Londres,
Inglaterra, 1820
Ellos lo llamaban
Delfín. El la llamaba La Mocosa. La princesa Elena ignoraba por qué habían
apodado a Damon, el hijo de su tutor, con el nombre de un mamífero de mar, pero
sí sabía por qué él la había bautizado con ese mote. Ella se lo había ganado.
Realmente había sido
una malcriada desde que era pequeñita y la única vez en que, Damon y su hermano
Jeremy habían estado con ella, Elena se había comportado vergonzosamente. Por
supuesto que no había sido más que una niñita entonces -y malcriada, por
cierto. Una circunstancia natural, ya que
era hija única y todos sus parientes y sirvientes la complacían en todo.
Sus padres habían sido dotados de una infinita
paciencia e ignoraron su impertinente comportamiento hasta que Elena se extralimitó
más de la cuenta y debió ajustarse a ciertas normas.
Cuando sus padres la
llevaron a Inglaterra a pasar unas cortas vacaciones, Elena era muy
pequeña. Por consiguiente, sólo guardaba
un vago recuerdo del duque y la duquesa de Mystic Falls. De las hijas del matrimonio, no tenía imagen
alguna. Sólo se acordaba remotamente de
los dos varones mayores. Jeremy y Damon. En su mente, los evocaba como gigantes. Por supuesto, ella era una niña y ambos muchachos,
adultos. Tal vez, su memoria había exagerado un poco el tamaño de los hijos el
duque. Pero estaba segura de que, en la
actualidad, no podría reconocerlos si se los presentaran entre unas cuantas personas. Tenía la esperanza de que Damon hubiera
olvidado lo mal que se había comportado en aquella oportunidad y el apodo de Mocosa
que le había dado. Si se llevaba bien
con Damon, podría hacer frente a su nueva vida de un modo más sencillo.
Las dos responsabilidades
que estaba a punto de asumir serían dificiles, por lo que le resultaba
imperativo poder llegar a puerto seguro al final de cada día.
Elena llegó a
Inglaterra en una espantosa mañana de lunes e, inmediatamente, la condujeron a
la residencia campestre del duque de Mystic Falls. La muchacha no se sentía muy bien, pero
achacaba sus náuseas al nerviosismo y a la ansiedad. Se recuperó rápidamente, pues la familia le
brindó una bienvenida calurosa y sincera.
Tanto el duque como la duquesa la trataron de igual a igual, por lo que
su incomodidad pronto se disipó. No le daban ninguna
consideración especial y, en ocasiones, hasta se le permitía opinar libremente. Sólo hubo una sustanciosa discusión entre Elena
y su tutor. El y su esposa la llevarían
a Londres y abrirían la mansión que tenían allí para inaugurar la
temporada.
Elena concertó más de
quince citas, pero pocos días antes de la partida para la ciudad, el duque y la
duquesa enfermaron.
Elena quería ir
sola. Insistió en que no deseaba ser una
carga para nadie y en que quería alquilar una casa para ella en la ciudad
durante la temporada. La duquesa tuvo palpitaciones
con sólo pensar en esa perspectiva, pero de todas maneras, Elena se mantuvo
firme. Recordó a su tutor que, después
de todo, ella ya era una adulta y que, como tal, sabía cuidarse sola. Pero el duque no quiso entender razones. El debate se prolongó durante días. Al final, se decidió que Elena viviera en
casa de Jeremy y su esposa Bonnie mientras estuvieran en Londres.
Desgraciadamente, justo
el día anterior de la llegada de Elena a la ciudad, Jeremy y su esposa
enfermaron del mismo y misterioso mal que habían contraído el duque, la duquesa
y las cuatro hijas de ambos.La última posibilidad
que quedaba entonces era Damon. Si Elena
no hubiera contraído tantos compromisos con las amistades de su padre, se
habría quedado en el campo hasta que el duque se recuperase, No era su deseo
incomodar a Damon, especialmente después de haber escuchado de labios de su
padre lo mal que había pasado los últimos dos años. Elena supuso que lo que menos le hacía falta
a Damon en ese momento era un caos. No
obstante, el duque de Mystic Falls insistió sobremanera en que
Elena aprovechase la
hospitalidad del joven y no habría sido cortés de su parte hacer oídos sordos a
los deseos de su tutor. Además, si compartía el mismo techo con él unos pocos días,
tal vez le resultara más simple hacerle la petición que debía formularle.Llegó a la puerta de Damon
poco después de la hora de cenar. El ya
había salido.
Elena, su dama de
compañía y dos criados de confianza entraron al vestíbulo de baldosas blancas y
negras para entregar la nota de presentación que había escrito el duque de
Mystic Falls al mayordomo, un apuesto joven llamado Tyler. No tendría más de veinticinco años. La llegada de Elena, obviamente, lo había
tomado por sorpresa, ya que no dejaba de hacerle reverencias y ponerse colorado
hasta la raíz de su cabello extremadamente negro. Elena no sabía cómo actuar para que el joven
no se sintiera tan incómodo.
-Es un gran honor
contar con la presencia de una princesa en esta casa -tartamudeó el
mayordomo. Tragó saliva y luego volvió a
repetir el mismo anuncio.
-Espero que su señor
opine lo mismo, señor -respondió ella-. No quiero ser un problema.
-No, no -contestó Tyler
de inmediato, obviamente azorado ante la posibilidad-. Jamás usted podría ser un problema.
-Muy amable de su
parte, señora -Tyler volvió a tragar saliva.
Con un preocupado tono de voz, dijo: -Pero, princesa Elena, no creo que
haya lugar para todo su personal. -El rostro del mayordomo ardía de la vergüenza.
-Ya nos arreglaremos
-le aseguró ella con una sonrisa, tratando de hacerlo sentir algo más
cómodo. El pobre joven parecía a punto
de desvanecerse-. El duque de Mystic
Falls insistió en que viniera con estos dos guardías y no podría ir de viaje a
ninguna parte sin mi dama de compañía.
Se llama Caroline. La duquesa la
escogió personalmente para mí. Caroline
ha vivido en Londres, sabe, pero nació y se crió en la tierra de mi padre. ¿No
fue una maravillosa coincidencia que ella se presentara para este cargo? Sí, claro que sí -se contestó antes que Tyler
pudiera abrir la boca-. Y como acabamos
de emplearla, no puedo dejar que se vaya.
No sería cortés, ¿verdad? Usted
me comprende. Ya me doy cuenta de ello.
Tyler hacía rato que
había perdido el hilo de la explicación, pero de todas maneras asintió con la
cabeza, sólo para complacerla.
Finalmente, logró arrancar la mirada del rostro de la Elena
princesa. Hizo una reverencia a su dama
de compañía y luego echó a perder todo su tratamiento diplomático al comentar:
-Es sólo una niña.
-Caroline tiene un año
más que yo -explicó Elena. Se volvió a
la rubia muchachita y le habló en un idioma que Tyler nunca había escuchado
antes. Parecía francés, aunque sabía
positivamente que no se trataba de esa lengua.
-¿Alguno de sus criados
habla inglés? -preguntó él.
-Cuando quieren
-contestó ella. Desató las cintas del
cuello de su capa bordó con forro de piel. Uno de los guardias, alto,
musculoso, moreno y de mirada amenazante, avanzó un paso para tomar la prenda
de sus manos. Ella le agradeció antes de volver a dirigirse a Tyler-. Me
gustaría retirarme a mi cuarto. El viaje hasta aquí nos ha llevado todo el día,
señor, por la lluvia, y estoy congelada hasta los huesos. El tiempo está horrendo
fuera -agregó asintiendo con la cabeza-. La lluvia parecía cortarnos por la
mitad,. ¿No es así, Matt?
-Sí, claro que sí, princesa
-coincidió con una voz sorprendentemente suave el guardia.
-Realmente, estamos
todos bastante cansados -dijo ella a Tyler.
-Por supuesto que deben
de estarlo -comentó Tyler-. Si tienen a bien seguirme, por favor -les solicitó.
Comenzó a subir las escaleras, con la princesa a su lado-. Hay cuatro habitaciones
en el primer piso y tres habitaciones más para los sirvientes en el piso de arriba,
princesa Elena. Si sus guardias no tienen problemas en...
-Matt y Paul no tendrán
problemas en compartir las habitaciones -le aseguró ella, al ver que no
continuaba-. Señor, todo esto es temporal hasta que el hermano de Damon y su
esposa se recuperen de esta enfermedad. Me mudaré con ellos lo antes posible.
Tyler tomó a Elena por
el codo para ayudarla a subir el resto de las escaleras.
Parecía tan ansioso por
colaborar, que Elena no tuvo el coraje de decirle que ella no necesitaba
ninguna asistencia. Si lo hacía feliz tratarla como a una mujer de edad, se lo permitiría.
Habían llegado a
destino cuando el mayordomo se dio cuenta de que los guardias no les seguían.
Ambos hombres habían desaparecido en la parte posterior de la casa.
Elena explicó al
sirviente que el motivo de tal actitud obedecía a que era su obligación familiarizarse
con las instalaciones de la casa, con todas las posibles entradas y salidas de la
misma. También le aseguró que, cuando terminaran la tarea, subirían a la
alcoba.
-¿Pero por qué habrían
de tener interés en...?
Elena no lo dejó
terminar.
-Porque quieren que estemos seguros, señor.
Tyler asintió con la
cabeza, aunque, en realidad, no tenía ni la menor idea de lo que la muchacha
estaba diciendo.
-¿Le importaría ocupar
el cuarto de mi señor esta noche? Las sábanas se cambiaron esta mañana y las
otras alcobas no están listas para recibir visitas. Los sirvientes de esta casa
somos la cocinera y yo nada más, por la dificil situación financiera por la que
está pasando mi señor en estos momentos. Por eso, no me pareció necesario hacer
las otras camas. No sabía que...
-No debe preocuparse -lo
interrumpió ella-. Ya nos arreglaremos, se lo prometo.
-Qué bueno que sea tan
comprensiva. Mañana a primera hora llevaré sus pertenencias al cuarto de
huéspedes más grande.
-¿No se olvida de Damon?
-preguntó ella-. Tal vez se irrite al encontrarme en su cama.
Tyler imaginó
justamente lo contrario y se puso colorado por sus pensamientos pervertidos. Se
dio cuenta de que aún estaba un poco agitado y, por lo tanto, estaba actuando
como un bobalicón. Sin embargo, la inesperada visita de los huéspedes no era lo
que lo tenía tan alterado. No, más bien era por la princesa Elena. Era la mujer
más hermosa que había visto en su vida. Cada vez que la miraba olvidaba hasta
cómo se llamaba. Sus ojos eran de un extraño matiz café y las pestañas
renegridas, larguísimas y arqueadas. Todo el rostro transmitía un aire de
pureza exquisita. Sólo una fina hilera de pecas sobre el tabique nasal
interrumpía la blancura de su piel, pero Tyler pensó que hasta ese pequeño
defecto era maravilloso.
Carraspeó en un intento
por clarificar sus pensamientos. -Estoy seguro de que a mi señor no le
importará dormir en otro cuarto esta noche. Lo más probable es que no regrese sino
hasta mañana por la mañana de todas maneras. Regresó al astillero Esmeralda a terminar
con unos papeles y, por lo general, termina pasando la noche allí. El tiempo se
le pasa volando.
Después de ilustrarla
con tal explicación, Tyler comenzó a conducirla por el corredor. Había cuatro
alcobas en el primer piso. La primera puerta estaba abierta de par en par. Los
dos se detuvieron a la entrada.
-Este es el estudio,
princesa -anunció Tyler-.Está un poco desordenado, pero mi señor no me permite
que toque nada.
Elena sonrió. Estaba
algo más que desordenado. Había pilas de papeles por todos lados. No obstante,
parecía un recinto acogedor y cálido. Un escritorio de caoba estaba situado
frente a la puerta. A la izquierda había una chimenea, una silla de cuero
marrón y un taburete del mismo estilo para descansar los pies. Entre ambos, un
hermoso tapete, en bordó y marrón. Los libros se alineaban sobre los estantes
contra las paredes, y en el pequeño armario de madera que se había dispuesto en
un rincón se veía una gran cantidad de libros de contabilidad.
El estudio era una sala
eminentemente masculina. Los aromas de coñac y cuero flotaban en el ambiente.
El aroma le resultó bastante agradable. Hasta se imaginó acurrucada en uno de
los sillones, frente al fuego, en bata y pantuflas, leyendo los últimos informes
de su estado financiero.
Tyler la urgió a seguir
con el recorrido por el pasillo. La segunda puerta, correspondía a la alcoba de
Damon. El mayordomo se apresuró para abrirla.
-¿Su señor tiene la
costumbre de trabajara estas horas? -preguntó Elena.
-Sí -respondió Tyler-.
Comenzó con la empresa hace unos cuantos años, con su buen amigo, el marqués de
Saint Stefan. Ambos tienen que librar una dura batalla. La competencia es
feroz.
Elena asintió. -El
astillero Esmeralda tiene una excelente reputación.
-¿De verdad?
-Oh, sí. El padre de Damon
moriría por comprar algunas acciones. Sería una inversión segura, pero los
socios no quieren vender.
-Quieren mantener la
mayoría -explicó Tyler. Entonces sonrió-. Escuché decírselo a su padre.
Elena asintió. Luego
entró al cuarto olvidando el tema. Tyler advirtió que hacía mucho frío allí,
por lo que se apresuró a encender la chimenea. Caroline, meneando las caderas
con sus vaporosas faldas, se dirigió hacia la mesa de noche para encender las velas
del candelabro.
El cuarto de Damon era
tan masculino y atractivo como su estudio...La cama miraba hacia la puerta. Era
muy amplia y tenía una colcha color chocolate. Para las paredes, se había
escogido un beige claro, el contraste ideal para los muebles de caoba, concluyó
Elena.
A los lados de la
cabecera había dos ventanas con cortinas en satén beige. Caroline desató los
cordones que las sujetaban para mantener el cuarto a oscuras, aislado de las luces
de la calle.
A la izquierda de Elena
había una puerta que conducía al estudio y otra a la derecha, junto a un alto
biombo. Se dirigió a esta segunda puerta, la abrió de par en par y encontró una
alcoba adyacente. Los colores de la misma eran idénticos a los de la habitación
principal, aunque la cama era de mucho menor tamaño.
-Esta es una casa
maravillosa -declaró Elena-. Damon supo escoger muy bien.
-El no es propietario
de la casa -le dijo Tyler-. Su apoderado se la consiguió por una renta muy
baja. Cuando termine el verano, tendremos que mudarnos porque los dueños regresarán
de las Américas.
Elena trató de
disimular su sonrisa. Dudaba mucho que a Damon le agradara que su sirviente
divulgara sus secretos financieros. Tyler era el criado más entusiasta que ella
jamás había conocido. Muy honesto, por lo que supo ganarse de inmediato la
simpatía de la muchacha.
-Mañana trasladaré sus
cosas al cuarto contiguo -gritó Tyler cuando advirtió que la joven recorría
aquella habitación. Se volvió hacia la chimenea, echó otro leño al fuego y luego
se puso de pie. Se limpió las manos en los pantalones-. Estos dos cuartos son
los más grandes -le explicó-. Los otros dos que están en el piso son bastante
pequeños. La puerta tiene cerradura -agregó asintiendo con la cabeza.
El guardia de cabellos
oscuros, Matt, llamó a la puerta. Elena se apresuró hacia la puerta para
escuchar la explicación que daba en susurros.
-Matt acaba de
informarme que una de las ventanas de abajo tiene el seguro roto.
Solicita su permiso
para repararla.
-¿Ahora? -preguntó Tyler.
-Sí -contestó ella-. Matt
es muy meticuloso -agregó-. No descansará tranquilo hasta que la casa esté
segura.
Elena no esperó el
permiso del mayordomo. Sólo asintió en dirección al guardia para autorizarlo
personalmente. Caroline ya había extraído de la maleta el camisón y la bata de la
princesa. Elena se volvió para ayudarla justo cuando la muchacha esgrimió un
audible bostezo.
-Caroline, vete a
dormir. Mañana habrá tiempo de sobra para ordenar el resto de mis cosas.
La criada hizo una
profunda reverencia a su señora. Tyler se adelantó de inmediato. Sugirió que la
muchacha ocupara la última habitación que estaba al final del corredor. Era la
más pequeña de todas, explicó, pero tenía una cama bastante cómoda y un entorno
muy acogedor. Estaba seguro de que sería del agrado de Caroline. Después de dar
las buenas noches a Elena, acompañó a la criada para que se instalara en la
alcoba.
Elena se quedó dormida
poco menos que treinta minutos después. Como era un hábito en ella, durmió
profundamente durante varias horas, pero a las dos de la madrugada se despertó.
Desde que había vuelto a Inglaterra, no había logrado dormir toda una noche de
corrido y se había acostumbrado a esa condición. Se puso la bata, agregó otro
leño al fuego y volvió a la cama con una pila de papeles. Se dispuso a leer el
informe de su agente sobre el actual estado financiero de su Lloyd's de
Londres. Si con eso no conseguía adormecerse, se pondría a elaborar una lista
de sus propiedades.
Una bulliciosa
conmoción que provenía desde abajo interrumpió su concentración.
Reconoció la voz de Tyler
y por la desesperación de su tono, se dio cuenta de que trataba de apaciguar a
su señor.
Por pura curiosidad Elena
se levantó de la cama. Se puso las pantuflas, aseguró el cinturón de su bata y
fue hacia las escaleras. Se quedó escondida en las sombras, pero el
vestíbulo de abajo estaba completamente
iluminado. Soltó un pequeño suspiro al ver que Matt y Paul bloqueaban el paso
de Damon. Estaba de espaldas a ella, pero Matt, casualmente, levantó la vista y
la vio. Inmediatamente, ella le hizo una señal para que se fuera. Matt codeó a
su compañero, hizo una reverencia a Damon y luego se marchó del vestíbulo.
Tyler no advirtió la
partida de los guardias. Tampoco la presencia de Elena. Jamás habría seguido
indefinidamente con su perorata de haber sabido que Elena estaba allí para escuchar
cada una de sus palabras.
-Ella es tal cual
imaginé que sería una princesa -explicó a su señor con la voz cargada de
entusiasmo-. Tiene la cabellera del color castaño y los rizos parecen flotar alrededor
por encima de sus hombros. Tiene los ojos cafés, pero de un tono que jamás había
visto antes. Son tan brillantes y tan claros. Y seguramente, le llevará unos
cuantos centímetros de estatura. Vaya, si hasta yo parecía un gigante a su
lado, uno medio bobo, cada vez que ella me miraba a los ojos. Tiene pecas,
milord. -Tyler se detuvo lo suficiente como para tomar aire.- Es realmente
maravillosa.
Damon no estaba
prestando demasiada atención a la descripción del mayordomo.
Había estado a punto de
dar un puñetazo a uno de los desconocidos que le habían bloqueado la entrada y
luego poner a ambos de patitas en la calle, cuando Tyler apareció a toda prisa
para explicar que se trataba de guardias que había enviado el duque de Mystic
Falls.
Damon soltó al más
robusto de los guardaespaldas y, en ese momento, estaba buscando el informe que
su socio acababa de completar. Rezaba porque no se le hubiera olvidado en la
oficina, pues tenía la intención de pasar esos números a los libros de
contabilidad antes de irse a dormir.
Damon estaba de pésimo
humor. Realmente, le molestó que su criado hubiera interferido en la situación.
Una buena pelea a puño limpio le habría servido para descargar todas las
frustraciones del día.
Por fin encontró la
hoja que le faltaba, justo cuando Tyler comenzó otra vez.
-La princesa Elena es
de complexión delgada, pero no pude evitar reparar en las curvas perfectas de
su cuerpo.
-Basta -le dijo Damon,
con voz suave pero autoritaria.
Inmediatamente, el
sirviente dejó de lado su letanía sobre los considerables atributos de la
princesa Elena. Su desazón fue evidente en la desilusión de su rostro. Acababa
de empezar a ilustrarlo sobre el tema y sabía que tenía para seguir con los
detalles durante veinte minutos más, como mínimo. Pero si todavía no había
dicho nada de su sonrisa, ni del modo en que se movía...
-Muy bien, Tyler -dijo Damon,
interrumpiendo los pensamientos de su mayordomo-.
Vayamos al fondo de
todo esto. ¿De modo que una princesa decidió instalarse aquí con nosotros? ¿Es
correcto?
-Sí, milord.
-¿Porqué?
-¿Por qué, qué, milord?
Damon suspiró.
-¿Por qué supone
usted...?
-No me corresponde
suponer -le interrumpió Tyler.
-¿Y cuándo se detuvo
ante algo así?
Tyler sonrió. Actuaba
como si acabaran de elogiarlo.
Damon bostezó. Dios,
estaba cansado. No tenía humor para dedicarse a los asuntos de la empresa esa
noche. Se sentía exhausto por haber trabajado tantas horas en los libros de la
sociedad, frustrado por no haber logrado que los malditos números le dieran una
ganancia apropiada, y ya sin fuerzas para, luchar contra toda la competencia.
Tenía la sensación de que todos los días se abría un astillero nuevo.
Además de sus problemas
financieros, debía lidiar con los dolores y malestares personales. La pierna
izquierda, que se había lesionado varios años atrás en un percance sufrido en
alta mar, le latía terriblemente. Todo lo que deseaba en ese momento era
meterse en la cama con un coñac caliente.
Pero no estaba
dispuesto a ceder ante su fatiga. Todavía tenía trabajo que hacer antes de ir a
acostarse. Se quitó la capa y la arrojó a manos de Tyler. Colocó su bastón en
el paragüero y los papeles que traía sobre la mesita que estaba a un lado.
-Milord, ¿desea que le
traiga algo para beber?
-Beberé coñac en el
estudio -contestó-. ¿Por qué me llama "milord"? Ya le he dado permiso
para que me diga Damon.
-Pero eso fue antes.
-¿Antes de qué?
-Antes de que
tuviéramos a una princesa de verdad viviendo bajo el mismo techo que nosotros
-explico Tyler-. No sería correcto que yo lo llamara Damon ahora.
¿Preferiría que le
nombrara sir Salvatore? -preguntó, usando el título de caballero de Damon.
-Prefiero Damon.
-Pero ya le he
explicado, milord, que no es posible.
Damon rió. Tyler
parecía tan formal. Cada vez se parecía más al mayordomo de su hermano, Alaric.
Pero en realidad, Damon no debió haberse sorprendido. Alaric era el tío de Tyler
y había instalado al joven en casa de Damon para que aprendiera el oficio.
-Está tornándose tan
arrogante coma su tío -señaló Damon.
-Qué bueno que lo diga,
milord.
Damon volvió a reír.
Luego meneó la cabeza al sirviente. -Volvamos a la princesa, ¿le parece? ¿Por
qué está aquí?
-No me lo dijo -explicó
Tyler-. Y me pareció fuera de lugar preguntárselo.
-¿De modo que,
simplemente, la dejó entrar?
-Vino con una nota de
su padre.
Finalmente llegaron al
fondo de la cuestión.
-¿Dónde está esa nota?
-Yo la puse en el
salón... ¿o en el comedor?
-Vaya y traiga esa nota
-ordenó Damon-. Quizá la nota explique por qué la mujer se trajo a dos matones
con ella.
-Son sus guardias,
milord -explicó Tyler con tono defensivo-. Su padre los envió con ella -agregó,
asintiendo con la cabeza-. Y una princesa no viajaría con matones.
La expresión del rostro
de Tyler era casi cómica por lo maravillado que estaba con esa mujer.
Ciertamente, la princesa lo había impresionado sobremanera.
El mayordomo salió
corriendo al salón a buscar la famosa nota. Damon apagó las velas que estaban
sobre la mesa, cogió sus papeles y se dirigió hacia las escaleras.
Finalmente comprendió
por qué la princesa Elena estaba allí. Por supuesto que su padre estaba detrás
del plan. Sus intentos de casamentero cada vez eran más evidentes y Damon no
estaba de humor para soportar otro de sus jueguecitos.
Estaba a mitad de las
escaleras cuando la vio. La baranda lo salvó del bochorno. De no haber sido
porque estaba asiéndose firmemente a esta, se habría caído de espaldas. Tyler
no había exagerado. Era cierto que parecía toda una princesa. Hermosa. El
cabello flotaba por encima de sus hombros y realmente tenía el color castaño
rojizo.
Estaba vestida de
blanco y sólo Dios sabía que parecía una visión que los dioses habían enviado
para poner a prueba la fuerza de voluntad de Damon.
Y no pasó la prueba.
Aunque hizo todo lo que estuvo a su alcance, no logró controlar su respuesta
física hacia ella.
Indudablemente, su
padre había hecho un excelente trabajo esta vez. Damon tendría que recordar
felicitarlo por su última elección... después que la hiciera recoger sus cosas,
por supuesto.
Durante un largo rato
se quedaron parados mirándose fijamente. Ella esperaba que fuera él el primero
en hablar. Y él esperaba que fuera ella la que explicara su presencia allí.
Elena fue la primera en
ceder. Avanzó hasta que estuvo cerca del primer escalón.
Luego hizo una
reverencia con la cabeza y dijo: -Buenas noches, Damon. Qué bueno que volvamos
a vernos.
Su voz sonó maravillosamente
atractiva. Damon trató de concentrarse en lo que la joven acababa de decir.
Pero le resultó ridículamente dificil.
-¿Que volvamos a
vernos? -preguntó. Oh, Dios, qué tosco pareció.
-Sí, nos conocimos
cuando yo era una, niña y usted me había puesto el apodo de Mocosa.
El comentario forzó una
sonrisa reticente por parte de él. Sin embargo, no recordaba en absoluto
haberla conocido antes. -¿Y era una mocosa?
-Oh, sí -le contestó
ella-. Me contaron que hasta le he dado patadas -y varias veces-, pero eso fue
hace mucho tiempo. Ya he crecido y no creo que el apodo vaya conmigo ahora.
Además, hace años que no doy patadas a nadie.
Damon se apoyó contra
la baranda para no recargar tanto sobre su pierna lastimada el peso de su
cuerpo.
-¿Dónde nos conocimos?
-En la casa de campo de
su padre -explicó ella-. Mis padres y yo habíamos ido de visita y usted acababa
de llegar a su casa, desde Oxford. Su hermano acababa de graduarse.
Damon aún no podía
recordarla, pero no se sorprendió por eso. Sus padres siempre habían recibido
muchas visitas y él no prestaba atención a ninguna de ellas. La mayoría de
ellos eran desafortunados y su padre, que tenía el corazón grande como una
casa, siempre acogía en el seno de su hoyar a todos lo que le pidieran ayuda.
Elena tenía las manos
unidas y parecía estar muy relajada. Sin embargo, Damon advirtió la blancura de
sus dedos, a los que apretaba con fuerza, por temor o nerviosismo.
Entonces, no estaba tan
tranquila como pretendía hacerle creer. De pronto, su vulnerabilidad fue muy
aparente y Damon sintió la imperiosa necesidad de hacerla sentir más cómoda.
-¿Dónde están sus
padres ahora? -le preguntó.
-Mi padre falleció
cuando yo tenía once años -le contestó- y mi madre, el verano siguiente.
¿Señor, quiere que lo ayude a recoger sus papeles? -agregó precipitadamente con
la esperanza de cambiar de tema.
-¿Qué papeles?
Su sonrisa fue
encantadora.
-Los que se le han caído.
Damon bajó la vista y
vio los papeles desparramados por los peldaños. Se sentía como un rotundo
idiota, parado allí, tomando sólo aire en su puño cerrado. Sonrió ante su propia
preocupación. Por cierto, no era mejor que su mayordomo, pensó para sí, y Tyler
tenía una excusa aceptable para su comportamiento atontado. Era joven,
inexperto y bastante simplón.
Sin embargo, Damon
debía saber cómo desenvolverse en una situación así. Era mucho mayor que su
sirviente, tanto en años como en experiencia. Claro que esa noche estaba
agotado, concluyó, razón por la que seguramente estaba comportándose como un
tarado.
Además, la muchachita
era una preciosidad. El soltó un suspiro. -Después recogeré los papeles -le
dijo él-. ¿Cuál es exactamente, el motivo de su presencia en esta casa,
princesa Elena? -le preguntó Damon sin preámbulos.
-Su hermano y su cuñada
están enfermos -explicó ella-. Se suponía que yo debía alojarme en casa de
ellos mientras estuviera en la ciudad, pero en el último momento se
indispusieron y se me informó que debía permanecer en su casa, hasta que ellos
se recuperasen.
-¿Quién le dio esas
instrucciones?
-Su padre.
-¿Y por qué tendría que
tener tanto interés?
-Es mi tutor, Damon.
Damon no pudo disimular
su sorpresa ante la novedad. Su padre jamás había mencionado que tenía a
alguien a su cargo, aunque Damon se daba cuenta de que no era de su
incumbencia. Su padre tenía un asesor y rara vez confiaba sus cosas a sus
hijos.
-¿Ha venido a Londres
para la temporada?
-No -respondió ella-.
Aunque realmente estoy ansiosa por ir a algunas fiestas y ver algunos sitios
tradicionales.
La curiosidad de Damon
se intensificó. Avanzó otro paso hacia ella.
-Realmente no quise causarle
ningún inconveniente -dijo ella-. Hice la sugerencia de alquilar una casa o
instalarme en la de sus padres, pero el duque de Mystic Falls no quiso
escucharme. Me dijo que no era apropiado. -Hizo una pausa y suspiró.- La verdad
es que no podía ponerme en su contra.
Vaya, qué bonita
sonrisa tenía. Y también era contagiosa. Se sorprendió correspondiendo la
sonrisa.
-Nadie puede ponerse en
contra de mi padre -coincidió él-.
Pero todavía no me ha
explicado el motivo de su presencia -le recordó.
-No, ¿verdad? Es de lo
más complicado -agregó, asintiendo con la cabeza-. Verá, no era necesario para
mí venir a Londres antes, pero ahora sí.
Damon meneó la cabeza
mirándola. -Las explicaciones a medias me vuelven loco. Yo soy muy frontal -un
rasgo que copié de mi socio, según se dice. Admiro profundamente la honestidad
porque es un raro ejemplar en la actualidad. Y mientras esté en mi casa, le agradeceré
total franqueza. ¿Estamos de acuerdo?
-Sí, por supuesto.
Elena se apretaba las
manos otra vez. Debió de haberla asustado. Probablemente, le pareció un ogro.
Por Dios, así estaba sintiéndose exactamente. Lamentaba que ella le tuviera
tanto temor, pero a la vez, se sentía satisfecho por haber logrado sus
objetivos.
Elena no había puesto
objeciones, pero tampoco se había mostrado sumisa. Damon detestaba la sumisión
femenina.
Trató de emplear un
tono suave al preguntarle. -¿Le molestaría contestarme algunas preguntas
pertinentes ahora?
-Por supuesto que no.
¿Qué desea saber?
-¿Por qué hay dos
guardias con usted? Ahora que ha llegado a destino, ¿no cree que habría que
despedirlos ya? ¿O pensó que le negaría hospitalidad?
Elena contestó la
última de las preguntas en primer lugar.
-Oh, jamás creí que me
negara alojamiento en su casa, señor. Su padre me aseguró que sería de lo más
cortés conmigo. Tyler tiene la nota que redactó para usted -agregó ella.-. Su
padre insistió en que conservara a los guardias a mi lado. Matt y Paul fueron
contratados por la madre superiora del convento donde yo vivía para que me
escoltaran hasta Inglaterra. Su padre insistió en que los conservara. Ninguno
de los dos tiene familia a quien echar de menos y reciben muy buena paga. No
tiene que preocuparse por ellos.
Damon contuvo su
exasperación. Se le veía tan severo. –No estaba preocupándome por ellos
-contestó. Sonrió y luego meneó la cabeza-. Sabe, me resulta muy dificil
arrancarle las respuestas que necesito.
Ella asintió. -La madre
superiora solía decirme lo mismo. Decía que era uno de mis principales
defectos. Lamento haberlo confundido. No fue mi intención, señor.
-Elena, mi padre está
detrás de todo este plan, ¿no es verdad? El la envió a mí.
-Sí y no.
De inmediato levantó
una mano para disipar su mirada ceñuda.
-No estoy yéndome por las ramas. Su padre me
envió aquí, pero sólo cuando se enteró de que su hermano y su cuñada
enfermaron. No creo que haya ningún plan en esta situación. A decir verdad, sus
padres querían que yo me quedara con ellos en el campo, hasta que se
recuperaran completamente y pudieran acompañarme a Londres. Y yo me habría
quedado gustosa si no hubiera contraído tantos compromisos.
Elena pareció franca,
pero a Damon todavía le resultaba dudoso que su padre no estuviera detrás de
todo eso. Hacía una semana, lo había visto en el club y tenía un aspecto
totalmente saludable. Damon también recordó la inevitable pelea. Su padre, oh, casualmente,
había sacado más el tema del matrimonio y urgió a Damon, una vez más, a que se
buscara una esposa. Damon fingió escucharlo con atención y después que su padre
pronunció hasta la última palabra de su discurso al respecto, le comunicó que
tenía todas las intenciones de permanecer soltero.
Elena no tenía idea de
lo que estaba pasando por la mente de Damon, pero su mirada ceñuda cada vez la
ponla más nerviosa. Ciertamente, parecía un hombre muy suspicaz. Le pareció
apuesto, con su cabellera cobriza y sus ojos que tiraban a verde. Por fin
brillaron cuando una sonrisa acudió a sus labios. También tenía un adorable
hoyuelo en la mejilla izquierda. Pero, Dios, su expresión se tornaba feroz cada
vez que fruncía el entrecejo. La intimidaba más que la madre superiora, y para Elena,
esa era una cualidad impresionante.
No pudo tolerar el
silicio durante mucho tiempo. -Su padre quiso hablar con usted sobre mis
circunstancias tan poco comunes -murmuró-.iba a ser muy específico en la cuestión.
-Cuando se trata de mi
padre y de sus planes, nunca nada es tan específico.
Elena irguió los
hombros y frunció el entrecejo. -Su padre es uno de los hombres más honorables
que jamás he tenido el placer de conocer. Siempre ha sido extremadamente amable
conmigo y sólo se preocupa por velar por mi bienestar.
Cuando terminó con la
defensa del padre de Damon, parecía totalmente exasperada. Este sonrió. -No
tiene que defenderlo de mí. Sé que mi padre es un hombre honorable. Es una de
las ciento y tantas razones por las que lo quiero.
Elena se relajó.
-Tiene mucha suerte al tener como padre a un
hombre tan íntegro.
-¿Usted tuvo la misma suerte?
-Oh, sí -respondió
ella-. Mi padre era un hombre maravilloso.
Elena comenzó a
retroceder cuando Damon terminó de ascender las escaleras. Se golpeó contra la
pared, de modo que se volvió y lentamente caminó por el pasillo hacia su cuarto.
Damon entrelazó sus
manos por detrás del cuerpo y comenzó a caminar junto a ella. Tyler tenía
razón, admitió en silencio. Le llevaba unos cuantos centímetros de estatura.
Tal vez, la altura la intimidaba.
-No tiene que temerme.
Ella se detuvo de
inmediato y se volvió para mirarlo.
-¿Temerle? ¿Y por qué rayos tendría que asumir
que le temo?
Parecía incrédula. Damon
se encogió de hombros.
-Retrocedió con bastante prisa cuando terminé
de subir las escaleras -señaló él simplemente. No mencionó el brillo de miedo
que detectó en su mirada, ni el modo nervioso en que la vio retorcerse las
manos. Si ella quería fingir que no le tenía miedo, le daría el gusto.
-Bueno, no tengo tantos
temores -anunció ella-. No estoy acostumbrada a mostrarme en público... en
camisón y bata. De hecho, Damon, me siento bastante segura aquí. Es una
sensación muy placentera. Ultimamente he vivido un tanto asustada.
Se ruborizó, como si la
confesión la avergonzara.
-¿Por qué ha vivido
asustada? -le preguntó él.
En lugar de contestar
la pregunta, Elena le dio la vuelta a la conversación.
-¿Quiere saber por qué he venido a Londres?
Damon casi se echó a
reír. ¿No era eso precisamente lo que había querido averiguar tan
diligentemente durante los últimos diez minutos? -Si quiere contármelo - dijo.
-En realidad, tengo dos
motivos para este viaje -comenzó-. Ambos son igualmente importantes para mí. El
primero involucra un misterio que estoy dispuesta a resolver. Hace más de un
año, conocí a una joven dama llamada Katerina
Petrova. Se quedó en el convento de la Sagrada Cruz por el mal que la
aquejaba. Verá, viajaba por toda Austria con su familia cuando enfermó. Las
hermanas de la Sagrada Cruz son famosas por sus habilidades como enfermeras y
cuando se determinó que Katerina podría
recuperarse, la familia sintió que lo mejor sería dejarla allá para que completara
su cura. Pronto nos hicimos amigas y después que regresó a Inglaterra me escribió
por lo menos una vez al mes. A veces, más a menudo. Ojalá hubiera conservado
esas cartas, porque en dos o tres de ellas, hizo mención de un admirador
secreto que estaba cortejándola. A ella le parecía todo muy romántico.
-Petrova... ¿dónde he
escuchado antes ese nombre? -se preguntó Damon en voz alta.
-No lo sé, señor.
El sonrió.
-No debí haberla interrumpido. Por favor,
continúe.
Ella asintió.
-La última carta que recibí tenía fecha del
primero de septiembre. La contesté de inmediato, pero no he tenido noticias
desde entonces. Por supuesto que me preocupé. Cuando llegué a casa de su padre,
le comuniqué que enviaría a un mensajero a casa de Katerina para solicitar una entrevista. Quería ponerme
al día con los últimos acontecimientos. Katerina llevaba una vida de lo más excitante y por
eso me encantaba leer sus cartas.
-¿Y consiguió la
entrevista?
-No -le contestó Elena.
Se detuvo y se volvió para mirar a Damon-. Su padre me contó lo del escándalo.
Supuestamente Katerina huyó con un
hombre de un estrato social inferior al de ella. Se casaron en Gretna Green.
¿Puede creer en semejante historia? La familia de ella sí la creyó. Su padre me
contó que la desheredaron.
-Ahora lo recuerdo. Yo
también escuché rumores de ese escándalo.
-No es cierto.
Damon alzó una ceja por
la vehemencia del tono de voz de la muchacha.
-¿No? -le preguntó.
-No, no es cierto -dijo
ella-. Soy muy buena juez de caracteres, Damon y le aseguro que Katerina no
habría huido. Simplemente, no es esa clase de persona. Voy a averiguar qué es
lo que le ha pasado realmente. Puede estar en peligro y tal vez necesite mi
ayuda -agregó-. Mañana le enviaré una nota a su hermano Niklaus y le pediré una entrevista.
-No creo que la familia
quiera que salga a relucir otra vez el bochorno que debieron soportar por culpa
de su hija.
-Seré de lo más
discreta.
En su voz fue evidente
la sinceridad. Era bastante melodramática, pero tan hermosa, que resultaba
extremadamente dificil prestar atención a lo que estaba diciendo. Sus ojos lo cautivaban.
Por casualidad, Damon advirtió que Elena tenía la mano sobre el picaporte de la
puerta de su alcoba. La fragancia de su perfume lo distrajo momentáneamente. El
remoto aroma a rosas flotó en el aire entre ambos. Inmediatamente, Damon
retrocedió un pasoso para poner cierta distancia.
-¿Le importa que duerma
en su cama?
-No sabía que estuviera
allí.
-Tyler mudará mis cosas
al cuarto contiguo mañana por la mañana. No creía que usted regresara a casa
esta noche. Es sólo por hoy, señor, pero ahora que ha tenido tiempo de poner
las sábanas en la cama de al eso, me sentiré más que complacida en poder
devolverle la suya.
-Mañana nos
cambiaremos.
-Es usted muy amable
conmigo. Gracias.
Por fin Damon notó los
círculos negros debajo de sus ojos. Evidentemente, estaba agotada y él había
estado robándole horas de sueño con sus preguntas.
***-Necesita descansar,
Elena. Estamos en plena noche.
Ella asintió y abrió la
puerta de la alcoba. -Buenas noches, Damon. Gracias otra vez
por ser tan
hospitalario.
-No podría volver la
espalda a una princesa que no tiene muy buena suerte -dijo él.
-¿Cómo ha dicho? -Elena
no tenía ni la más remota idea de por qué habría dicho.
semejante cosa. ¿De
dónde habría sacado que ella tenía mala suerte?
-Elena, ¿cuál es la otra
razón por la que ha venido a Londres?
Ella pareció confundida
por la pregunta. Damon decidió que esa segunda razón tal
vez no fuera tan
importante. -Lo mío es simple curiosidad -admitió, encogiéndose de
hombros-. Usted
mencionó que había venido por dos motivos y yo pensé... Bueno, no
importa. Acuéstese
ahora. La veré por la mañana. Que descanse bien, princesa.
-Ahora recuerdo esa
razón -señaló ella repentinamente.
El se volvió hacia
ella. -¿Sí?
-¿Quiere que se la
cuente?
-Sí, claro.
Ella se quedó mirándolo
durante un largo rato. Sus dudas fueron elocuentes. Tanto
como su vulnerabilidad.
-¿Quiere que sea honesta con usted?
Damon asintió. -Por
supuesto que sí.
-Muy bien entonces.
Seré honesta. Su padre me aconsejó que no confiara en usted,
pero como usted
insistió en saber y yo prometí ser sincera...
-¿Sí? -la urgió.
-He venido a Londres a
casarme con usted.
De pronto, él sintió
hambre otra vez. Era algo muy peculiar cómo ese apetito
estallaba dentro de su
cuerpo repentinamente. Nunca había avisos previos. Se había
convencido de que no
saldría dé cacería durante un largo, largo tiempo, pero ahora, a
medianoche, parado
frente a la puerta de la biblioteca de sir Johnston, escuchando los
últimos chismes sobre
el regente del príncipe, bebiendo sorbo a sorbo su coñac junto a
varios caballeros
nobles de la alta sociedad, se sintió prácticamente devastado por su
necesidad .
Sentía que el control
lo abandonaba. Los ojos le ardían. Le dolía el estómago.
Estaba vacío, vacío,
vacío.
Tenía que alimentarse
otra vez.
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