No estamos muy
unidos.
Siempre se sorprendía cuando Damon le contaba algo
así tan íntimo. Escondía sus sentimientos casi todo el tiempo, excepto en la
cama. Entonces, su pasión era como un volcán.
-¿Y tus primos?
Damon había sido criado con ellos. ¿Habrían ocupado
el lugar de hermanos?
-Desde pequeño me asignaron el papel de diplomático,
y por ello fui educado en el extranjero desde los doce años.
-Debes de haberte sentido solo muchas veces, alejado
de tu familia, destinado a estar fuera en muchos sentidos.
-Ya no estoy solo. Estando contigo, estoy muy dentro.
Ella se puso colorada por el comentario erótico.
A la vez se le llenaron los ojos de lágrimas.
Había estado muy sensible las últimas semanas y no
podía evitar preguntarse si tendría algo que ver el que tuviera dos semanas de
retraso. ¿Habrían tenido resultado los esfuerzos de Damon?
-Y que lo digas... -lo miró lascivamente.
—Compórtate, esposa mía —se rió él y le tomó la
mano.
-Creí que me estaba comportando, esposo mío.
-Estamos totalmente reconciliados, ¿no?
-Sí.
Damon se quedó en silencio. Luego preguntó:
-¿Ya no piensas en el divorcio?
-No. Te lo he dicho, que estaba comprometida con
nuestro matrimonio.
-¿Ya no me consideras un ser despreciable?
-No.
-Entonces, ¿por qué no has vuelto a declararme tu
amor desde el día siguiente a nuestra boda?
Elena se puso tensa.
-Tú no te casaste conmigo por amor.
—¿Y niega eso tu amor por mí?
¿Y qué le importaba eso a él?
Elena quitó la mano de la de Damon y miró por la
ventana. El cielo estaba gris y el asfalto, mojado.
-¿Qué es lo que quieres que te diga?
—Quiero que me digas que me amas.
Sabía que él tenía el deber de llegar a amarla. Pero
ella no quería su deber. Quería que sintiera las mismas emociones que ella
tenía dentro.
Al ver que Elena no contestaba, le acarició la
mejilla.
-¿Es tan difícil, pequeña gatita?
-No estoy segura de que éste sea el lugar indicado
para esta charla.
Con el rabillo del ojo, lo vio volver a poner la
mano en el volante..
-Tal vez tengas razón.
Ella lamentaba que todo el entendimiento que habían
compartido durante aquellas semanas se estropease.
¿Cómo podía explicarle que decirle que lo amaba la
hacía sentirse vulnerable?
¿Que el no decírselo la protegía contra su indiferencia?
Pero él no era indiferente.
Quería oír sus palabras de amor. ¿Sería posible que
empezara a amarla? ¿Se sentiría tan vulnerable como ella porque no le había
dicho que lo amaba desde que se había enterado de las verdaderas razones de su matrimonio?
Tal vez, no expresando sus sentimientos no daba lugar
a que él expresara los suyos, o al menos a permitir que los suyos crecieran.
Ella lo miró.
-Yo te amo -dijo con voz tenue, casi un suspiro.
Pero él la oyó.
Damon apretó el volante.
-Tienes razón. Éste no es el lugar para declaraciones
como ésta -respondió Damon.
Ella se sintió herida por el rechazo de Damon a sus
palabras.
-¿Por qué? -preguntó.
-Porque ahora quiero hacerte el amor con pasión y
faltan todavía quince minutos para llegar a casa.
Elena llamó a la oficina de su padre al día siguiente.
Tenían que hablar. Pero Jeremy Gilbert había volado a Sudamérica por negocios
y no volvería hasta después de varios días. Elena arregló un encuentro para
verlo antes de que abandonase el país nuevamente. Esta vez a la provincia de
Kadar, en Jawhar.
El día antes del encuentro con su padre, Elena
estaba en el salón del piso que compartía con Damon, echada en el sofá, con un
libro de Astronomía en el regazo.'Miró una foto de un telescopio muy similar
al que Damon le había regalado por su boda en Kadar, y recordó aquellos días.
Damon había pasado los primeros diez años de su infancia en
aquel palacio. Se lo imaginó de pequeño, aprendiendo a montar en camello,
tomándole el pelo a su hermana pequeña, como lo hacen los niños, trepando al
regazo de su madre cuando estaba cansado.
Elena se tocó suavemente el vientre y se imaginó lo
mismo pero con su hijo. Sólo que le costaba imaginarlos en Seattle. El palacio
de Kadar había sido un hogar para ellos, un hogar grande, pero un hogar.
El ático en el que vivían no era lo mismo.
En el palacio estaba presente la tradición, la familia,
y las responsabilidades políticas, una forma de vida completamente diferente a
la que su niño conocería en Seattle.
-Hola, pequeña gatita. ¿Has tenido un buen día en la
biblioteca?
Elena había estado tan ensimismada en sus pensamientos,
que no lo había oído llegar.
Sorprendida, alzó la vista y sonrió:
-Hola. Ha sido un día maravilloso. Ven, siéntate
conmigo. Te lo contaré todo.
Damon se quitó la chaqueta y se aflojó la corbata
antes de tirarla en una silla. Luego se desabrochó los dos últimos botones de
la camisa. Se le veía el vello del pecho.
Elena extendió la mano y le dijo, pasando el dedo
por la uve que dejaba al descubierto.
-Eres un hombre muy sexy, Damon.
-Me alegra que digas eso -contestó él, mirándola con
deseo.
Damon la besó. Siempre que pasaban más de cinco
minutos separados, la saludaba de ese modo.
Los labios de Damon tenían algo que la hacían rendirse
a su tacto.
Diez minutos más tarde, ella estaba echada encima de su regazo,
con los botones de su suéter abiertos y con el sujetador desprendido.
Damon le acarició el pecho.
-Volver a casa para tener una bienvenida así, compensa
cualquier cosa.
-¿Y qué compenso yo, el tráfico de Seattle? -preguntó
Elena, con deseo.
Él se rió y la abrazó fuertemente.
Ella se echó atrás para ver sus ojos:
-Tengo noticias -declaró.
-No dudes en decírmelas.
Elena sonrió. Le encantaba cuando hablaba como un
jeque.
-El lunes sólo trabajo media jornada en la biblioteca,
así que si tienes que viajar por negocios, puedo ir contigo.
-Son muy buenas noticias.
-Supuse que te gustaría.
Elena se acurrucó en su regazo y agregó:
-Hay más.
-¿Por qué no esperas para contármelo?
Ella agitó la cabeza.
-Quiero decírtelo ahora.
Él rodeó su cadera.
-Entonces, dímelo antes de que te viole aquí, en el
sofá.
-Hay una razón para que trabaje sólo media jornada.
-¿Cuál?
—Has conseguido lo que querías.
-No te he pedido que trabajes menos horas.
-No voy a trabajar media jornada porque tú lo quieras.
He acortado mi horario para adaptarlo a un cambio que habrá en la familia -Elena
lo besó-. Voy a tener un hijo tuyo.
Damon la miró, petrificado. Luego cambió aquel gesto
por una gran alegría.
—Gracias —susurró y la besó.
Era la mayor muestra de afecto que ella le había
visto nunca. Luego empezó a hablar en árabe, acariciando su vientre, besando
sus labios.
Agarró uno de sus pechos y dijo:
-Mi bebé va a succionar leche de aquí.
Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas.
-Sí.
Damon le dio un beso suave en uno de los pezones y
luego en el otro. Se puso encima de ella.
Al rato ya estaban sin ropa. Él le pagó tributo a
sus pechos nuevamente, luego la cubrió de besos por toda la cara, y desde allí
se deslizó lentamente hasta el ombligo.
-Mi hijo se alimenta y se protege en la tibieza de
tu cuerpo.
Elena entrelazó sus dedos al pelo de Damon. A sus
ojos asomaron unas lágrimas de amor, de alegría.
Damon descansó su boca en los rizos rubios de su
pubis. Cuando su lengua separó los pétalos de su feminidad y buscó el punto
justo de su placer, ella se arqueó de goce.
-¡Damon!
Damon le separó los muslos y siguió haciéndole el
amor con la boca hasta que ella se convulsionó de placer. Luego la poseyó con
un empuje profundo y seguro.
-Este placer ha sido el origen de la vida entre nosotros.
-¡Oh, Damon, cariño! Amor mío...
Damon la besó y ella no pudo decirle más palabras de
amor. Pero su corazón siguió diciéndoselas en su interior.
Hicieron el amor con ritmo pausado, decidido, desesperado.
Después, Damon se desmoronó encima de ella. Elena le
acarició la espalda con ternura.
-Te amo -le dijo.
Damon alzó la cabeza. La miró seriamente.
-No dejes de amarme, te lo ruego -dijo.
-Nunca te dejaré de amar -le prometió-. Siempre te
amaré.
-Entonces, todo vale la pena, alhaja mía. Porque el
regalo de tu amor y el regalo de nuestro hijo hace que cualquier sacrificio
valga la pena.
-¿Qué sacrificio?
Damon no le contestó.
La besó nuevamente y la conversación se esfumó bajo
el fuego de su pasión.
Elena se vistió para el encuentro con su padre.
No había tenido una conversación con él desde hacía
años.
Su padre estaba hablando por teléfono cuando entró Elena.
Al verla, se puso pálido. Dijo algo por el auricular y luego colgó.
-Elena.
Ahora que estaba allí, ella no sabía cómo empezar.
-¿Quieres una taza de té? ¿Algún refresco? -le
ofreció Jeremy.
Elena negó con la cabeza.
-No. Quiero hablar contigo.
-Acerca de tu matrimonio -afirmó Jeremy Gilbert.
-¿Cómo lo sabes?
Su padre se echó hacia atrás en su sillón de ejecutivo.
-Damon me llamó desde Jawhar para decirme que tú estabas
enterada del trato de las excavaciones.
-¿No es exactamente el tipo de trato que sueles hacer,
no? En lugar de pagar por el privilegio de excavar en Jawhar, pagaste con tu
hija, como un comerciante de la Edad Media, ¿verdad?
Los ojos de su padre la miraron con reproche.
-No fue así.
Elena se sentó frente a su escritorio y se cruzó de
piernas, tratando de aparentar un aire de seguridad que no sentía.
-¿Por qué no me lo dijiste?
—Sabes que tu madre y yo hemos estado preocupados
por tu falta de vida social. Cuando apareció este negocio del rey Asad, yo vi
un modo de matar dos pájaros de un tiro. No hice nada para hacerte daño.
Elena se puso de pie y se inclinó encima de su
escritorio.
—¿Que no has hecho nada para hacerme daño? ¿Cómo
crees que me sentí cuando descubrí que el hombre al que amaba no me amaba? ¿Que
se había casado como parte de un acuerdo comercial? ¡Eso duele! ¡Y mucho!
Su padre se hundió nuevamente en el sillón, pero no
dijo nada.
-Déjame que te diga una cosa. Descubrí que mi padre
y mi marido me habían mentido. Yo sabía que no era tan importante para ti como Caroline,
¡pero nunca pensé que me veías como moneda de cambio!
Jeremy se pasó la mano por la cara.
—No eres moneda de cambio para mí. No te vendí como
esclava en un país del Tercer Mundo, Elena. Te casé con un socio.
-Sin decírmelo
-¡Diablos, no! No te lo dije. Habrías salido corriendo.
-Entonces le dijiste a Damon cómo arreglar un encuentro
casual.
-Me pareció la mejor manera de que le dieras una
oportunidad. Mira, Elena. El tratamiento de láser te quitó las cicatrices de la
cara. Pero eso no fue suficiente. Tu madre y yo pensamos que una vez que las
cicatrices no se te notasen, todo iría bien. Que empezarías a salir como tu
hermana, y que un día te casarías. Tendrías una vida.
Elena desvió la mirada. No quería ver los ojos de
pena de su padre.
-Pero no fue así. Tú no confías en la gente, sobre
todo en los hombres. ¡Diablos! Tal vez eso sea culpa mía. Yo hacía como que no
pasaba nada porque no podía solucionar tu problema. Y tú te sentías rechazada
por ello. Me equivoqué. Pero ahora ya no puedo hacer nada para enmendarlo. Tal
vez te diera miedo ser rechazada otra vez. No lo sé, pero hasta que apareció Damon,
tú no demostrabas tus emociones.
-Yo confiaba en Damon.
-Tú te enamoraste de él. No le eches la culpa a él
del trato, Elena. El tipo de trato que hicimos es muy común en su cultura.
-Me lo he figurado. El hecho de que yo haya sido un
medio para un fin no me quita valor ante sus ojos.
-Bueno, en cuanto a eso, supongo que sabrás que no
habrá necesidad de visados permanentes.
-¿A qué te refieres?
-¿No te lo ha dicho Damon? El servicio secreto de su
tío tendió una trampa a los disidentes. Están en la cárcel, esperando el
juicio.
¿Por qué no le había dicho nada Damon?
—¿Cuándo ha sucedido esto?
-Ayer.
Ella recordó la pasión en el beso de Damon, la mención
de un cierto sacrificio, y el dolor en sus ojos al principio, cuando ella le
había dicho que estaba embarazada.
-Me tengo que ir -dijo Elena y se puso de pie.
Quería tener tiempo para pensar.
-¿Estás bien? -su padre le puso la mano en el hombro.
-Estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo?
-Lo siento, Elena. Si pudiera cambiar el curso de
los acontecimientos, lo cambiaría.
Y ella lo creía.
Quince minutos más tarde, mientras entraba en el
ático, se preguntaba por el verdadero significado de las confesiones de su
padre para la relación entre Damon y ella. No podía olvidar aquel momento de
dolor en el gesto de Damon. ¿Lamentaría haberse casado con ella, ahora que no
le supondría ningún beneficio personal?
La luz del contestador telefónico llamó su atención
cuando dejó su bolso encima de la mesa. No estaba en condiciones de escuchar el
mensaje. Demasiados pensamientos inundaban su mente. Prefería no agregar uno
más.
Se sentó y recordó distintos momentos con Damon. Las
imágenes fueron pasando una a una.
Recordó la primera vez que Damon y ella habían
compartido la pasión. No habían hecho el amor, a pesar de que él lo había
deseado desesperadamente.
La siguiente imagen fue la reacción de Damon cuando
ella había planteado el divorcio. Se había puesto furioso.
Y había hecho todo lo posible por hacerla cambiar de opinión.
Luego recordó su vida con él. Feliz. Satisfecha.
Contentos el uno con el otro. Sexualmente insaciables. En armonía.
No comprendía el motivo de la mirada de tristeza de Damon,
pero estaba segura de que no estaba relacionada con la idea de que él se
sintiera obligado a cargar con ella. El hecho de que no le hubiera dicho que habían
apresado a los rebeldes indicaba que ese aspecto era incidental en su relación
con ella.
Se puso de pie y presionó el botón del contestador
telefónico.
Se quedó helada al oír la voz del rey de Jawhar.
Pero aún más cuando lo oyó pedirle que fuera ella quien lo llamase y no Damon.
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