Capítulo 7
Damon llegó a las ocho en punto.
Desde su ventana, Elena lo vio llegar en su Daimier. Cuando bajó del coche, el
corazón de la joven dio un vuelco. Vestía de etiqueta para la cena, y el color
oscuro le recordó la noche en que se conocieron.
Como si presintiese que lo
observaban, Damon levantó la vista. Ella trató de ocultarse de inmediato.
Elena llevaba un vestido nuevo, una
creación en vaporosas sedas en tonos suaves que adquirió esa tarde en una casa
especializada en ropa de maternidad que encontró en Hereford. Además del
vestido adquirió un par de pantalones holgados y unos zapatos sin tacones altos.
Su embarazo no era aun muy notorio y
los pliegues del vestido, bien cortado, la favorecían. Las mangas cortas
dejaban sus brazos bronceados al descubierto y su cabello brillaba con un nuevo
lustre. Era la imagen perfecta de una saludable y feliz futura madre. Elena lo
sabía y a no ser por Damon, así se sentiría. Bajó a encontrarse con él, reacia.
Él la aguardaba al pie de la escalera. Su sonrisa era amistosa, pero nada más. ¿Qué
más podía esperar?, se preguntó ella, mientras la escoltaba hasta el auto. ¿Que
la tomase en sus brazos y la besara con apasionamiento frente a todos?
De forma automática se dirigió hacia
la puerta delantera y se sorprendió al ver que Damon le abría la posterior del
vehículo. Intrigada, subió y se dio cuenta de que ella y Damon no viajarían
solos.
Una hermosa rubia se encontraba en el
asiento delantero y se dio vuelta, con una sonrisa, para recibir a Elena y
presentarse…
— Soy Patty Dewar. Bonnie y mis padres me han hablado mucho de
ti.
—Los padres de Patty son viejos amigos de Bonnie. El señor Dewar
es el abogado de la ciudad.
Patty frunció su deliciosa nariz
respingada y dedicó a Damon una sonrisa ingenua. No podía tener un día más de
veintiún años de edad, pensó Elena disgustada, pero su aparente ingenuidad era
fingida. Miró la delgada mano aferrada al brazo de Damon y se asombró de la ola
de enojo que la invadió.
—Estoy en casa para una visita rápida. Estudio en la Real Academia de
Arte Dramático. Papá se puso furioso cuando le dije que quería ser actriz,
pero, para mi fortuna, mamá me apoyó. Si el querido Damon no hubiese acudido al
rescate esta noche, me habría quedado en casa. Es un encanto —lanzó un beso a Damon,
mientras Elena rumiaba su sorprendente ataque de celos.
Damon tenía derecho a invitar a quien
le viniese en gana. Sólo un día antes lamentaba que toda su atención estuviese
fija en ella, pero ahora que había encontrado a alguien en quien buscar
atención, Elena resentía con amargura la presencia de la rubia.
—Se suponía que este fin de semana iría al sur de Francia con
unos amigos, pero el viaje se canceló a última hora, por lo que decidí venir a
casa. Cuando Damon se enteró de que me quedaría sola, insistió en que lo
acompañara —batió unas pestañas que ni en un millón de años serían naturales,
en dirección a Damon.
Cierto era que él no parecía afectado
por su comportamiento felino, flemática habría sido la mejor descripción de su
expresión inescrutable, pero era evidente que invitó a la joven para que fuese
su compañera esa noche.
Elena debía sentirse complacida de
que él hubiese desistido de su empeño de acosarla, pero no era así. Estaba
celosa y resentía la presencia de la joven, y por vez primera se percató de la
torpeza de su cuerpo embarazado al compararlo con la esbeltez de la rubia frente
a ella. Sólo eran unos cinco años los que las separaban. Pero hacían sentirse a
Elena tan vieja como Matusalén.
La charla inarticulada de Patty
estaba llena de referencias a personas a quienes Elena no conocía y salpicada
de incluyendo menciones especificas de las ocasiones en que Damon salió con la
joven allá en Londres.
—Lamento no haberte visto la última vez que fuiste, querido,
pero fue inevitable —volviéndose en su asiento, dijo a Elena— En ocasiones Damon
va a Londres como representante de los granjeros de la localidad. Casi siempre
logramos vernos, pero en la ocasión anterior yo había salido con unos amigos.
¿Me extrañaste? —sus uñas rasguñaban la manga de la chaqueta de Damon y Elena
rechinó los dientes. Si no por algo más, era peligroso que distrajese a Damon
de sus funciones como conductor.
Pero él no daba muestras de estar
distraído, aparte de una ligera sonrisa, observó Elena. Cuando él no contestó,
Patty hizo una mueca caprichosa y señaló:
—Supongo que tu silencio significa que no fue así. Francamente,
eres incorregible, Damon. Imagino que encontraste una potranca y pasaste la
velada flirteando con ella con todo descaro. A Damon le encanta coquetear con
las mujeres —lo acusó— Pero supongo que eso ya lo sabes.
¿Se trataba de una advertencia?
—En realidad, no —respondió Elena con frialdad, dejando que una
ligera sonrisa adornase sus labios—. De hecho, no nos conocemos lo suficiente
para emitir un juicio como ése —vio en el espejo retrovisor que Damon la miraba
con sorna y se sintió ruborizar. ¡Maldición! ¿Por qué tenía que hacerla tan
consciente de su presencia y de lo que compartieron?
Como si una sorpresa desagradable no
fuese suficiente, cuando llegaron, Elena descubrió que había sido asignada como
acompañante de un viudo, amigo de sus anfitriones.
Ian Michaels era un hombre agradable,
pero ya entrado en los cincuenta y su conversación se limitaba a sus asuntos de
negocios.
Elena no pudo evitar que su mirada
fuera de forma constante al grupo en el que se encontraban Patty y Damon. Bonnie
se acercó a ella un momento y sonrió al ver dónde estaban sus miradas.
—Patty estuvo enamoradísima de Damon. Él fue en extremo paciente
con ella. Eso ya quedó atrás, por supuesto, pero creo que Damon está asombrado
al ver lo hermosa que la chica se ha vuelto. Él se encuentra en la edad en la
que caería con facilidad en las garras de una joven hermosa y ambiciosa.
Elena no supo qué responder. Sentía
la garganta reseca y bloqueada por un nudo enorme. Quería salir corriendo de la
sala de Bonnie y no regresar.
Se sentía tan sola y desgraciada como
un niño abandonado por sus padres. Aún cuando sólo el día anterior pedía a Damon
que la dejase en paz, ahora quería tenerlo a su lado. Se comportaba como perro
sin dueño, se dijo, pero el saberlo no la ayudaba. Estaba muy resentida por la
presencia de Patty junto a Damon.
Ian Michaels mantuvo su monólogo
durante toda la cena, con Elena intercalando una palabra aquí y allá. Lo que
más la disgustaba era que todos los demás parecían disfrutar la reunión.
El comedor tenía la capacidad
suficiente para acomodar a una docena de comensales, y era evidente que Bonnie
era una anfitriona excelente. La conversación fluía alrededor de Elena,
haciéndola sentirse excluida y sola. Se dijo repetidas veces que era su culpa,
por no querer participar, pero cada vez que apartaba su atención de Ian, lo
único que escuchaba era el incesante parlotear de Patty con tono ligero y el
más profundo y mesurado de Damon. Dado que no trajo su auto, ni siquiera podía
hacer uso de la eterna excusa de retirarse por no sentirse bien.
Después de la cena, todos se congregaron
en la sala, en donde Bonnie sirvió el café, ayudada por la mayor de sus hijas.
Patty se apoltronó en el brazo del sillón ocupado por Damon y, como estaban
directamente frente a ella, Elena no podía dejar de mirarlos.
—Pareces muy cansada —comentó Patty mientras Bonnie les servía
el café— Pobre de ti. El embarazo es una carga tremenda para la mujer, ¿no es
así? Aborrecería la idea de quedarme sola con la responsabilidad de velar por
mi hijo. Y, por supuesto, no hay muchos hombres que acepten el hijo de otro,
¿no te parece?
Se produjo un silencio pesado, que
fue roto por la señora Dewar.
—Patty... en realidad... —la mujer lanzó una mirada apenada en
dirección de Elena— Lo siento mucho; Patty nunca se detiene a pensar antes de
hablar.
Elena ansiaba poder responder con
claridad que, contrario a sus palabras, Patty sabía con precisión lo que decía.
¿Habría otras personas que pensaban que estaba en busca de marido... cualquier
marido? Apretó la boca y se puso de pie. Bonnie había ido a la cocina por más
café y la siguió. Para su fortuna, Bonnie estaba sola.
—Lo siento mucho, pero me temo que tendré que irme. Patty tiene
razón, el embarazo es agotador. No quiero molestar a nadie, ¿puedo pedir un
taxi?
—No hay necesidad de ello. Damon te llevará.
—No —Elena movió la cabeza con firmeza— No quiero molestarlo
—sintió que la puerta se abría a su espalda y se volvió, esperando ver a Damon,
pero se trataba de Ian Michaels.
—Lamento tener que retirarme, Bonnie, querida. Debo tomar el
primer vuelo de Londres a París por la mañana.
—Ian eres muy oportuno. Elena también quiere retirarse. Está
cansada y te queda en camino…
Elena quería protestar, pero si se
negaba a ir con Ian, Bonnie insistiría en que Damon la acompañara, y quería
evitarlo a toda costa. Ya imaginaba cuál sería la reacción de Patty si le
quitaban a Damon para que la llevara a casa, por lo que no tuvo más remedio que
seguir a Ian hasta su coche.
Hicieron el recorrido en silencio.
Era evidente que Ian pensaba en su inminente viaje de negocios. Se bajó del auto
para abrirle la puerta, cuando se detuvieron frente al hotel. No ocultaba que
la velada fue tan tensa para él como lo fue para ella.
—No te preocupes —le dijo con amabilidad— Bonnie actúa de buena
fe. Es tan feliz en su matrimonio que no comprende que alguien más no esté
casado. Amé mucho a mi esposa... tanto que no tengo ningún deseo de
reemplazarla.
La estimación de Elena por él subió
de inmediato. En un principio pensó que el hombre no se había percatado de las
inocentes maquinaciones de Bonnie, pero no era así y al hablar de ellas, alivió
su propia tensión.
Antes de dormirse, llegó a la
conclusión de que, con seguridad, Damon no se limitaría a dejar a Patty en la
puerta de su casa cuando, al fin, la llevase.
Sus celos y lo intenso de su dolor la
asustaron. No tenía ningún derecho a sentirse así. Tampoco había motivo. No
sentía nada por Damon. ¿Nada? ¿Por el padre de su hijo? ¿Eso era lo que le
diría cuando la criatura tuviese la edad suficiente para empezar a hacer
preguntas? ¿Que no sentía nada por su padre?
Demasiado confundida para seguir
pensando en el asunto, hundió la cabeza en la almohada, obligándose a dormir.
Para el martes, sin haber visto a Damon,
se alegró de que Patty todavía lo tuviese ocupado. Las alfombras fueron
colocadas y lucían muy atractivas, pero descubrió que el placer no era tanto
sin tener con quien compartirlo. Antes, siempre tuvo a Caroline y antes de ella
a su familia. Suspiró al ir de habitación en habitación admirando el alfombrado
gris.
Esa misma mañana recibió carta de su madre,
diciéndole que su cuñada esperaba a su tercer hijo.
Sus padres, por supuesto, estaban
felices y Katrina esperaba con desesperación que fuese niño, ya que las dos
anteriores fueron niñas. La misiva incluía una vaga insinuación de que debía
tomarse unas vacaciones, pero ella sabía que su hermano siempre fue el favorito
de sus padres.
En algún momento tendría que decirles
lo de su hijo, pero todavía no. Se sentó a escribirles y se sorprendió de la
rapidez con la que llenó varias hojas. Normalmente tenía muy poco que contarles
y se preguntó cómo era posible que, viviendo en la tranquilidad de un área
rural, tuviese más que relatarles que estando en la ciudad.
Quizá se debía a que allí conocía a
las personas a otro nivel. Allí, por ejemplo, estaba enterada de todo lo
referente a la señora Gibbs, la encargada del Correo, su familia y su
reumatismo; estaba enterada de cuánto extrañaba la señora Young, la
administradora del hotel, a su hija que estudiaba en la universidad. Estaba enterada
de intimidades de las personas que la rodeaban, de una forma que nunca logró
mientras vivió en Londres.
Una vez que terminó la carta, decidió
dedicarse a los preparativos de la fiesta. Eso la mantendría ocupada... para no
pensar en Damon. No había nada más que hacer en la librería, hasta no recibir
el resto de sus pedidos. Su anuncio sería publicado en la siguiente edición del
semanario local.
La arrendadora del enlonado le
informó que todo estaba en orden, cuando llamó por teléfono.
—Supongo que, como en años anteriores, ustedes contarán con sus
propios generadores —comentó la persona con quien hablaba.
Elena se quedó atónita. No sabía nada
de los generadores. Informando al hombre que lo comprobaría, volvió a revisar
las muy comprensibles listas de Anabelle Salvatore.
Encontró la palabra “generadores” al
final de una larga lista, marcada con un asterisco, no sabía lo que significaba
el asterisco.
Preocupada, volvió a leer la lista
sin encontrar una explicación. Tendría que llamar a la granja. Se asomó por la
ventana y vio el sol brillante. De pronto, se cansó de estar encerrada. En vez
de la llamada telefónica, iría en coche.
“Para que puedas ver a Damon”, le
dijo una voz interior, pero la calló de inmediato. Por supuesto que no se
encontraría con Damon. Él estaría trabajando en la granja y, además, no quería
verlo. Patty Dewar podía quedarse con él.
Eso no impidió que los latidos de su
corazón la traicionaran cuando llego a la granja y vio el Land Rover de Damon
estacionado al frente.
Era una tonta, se dijo. Era posible
que alguien más condujese el vehículo y, además, ¿por qué sentía ese absurdo
volar de mariposas en el estomago? Ella no quena verlo, ¿o sí?
La señora Forbes, normalmente tan
eficiente, tardo en abrir la puerta. Apareció con expresión ruborizada y
preocupada, si bien se alegró un poco al verla.
— ¡Gracias a Dios que alguien llegó! —exclamó angustiada— La
señora Salvatore se cayó de su silla. La encontré en el suelo cuando fui a
llevarle el café. No me atrevo a tocarla. Llamé al doctor, pero no está... y Bonnie
fue a Hereford. Mandé a uno de los hombres a buscar a Damon. Se encuentra en el
otro extremo de la granja supervisando unas reparaciones. Quizá entre las dos
podamos sentar a la señora Salvatore en
su silla.
Elena fruncía el ceño al seguir al
ama de llaves, ¿era correcto moverla?
— ¿No será mejor dejarla donde está, solo poniéndola más cómoda?
¿Dónde se encuentra?
—En su recibidor.
Era evidente que Anabelle Salvatore
cayó al tratar de abrir la puerta del patio. Estaba hecha un ovillo en el
suelo, junto a su silla tenía un fuerte golpe en la sien y aún cuando estaba
inconsciente, no había más daños aparentes.
—Creo que sólo debemos ponerle una almohada bajo la cabeza y
cubrirla con una manta, por si está en estado de shock —sugirió Elena— Parece
respirar normalmente.
Se arrodilló junto a la mujer,
tratando de recordar sus nociones de primeros auxilios. ¿No era vital el
mantener libres las vías respiratorias de la víctima? Ese no parecía ser
problema en el caso de la señora. Respiraba con normalidad.
— ¿Que dijo a la recepcionista del doctor?
—Le informé de lo ocurrido y le pedí que lo localizara con
urgencia.
—Si salió a una visita médica, sería mejor que pidiéramos una
ambulancia...
La señora Forbes estaba deshecha,
pero ante la tranquila presencia de Elena, empezaba a recobrarse. Mientras Elena
permanecía con la enferma, fue a pedir una ambulancia. A su regreso, trajo un
poco de té para Elena.
— ¿Hay algún cambio?
Elena negó con la cabeza. En una o
dos ocasiones, Anabelle gimió y movió la cabeza, pero, aparte de eso, no daba
muestras de recobrar el conocimiento.
El silencio era abrumador y, por
primera vez, Elena se percató de que en verdad se encontraba en un lugar
remoto. Sintió un escalofrío por la brisa que entraba por la ventana y abrigó
mejor a la señora. Se esforzaba tanto en escuchar el sonido de un motor, que
cuando lo oyó creyó imaginarlo, pero al hacerse más fuerte y oír que una puerta
se abría, dejó escapar un suspiro de alivio.
Damon vestía pantalón de mezclilla y
una camisa de cuadros. Tenía manchas de tierra en el rostro y brazos, y no se
ocupó de quitarse las botas de hule.
Sin prestar atención a nadie más que
a su madre, se arrodilló a su lado; le tomó el pulso y abrió sus párpados para
ver sus pupilas.
—Creo que sólo se trata de una conmoción... ¡Gracias a Dios!
Cuando Rab me encontró, pensé que podía tratarse de un paro cardíaco.
En ese momento llegaron la ambulancia
con sirena abierta y el médico.
El doctor Thomas no perdió el tiempo
en ceremonias, pero Elena advirtió que, a pesar de sus bruscos modales, era en
extremo gentil con su paciente y pronunció el mismo veredicto que Damon.
—Sin embargo, quiero que vaya al hospital para estar seguro.
—Voy con ustedes —se levantó, percatándose de pronto de la
presencia de Elena. La miró sin comprender y ella le explicó el motivo de su
visita.
—Fue un milagro que llegara cuando lo hizo —interpuso la señora Forbes—
Yo estaba aterrorizada, se lo aseguro. Ni siquiera había pensado en pedir la
ambulancia.
—Siempre he temido que esto llegara a ocurrir —dijo Damon con
voz atormentada— Le he suplicado a mamá que contrate una enfermera, pero no lo
acepta. Dice que eso le quitaría su última independencia.
—No te culpes de nada, Damon —lo interrumpió el doctor Thomas—
Tu madre es una mujer muy valiente, pero muy terca.
—Quiero estar con ella cuando recobre el conocimiento. Ya sabe
lo que dice acerca de los hospitales.
Damon hablaba con el médico, pero Elena
sabía que hablaba del odio que la señora sentía por la institución donde se
enteró de que nunca volvería a andar.
—Alguien tendrá que avisar a Bonnie. Necesitará sus cosas cuando
se recobre.
Los tripulantes de la ambulancia ya
colocaban a la señora en una camilla, con todo cuidado. En un impulso, Elena
dijo rápidamente:
—Yo puedo quedarme a hacer eso, Damon. Llamaré a Bonnie y la
pondré al tanto.
Durante un instante pensó que Damon
rechazaría su ofrecimiento y empezó a ruborizarse, pero después de una pausa
brevísima, Damon aceptó con voz gruesa.
—Tengo que aceptarlo. La señora Forbes no puede quedarse sola.
Di a Bonnie que estaré con mamá hasta que recobre el conocimiento. Cuando los
hombres regresen esta noche, pide a Rab, es el capataz, que supervise las
operaciones hasta mi regreso. Si hay algo urgente, puede llamarme al hospital.
Si habría de permanecer al lado de su
madre, necesitaría una muda de ropa, su máquina de afeitar; y mientras Damon
seguía la camilla hasta la ambulancia, Elena pidió a la señora Forbes que le
preparase una maleta con lo más necesario.
—Ah, también unos emparedados y un termo con café, si tenemos
tiempo. Yo me ocuparé de eso. No querrá nada en este momento, pero más tarde...
Todo estuvo listo en cinco minutos y Elena
puso una bolsa de papel en brazos de Damon en el momento en que abordaba la
ambulancia.
—Necesitaré que alguien pase por mí después al hospital, Elena,
pero me ocuparé de eso más tarde. Elena... —quiso decirle algo más, pero ya los
ambulantes cerraban las puertas del vehículo.
El accidente ocurrido a su madre le
demostró lo cariñoso que Damon era. Elena quería parte de ese cariño para ella.
Necesitaba…
No necesitaba nada, se dijo con
firmeza. Nada. Habría podido regresar al pueblo con facilidad. Pensaba mudarse
a su casa ese fin de semana y tenía varias cosas pendientes, pero se encontró
con que no se atrevía a marcharse de la granja.
Disculpó su debilidad, atribuyéndola
a que la señora Forbes quería que permaneciese a su lado. El ama de llaves ya
no era ninguna joven y el accidente la afectó mucho.
Fue Elena quien llamó a Bonnie y la
puso al tanto. Después de su preocupación inicial, Bonnie fue toda calma y
sentido práctico.
—Damon permanecerá al lado de mamá hasta que esté fuera de
peligro. Llamaré al hospital y te informaré si hay alguna novedad. Me alegro de
que llegaras cuando lo hiciste, Elena. La señora Forbes es un amor, pero ya no
es muy joven y se deja llevar por el pánico cuando algo sale mal. Damon debe
estarse reprochando por lo ocurrido. Hace mucho tiempo que trata de que mamá
acepte una acompañante permanente, o mejor una enfermera, pero ella se niega.
Te llamaré tan pronto sepa algo —repitió, antes de cortar la comunicación.
Al llegar la tarde y no saber nada,
aparte de una llamada de Bonnie informando que la señora seguía inconsciente y
que la sometían a pruebas, Elena decidió que ya era hora de marcharse, pero en
el momento en que habló de sus intenciones, la señora Forbes le rogó que se
quedase.
Ya había transmitido el mensaje de Damon
a sus hombres y no tenía nada que hacer allí. El teléfono sonó mientras debatía
el dilema. Dejó que la señora Forbes tomase la llamada y, de su reacción, supo
de inmediato que era Damon quien llamaba.
— Quiere hablar con usted —le informó la señora Forbes, después
de hablar con él un momento.
—Damon, tu madre... —fue lo primero que le dijo con ansiedad.
—Ya recuperó el conocimiento, gracias a Dios, y creen que no es
nada serio. Sin embargo, quieren que pase aquí la noche y yo me quedaré con
ella. Sólo quería darte las gracias por todo lo que has hecho. ¿Quieres decir a
la señora Forbes que estaré allí para la ordeña? —cortó la comunicación antes
de que Elena pudiese decirle nada.
Dio su mensaje al ama de llaves, que
lloraba de felicidad.
—Ya tengo que irme, señora Forbes —la informó y en esa ocasión
la mujer ya no trató de detenerla.
Ya oscurecía, pero todavía quedaban
algunos rayos del sol. Con la ventana del auto abierta, Elena podía respirar el
aire fresco de la tarde. Con la señora Salvatore en recuperación, se sintió
relajarse.
Lo que más la sorprendía era cómo se
había involucrado en la comunidad en tan corto tiempo. Aún si Anabelle Salvatore
no hubiese sido la madre de Damon, también se habría preocupado por ella.
Sentía una gran admiración por la
mujer. Su valor no era el que ocupa los encabezados de los diarios; era algo
más perdurable, más conmovedor, un valor que es más difícil de sostener.
Al llegar al hotel, notó que la
noticia del accidente ya se había difundido. Respondió a las preguntas
interesadas de April Young tan bien como pudo, sabiendo que eran genuinas y no
una curiosidad malsana.
Estaba demasiado inquieta y fue a la
librería. Las pocas pertenencias personales que llevó de Londres seguían
guardadas en una caja, en un rincón de la bodega. El pensar en el valor y
tolerancia humanos, trajeron a Caroline a sus pensamientos.
La casa estaba lista para ser
ocupada; todos los servicios estaban instalados. La ropa de cama había sido
lavada y guardada. Tomó una caja ligera y la llevó a su dormitorio.
De rodillas en el suelo, empezó a
vaciar su contenido y lo primero que encontró fue una fotografía de Caroline,
tomada el día de su graduación. Mostraba a una joven alegre y sonriente, de
expresión abierta y una abundante mata de cabello rizado.
Elena estudió la fotografía varios
minutos. Su marco de plástico estaba maltratado, algo que Elena no advirtió
antes. Caroline tenía la foto en su mesa de noche... para acordarse de mejores
tiempos, le dijo su amiga en un momento de depresión.
—La persona enferma que ves aquí no soy yo —le indicó con voz
baja— Esa soy yo... esa chica de la foto, con toda la vida por delante.
Después de la muerte de Caroline
nunca soportó ver la foto de nuevo, pero ahora volvía a traer la realidad de su
amiga con gran precisión. Recordó sus días en la universidad, las alegrías que
compartieron.
Limpió el vidrio con cuidado y colocó
la fotografía en el amplio alféizar de la ventana. Al día siguiente la llevaría
para que le pusieran un bonito marco de plata.
Había otras cosas en la caja. Los
certificados escolares de Caroline, su título y su toga de graduación, una
pequeña colección de animales de cristal que eran toda su adoración. Elena
derramó lágrimas sobre ellos. Las figuras de cristal eran las más valiosas
posesiones de Caroline. Las coleccionó mientras vivió con sus tíos y, si bien
tenían un escaso valor monetario, para ella representaban el único calor de
hogar y seguridad que tuvo siendo niña.
Las guardaría para su hija... si
llegaba a tenerla, decidió Elena, volviendo a guardarlas con cuidado.
También había cartas del abogado de Caroline,
las que se concretó a guardar en una caja a la muerte de la amiga, y más
fotografías, tomas informales de ellas con algunos amigos... chicos que
conocieron durante unas vacaciones.
Cuando se percató de que el alumbrado
público había sido encendido, comprendió que ya era tarde. Vio el reloj y eran
más de las once de la noche. Se sentía muy cansada y miró la cama. No le
tomaría mucho arreglarla. En un impulso, llamó a April Young al hotel y le avisó
que había decidido pasar la noche en su nuevo hogar.
—Sin embargo, iré a desayunar. Todavía no tengo alimentos aquí.
Se duchó rápidamente y si bien no
tenía un camisón que ponerse, la noche era tibia y la cama era muy cómoda.
Quedó dormida en unos segundos.
Una fuerte llamada a su puerta la
despertó.
Abrió los ojos, desorientada,
preguntándose por qué no estaba en el hotel. Todavía no amanecía; una débil luz
gris se filtraba por las cortinas cerradas.
Las llamadas a la puerta seguían,
imperativas y urgentes. Poniéndose falda y blusa, bajó descalza y abrió la
puerta.
— ¡Damon!
Hasta ese momento no se detuvo a
pensar quién podría buscarla.
—Vi una luz encendida aquí abajo y las cortinas cerradas.
Regresaba del hospital —su piel lucía grisácea bajo la luz y su rostro,
mostraba líneas de cansancio.
— ¿Tu mamá? —preguntó ella con ansiedad.
—Mejorando, gracias a Dios, pero la mantendrán allí unos días
más —se pasó los dedos por su alborotada melena, cansado y vulnerable— Supongo
que no tienes una taza de café. Con seguridad, la señora J. todavía no se
levanta y el que tienen en el hospital es terrible.
—Pasa. Tengo una percoladora allá arriba en la cocina... pero
eso es todo. No tengo nada más que ofrecerte.
—No tengo apetito.
Al seguirla Damon escalera arriba, Elena
estaba muy consciente de su presencia física. A media escalera, el hijo la
pateó fuerte... y se detuvo de pronto, tomándose del vientre. Detrás de ella, Damon
exclamó preocupado:
—Elena, por todos los santos, ¿qué sucede? —la asió como si
temiese que fuera a desmayarse, haciéndola darse vuelta.
—No es nada… el niño me
pateó.
Damon bajó la vista a donde estaba su
mano. A través de la delgada falda de algodón, los movimientos de la piernita
impaciente era claramente discernibles y Elena lo escuchó contener el aliento y
lo vio ponerse muy pálido.
— ¿Puedo?... —tragó con dificultad— ¿Puedo tocar?
Una solicitud tan íntima la desarmó.
Ella habría dicho que un granjero como Damon sería inmune a las maravillas del
embarazo y el nacimiento, pero no cabía duda de que estaba fascinado.
Una pequeña sensación de placer la
invadió, al comprender que quería tocar a su hijo, y con una sonrisa
inconsciente, tomó su mano encallecida y la colocó sobre su vientre.
Como si supiera qué se esperaba de
él, el niño volvió a patear.
—El milagro de una nueva vida —comentó Damon con voz gruesa.
Apartó la mano y agregó— Pensé que mi madre iba a morir. Me sentí culpable
mientras recobraba el conocimiento y lo peor de todo fue mi temor de que ella
no quisiera... que ya no quisiera vivir —la miró con los ojos llenos de
lágrimas.
Sin pensarlo, ella se inclinó para
tomarlo en sus brazos, apoyándole la cabeza en su pecho.
Su posición incómoda en la escalera
quedó olvidada cuando los papeles tradicionales quedaron invertidos: era ella
quien daba con suelo y él quien lo recibía.
Al mirar su cabeza inclinada, sintió
una emoción tan profunda, tan fuerte y segura, que era como si una nueva fuerza
de vida fluyese por su cuerpo; luego Damon se movió, rompiendo el contacto
físico, y el momento había pasado.
Subieron a la cocina, en silencio. Damon
la ayudó a preparar el café y cuando éste empezó a gotear a través del filtro,
ella comentó:
—Hay agua caliente, si quieres bañarte... —pensó que cuando el
regresara a la granja, se iría a trabajar de inmediato y que una ducha lo
refrescaría un poco.
—Me encantaría. ¿Estás segura de que no te importa?
—En lo absoluto... Está pasando mi dormitorio, la puerta está
abierta y hay toallas limpias en el mueble. Si no tardas, el café estará listo
cuando tú regreses.
No había regresado cuando el café
estuvo listo, así que Elena lo sirvió y esperó… y esperó… Hasta que,
sintiéndose alarmada, subió la escalera hasta su dormitorio.
Damon estaba tirado cuan largo era
sobre la cama. Parecía haberse sentado y el agotamiento lo venció. Había gotas
de agua en su piel, como si hubiera estado secándose, y además de la toalla que
llevaba a la cintura, había otra a su lado.
Estaría de regreso en la granja para
la ordeña, había dicho al ama de llaves, y ya eran casi las cuatro de la mañana.
Indecisa, Elena permanecía inmóvil. Era evidente que necesitaba dormir y
también era claro que se disgustaría si no lo despertaba. Al inclinarse con
incertidumbre hacia él, la decisión le fue arrebatada de las manos. Damon abrió
los ojos y la miró al rostro, su sorpresa se convirtió en deleite al
encontrarse sus ojos y percatarse de la realidad, haciéndola sentir un nudo en
la garganta. Él extendió la mano y tocó su muñeca, sonriéndole.
—Así que esta vez sí eres real.
—Damon... la ordeña... necesitarás.
—Sólo hay una cosa que necesito en este momento... Y eso eres tú
—su voz era gruesa y profunda, y sus dedos se cerraron en su muñeca con fuerza,
para impedir que se apartara— Te deseo, Elena. He soñado en tenerte así
conmigo. Por favor, no me rechaces.
—Damon.
—No... No digas nada —se enderezó y la tomó en sus brazos, antes
de que pudiera detenerlo. El simple placer de estar tan cerca de él silenció
sus protestas y, lentamente, empezó a responder al suave y erótico movimiento
de su boca en la suya. Cuando al fin se soltó, su corazón latía con tanta
fuerza como el de el
—Damon, la granja.
— ¿Que granja? —preguntó él apretando su abrazo, y Elena supo que
estaba perdida.
Tanto en el aspecto sexual como en el
emocional, él despertaba en ella una necesidad que no podía negar. Sabía que lo
que hacía sería inútil, pero sin importar lo lógicos que fuesen sus argumentos
en contra de hacer el amor con Damon, sabía que no serían lo bastante fuertes
para rechazarlo.
Damon la acomodó en la cama junto a
él y se miró en sus ojos. Su mano tocó el vientre con gentileza, acariciando el
volumen de su hijo en crecimiento.
— ¿Le importará al niño?
La simplicidad de la pregunta, el
hecho de que se preocupase por ella al preguntar, la llenó de una emoción
melancólica. Qué padre tan maravilloso habría sido; todavía lo sería para el
hijo de otra... Alargó un brazo y acarició su cara, dejando escapar un gemido
cuando el besó la palma de su mano y el placer la invadió.
Debía despacharlo. Tenía que hacerlo
pero él la recostaba y el sentir su peso oprimiéndola contra el colchón,
despertó en ella recuerdos tan placenteros que se concretó a cerrar su mente
contra lo que debía hacer.
No tomó a Damon mucho tiempo quitarle
la ropa y los dos temblaban cuando el acarició su piel.
Elena no se había percatado hasta ese
momento de lo profundamente que lo tenía grabado en sus sentidos. Su carne
parecía recibirlo como si anhelase sus caricias.
Él la acarició en cada centímetro de
su cuerpo, explorando su figura cambiante, depositando suaves besos contra las
hinchadas curvas de sus senos hasta que el pequeño gemido que dejó escapar lo
hizo comprender que ella necesitaba algo más que su ternura.
Bajo sus dedos, Elena sentía la firme
masa de sus músculos y su tensión, y se llenó de una sensación profunda de
poder femenino.
En sus brazos, ese hombre era tan
vulnerable como un niño, e igualmente ella era vulnerable a él. Se estremeció,
cerrando su mente a esa idea, y negó con la cabeza cuando Damon levantó la suya
para preguntarle:
— ¿Tienes frío?
—Abrázame, Damon. Sólo abrázame —suplicó, apretándolo con
fuerza.
Elena sintió su respuesta en su
súbita tensión muscular. Su boca la quemaba, su lengua invadía su húmeda
suavidad con un impulso rítmico que igualaba la pulsante hambre de su cuerpo.
Damon la había anhelado durante mucho
tiempo; había soñado con tenerla en sus brazos de esa forma... cuando se
encontraran así le sería posible hacerla olvidar que amó a otro hombre y que
llevaba su hijo.
Los sentimientos que Damon despertaba
en ella eran imposibles de resistir. La boca de Damon bajó hasta su cuello y se
estremeció por un placer convulsivo. Besó sus senos, tomando sus tiernos
pezones en la profundidad de su boca ardiente, haciéndola gritar cuando
espasmos de placer la invadieron y encajó las uñas en la espalda de Damon.
Se hicieron el amor con una intimidad
que no existió en la ocasión anterior. Ya se conocían y se recordaban más de lo
que ella hubiera imaginado.
Recordaba el sabor de su piel y el
placer de acariciarlo con sus besos. Recordaba lo agradable que era tocarlo y
sentir su respuesta masculina.
Damon recordaba lo sensibles que eran
sus pezones y cómo gritó, en una mezcla de negación y deleite, cuando su boca
acarició la parte interna de su muslo.
Volvió a hacerlo en ese momento, de
forma menos tentativa que antes, tocándola con tanta intimidad y dándole tanto
placer que su cuerpo pareció derretirse. Y mientras eso sucedía, Elena captaba
su firme control, su determinación de darle placer antes de buscarlo él, el
cuidado que tenía de su cuerpo hinchado, como si temiese lastimarla a ella o a
la criatura.
Esa consideración la conmovió como
nada en su vida. Quería extender las manos y abrazarlo, sostenerlo cerca de
ella y decirle que lo había engañado, que el niño era suyo, pero aún en los
tumultuosos momentos en que sus cuerpos se unieron, cuando el control de Damon
se perdió y la amó con una necesidad que rayaba en la obsesión, logró
controlarse y no pronunciar las palabras.
El cuerpo de Elena sufrió una
implosión de éxtasis silencioso al sentir el clímax de Damon, su rudo grito de
triunfo masculino quedó ahogado en la boca de Elena, cuando la besó en un
último ósculo abrasador. La dejó recostada de lado, con gentileza, y ella
acarició el húmedo calor de su pecho con un dedo, trazando la oscura línea de
vello pectoral.
—Ya amanece —le advirtió ella.
—Dormiremos una media hora y me marcharé. Tenemos que hablar
sobre lo que acaba de ocurrir, Elena, bien lo sabes.
Debió revelarle más de lo que
imaginó, se dijo. Ahora le sería difícil negarle que lo deseaba... que lo
necesitaba.
Sus párpados se cerraban como si
tuviesen pesas en sus extremos. Damon la acercó al calor de su cuerpo y ella se
acurrucó contra él. El niño la pateó y Damon sintió el leve movimiento.
Durante un momento olvidó que ella
llevaba en su seno el hijo de otro hombre. Un hombre que ella afirmaba seguir
amando. En verdad tenía que partir. Llegaría tarde a la ordeña, sin hacer a un
lado los comentarios que provocaría cuando vieran su auto estacionado frente a
la casa de Elena, tan temprano por la mañana; pero la tentación de permanecer a
su lado era demasiado fuerte.
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