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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

19 abril 2013

Una Noche Capitulo 07


Capítulo 7

Damon llegó a las ocho en punto. Desde su ventana, Elena lo vio llegar en su Daimier. Cuando bajó del coche, el corazón de la joven dio un vuelco. Vestía de etiqueta para la cena, y el color oscuro le recordó la noche en que se conocieron.

Como si presintiese que lo observaban, Damon levantó la vista. Ella trató de ocultarse de inmediato.
Elena llevaba un vestido nuevo, una creación en vaporosas sedas en tonos suaves que adquirió esa tarde en una casa especializada en ropa de maternidad que encontró en Hereford. Además del vestido adquirió un par de pantalones holgados y unos zapatos sin tacones altos.


Su embarazo no era aun muy notorio y los pliegues del vestido, bien cortado, la favorecían. Las mangas cortas dejaban sus brazos bronceados al descubierto y su cabello brillaba con un nuevo lustre. Era la imagen perfecta de una saludable y feliz futura madre. Elena lo sabía y a no ser por Damon, así se sentiría. Bajó a encontrarse con él, reacia. Él la aguardaba al pie de la escalera. Su sonrisa era amistosa, pero nada más. ¿Qué más podía esperar?, se preguntó ella, mientras la escoltaba hasta el auto. ¿Que la tomase en sus brazos y la besara con apasionamiento frente a todos?

De forma automática se dirigió hacia la puerta delantera y se sorprendió al ver que Damon le abría la posterior del vehículo. Intrigada, subió y se dio cuenta de que ella y Damon no viajarían solos.

Una hermosa rubia se encontraba en el asiento delantero y se dio vuelta, con una sonrisa, para recibir a Elena y presentarse…

— Soy Patty Dewar. Bonnie y mis padres me han hablado mucho de ti.

—Los padres de Patty son viejos amigos de Bonnie. El señor Dewar es el abogado de la ciudad.

Patty frunció su deliciosa nariz respingada y dedicó a Damon una sonrisa ingenua. No podía tener un día más de veintiún años de edad, pensó Elena disgustada, pero su aparente ingenuidad era fingida. Miró la delgada mano aferrada al brazo de Damon y se asombró de la ola de enojo que la invadió.

—Estoy en casa para una visita rápida. Estudio en la Real Academia de Arte Dramático. Papá se puso furioso cuando le dije que quería ser actriz, pero, para mi fortuna, mamá me apoyó. Si el querido Damon no hubiese acudido al rescate esta noche, me habría quedado en casa. Es un encanto —lanzó un beso a Damon, mientras Elena rumiaba su sorprendente ataque de celos.

Damon tenía derecho a invitar a quien le viniese en gana. Sólo un día antes lamentaba que toda su atención estuviese fija en ella, pero ahora que había encontrado a alguien en quien buscar atención, Elena resentía con amargura la presencia de la rubia.

—Se suponía que este fin de semana iría al sur de Francia con unos amigos, pero el viaje se canceló a última hora, por lo que decidí venir a casa. Cuando Damon se enteró de que me quedaría sola, insistió en que lo acompañara —batió unas pestañas que ni en un millón de años serían naturales, en dirección a Damon.

Cierto era que él no parecía afectado por su comportamiento felino, flemática habría sido la mejor descripción de su expresión inescrutable, pero era evidente que invitó a la joven para que fuese su compañera esa noche.

Elena debía sentirse complacida de que él hubiese desistido de su empeño de acosarla, pero no era así. Estaba celosa y resentía la presencia de la joven, y por vez primera se percató de la torpeza de su cuerpo embarazado al compararlo con la esbeltez de la rubia frente a ella. Sólo eran unos cinco años los que las separaban. Pero hacían sentirse a Elena tan vieja como Matusalén.

La charla inarticulada de Patty estaba llena de referencias a personas a quienes Elena no conocía y salpicada de incluyendo menciones especificas de las ocasiones en que Damon salió con la joven allá en Londres.

—Lamento no haberte visto la última vez que fuiste, querido, pero fue inevitable —volviéndose en su asiento, dijo a Elena— En ocasiones Damon va a Londres como representante de los granjeros de la localidad. Casi siempre logramos vernos, pero en la ocasión anterior yo había salido con unos amigos. ¿Me extrañaste? —sus uñas rasguñaban la manga de la chaqueta de Damon y Elena rechinó los dientes. Si no por algo más, era peligroso que distrajese a Damon de sus funciones como conductor.

Pero él no daba muestras de estar distraído, aparte de una ligera sonrisa, observó Elena. Cuando él no contestó, Patty hizo una mueca caprichosa y señaló:

—Supongo que tu silencio significa que no fue así. Francamente, eres incorregible, Damon. Imagino que encontraste una potranca y pasaste la velada flirteando con ella con todo descaro. A Damon le encanta coquetear con las mujeres —lo acusó— Pero supongo que eso ya lo sabes.
¿Se trataba de una advertencia?

—En realidad, no —respondió Elena con frialdad, dejando que una ligera sonrisa adornase sus labios—. De hecho, no nos conocemos lo suficiente para emitir un juicio como ése —vio en el espejo retrovisor que Damon la miraba con sorna y se sintió ruborizar. ¡Maldición! ¿Por qué tenía que hacerla tan consciente de su presencia y de lo que compartieron?

Como si una sorpresa desagradable no fuese suficiente, cuando llegaron, Elena descubrió que había sido asignada como acompañante de un viudo, amigo de sus anfitriones.
Ian Michaels era un hombre agradable, pero ya entrado en los cincuenta y su conversación se limitaba a sus asuntos de negocios.

Elena no pudo evitar que su mirada fuera de forma constante al grupo en el que se encontraban Patty y Damon. Bonnie se acercó a ella un momento y sonrió al ver dónde estaban sus miradas.

—Patty estuvo enamoradísima de Damon. Él fue en extremo paciente con ella. Eso ya quedó atrás, por supuesto, pero creo que Damon está asombrado al ver lo hermosa que la chica se ha vuelto. Él se encuentra en la edad en la que caería con facilidad en las garras de una joven hermosa y ambiciosa.

Elena no supo qué responder. Sentía la garganta reseca y bloqueada por un nudo enorme. Quería salir corriendo de la sala de Bonnie y no regresar.
Se sentía tan sola y desgraciada como un niño abandonado por sus padres. Aún cuando sólo el día anterior pedía a Damon que la dejase en paz, ahora quería tenerlo a su lado. Se comportaba como perro sin dueño, se dijo, pero el saberlo no la ayudaba. Estaba muy resentida por la presencia de Patty junto a Damon.

Ian Michaels mantuvo su monólogo durante toda la cena, con Elena intercalando una palabra aquí y allá. Lo que más la disgustaba era que todos los demás parecían disfrutar la reunión.
El comedor tenía la capacidad suficiente para acomodar a una docena de comensales, y era evidente que Bonnie era una anfitriona excelente. La conversación fluía alrededor de Elena, haciéndola sentirse excluida y sola. Se dijo repetidas veces que era su culpa, por no querer participar, pero cada vez que apartaba su atención de Ian, lo único que escuchaba era el incesante parlotear de Patty con tono ligero y el más profundo y mesurado de Damon. Dado que no trajo su auto, ni siquiera podía hacer uso de la eterna excusa de retirarse por no sentirse bien.

Después de la cena, todos se congregaron en la sala, en donde Bonnie sirvió el café, ayudada por la mayor de sus hijas. Patty se apoltronó en el brazo del sillón ocupado por Damon y, como estaban directamente frente a ella, Elena no podía dejar de mirarlos.

—Pareces muy cansada —comentó Patty mientras Bonnie les servía el café— Pobre de ti. El embarazo es una carga tremenda para la mujer, ¿no es así? Aborrecería la idea de quedarme sola con la responsabilidad de velar por mi hijo. Y, por supuesto, no hay muchos hombres que acepten el hijo de otro, ¿no te parece?

Se produjo un silencio pesado, que fue roto por la señora Dewar.

—Patty... en realidad... —la mujer lanzó una mirada apenada en dirección de Elena— Lo siento mucho; Patty nunca se detiene a pensar antes de hablar.

Elena ansiaba poder responder con claridad que, contrario a sus palabras, Patty sabía con precisión lo que decía. ¿Habría otras personas que pensaban que estaba en busca de marido... cualquier marido? Apretó la boca y se puso de pie. Bonnie había ido a la cocina por más café y la siguió. Para su fortuna, Bonnie estaba sola.

—Lo siento mucho, pero me temo que tendré que irme. Patty tiene razón, el embarazo es agotador. No quiero molestar a nadie, ¿puedo pedir un taxi?

—No hay necesidad de ello. Damon te llevará.

—No —Elena movió la cabeza con firmeza— No quiero molestarlo —sintió que la puerta se abría a su espalda y se volvió, esperando ver a Damon, pero se trataba de Ian Michaels.

—Lamento tener que retirarme, Bonnie, querida. Debo tomar el primer vuelo de Londres a París por la mañana.

—Ian eres muy oportuno. Elena también quiere retirarse. Está cansada y te queda en camino…

Elena quería protestar, pero si se negaba a ir con Ian, Bonnie insistiría en que Damon la acompañara, y quería evitarlo a toda costa. Ya imaginaba cuál sería la reacción de Patty si le quitaban a Damon para que la llevara a casa, por lo que no tuvo más remedio que seguir a Ian hasta su coche.

Hicieron el recorrido en silencio. Era evidente que Ian pensaba en su inminente viaje de negocios. Se bajó del auto para abrirle la puerta, cuando se detuvieron frente al hotel. No ocultaba que la velada fue tan tensa para él como lo fue para ella.

—No te preocupes —le dijo con amabilidad— Bonnie actúa de buena fe. Es tan feliz en su matrimonio que no comprende que alguien más no esté casado. Amé mucho a mi esposa... tanto que no tengo ningún deseo de reemplazarla.

La estimación de Elena por él subió de inmediato. En un principio pensó que el hombre no se había percatado de las inocentes maquinaciones de Bonnie, pero no era así y al hablar de ellas, alivió su propia tensión.

Antes de dormirse, llegó a la conclusión de que, con seguridad, Damon no se limitaría a dejar a Patty en la puerta de su casa cuando, al fin, la llevase.
Sus celos y lo intenso de su dolor la asustaron. No tenía ningún derecho a sentirse así. Tampoco había motivo. No sentía nada por Damon. ¿Nada? ¿Por el padre de su hijo? ¿Eso era lo que le diría cuando la criatura tuviese la edad suficiente para empezar a hacer preguntas? ¿Que no sentía nada por su padre?

Demasiado confundida para seguir pensando en el asunto, hundió la cabeza en la almohada, obligándose a dormir.

Para el martes, sin haber visto a Damon, se alegró de que Patty todavía lo tuviese ocupado. Las alfombras fueron colocadas y lucían muy atractivas, pero descubrió que el placer no era tanto sin tener con quien compartirlo. Antes, siempre tuvo a Caroline y antes de ella a su familia. Suspiró al ir de habitación en habitación admirando el alfombrado gris.

Esa misma mañana recibió carta de su madre, diciéndole que su cuñada esperaba a su tercer hijo.
Sus padres, por supuesto, estaban felices y Katrina esperaba con desesperación que fuese niño, ya que las dos anteriores fueron niñas. La misiva incluía una vaga insinuación de que debía tomarse unas vacaciones, pero ella sabía que su hermano siempre fue el favorito de sus padres.

En algún momento tendría que decirles lo de su hijo, pero todavía no. Se sentó a escribirles y se sorprendió de la rapidez con la que llenó varias hojas. Normalmente tenía muy poco que contarles y se preguntó cómo era posible que, viviendo en la tranquilidad de un área rural, tuviese más que relatarles que estando en la ciudad.

Quizá se debía a que allí conocía a las personas a otro nivel. Allí, por ejemplo, estaba enterada de todo lo referente a la señora Gibbs, la encargada del Correo, su familia y su reumatismo; estaba enterada de cuánto extrañaba la señora Young, la administradora del hotel, a su hija que estudiaba en la universidad. Estaba enterada de intimidades de las personas que la rodeaban, de una forma que nunca logró mientras vivió en Londres.

Una vez que terminó la carta, decidió dedicarse a los preparativos de la fiesta. Eso la mantendría ocupada... para no pensar en Damon. No había nada más que hacer en la librería, hasta no recibir el resto de sus pedidos. Su anuncio sería publicado en la siguiente edición del semanario local.

La arrendadora del enlonado le informó que todo estaba en orden, cuando llamó por teléfono.

—Supongo que, como en años anteriores, ustedes contarán con sus propios generadores —comentó la persona con quien hablaba.

Elena se quedó atónita. No sabía nada de los generadores. Informando al hombre que lo comprobaría, volvió a revisar las muy comprensibles listas de Anabelle Salvatore.

Encontró la palabra “generadores” al final de una larga lista, marcada con un asterisco, no sabía lo que significaba el asterisco.

Preocupada, volvió a leer la lista sin encontrar una explicación. Tendría que llamar a la granja. Se asomó por la ventana y vio el sol brillante. De pronto, se cansó de estar encerrada. En vez de la llamada telefónica, iría en coche.

“Para que puedas ver a Damon”, le dijo una voz interior, pero la calló de inmediato. Por supuesto que no se encontraría con Damon. Él estaría trabajando en la granja y, además, no quería verlo. Patty Dewar podía quedarse con él.

Eso no impidió que los latidos de su corazón la traicionaran cuando llego a la granja y vio el Land Rover de Damon estacionado al frente.

Era una tonta, se dijo. Era posible que alguien más condujese el vehículo y, además, ¿por qué sentía ese absurdo volar de mariposas en el estomago? Ella no quena verlo, ¿o sí?

La señora Forbes, normalmente tan eficiente, tardo en abrir la puerta. Apareció con expresión ruborizada y preocupada, si bien se alegró un poco al verla.

— ¡Gracias a Dios que alguien llegó! —exclamó angustiada— La señora Salvatore se cayó de su silla. La encontré en el suelo cuando fui a llevarle el café. No me atrevo a tocarla. Llamé al doctor, pero no está... y Bonnie fue a Hereford. Mandé a uno de los hombres a buscar a Damon. Se encuentra en el otro extremo de la granja supervisando unas reparaciones. Quizá entre las dos podamos sentar a la señora  Salvatore en su silla.

Elena fruncía el ceño al seguir al ama de llaves, ¿era correcto moverla?

— ¿No será mejor dejarla donde está, solo poniéndola más cómoda? ¿Dónde se encuentra?

—En su recibidor.

Era evidente que Anabelle Salvatore cayó al tratar de abrir la puerta del patio. Estaba hecha un ovillo en el suelo, junto a su silla tenía un fuerte golpe en la sien y aún cuando estaba inconsciente, no había más daños aparentes.

—Creo que sólo debemos ponerle una almohada bajo la cabeza y cubrirla con una manta, por si está en estado de shock —sugirió Elena— Parece respirar normalmente.

Se arrodilló junto a la mujer, tratando de recordar sus nociones de primeros auxilios. ¿No era vital el mantener libres las vías respiratorias de la víctima? Ese no parecía ser problema en el caso de la señora. Respiraba con normalidad.

— ¿Que dijo a la recepcionista del doctor?

—Le informé de lo ocurrido y le pedí que lo localizara con urgencia.

—Si salió a una visita médica, sería mejor que pidiéramos una ambulancia...

La señora Forbes estaba deshecha, pero ante la tranquila presencia de Elena, empezaba a recobrarse. Mientras Elena permanecía con la enferma, fue a pedir una ambulancia. A su regreso, trajo un poco de té para Elena.

— ¿Hay algún cambio?

Elena negó con la cabeza. En una o dos ocasiones, Anabelle gimió y movió la cabeza, pero, aparte de eso, no daba muestras de recobrar el conocimiento.

El silencio era abrumador y, por primera vez, Elena se percató de que en verdad se encontraba en un lugar remoto. Sintió un escalofrío por la brisa que entraba por la ventana y abrigó mejor a la señora. Se esforzaba tanto en escuchar el sonido de un motor, que cuando lo oyó creyó imaginarlo, pero al hacerse más fuerte y oír que una puerta se abría, dejó escapar un suspiro de alivio.

Damon vestía pantalón de mezclilla y una camisa de cuadros. Tenía manchas de tierra en el rostro y brazos, y no se ocupó de quitarse las botas de hule.

Sin prestar atención a nadie más que a su madre, se arrodilló a su lado; le tomó el pulso y abrió sus párpados para ver sus pupilas.

—Creo que sólo se trata de una conmoción... ¡Gracias a Dios! Cuando Rab me encontró, pensé que podía tratarse de un paro cardíaco.

En ese momento llegaron la ambulancia con sirena abierta y el médico.
El doctor Thomas no perdió el tiempo en ceremonias, pero Elena advirtió que, a pesar de sus bruscos modales, era en extremo gentil con su paciente y pronunció el mismo veredicto que Damon.

—Sin embargo, quiero que vaya al hospital para estar seguro.

—Voy con ustedes —se levantó, percatándose de pronto de la presencia de Elena. La miró sin comprender y ella le explicó el motivo de su visita.

—Fue un milagro que llegara cuando lo hizo —interpuso la señora Forbes— Yo estaba aterrorizada, se lo aseguro. Ni siquiera había pensado en pedir la ambulancia.

—Siempre he temido que esto llegara a ocurrir —dijo Damon con voz atormentada— Le he suplicado a mamá que contrate una enfermera, pero no lo acepta. Dice que eso le quitaría su última independencia.

—No te culpes de nada, Damon —lo interrumpió el doctor Thomas— Tu madre es una mujer muy valiente, pero muy terca.

—Quiero estar con ella cuando recobre el conocimiento. Ya sabe lo que dice acerca de los hospitales.
Damon hablaba con el médico, pero Elena sabía que hablaba del odio que la señora sentía por la institución donde se enteró de que nunca volvería a andar.

—Alguien tendrá que avisar a Bonnie. Necesitará sus cosas cuando se recobre.

Los tripulantes de la ambulancia ya colocaban a la señora en una camilla, con todo cuidado. En un impulso, Elena dijo rápidamente:

—Yo puedo quedarme a hacer eso, Damon. Llamaré a Bonnie y la pondré al tanto.

Durante un instante pensó que Damon rechazaría su ofrecimiento y empezó a ruborizarse, pero después de una pausa brevísima, Damon aceptó con voz gruesa.

—Tengo que aceptarlo. La señora Forbes no puede quedarse sola. Di a Bonnie que estaré con mamá hasta que recobre el conocimiento. Cuando los hombres regresen esta noche, pide a Rab, es el capataz, que supervise las operaciones hasta mi regreso. Si hay algo urgente, puede llamarme al hospital.

Si habría de permanecer al lado de su madre, necesitaría una muda de ropa, su máquina de afeitar; y mientras Damon seguía la camilla hasta la ambulancia, Elena pidió a la señora Forbes que le preparase una maleta con lo más necesario.

—Ah, también unos emparedados y un termo con café, si tenemos tiempo. Yo me ocuparé de eso. No querrá nada en este momento, pero más tarde...

Todo estuvo listo en cinco minutos y Elena puso una bolsa de papel en brazos de Damon en el momento en que abordaba la ambulancia.

—Necesitaré que alguien pase por mí después al hospital, Elena, pero me ocuparé de eso más tarde. Elena... —quiso decirle algo más, pero ya los ambulantes cerraban las puertas del vehículo.

El accidente ocurrido a su madre le demostró lo cariñoso que Damon era. Elena quería parte de ese cariño para ella. Necesitaba…

No necesitaba nada, se dijo con firmeza. Nada. Habría podido regresar al pueblo con facilidad. Pensaba mudarse a su casa ese fin de semana y tenía varias cosas pendientes, pero se encontró con que no se atrevía a marcharse de la granja.

Disculpó su debilidad, atribuyéndola a que la señora Forbes quería que permaneciese a su lado. El ama de llaves ya no era ninguna joven y el accidente la afectó mucho.

Fue Elena quien llamó a Bonnie y la puso al tanto. Después de su preocupación inicial, Bonnie fue toda calma y sentido práctico.

—Damon permanecerá al lado de mamá hasta que esté fuera de peligro. Llamaré al hospital y te informaré si hay alguna novedad. Me alegro de que llegaras cuando lo hiciste, Elena. La señora Forbes es un amor, pero ya no es muy joven y se deja llevar por el pánico cuando algo sale mal. Damon debe estarse reprochando por lo ocurrido. Hace mucho tiempo que trata de que mamá acepte una acompañante permanente, o mejor una enfermera, pero ella se niega. Te llamaré tan pronto sepa algo —repitió, antes de cortar la comunicación.

Al llegar la tarde y no saber nada, aparte de una llamada de Bonnie informando que la señora seguía inconsciente y que la sometían a pruebas, Elena decidió que ya era hora de marcharse, pero en el momento en que habló de sus intenciones, la señora Forbes le rogó que se quedase.

Ya había transmitido el mensaje de Damon a sus hombres y no tenía nada que hacer allí. El teléfono sonó mientras debatía el dilema. Dejó que la señora Forbes tomase la llamada y, de su reacción, supo de inmediato que era Damon quien llamaba.

— Quiere hablar con usted —le informó la señora Forbes, después de hablar con él un momento.

—Damon, tu madre... —fue lo primero que le dijo con ansiedad.

—Ya recuperó el conocimiento, gracias a Dios, y creen que no es nada serio. Sin embargo, quieren que pase aquí la noche y yo me quedaré con ella. Sólo quería darte las gracias por todo lo que has hecho. ¿Quieres decir a la señora Forbes que estaré allí para la ordeña? —cortó la comunicación antes de que Elena pudiese decirle nada.

Dio su mensaje al ama de llaves, que lloraba de felicidad.

—Ya tengo que irme, señora Forbes —la informó y en esa ocasión la mujer ya no trató de detenerla.
Ya oscurecía, pero todavía quedaban algunos rayos del sol. Con la ventana del auto abierta, Elena podía respirar el aire fresco de la tarde. Con la señora Salvatore en recuperación, se sintió relajarse.

Lo que más la sorprendía era cómo se había involucrado en la comunidad en tan corto tiempo. Aún si Anabelle Salvatore no hubiese sido la madre de Damon, también se habría preocupado por ella.
Sentía una gran admiración por la mujer. Su valor no era el que ocupa los encabezados de los diarios; era algo más perdurable, más conmovedor, un valor que es más difícil de sostener.

Al llegar al hotel, notó que la noticia del accidente ya se había difundido. Respondió a las preguntas interesadas de April Young tan bien como pudo, sabiendo que eran genuinas y no una curiosidad malsana.

Estaba demasiado inquieta y fue a la librería. Las pocas pertenencias personales que llevó de Londres seguían guardadas en una caja, en un rincón de la bodega. El pensar en el valor y tolerancia humanos, trajeron a Caroline a sus pensamientos.

La casa estaba lista para ser ocupada; todos los servicios estaban instalados. La ropa de cama había sido lavada y guardada. Tomó una caja ligera y la llevó a su dormitorio.

De rodillas en el suelo, empezó a vaciar su contenido y lo primero que encontró fue una fotografía de Caroline, tomada el día de su graduación. Mostraba a una joven alegre y sonriente, de expresión abierta y una abundante mata de cabello rizado.

Elena estudió la fotografía varios minutos. Su marco de plástico estaba maltratado, algo que Elena no advirtió antes. Caroline tenía la foto en su mesa de noche... para acordarse de mejores tiempos, le dijo su amiga en un momento de depresión.

—La persona enferma que ves aquí no soy yo —le indicó con voz baja— Esa soy yo... esa chica de la foto, con toda la vida por delante.

Después de la muerte de Caroline nunca soportó ver la foto de nuevo, pero ahora volvía a traer la realidad de su amiga con gran precisión. Recordó sus días en la universidad, las alegrías que compartieron.

Limpió el vidrio con cuidado y colocó la fotografía en el amplio alféizar de la ventana. Al día siguiente la llevaría para que le pusieran un bonito marco de plata.

Había otras cosas en la caja. Los certificados escolares de Caroline, su título y su toga de graduación, una pequeña colección de animales de cristal que eran toda su adoración. Elena derramó lágrimas sobre ellos. Las figuras de cristal eran las más valiosas posesiones de Caroline. Las coleccionó mientras vivió con sus tíos y, si bien tenían un escaso valor monetario, para ella representaban el único calor de hogar y seguridad que tuvo siendo niña.

Las guardaría para su hija... si llegaba a tenerla, decidió Elena, volviendo a guardarlas con cuidado.
También había cartas del abogado de Caroline, las que se concretó a guardar en una caja a la muerte de la amiga, y más fotografías, tomas informales de ellas con algunos amigos... chicos que conocieron durante unas vacaciones.

Cuando se percató de que el alumbrado público había sido encendido, comprendió que ya era tarde. Vio el reloj y eran más de las once de la noche. Se sentía muy cansada y miró la cama. No le tomaría mucho arreglarla. En un impulso, llamó a April Young al hotel y le avisó que había decidido pasar la noche en su nuevo hogar.

—Sin embargo, iré a desayunar. Todavía no tengo alimentos aquí.

Se duchó rápidamente y si bien no tenía un camisón que ponerse, la noche era tibia y la cama era muy cómoda. Quedó dormida en unos segundos.

Una fuerte llamada a su puerta la despertó.
Abrió los ojos, desorientada, preguntándose por qué no estaba en el hotel. Todavía no amanecía; una débil luz gris se filtraba por las cortinas cerradas.

Las llamadas a la puerta seguían, imperativas y urgentes. Poniéndose falda y blusa, bajó descalza y abrió la puerta.

— ¡Damon!

Hasta ese momento no se detuvo a pensar quién podría buscarla.

—Vi una luz encendida aquí abajo y las cortinas cerradas. Regresaba del hospital —su piel lucía grisácea bajo la luz y su rostro, mostraba líneas de cansancio.

— ¿Tu mamá? —preguntó ella con ansiedad.

—Mejorando, gracias a Dios, pero la mantendrán allí unos días más —se pasó los dedos por su alborotada melena, cansado y vulnerable— Supongo que no tienes una taza de café. Con seguridad, la señora J. todavía no se levanta y el que tienen en el hospital es terrible.

—Pasa. Tengo una percoladora allá arriba en la cocina... pero eso es todo. No tengo nada más que ofrecerte.

—No tengo apetito.

Al seguirla Damon escalera arriba, Elena estaba muy consciente de su presencia física. A media escalera, el hijo la pateó fuerte... y se detuvo de pronto, tomándose del vientre. Detrás de ella, Damon exclamó preocupado:

—Elena, por todos los santos, ¿qué sucede? —la asió como si temiese que fuera a desmayarse, haciéndola darse vuelta.

—No es nada…   el niño me pateó.

Damon bajó la vista a donde estaba su mano. A través de la delgada falda de algodón, los movimientos de la piernita impaciente era claramente discernibles y Elena lo escuchó contener el aliento y lo vio ponerse muy pálido.

— ¿Puedo?... —tragó con dificultad— ¿Puedo tocar?  

Una solicitud tan íntima la desarmó. Ella habría dicho que un granjero como Damon sería inmune a las maravillas del embarazo y el nacimiento, pero no cabía duda de que estaba fascinado.

Una pequeña sensación de placer la invadió, al comprender que quería tocar a su hijo, y con una sonrisa inconsciente, tomó su mano encallecida y la colocó sobre su vientre.

Como si supiera qué se esperaba de él, el niño volvió a patear.

—El milagro de una nueva vida —comentó Damon con voz gruesa. Apartó la mano y agregó— Pensé que mi madre iba a morir. Me sentí culpable mientras recobraba el conocimiento y lo peor de todo fue mi temor de que ella no quisiera... que ya no quisiera vivir —la miró con los ojos llenos de lágrimas.

Sin pensarlo, ella se inclinó para tomarlo en sus brazos, apoyándole la cabeza en su pecho.
Su posición incómoda en la escalera quedó olvidada cuando los papeles tradicionales quedaron invertidos: era ella quien daba con suelo y él quien lo recibía.

Al mirar su cabeza inclinada, sintió una emoción tan profunda, tan fuerte y segura, que era como si una nueva fuerza de vida fluyese por su cuerpo; luego Damon se movió, rompiendo el contacto físico, y el momento había pasado.

Subieron a la cocina, en silencio. Damon la ayudó a preparar el café y cuando éste empezó a gotear a través del filtro, ella comentó:

—Hay agua caliente, si quieres bañarte... —pensó que cuando el regresara a la granja, se iría a trabajar de inmediato y que una ducha lo refrescaría un poco.

—Me encantaría. ¿Estás segura de que no te importa?

—En lo absoluto... Está pasando mi dormitorio, la puerta está abierta y hay toallas limpias en el mueble. Si no tardas, el café estará listo cuando tú regreses.

No había regresado cuando el café estuvo listo, así que Elena lo sirvió y esperó… y esperó… Hasta que, sintiéndose alarmada, subió la escalera hasta su dormitorio.

Damon estaba tirado cuan largo era sobre la cama. Parecía haberse sentado y el agotamiento lo venció. Había gotas de agua en su piel, como si hubiera estado secándose, y además de la toalla que llevaba a la cintura, había otra a su lado.

Estaría de regreso en la granja para la ordeña, había dicho al ama de llaves, y ya eran casi las cuatro de la mañana. Indecisa, Elena permanecía inmóvil. Era evidente que necesitaba dormir y también era claro que se disgustaría si no lo despertaba. Al inclinarse con incertidumbre hacia él, la decisión le fue arrebatada de las manos. Damon abrió los ojos y la miró al rostro, su sorpresa se convirtió en deleite al encontrarse sus ojos y percatarse de la realidad, haciéndola sentir un nudo en la garganta. Él extendió la mano y tocó su muñeca, sonriéndole.

—Así que esta vez sí eres real.

—Damon... la ordeña... necesitarás.

—Sólo hay una cosa que necesito en este momento... Y eso eres tú —su voz era gruesa y profunda, y sus dedos se cerraron en su muñeca con fuerza, para impedir que se apartara— Te deseo, Elena. He soñado en tenerte así conmigo. Por favor, no me rechaces.

—Damon.

—No... No digas nada —se enderezó y la tomó en sus brazos, antes de que pudiera detenerlo. El simple placer de estar tan cerca de él silenció sus protestas y, lentamente, empezó a responder al suave y erótico movimiento de su boca en la suya. Cuando al fin se soltó, su corazón latía con tanta fuerza como el de el

—Damon, la granja.

— ¿Que granja? —preguntó él apretando su abrazo, y Elena supo que estaba perdida.

Tanto en el aspecto sexual como en el emocional, él despertaba en ella una necesidad que no podía negar. Sabía que lo que hacía sería inútil, pero sin importar lo lógicos que fuesen sus argumentos en contra de hacer el amor con Damon, sabía que no serían lo bastante fuertes para rechazarlo.

Damon la acomodó en la cama junto a él y se miró en sus ojos. Su mano tocó el vientre con gentileza, acariciando el volumen de su hijo en crecimiento.

— ¿Le importará al niño? 

La simplicidad de la pregunta, el hecho de que se preocupase por ella al preguntar, la llenó de una emoción melancólica. Qué padre tan maravilloso habría sido; todavía lo sería para el hijo de otra... Alargó un brazo y acarició su cara, dejando escapar un gemido cuando el besó la palma de su mano y el placer la invadió.

Debía despacharlo. Tenía que hacerlo pero él la recostaba y el sentir su peso oprimiéndola contra el colchón, despertó en ella recuerdos tan placenteros que se concretó a cerrar su mente contra lo que debía hacer.

No tomó a Damon mucho tiempo quitarle la ropa y los dos temblaban cuando el acarició su piel.
Elena no se había percatado hasta ese momento de lo profundamente que lo tenía grabado en sus sentidos. Su carne parecía recibirlo como si anhelase sus caricias.

Él la acarició en cada centímetro de su cuerpo, explorando su figura cambiante, depositando suaves besos contra las hinchadas curvas de sus senos hasta que el pequeño gemido que dejó escapar lo hizo comprender que ella necesitaba algo más que su ternura.

Bajo sus dedos, Elena sentía la firme masa de sus músculos y su tensión, y se llenó de una sensación profunda de poder femenino.

En sus brazos, ese hombre era tan vulnerable como un niño, e igualmente ella era vulnerable a él. Se estremeció, cerrando su mente a esa idea, y negó con la cabeza cuando Damon levantó la suya para preguntarle:

— ¿Tienes frío?

—Abrázame, Damon. Sólo abrázame —suplicó, apretándolo con fuerza.

Elena sintió su respuesta en su súbita tensión muscular. Su boca la quemaba, su lengua invadía su húmeda suavidad con un impulso rítmico que igualaba la pulsante hambre de su cuerpo.

Damon la había anhelado durante mucho tiempo; había soñado con tenerla en sus brazos de esa forma... cuando se encontraran así le sería posible hacerla olvidar que amó a otro hombre y que llevaba su hijo.

Los sentimientos que Damon despertaba en ella eran imposibles de resistir. La boca de Damon bajó hasta su cuello y se estremeció por un placer convulsivo. Besó sus senos, tomando sus tiernos pezones en la profundidad de su boca ardiente, haciéndola gritar cuando espasmos de placer la invadieron y encajó las uñas en la espalda de Damon.

Se hicieron el amor con una intimidad que no existió en la ocasión anterior. Ya se conocían y se recordaban más de lo que ella hubiera imaginado.

Recordaba el sabor de su piel y el placer de acariciarlo con sus besos. Recordaba lo agradable que era tocarlo y sentir su respuesta masculina.

Damon recordaba lo sensibles que eran sus pezones y cómo gritó, en una mezcla de negación y deleite, cuando su boca acarició la parte interna de su muslo.

Volvió a hacerlo en ese momento, de forma menos tentativa que antes, tocándola con tanta intimidad y dándole tanto placer que su cuerpo pareció derretirse. Y mientras eso sucedía, Elena captaba su firme control, su determinación de darle placer antes de buscarlo él, el cuidado que tenía de su cuerpo hinchado, como si temiese lastimarla a ella o a la criatura.

Esa consideración la conmovió como nada en su vida. Quería extender las manos y abrazarlo, sostenerlo cerca de ella y decirle que lo había engañado, que el niño era suyo, pero aún en los tumultuosos momentos en que sus cuerpos se unieron, cuando el control de Damon se perdió y la amó con una necesidad que rayaba en la obsesión, logró controlarse y no pronunciar las palabras.

El cuerpo de Elena sufrió una implosión de éxtasis silencioso al sentir el clímax de Damon, su rudo grito de triunfo masculino quedó ahogado en la boca de Elena, cuando la besó en un último ósculo abrasador. La dejó recostada de lado, con gentileza, y ella acarició el húmedo calor de su pecho con un dedo, trazando la oscura línea de vello pectoral.

—Ya amanece —le advirtió ella.

—Dormiremos una media hora y me marcharé. Tenemos que hablar sobre lo que acaba de ocurrir, Elena, bien lo sabes.

Debió revelarle más de lo que imaginó, se dijo. Ahora le sería difícil negarle que lo deseaba... que lo necesitaba.

Sus párpados se cerraban como si tuviesen pesas en sus extremos. Damon la acercó al calor de su cuerpo y ella se acurrucó contra él. El niño la pateó y Damon sintió el leve movimiento.

Durante un momento olvidó que ella llevaba en su seno el hijo de otro hombre. Un hombre que ella afirmaba seguir amando. En verdad tenía que partir. Llegaría tarde a la ordeña, sin hacer a un lado los comentarios que provocaría cuando vieran su auto estacionado frente a la casa de Elena, tan temprano por la mañana; pero la tentación de permanecer a su lado era demasiado fuerte.

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