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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

04 abril 2014

Once Upon a Time Capitulo 01

Londres, Inglaterra, 1820
Ellos lo llamaban Delfín.  El la llamaba La Mocosa.  La princesa Elena ignoraba por qué habían apodado a Damon, el hijo de su tutor, con el nombre de un mamífero de mar, pero sí sabía por qué él la había bautizado con ese mote.  Ella se lo había ganado. 
Realmente había sido una malcriada desde que era pequeñita y la única vez en que, Damon y su hermano Jeremy habían estado con ella, Elena se había comportado vergonzosamente. Por supuesto que no había sido más que una niñita entonces -y malcriada, por cierto.  Una circunstancia natural, ya que era hija única y todos sus parientes y sirvientes la complacían en todo. 
Sus padres habían sido dotados de una infinita paciencia e ignoraron su impertinente comportamiento hasta que Elena se extralimitó más de la cuenta y debió ajustarse a ciertas normas.
Cuando sus padres la llevaron a Inglaterra a pasar unas cortas vacaciones, Elena era muy pequeña.  Por consiguiente, sólo guardaba un vago recuerdo del duque y la duquesa de Mystic Falls.  De las hijas del matrimonio, no tenía imagen alguna.  Sólo se acordaba remotamente de los dos varones mayores.  Jeremy y Damon.  En su mente, los evocaba como gigantes.  Por supuesto, ella era una niña y ambos muchachos, adultos. Tal vez, su memoria había exagerado un poco el tamaño de los hijos el duque.  Pero estaba segura de que, en la actualidad, no podría reconocerlos si se los presentaran entre unas cuantas personas.  Tenía la esperanza de que Damon hubiera olvidado lo mal que se había comportado en aquella oportunidad y el apodo de Mocosa que le había dado.  Si se llevaba bien con Damon, podría hacer frente a su nueva vida de un modo más sencillo. 
Las dos responsabilidades que estaba a punto de asumir serían dificiles, por lo que le resultaba imperativo poder llegar a puerto seguro al final de cada día.
Elena llegó a Inglaterra en una espantosa mañana de lunes e, inmediatamente, la condujeron a la residencia campestre del duque de Mystic Falls.  La muchacha no se sentía muy bien, pero achacaba sus náuseas al nerviosismo y a la ansiedad.  Se recuperó rápidamente, pues la familia le brindó una bienvenida calurosa y sincera.  Tanto el duque como la duquesa la trataron de igual a igual, por lo que su incomodidad pronto se disipó. No le daban ninguna consideración especial y, en ocasiones, hasta se le permitía opinar libremente.  Sólo hubo una sustanciosa discusión entre Elena y su tutor.  El y su esposa la llevarían a Londres y abrirían la mansión que tenían allí para inaugurar la temporada.  
Elena concertó más de quince citas, pero pocos días antes de la partida para la ciudad, el duque y la duquesa enfermaron.
Elena quería ir sola.  Insistió en que no deseaba ser una carga para nadie y en que quería alquilar una casa para ella en la ciudad durante la temporada.  La duquesa tuvo palpitaciones con sólo pensar en esa perspectiva, pero de todas maneras, Elena se mantuvo firme.  Recordó a su tutor que, después de todo, ella ya era una adulta y que, como tal, sabía cuidarse sola.  Pero el duque no quiso entender razones.  El debate se prolongó durante días.  Al final, se decidió que Elena viviera en casa de Jeremy y su esposa Bonnie mientras estuvieran en Londres.

Desgraciadamente, justo el día anterior de la llegada de Elena a la ciudad, Jeremy y su esposa enfermaron del mismo y misterioso mal que habían contraído el duque, la duquesa y las cuatro hijas de ambos.La última posibilidad que quedaba entonces era Damon.  Si Elena no hubiera contraído tantos compromisos con las amistades de su padre, se habría quedado en el campo hasta que el duque se recuperase, No era su deseo incomodar a Damon, especialmente después de haber escuchado de labios de su padre lo mal que había pasado los últimos dos años.  Elena supuso que lo que menos le hacía falta a Damon en ese momento era un caos.  No obstante, el duque de Mystic Falls insistió sobremanera en que
Elena aprovechase la hospitalidad del joven y no habría sido cortés de su parte hacer oídos sordos a los deseos de su tutor. Además, si compartía el mismo techo con él unos pocos días, tal vez le resultara más simple hacerle la petición que debía formularle.Llegó a la puerta de Damon poco después de la hora de cenar.  El ya había salido. 
Elena, su dama de compañía y dos criados de confianza entraron al vestíbulo de baldosas blancas y negras para entregar la nota de presentación que había escrito el duque de Mystic Falls al mayordomo, un apuesto joven llamado Tyler.  No tendría más de veinticinco años.  La llegada de Elena, obviamente, lo había tomado por sorpresa, ya que no dejaba de hacerle reverencias y ponerse colorado hasta la raíz de su cabello extremadamente negro.  Elena no sabía cómo actuar para que el joven no se sintiera tan incómodo.
-Es un gran honor contar con la presencia de una princesa en esta casa -tartamudeó el mayordomo.  Tragó saliva y luego volvió a repetir el mismo anuncio.
-Espero que su señor opine lo mismo, señor -respondió ella-. No quiero ser un problema.
-No, no -contestó Tyler de inmediato, obviamente azorado ante la posibilidad-.  Jamás usted podría ser un problema.
-Muy amable de su parte, señora -Tyler volvió a tragar saliva.  Con un preocupado tono de voz, dijo: -Pero, princesa Elena, no creo que haya lugar para todo su personal. -El rostro del mayordomo ardía de la vergüenza.
-Ya nos arreglaremos -le aseguró ella con una sonrisa, tratando de hacerlo sentir algo más cómodo.  El pobre joven parecía a punto de desvanecerse-.  El duque de Mystic Falls insistió en que viniera con estos dos guardías y no podría ir de viaje a ninguna parte sin mi dama de compañía.  Se llama Caroline.  La duquesa la escogió personalmente para mí.  Caroline ha vivido en Londres, sabe, pero nació y se crió en la tierra de mi padre. ¿No fue una maravillosa coincidencia que ella se presentara para este cargo?  Sí, claro que sí -se contestó antes que Tyler pudiera abrir la boca-.  Y como acabamos de emplearla, no puedo dejar que se vaya.  No sería cortés, ¿verdad?  Usted me comprende.  Ya me doy cuenta de ello.
Tyler hacía rato que había perdido el hilo de la explicación, pero de todas maneras asintió con la cabeza, sólo para complacerla.  Finalmente, logró arrancar la mirada del rostro de la Elena princesa.  Hizo una reverencia a su dama de compañía y luego echó a perder todo su tratamiento diplomático al comentar: -Es sólo una niña.
-Caroline tiene un año más que yo -explicó Elena.  Se volvió a la rubia muchachita y le habló en un idioma que Tyler nunca había escuchado antes.  Parecía francés, aunque sabía positivamente que no se trataba de esa lengua.
-¿Alguno de sus criados habla inglés? -preguntó él.
-Cuando quieren -contestó ella.  Desató las cintas del cuello de su capa bordó con forro de piel. Uno de los guardias, alto, musculoso, moreno y de mirada amenazante, avanzó un paso para tomar la prenda de sus manos. Ella le agradeció antes de volver a dirigirse a Tyler-. Me gustaría retirarme a mi cuarto. El viaje hasta aquí nos ha llevado todo el día, señor, por la lluvia, y estoy congelada hasta los huesos. El tiempo está horrendo fuera -agregó asintiendo con la cabeza-. La lluvia parecía cortarnos por la mitad,. ¿No es así, Matt?
-Sí, claro que sí, princesa -coincidió con una voz sorprendentemente suave el guardia.
-Realmente, estamos todos bastante cansados -dijo ella a Tyler.
-Por supuesto que deben de estarlo -comentó Tyler-. Si tienen a bien seguirme, por favor -les solicitó. Comenzó a subir las escaleras, con la princesa a su lado-. Hay cuatro habitaciones en el primer piso y tres habitaciones más para los sirvientes en el piso de arriba, princesa Elena. Si sus guardias no tienen problemas en...
-Matt y Paul no tendrán problemas en compartir las habitaciones -le aseguró ella, al ver que no continuaba-. Señor, todo esto es temporal hasta que el hermano de Damon y su esposa se recuperen de esta enfermedad. Me mudaré con ellos lo antes posible.
Tyler tomó a Elena por el codo para ayudarla a subir el resto de las escaleras.
Parecía tan ansioso por colaborar, que Elena no tuvo el coraje de decirle que ella no necesitaba ninguna asistencia. Si lo hacía feliz tratarla como a una mujer de edad, se lo permitiría.
Habían llegado a destino cuando el mayordomo se dio cuenta de que los guardias no les seguían. Ambos hombres habían desaparecido en la parte posterior de la casa.
Elena explicó al sirviente que el motivo de tal actitud obedecía a que era su obligación familiarizarse con las instalaciones de la casa, con todas las posibles entradas y salidas de la misma. También le aseguró que, cuando terminaran la tarea, subirían a la alcoba.
-¿Pero por qué habrían de tener interés en...?
Elena no lo dejó terminar.
 -Porque quieren que estemos seguros, señor.
Tyler asintió con la cabeza, aunque, en realidad, no tenía ni la menor idea de lo que la muchacha estaba diciendo.
-¿Le importaría ocupar el cuarto de mi señor esta noche? Las sábanas se cambiaron esta mañana y las otras alcobas no están listas para recibir visitas. Los sirvientes de esta casa somos la cocinera y yo nada más, por la dificil situación financiera por la que está pasando mi señor en estos momentos. Por eso, no me pareció necesario hacer las otras camas. No sabía que...
-No debe preocuparse -lo interrumpió ella-. Ya nos arreglaremos, se lo prometo.
-Qué bueno que sea tan comprensiva. Mañana a primera hora llevaré sus pertenencias al cuarto de huéspedes más grande.
-¿No se olvida de Damon? -preguntó ella-. Tal vez se irrite al encontrarme en su cama.
Tyler imaginó justamente lo contrario y se puso colorado por sus pensamientos pervertidos. Se dio cuenta de que aún estaba un poco agitado y, por lo tanto, estaba actuando como un bobalicón. Sin embargo, la inesperada visita de los huéspedes no era lo que lo tenía tan alterado. No, más bien era por la princesa Elena. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Cada vez que la miraba olvidaba hasta cómo se llamaba. Sus ojos eran de un extraño matiz café y las pestañas renegridas, larguísimas y arqueadas. Todo el rostro transmitía un aire de pureza exquisita. Sólo una fina hilera de pecas sobre el tabique nasal interrumpía la blancura de su piel, pero Tyler pensó que hasta ese pequeño defecto era maravilloso.
Carraspeó en un intento por clarificar sus pensamientos. -Estoy seguro de que a mi señor no le importará dormir en otro cuarto esta noche. Lo más probable es que no regrese sino hasta mañana por la mañana de todas maneras. Regresó al astillero Esmeralda a terminar con unos papeles y, por lo general, termina pasando la noche allí. El tiempo se le pasa volando.
Después de ilustrarla con tal explicación, Tyler comenzó a conducirla por el corredor. Había cuatro alcobas en el primer piso. La primera puerta estaba abierta de par en par. Los dos se detuvieron a la entrada.
-Este es el estudio, princesa -anunció Tyler-.Está un poco desordenado, pero mi señor no me permite que toque nada.
Elena sonrió. Estaba algo más que desordenado. Había pilas de papeles por todos lados. No obstante, parecía un recinto acogedor y cálido. Un escritorio de caoba estaba situado frente a la puerta. A la izquierda había una chimenea, una silla de cuero marrón y un taburete del mismo estilo para descansar los pies. Entre ambos, un hermoso tapete, en bordó y marrón. Los libros se alineaban sobre los estantes contra las paredes, y en el pequeño armario de madera que se había dispuesto en un rincón se veía una gran cantidad de libros de contabilidad.
El estudio era una sala eminentemente masculina. Los aromas de coñac y cuero flotaban en el ambiente. El aroma le resultó bastante agradable. Hasta se imaginó acurrucada en uno de los sillones, frente al fuego, en bata y pantuflas, leyendo los últimos informes de su estado financiero.
Tyler la urgió a seguir con el recorrido por el pasillo. La segunda puerta, correspondía a la alcoba de Damon. El mayordomo se apresuró para abrirla.
-¿Su señor tiene la costumbre de trabajara estas horas? -preguntó Elena.
-Sí -respondió Tyler-. Comenzó con la empresa hace unos cuantos años, con su buen amigo, el marqués de Saint Stefan. Ambos tienen que librar una dura batalla. La competencia es feroz.
Elena asintió. -El astillero Esmeralda tiene una excelente reputación.
-¿De verdad?
-Oh, sí. El padre de Damon moriría por comprar algunas acciones. Sería una inversión segura, pero los socios no quieren vender.
-Quieren mantener la mayoría -explicó Tyler. Entonces sonrió-. Escuché decírselo a su padre.
Elena asintió. Luego entró al cuarto olvidando el tema. Tyler advirtió que hacía mucho frío allí, por lo que se apresuró a encender la chimenea. Caroline, meneando las caderas con sus vaporosas faldas, se dirigió hacia la mesa de noche para encender las velas del candelabro.
El cuarto de Damon era tan masculino y atractivo como su estudio...La cama miraba hacia la puerta. Era muy amplia y tenía una colcha color chocolate. Para las paredes, se había escogido un beige claro, el contraste ideal para los muebles de caoba, concluyó Elena.
A los lados de la cabecera había dos ventanas con cortinas en satén beige. Caroline desató los cordones que las sujetaban para mantener el cuarto a oscuras, aislado de las luces de la calle.

A la izquierda de Elena había una puerta que conducía al estudio y otra a la derecha, junto a un alto biombo. Se dirigió a esta segunda puerta, la abrió de par en par y encontró una alcoba adyacente. Los colores de la misma eran idénticos a los de la habitación principal, aunque la cama era de mucho menor tamaño.
-Esta es una casa maravillosa -declaró Elena-. Damon supo escoger muy bien.
-El no es propietario de la casa -le dijo Tyler-. Su apoderado se la consiguió por una renta muy baja. Cuando termine el verano, tendremos que mudarnos porque los dueños regresarán de las Américas.
Elena trató de disimular su sonrisa. Dudaba mucho que a Damon le agradara que su sirviente divulgara sus secretos financieros. Tyler era el criado más entusiasta que ella jamás había conocido. Muy honesto, por lo que supo ganarse de inmediato la simpatía de la muchacha.
-Mañana trasladaré sus cosas al cuarto contiguo -gritó Tyler cuando advirtió que la joven recorría aquella habitación. Se volvió hacia la chimenea, echó otro leño al fuego y luego se puso de pie. Se limpió las manos en los pantalones-. Estos dos cuartos son los más grandes -le explicó-. Los otros dos que están en el piso son bastante pequeños. La puerta tiene cerradura -agregó asintiendo con la cabeza.
El guardia de cabellos oscuros, Matt, llamó a la puerta. Elena se apresuró hacia la puerta para escuchar la explicación que daba en susurros.
-Matt acaba de informarme que una de las ventanas de abajo tiene el seguro roto.
Solicita su permiso para repararla.
-¿Ahora? -preguntó Tyler.
-Sí -contestó ella-. Matt es muy meticuloso -agregó-. No descansará tranquilo hasta que la casa esté segura.
Elena no esperó el permiso del mayordomo. Sólo asintió en dirección al guardia para autorizarlo personalmente. Caroline ya había extraído de la maleta el camisón y la bata de la princesa. Elena se volvió para ayudarla justo cuando la muchacha esgrimió un audible bostezo.
-Caroline, vete a dormir. Mañana habrá tiempo de sobra para ordenar el resto de mis cosas.
La criada hizo una profunda reverencia a su señora. Tyler se adelantó de inmediato. Sugirió que la muchacha ocupara la última habitación que estaba al final del corredor. Era la más pequeña de todas, explicó, pero tenía una cama bastante cómoda y un entorno muy acogedor. Estaba seguro de que sería del agrado de Caroline. Después de dar las buenas noches a Elena, acompañó a la criada para que se instalara en la alcoba.
Elena se quedó dormida poco menos que treinta minutos después. Como era un hábito en ella, durmió profundamente durante varias horas, pero a las dos de la madrugada se despertó. Desde que había vuelto a Inglaterra, no había logrado dormir toda una noche de corrido y se había acostumbrado a esa condición. Se puso la bata, agregó otro leño al fuego y volvió a la cama con una pila de papeles. Se dispuso a leer el informe de su agente sobre el actual estado financiero de su Lloyd's de Londres. Si con eso no conseguía adormecerse, se pondría a elaborar una lista de sus propiedades.
Una bulliciosa conmoción que provenía desde abajo interrumpió su concentración.
Reconoció la voz de Tyler y por la desesperación de su tono, se dio cuenta de que trataba de apaciguar a su señor.
Por pura curiosidad Elena se levantó de la cama. Se puso las pantuflas, aseguró el cinturón de su bata y fue hacia las escaleras. Se quedó escondida en las sombras, pero el
 vestíbulo de abajo estaba completamente iluminado. Soltó un pequeño suspiro al ver que Matt y Paul bloqueaban el paso de Damon. Estaba de espaldas a ella, pero Matt, casualmente, levantó la vista y la vio. Inmediatamente, ella le hizo una señal para que se fuera. Matt codeó a su compañero, hizo una reverencia a Damon y luego se marchó del vestíbulo.
Tyler no advirtió la partida de los guardias. Tampoco la presencia de Elena. Jamás habría seguido indefinidamente con su perorata de haber sabido que Elena estaba allí para escuchar cada una de sus palabras.
-Ella es tal cual imaginé que sería una princesa -explicó a su señor con la voz cargada de entusiasmo-. Tiene la cabellera del color castaño y los rizos parecen flotar alrededor por encima de sus hombros. Tiene los ojos cafés, pero de un tono que jamás había visto antes. Son tan brillantes y tan claros. Y seguramente, le llevará unos cuantos centímetros de estatura. Vaya, si hasta yo parecía un gigante a su lado, uno medio bobo, cada vez que ella me miraba a los ojos. Tiene pecas, milord. -Tyler se detuvo lo suficiente como para tomar aire.- Es realmente maravillosa.
Damon no estaba prestando demasiada atención a la descripción del mayordomo.
Había estado a punto de dar un puñetazo a uno de los desconocidos que le habían bloqueado la entrada y luego poner a ambos de patitas en la calle, cuando Tyler apareció a toda prisa para explicar que se trataba de guardias que había enviado el duque de Mystic Falls.
Damon soltó al más robusto de los guardaespaldas y, en ese momento, estaba buscando el informe que su socio acababa de completar. Rezaba porque no se le hubiera olvidado en la oficina, pues tenía la intención de pasar esos números a los libros de contabilidad antes de irse a dormir.
Damon estaba de pésimo humor. Realmente, le molestó que su criado hubiera interferido en la situación. Una buena pelea a puño limpio le habría servido para descargar todas las frustraciones del día.
Por fin encontró la hoja que le faltaba, justo cuando Tyler comenzó otra vez.
-La princesa Elena es de complexión delgada, pero no pude evitar reparar en las curvas perfectas de su cuerpo.
-Basta -le dijo Damon, con voz suave pero autoritaria.
Inmediatamente, el sirviente dejó de lado su letanía sobre los considerables atributos de la princesa Elena. Su desazón fue evidente en la desilusión de su rostro. Acababa de empezar a ilustrarlo sobre el tema y sabía que tenía para seguir con los detalles durante veinte minutos más, como mínimo. Pero si todavía no había dicho nada de su sonrisa, ni del modo en que se movía...
-Muy bien, Tyler -dijo Damon, interrumpiendo los pensamientos de su mayordomo-.
Vayamos al fondo de todo esto. ¿De modo que una princesa decidió instalarse aquí con nosotros? ¿Es correcto?
-Sí, milord.
-¿Porqué?
-¿Por qué, qué, milord?
Damon suspiró.
-¿Por qué supone usted...?
-No me corresponde suponer -le interrumpió Tyler.
-¿Y cuándo se detuvo ante algo así?
Tyler sonrió. Actuaba como si acabaran de elogiarlo.
Damon bostezó. Dios, estaba cansado. No tenía humor para dedicarse a los asuntos de la empresa esa noche. Se sentía exhausto por haber trabajado tantas horas en los libros de la sociedad, frustrado por no haber logrado que los malditos números le dieran una ganancia apropiada, y ya sin fuerzas para, luchar contra toda la competencia. Tenía la sensación de que todos los días se abría un astillero nuevo.
Además de sus problemas financieros, debía lidiar con los dolores y malestares personales. La pierna izquierda, que se había lesionado varios años atrás en un percance sufrido en alta mar, le latía terriblemente. Todo lo que deseaba en ese momento era meterse en la cama con un coñac caliente.
Pero no estaba dispuesto a ceder ante su fatiga. Todavía tenía trabajo que hacer antes de ir a acostarse. Se quitó la capa y la arrojó a manos de Tyler. Colocó su bastón en el paragüero y los papeles que traía sobre la mesita que estaba a un lado.
-Milord, ¿desea que le traiga algo para beber?
-Beberé coñac en el estudio -contestó-. ¿Por qué me llama "milord"? Ya le he dado permiso para que me diga Damon.
-Pero eso fue antes.
-¿Antes de qué?
-Antes de que tuviéramos a una princesa de verdad viviendo bajo el mismo techo que nosotros -explico Tyler-. No sería correcto que yo lo llamara Damon ahora.
¿Preferiría que le nombrara sir Salvatore? -preguntó, usando el título de caballero de Damon.
-Prefiero Damon.
-Pero ya le he explicado, milord, que no es posible.
Damon rió. Tyler parecía tan formal. Cada vez se parecía más al mayordomo de su hermano, Alaric. Pero en realidad, Damon no debió haberse sorprendido. Alaric era el tío de Tyler y había instalado al joven en casa de Damon para que aprendiera el oficio.
-Está tornándose tan arrogante coma su tío -señaló Damon.
-Qué bueno que lo diga, milord.
Damon volvió a reír. Luego meneó la cabeza al sirviente. -Volvamos a la princesa, ¿le parece? ¿Por qué está aquí?
-No me lo dijo -explicó Tyler-. Y me pareció fuera de lugar preguntárselo.
-¿De modo que, simplemente, la dejó entrar?
-Vino con una nota de su padre.
Finalmente llegaron al fondo de la cuestión.
-¿Dónde está esa nota?
-Yo la puse en el salón... ¿o en el comedor?
-Vaya y traiga esa nota -ordenó Damon-. Quizá la nota explique por qué la mujer se trajo a dos matones con ella.
-Son sus guardias, milord -explicó Tyler con tono defensivo-. Su padre los envió con ella -agregó, asintiendo con la cabeza-. Y una princesa no viajaría con matones.
La expresión del rostro de Tyler era casi cómica por lo maravillado que estaba con esa mujer. Ciertamente, la princesa lo había impresionado sobremanera.
El mayordomo salió corriendo al salón a buscar la famosa nota. Damon apagó las velas que estaban sobre la mesa, cogió sus papeles y se dirigió hacia las escaleras.
Finalmente comprendió por qué la princesa Elena estaba allí. Por supuesto que su padre estaba detrás del plan. Sus intentos de casamentero cada vez eran más evidentes y Damon no estaba de humor para soportar otro de sus jueguecitos.
Estaba a mitad de las escaleras cuando la vio. La baranda lo salvó del bochorno. De no haber sido porque estaba asiéndose firmemente a esta, se habría caído de espaldas. Tyler no había exagerado. Era cierto que parecía toda una princesa. Hermosa. El cabello flotaba por encima de sus hombros y realmente tenía el color castaño rojizo.

Estaba vestida de blanco y sólo Dios sabía que parecía una visión que los dioses habían enviado para poner a prueba la fuerza de voluntad de Damon.
Y no pasó la prueba. Aunque hizo todo lo que estuvo a su alcance, no logró controlar su respuesta física hacia ella.
Indudablemente, su padre había hecho un excelente trabajo esta vez. Damon tendría que recordar felicitarlo por su última elección... después que la hiciera recoger sus cosas, por supuesto.
Durante un largo rato se quedaron parados mirándose fijamente. Ella esperaba que fuera él el primero en hablar. Y él esperaba que fuera ella la que explicara su presencia allí.
Elena fue la primera en ceder. Avanzó hasta que estuvo cerca del primer escalón.
Luego hizo una reverencia con la cabeza y dijo: -Buenas noches, Damon. Qué bueno que volvamos a vernos.
Su voz sonó maravillosamente atractiva. Damon trató de concentrarse en lo que la joven acababa de decir. Pero le resultó ridículamente dificil.
-¿Que volvamos a vernos? -preguntó. Oh, Dios, qué tosco pareció.
-Sí, nos conocimos cuando yo era una, niña y usted me había puesto el apodo de Mocosa.
El comentario forzó una sonrisa reticente por parte de él. Sin embargo, no recordaba en absoluto haberla conocido antes. -¿Y era una mocosa?
-Oh, sí -le contestó ella-. Me contaron que hasta le he dado patadas -y varias veces-, pero eso fue hace mucho tiempo. Ya he crecido y no creo que el apodo vaya conmigo ahora. Además, hace años que no doy patadas a nadie.
Damon se apoyó contra la baranda para no recargar tanto sobre su pierna lastimada el peso de su cuerpo.
-¿Dónde nos conocimos?
-En la casa de campo de su padre -explicó ella-. Mis padres y yo habíamos ido de visita y usted acababa de llegar a su casa, desde Oxford. Su hermano acababa de graduarse.
Damon aún no podía recordarla, pero no se sorprendió por eso. Sus padres siempre habían recibido muchas visitas y él no prestaba atención a ninguna de ellas. La mayoría de ellos eran desafortunados y su padre, que tenía el corazón grande como una casa, siempre acogía en el seno de su hoyar a todos lo que le pidieran ayuda.
Elena tenía las manos unidas y parecía estar muy relajada. Sin embargo, Damon advirtió la blancura de sus dedos, a los que apretaba con fuerza, por temor o nerviosismo.
Entonces, no estaba tan tranquila como pretendía hacerle creer. De pronto, su vulnerabilidad fue muy aparente y Damon sintió la imperiosa necesidad de hacerla sentir más cómoda.
-¿Dónde están sus padres ahora? -le preguntó.
-Mi padre falleció cuando yo tenía once años -le contestó- y mi madre, el verano siguiente. ¿Señor, quiere que lo ayude a recoger sus papeles? -agregó precipitadamente con la esperanza de cambiar de tema.
-¿Qué papeles?
Su sonrisa fue encantadora.
 -Los que se le han caído.
Damon bajó la vista y vio los papeles desparramados por los peldaños. Se sentía como un rotundo idiota, parado allí, tomando sólo aire en su puño cerrado. Sonrió ante su propia preocupación. Por cierto, no era mejor que su mayordomo, pensó para sí, y Tyler tenía una excusa aceptable para su comportamiento atontado. Era joven, inexperto y bastante simplón.
Sin embargo, Damon debía saber cómo desenvolverse en una situación así. Era mucho mayor que su sirviente, tanto en años como en experiencia. Claro que esa noche estaba agotado, concluyó, razón por la que seguramente estaba comportándose como un tarado.
Además, la muchachita era una preciosidad. El soltó un suspiro. -Después recogeré los papeles -le dijo él-. ¿Cuál es exactamente, el motivo de su presencia en esta casa, princesa Elena? -le preguntó Damon sin preámbulos.
-Su hermano y su cuñada están enfermos -explicó ella-. Se suponía que yo debía alojarme en casa de ellos mientras estuviera en la ciudad, pero en el último momento se indispusieron y se me informó que debía permanecer en su casa, hasta que ellos se recuperasen.
-¿Quién le dio esas instrucciones?
-Su padre.
-¿Y por qué tendría que tener tanto interés?
-Es mi tutor, Damon.
Damon no pudo disimular su sorpresa ante la novedad. Su padre jamás había mencionado que tenía a alguien a su cargo, aunque Damon se daba cuenta de que no era de su incumbencia. Su padre tenía un asesor y rara vez confiaba sus cosas a sus hijos.
-¿Ha venido a Londres para la temporada?
-No -respondió ella-. Aunque realmente estoy ansiosa por ir a algunas fiestas y ver algunos sitios tradicionales.
La curiosidad de Damon se intensificó. Avanzó otro paso hacia ella.
-Realmente no quise causarle ningún inconveniente -dijo ella-. Hice la sugerencia de alquilar una casa o instalarme en la de sus padres, pero el duque de Mystic Falls no quiso escucharme. Me dijo que no era apropiado. -Hizo una pausa y suspiró.- La verdad es que no podía ponerme en su contra.
Vaya, qué bonita sonrisa tenía. Y también era contagiosa. Se sorprendió correspondiendo la sonrisa.
-Nadie puede ponerse en contra de mi padre -coincidió él-.
Pero todavía no me ha explicado el motivo de su presencia -le recordó.
-No, ¿verdad? Es de lo más complicado -agregó, asintiendo con la cabeza-. Verá, no era necesario para mí venir a Londres antes, pero ahora sí.
Damon meneó la cabeza mirándola. -Las explicaciones a medias me vuelven loco. Yo soy muy frontal -un rasgo que copié de mi socio, según se dice. Admiro profundamente la honestidad porque es un raro ejemplar en la actualidad. Y mientras esté en mi casa, le agradeceré total franqueza. ¿Estamos de acuerdo?
-Sí, por supuesto.
Elena se apretaba las manos otra vez. Debió de haberla asustado. Probablemente, le pareció un ogro. Por Dios, así estaba sintiéndose exactamente. Lamentaba que ella le tuviera tanto temor, pero a la vez, se sentía satisfecho por haber logrado sus objetivos.
Elena no había puesto objeciones, pero tampoco se había mostrado sumisa. Damon detestaba la sumisión femenina.
Trató de emplear un tono suave al preguntarle. -¿Le molestaría contestarme algunas preguntas pertinentes ahora?
-Por supuesto que no. ¿Qué desea saber?

-¿Por qué hay dos guardias con usted? Ahora que ha llegado a destino, ¿no cree que habría que despedirlos ya? ¿O pensó que le negaría hospitalidad?
Elena contestó la última de las preguntas en primer lugar.
-Oh, jamás creí que me negara alojamiento en su casa, señor. Su padre me aseguró que sería de lo más cortés conmigo. Tyler tiene la nota que redactó para usted -agregó ella.-. Su padre insistió en que conservara a los guardias a mi lado. Matt y Paul fueron contratados por la madre superiora del convento donde yo vivía para que me escoltaran hasta Inglaterra. Su padre insistió en que los conservara. Ninguno de los dos tiene familia a quien echar de menos y reciben muy buena paga. No tiene que preocuparse por ellos.
Damon contuvo su exasperación. Se le veía tan severo. –No estaba preocupándome por ellos -contestó. Sonrió y luego meneó la cabeza-. Sabe, me resulta muy dificil arrancarle las respuestas que necesito.
Ella asintió. -La madre superiora solía decirme lo mismo. Decía que era uno de mis principales defectos. Lamento haberlo confundido. No fue mi intención, señor.
-Elena, mi padre está detrás de todo este plan, ¿no es verdad? El la envió a mí.
-Sí y no.
De inmediato levantó una mano para disipar su mirada ceñuda.
 -No estoy yéndome por las ramas. Su padre me envió aquí, pero sólo cuando se enteró de que su hermano y su cuñada enfermaron. No creo que haya ningún plan en esta situación. A decir verdad, sus padres querían que yo me quedara con ellos en el campo, hasta que se recuperaran completamente y pudieran acompañarme a Londres. Y yo me habría quedado gustosa si no hubiera contraído tantos compromisos.
Elena pareció franca, pero a Damon todavía le resultaba dudoso que su padre no estuviera detrás de todo eso. Hacía una semana, lo había visto en el club y tenía un aspecto totalmente saludable. Damon también recordó la inevitable pelea. Su padre, oh, casualmente, había sacado más el tema del matrimonio y urgió a Damon, una vez más, a que se buscara una esposa. Damon fingió escucharlo con atención y después que su padre pronunció hasta la última palabra de su discurso al respecto, le comunicó que tenía todas las intenciones de permanecer soltero.
Elena no tenía idea de lo que estaba pasando por la mente de Damon, pero su mirada ceñuda cada vez la ponla más nerviosa. Ciertamente, parecía un hombre muy suspicaz. Le pareció apuesto, con su cabellera cobriza y sus ojos que tiraban a verde. Por fin brillaron cuando una sonrisa acudió a sus labios. También tenía un adorable hoyuelo en la mejilla izquierda. Pero, Dios, su expresión se tornaba feroz cada vez que fruncía el entrecejo. La intimidaba más que la madre superiora, y para Elena, esa era una cualidad impresionante.
No pudo tolerar el silicio durante mucho tiempo. -Su padre quiso hablar con usted sobre mis circunstancias tan poco comunes -murmuró-.iba a ser muy específico en la cuestión.
-Cuando se trata de mi padre y de sus planes, nunca nada es tan específico.
Elena irguió los hombros y frunció el entrecejo. -Su padre es uno de los hombres más honorables que jamás he tenido el placer de conocer. Siempre ha sido extremadamente amable conmigo y sólo se preocupa por velar por mi bienestar.
Cuando terminó con la defensa del padre de Damon, parecía totalmente exasperada. Este sonrió. -No tiene que defenderlo de mí. Sé que mi padre es un hombre honorable. Es una de las ciento y tantas razones por las que lo quiero.
Elena se relajó.
 -Tiene mucha suerte al tener como padre a un hombre tan íntegro.
 -¿Usted tuvo la misma suerte?
-Oh, sí -respondió ella-. Mi padre era un hombre maravilloso.
Elena comenzó a retroceder cuando Damon terminó de ascender las escaleras. Se golpeó contra la pared, de modo que se volvió y lentamente caminó por el pasillo hacia su cuarto.
Damon entrelazó sus manos por detrás del cuerpo y comenzó a caminar junto a ella. Tyler tenía razón, admitió en silencio. Le llevaba unos cuantos centímetros de estatura. Tal vez, la altura la intimidaba.
-No tiene que temerme.
Ella se detuvo de inmediato y se volvió para mirarlo.
 -¿Temerle? ¿Y por qué rayos tendría que asumir que le temo?
Parecía incrédula. Damon se encogió de hombros.
 -Retrocedió con bastante prisa cuando terminé de subir las escaleras -señaló él simplemente. No mencionó el brillo de miedo que detectó en su mirada, ni el modo nervioso en que la vio retorcerse las manos. Si ella quería fingir que no le tenía miedo, le daría el gusto.
-Bueno, no tengo tantos temores -anunció ella-. No estoy acostumbrada a mostrarme en público... en camisón y bata. De hecho, Damon, me siento bastante segura aquí. Es una sensación muy placentera. Ultimamente he vivido un tanto asustada.
Se ruborizó, como si la confesión la avergonzara.
-¿Por qué ha vivido asustada? -le preguntó él.
En lugar de contestar la pregunta, Elena le dio la vuelta a la conversación.
 -¿Quiere saber por qué he venido a Londres?
Damon casi se echó a reír. ¿No era eso precisamente lo que había querido averiguar tan diligentemente durante los últimos diez minutos? -Si quiere contármelo - dijo.
-En realidad, tengo dos motivos para este viaje -comenzó-. Ambos son igualmente importantes para mí. El primero involucra un misterio que estoy dispuesta a resolver. Hace más de un año, conocí a una joven dama llamada Katerina  Petrova. Se quedó en el convento de la Sagrada Cruz por el mal que la aquejaba. Verá, viajaba por toda Austria con su familia cuando enfermó. Las hermanas de la Sagrada Cruz son famosas por sus habilidades como enfermeras y cuando se determinó que Katerina  podría recuperarse, la familia sintió que lo mejor sería dejarla allá para que completara su cura. Pronto nos hicimos amigas y después que regresó a Inglaterra me escribió por lo menos una vez al mes. A veces, más a menudo. Ojalá hubiera conservado esas cartas, porque en dos o tres de ellas, hizo mención de un admirador secreto que estaba cortejándola. A ella le parecía todo muy romántico.
-Petrova... ¿dónde he escuchado antes ese nombre? -se preguntó Damon en voz alta.
-No lo sé, señor.
El sonrió.
 -No debí haberla interrumpido. Por favor, continúe.
Ella asintió.
 -La última carta que recibí tenía fecha del primero de septiembre. La contesté de inmediato, pero no he tenido noticias desde entonces. Por supuesto que me preocupé. Cuando llegué a casa de su padre, le comuniqué que enviaría a un mensajero a casa de Katerina  para solicitar una entrevista. Quería ponerme al día con los últimos acontecimientos. Katerina  llevaba una vida de lo más excitante y por eso me encantaba leer sus cartas.
-¿Y consiguió la entrevista?

-No -le contestó Elena. Se detuvo y se volvió para mirar a Damon-. Su padre me contó lo del escándalo. Supuestamente Katerina  huyó con un hombre de un estrato social inferior al de ella. Se casaron en Gretna Green. ¿Puede creer en semejante historia? La familia de ella sí la creyó. Su padre me contó que la desheredaron.
-Ahora lo recuerdo. Yo también escuché rumores de ese escándalo.
-No es cierto.
Damon alzó una ceja por la vehemencia del tono de voz de la muchacha.
-¿No? -le preguntó.
-No, no es cierto -dijo ella-. Soy muy buena juez de caracteres, Damon y le aseguro que Katerina no habría huido. Simplemente, no es esa clase de persona. Voy a averiguar qué es lo que le ha pasado realmente. Puede estar en peligro y tal vez necesite mi ayuda -agregó-. Mañana le enviaré una nota a su hermano Niklaus  y le pediré una entrevista.
-No creo que la familia quiera que salga a relucir otra vez el bochorno que debieron soportar por culpa de su hija.
-Seré de lo más discreta.
En su voz fue evidente la sinceridad. Era bastante melodramática, pero tan hermosa, que resultaba extremadamente dificil prestar atención a lo que estaba diciendo. Sus ojos lo cautivaban. Por casualidad, Damon advirtió que Elena tenía la mano sobre el picaporte de la puerta de su alcoba. La fragancia de su perfume lo distrajo momentáneamente. El remoto aroma a rosas flotó en el aire entre ambos. Inmediatamente, Damon retrocedió un pasoso para poner cierta distancia.
-¿Le importa que duerma en su cama?
-No sabía que estuviera allí.
-Tyler mudará mis cosas al cuarto contiguo mañana por la mañana. No creía que usted regresara a casa esta noche. Es sólo por hoy, señor, pero ahora que ha tenido tiempo de poner las sábanas en la cama de al eso, me sentiré más que complacida en poder devolverle la suya.
-Mañana nos cambiaremos.
-Es usted muy amable conmigo. Gracias.
Por fin Damon notó los círculos negros debajo de sus ojos. Evidentemente, estaba agotada y él había estado robándole horas de sueño con sus preguntas.
***-Necesita descansar, Elena. Estamos en plena noche.
Ella asintió y abrió la puerta de la alcoba. -Buenas noches, Damon. Gracias otra vez
por ser tan hospitalario.
-No podría volver la espalda a una princesa que no tiene muy buena suerte -dijo él.
-¿Cómo ha dicho? -Elena no tenía ni la más remota idea de por qué habría dicho.
semejante cosa. ¿De dónde habría sacado que ella tenía mala suerte?
-Elena, ¿cuál es la otra razón por la que ha venido a Londres?
Ella pareció confundida por la pregunta. Damon decidió que esa segunda razón tal
vez no fuera tan importante. -Lo mío es simple curiosidad -admitió, encogiéndose de
hombros-. Usted mencionó que había venido por dos motivos y yo pensé... Bueno, no
importa. Acuéstese ahora. La veré por la mañana. Que descanse bien, princesa.
-Ahora recuerdo esa razón -señaló ella repentinamente.
El se volvió hacia ella. -¿Sí?
-¿Quiere que se la cuente?
-Sí, claro.

Ella se quedó mirándolo durante un largo rato. Sus dudas fueron elocuentes. Tanto
como su vulnerabilidad. -¿Quiere que sea honesta con usted?
Damon asintió. -Por supuesto que sí.
-Muy bien entonces. Seré honesta. Su padre me aconsejó que no confiara en usted,
pero como usted insistió en saber y yo prometí ser sincera...
-¿Sí? -la urgió.
-He venido a Londres a casarme con usted.


De pronto, él sintió hambre otra vez. Era algo muy peculiar cómo ese apetito
estallaba dentro de su cuerpo repentinamente. Nunca había avisos previos. Se había
convencido de que no saldría dé cacería durante un largo, largo tiempo, pero ahora, a
medianoche, parado frente a la puerta de la biblioteca de sir Johnston, escuchando los
últimos chismes sobre el regente del príncipe, bebiendo sorbo a sorbo su coñac junto a
varios caballeros nobles de la alta sociedad, se sintió prácticamente devastado por su
necesidad .
Sentía que el control lo abandonaba. Los ojos le ardían. Le dolía el estómago.
Estaba vacío, vacío, vacío.

Tenía que alimentarse otra vez. 

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