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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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12 enero 2013

Cruel Capitulo 05


CAPÍTULO 05
SE HABÍA armado un gran revuelo en el vestíbulo, donde los empleados del hotel intentaban echar a los fotógrafos. Elena Gilbert estaba equivocada si pensaba que podía amenazarlo con lo del embarazo. Pero, por otro lado, las fantásticas revelaciones... el hecho de que hubiera sido virgen aquella noche, el hecho de que no se hubiera acostado con Donovan ... era algo que no podía sacarse de la cabeza, ¿Era posible?

Justo en ese momento, oyó tras él la puerta giratoria y sintió una mano dándole una palmadita en la espalda. Se giró para ver allí a su amigo.
—Maggie está intentando controlar las habladurías ahí dentro. ¿Te importaría decirme quién era esa chica y por qué se ha armado todo este revuelo con la prensa?
Damon  negó con la cabeza. Por mucho que admiraba y respetaba a su amigo, no podía articular palabra.
—Una advertencia, amigo mío —le susurró Caleb, —las pelirrojas son peligrosas. Yo debería saberlo bien. Desde el momento en que vi a Maggie, ella puso mi mundo patas arriba.
—Créeme, Esto no se parece en nada a la relación que tenéis Maggie y tú.
Mientras Damon  se disponía a volver a entrar en el hotel, sintió de nuevo esa extraña sensación en el pecho... aunque esta vez estaba seguro de que se quedaría ahí dentro por mucho tiempo.


La tarde siguiente, Elena regresaba a su casa después de otra infructuosa jomada buscando trabajo. Esa mañana se había levantado con unas náuseas peores de lo habitual, sin duda como resultado de la estupidez que había cometido la noche anterior. Había estado nerviosa todo el día, esperando que Damon  apareciera en cualquier parte y la estrangulara.
Y cuando llegó a su apartamento se le erizó el vello de la nuca al encontrarse la puerta ligeramente abierta. En ese momento supo que preferiría toparse con un ladrón antes que tener que enfrentarse a la persona que sabía que estaba esperándola. Y también sabía que de nada le serviría salir corriendo. Con el corazón latiéndole a mil por hora, empujó la puerta.
Damon  Salvatore estaba junto al sofá. Llevaba unos pantalones vaqueros oscuros que se aferraban a sus poderosos muslos y un polo oscuro y una chaqueta de cuero marrón que lo hacía parecer diabólico e impresionantemente guapo. No pudo hablar al detenerse en el umbral de la puerta. Ni siquiera se molestó en preguntarle cómo había entrado.
Sin dejar de mirarla, él sacó un pedazo de papel y le preguntó:
—¿Por qué te está chantajeando Stefan  Donovan ?
—¿Cómo te atreves a fisgonear entre mis cosas privadas? —aterrorizada, se acercó para quitarle la carta, pero Damon  la agarró del brazo y apartó la carta.
—¿Por qué te está chantajeando Stefan  Donovan ? —repitió con dureza.
—Porque no me acosté con él — intentó soltarse, pero él no se lo permitió. —Pagó las deudas de Nicklaus sin que yo lo supiera y esperaba que le mostrara mi gratitud... —tragó saliva— convirtiéndome en su amante —se estremeció al recordar cómo había intentado forzarla.
Damon  seguía agarrándola del brazo y, por alguna estúpida razón, ella se sintió protegida.
—Está amenazándome con hacerme pagar la deuda si no cambio de opinión.
—Pero debía de estar muy seguro de cuál iba a ser tu respuesta si pagó la deuda por adelantado.
Elena se sintió dolida por el comentario. Lo cierto era que Stefan  era un sociópata arrogante que tenía una noción exagerada de su atractivo. Como confidente de Nicklaus, sabía lo vulnerable que era ella y había dado por hecho que Elena se iría con él si le solucionaba el tema de las deudas. Al ver que no fue así, se volvió desagradable instantáneamente.
—Bueno, pues no recibió la respuesta que esperaba.
—¿Te hizo daño? —le preguntó Damon  apretándole el brazo con más fuerza.
Elena contuvo el aliento mientras recordaba lo aterrorizada que había estado aquel día al ver a Donovan  acercándose más y más a ella, al intentar calmarlo, al buscar una forma de escapar de él...
—No... el... el conserje apareció en la puerta y pude librarme de él antes de que pasara nada.
Damon  miró a Elena y, para su sorpresa, no tuvo duda de que el terror que veía en el rostro de la joven era real, Creía en ella, y eso era porque finalmente había tenido que admitir que también la creyó la noche anterior cuando le dijo que era virgen el día que se conocieron. Las señales que había ignorado aquella noche eran algo que no se podía negar.
Pero entonces, ¿por qué Elena había aceptado lo que Donovan  le había dado? ¿Y qué hacía en el club aquella noche? Seguramente estaba buscando un pez más gordo al que engatusar y él, como un tonto, había mordido el anzuelo...
Elena estaba temblando, el modo en que su cuerpo había reaccionado al ver a Damon  resultaba perturbador. Finalmente logró soltarse y dio un paso atrás.
—Y antes de que me acuses de eso, tengo que decirte que yo no tuve nada que ver con el circo mediático que se organizó anoche en el hotel.
Damon  enarcó una ceja con gesto de incredulidad y dio un paso al frente, ante lo que ella respondió dando un paso más atrás.
—Lo siento, pero no me lo creo. Tú lo orquestaste todo porque ahora has encontrado el modo de reclamar tu gran premio. Después de todo, si Bonnie se hubiera casado con tu hermano, su herencia era sólo una parte de lo que yo tengo. Eres una chica lista. Debes de haberte felicitado por haber logrado reservar tu virginidad para el mejor postor... ¿o es simplemente que Donovan  no te gustaba físicamente? Tal vez estabas pensando volver al lado de Donovan  si no encontrabas antes un protector más atractivo y más rico.
A Elena le dolieron esas insultantes palabras y, por un instante, se sintió tan mareada que pensó que se desmayaría.
—Eres un...
—Ah, ah —la detuvo, acercándose un poco más.
Su presencia resultaba enorme y amenazadora, y aun así Elena se dio cuenta de que no se sentía físicamente amenazada... no del modo que Donovan  la había hecho sentir. Ésa era una clase de amenaza muy distinta, y tenía mucho que ver con el modo en que su cuerpo parecía estar lleno de diminutos imanes que querían ir en una única dirección: hacia él. Y eso la mataba.
—La historia de un heredero Salvatore ya se ha extendido entre la prensa de aquí y la italiana. Va a ser imposible negarlo sin crear una tormenta aún mayor.
—¿Y por qué habría que negarlo? Es verdad —dijo ella con amargura.
Damon  apartó la mirada un instante y se pasó una impaciente mano por el pelo, dejándoselo alborotado. Cuando volvió a mirarla, sus ojos eran absolutamente despiadados, absolutamente fríos.
—¿Tienes pruebas?
Eso le dolió, pero sí que las tenía. Había guardado el informe del doctor en el que decía cuándo nacería el niño aproximadamente, la lista de comidas que tenía que evitar, qué vitaminas tomar, y la fecha de su próxima cita en el hospital. Sacó el papel de su bolso y se lo entregó.
A Damon  no le fue difícil calcular que las fechas encajaban con aquella noche en Londres. El informe parecía auténtico y, aunque tenía la posibilidad de contactar con ese médico para verificarlo, no le pareció necesario.
Elena se cruzó de brazos y dijo:
—¿Lo ves? A menos que después de estar contigo me fuera directamente a la cama con otro... cosa que no hice... el bebé es tuyo.
Elena le había hablado con voz temblorosa y se sentía extraña, mareada. Le oyó decir algo inteligible, a lo lejos, y antes de poder darse cuenta, estaba sentada junto a la mesa mientas Damon  le servía un vaso de agua.
—Bébetelo —dijo él con una actitud que indicaba claramente que le disgustaba estar allí.
Esperando que no notara el temblor de su mano, Elena tomó el vaso y dio un sorbo antes, de dejar el vaso sobre la mesa. Al alzar la vista lo vio de pie, demasiado cerca de ella, y no pudo soportarlo. Se levantó y deprisa se situó en un extremo de la habitación, de pie tras un sillón.
Damon  se metió las manos en los bolsillos y dijo:
—Podrías haberle mentido al médico con las fechas. ¿Cómo puedo saber con seguridad que es mi hijo?
En cuanto habló, esas palabras tuvieron un extraño efecto en él: «su hijo», una afirmación de su maternidad. Y, por mucho que quisiera negarlo, en ese momento creyó que era cierto, aunque no sabía por qué y eso lo irritaba. Odiaba el hecho de no poder basarse en hechos concretos, pero el instinto era abrumador.
—Esa pregunta no es digna de respuesta. Si te sirve de consuelo, te diré que no puedes imaginarte lo mucho que lamento habértelo contado. Yo sólo... Voy a tener un bebé como consecuencia de lo que sucedió... de lo que hiciste...
Él dio un paso adelante.
—¿De lo que hice? En aquella habitación estábamos los dos. ¿Tengo que recordarte que te fuiste y que después viniste derecho a mis brazos? Yo no te forcé a nada.
Dio un paso más, y Elena lamentó haberse situado en un rincón de la habitación,
Damon  intentó desesperadamente ignorar sus instintos, intentó ponerle lógica a la situación.
—¿También tengo que recordarte que usé protección? Y digamos que no recuerdo que...funcionara mal.
Elena se sonrojó, ¿Cómo iba a saberlo ella? Estaba claro que carecía de la experiencia que tenía él. De pronto recordó ese exquisito momento, cuando lo había sentido brotar dentro de su cuerpo.
—¿Estás seguro? Quiero decir, ¿cómo puedes estar tan seguro...?
A él le dio vergüenza recordar que en el apogeo de su orgasmo había sentido un placer demasiado intenso y que, después, ni siquiera había comprobado si la protección estaba intacta porque estaba demasiado indignado consigo mismo por haberse dejado llevar por la pasión.
Y sin embargo ahora, con la evidencia en un pedazo de papel en la mano, finalmente tenía que admitir que esa noche no había tenido el más mínimo cuidado.
Prácticamente lo mató la posibilidad de poder haber engendrado un hijo. Su determinación a no tener familia había sido fruto de un juramento hecho hacía mucho tiempo. Incluso su padre sabía que eso era algo que no podía pedirle después de todo lo que había pasado en su familia. Pero después se recordó que su padre había esperado que Bonnie lo hiciera abuelo...
Y ahora esta mujer, Elena Gilbert... Tenía algo contra lo que no podía luchar. Era diferente al innumerable número de mujeres con las que había estado, era más peligrosa.
—Ni siquiera has tenido que ir a buscarme, yo he venido a ti. Qué oportuno, ¿no?
—Descubrí que estaba embarazada la semana pasada y después vi el artículo en el periódico diciendo que ibas a venir a Dublín.
—Pero no hay duda de que me habrías informado de mi inminente paternidad tarde o temprano.
—Sí... Te lo habría dicho.
—Por supuesto que sí—respondió él, furioso.
A juzgar por su expresión, Elena entendió que había interpretado mal sus palabras. Ella se lo habría contado porque, independientemente de lo que hubiera pasado, creía que él tenía derecho a saberlo, y no porque quisiera obtener un beneficio económico. Pero él no la creería, y por eso no dijo nada y se limitó a alzar la barbilla.
Damon  la miró, vio su determinación en su gesto y en sus ojos verde oscuros. No iba a echarse atrás, y no admitiría que ese bebé era de otro hombre. Eso le dejaba a él sin ninguna opción y, por mucho que odiara decirlo, tenía que hacerlo.
—Bueno, entonces, no tenemos elección. No puedo marcharme de aquí sin ti.
Elena lo miró con recelo,
—¿Qué quieres decir?
Durante un desesperado momento, ella deseó poder fingir que había mentido, que el bebé no era suyo. Pero no podía. Su moral y el respeto por su hijo no se lo permitirían.
—Esto es lo que quiero decir.
A Elena la recorrió un escalofrío.
—Podrías haberte acostado con alguien más después que conmigo, pero supongamos que estés embarazada de mi hijo. Eso lo cambia todo. No dejaré que intentes amenazarme o chantajearme con esto.
Elena apretó los puños y le dijo entre dientes:
—Es tu bebé, pero puedes alejarte de su lado. Siento habértelo contado.
Damon  se rió fríamente,
—¿Alejarme? Oh, seguro que sí, Y en cuanto te quedes sola venderás la historia a los periódicos para intentar manipularme. Si no me responsabilizo del bebé, puedes demandarme y manchar el nombre de mi familia —sacudió la cabeza. —No, de ninguna manera.
Elena se estremeció y se aferró con fuerza al respaldo del sillón que le estaba ofreciendo poca protección contra el hombre que tenía delante. El miedo corría por sus venas.
—¿De qué estás hablando?
—Mi padre ha visto las noticias. Él es un hombre tradicional y quiere conocer a la madre de su nieto —dijo con cara de disgusto, —la mujer que ha logrado cambiar a su hijo. Se está recuperando de un infarto. Tu hermano y tú le hicisteis mucho daño, pero no dejaré que le hagas más daño al no concederle el deseo de conocerte. Sobra decir que no sabe que la mujer que participó en la muerte de su hija es la futura madre de su nieto —la miró de arriba abajo. —Si llevas a mi hijo en tu vientre, como dices, sólo se puede hacer una cosa. En media hora partiremos hacia Roma, y nos casaremos lo antes posible. Aunque la idea de casarme contigo me revuelve las entrañas, ya que el matrimonio no es algo que valoro, no me supondrá ninguna emoción hacerlo y me servirá para tenerte vigilada y para darle legitimidad al heredero Salvatore. Además, salvará mi reputación. Nuestras acciones ya han estado tambaleándose con el escándalo que se está formando.
—Eso nunca. Jamás me casaría con alguien como tú —dijo horrorizada.
—Entonces, ¿estás dispuesta a firmar un documento legal negando que el niño es mío y jurando que no volverás a ponerte en contacto conmigo durante el resto de tu vida? Porque ésa es la única alternativa al matrimonio.
Deseó poder decirle que sí, pero en un instante vio un futuro en el que ella estaría negándole a su hijo el derecho a conocer a su padre y no pudo hacerlo. Negó con la cabeza sabiendo que estaba sellando su destino.
Una expresión de inmenso cinismo atravesó el rostro de Damon.
—Lo que suponía. Serás recompensada por ser la madre de un heredero Salvatore y a su debido tiempo seguirás tu camino. Yo tendré la custodia completa del niño.
A Elena le fallaron las rodillas y a través de unos labios entumecidos dijo:
—Pero... no puedes hacer eso. Yo voy a tener este bebé. Es mi bebé —se puso la mano en el vientre como para proteger al niño que llevaba dentro.
Damon  esbozó una media sonrisa.
—Creo que descubrirás que puedo hacer todo lo que quiera, señorita Gilbert. No dudo de que con un buen incentivo se te pueda convencer para alejarte de nosotros cuando llegue el momento.
Damon  vio cómo el rostro de Elena se quedaba lívido, la vio aferrándose al respaldo del sillón. Ella sabía utilizar muy bien sus expresivos rasgos, era consciente de que con ellos podía manipular a la gente, pero no a él.
—Te doy media hora para recoger tus cosas y salir de aquí conmigo como si estuviéramos felices por habernos reconciliado y estuviéramos embarcándonos en una vida juntos para siempre.
Sabía que Damon  era un oponente contra el que no tenía fuerzas para luchar y también sabía con toda seguridad que, si se negaba a ir con él ahora, él no dudaría en sacarla de allí en brazos. El hecho de que su padre estuviera enfermo le tocaba la fibra sensible y lo último que quería era causarle más dolor a ese hombre. No podía llegar a imaginarse lo doloroso que debía de haber sido para él enterrar a su hija, viendo alterado el orden natural de la vida.
Aparte de todo eso, tenía que admitir que se encontraba en una situación precaria y que no podía ocuparse sola de un bebé. Ese sentido de la responsabilidad maternal la invadió y le hizo ver que no tenía elección.
Ladeó la barbilla y con toda la dignidad que pudo reunir, dijo:
—Muy bien.
Nada cambió en la expresión de Damon.
—Entonces, tienes media hora.
Lo cierto era que no tardaría más de diez minutos en recoger todas sus cosas, pero eso él no tenía por qué saberlo. Cuando se dirigía a su dormitorio, él la agarró del brazo para decirle:
—No pienses ni por un segundo que no te haré firmar un acuerdo prematrimonial. Habrá una cláusula en la que se pedirá un análisis de ADN una vez que el bebé haya nacido para confirmar que es mío. Y si no lo es... pagarás caro este engaño.
—El único engaño del que tengo conocimiento es del tuyo, cuando ocultaste tu identidad en Londres.
Según ella se apartaba, Damon  recordó ese extraño momento de debilidad, la atracción que sintió por ella y que había resultado en la situación a la que se enfrentaban ahora. Por mucho que la culpara, tenía que responsabilizarse de sus actos, y lo haría, pero que Dios ayudara a Elena si estaba mintiendo.

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