Capítulo 8
Elena nunca supo qué fue lo que la
despertó. Sólo estaba consciente de que había más luz en la habitación. Dirigió
la vista a la ventana y vio a Damon parado frente a ella.
Ya estaba vestido y era evidente que
pensaba marcharse sin despertarla. Mientras lo contemplaba, Elena escuchó la
campana del reloj de la iglesia dando la hora. Las siete Damon llegaría tarde a
la ordeña. Estaba a punto de hablarle cuando advirtió que su postura era
claramente de enojo e incredulidad.
Una fría sensación de temor la invadió,
cuando él se dio vuelta y vio la fotografía que tenía en las manos. En el
alfeizar de la ventana estaban las cartas del abogado y era evidente que las
había leído.
—Todo fue una mentira, ¿No es así?... ¿No es así? —preguntó con
firmeza— No hay ningún Caroline, ningún marido. Todo fue invención tuya, ¿Por
qué? ¿Por qué, Elena? ¿Por qué presentarte aquí como una viuda reciente? ¿Qué fue
lo que te hizo hacer algo como eso?
El disgusto y el asombro en sus ojos
eran como puñaladas que se clavaban en ella. Nunca imaginó que hubiera un dolor
como ese y le llegó en ese momento que lo amaba.
— ¿Y bien? ¿Vas a decirme la verdad?
De pronto, Elena se sintió llena de
enojo. Sus motivos para actuar de esa forma fueron para proteger a su hijo. Damon
fue el responsable de que el engaño creciese. Fue por él que se vio obligada a
mentir una y otra vez.
— ¿Por qué fingiste que tuviste un marido? —de pronto, como
respuesta a su pregunta, los ojos de Damon bajaron por el cuerpo de Elena—
¡Dios mío! —su voz era gruesa por el asombro— Si no hubo marido, entonces... Mi
hijo, Elena. ¡Es mi hijo! —llegó a su lado de tres trancos y prácticamente la
arrancó de la cama, apretándole los brazos con fuerza— Me engañaste. Es mi hijo
al que llevas en tu seno, ¿no es así?... ¿No es así?
—Sí.
Durante lo que pareció un muy largo
momento, hubo silencio entre ellos. Se hizo tenso como un cable, tan tenso que Elena
pensó que el aire que los rodeaba explotaría.
—Muy bien. Quiero saber la historia. Toda, desde el principio.
—No hay tiempo ahora... esta noche —trataba de retrasarlo para
pensar lo que le diría.
—Nada de esta noche, Elena, en este momento. Si espero hasta
esta noche, ¿qué te impedirá huir? Quiero la verdad. Creo tener el derecho de
exigirla. ¡Dios mío! —exclamó con amargura— ¿Cómo puedes hacerle esto a un
hombre? Permitirle concebir un hijo y luego tratar de ocultárselo. ¿Por qué?
¿Por qué?
-—No lo hice. Al menos no fue así. No me propuse quedar
embarazada, Damon. Kol... —lo vio hacer una mueca y se mordió un labio para
impedir que su control cayese en mil pedazos cuando él le dijo, furioso:
— ¡Cielo santo! Todo este tiempo he estado celoso de una
sombra... de un hombre que no existe. Me has hecho vivir en el infierno, ¿lo
sabes? ¿Tienes idea de lo que siento al descubrir que Caroline es?
—No es... fue —reclamó ella con debilidad— Caroline fue mi mejor
amiga y murió. Murió de leucemia. Estuvo enferma mucho, mucho tiempo... Creo
que enloquecí después de su funeral. Esa noche... —vio cómo los ojos de Damon
se oscurecían al recordar algo.
—Eras virgen, ¿verdad? —preguntó con voz gruesa— ¡Cielos! Ni
siquiera te detuviste a pensar en lo que hacías. ¿No pensaste en los riesgos
que corrías? No sólo de embarazarte, sino en tu salud.
— ¿Lo hiciste tú? —vio que Damon se ruborizaba.
—Te deseaba demasiado para pensar en otra cosa —respondió él con
rudeza.
—Y, por supuesto, es diferente para un hombre.
—No, si tiene aprecio por su salud —la contradijo Damon,
sorprendiéndola— En aquella ocasión te dije que no me gustan las aventuras
casuales, si lo recuerdas.
—Y, además, Patty no estaba disponible. ¡Qué frustrante y
desesperante para ti! No me sorprende.
Damon la sacudió con tanta fuerza que
le impidió terminar.
— ¡No te atrevas a decir
eso! No te usaba como sustituta de Patty. ¡Cielo santo, apenas es una niña!
— ¿Así la consideras? Esa no es la forma en que ella describe,
su relación contigo —le dijo con amargura.
—Patty exagera. Es muy dada a dramatizar, pero ella y yo no
hemos sido amantes, por mucho que te lo haya dicho —dejó escapar un gemido
exasperado de su garganta— Pero nos desviamos. Todavía no me dices por qué
mentiste respecto a tu embarazo.
— ¿No es obvio? Vine aquí porque quería una nueva vida para mí y
para mi hijo. No quería, y sigo sin quererlo, el estigma de la ilegitimidad
pendiendo sobre él o ella. No quería educar a mi hijo en el anonimato de una
gran ciudad. Caroline fue escritora y escribió un libro que encabezó las listas
de popularidad, con el cual ganó una suma respetable de dinero. Me la heredó a
mí.
—Creo que una criatura merece tener el amor de ambos padres
—señaló Damon, interrumpiéndola.
—Yo también, pero no todos los niños tienen la suerte de contar
con una unidad familiar como ésa.
—Pero el nuestro sí. Quiero que te cases conmigo, Elena, tan
pronto como sea posible. De hecho, insisto en ello.
—No —Elena reaccionó por instinto contra el pánico que la
invadía. El hablar de Caroline revivió todos sus temores. No podía casarse con Damon,
no podía volver a soportar todos lo traumas de perder a un ser amado.
— ¿Sabes lo que estás haciendo? —la desafió Damon— Estás negando
a nuestro hijo el derecho de llevar una vida familiar normal. Y lo haces por
las razones más arbitrarias que jamás haya conocido.
—La mayoría de los hombres en tu situación estarían más que
felices al ser absueltos de sus responsabilidades —le espetó Elena.
—Pero yo no soy como todos.
—No podemos casarnos —insistió Elena— No podemos hacerlo sólo
porque.
—Entre los dos hemos iniciado una nueva vida. ¿Puedes pensar en
un mejor motivo? —preguntó él con tono sombrío— ¿Qué vas a decir a nuestro hijo
cuando pregunte por qué no tiene padre? ¿Le dirás la verdad, Elena? ¿Que es
porque te negaste a casarte conmigo? Porque si tú no lo haces, puedes estar
segura de que yo lo haré.
—No… no… No permitiré que te acerques a mi hijo —se arrancó de
su lado y corrió hacia la puerta, llena de terror.
Nunca permitiría que él se enterase
de cuánto deseaba ceder y aceptar lo que él le pedía. Lo amaba y quería casarse
con él; quería compartir a su hijo con él, pero también estaba aterrorizada por
la enormidad del compromiso que contraería. No podía olvidar lo qué sintió al
ver cómo se apagaba la vida de Caroline; la angustia de querer a alguien y
después perderlo.
Al llegar a la puerta la abrió con
fuerza. Escuchó que Damon le decía algo, pero, en su pánico, no lo entendió. Se
había olvidado de las cajas apiladas junto a la escalera. Tropezó con ellas y
perdió el equilibrio.
El saber que iba a caer por la
escalera le llegó antes de que ocurriera. Como en una película proyectada en
cámara lenta, estaba consciente de que su cuerpo caía; que Damon gritaba su
nombre; del dolor y la confusión; luego la oscuridad.
Recobró el conocimiento en la
ambulancia. Damon estaba a su lado, con el rostro blanco de angustia y
culpabilidad, pero él no era culpable. Era ella. Trató de decírselo; el dolor
era ir tenso. Lo vio mirarla y advirtió la angustia en sus ojos.
Se llevó la mano al vientre y se
estremeció. ¿Y si perdía al niño? Cerró los ojos y oró con desesperación, y
luego, como una niña haciendo un encantamiento mágico contra la maldad, se
descubrió haciendo la promesa de que si su hijo quedaba a salvo, haría lo que Damon
le pidiese. Hasta se casaría con él.
Su voto quedó en su mente al volver a
perder el conocimiento, pero lo había hecho y se aferró a él corno a un amuleto
de la buena suerte, casi con la misma fuerza con la que estaba aferrada a la
mano de Damon.
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