Capítulo 14
Elena
tragó saliva y entró en el restaurante
conteniendo el aliento. Damon habló con
un camarero que los acompañó a una mesa en la parte de atrás.
Llegaron
y su prometido sonrió al ver que Stefan
ya estaba allí, sentado al lado de una
mujer que no podía
ser otra que su esposa,
Katrina. También estaban la madre
de Damon, Tyler y Cameron. Se le aceleró el pulso al verlos allí juntos.
Se
quedó al lado de Damon mientras éste los
saludaba a todos.
–Por
supuesto, todos recordáis a Elena y no
hace falta que os la presente –anunció Damon
entonces–. Bueno, todos menos tú, Katrina.
Damon
se giró para mirarla.
–Elena,
te presento a Katrina de Luca, la esposa de Stefan. Katrina, quiero que
conozcas a mi prometida, Elena Gilbert.
Todos se quedaron en silencio al oír las palabras de Damon. Su madre ni siquiera intentó esconder el terror que le había
producido tal declaración.
Incluso
Katrina, que no la conocía, parecía muy sorprendida mientras
se levantaba para saludarla. Fue
entonces cuando vio que ella también
estaba embarazada.
–Encantada de
conocerte –le dijo Katrina con
una sonrisa algo forzada.
Le
parecía increíble que incluso esa
mujer supiera lo suficiente sobre ella como
para juzgarla y tratarla con frialdad.
Elena
sonrió algo nerviosa y dejó que Damon la guiara hasta una silla. Se dio cuenta de que iba a ser una
noche muy larga.
–¿Cómo
estás, Elena? –le preguntó Tyler con
educación.
Estaba sentado a su lado y supuso
que se había visto obligado a
dirigirle la palabra.
–Estoy
bien –susurró ella–. Algo nerviosa –reconoció.
A Tyler
pareció sorprenderle su honestidad. Damon comenzó a charlar animadamente
con sus amigos y con su madre. Ella se quedó callada observando
al resto de la gente. Nadie
trató de incluirla en la conversación.
Y, una vez, cuando se aventuró a
hacer un comentario, todos se quedaron
en silencio y decidió no volver a hacerlo.
La
soportaban porque querían a Damon, pero
sentía que la observaban con desdén.
Fue un
alivio que les sirvieran por fin la comida
y tener así al menos algo en lo
que concentrarse. Nunca se había sentido
tan fuera de lugar. Era una de las peores noches de su vida y estaba deseando
poder salir de allí con Damon.
La
comida no le sabía a nada, tenía un nudo en el estómago y, después de
varios intentos, se dio cuenta de que era mejor no comer. Se limitó a tomar
sorbos de agua y a imaginar que seguía
en la playa con él, bailando
sobre la arena y a la luz de la luna.
Iba a
tener que vivir con gente
que la juzgaba, como los que la
rodeaban esa noche en el restaurante. Además, iba a casarse con un
hombre que la había perdonado por
un error que ella nunca cometió.
No
entendía por qué estaba
soportando todo aquello.
Estaba
lista para dar por terminada esa situación cuando levantó los ojos y vio que se les acercaba Jamie. Fue directamente a darle un beso a su madre. Después, los miró a Damon y a ella.
No
pudo evitar sentir un sudor frío en la espalda al verlo allí. Notó que Damon
también estaba en tensión.
Se
quedaron en silencio, era como si todo
el mundo estuviera pendiente de ella
para ver cómo reaccionaba. Le dolían la cabeza y el
estómago. Nunca se había sentido tan humillada.
–Siento llegar
tarde –les dijo Jamie–. Había
muchísimo tráfico.
Se
sentó al lado de su madre. Elena no podía
creerlo. No podía siquiera mirar a Damon. No entendía cómo podía haberle hecho algo así. Estaba convencida de
que él no lo había invitado,
pero creía que al
menos debería haberle dejado muy
claro a los demás que Jamie no era bienvenido.
Sabía
que todos la observaban, pero se negaba a mirarlos. No quería darles la
satisfacción de verla tan dolida. Tenía
la vista clavada en Jamie y en
su madre.
Estaba
harta de que todos la miraran por encima
del hombro. Se puso en pie. Ya no le importaba que no la aceptaran, ella tampoco
los aceptaba a ellos.
–Estoy
cansada de todo esto –dijo mientras miraba a todos los comensales–. No soporto vuestras miradas de desdén. Me habéis juzgado
y creéis que no soy
suficientemente buena. ¡Podéis iros
todos al infierno!
Después, concentró toda su atención en Jamie.
–¡Maldito canalla!
No quiero verte nunca cerca de mí ni de mi hijo.
Vio
que Damon comenzaba levantarse, pero le
hizo un gesto para que volviera a sentarse.
–No,
por favor, quédate. Sé que no
querrás decepcionar a tu familia
ni a tus amigos –le dijo con
amargura.
Y,
antes de que Damon pudiera reaccionar,
se alejó de ellos.
Salió
a la calle. Hacía mucho frío, ni siquiera se había molestado en recoger su
abrigo. Estaba helada, pero
era casi agradable sentir el gélido aire la cara.
Lo
primero que pensó Damon fue en salir corriendo tras Elena,
pero estaba demasiado furioso y tenía que dejar las cosas muy claras antes de irse. No pensaba permitir que nadie
tratara mal a Elena ni le hiciera sentirse humillada. Se puso de pie y miró amenazadoramente a su hermano.
–¿Qué
es lo que ha pasado aquí? –preguntó
furioso mientras miraba también a su madre.
Jamie
parecía algo confuso y vio que
palidecía.
–No te
enfades con él, Damon. Fui yo quien lo invitó –le dijo su madre–. Si insistes
en volver con esa mujer,
pensé que estaría bien que volviéramos a vernos todos juntos.
¿O es que pensabas dar de lado a tu familia? ¿No crees que
esa mujer ya nos a causado
demasiado dolor?
Damon
maldijo entre dientes y su madre no pudo evitar hacer una mueca
de sorpresa al oírlo.
–¿No
le habéis hecho ya demasiado daño? –contrarrestó él–. Estoy harto. Ya no aguanto más. No pienso permitir que
volváis a humillarla de esa manera
ni qué tratéis de separarnos.
Después, miró a sus amigos.
–Stefan,
Katrina, ha sido un placer veros de nuevo. Espero que tengamos
ocasión de volver a hacerlo antes de que
os vayáis de la ciudad.
Se
despidió también de Tyler y de Cameron, los dos parecían muy incómodos.
–Lo
siento mucho –murmuró Tyler.
Sin
decir nada más, se alejó de allí.
Tenía que encontrar a Elena.
Pensaba llevarla a casa, disculparse y
prometerle que nunca le haría pasar por
nada parecido.
Salió
deprisa, rezando para que estuviera a salvo y fuera de vuelta a casa. Tenía un nudo en el estómago y temía que Elena se hubiera hartado tanto como para no querer volver con él.
Detuvo un
taxi y le dio su dirección. Se le
hizo eterno el trayecto hasta su casa, rezando para que ella estuviera allí cuando llegara.
Cuando el taxi se detuvo frente a su edificio,
salió corriendo.
–¿Ha
visto a la señorita Gilbert? –le preguntó al portero.
–Sí,
señor. Entró hace unos minutos.
Fue
entonces cuando pudo por fin respirar.
Corrió hasta el ascensor y, poco
después, entraba en su piso.
–¿Elena?
Elena, cariño, ¿dónde estás?
Fue
directo al dormitorio y la encontró sentada en la cama. Estaba muy pálida y
tenía un gesto de dolor en la cara. Vio que había estado
llorando.
–Pensé que
iba a poder hacerlo –le dijo Elena–. Creí que iba a ser capaz de olvidar
el pasado y aceptar que
otras personas pensaran lo
peor de mí. Lo que más me importaba era que
nosotros estuviéramos bien, pero
me equivoqué.
–Elena…
Lo
miró y él no dijo nada más. Se sentía muy impotente.
–Esta
noche, soporté durante demasiado tiempo que
tus amigos y tu madre me miraran
con desprecio mientras te dedicaban a ti
gestos compasivos. Les cuesta creer que
hayas querido volver conmigo. Después de
todo, soy la mujerzuela que te traicionó de la peor manera posible. Fue entonces cuando me di cuenta de que no me merecía eso. Nunca me lo he merecido. Y esta tarde, antes de que nos fuéramos a la cena, me perdonaste. Me dijiste que ya no importaba
lo que había hecho en el pasado porque me habías perdonado y querías
mirar hacia el futuro.
El dolor
de sus ojos se había transformado
en ira. Vio que apretaba los puños y las
lágrimas comenzaron a rodar por sus
mejillas.
–Yo,
en cambio, no te perdono. Y tampoco
puedo olvidar que me traicionaste.
Sus
palabras lo confundieron aún más.
instintivamente, dio un paso atrás.
–¿Que
no me perdonas?
–Aquel
día, te dije la verdad –susurró ella
con la voz rota por
las lágrimas–. Te pedí que me creyeras. Me puse de rodillas
y te lo supliqué. Y, ¿qué hiciste
tú? Me diste un cheque y me echaste de
tu lado. Tu hermano me atacó, trató
de violarme. Yo no
hice nada para incitarlo. Tuve moretones en mi cuerpo durante dos semanas después de que me atacara. Estaba tan
atónita por lo que había
hecho Jamie que no podía pensar en nada, sólo en encontrarte cuanto antes para
poder sentirme a salvo. Sabía que
tú arreglarías las cosas y me protegerías. Estaba segura de que ibas a
cuidar de mí. Era lo único que tenía
en mente, llegar cuanto
antes a tu lado. Y, cuando lo hice, ni siquiera
podías soportar mirarme a la
cara.
Cada
vez era más grande el nudo que tenía en
el estómago. Le costaba respirar.
–No
quisiste escucharme –susurró ella
mientras lloraba–. Ya te habías hecho una
idea de lo que había ocurrido y no me escuchabas.
Tragó
saliva y se acercó a ella. Le preocupaba
verla tan alterada y trató de hacer
que se sentara en la cama. Pero Elena
no permitió que la tocara. Le dio la
espalda y vio que le temblaba todo el cuerpo.
–Estoy escuchándote ahora, Elena –le dijo él–. Cuéntame lo que pasó. Te creo, lo juro.
Pero no
hacía falta que se lo dijera,
ya lo sabía. No había dejado de
pensar en aquel fatídico día y se había negado a entender lo que de
verdad había ocurrido.
Estaba
furioso.
Su
hermano lo había engañado, había enmarañado la verdad para conseguir que lo creyera a él.
–Ya
no importa si me crees o no
–susurró Elena mientras giraba
para mirarlo–. Deberías haberme
creído cuando de verdad importaba.
Intentó violarme, me atacó, me hizo
daño… Cuando traté de defenderme y le dije que te lo iba a
contar todo, Jamie se río de mí. Me dijo
que iba a asegurarse de que tú nunca me creyeras –agregó
ella–. Yo le dije que se
equivocaba. Le recordé que me amabas y
que ibas a hacerle pagar por lo que me
había hecho…
Elena
no pudo seguir hablando, las lágrimas la ahogaban.
«Dios
mío, ¿cómo pudo pasar
algo así?», pensó desesperado.
Recordó
la llamada de su hermano. Al principio,
le había costado creerlo. Pero
después, Elena llegó muy alterada a la oficina y le dijo exactamente lo
que Jamie le había advertido que
iba a contarle. Estaba horrorizado, no podía asimilarlo.
–¿Lo
hizo? –preguntó él con un nudo en
la garganta–. ¿Te violó?
Volvió
a echarse llorar y se cubrió la cara con
las manos. Quería abrazarla
–Si hubieras visto lo contenta que estaba ese día. Acababa de descubrir esa mañana que estaba embarazada.
Estaba tan feliz.
No
pudo terminar la frase, las lágrimas
no se lo permitieron.
–Elena,
no sabes cuánto lo siento. Pensé que… ¡Se trataba de mi hermano! Nunca pensé
que pudiera llegar a hacer
algo así. Creí que te apreciaba y me dio la impresión de que os
llevabais bien. ¿Cómo iba a creer que Jamie pudiera hacer
algo tan despreciable?
–Pero no te
costó creer que
pudiera hacerlo yo–le dijo Elena con tristeza en los ojos.
No
podía respirar, se sentía desesperado y muy impotente. No sabía
qué hacer. Elena tenía
razones para odiarlo.
Vio
que se llevaba las manos a la cabeza y
se frotaba las sienes. Después, se
balanceó como si estuviera a punto de perder el equilibrio.
–¡Elena!
–exclamó mientras iba hacia ella. Pero no permitió que la tocara.
–Apártate
de mí.
–Elena,
por favor.
Fue
entonces él quien le rogaba. Y no le
importó. Estaba dispuesto a hacer lo que
fuera necesario para arreglar las cosas.
–Te
quiero. Nunca dejé de quererte –le confesó entonces él.
Elena
lo miró con gran pesar
y sin poder dejar de llorar.
–El
amor no
debería provocar tanto dolor. Eso
no es amor. El amor
es confiar plenamente en el otro
–repuso ella.
Estaba deseando poder abrazarla y ofrecerle el
consuelo que le había negado meses antes, cuando ella más lo necesitaba.
Elena
trató de salir del dormitorio. La agarró
por el codo para evitarlo, no podía
soportar que se alejara de él.
–Por
favor, no te vayas.
–¿Es
que no te das cuenta de que nunca vamos a poder estar juntos, Damon? –le preguntó Elena con dolor en la
mirada–. No confías en mí. Tu familia y tus amigos me odian.
¿Qué tipo de vida me espera? Me merezco algo mejor. Algunos obstáculos son imposibles de superar.
Cerró un
instante los ojos con gesto de
dolor. Volvió a balancearse y tuvo que agarrarse a la cómoda.
–Elena,
¿qué te pasa? –le preguntó muy preocupado
Ella
se frotó la frente y abrió los ojos, pero tenía la mirada perdida.
–Mi
cabeza… –gimió ella con un hilo de voz.
Se dio
cuenta de que estaba muy mal. No era solo el disgusto que se
había llevado esa noche, había algo más.
Se asustó al ver lo pálida que estaba. Antes de que él pudiera reaccionar, se le doblaron las piernas y cayó al suelo.
diooos por fin se dio cuenta de la verdad¡ ya le toca a daimon sufrir un poquito jaja¡ gracias por el capitulo y espero con ganas el próximo y ver que es lo que pasara ahora¡ ^^
ResponderEliminarChachan chachan qué pasará? tranquila todo tiene arreglo jaja,gracias por comentar
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