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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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15 febrero 2013

Dolor y Amor Capitulo 08


Capítulo 
Cuando los padres de Damon llegaron aquella tarde de su viaje se encontraron con la doble noticia del accidente de su hijo y de que por fin había logrado sostenerse en las barras paralelas.
Renata abrazó y besó a Damon con toda la exuberan­cia italiana.
-Hijo mío, ¡tú consigues todo lo que te propones!
-No es que haya sido el logro del siglo -respondió él mirando a Elena de lado por haberlo dicho.
Sus padres estaban confundidos. Ambos habían ala­bado a Damon por ayudar a la mujer en apuros, pero, como era de esperar, la madre de Damon se emocionó al ver a su hijo en la silla de ruedas. Elena había men­cionado el logro de Damon para centrar la atención en los progresos que estaba haciendo y no en los resultados visibles del accidente.
-Está claro que dentro de muy poco tiempo volve­rás a andar -dijo Elena.
-Por supuesto que sí -dijo Renata.
Comprensivo con el orgullo masculino de su hijo, Klaus no dijo nada ante las buenas noticias de Elena.
-Mira como se impone ante él -comentó en su lu­gar-. Nuestra Elena no es ninguna debilucha.
Los ojos marrones del padre de Damon le lanzaron un guiño aprobador.
-Ay, ay, ay... Aún no me puedo creer que mi hijo haya tenido el sentido común de casarse con nuestra chica -respondió Renata, sentándose en el sofá al lado de su marido, frente a Damon.
Klaus, un hombre imponente, sólo un poco más bajo que Damon, abrazó a la que era su mujer desde hacía más de treinta años.
-Tiene buen gusto como su padre.
Renata enrojeció y dio un golpecito a su marido en la mano.
-¡Oh!.
La risa masculina de Stefan hizo que Elena se gi­rara hacia él justo cuando le hacía un guiño a su padre.
-Yo diría que el gusto de Damon ha mejorado mucho en los últimos seis meses.
Klaus afirmó.
-Sí... su corazón está más vacío que mi cuenta co­rriente después de que tu madre se fuera de compras en Corfú.
Todos rieron menos Damon.
-Quieres decir que no sé elegir a mis prometidas.
Stefan se encogió de hombros.
-Has mostrado mejor gusto eligiendo mujer, en mi opinión.
-Podemos agradecerle a Dios que se diera cuenta a tiempo -dijo Klaus con la falta de tacto que sólo se per­mite a un padre.
-¿O tal vez al conductor del coche? —preguntó Re­nata con expresión pensativa.
Elena se sobresaltó y la expresión de desagrado de Damon se hizo más evidente, pero Renata sacudió la ca­beza con los ojos llenos de cariño y sabiduría.
-Las cosas pasan siempre por un motivo. Damon se curará, pero este accidente... ha impedido que cometiera un error con ese matrimonio -su expresión se tornó en desagrado-. Esa chica sólo se preocupaba por su ropa.
Elena miró a Damon, preocupada por su fría expresión.
-Caroline es modelo, mamá, no bailarina de strip-tease.
Elena se mordió un labio. Damon estaba defendién­dola con demasiado fervor como para no seguir enamo­rado de ella. Intentó convencerse a sí misma de que era sólo el orgullo y que le costaba admitir sus errores, pero aun así aquello le dolía.
Renata arrugó los labios.
-En mi época, las chicas italianas decentes no se des­vestían delante de extraños ni se exhibían ante los demás casi desnudas. ¿Te imaginas a Elena haciendo algo así?
Damon la miró y ella apartó la mirada. Odiaba ser comparada con Caroline.
-Soy demasiado bajita como para que me ofrezcan un contrato como modelo -le dijo ella a Renata.
-No sé yo... Más bien creo que la lencería te senta­ría mejor que a Caroline y a todas esas modelos tan del­gadas -dijo Stefan con un tono realmente malvado-. Ya he visto lo bien que te sienta el bikini.
Entonces fue el turno de Renata de protestar.
-¡Stefan! ¡No es apropiado que hagas esos comen­tarios acerca de tu cuñada!
Stefan se encogió de hombros.
-Si la he ofendido, lo siento -se giró hacia ella, mi­rándola travieso-. ¿Te he ofendido, piccola mia?
Ella sacudió la cabeza, no sabiendo qué decir. Su comentario la había avergonzado, pero no se había en­fadado. Sabía que le hablaba como a una hermana y así se lo tomó. Eran las bromas de un hermano mayor.
-Me has ofendido a mí -declaró Damon fríamente.
-No puedes decirlo en serio -respondió Stefan-. Si te hubieras casado con Caroline, habrías tenido que acos­tumbrarte a que ese tipo de comentarios aparecieran en los periódicos, no sólo en palabras de tu hermano.
¿Qué intentaba Stefan? ¿Quería que Damon perdiera los nervios?
-Pero no me he casado con Caroline, ¿O sí? -pregun­tó Damon, con voz peligrosamente suave.
-No, y damos gracias por ello -añadió Klaus, sin que ello ayudara a suavizar la ira de su hijo mayor.
Aunque cambiaron de tema después de aquello, la hora siguiente que pasaron poniendo al día a los padres de Damon acerca de todo lo que había pasado resultó muy tensa para Elena. No podía olvidar cómo había defen­dido Damon a Caroline.
Cuando la conversación se desvió al tema de los ne­gocios, las dos mujeres se excusaron y Renata pudo en­señarle a Elena todas las compras que había hecho en el viaje.
Elena pasó las manos sobre una colcha bordada.
-¡Es preciosa! Debieron tardar un año en hacerlo -la seda violeta estaba cubierta de lirios púrpura y ho­jas verdes entrelazadas como una hiedra.
Renata sonrió, contenta con su compra.
—La mujer que la hizo me dijo que había tardado meses en acabarla. Y esto hubiera sido un precioso velo de novia -dijo, sacando una mantilla blanca comprada en la costa española.
Elena se sintió enrojecer ante la indirecta.
-En el registro... Los Salvatore no se casan en si­tios así, sin amigos ni sacerdote que bendiga la unión, ni regalos... -Renata le colocó la mantilla sobre el pelo castaño y admiró el resultado— Sí, así es como tenías que haber estado el día de tu boda.
-Damon no quiso exponerse a las miradas curiosas de los invitados estando obligado a utilizar la silla de ruedas.
-Entonces tendría que haber esperado... casarse sin sus padres...-sacudió la cabeza en gesto de reproba­ción. Elena no dijo nada- Tenemos que planear una boda de verdad para cuando recupere la movilidad.
Elena dejó escapar un sonido que podía ser inter­pretado como un asentimiento y Renata pronto se per­dió en un mar de planes de boda a la italiana con todas las tradiciones y una bendición religiosa formal.
Dejó a Elena diciéndole que tenía que hacer listas y pensar muchas cosas, y ella no tuvo tiempo de repli­car que, como novia, tenía que tener algo que decir en todo aquello. Si su madre hubiera estado viva, habría hecho lo mismo que ella, sólo que hubiera llamado a Renata para pedirle consejo.
Elena fue a la biblioteca e intentó olvidarse de todo leyendo un rato, pero lo que había pasado por la tarde no la dejaba tranquila. Aunque estaba muy alivia­da de que los padres de Damon aprobaran su boda, le pre­ocupaba que su claro desprecio hacia Caroline causara problemas a Damon.
Sus temores se justificaron más tarde, cuando Damon y ella se cambiaron para bajar a cenar. Ella se cambió en el baño y se puso un vestido de seda marrón oscuro con un colgante y pendientes a juego en forma de rosa que había heredado de su madre. Se había dejado el pelo suelto, recogiéndose sólo una parte con un clip do­rado.
Los ojos de Damon llamearon al verla y después se tornaron heladores.
-¿Quieres avivar la imagen que mis padres tienen de ti de una mujer inocente, cara! -dijo con un sarcas­mo letal en la voz, y el apelativo cariñoso sonó a insul­to esa vez.
Ella echó una mirada a su vestido. No era muy dis­tinto de los otros trajes que se había puesto para cenar los días anteriores.
-No sé a qué te refieres.
Sus cejas oscuras se arquearon sorprendidas.
-¿Ah, no?
-No -respondió ella apretando los puños.
-Caroline se quejó de cómo Stefan y tú la hacíais sen­tir mal cada vez que iba al hospital, y yo no le hice caso, pero después de lo que mis padres y Stefan dije­ron ayer, me pregunto si ella vio las cosas con más cla­ridad que yo.
Elena recordó las acusaciones. Se había sentido aliviada cuando Damon no se tomó en serio aquellas mentiras, pero le molestó terriblemente que volvieran a resurgir ahora, cuando ya había suficientes asuntos do­lorosos en su matrimonio. Por la expresión de su cara, Damon no iba a creerla fácilmente, pero tenía que inten­tarlo.
-Tal vez tu hermano no la aprecie, pero eso no sig­nifica que no la tratara con amabilidad mientras era tu prometida. Te respeta demasiado para hacer lo contra­rio.
-¿Eso crees? —Damon había avanzado hasta ponerse sólo a un paso de ella.
-Lo sé. Yo estaba allí, ¿no te acuerdas? -respondió ella, nerviosa por su cercanía.
-Sí, estabas allí, pero si ayudaste a mi hermano a quitarle a mi prometida su sitio a mi lado, no me lo di­rás, ¿no?
La furia la inundó. ¿Cómo podía cuestionar su inte­gridad? Caroline era peor que un dolor y Elena se negó a entrar en su juego.
-Yo no le quité nada a nadie, porque ella no estaba allí en primer lugar. Cuando yo llegué al hospital, tu prometida -y recalcó bien esta palabra- no estaba dis­ponible. Se había marchado mientras tú estabas en coma a pesar de que los médicos le habían dicho que tener a las personas queridas cerca podía hacer que re­cuperaras la consciencia. Si no me crees, pregúntale a Stefan.
-Mi hermano ha dejado claras sus preferencias.
-¿Estás diciendo que te mentiría?
-¿Por ti? Tal vez.
-Eso es ridículo.
-¿Sí? Mi hermano no oculta su admiración por ti.
Ella lo miró a los ojos y allí vio ira y algo más.
-Estás celoso -dijo, sorprendida.
El señaló la silla y la miró:
-¿Es eso tan sorprendente?
Pues sí, lo era.
-No me casé con Stefan -nunca lo había deseado. Sólo a Damon.
-Y a pesar de todo, encuentras agradables sus cum­plidos sobre tu cuerpo en traje de baño.
-¿Acaso tenía que haberme ofendido?
La respuesta era obvia.
-No debes desear la admiración de otro hombre que no sea yo.
-No deseo su admiración, pero eso no significa que si alguien me dice algo bonito le mande callar. Él es mi hermano ahora.
-Y yo soy tu marido.
¿Cómo había empezado aquella tonta discusión?
-¿De verdad crees que aparté a Caroline de ti para te­nerte sólo para mí?
Sus sensuales labios hicieron una mueca.
-No. Lo dije porque estaba enfadado.
Ella recordó otro ataque de celos y sonrió.
-Estabas celoso.
Él suspiró y admitió entre dientes:
-Sí.
Ella sonrió e hizo algo que nunca había hecho. Se sentó de golpe en su regazo y lo abrazó para besarlo en la barbilla y recostar su cabeza sobre su pecho.
-No lo estés. No tienes ningún motivo.
Sus brazos la rodearon en un abrazo tan fuerte, que casi resultaba doloroso. Luego aflojó un poco la pre­sión, pero siguió abrazándola y frotando su mejilla contra su pelo.
-Cara.
Así permanecieron durante varios minutos antes de bajar a cenar.
Damon entró en la habitación después de responder a unas llamadas internacionales y encontró a su esposa durmiendo con las manos bajo la mejilla como una niña pequeña. Aún no se había recuperado del gesto tan espontáneo de sentarse en su regazo porque había sig­nificado mucho para él. Se había sentido como si tuvie­se el mundo entero entre sus brazos, pero el sentimien­to no había sido del todo placentero por la falta de independencia emocional que implicaba. Eso nunca le había pasado antes, y desde luego, no con Caroline.
Se metió en la cama. Su movilidad había mejorado mucho en la última semana, pero aún no podía andar y las cosas que había considerado evidentes ahora se re­velaban como acciones imposibles. En ese momento habría deseado atraer a Elena a sus brazos. Por fin lo consiguió, después de muchos esfuerzos.
Pero merecía la pena con tal de sentir su cuerpecito acurrucado contra él, tan confiada. Inmediatamente se abrazó a él, como si hubieran dormido juntos durante años, y no sólo una noche. Tal vez ella lo hubiera soña­do, como había hecho él...
Hizo un gesto de desagrado al recordar su enfado unas pocas horas atrás. Acababa de descubrir que los ce­los, que nunca había sentido con Caroline, podían ser un infierno. Nunca le había importado lo que llevara, Stefan tenía razón, pero el pensar en cincuenta hombres mirando a Elena de ese modo lo enfurecía. Le diría a su madre que le buscara un bañador de una pieza, pero lograr que su independiente esposa se lo pusiera sería otro asunto. Ella tenía un fondo tradicional italiano, pero también era muy liberal en su modo de pensar y en sus actos.
Su manita estaba colocada contra el pecho de él, y una de sus piernas se insinuaba por encima de su mus­lo. Él podía sentir la sensación del peso, pero tenía que tocarla con la mano para sentir la suavidad de su piel. Era algo enloquecedor.
¿Cuándo volvería a estar completo?
Colocó una mano posesivamente sobre su trasero, manteniéndola contra él de un modo que hubiera debi­do causar alguna reacción en su anatomía masculina, pero no lo hizo. ¿Volvería a sentirlo cuando recuperara la movilidad?
El sabor metálico del miedo invadió su boca. Nin­gún hombre quería ser medio hombre. No dejaría que Elena lo tocase para que no descubriese su falta de vi­rilidad, aunque anhelaba dejar que esas manos recorrie­ran su cuerpo de un modo que no había deseado con Caroline ni con ninguna otra mujer.
Una cosa era cierta: no la dejaría marchar.
Elena se despertó por la mañana abrazada a una almohada impregnada de la esencia del Damon. Tenía la vaga impresión de que la habían abrazado durante la noche. ¿Habría sido un sueño?
Damon era la única persona sentada a la mesa del de­sayuno cuando ella bajo y se sentó frente a él.
-¿Dónde está todo el mundo?
-Mis padres están durmiendo y Stefan está en una reunión en representación del banco.
-Está bien tener a tus padres en casa -dijo ella son­riendo.
Su expresión de aprobación le hizo sentir un calor agradable por dentro.
-Están encantados de tener una nueva hija.
-A Renata no le gusta cómo celebramos nuestra boda -sonrió Elena, traviesa-. Tu madre quiere que nos casemos por la iglesia. Creo que Stefan tenía razón en lo de utilizarlo como excusa para tener una boda por todo lo alto.
-A ella le gustaría mucho. ¿Te importa, cara? -su sonría la hacía derretirse como un bombón al sol.
-No. Cuando empezó a hacer planes ayer, me hizo pensar en qué haría mi madre si estuviera viva. Me sentí bien.
-Le dejaremos que haga las cosas a su manera.
Ella asintió y empezó a comer la fruta que acababa de servirse.
Damon miró el reloj.
-Date prisa con el desayuno, tenemos una cita den­tro de una hora.
-¿Una cita?
-Sí, con un especialista en fecundación artificial -dijo él sin darle importancia.
-¿Por qué? -le faltaban sólo semanas si no días para andar... ¿por qué pasar por un proceso de fecunda­ción asistida entonces?
-Para que podamos empezar el proceso y puedas quedarte embarazada -dijo, como si le hablara a un niño pequeño.
-Pero...
-¿Acaso esperabas que olvidara esa parte del trato?
A veces se ponía paranoico.
-No. Quiero tener un hijo tuyo.
-Entonces acábate el desayuno para que podamos ponernos en camino.
-Pero estás a punto de andar -dijo ella.
Una sombra cruzó sus ojos plateados, pero desapa­reció enseguida.
-No hay garantías de eso, y quiero iniciar mi fami­lia enseguida.
El bebé sería otro lazo entre ellos, algo sobre lo que construir su relación emocional.
-De acuerdo.

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