Capítulo 5
-¿Greta, con
quién está hablando el Sr. Salvatore? —Mi cuero cabelludo
está
tratando de dejar el edificio. Está pinchando con
aprehensión,
y mi subconsciente está gritándome que la siga.
Pero sueno
lo suficiente despreocupada.
—Oh, esa es
la Sra. Lincon. Ella posee el lugar con el Sr. Salvatore. —Greta parece más que feliz de
compartir.
—¿La Sra.
Lincon? —Creo que la Sra. Robinson se divorció. Quizás volvió a casarse
con algún
pobre diablo.
—Sí.
Usualmente ella no está aquí, pero uno de los técnicos enfermó hoy así que
ella está
reemplazándolo.
—¿Sabes cuál
es el primer nombre de la Sra. Lincon?
Greta
levanta la mirada hacia mí, frunciendo el ceño, y presiona sus labios rosa
brillante,
cuestionándose mi curiosidad. Mierda, quizás este es un paso muy lejano.
—Elena —dice
casi renuentemente.
Soy inundada
por una extraña sensación de alivio que mi sentido arácnido no me
haya
defraudado.
Sentido
arácnido. Se burla mi subconsciente, sentido contra pedófilas.
Aún están
inmersos en la discusión. Damon está hablándole rápidamente a
Elena, y
ella luce preocupada, asintiendo, haciendo gestos y sacudiendo la cabeza.
Alcanzándolo,
frota su brazo con dulzura mientras se muerde el labio. Otro
asentimiento,
y ella me mira y me ofrece una pequeña sonrisa reafirmante.
Sólo puedo
quedarme mirándola con cara de piedra. Pienso que estoy en shock.
¿Cómo pudo
traerme aquí? Ella le murmura algo a Damon, y él mira en mi
dirección
brevemente entonces se gira hacia ella y replica. Ella asiente, y pienso
que ella le
está deseando suerte, pero mis habilidades de lectura de labios no están
muy
desarrolladas.
Cincuenta
vuelve hacia mí, ansiedad grabada en su rostro. Maldita regla. La Sra.
Robinson
regresa a la habitación de atrás, cerrando la puerta tras ella.
Damon frunce
el ceño.
—¿Estás
bien? —pregunta, pero su voz es tensa, cautelosa.
—No
realmente. ¿No querías presentarme? —Mi voz suena fría, dura.
Su boca cae
abierta, se ve como si hubiera jalado la alfombra bajo sus pies.
—Pero pensé…
—Para ser un
hombre brillante, algunas veces… —Las palabras me fallan—.
Quiero irme,
por favor.
—¿Por qué?
—Sabes por
qué. —Ruedo mis ojos.
Baja su
mirada hacia mí, sus ojos ardiendo.
—Lo lamento,
Lena. No sabía que estaría aquí. Nunca está aquí. Ella abrió un
nuevo local
en Barben Center, y es ahí donde normalmente está su base. Alguien
estaba
enfermo hoy.
Me giro
sobre mis talones hacia la puerta.
—No
necesitamos a Franco, Greta —chasquea Damon mientras nos dirigimos a
la puerta.
Tengo que suprimir el impulso de correr. Quiero correr rápido y muy
lejos. Tengo
la abrumadora urgencia de llorar. Solo necesito irme lejos de toda esta
jodida
situación.
Damon camina
sin decir palabra detrás de mí mientras trato de meditar todo esto
en mi
cabeza. Envolviendo mis brazos a mi alrededor protectoramente, mantengo
mi cabeza
abajo, evitando los árboles en la segunda avenida. Sabiamente no se
mueve para
tocarme. Mi mente hierve con preguntas sin responder. ¿Confesará el
Sr. Evasivo?
—¿Lo usabas
para llevar a tus sumisas ahí? —chasqueo.
—Algunas de
ellas, sí —dice calmadamente, su tono cortante.
—¿Leila?
—Sí.
—El lugar se
ve muy nuevo.
—Fue
renovado recientemente.
—Ya veo.
Entonces la Sra. Robinson conoce a todas tus sumisas.
—Sí.
—¿Saben
ellas acerca de ella?
—No. Ninguna
de ellas lo hizo. Solo tú.
—Pero yo no
soy tu sumisa.
—No,
definitivamente no lo eres.
Me detengo y
lo encaro. Sus ojos están muy abiertos, temerosos. Sus labios están
presionados
en una dura e inflexible línea.
—¿Puedes ver
cuán jodido es esto? —Levanto la mirada hacia él, mi voz es baja.
—Sí.
Perdóname. —Y tiene la gracia de parecer contrito.
—Quiero
tener mi corte de cabello, preferiblemente en algún lugar donde no hayas
follado al
personal o la clientela.
Él se
estremece.
—Ahora, si
me disculpas.
—No estás
corriendo. ¿O sí? —pregunta.
—No, sólo
quiero un maldito corte de cabello. Algún lugar en donde pueda cerrar
mis ojos,
tener alguien que lave mi cabello, y olvidar todo este equipaje que te
acompaña.
Pasa una
mano por su cabello.
—Puedo hacer
que Franco venga al departamento o al tuyo —dice calmadamente.
—Ella es muy
atractiva.
Él
parpadea.
—Sí, lo es.
—¿Sigue
casada?
—No. Se
divorció hace cerca de cinco años.
—¿Por qué no
estás con ella?
—Porque se
acabó lo que hubo entre nosotros. Te lo dije. —Su frente se arruga
repentinamente.
Alzando un dedo, pesca su BlackBerry del bolsillo de su chaqueta.
Debe haber
vibrado porque no oí el timbre.
—Welch
—chasquea, entonces escucha. Estamos parados en la Segunda Avenida,
miro
fijamente en dirección al retoño de árbol frente a mí, que lleva el verde más
nuevo.
La
bulliciosa gente nos pasa, perdidos en sus quehaceres de la mañana del sábado.
Sin duda
contemplando sus propios dramas personales. Me pregunto si incluyen
acosadoras
ex sumisas, deslumbrantes ex dominantes, y un hombre que no se rige
por el
concepto de privacidad bajo las leyes de los Estados Unidos.
—¿Muerto en
un accidente de auto? ¿Cuándo? —Damon interrumpe mi
ensimismamiento.
Oh no.
¿Quién? Escucho más de cerca.
—Esa es la
segunda vez que el bastardo está siendo inaccesible. Él debería saber.
¿Es que no
tiene ningún sentimiento por ella? —Damon sacude su cabeza con
disgusto—.
Esto comienza a tener sentido… no… explica el por qué, pero no el
dónde.
—Damon mira alrededor de nosotros como si buscara algo, y me
encuentro a
mí misma reflejando sus acciones. Nada capta mi mirada. Solo hay
compradores,
el tráfico y los árboles.
—Está aquí
—continúa Damon—. Está observándonos… si… no. Dos o cuatro,
veinticuatro
siete… No lo he abordado aún. —Damon me mira directamente.
¿Abordar
qué? Le frunzo el ceño, y él me considera con recelo.
—Qué…
—susurra y palidece sus ojos abriéndose ampliamente—. Ya veo.
¿Cuándo?...
¿Recientemente? ¿Pero cómo…? ¿Sin revisión a fondo?... Ya veo.
Envíame por
correo el nombre, dirección, y fotos si las tienes… Veinticuatro siete,
para esta
tarde. Ponte en contacto con Niklaus. —Damon cuelga.
—¿Bien?
—pregunto, exasperada. ¿Va a decirme?
—Era Welch.
—¿Quién es
Welch?
—Mi asesor
de seguridad.
—Okey.
Entonces, ¿qué está pasando?
—Leila dejó
a su esposo hace cerca de tres meses y huyó con un chico que fue
asesinado en
un accidente de auto hace cuatro semanas.
—Oh.
—El jodido
psiquiatra debió encontrar eso —dice enojado—. Una lástima, es lo que
es. Ven.
—Ofrece su mano, y automáticamente pongo la mía en la suya antes de
arrebatársela
otra vez.
—Espera un
minuto. Estábamos en medio de una discusión, acerca de nosotros.
Acerca de
ella, tu Sra. Robinson.
El rostro de
Damon se endurece.
—Ella no es
mi Sra. Robinson. Podemos hablar de ella en mi casa.
—No quiero
ir a tu casa. ¡Quiero tener mi corte de cabello! —grito. Si puedo
enfocarme en
esta única cosa…
Agarra su
BlackBerry de su bolsillo otra vez y marca un número.
—Greta,
Damon Salvatore. Quiero a Franco en mi casa en una hora. Pregunta a la Sra.
Lincon…
Bien. —Aleja el teléfono—. Llegará en una hora.
—¡Damon…!
—balbuceo, exasperada.
—Elena,
obviamente Leila está sufriendo un quiebre psicótico. No sé si está
detrás de ti
o de mí, o qué tan lejos está preparada para llegar. Iremos a tu casa,
coge tus
cosas, y puedes quedarte conmigo hasta que la localicemos.
—¿Por qué
querría hacer eso?
—Así puedo
mantenerte a salvo.
—Pero…
Él me mira.
—Vendrás de
regreso a mi apartamento así tenga que arrastrarte hasta ahí del
cabello.
Boqueo hacia
él… Esto es increíble. Cincuenta tonos en glorioso tecnicolor.
—Pienso que
estás sobre reaccionando.
—No lo hago.
Podemos continuar nuestra discusión de regreso en mi casa. Ven.
Me cruzo de
brazos y lo miro. Esto ha ido demasiado lejos.
—No —declaro
obstinadamente. Tengo que poner un alto.
—Puedes
caminar o puedo cargarte. No me importa, de cualquier forma,
Elena.
—No te
atreverías. —Le frunzo el ceño. ¿Seguramente no haría una escena en la
Segunda
Avenida?
Me da una
media sonrisa, pero la sonrisa no llega a sus ojos.
—Oh, nena,
ambos sabemos que si arrojas el guante, estaré más que dispuesto a
recogerlo.
Nos miramos
el uno al otro. Y abruptamente me barre desde abajo, abrazándome
por las
piernas y levantándome. Antes de darme cuenta, estoy sobre su brazo.
—¡Bájame!
—grito. Oh, se siente bien gritar.
Empieza a
caminar a grandes zancadas a lo largo de la Segunda Avenida,
ignorándome.
Abrazando sus brazos firmemente alrededor de mis piernas, azota
mi trasero
con su mano libre.
—¡Damon!
—grito. La gente nos mira. ¿Podría ser esto más humillante?—.
¡Caminaré!,
caminaré.
Me baja, y
antes de que incluso se levante, me alejo pisando fuerte en dirección a
mi
apartamento, hirviendo, ignorándolo. Por supuesto, está a mi lado al momento,
pero
continúo ignorándolo. ¿Qué voy a hacer? Estoy tan enojada, pero ni siquiera
estoy segura
de por qué estoy enojada. Hay demasiado.
Mientras
camino de regreso a casa, hago una lista mental:
1. Cargarme
sobre su hombro… inaceptable para alguien por encima de los seis
años de
edad.
2. Llevarme
al salón que maneja con su ex amante… ¿cuán estúpido puede ser?
3. El mismo lugar
al que llevaba a sus sumisas… la misma estupidez en juego aquí.
4. No darse
cuenta incluso de que era una mala idea... y se supone que es un chico
brillante.
5. Tener
locas ex novias. ¿Puedo echarle la culpa por eso? Estoy tan furiosa; sí, sí
puedo.
6. Conocer
mi número de cuenta bancaria… eso es simplemente demasiado
acosador a
medias.
7. Comprar
AIPS… tiene más dinero que sentido.
8. Insistir
en que me quede con él… la amenaza de Leila debe haber sido peor de lo
que temía…
no lo mencionó ayer.
Oh no, me
percato. Algo cambió. ¿Qué puede ser? Me detengo, y Damon se
detiene
conmigo.
—¿Qué está
pasando? —demando.
Frunce el
ceño.
—¿A qué te
refieres?
—Con Leila.
—Te lo dije.
—No, no lo
hiciste. Hay algo más. No insististe en que fuera a tu casa ayer, así que,
¿qué está
pasando?
Se remueve
incómodo.
—¡Damon!
¡Dime! —chasqueo.
—Ella se las
arregló para conseguir una licencia para portar armas ayer.
Oh mierda.
Lo miro, parpadeando, y siento la sangre drenarse de mi rostro mientras
absorbo
estas noticias. Puedo desmayarme. ¿Supone que ella quiere matarlo? No.
—Eso
significa que simplemente puede comprar una pistola —susurro.
—Lena —dice,
su voz llena de preocupación. Pone sus manos sobre mis hombros,
jalándome
cerca de él—. No creo que haga nada estúpido, pero… no quiero tomar
riesgos
contigo.
—No conmigo…
¿Qué hay acerca de ti? —susurro.
Frunce el
ceño hacia mí y envuelvo mis brazos alrededor de él y lo abrazo
fuertemente,
mi rostro contra su pecho. No parece importarle.
—Regresemos
—murmura, y se inclina y besa mi cabello, y es todo.
Toda mi
furia se ha ido, no olvidada. Disipada bajo la amenaza de algún daño
viniendo
sobre Damon. El pensamiento es insoportable.
* * *
Solemnemente
empaco una pequeña maleta y coloco mi Mac, el BlackBerry, mi
iPad y
Charlie Tango en mi mochila.
—¿Charlie
Tango también viene? —pregunta Damon.
Asiento y él
me da una pequeña sonrisa indulgente.
—Ethan regresa
el jueves —murmuro.
—¿Ethan?
—El hermano
de Katrina. Se quedará aquí hasta que encuentre un lugar en Seattle.
Damon me
mira en blanco, pero noto la frialdad crepitando en sus ojos.
—Bien, es
bueno que te quedes conmigo. Le da más espacio —dice tranquilamente.
—No creo que
tenga las llaves. Necesitaré estar de regreso para entonces.
Damon me
mira impasiblemente pero no dice nada.
—Eso es
todo.
Damon agarra
mi maleta y nos dirigimos a la puerta. Mientras caminamos
alrededor de
la parte trasera del edificio al estacionamiento, me doy cuenta de que
estoy
mirando sobre mi hombro. No sé si mi paranoia está llevándome lejos o si
alguien
realmente está mirándome. Damon abre la puerta del pasajero del Audi
y me mira
expectante.
—¿Entrarás?
—pregunta.
—Pensé que
conduciría.
—No. Yo
conduciré.
—¿Algún
problema con mi forma de conducir? No me digas que sabes cuánto fue
mi puntaje
en mi examen de manejo… No me sorprendería con tus tendencias
acosadoras.
—Quizás sabe que sólo pasé raspando el examen escrito.
—Entra en el
auto, Elena —chasquea furiosamente.
—Está bien.
—Entro reticentemente. Honestamente, frío, verdad.
Quizás él
tiene la misma sensación de inquietud, también. Algún oscuro centinela
observándonos…
Bueno, una pálida morena con ojos marrones que tiene un
extraño
parecido con su servidora y muy posiblemente un arma de fuego oculta.
Damon nos
mete en el tráfico.
—¿Tus
sumisas fueron todas morenas?
Frunce el
ceño y me mira rápidamente.
—Sí
—murmura. Suena incierto, e imagino que está pensando, ¿a dónde va con esto?
—Solo
preguntaba.
—Te lo dije.
Prefiero las morenas.
—La señora
Robinson no es una morena.
—Ese es
probablemente el por qué —murmura—. Me arruinó para las rubias para
siempre.
—Estás bromeando
—jadeo.
—Sí. Estoy
bromeando —replica, exasperado.
Miro
impasiblemente fuera de la ventana, espiando morenas por todos lados,
ninguna de
ellas es Leila, creo.
Entonces,
solo le gustan las morenas. Me pregunto por qué. ¿Realmente la Sra.
Extraordinariamente-glamorosa-a-pesar-de-ser-vieja
Robinson lo habrá arruinado
para las
rubias? Sacudo mi cabeza. Damon-jodido-Salvatore.
—Dime acerca
de ella.
—¿Qué
quieres saber? —La frente de Damon se arruga, y su tono de voz trata de
advertirme.
—Háblame
acerca de sus arreglos de negocios.
Se relaja
visiblemente, feliz de hablar de trabajo.
—Soy un
socio silencioso. No estoy particularmente interesado en el negocio de la
belleza,
pero ella está convirtiéndolo en una empresa exitosa. Solo invertí y la
ayudé a
empezar.
—¿Por qué?
—Se lo
debía.
—¿Oh?
—Cuando
abandoné Harvard, ella me prestó cien mil dólares para empezar mi
negocio.
Joder… es
rica, también.
—¿Abandonaste?
—No era lo
mío. Hice dos años. Desafortunadamente mis padres no fueron tan
comprensivos.
Frunzo el
ceño. El Sr. Salvatore y la Dra. Grace Trevelyan desaprobando, no puedo
imaginarlo.
—No parece
haberte ido mal abandonando la carrera. ¿Cuál era tu especialidad?
—Política y
Economía.
Hmm… me lo
figuraba.
—¿Entonces
ella es rica? —murmuro.
—Ella era
una esposa trofeo aburrida, Elena. Su esposo era adinerado… un
gran
maderero.
Sonríe.
—Nunca la
dejó trabajar. Ya sabes, era controlador. Algunos hombres son así.
—Me dio una
rápida sonrisa ladeada.
—¿De veras?
Un hombre controlador, ¿seguramente una criatura mítica? —No
creo que
pueda exprimir más sarcasmo de mi respuesta.
La sonrisa
de Damon se vuelve más grande.
—¿Te prestó
el dinero de su marido?
Asiente y
una pequeña sonrisa maliciosa aparece en sus labios.
—Eso es
terrible.
—Él
consiguió su revancha —dice Damon oscuramente mientras entra en el
garaje
subterráneo en el Escala.
¿Oh?
—¿Cómo?
Damon sacude
su cabeza como si rememorara un recuerdo particularmente agrio
y estaciona
junto al Audi Quattro SUV.
—Ven. Franco
llegará dentro de poco.
* * *
En el
elevador mira hacia mí.
—¿Sigues
enfadada conmigo? —pregunta de manera casual.
—Mucho.
Asiente.
—Está bien
—dice, y sigue mirando hacia adelante.
Niklaus está
esperando por nosotros cuando llegamos al vestíbulo. ¿Cómo es que
siempre
sabe? Toma mi maleta.
—¿Welch se
ha puesto en contacto? —pregunta Damon.
—Sí, señor.
—¿Y?
—Todo
arreglado.
—Excelente.
¿Cómo está tu hija?
—Está bien,
gracias, señor.
—Bien.
Tendremos un estilista llegando a la una, Franco De Luca.
—Señorita
Gilbert. —Niklaus asiente hacia mí.
—Hola,
Niklaus. ¿Tienes una hija?
—Sí señora.
—¿Cuántos
años tiene?
—Tiene
siete.
Damon me
mira impacientemente.
—Vive con su
madre —aclara Niklaus.
—Oh, ya veo.
Niklaus me
sonríe. Esto es inesperado. ¿Niklaus es padre? Sigo a Damon al gran
salón,
intrigada por esta información.
Miro
alrededor. No he estado aquí desde que me fui.
—¿Tienes
hambre?
Sacudo mi
cabeza. Damon me mira por un instante y decide no discutir.
—Tengo que
hacer algunas llamadas. Siéntete como en casa.
—Está bien.
Damon
desaparece en su estudio, dejándome parada en la gran galería de arte
que llama
hogar y preguntándome qué hacer conmigo misma.
¡Ropa!
Cogiendo mi mochila, me apresuro por las escaleras a mi habitación y le
echo un
vistazo al vestidor. Sigue lleno de ropa… toda de marca, nueva y con la
etiqueta del
precio puesta. Tres largos vestidos de noche, tres vestidos de coctel y
tres más
para vestir diario. Todos deben haber costado una fortuna.
Compruebo la
etiqueta de uno de los vestidos de noche: $ 2,998. Joder. Me hundo
en el piso.
Esta no soy
yo. Pongo mi cabeza en mis manos y trato de procesar las pasadas
horas. Es
exhaustivo. ¿Por qué, oh, por qué tenía que enamorarme de alguien que
está
plenamente loco; hermoso, sexy como la mierda, rico como Creso26, y loco con
L mayúscula?
Pesco mi
BlackBerry de mi bolsillo trasero y llamo a mamá.
—¡Lena,
cariño! Cuando tiempo. ¿Cómo estás querida?
—Oh, tu
sabes…
—¿Qué está
mal? ¿Aún no funciona con Damon?
—Mamá, es
complicado. Creo que le falta un tornillo. Ese es el problema.
—Dímelo a
mí. Hombres, simplemente no puedes leerlos a veces. Bob se pregunta
si mudarnos
a Georgia fue bueno.
—¿Qué?
26 Creso:
último rey de Lidia de la dinastía Mermnada, su reinado estuvo marcado por los
placeres,
la guerra y
las artes. Su nombre se aplica también para designar a una persona muy
adinerada.
—Sí, está
hablando de regresar a las Vegas.
Oh, alguien
más tiene problemas. No soy la única.
Damon
aparece en la entrada de la puerta.
—Ahí estás.
Pensé que habías huido. —Su alivio es obvio.
Extiendo mi
mano para indicarle que estoy al teléfono.
—Disculpa
mamá. Tengo que irme. Te llamare pronto otra vez.
—Está bien,
cariño, cuídate. ¡Te amo!
—También te
amo, mamá.
Cuelgo y
miro a Damon. Frunce el ceño, luciendo extrañamente incómodo.
—¿Por qué te
estás escondiendo aquí? —pregunta.
—No me estoy
escondiendo. Me estoy desesperando.
—¿Desesperando?
—Por todo
esto, Damon. —Ondeo mi mano en la dirección general de las
prendas.
—¿Puedo
entrar?
—Es tu
armario.
Frunce el
ceño otra vez y se sienta, de piernas cruzadas, encarándome.
—Son solo
prendas. Si no te gustan, las enviaré de vuelta.
—Eres
demasiado para afrontar, ¿sabes?
Parpadea
hacia mí y rasca su barbilla… su barbilla sin afeitar. Mis dedos pican por
tocarlo.
—Lo sé.
Estoy tratando —murmura.
—Estás
intentando muy fuerte.
—Igual que
tu, señorita Gilbert.
—¿Por qué
estás haciendo esto?
Sus ojos se
amplían y su cautela regresa.
—Sabes por
qué.
—No, no lo
sé.
Pasa su mano
a través de su cabello.
—Eres una
mujer frustrante.
—Puedes
tener una linda sumisa morena. Una que diga “¿qué tan alto?” cada vez
que dices
salta, siempre que tenga permiso de hablar, por supuesto. Entonces, ¿por
qué yo
Damon? Simplemente no lo entiendo.
Se queda
mirándome por un momento, y no tengo idea de qué está pensando.
—Me haces
ver el mundo de manera diferente, Elena. No me quieres por mi
dinero. Me
haces… desear —dice suavemente.
¿Qué? El Sr.
Críptico está de regreso.
—¿Desear
qué?
Se encoge de
hombros.
—Más. —Su
voz es baja y tranquila—. Y tienes razón. Estoy acostumbrado a que
las mujeres
hagan exactamente lo que digo, cuando lo digo, que hagan
exactamente
lo que quiero. Se vuelve viejo rápidamente. Hay algo acerca de ti,
Elena, algo
que me llama en algún nivel profundo que no entiendo. Es un
canto de
sirena. No puedo resistirme a ti, y no quiero perderte. —Se estira y toma
mi mano—. No
corras por favor; ten un poco de fe en mí y un poco de paciencia.
Por favor.
Se ve tan
vulnerable… Caray, es perturbador. Apoyándome en mis rodillas, me
inclino
hacia adelante y lo beso suavemente en los labios.
—Okey. Fe y
paciencia, puedo vivir con eso.
—Bien.
Porque Franco está aquí.
* * *
Franco es
pequeño, oscuro y gay. Me gusta.
—¡Qué
cabello tan hermoso! —borbotea con un acento italiano extravagante,
probablemente
falso. Apuesto que es de Baltimore o cerca, pero su entusiasmo es
infeccioso.
Damon nos lleva a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y
vuelve a
entrar, cargando una silla de su habitación.
—Los dejaré
solos —murmura.
—Grazie, Sr.
Salvatore. —Franco se gira hacia mí—. Bene, Elena, ¿qué haremos
contigo?
* * *
Damon está
sentado en su sofá, escarbando a través de lo que parecen ser hojas
de cálculo.
Suave, melódica música clásica se extiende a través de la habitación
principal.
Una mujer canta apasionadamente, vertiendo su alma en la canción.
Quita el
aliento. Damon levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la música.
—¡Ves! Te
dije que le gustaría —dice Franco con entusiasmo.
—Te ves
hermosa, Lena —dice Damon apreciativamente.
—Mi trabajo
está hecho —exclama Franco.
Damon se
levanta y pasea hacia nosotros.
—Gracias,
Franco.
Franco se
gira, Me envuelve en un enorme abrazo de oso, y me besa en ambas
mejillas.
—¡Nunca
dejes que nadie más corte tu cabello, bellissima Elena!
Me río,
ligeramente avergonzada por su familiaridad. Damon le muestra la
puerta del
vestíbulo y regresa momentos después.
—Me alegra
que lo mantuvieras largo —dice mientras camina hacia mí, sus ojos
brillando.
Toma un mechón entre sus dedos—. Tan suave —murmura
mirándome—.
¿Sigues molesta conmigo?
Asiento y él
sonríe.
—¿Por qué
exactamente estás molesta conmigo?
Ruedo mis
ojos.
—¿Quieres la
lista?
—¿Hay una
lista?
—Una larga.
—¿Podemos
discutirlo en la cama?
—No. —Hago
pucheros como una niña.
—Durante el
almuerzo, entonces. Estoy hambriento, y no solo de comida. —Me da
una sonrisa
lasciva.
—No voy a
dejar que me deslumbres con tus técnicas sexuales de distracción.
Ahoga una
sonrisa.
—¿Qué es lo
que te molesta específicamente, señorita Gilbert? Escúpelo.
Está bien.
—¿Qué me
molesta? Bien, está tu brutal invasión a mi privacidad, el factor de que
me llevaste
a un lugar donde tu ex amante trabaja y que usaste para llevar a tus
otras ex
amantes para que tengan sus tratamientos de depilado con cera,
manipularme
en la calle como si tuviera seis años; y para colmo ¡dejaste que tu Sra.
Robinson te
toque! —Mi voz ha ascendido en crescendo.
Levanta las
cejas, y su buen humor se evapora.
—Esa es una
gran lista. Pero déjame aclararte una vez más… ella no es mi Sra.
Robinson.
—Ella puede
tocarte —repito.
Presiona sus
labios.
—Ella sabe
dónde.
—¿Qué
significa eso?
Pasa ambas
manos a través de su cabello y cierra sus ojos brevemente, como si
estuviera
pidiendo inspiración divina de alguna clase. Traga saliva.
—Tú y yo no
tenemos reglas. Nunca he tenido una relación sin reglas, y nunca sé
dónde vas a
tocarme. Me pone nervioso. Tu toque por completo… —Se detiene,
buscando las
palabras—. Simplemente significa más… mucho más.
¿Más? Su
respuesta es completamente inesperada, tirando de mí, y ahí está esa
pequeña
palabra con gran significado colgando entre nosotros otra vez.
Mi toque
significa… más. Santo cielo. ¿Cómo se supone que voy a resistir cuando
dice esta
clase de cosas? Salvatore busca mis ojos, observando, aprehensivo.
Tentativamente
extiendo una mano y la aprehensión se convierte en alarma.
Damon
retrocede y cae mi mano.
—Límite duro
—susurra urgentemente, su rostro luce adolorido, con pánico.
No puedo
dejar de sentir una decepción aplastante.
—¿Cómo te
sentirías si no pudieras tocarme?
—Privado y
devastado —dice inmediatamente.
Oh, mi
Cincuenta Tonos. Sacudo mi cabeza, le ofrezco una pequeña, reconfortante
sonrisa y se
relaja.
—Vas a tener
que decirme exactamente por qué es un límite duro un día, por
favor.
—Un día
—murmura y parece encajarse fuera de su vulnerabilidad en un
nanosegundo.
¿Cómo puede
cambiar con tanta rapidez? Es la persona más caprichosa que
conozco.
—Entonces,
el resto de tu lista. Invadir tu privacidad. —Su boca se curva mientras
contempla
esto—. ¿Porque conozco tu cuenta bancaria?
—Sí, eso es
indignante.
—Verifico
los antecedentes de todas mis sumisas. Te mostraré. —Se gira y se dirige
a su
estudio.
Obedientemente
los sigo, aturdida. De un armario cerrado con llave, saca un folder
manila
etiquetado en la ficha: ANASTASIA ROSE STEELE.
Santa jodida
mierda. Lo miro.
Se encoge de
hombros en tono de disculpa.
—Puedes
quedártela —dice tranquilamente.
—Bueno,
vaya, gracias —chasqueo. Ojeo a través del contenido. Hay una copia de
mi
certificado de nacimiento, por amor de Dios, mis límites duros, el CDC, el
contrato.
Caray… Mi número de seguridad social, mi currículum vitae, registros de
empleo.
—¿Entonces
sabías que trabajaba en Clayton?
—Sí.
—No fue una
coincidencia. ¿No pasaste simplemente por ahí?
—No.No sé si
estar enojada o alabada.
—Esto es
bastante jodido. ¿Sabes?
—No lo veo
de esa forma. Con lo que hago, debo tener cuidado.
—Pero esto
es privado.
—No hago mal
uso de la información. Cualquier persona puede conseguirla si
tiene medio
cerebro, Elena. Para tener control; necesito información. Es como
siempre
opero. —Me mira su expresión vigilante e ilegible.
—No haces mal
uso de la información. Depositaste veinticuatro mil dólares que no
quería en mi
cuenta.
Su boca se
presiona en una línea dura.
—Te lo dije.
Eso es lo que Niklaus se las arregló para conseguir por tu auto.
Increíble,
lo sé, pero ahí tienes.
—Pero el
Audi…
—Elena,
¿tienes idea de cuánto dinero hago?
Me sonrojo,
por supuesto que no.
—¿Por qué
debería? No necesito conocer la línea inferior de tu cuenta bancaria,
Damon.
Sus ojos se
suavizan.
—Lo sé, es
una de las cosas que amo de ti.
Lo miro
impresionada. ¿Lo que ama de mí?
—Elena, gano
alrededor de cien mil dólares por hora.
Mi boca cae
abierta. Esa es una obscena suma de dinero.
—Veinticuatro
mil dólares no es nada. El auto, los libros de Tess, la ropa, no son
nada. —Su
voz es suave.
Lo miro
fijamente. Realmente no tiene idea. Extraordinario.
—Si fueras
yo, ¿cómo te sentirías acerca de toda esta… generosidad viniendo de ti?
Me mira en
blanco, y ahí está su problema en una cáscara de nuez27. La empatía o
la falta de
la misma. El silencio se extiende entre nosotros.
Finalmente
se encoge de hombros.
—No lo sé
—dice y luce genuinamente perplejo.
Mi corazón
se hincha. Esto es, la esencia de sus cincuenta tonos, seguramente. No
puede
ponerse en mis zapatos. Bien, ahora lo sé.
—No se
siente bien. Quiero decir, eres muy generoso, pero me hace sentir
incómoda. Te
lo he dicho suficientes veces.
Suspira.
—Quiero
regalarte el mundo, Elena.
—Solo te
quiero a ti, Damon. No todos los adicionales.
—Son parte
de la oferta. Parte de lo que soy.
Oh, esto no
va a ninguna parte.
—¿Comemos?
—pregunto. La tensión entre nosotros es drenada.
Frunce el
ceño.
—Seguro.
—Cocinaré.
—Bien. De lo
contrario hay comida en la nevera.
—¿La Sra.
Jones está fuera los fines de semana? ¿Así que comes fiambres los fines
de semana?
27 His
problem in a nutshell, Su problema en una cáscara de nuez. Significa que en
resumidas
cuentas, ese
es su problema.
—No.
—¿Oh?
Suspira.
—Mis sumisas
cocinan. Elena.
—Oh, por
supuesto. —Me sonrojo. ¿Cómo puedo ser tan estúpida? Le sonrío
dulcemente—.
¿Qué le gustaría comer al amo?
Sonríe.
—Lo que sea
que el ama pueda encontrar —dice oscuramente.
* * *
Inspeccionando
el impresionante contenido de la nevera. Me decido por tortilla
española.
Incluso hay patatas frías, perfecto. Es rápido y fácil. Damon sigue en su
estudio, sin
duda invadiendo la privacidad de algún pobre tonto inocente y
recopilando
información. El pensamiento es desagradable y deja un sabor amargo
en mi boca.
Mi mente se tambalea. Él realmente no conoce límites.
Necesito
música si voy a cocinar, y ¡voy a cocinar sin ser sumisa! Me acerco a la
conexión
para iPod junto a la chimenea y cojo el iPod de Damon. Apuesto a que
hay más de
la elección de Leila aquí. La misma idea me asusta.
¿Dónde está?
me pregunto. ¿Qué quiere?
Me
estremezco. Qué legado. No puedo envolver mi cabeza alrededor de esto.
Avanzo a
través de la extensa lista. Quiero algo optimista. Hmm, Beyoncé… No
suena como
el gusto de Damon. Crazy in love28. ¡Oh sí! Que apta. Presiono el
botón de
repetir y lo pongo en voz alta.
Zigzagueo de
vuelta a la cocina y busco un tazón, abro la nevera y saco los huevos.
Los abro y
empiezo a batir, bailando al mismo tiempo.
Incursionando
en la nevera una vez más, recojo patatas, jamón y ¡sí! Guisantes del
congelador.
Todo esto lo hará. Encuentro un sartén, La pongo sobre la estufa
poniendo un
poco de aceite de oliva y regreso a batir.
Sin empatía,
reflexiono. ¿Es solo Damon? Quizás todos los hombres son así,
desconcertados
por las mujeres, simplemente no lo sé. Quizás no es una gran
revelación.
Quisiera que
Katrina estuviera en casa; ella sabría. Ha estado en Barbados por mucho
tiempo.
Debería estar de vuelta a finales de semana después de sus vacaciones
adicionales
con Elliot. Me pregunto si es todavía lujuria a primera vista para ellos.
Una de las
cosas que amo de ti.
Paro de
batir. Él dijo eso. ¿Eso significa que hay otras cosas? Sonrío por primera
vez desde
que vi a la Sra. Robinson, una sonrisa genuina, de corazón, enloquecida.
Damon
desliza sus brazos alrededor de mí, haciéndome saltar.
—Interesante
elección de música —ronronea mientras me besa bajo la oreja—. Tu
cabello
huele bien. —Acaricia mi cabello con la nariz e inhala profundamente.
El deseo se
enrosca en mi vientre. No. Me encojo fuera de su abrazo.
—Aún sigo
enojada contigo.
Frunce el
ceño.
28 Crazy in
love: Locamente enamorada, primer sencillo del álbum Dangerously in love de
Beyoncé,
lanzado en
el 2003.
—¿Por cuánto
tiempo vas a seguir con esto? —pregunta, arrastrando una mano a
través de su
cabello.
Me encojo de
hombros.
—Al menos
hasta que hayamos comido.
Sus labios
tiemblan con diversión. Girándose, toma el control remoto del
mostrador y
apaga la música.
—¿Lo pusiste
en tu iPod? —pregunto.
Sacude su
cabeza, su expresión sombría, y sé que fue ella… la chica fantasma.
—¿No piensas
que estaba tratando de decirte algo en ese entonces?
—Bien, en
retrospectiva, probablemente —dice quedamente.
QED29 Sin
empatía. Mi subconsciente cruza sus brazos y suena sus labios con
disgusto.
Me sonríe y
se dirige a la conexión del iPod mientras regreso a batir.
Momentos
después la voz celestial, dulce, llena de alma de Nina Simone llena la
habitación.
Es una de las favoritas de Matt: I put a Spell on you30
Me sonrojo,
girándome para mirar a Damon. ¿Qué está tratando de decirme? Él
ha puesto un
hechizo en mí hace tiempo. Oh Dios… su mirada ha cambiado, la
ligereza se
ha ido, sus ojos se oscurecen, intensos.
Lo miro,
cautivada mientras lentamente, como el depredador que es, me acecha al
ritmo del
lento, sensual latido de la música. Está descalzo, vistiendo solo una
camisa
blanca fuera del pantalón, jeans y una mirada ardiente.
Nina canta,
Tú eres mío mientras Damon me alcanza, su intención clara.
—Damon, por
favor —susurro, la batidora quitada de mi mano.
29 QED: quod
erat demonstrandum: Del latín “Lo que queda demostrado”
30 I put a spell on you: He puesto un hechizo en ti.
—¿Por favor
qué?
—No hagas
esto.
—¿Hacer qué?
—Esto.
Se para
frente a mí, mirándome hacia abajo.
—¿Estás
segura? —Exhala y se estira, toma la batidora de mi mano y la coloca de
regreso en
el recipiente con los huevos. Mi corazón está en mi boca. No quiero esto
—Sí lo
quiero— malamente.
Es tan
frustrante. Es tan caliente y deseable. Arranco mi mirada de su mirada
hechizante.
—Te deseo,
Elena —murmura—. Amo y odio, y amo discutir contigo. Es tan
nuevo. Necesito
saber que estamos bien. Es la única manera que conozco.
—Mis
sentimientos por ti no han cambiado —susurro.
Su
proximidad es sobrecogedora, estimulante. La familiar atracción está ahí, todas
mis sinapsis
incitándome hacia él, mi Diosa interior está en su modo más
libidinoso.
Mirando al parche de vello en la V de su camisa, muerdo mi labio, en
busca de
ayuda, llevada por el deseo… Quiero probarlo ahí.
Está tan
cerca, pero no me toca. Su calor calentando mi piel.
—No voy a
tocarte hasta que digas que sí —dice suavemente—. Pero justo ahora,
después de
esta mañana realmente de mierda, quiero enterrarme en ti y
simplemente
olvidar todo excepto a nosotros.
Oh mi…
Nosotros. Una mágica combinación, un pequeño pero potente pronombre
que cierra
el trato. Levanto la cabeza para mirar su hermoso y a la vez serio rostro.
—Voy a tocar
tu rostro —digo en voz baja, y veo su sorpresa reflejada brevemente
en sus ojos
antes de registrar su aceptación.
Levantando
mi mano, acaricio su mejilla, y paso mis uñas alrededor de su barba.
Cierra sus
ojos y exhala, inclinando su rostro en mi toque.
Se inclina
lentamente, y mis labios automáticamente se alzan para encontrar los
suyos. Se
cierne sobre mí.
—¿Sí o no,
Elena? —susurra.
—Sí.
Su boca
suavemente se cierra sobre la mía, persuadiendo, coaccionando a mis
labios a
abrirse mientras sus brazos se pliegan a mi alrededor, jalándome hacia él.
Su mano se
mueve hacia arriba por mi espalda, sus dedos enredándose en el
cabello de
la parte de atrás de mi cabeza y tirando suavemente, mientras su otra
mano aplasta
mi trasero, forzándome contra él. Gimo suavemente.
—Sr.
Salvatore. —Niklaus tose, y Damon me suelta inmediatamente.
—Niklaus
—dice, su voz frígida.
Me giro para
ver a un incómodo Niklaus parado en el umbral de la sala principal.
Damon y
Niklaus se miran el uno al otro, una comunicación sin palabras pasa
entre ellos.
—Mi estudio
—chasquea Damon, y Niklaus camina rápidamente por la sala.
—Revisión de
rutina —me susurra Damon antes de seguir a Niklaus fuera de la
habitación.
Tomo una
profunda, calmante respiración. Santo infierno. ¿No puedo resistirme a
él por un
minuto? Sacudo mi cabeza, disgustada conmigo misma, agradecida por
la
interrupción de Niklaus, a pesar de que es vergonzoso.
Me pregunto
lo que Niklaus ha tenido que interrumpir en el pasado. ¿Qué ha visto?
No quiero
pensar en eso. Almuerzo. Haré el almuerzo. Me ocuparé a mí misma
cortando
patatas. ¿Qué querría Niklaus? Mi mente corre; ¿es acerca de Leila?
Diez minutos
después, emergen, justo cuando la tortilla está lista. Damon luce
preocupado
mientras me mira.
—Les
informaré en diez —dice a Niklaus.
—Estaré
listo —responde Niklaus y deja el gran salón.
Saco dos
platos calientes y los coloco en la isla de la cocina.
—¿Almuerzo?
—Por favor
—dice Damon mientras se posa en uno de los taburetes de la barra.
Ahora está
mirándome cuidadosamente.
—¿Problema?
—No.
Frunzo el
ceño. No me está diciendo. Sirvo el almuerzo y me siendo a su lado,
resignada a
quedarme en la oscuridad.
—Está bueno
—murmura Damon apreciativamente mientras toma un bocado—.
¿Te gustaría
una copa de vino?
—No,
gracias. —Necesito mantener la cabeza clara alrededor tuyo, Salvatore.
Sabe bien,
aunque creo que no tengo tanta hambre. Pero como, sabiendo que
Damon me
molestará si no lo hago. Eventualmente Damon rompe nuestro
melancólico
silencio y enciende la pieza clásica que escuché antes.
—¿Qué es?
—pregunto.
—Canteloube,
Songs of the Auvergne31 . Esta se llama Bailero32.
—Es hermosa.
¿Qué idioma es?
—Está en
francés antiguo; occitano, de hecho.
31 Chants d'Auvergne (French pronunciation: [ʃɑ dovɛːʁɲ];
English: Songs from the Auvergne) es
una
colección de canciones folklóricas de Auvergne, una región de Francia cantada
por la voz de
soprano y
orquesta de Joseph Canteloube entre 1923 y 1930.
32 Bailero;
pertenece a la serie 1 de los Chants d’ Auvergne.
—Hablas
francés, ¿lo entiendes? —Recuerdos del impecable francés que habló en
la cena de
sus padres viene a mi mente…
—Algunas
palabras, sí. —Damon sonríe, visiblemente relajado—. Mi madre tenía
un mantra:
Instrumento musical, lengua extranjera, arte marcial. Elliot habla
español, Mía
y yo hablamos francés. Elliot toca la guitarra, yo toco el piano, y Mía
el Cello.
—Wow. ¿Y las
artes marciales?
—Elliot
practica Judo. Mía plantó los pies a los doce y se negó. —Sonríe ante el
recuerdo.
—Desearía
que mi madre hubiera sido tan organizada.
—La Dra.
Grace es formidable cuando se trata de los logros de sus hijos.
—Debe estar
muy complacida por ti. Yo lo estaría.
Un
pensamiento oscuro destella por el rostro de Damon, y se ve
momentáneamente
incómodo. Me mira con recelo como si estuviera en territorio
inexplorado.
—¿Has
decidido qué vestirás esta tarde? ¿O necesito ir y escoger algo para ti? —Su
tono es
repentinamente brusco.
¡Whoa! Suena
enojado. ¿Por qué? ¿Qué he dicho?
—Um… no aún.
¿Elegiste toda esa ropa?
—No, Elena,
no lo hice. Le di una lista y tu talla a un asistente de compras en
Neiman
Marcus33. Deberían quedarte. Sólo para que lo sepas, he ordenado
seguridad
adicional para esta tarde y los siguientes días. Con Leila impredecible y
perdida, en
algún lugar de las calles de Seattle, pienso que es una sabia precaución.
No quiero
que salgas sin acompañamiento. ¿Está bien?
33 Neiman
Marcus, una lujosa tienda por departamentos, operada por Neiman Marcus Group en
los Estados
Unidos.
Parpadeo
ante él.
—Está bien.
—Qué pasó con el Salvatore Debo-tenerte-ahora.
—Bien. Voy a
informarles. No demoraré mucho.
—¿Están
aquí?
—Sí.
¿Dónde?
Recogiendo
su plato, Damon lo coloca en el fregadero y desaparece de la
habitación.
¿De qué infiernos se trata? Es como varias personas diferentes en un
solo cuerpo.
¿No es ese un síntoma de esquizofrenia? Debo Googlearlo.
Limpio los
platos, lavándolos rápidamente, y me dirijo arriba hacia mi habitación
llevando el
expediente ANASTASIA ROSE STEELE. De regreso en el vestidor. Saco
los tres
vestidos largos de noche. Ahora, ¿Cuál?
* * *
Recostándome
en la cama. Miro mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy abrumada
con la
tecnología. Me dedico a trasferir la lista de reproducción de Damon del
iPad a la
Mac y luego cargar Google para navegar por la red.
* * *
Estoy
recostada a través de la cama mirando en mi Mac cuando Damon entra.
—¿Qué estás
haciendo? —inquiere suavemente.
Entro en
pánico brevemente, preguntándome si debo dejarlo ver el sitio web en el
que estoy:
Desórdenes de personalidad múltiple: Los síntomas.
Acercándose
a mí, ojea la página web con diversión.
—¿En este
sitio por alguna razón? —pregunta con indiferencia.
El Damon
brusco se ha ido; el juguetón Damon está de regreso. ¿Cómo
infiernos se
supone que debo continuar con esto?
—Investigación.
Sobre una dificultad personal. —Le doy mi más inexpresiva
mirada.
Sus labios
tiemblan con una sonrisa reprimida.
—¿Una
dificultad personal?
—Mi propio
proyecto mascota.
—¿Ahora soy
un proyecto mascota? Una línea alternativa. Un experimento de
ciencia,
quizás. Cuando pensaba que lo era todo, señorita Gilbert, me hiere.
—¿Cómo sabes
que eres tú?
—Descabellada
suposición. —Sonríe.
—Es verdad
que eres el único jodido, voluble, controlador que conozco,
íntimamente.
—Pensé que
era la única persona que conocías íntimamente. —Arquea una ceja.
Me sonrojo.
—Sí. Eso
también.
—¿Ya has
sacado alguna conclusión?
Me giro y lo
miro. Está tendido de lado, extendido, con la cabeza descansando en
su codo, su
expresión suave, divertida.
—Pienso que
necesitas terapia intensiva.
Se estira y
gentilmente mete mi cabello detrás de mis orejas.
—Pienso que
necesito de ti. Aquí. —Me alcanza un tubo de lápiz labial.
Le frunzo el
ceño, perpleja. Es rojo ramera, no mi color del todo.
—¿Quieres
que me ponga esto? —chillo.
Se ríe.
—No Elena,
no a menos que quieras. No estoy seguro de que sea tu color
—termina
secamente.
Se sienta
sobre la cama de piernas cruzadas y arrastra su camisa fuera sobre su
cabeza. Oh
mi...
—Me gusta tu
idea del mapa de carreteras.
Me quedo
mirándolo en blanco. ¿Mapa de carreteras?
—Las áreas
de “no ir” —dice a modo de explicación.
—Oh. Estaba
bromeando.
—Yo no,
—Quieres que
dibuje sobre ti, ¿con lápiz de labios?
—Se lavará,
eventualmente.
Significa
que podré tocarlo libremente. Una pequeña sonrisa de asombro juega en
mis labios,
y le sonrío.
—¿Qué te
parece algo más permanente como un rotulador?
—Puedo
tatuarme. —Sus ojos se iluminan con humor.
¿Damon
Salvatore con un tatuaje? ¿Marcar ese hermoso cuerpo, cuando está marcado
de tantas
maneras ya? ¡De ninguna manera!
—¡No al
tatuaje! —Río para ocultar mi horror.
—Lápiz labial,
entonces. —Sonríe.
Cerrando la
Mac, la empujo a un lado. Esto puede ser divertido.
—Ven. —Me
ofrece sus manos—. Siéntate sobre mí.
Me saco mis
zapatillas, poniéndome en una posición sentada, y gateo hacia él. Se
acuesta
sobre la cama pero mantiene las rodillas flexionadas.
—Apóyate
contra mis piernas.
Trepo sobre
él y me siento a horcajadas como me ha instruido. Sus ojos están
amplios y
cautelosos. Pero también está divertido.
—Pareces…
entusiasmada por esto —comenta secamente.
—Siempre
estoy ansiosa de información, Sr. Salvatore, y hará que te relajes, porque
sabré dónde
están los límites.
Sacude la
cabeza, como si no pudiera creer que me dejará dibujar sobre todo su
cuerpo.
—Abre el
lápiz labial —ordena.
Oh, está en
su modo de jefe autoritario, pero no me preocupo.
—Dame tu
mano.
Le doy mi
otra mano.
—La que
tiene el lápiz de labios. —Me rueda los ojos.
—¿Me estás
rodando los ojos?
—Sip.
—Eso es muy
rudo, Sr. Salvatore. Conozco algunas personas que se ponen
positivamente
violentas ante una rodada de ojos.
—¿Las
conoces? —Su tono es irónico.
Le doy mi
mano con el lápiz labial, y repentinamente se sienta así que estamos
nariz con
nariz.
—¿Lista?
—pregunta en un bajo, suave murmullo que hace a todas las cosas
tensarse
dentro de mí. Oh wow.
—Sí
—susurro. Su proximidad es seductora, su tonificado cuerpo cerca, su olor a
Damon
mesclado con mi gel corporal. Guía mi mano hacia arriba a la curva de su
hombro.
—Presiona
—susurra, y mi boca se seca mientras baja mi mano directamente desde
lo alto de
su hombro, alrededor de la órbita de su brazo, entonces hacia abajo por
el lado de
su pecho. El lápiz labial deja una raya ancha de lívido rojo en su camino.
Se detiene
en la parte inferior de su caja torácica. Entonces me dirige a través de su
estómago. Se
tensa y se queda mirando, aparentemente impasible, en mis ojos.
Pero por
debajo de su mirada cuidadosamente en blanco, veo su contención.
Su aversión
se mantiene bajo estricto control, la línea de su mandíbula se tensa, y
hay tensión
alrededor de sus ojos. A medio camino de su estómago murmura:
—Y arriba al
otro lado. —Libera mi mano.
Imito la
línea que he dibujado en su lado izquierdo. La confianza que me está
dando es
embriagadora pero moderada por el hecho de que puedo contener su
dolor. Siete
pequeñas cicatrices redondas marcan su pecho, y es el profundo oscuro
purgatorio
ver esta horrible y malvada profanación de su hermoso cuerpo.
¿Quién
podría hacerle eso a un niño?
—Ahí, hecho
—susurro, conteniendo mi emoción.
—No, no lo
has hecho —replica, y traza una línea con su largo dedo índice
alrededor de
la base de su cuello. Sigo la línea de su dedo con una marca escarlata.
Terminando,
miro en la profundidad gris de sus ojos.
—Ahora mi
espalda —murmura. Cambia de posición, por lo que tengo que bajar
de él,
entonces se gira sobre la cama y se sienta de piernas cruzadas de espaldas a
mí—. Sigue
la línea de mi pecho, todo el camino alrededor al otro lado. —Su voz es
baja y
ronca.
Hago como me
ha dicho, hasta que una línea color carmesí atraviesa la mitad de su
espalda. Y
mientras lo hago, cuento más cicatrices marcando su hermoso cuerpo.
Nueve en
total.
Joder. Tengo
que pelear contra la imperiosa necesidad de besar cada una y detengo
las lágrimas
llenando mis ojos. ¿Qué clase de animal pudo hacer esto? Su cabeza
está abajo,
y su cuerpo tenso mientras completo el circuito alrededor de su espalda.
—¿Alrededor
de tu cuello, también? —susurro.
Asiente, y
dibujo otra línea encontrando la primera alrededor de la base de su
cuello por
debajo de su cabello.
—Terminado
—murmuro, y parece como si vistiera un bizarro chaleco color piel
con un borde
rojo ramera.
Sus hombros
se desploman mientras se relaja, y se gira lentamente para encararme
una vez más.
—Esos son
los límites —dice tranquilamente, sus ojos oscuros y sus pupilas
dilatadas…
¿por miedo? ¿Por lujuria? Me quiero lanzar contra él, pero me
contengo y
lo miro con asombro.
—Puedo vivir
con eso. Justo ahora quiero lanzarme sobre ti —susurro.
Me da una
sonrisa malvada y extiende sus manos en un gesto de súplica.
—Bien,
señorita Gilbert. Soy todo suyo.
Chillo con
alegría infantil y me catapulto a sus brazos, dejándolo plano. Se
retuerce,
dejando escapar una risa de niño lleno de alivio de que la prueba haya
terminado.
De alguna manera termino bajo él sobre la cama.
—Ahora, en
lo que estábamos… —dice en voz baja y su boca reclama la mía una
vez más.
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