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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

01 marzo 2013

Mentiras Capitulo 06


Capítulo 06
Elena apenas  pudo dormir esa noche. Pasó horas tumbada en  la cama,  observando el techo  y recordando el pasado. Revivió el momento en el que  conoció  a Damon y cómo la conquistó. Su relación había sido apasionada e intensa desde  el principio.

Desde que  él la invitara  a cenar  por  primera vez, habían pasado  semanas  juntos,  viéndose  cada  día. Cuando sólo llevaban un mes de relación, se fue a vivir con él. Un mes más tarde, Damon le pidió en matrimonio.


Nunca  supo muy bien  por qué la había  elegido  a ella para  que fuera  su esposa. No pensaba que fuera peor  que él en ningún sentido, pero  Damon Salvatore era un hombre muy rico. Podía  haber tenido a cualquier  mujer  a su lado y no había  terminado de comprender por qué la quería a ella.
No tenía  contactos ni procedía de una  buena familia. No tenía  dinero ni prestigio. Era sólo una  estudiante universitaria que  se pagaba  las clases trabajando  como  camarera. Pero  eso había  cambiado cuando llegó Damon a su vida.

Con  la sabiduría que  le daba  la distancia, había llegado  a pensar que ése había  sido uno  de sus grandes errores. Había  dejado que  Damon cambiara por completo su existencia y se había  dejado seducir  por el cuento de hadas. Había confiado por completo en él y nunca se le pasó por la cabeza que su amor  no fuera correspondido.

Se preguntó cómo  reaccionaría Damon después de tantos  meses  si ella trataba de  contarle otra  vez la verdad  para  que  supiera qué  había  pasado  realmente aquel  día, cuando no la creyó y decidió apartarla de su vida.
No la había  creído entonces y no  pensaba que eso fuera  a cambiar. Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando aparecieron en  su mente imágenes de aquel  fatídico  día.

Elena se quedó mirando la prueba de embarazo, no sabía si reír  o llorar.  La escondió rápidamente y comenzó a pensar en  cómo  iba a decírselo a Damon. Esperaba que  le gustara  la idea.  Pensaban casarse pronto y solían  hablar a menudo de su deseo  de ser padres.

Estaba deseando decírselo. Sabía que  ese día iba a estar  en  el despacho y pensó  en  ir a verlo y darle una sorpresa.
Estaba entusiasmada, deseando ver su expresión cuando se lo contara.

Oyó de repente un ruido  en el salón y sonrió.  No iba a tener que esperar. Damon estaba  en casa. De vez en cuando, se pasaba por el piso sin avisar para darle una sorpresa y comer  con ella.
Lo llamó entonces y se quedó sin palabras  al ver a Jamie  aparecer en  la puerta de su dormitorio. Los visitaba con frecuencia, pero  siempre lo hacía  cuando Damon estaba en casa.

–Jamie,  ¿qué haces  aquí?  Damon está en el despacho. No volverá hasta dentro de unas horas.

–He venido  para hablar contigo.

–¿De qué  se trata?  –le preguntó ella con  curiosidad–. Vamos al salón.

Pero Jamie  no le hizo caso y entró en el dormitorio. Aquello le dio mala espina  y se estremeció.

–¿Cuánto quieres a cambio  de romper con  Damon e irte de aquí?

Se quedó estupefacta. Se imaginó que  no  lo había entendido bien.

–¿Cómo?

–No te hagas la tonta, no lo eres. ¿Cuánto  dinero quieres?

–¿Cómo  puedes intentar comprarme? ¿Ha sido tu madre la que  te ha pedido que  lo hagas? Los dos estáis locos. Quiero a Damon y el a mí. Vamos a casarnos.

Vio que Jamie  se ponía más nervioso  aún.

–Esperaba que  me lo pusieras  más fácil. Te estamos ofreciendo bastante dinero.

Cuando vio que hablaba en plural,  se dio cuenta de que  también la madre de Damon estaba  detrás  de esa operación. Estaba a punto de decirle  que se fuera de allí, que  no  quería volver a verlos en  su vida, cuando Jamie  se acercó  un  poco  más. La miraba amenazadoramente e, instintivamente, dio  un  paso atrás.

 –Creo  que  deberías irte.  Ahora  mismo  –le dijo ella mientras iba hacia el teléfono.
Jamie  se abalanzó sobre  ella y le quitó  el móvil. Estaba  demasiado atónita por  el ataque y tardó en reaccionar y defenderse.

La tiró en la cama y se echó  sobre ella, tocándola todo  el cuerpo e intentando desnudarla. Elena levantó la rodilla  para  tratar de golpearlo en la entrepierna,  pero  Jamie  se apartó a tiempo y la sujetó  con más fuerza aún.

Gritó  aterrorizada. Le estaba  haciendo mucho daño. Estaba furiosa y no podía  creer  que fuera a violarla en la cama de su propio hermano. Pensó que se había  vuelto loco y estaba segura de que Damon lo mataría cuando lo supiera.

Al ver que  no  iba a detenerse, reunió las pocas fuerzas  que  le quedaban para  luchar y tratar de defenderse. Por fin consiguió darle  un  buen golpe  en los genitales. Jamie  gruñó y aprovechó para apartarse de él mientras intentaba cubrirse con  lo que  le quedaba de ropa.

Se puso en pie y se llevó la mano  a la garganta. Le dolía como si hubiera intentado estrangularla.

–Te matará cuando lo sepa –le dijo sollozando–.¿Cómo  has podido hacerme algo así? ¡Es tu hermano, maldito canalla!

Fue hacia  la puerta. Sólo tenía  una  cosa en mente, escapar  de allí e ir en busca de Damon. Pero las palabras de Jamie  la detuvieron.

–Nunca  te creerá.

–Estás loco –le dijo ella llorando.


Pero  Jamie  había  estado  en lo cierto.  Damon no la creyó. Su hermano lo había  llamado desde  el apartamento poco  después de que  se fuera  ella y había  tenido  la brillante idea  de  contarle exactamente lo que  sabía  que  Elena le iba a decir  a su prometido. Pero  Jamie  le dijo también que  Elena había  sido la que  lo había  seducido y que,  cuando él le echó  en cara que  fuera  infiel a Damon, ella se enfadó y le dijo que  iba a inventarse una  historia  y contarle a su novio que había  tratado de violarla.

Imaginó que  Jamie  lo había  hecho muy bien porque Damon se mostró muy frío con  ella cuando la vio entrar en  su despacho minutos después y, tras contarle la verdad,  exactamente lo que Jamie  le había advertido que iba a decirle,  su prometido se limitó a entregarle un  generoso cheque y a pedirle que se marchara.

Elena siguió tumbada en la cama,  sin poder pensar en otra cosa que no fuera ese horrible día. Estaba allí para  descansar y olvidar  el pasado,  pero  seguía sintiéndose traicionada por  las personas en  las que más había  confiado.

Cuando Damon llamó a la puerta de su habitación, volvió a la realidad. Ya había  amanecido y no había dormido casi nada.

Le costó  levantarse. Se puso  una  bata  y abrió  la puerta.
Damon ya estaba  vestido.  Llevaba unos  pantalones beis y una camisa. Parecía  listo para ir al trabajo.


–Te he dejado el desayuno preparado en la cocina. Tengo que  pasar  unas  horas  en la zona de construcción. ¿Crees que estarás bien sola?

Asintió con  la cabeza.  Le alegraba no  tener que hablar con él esa mañana después de la noche que había pasado. Necesitaba tiempo para recuperarse.

–Por supuesto. ¿A qué hora  volverás?

–Son las ocho  –repuso Damon mirando el reloj–. Me imagino que volveré a eso de las doce.  Podemos comer  en  el restaurante del  hotel  y después, si te apetece, dar  un  paseo  por  la playa. Aprovecha este tiempo para  descansar. Preferiría que  no fueras  a la playa tú sola.

–No va a pasarme nada  si salgo sola del hotel.

–Lo sé, pero  preferiría estar contigo.

Se quedó sin palabras  al oír tal afirmación y se limitó a asentir  con la cabeza.

–Muy bien, te veré a la hora  de la comida.

Cerró  la puerta de su dormitorio y se apoyó contra ella.
Era el primer día de esa semana durante la que iba a intentar olvidar  el pasado  y ver si podían arreglar las cosas.

Cada vez le parecía más complicado.
Llenó  la bañera de agua  caliente, estaba  deseando poder darse  un  baño  relajante. Sabía que  no  le convenía que el agua estuviera muy caliente ni debía permanecer dentro mucho tiempo. Después de veinte minutos disfrutando de ese placer,  salió de mala gana de la bañera. Se vistió y fue a la cocina  para desayunar.



Hacía  mucho tiempo que  no tenía  tanto  apetito. Cuando terminó, buscó una toalla y salió a la playa. Después de unos meses trabajando como camarera en  el restaurante, le parecía un  lujo poder pasar un día tumbada en la arena.

Se acomodó bajo una de las sombrillas  que había en la playa. Era increíble cerrar los ojos y dejarse  llevar por  los olores  y los sonidos  que  la rodeaban. Creía  que  esos días iban  a ser unas  verdaderas vacaciones para su alma.

No tardó en vencerla  el sueño  después de la noche de insomnio que  había  pasado. Decidió  dejarse llevar y disfrutar de una  siesta mientras esperaba a Damon.

Damon volvió a la suite  a mediodía. Buscó a Elena, pero  no  estaba  en  ninguna parte. Se dio cuenta de que no le había hecho caso y había decidido salir del hotel  sin esperarlo. Sabía que estaba demasiado pendiente de ella, pero  no  podía  evitarlo,  estaba  muy preocupado.

Salió a la terraza  y la buscó  con  la mirada en  la playa. Al no verla, fue hacia las sombrillas.
No tardó en encontrarla, estaba  tumbada de costado  y completamente dormida. Se le hizo un nudo en la garganta al ver esa imagen tan bella. Vio que estaba  descalza  y que  sus tobillos  seguían hinchados, pero  no tanto  como lo habían estado  un par de días antes.

Se sentó a su lado y acarició  su sedosa melena rubia. Bajó después por  su brazo  y siguió hasta  tocarle el abultado vientre.

Elena suspiró  y, sin despertarse, se acercó  más a él. Se moría  de ganas de abrazarla y apartó la mano para no caer en la tentación.

Le habría encantado poder borrar los últimos  seis meses y regresar al pasado,  pero  era imposible. Lo había traicionado y, lo más importante en esos momentos, era el hijo que esperaba. Aunque Elena no lo hubiera admitido, estaba casi seguro  de que él era el padre.

Le sacudió  ligeramente el hombro para  despertarla.  Le encantó ver cómo  se desperezaba poco  a poco y sonreía.

–¿Llevas mucho tiempo aquí?  –preguntó Elena medio  dormida.

–No, sólo unos minutos. ¿Tienes hambre?

Elena asintió  con la cabeza y se incorporó. Le dio la mano  para  ayudarla.  Después,  la acompañó de vuelta a la suite con el brazo rodeando sus hombros.

Mientras  Elena se duchaba y se cambiaba de ropa, llamó  a Tyler  para  contarle cómo  iba la construcción.  Fue un  alivio que  su amigo  no  le preguntara por ella.

Aunque sus amigos  y su familia pensaban que  se había  vuelto loco, cada vez estaba  más convencido de que estaba haciendo lo correcto. No había  podido olvidarla durante esos meses y para él era muy importante tratar de averiguar por  qué  habían terminado tan mal las cosas entre los dos. Aunque no pudieran volver a estar  juntos,  necesitaba saberlo  para  poder seguir adelante con su vida.


Cuando Elena salió del dormitorio, se dio cuenta de que había  más brillo y luz en sus ojos. No la había visto así desde que la encontrara en el restaurante de Houston. Se parecía más a la mujer  con la que había compartido su vida durante unas  cuantas  e intensas semanas.  Recordó lo enamorado que  había  estado de esa joven risueña y cariñosa.

Le pareció que  estaba  algo nerviosa,  no  se acostumbraba a estar  a solas con  él y le molestaba que hubiera esa barrera invisible entre los dos.

–¿Estás lista? –le preguntó él. Elena asintió con la cabeza.

Le colocó  una  mano  en la espalda  para  acompañarla  a la puerta y se estremeció al sentir  su piel desnuda. Jansen  había  hecho muy bien  su trabajo. Ese veraniego vestido  resaltaba todas  las maravillosas curvas de su cuerpo. Los tirantes del escote se ataban en la nuca  y toda la espalda  quedaba a la vista.

Le habría encantado acariciarla en el preciso  lugar donde la estaba  tocando en esos instantes. Que- ría hacerlo hasta  que  ella respondiera y comprobar así que, tal y como temía,  la atracción no había  desaparecido.

En el restaurante, los sentaron cerca  de un  gran ventanal con  vistas a la playa. La observó  mientras Elena leía la carta y trataba de decidir lo que iba a pedir. Sintiendo que la miraba, levantó la vista y sonrió tímidamente. Él le devolvió el gesto.

No podía  mirar  esos ojos azules sin perderse en ellos. Era preciosa  y le encantó ver que  ya no lo miraba con odio.

 –¡Damon! ¿Qué estás haciendo aquí? –gritó alguien cerca de allí.

Hizo una  mueca  al oír esa voz. Se giró y vio que Charlotte Maxwell se acercaba a su mesa. Maldijo entre dientes.

Se levantó y la saludó de mala gana.

–Estoy aquí  por  trabajo, lo que  me sorprende es que tú estés aquí –repuso Damon.

–Bueno, es uno de mis sitios favoritos –le dijo ella entre risas–. Me encantan la gastronomía y las playas de esta isla. ¿Por qué  no me presentas a tu acompañante, Damon?

Estaba  seguro  de  que  Charlotte sabía  muy bien quién era Elena, tan seguro como estaba, de que su presencia allí no era ninguna coincidencia. Imaginó que su madre era la culpable de esa situación. Le molestaba que tratara de inmiscuirse en su vida de esa manera y lamentó haberle contado dónde iba a estar esa semana. Había  tenido la esperanza de que…

Eso ya no  era  importante. Charlotte estaba  allí e iba a tener que enfrentarse a esa situación.

–Charlotte, te presento a Elena Gilbert. Elena, Charlotte  Maxwell es una  amiga  de la familia  –anunció él.

La recién llegada  sonrió  con coquetería al oírlo y jugueteó con su camisa.

–Bueno, cariño. Algo más que una amiga, ¿no crees? Vio que  Elena la miraba con  suspicacia  y decidió que no tenía  por qué ser educado.

–Ahora, si me perdonas, esto era una comida  privada…

 –Bueno, pero  tenemos que vernos mientras estés aquí.  Podríamos cenar  juntos.  Fue una  pena  que no pudieras ir a casa de tu madre la última  vez que  cenamos  allí juntas, ya sabes cuánto la aprecio –insistió Charlotte.

Apartó  disimuladamente la mano  de esa mujer  y dio dos pasos atrás.

–Me temo  que voy a estar muy ocupado, a lo mejor podemos vernos  cuando vuelva a Nueva  York. Elena y yo estaremos encantados de invitarte  a cenar–le dijo él para que se diera  por enterada.

Sus palabras  no consiguieron que Charlotte dejara de sonreír.

–Desde luego,  cariño... No entiendo por  qué has tenido que volver con la mujer  que te fue infiel.
Elena palideció al oír sus duras palabras.

–¡Ya es suficiente! Será mejor que te vayas. Saluda de mi parte  a mi madre y dile que  deje  de meterse en mi vida. Y tú deberías hacer  lo mismo.

Charlotte hizo un mohín, pero  no se marchó.

–Tampoco hacía falta que te pusieras  así. Me imagino que tienes que tratarla con educación. Después de todo,  no sabes si el niño  del que está embarazada es tuyo.

Se dio media  vuelta y se alejó antes de que pudiera decirle  nada  más. Estaba tan furioso  que le entraron ganas de romper algo. Pero se sintió peor  aún al volver a la mesa  y ver que  Elena se había  puesto en pie y apretaba enfadada los puños.

–Lo siento mucho –le dijo Damon.

–Ya no tengo  hambre –repuso Elena.

–No hagas  eso, tienes  que  comer. No dejes  que esa mujer  se salga con la suya.

Cada vez estaba más enfadada.

–Esa mujer  sabe demasiado sobre  nuestra situación, ¿no te parece?

Sin decir  nada  más, salió del restaurante. Fue directa a su suite y maldijo  entre dientes cuando la llave electrónica se resistió a funcionar. Cuando lo consiguió,  abrió  la puerta con  fuerza  y cerró  de  un portazo. 
Echó el cerrojo y fue a su dormitorio.

No tardó en escuchar voces y golpes en la puerta. Damon parecía furioso.  Pero  ella también estaba  demasiado  enfadada como  para  que  eso le importara. Todo  aquello no era más que una  farsa y estaba cansada de aguantarla.

Había  tenido que soportar que Damon y su hermano  la humillaran, pero  no  estaba  dispuesta a tener que  aguantar además  los comentarios de  mujeres como esa tal Charlotte Maxwell.

Estaba  tan  furiosa  que  no  se dio  cuenta de que Damon había  entrado en la suite hasta que lo vio en su dormitorio.

–¿Qué es lo que te pasa, Elena? Tú no eres así. No sé qué  pretendías conseguir impidiéndome que  entrara.  
No vas a lograr  nada  huyendo de los problemas.

–¿Por qué  crees  saber  cómo  soy? Si parece que nunca llegaste conocerme.

–Supongo que  eso es verdad  –repuso Damon enfadado.

–Quiero irme de aquí en el primer vuelo que salga. Esto es una  pérdida de tiempo. Nunca  vamos a poder arreglar las cosas entre nosotros, Damon.

–Pero  hicimos  un  trato.  Íbamos  a pasar  una  semana  aquí sin pensar en el pasado.

–¿Acaso no viste lo que acaba de ocurrir en el restaurante? –le preguntó ella con incredulidad–¿Cómo iba a saber esa mujer  tanto  de nosotros si no se lo hubieras  contado tú mismo? ¿Cómo  vamos a olvidar el pasado  cuando esa mujer  me lo acaba  de echar  en cara? No me gusta que se rían de mí.

–Nunca  he  hablado de ti con  ella –le dijo Damon con firmeza.

–Entonces, ¿por qué sabía tanto?

–No te estoy mintiendo. ¿Por qué te cuesta  tanto confiar  en mí? No fui yo quien te traicionó a ti.

Hizo una  mueca  al oírlo.  Siempre volvían al mismo momento. Damon estaba convencido de que ella lo había  traicionado y se negaba a aceptar que pudiera haber otra explicación.
Estaba  demasiado furiosa  como  para  seguir  hablando con  él. Se dio  media  vuelta y apretó los puños.
De repente, Damon la hizo girar sobre sus talones  y la besó  mientras le agarraba la cintura con  las manos. 

Trató  de apartarse de él, pero  la asía con fuerza y no lo consiguió.
Pasados unos segundos, el beso se hizo más suave y tierno, no  pudo evitar gemir.  Damon la acercó  a la cama sin dejar de besarla y consiguió que se tumbara en el colchón.

–Durante un  tiempo, Elena, limítate a estar  callada. No quiero palabras. Parece  que  no podemos tener 
una conversación normal sin hacernos daño. Así que,  aunque solo sean  unos  minutos, quiero comunicarme contigo sin hablar –le dijo Damon mirándola a los ojos.

No supo qué decir y se perdió en sus ojos. A pesar de los problemas que  tenían y la falta de confianza, seguía deseándolo. Una voz en su interior le dijo que se dejara  llevar y le recordó lo maravilloso  que  sería volver a hacer  el amor  con  él. Pero,  por  otra  parte, temía  que  Damon no  lo viera de  la misma  manera y pensara que seguía siendo  una mujerzuela.

Ese pensamiento la devolvió a la realidad como un jarro de agua fría.

–No puedo hacerlo –le dijo ella mientras se incorporaba–. Sabiendo lo que piensas  de mí, no puedo hacerlo –agregó  mientras se cruzaba  de brazos  y apartaba la vista.

Después,  se alejó un poco  más de él y lo observó con suspicacia.

–No me mires  así, como  si estuviera  a punto de atacarte –le aseguró Damon.
Se dio media  vuelta y salió del dormitorio.

Se sintió  más sola que  nunca. Fue al baño  y se echó agua fría en la cara. Tenía  un fuerte dolor  en el pecho y ganas de llorar.

Estaba desesperada. No pensaba suplicarle que la creyera.  Ya lo había  hecho y no  le había  servido  de nada.

Desolada,  rompió a llorar.  Los tres últimos  meses habían sido muy tristes,  pero  durante esos últimos días había  sufrido  mucho más. Era duro tener que estar con el hombre al que  tanto  había  amado y ver en sus ojos lo que pensaba de ella.

Volvió llorando a la cama  y se acurrucó bajo  la colcha.

Unos minutos después, sintió que alguien se sentaba en la cama.

–Lo siento,  Elena –le dijo Damon mientras le acariciaba la mejilla–. No llores. Por favor, no llores.

Con cuidado, la ayudó a incorporarse y la abrazó contra su torso.

–Perdóname. No era mi intención disgustarte ni hacer  que  te sintieras  mal. Te lo juro  –insistió  él–. Charlotte ha venido  con  la única  intención de apartarme  de ti.

Se quedó callada al oírlo.

–¿Estás preparado para admitir que tu madre me odia  y estaría  dispuesta a hacer  cualquier cosa para librarse  de mí? Si no le hablaste a Charlotte de nosotros, ¿quién  crees que lo hizo?

–Lo sé –reconoció Damon–. Pero no va a conseguir nada.  En cuanto vuelva a casa, hablaré con  ella. Te lo prometo. No voy a dejar que te haga daño.

Elena se relajó  contra su torso.  Deseaba  creerlo más que nada en el mundo. Vio que empezaba a darse cuenta de cómo  era su madre y se preguntó si estaría dispuesto a aceptar su versión de los hechos.

–Quédate conmigo, Elena. Tenemos mucho de lo que  hablar –le dijo Damon mientras le limpiaba las lágrimas–. Y no podemos hacerlo si vuelves a Houston. Además, quiero cuidar  de ti y de nuestro bebé.

 Lo miró  a los ojos. Parecía  estar  sufriendo tanto como  ella. Estuvo a punto de abrir  la boca  para  decirle que él no era el padre, pero  no lo hizo.

–Por muchos problemas que tengamos, podemos solucionarlos.

–Yo no soy tan optimista –murmuró ella.

Damon la besó entonces y lo hizo con tanta  ternura que se le llenaron los ojos de lágrimas.  Era increíble volver a estar entre sus brazos y olvidar durante unos minutos cuánto le había  dolido su traición.

–Tenemos que hablar del bebé –le recordó Damon. Se quedó unos segundos callada.

–Si te digo que el bebé  es tuyo, ¿me creerás?

Notó  que  Damon se quedaba sin aliento. Tomó  su cara  entre las manos  y la miró  directamente a los ojos.

–Sí, te creeré, Elena.

Se incorporó en la cama y respiró profundamente antes de decirle  la verdad.

–Es tuyo –susurró entonces.

Damon suspiró  aliviado y la besó de manera apasionada  y posesiva.
Le costó apartarse de él. El corazón le latía a mil por hora  y no podía  dejar de mirarlo.

–¿Me crees? Tengo que saberlo,  Damon.

–Te creo  –repuso él con  solemnidad mientras le acariciaba el vientre.

Le habría encantado preguntarle si también creía  el resto  de su historia, pero  no podía  hacerlo.
Al ver que se quedaba callada, Damon la miró preocupado.


–Te creo,  Elena. De verdad.  Jamie  me dijo que contigo usó protección. Estoy seguro  de que  no  te acostaste  con ningún otro hombre y que con mi hermano  solo ocurrió una vez, ¿no es así?

Se quedó helada al oírlo. Había  tanto  dolor  en su pecho que  le costaba  respirar. Angustiada, volvió a llorar.

–¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué lloras?

Se sentía tan apenada como furiosa.

–Si de verdad deseas arreglar las cosas, no vuelvas a pronunciar su nombre en  mi presencia. Querías pasar conmigo una semana  sin hablar del pasado. Es lo que dijiste. Si vuelves a hablar de él, me voy. ¿Está claro?

Le sorprendía que fuera  tan vehemente. Abrió la boca como  si estuviera  a punto de protestar y ella se apartó de él para levantarse de la cama.
Pero  Damon la agarró antes  de que  pudiera hacerlo.


–De acuerdo, nada  del pasado.  No volveré a hablar de ello, lo prometo. Entonces, ¿vas a quedarte?
Ella cerró  los ojos. Estaba  demasiado cansada para  seguir  discutiendo. Le dolían todos  los músculos del cuello  y también la cabeza. Damon lo notó  y comenzó  a darle  un suave masaje.

–Aún me importas, Elena.

Apoyó su frente contra la de Damon.

–Tengo miedo  –le confesó  ella.

–Yo también.

Le sorprendió que  lo admitiera y se separó  de él para mirarlo a los ojos.

 –No me mires  así. No eres la única  que  ha sufrido. Acabo de decirte que no iba a hablar del pasado, pero no eres la única que sufrió con todo lo que ocurrió.  Me importabas mucho, quería casarme  contigo…
Damon se detuvo y, algo nervioso, se pasó las manos por el pelo.  Parecía  muy cansado y algo demacrado.

–Aún quiero casarme  contigo –le dijo entonces.

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