CAPÍTULO
05
SE
HABÍA armado un gran revuelo en el vestíbulo, donde los empleados del hotel
intentaban echar a los fotógrafos. Elena Gilbert estaba equivocada si pensaba
que podía amenazarlo con lo del embarazo. Pero, por otro lado, las fantásticas revelaciones...
el hecho de que hubiera sido virgen aquella noche, el hecho de que no se
hubiera acostado con Donovan ... era algo que no podía sacarse de la cabeza,
¿Era posible?
Justo en ese momento, oyó tras él la puerta giratoria y sintió una mano dándole una palmadita en la espalda. Se giró para ver allí a su amigo.
—Maggie
está intentando controlar las habladurías ahí dentro. ¿Te importaría decirme
quién era esa chica y por qué se ha armado todo este revuelo con la prensa?
Damon negó con la cabeza. Por mucho que admiraba y
respetaba a su amigo, no podía articular palabra.
—Una
advertencia, amigo mío —le susurró Caleb, —las pelirrojas son peligrosas. Yo
debería saberlo bien. Desde el momento en que vi a Maggie, ella puso mi mundo
patas arriba.
—Créeme,
Esto no se parece en nada a la relación que tenéis Maggie y tú.
Mientras
Damon se disponía a volver a entrar en
el hotel, sintió de nuevo esa extraña sensación en el pecho... aunque esta vez
estaba seguro de que se quedaría ahí dentro por mucho tiempo.
La
tarde siguiente, Elena regresaba a su casa después de otra infructuosa jomada
buscando trabajo. Esa mañana se había levantado con unas náuseas peores de lo
habitual, sin duda como resultado de la estupidez que había cometido la noche
anterior. Había estado nerviosa todo el día, esperando que Damon apareciera en cualquier parte y la
estrangulara.
Y
cuando llegó a su apartamento se le erizó el vello de la nuca al encontrarse la
puerta ligeramente abierta. En ese momento supo que preferiría toparse con un
ladrón antes que tener que enfrentarse a la persona que sabía que estaba
esperándola. Y también sabía que de nada le serviría salir corriendo. Con el
corazón latiéndole a mil por hora, empujó la puerta.
Damon Salvatore estaba junto al sofá. Llevaba unos pantalones
vaqueros oscuros que se aferraban a sus poderosos muslos y un polo oscuro y una
chaqueta de cuero marrón que lo hacía parecer diabólico e impresionantemente
guapo. No pudo hablar al detenerse en el umbral de la puerta. Ni siquiera se
molestó en preguntarle cómo había entrado.
Sin
dejar de mirarla, él sacó un pedazo de papel y le preguntó:
—¿Por
qué te está chantajeando Stefan Donovan ?
—¿Cómo
te atreves a fisgonear entre mis cosas privadas? —aterrorizada, se acercó para
quitarle la carta, pero Damon la agarró
del brazo y apartó la carta.
—¿Por
qué te está chantajeando Stefan Donovan ?
—repitió con dureza.
—Porque
no me acosté con él — intentó soltarse, pero él no se lo permitió. —Pagó las
deudas de Nicklaus sin que yo lo supiera y esperaba que le mostrara mi
gratitud... —tragó saliva— convirtiéndome en su amante —se estremeció al
recordar cómo había intentado forzarla.
Damon seguía agarrándola del brazo y, por alguna
estúpida razón, ella se sintió protegida.
—Está
amenazándome con hacerme pagar la deuda si no cambio de opinión.
—Pero
debía de estar muy seguro de cuál iba a ser tu respuesta si pagó la deuda por
adelantado.
Elena
se sintió dolida por el comentario. Lo cierto era que Stefan era un sociópata arrogante que tenía una
noción exagerada de su atractivo. Como confidente de Nicklaus, sabía lo
vulnerable que era ella y había dado por hecho que Elena se iría con él si le
solucionaba el tema de las deudas. Al ver que no fue así, se volvió
desagradable instantáneamente.
—Bueno,
pues no recibió la respuesta que esperaba.
—¿Te
hizo daño? —le preguntó Damon apretándole
el brazo con más fuerza.
Elena
contuvo el aliento mientras recordaba lo aterrorizada que había estado aquel
día al ver a Donovan acercándose más y
más a ella, al intentar calmarlo, al buscar una forma de escapar de él...
—No...
el... el conserje apareció en la puerta y pude librarme de él antes de que
pasara nada.
Damon miró a Elena y, para su sorpresa, no tuvo
duda de que el terror que veía en el rostro de la joven era real, Creía en
ella, y eso era porque finalmente había tenido que admitir que también la creyó
la noche anterior cuando le dijo que era virgen el día que se conocieron. Las
señales que había ignorado aquella noche eran algo que no se podía negar.
Pero
entonces, ¿por qué Elena había aceptado lo que Donovan le había dado? ¿Y qué hacía en el club aquella
noche? Seguramente estaba buscando un pez más gordo al que engatusar y él, como
un tonto, había mordido el anzuelo...
Elena
estaba temblando, el modo en que su cuerpo había reaccionado al ver a Damon resultaba perturbador. Finalmente logró
soltarse y dio un paso atrás.
—Y
antes de que me acuses de eso, tengo que decirte que yo no tuve nada que ver
con el circo mediático que se organizó anoche en el hotel.
Damon enarcó una ceja con gesto de incredulidad y
dio un paso al frente, ante lo que ella respondió dando un paso más atrás.
—Lo
siento, pero no me lo creo. Tú lo orquestaste todo porque ahora has encontrado
el modo de reclamar tu gran premio. Después de todo, si Bonnie se hubiera
casado con tu hermano, su herencia era sólo una parte de lo que yo tengo. Eres
una chica lista. Debes de haberte felicitado por haber logrado reservar tu
virginidad para el mejor postor... ¿o es simplemente que Donovan no te gustaba físicamente? Tal vez estabas
pensando volver al lado de Donovan si no
encontrabas antes un protector más atractivo y más rico.
A
Elena le dolieron esas insultantes palabras y, por un instante, se sintió tan mareada
que pensó que se desmayaría.
—Eres
un...
—Ah,
ah —la detuvo, acercándose un poco más.
Su
presencia resultaba enorme y amenazadora, y aun así Elena se dio cuenta de que
no se sentía físicamente amenazada... no del modo que Donovan la había hecho sentir. Ésa era una clase de
amenaza muy distinta, y tenía mucho que ver con el modo en que su cuerpo
parecía estar lleno de diminutos imanes que querían ir en una única dirección:
hacia él. Y eso la mataba.
—La
historia de un heredero Salvatore ya se ha extendido entre la prensa de aquí y
la italiana. Va a ser imposible negarlo sin crear una tormenta aún mayor.
—¿Y
por qué habría que negarlo? Es verdad —dijo ella con amargura.
Damon apartó la mirada un instante y se pasó una
impaciente mano por el pelo, dejándoselo alborotado. Cuando volvió a mirarla,
sus ojos eran absolutamente despiadados, absolutamente fríos.
—¿Tienes
pruebas?
Eso
le dolió, pero sí que las tenía. Había guardado el informe del doctor en el que
decía cuándo nacería el niño aproximadamente, la lista de comidas que tenía que
evitar, qué vitaminas tomar, y la fecha de su próxima cita en el hospital. Sacó
el papel de su bolso y se lo entregó.
A
Damon no le fue difícil calcular que las
fechas encajaban con aquella noche en Londres. El informe parecía auténtico y,
aunque tenía la posibilidad de contactar con ese médico para verificarlo, no le
pareció necesario.
Elena
se cruzó de brazos y dijo:
—¿Lo
ves? A menos que después de estar contigo me fuera directamente a la cama con
otro... cosa que no hice... el bebé es tuyo.
Elena
le había hablado con voz temblorosa y se sentía extraña, mareada. Le oyó decir
algo inteligible, a lo lejos, y antes de poder darse cuenta, estaba sentada
junto a la mesa mientas Damon le servía
un vaso de agua.
—Bébetelo
—dijo él con una actitud que indicaba claramente que le disgustaba estar allí.
Esperando
que no notara el temblor de su mano, Elena tomó el vaso y dio un sorbo antes,
de dejar el vaso sobre la mesa. Al alzar la vista lo vio de pie, demasiado
cerca de ella, y no pudo soportarlo. Se levantó y deprisa se situó en un
extremo de la habitación, de pie tras un sillón.
Damon se metió las manos en los bolsillos y dijo:
—Podrías
haberle mentido al médico con las fechas. ¿Cómo puedo saber con seguridad que
es mi hijo?
En
cuanto habló, esas palabras tuvieron un extraño efecto en él: «su hijo», una
afirmación de su maternidad. Y, por mucho que quisiera negarlo, en ese momento
creyó que era cierto, aunque no sabía por qué y eso lo irritaba. Odiaba el
hecho de no poder basarse en hechos concretos, pero el instinto era abrumador.
—Esa
pregunta no es digna de respuesta. Si te sirve de consuelo, te diré que no
puedes imaginarte lo mucho que lamento habértelo contado. Yo sólo... Voy a
tener un bebé como consecuencia de lo que sucedió... de lo que hiciste...
Él
dio un paso adelante.
—¿De
lo que hice? En aquella habitación estábamos los dos. ¿Tengo que recordarte que
te fuiste y que después viniste derecho a mis brazos? Yo no te forcé a nada.
Dio
un paso más, y Elena lamentó haberse situado en un rincón de la habitación,
Damon intentó desesperadamente ignorar sus
instintos, intentó ponerle lógica a la situación.
—¿También
tengo que recordarte que usé protección? Y digamos que no recuerdo que...funcionara
mal.
Elena
se sonrojó, ¿Cómo iba a saberlo ella? Estaba claro que carecía de la
experiencia que tenía él. De pronto recordó ese exquisito momento, cuando lo
había sentido brotar dentro de su cuerpo.
—¿Estás
seguro? Quiero decir, ¿cómo puedes estar tan seguro...?
A
él le dio vergüenza recordar que en el apogeo de su orgasmo había sentido un
placer demasiado intenso y que, después, ni siquiera había comprobado si la
protección estaba intacta porque estaba demasiado indignado consigo mismo por
haberse dejado llevar por la pasión.
Y
sin embargo ahora, con la evidencia en un pedazo de papel en la mano,
finalmente tenía que admitir que esa noche no había tenido el más mínimo
cuidado.
Prácticamente
lo mató la posibilidad de poder haber engendrado un hijo. Su determinación a no
tener familia había sido fruto de un juramento hecho hacía mucho tiempo.
Incluso su padre sabía que eso era algo que no podía pedirle después de todo lo
que había pasado en su familia. Pero después se recordó que su padre había
esperado que Bonnie lo hiciera abuelo...
Y
ahora esta mujer, Elena Gilbert... Tenía algo contra lo que no podía luchar.
Era diferente al innumerable número de mujeres con las que había estado, era
más peligrosa.
—Ni
siquiera has tenido que ir a buscarme, yo he venido a ti. Qué oportuno, ¿no?
—Descubrí
que estaba embarazada la semana pasada y después vi el artículo en el periódico
diciendo que ibas a venir a Dublín.
—Pero
no hay duda de que me habrías informado de mi inminente paternidad tarde o
temprano.
—Sí...
Te lo habría dicho.
—Por
supuesto que sí—respondió él, furioso.
A
juzgar por su expresión, Elena entendió que había interpretado mal sus
palabras. Ella se lo habría contado porque, independientemente de lo que
hubiera pasado, creía que él tenía derecho a saberlo, y no porque quisiera
obtener un beneficio económico. Pero él no la creería, y por eso no dijo nada y
se limitó a alzar la barbilla.
Damon la miró, vio su determinación en su gesto y
en sus ojos verde oscuros. No iba a echarse atrás, y no admitiría que ese bebé
era de otro hombre. Eso le dejaba a él sin ninguna opción y, por mucho que
odiara decirlo, tenía que hacerlo.
—Bueno,
entonces, no tenemos elección. No puedo marcharme de aquí sin ti.
Elena
lo miró con recelo,
—¿Qué
quieres decir?
Durante
un desesperado momento, ella deseó poder fingir que había mentido, que el bebé
no era suyo. Pero no podía. Su moral y el respeto por su hijo no se lo
permitirían.
—Esto
es lo que quiero decir.
A
Elena la recorrió un escalofrío.
—Podrías
haberte acostado con alguien más después que conmigo, pero supongamos que estés
embarazada de mi hijo. Eso lo cambia todo. No dejaré que intentes amenazarme o
chantajearme con esto.
Elena
apretó los puños y le dijo entre dientes:
—Es
tu bebé, pero puedes alejarte de su lado. Siento habértelo contado.
Damon se rió fríamente,
—¿Alejarme?
Oh, seguro que sí, Y en cuanto te quedes sola venderás la historia a los
periódicos para intentar manipularme. Si no me responsabilizo del bebé, puedes
demandarme y manchar el nombre de mi familia —sacudió la cabeza. —No, de
ninguna manera.
Elena
se estremeció y se aferró con fuerza al respaldo del sillón que le estaba
ofreciendo poca protección contra el hombre que tenía delante. El miedo corría
por sus venas.
—¿De
qué estás hablando?
—Mi
padre ha visto las noticias. Él es un hombre tradicional y quiere conocer a la
madre de su nieto —dijo con cara de disgusto, —la mujer que ha logrado cambiar
a su hijo. Se está recuperando de un infarto. Tu hermano y tú le hicisteis
mucho daño, pero no dejaré que le hagas más daño al no concederle el deseo de
conocerte. Sobra decir que no sabe que la mujer que participó en la muerte de
su hija es la futura madre de su nieto —la miró de arriba abajo. —Si llevas a
mi hijo en tu vientre, como dices, sólo se puede hacer una cosa. En media hora
partiremos hacia Roma, y nos casaremos lo antes posible. Aunque la idea de
casarme contigo me revuelve las entrañas, ya que el matrimonio no es algo que
valoro, no me supondrá ninguna emoción hacerlo y me servirá para tenerte
vigilada y para darle legitimidad al heredero Salvatore. Además, salvará mi
reputación. Nuestras acciones ya han estado tambaleándose con el escándalo que
se está formando.
—Eso
nunca. Jamás me casaría con alguien como tú —dijo horrorizada.
—Entonces,
¿estás dispuesta a firmar un documento legal negando que el niño es mío y
jurando que no volverás a ponerte en contacto conmigo durante el resto de tu
vida? Porque ésa es la única alternativa al matrimonio.
Deseó
poder decirle que sí, pero en un instante vio un futuro en el que ella estaría
negándole a su hijo el derecho a conocer a su padre y no pudo hacerlo. Negó con
la cabeza sabiendo que estaba sellando su destino.
Una
expresión de inmenso cinismo atravesó el rostro de Damon.
—Lo
que suponía. Serás recompensada por ser la madre de un heredero Salvatore y a
su debido tiempo seguirás tu camino. Yo tendré la custodia completa del niño.
A
Elena le fallaron las rodillas y a través de unos labios entumecidos dijo:
—Pero...
no puedes hacer eso. Yo voy a tener este bebé. Es mi bebé —se puso la mano en
el vientre como para proteger al niño que llevaba dentro.
Damon esbozó una media sonrisa.
—Creo
que descubrirás que puedo hacer todo lo que quiera, señorita Gilbert. No dudo
de que con un buen incentivo se te pueda convencer para alejarte de nosotros
cuando llegue el momento.
Damon vio cómo el rostro de Elena se quedaba
lívido, la vio aferrándose al respaldo del sillón. Ella sabía utilizar muy bien
sus expresivos rasgos, era consciente de que con ellos podía manipular a la
gente, pero no a él.
—Te
doy media hora para recoger tus cosas y salir de aquí conmigo como si
estuviéramos felices por habernos reconciliado y estuviéramos embarcándonos en
una vida juntos para siempre.
Sabía
que Damon era un oponente contra el que
no tenía fuerzas para luchar y también sabía con toda seguridad que, si se
negaba a ir con él ahora, él no dudaría en sacarla de allí en brazos. El hecho
de que su padre estuviera enfermo le tocaba la fibra sensible y lo último que
quería era causarle más dolor a ese hombre. No podía llegar a imaginarse lo
doloroso que debía de haber sido para él enterrar a su hija, viendo alterado el
orden natural de la vida.
Aparte
de todo eso, tenía que admitir que se encontraba en una situación precaria y
que no podía ocuparse sola de un bebé. Ese sentido de la responsabilidad
maternal la invadió y le hizo ver que no tenía elección.
Ladeó
la barbilla y con toda la dignidad que pudo reunir, dijo:
—Muy
bien.
Nada
cambió en la expresión de Damon.
—Entonces,
tienes media hora.
Lo
cierto era que no tardaría más de diez minutos en recoger todas sus cosas, pero
eso él no tenía por qué saberlo. Cuando se dirigía a su dormitorio, él la
agarró del brazo para decirle:
—No
pienses ni por un segundo que no te haré firmar un acuerdo prematrimonial.
Habrá una cláusula en la que se pedirá un análisis de ADN una vez que el bebé
haya nacido para confirmar que es mío. Y si no lo es... pagarás caro este
engaño.
—El
único engaño del que tengo conocimiento es del tuyo, cuando ocultaste tu
identidad en Londres.
Según
ella se apartaba, Damon recordó ese
extraño momento de debilidad, la atracción que sintió por ella y que había
resultado en la situación a la que se enfrentaban ahora. Por mucho que la
culpara, tenía que responsabilizarse de sus actos, y lo haría, pero que Dios
ayudara a Elena si estaba mintiendo.
genial¡ gracias por el capitulo ¡^^
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