Capítulo 06
Elena
apenas pudo dormir esa noche. Pasó horas
tumbada en la cama, observando el techo y recordando el pasado. Revivió el momento en
el que conoció a Damon y cómo la conquistó. Su relación
había sido apasionada e intensa desde el
principio.
Desde
que él la invitara a cenar
por primera vez, habían
pasado semanas juntos,
viéndose cada día. Cuando sólo llevaban un mes de relación,
se fue a vivir con él. Un mes más tarde, Damon le pidió en matrimonio.
Nunca supo muy bien
por qué la había elegido a ella para
que fuera su esposa. No pensaba
que fuera peor que él en ningún sentido,
pero Damon Salvatore era un hombre muy
rico. Podía haber tenido a cualquier mujer
a su lado y no había terminado de
comprender por qué la quería a ella.
No
tenía contactos ni procedía de una buena familia. No tenía dinero ni prestigio. Era sólo una estudiante universitaria que se pagaba
las clases trabajando como camarera. Pero eso había
cambiado cuando llegó Damon a su vida.
Con la sabiduría que le daba
la distancia, había llegado a
pensar que ése había sido uno de sus grandes errores. Había dejado que
Damon cambiara por completo su existencia y se había dejado seducir por el cuento de hadas. Había confiado por
completo en él y nunca se le pasó por la cabeza que su amor no fuera correspondido.
Se
preguntó cómo reaccionaría Damon después
de tantos meses si ella trataba de contarle otra
vez la verdad para que
supiera qué había pasado
realmente aquel día, cuando no la
creyó y decidió apartarla de su vida.
No la
había creído entonces y no pensaba que eso fuera a cambiar. Se le llenaron los ojos de lágrimas
cuando aparecieron en su mente imágenes
de aquel fatídico día.
Elena
se quedó mirando la prueba de embarazo, no sabía si reír o llorar.
La escondió rápidamente y comenzó a pensar en cómo
iba a decírselo a Damon. Esperaba que
le gustara la idea. Pensaban casarse pronto y solían hablar a menudo de su deseo de ser padres.
Estaba
deseando decírselo. Sabía que ese día
iba a estar en el despacho y pensó en ir
a verlo y darle una sorpresa.
Estaba
entusiasmada, deseando ver su expresión cuando se lo contara.
Oyó de
repente un ruido en el salón y
sonrió. No iba a tener que esperar. Damon
estaba en casa. De vez en cuando, se
pasaba por el piso sin avisar para darle una sorpresa y comer con ella.
Lo
llamó entonces y se quedó sin palabras
al ver a Jamie aparecer en la puerta de su dormitorio. Los visitaba con
frecuencia, pero siempre lo hacía cuando Damon estaba en casa.
–Jamie, ¿qué haces
aquí? Damon está en el despacho.
No volverá hasta dentro de unas horas.
–He
venido para hablar contigo.
–¿De
qué se trata? –le preguntó ella con curiosidad–. Vamos al salón.
Pero Jamie no le hizo caso y entró en el dormitorio.
Aquello le dio mala espina y se
estremeció.
–¿Cuánto
quieres a cambio de romper con Damon e irte de aquí?
Se
quedó estupefacta. Se imaginó que
no lo había entendido bien.
–¿Cómo?
–No te
hagas la tonta, no lo eres. ¿Cuánto
dinero quieres?
–¿Cómo puedes intentar comprarme? ¿Ha sido tu madre
la que te ha pedido que lo hagas? Los dos estáis locos. Quiero a Damon
y el a mí. Vamos a casarnos.
Vio
que Jamie se ponía más nervioso aún.
–Esperaba
que me lo pusieras más fácil. Te estamos ofreciendo bastante
dinero.
Cuando
vio que hablaba en plural, se dio cuenta
de que también la madre de Damon
estaba detrás de esa operación. Estaba a punto de
decirle que se fuera de allí, que no
quería volver a verlos en su
vida, cuando Jamie se acercó un
poco más. La miraba
amenazadoramente e, instintivamente, dio
un paso atrás.
–Creo
que deberías irte. Ahora
mismo –le dijo ella mientras iba
hacia el teléfono.
Jamie se abalanzó sobre ella y le quitó el móvil. Estaba demasiado atónita por el ataque y tardó en reaccionar y defenderse.
La
tiró en la cama y se echó sobre ella,
tocándola todo el cuerpo e intentando
desnudarla. Elena levantó la rodilla
para tratar de golpearlo en la
entrepierna, pero Jamie
se apartó a tiempo y la sujetó
con más fuerza aún.
Gritó aterrorizada. Le estaba haciendo mucho daño. Estaba furiosa y no podía creer
que fuera a violarla en la cama de su propio hermano. Pensó que se
había vuelto loco y estaba segura de que
Damon lo mataría cuando lo supiera.
Al ver
que no
iba a detenerse, reunió las pocas fuerzas que le
quedaban para luchar y tratar de defenderse.
Por fin consiguió darle un buen golpe
en los genitales. Jamie gruñó y
aprovechó para apartarse de él mientras intentaba cubrirse con lo que
le quedaba de ropa.
Se
puso en pie y se llevó la mano a la
garganta. Le dolía como si hubiera intentado estrangularla.
–Te
matará cuando lo sepa –le dijo sollozando–.¿Cómo has podido hacerme algo así? ¡Es tu hermano,
maldito canalla!
Fue
hacia la puerta. Sólo tenía una
cosa en mente, escapar de allí e
ir en busca de Damon. Pero las palabras de Jamie la detuvieron.
–Nunca te creerá.
–Estás
loco –le dijo ella llorando.
Pero Jamie
había estado en lo cierto.
Damon no la creyó. Su hermano lo había
llamado desde el apartamento
poco después de que se fuera
ella y había tenido la brillante idea de
contarle exactamente lo que
sabía que Elena le iba a decir a su prometido. Pero Jamie
le dijo también que Elena
había sido la que lo había
seducido y que, cuando él le
echó en cara que fuera
infiel a Damon, ella se enfadó y le dijo que iba a inventarse una historia
y contarle a su novio que había
tratado de violarla.
Imaginó
que Jamie lo había
hecho muy bien porque Damon se mostró muy frío con ella cuando la vio entrar en su despacho minutos después y, tras contarle
la verdad, exactamente lo que Jamie le había advertido que iba a decirle, su prometido se limitó a entregarle un generoso cheque y a pedirle que se marchara.
Elena
siguió tumbada en la cama, sin poder pensar
en otra cosa que no fuera ese horrible día. Estaba allí para descansar y olvidar el pasado,
pero seguía sintiéndose
traicionada por las personas en las que más había confiado.
Cuando
Damon llamó a la puerta de su habitación, volvió a la realidad. Ya había amanecido y no había dormido casi nada.
Le
costó levantarse. Se puso una
bata y abrió la puerta.
Damon
ya estaba vestido. Llevaba unos
pantalones beis y una camisa. Parecía
listo para ir al trabajo.
–Te he
dejado el desayuno preparado en la cocina. Tengo que pasar
unas horas en la zona de construcción. ¿Crees que
estarás bien sola?
Asintió
con la cabeza. Le alegraba no tener que hablar con él esa mañana después de
la noche que había pasado. Necesitaba tiempo para recuperarse.
–Por
supuesto. ¿A qué hora volverás?
–Son
las ocho –repuso Damon mirando el
reloj–. Me imagino que volveré a eso de las doce. Podemos comer
en el restaurante del hotel
y después, si te apetece, dar
un paseo por la
playa. Aprovecha este tiempo para
descansar. Preferiría que no fueras a la playa tú sola.
–No va
a pasarme nada si salgo sola del hotel.
–Lo
sé, pero preferiría estar contigo.
Se
quedó sin palabras al oír tal afirmación
y se limitó a asentir con la cabeza.
–Muy
bien, te veré a la hora de la comida.
Cerró la puerta de su dormitorio y se apoyó contra
ella.
Era el
primer día de esa semana durante la que iba a intentar olvidar el pasado
y ver si podían arreglar las cosas.
Cada
vez le parecía más complicado.
Llenó la bañera de agua caliente, estaba deseando poder darse un
baño relajante. Sabía que no le
convenía que el agua estuviera muy caliente ni debía permanecer dentro mucho
tiempo. Después de veinte minutos disfrutando de ese placer, salió de mala gana de la bañera. Se vistió y
fue a la cocina para desayunar.
Hacía mucho tiempo que no tenía
tanto apetito. Cuando terminó,
buscó una toalla y salió a la playa. Después de unos meses trabajando como
camarera en el restaurante, le parecía
un lujo poder pasar un día tumbada en la
arena.
Se
acomodó bajo una de las sombrillas que
había en la playa. Era increíble cerrar los ojos y dejarse llevar por
los olores y los sonidos que la
rodeaban. Creía que esos días iban a ser unas
verdaderas vacaciones para su alma.
No
tardó en vencerla el sueño después de la noche de insomnio que había
pasado. Decidió dejarse llevar y
disfrutar de una siesta mientras esperaba
a Damon.
Damon
volvió a la suite a mediodía. Buscó a Elena,
pero no
estaba en ninguna parte. Se dio cuenta de que no le
había hecho caso y había decidido salir del hotel sin esperarlo. Sabía que estaba demasiado pendiente
de ella, pero no podía
evitarlo, estaba muy preocupado.
Salió
a la terraza y la buscó con la
mirada en la playa. Al no verla, fue
hacia las sombrillas.
No tardó
en encontrarla, estaba tumbada de costado y completamente dormida. Se le hizo un nudo
en la garganta al ver esa imagen tan bella. Vio que estaba descalza
y que sus tobillos seguían hinchados, pero no tanto
como lo habían estado un par de
días antes.
Se
sentó a su lado y acarició su sedosa
melena rubia. Bajó después por su
brazo y siguió hasta tocarle el abultado vientre.
Elena
suspiró y, sin despertarse, se
acercó más a él. Se moría de ganas de abrazarla y apartó la mano para
no caer en la tentación.
Le
habría encantado poder borrar los últimos
seis meses y regresar al pasado,
pero era imposible. Lo había
traicionado y, lo más importante en esos momentos, era el hijo que esperaba.
Aunque Elena no lo hubiera admitido, estaba casi seguro de que él era el padre.
Le
sacudió ligeramente el hombro para despertarla.
Le encantó ver cómo se
desperezaba poco a poco y sonreía.
–¿Llevas
mucho tiempo aquí? –preguntó Elena
medio dormida.
–No,
sólo unos minutos. ¿Tienes hambre?
Elena
asintió con la cabeza y se incorporó. Le
dio la mano para ayudarla.
Después, la acompañó de vuelta a
la suite con el brazo rodeando sus hombros.
Mientras Elena se duchaba y se cambiaba de ropa,
llamó a Tyler para contarle
cómo iba la construcción. Fue un alivio que
su amigo no le preguntara por ella.
Aunque
sus amigos y su familia pensaban
que se había vuelto loco, cada vez estaba más convencido de que estaba haciendo lo
correcto. No había podido olvidarla
durante esos meses y para él era muy importante tratar de averiguar por qué
habían terminado tan mal las cosas entre los dos. Aunque no pudieran
volver a estar juntos, necesitaba saberlo para
poder seguir adelante con su vida.
Cuando
Elena salió del dormitorio, se dio cuenta de que había más brillo y luz en sus ojos. No la había
visto así desde que la encontrara en el restaurante de Houston. Se parecía más
a la mujer con la que había compartido
su vida durante unas cuantas e intensas semanas. Recordó lo enamorado que había
estado de esa joven risueña y cariñosa.
Le
pareció que estaba algo nerviosa, no se
acostumbraba a estar a solas con él y le molestaba que hubiera esa barrera
invisible entre los dos.
–¿Estás
lista? –le preguntó él. Elena asintió con la cabeza.
Le
colocó una mano
en la espalda para acompañarla
a la puerta y se estremeció al sentir
su piel desnuda. Jansen
había hecho muy bien su trabajo. Ese veraniego vestido resaltaba todas las maravillosas curvas de su cuerpo. Los
tirantes del escote se ataban en la nuca
y toda la espalda quedaba a la
vista.
Le
habría encantado acariciarla en el preciso
lugar donde la estaba tocando en
esos instantes. Que- ría hacerlo hasta
que ella respondiera y comprobar
así que, tal y como temía, la atracción
no había desaparecido.
En el
restaurante, los sentaron cerca de
un gran ventanal con vistas a la playa. La observó mientras Elena leía la carta y trataba de
decidir lo que iba a pedir. Sintiendo que la miraba, levantó la vista y sonrió
tímidamente. Él le devolvió el gesto.
No
podía mirar esos ojos azules sin perderse en ellos. Era
preciosa y le encantó ver que ya no lo miraba con odio.
–¡Damon! ¿Qué estás haciendo aquí? –gritó
alguien cerca de allí.
Hizo
una mueca al oír esa voz. Se giró y vio que Charlotte
Maxwell se acercaba a su mesa. Maldijo entre dientes.
Se
levantó y la saludó de mala gana.
–Estoy
aquí por
trabajo, lo que me sorprende es
que tú estés aquí –repuso Damon.
–Bueno,
es uno de mis sitios favoritos –le dijo ella entre risas–. Me encantan la
gastronomía y las playas de esta isla. ¿Por qué
no me presentas a tu acompañante, Damon?
Estaba seguro
de que Charlotte sabía muy bien quién era Elena, tan seguro como
estaba, de que su presencia allí no era ninguna coincidencia. Imaginó que su
madre era la culpable de esa situación. Le molestaba que tratara de inmiscuirse
en su vida de esa manera y lamentó haberle contado dónde iba a estar esa semana.
Había tenido la esperanza de que…
Eso ya
no era
importante. Charlotte estaba allí
e iba a tener que enfrentarse a esa situación.
–Charlotte,
te presento a Elena Gilbert. Elena, Charlotte
Maxwell es una amiga de la familia
–anunció él.
La
recién llegada sonrió con coquetería al oírlo y jugueteó con su
camisa.
–Bueno,
cariño. Algo más que una amiga, ¿no crees? Vio que Elena la miraba con suspicacia
y decidió que no tenía por qué
ser educado.
–Ahora,
si me perdonas, esto era una comida privada…
–Bueno, pero
tenemos que vernos mientras estés aquí.
Podríamos cenar juntos. Fue una
pena que no pudieras ir a casa de
tu madre la última vez que cenamos
allí juntas, ya sabes cuánto la aprecio –insistió Charlotte.
Apartó disimuladamente la mano de esa mujer
y dio dos pasos atrás.
–Me
temo que voy a estar muy ocupado, a lo
mejor podemos vernos cuando vuelva a
Nueva York. Elena y yo estaremos
encantados de invitarte a cenar–le dijo
él para que se diera por enterada.
Sus
palabras no consiguieron que Charlotte
dejara de sonreír.
–Desde
luego, cariño... No entiendo por qué has tenido que volver con la mujer que te fue infiel.
Elena
palideció al oír sus duras palabras.
–¡Ya
es suficiente! Será mejor que te vayas. Saluda de mi parte a mi madre y dile que deje
de meterse en mi vida. Y tú deberías hacer lo mismo.
Charlotte
hizo un mohín, pero no se marchó.
–Tampoco
hacía falta que te pusieras así. Me imagino
que tienes que tratarla con educación. Después de todo, no sabes si el niño del que está embarazada es tuyo.
Se dio
media vuelta y se alejó antes de que
pudiera decirle nada más. Estaba tan furioso que le entraron ganas de romper algo. Pero se
sintió peor aún al volver a la mesa y ver que
Elena se había puesto en pie y
apretaba enfadada los puños.
–Lo
siento mucho –le dijo Damon.
–Ya no
tengo hambre –repuso Elena.
–No hagas eso, tienes
que comer. No dejes que esa mujer
se salga con la suya.
Cada
vez estaba más enfadada.
–Esa
mujer sabe demasiado sobre nuestra situación, ¿no te parece?
Sin
decir nada más, salió del restaurante. Fue directa a su
suite y maldijo entre dientes cuando la
llave electrónica se resistió a funcionar. Cuando lo consiguió, abrió
la puerta con fuerza y cerró
de un portazo.
Echó el cerrojo y
fue a su dormitorio.
No
tardó en escuchar voces y golpes en la puerta. Damon parecía furioso. Pero
ella también estaba demasiado enfadada como
para que eso le importara. Todo aquello no era más que una farsa y estaba cansada de aguantarla.
Había tenido que soportar que Damon y su hermano la humillaran, pero no
estaba dispuesta a tener que aguantar además los comentarios de mujeres como esa tal Charlotte Maxwell.
Estaba tan
furiosa que no se
dio cuenta de que Damon había entrado en la suite hasta que lo vio en su
dormitorio.
–¿Qué
es lo que te pasa, Elena? Tú no eres así. No sé qué pretendías conseguir impidiéndome que entrara.
No vas a lograr nada huyendo de los problemas.
–¿Por
qué crees saber
cómo soy? Si parece que nunca
llegaste conocerme.
–Supongo
que eso es verdad –repuso Damon enfadado.
–Quiero
irme de aquí en el primer vuelo que salga. Esto es una pérdida de tiempo. Nunca vamos a poder arreglar las cosas entre
nosotros, Damon.
–Pero hicimos
un trato. Íbamos
a pasar una semana
aquí sin pensar en el pasado.
–¿Acaso
no viste lo que acaba de ocurrir en el restaurante? –le preguntó ella con
incredulidad–¿Cómo iba a saber esa mujer
tanto de nosotros si no se lo hubieras contado tú mismo? ¿Cómo vamos a olvidar el pasado cuando esa mujer me lo acaba
de echar en cara? No me gusta que
se rían de mí.
–Nunca he
hablado de ti con ella –le dijo Damon
con firmeza.
–Entonces,
¿por qué sabía tanto?
–No te
estoy mintiendo. ¿Por qué te cuesta
tanto confiar en mí? No fui yo
quien te traicionó a ti.
Hizo una mueca
al oírlo. Siempre volvían al mismo
momento. Damon estaba convencido de que ella lo había traicionado y se negaba a aceptar que pudiera
haber otra explicación.
Estaba demasiado furiosa como
para seguir hablando con
él. Se dio media vuelta y apretó los puños.
De
repente, Damon la hizo girar sobre sus talones
y la besó mientras le agarraba la
cintura con las manos.
Trató de apartarse de él, pero la asía con fuerza y no lo consiguió.
Pasados
unos segundos, el beso se hizo más suave y tierno, no pudo evitar gemir. Damon la acercó a la cama sin dejar de besarla y consiguió
que se tumbara en el colchón.
–Durante
un tiempo, Elena, limítate a estar callada. No quiero palabras. Parece que no
podemos tener
una conversación normal sin hacernos daño. Así que, aunque solo sean unos
minutos, quiero comunicarme contigo sin hablar –le dijo Damon mirándola
a los ojos.
No
supo qué decir y se perdió en sus ojos. A pesar de los problemas que tenían y la falta de confianza, seguía
deseándolo. Una voz en su interior le dijo que se dejara llevar y le recordó lo maravilloso que
sería volver a hacer el amor con
él. Pero, por otra
parte, temía que Damon no
lo viera de la misma manera y pensara que seguía siendo una mujerzuela.
Ese
pensamiento la devolvió a la realidad como un jarro de agua fría.
–No
puedo hacerlo –le dijo ella mientras se incorporaba–. Sabiendo lo que
piensas de mí, no puedo hacerlo
–agregó mientras se cruzaba de brazos
y apartaba la vista.
Después, se alejó un poco más de él y lo observó con suspicacia.
–No me
mires así, como si estuviera
a punto de atacarte –le aseguró Damon.
Se dio
media vuelta y salió del dormitorio.
Se
sintió más sola que nunca. Fue al baño y se echó agua fría en la cara. Tenía un fuerte dolor en el pecho y ganas de llorar.
Estaba
desesperada. No pensaba suplicarle que la creyera. Ya lo había
hecho y no le había servido
de nada.
Desolada, rompió a llorar. Los tres últimos meses habían sido muy tristes, pero
durante esos últimos días había
sufrido mucho más. Era duro tener
que estar con el hombre al que
tanto había amado y ver en sus ojos lo que pensaba de
ella.
Volvió
llorando a la cama y se acurrucó
bajo la colcha.
Unos
minutos después, sintió que alguien se sentaba en la cama.
–Lo
siento, Elena –le dijo Damon mientras le
acariciaba la mejilla–. No llores. Por favor, no llores.
Con
cuidado, la ayudó a incorporarse y la abrazó contra su torso.
–Perdóname.
No era mi intención disgustarte ni hacer
que te sintieras mal. Te lo juro –insistió
él–. Charlotte ha venido con la única
intención de apartarme de ti.
Se
quedó callada al oírlo.
–¿Estás
preparado para admitir que tu madre me odia
y estaría dispuesta a hacer cualquier cosa para librarse de mí? Si no le hablaste a Charlotte de nosotros,
¿quién crees que lo hizo?
–Lo sé
–reconoció Damon–. Pero no va a conseguir nada.
En cuanto vuelva a casa, hablaré con
ella. Te lo prometo. No voy a dejar que te haga daño.
Elena
se relajó contra su torso. Deseaba
creerlo más que nada en el mundo. Vio que empezaba a darse cuenta de
cómo era su madre y se preguntó si estaría
dispuesto a aceptar su versión de los hechos.
–Quédate
conmigo, Elena. Tenemos mucho de lo que
hablar –le dijo Damon mientras le limpiaba las lágrimas–. Y no podemos
hacerlo si vuelves a Houston. Además, quiero cuidar de ti y de nuestro bebé.
Lo miró
a los ojos. Parecía estar sufriendo tanto como ella. Estuvo a punto de abrir la boca
para decirle que él no era el
padre, pero no lo hizo.
–Por
muchos problemas que tengamos, podemos solucionarlos.
–Yo no
soy tan optimista –murmuró ella.
Damon
la besó entonces y lo hizo con tanta
ternura que se le llenaron los ojos de lágrimas. Era increíble volver a estar entre sus brazos
y olvidar durante unos minutos cuánto le había
dolido su traición.
–Tenemos
que hablar del bebé –le recordó Damon. Se quedó unos segundos callada.
–Si te
digo que el bebé es tuyo, ¿me creerás?
Notó que Damon
se quedaba sin aliento. Tomó su
cara entre las manos y la miró
directamente a los ojos.
–Sí,
te creeré, Elena.
Se
incorporó en la cama y respiró profundamente antes de decirle la verdad.
–Es
tuyo –susurró entonces.
Damon
suspiró aliviado y la besó de manera
apasionada y posesiva.
Le
costó apartarse de él. El corazón le latía a mil por hora y no podía
dejar de mirarlo.
–¿Me
crees? Tengo que saberlo, Damon.
–Te
creo –repuso él con solemnidad mientras le acariciaba el vientre.
Le
habría encantado preguntarle si también creía
el resto de su historia,
pero no podía hacerlo.
Al ver
que se quedaba callada, Damon la miró preocupado.
–Te
creo, Elena. De verdad. Jamie
me dijo que contigo usó protección. Estoy seguro de que
no te acostaste con ningún otro hombre y que con mi hermano solo ocurrió una vez, ¿no es así?
Se
quedó helada al oírlo. Había tanto dolor
en su pecho que le costaba respirar. Angustiada, volvió a llorar.
–¿Qué
es lo que te pasa? ¿Por qué lloras?
Se
sentía tan apenada como furiosa.
–Si de
verdad deseas arreglar las cosas, no vuelvas a pronunciar su nombre en mi presencia. Querías pasar conmigo una
semana sin hablar del pasado. Es lo que
dijiste. Si vuelves a hablar de él, me voy. ¿Está claro?
Le
sorprendía que fuera tan vehemente.
Abrió la boca como si estuviera a punto de protestar y ella se apartó de él
para levantarse de la cama.
Pero Damon la agarró antes de que
pudiera hacerlo.
–De
acuerdo, nada del pasado. No volveré a hablar de ello, lo prometo.
Entonces, ¿vas a quedarte?
Ella
cerró los ojos. Estaba demasiado cansada para seguir
discutiendo. Le dolían todos los
músculos del cuello y también la cabeza.
Damon lo notó y comenzó a darle
un suave masaje.
–Aún
me importas, Elena.
Apoyó
su frente contra la de Damon.
–Tengo
miedo –le confesó ella.
–Yo
también.
Le
sorprendió que lo admitiera y se
separó de él para mirarlo a los ojos.
–No me mires
así. No eres la única que ha sufrido. Acabo de decirte que no iba a
hablar del pasado, pero no eres la única que sufrió con todo lo que ocurrió. Me importabas mucho, quería casarme contigo…
Damon
se detuvo y, algo nervioso, se pasó las manos por el pelo. Parecía
muy cansado y algo demacrado.
–Aún
quiero casarme contigo –le dijo
entonces.
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