Capítulo 3
Elena se vio en medio de un torbellino
de colores mientras sus labios tocaban los de Damon por primer vez. Su boca era
firme, cálida y tenía un sabor ligeramente picante. Ella tomó aire y una oleada
de esencia masculina la invadió. Se moría por dejar sus dedos correr por su
pelo, bajo la camisa de su pijama y por explorar el contorno de su pecho.
Probablemente lo habría hecho si él no la hubiera sujetado aún firmemente la
muñeca.
Con la otra mano se agarraba a la barandilla de la
cama con una fuerza que desconocía que tenía.
-Gracias.
-¿Gracias? -¿por qué? ¿Por besarlo?
-Por quedarte -replicó él, divertido.
Y entonces se dio cuenta. Había sido un beso de
agradecimiento. Ella estaba deseosa de volver a sentir sus labios de nuevo y,
mientras, él le sonreía como un hermano mayor indulgente, contento por haberse
salido con la suya. Ella se echó hacia atrás y se giró con tanta rapidez, que
la larga trenza trazó un arco por encima de su hombro y aterrizó sobre su pecho
derecho.
-No... no hay problema. Llamaré a la universidad y
les diré que no volveré en breve.
Ella presentía que esa llamada no sería tan fácil de
hacer, pero aunque significara perder su trabajo no abandonaría a Damon. No
mientras la necesitara.
Stefan llegó con la cena y Damon comió los
deliciosos platos de pasta y las verduras al vapor con devoción.
-Esto es una gran mejora comparado con la comida que
hacen aquí.
-Podrías hacer que te trajeran la comida -repuso
Stefan.
-He tenido muchas cosas de las que preocuparme -dijo
Damon, encogiéndose de hombros.
Elena pensó que sus principales preocupaciones
serían los negocios y salir andando de allí. Tal vez por ese orden.
-Una cosa que me preocupa es que Elena se quede en
tu habitación del hotel. Eso no me gusta.
Stefan miró a su hermano con interés.
-¿Por qué no?
-No es bueno para su reputación.
Elena no pudo evitar reírse ante esta afirmación.
-Damon, estás anticuado. A nadie le importa si me
quedo en la habitación de Stefan.
-A mí me importa -informó Damon, como sí eso fuera
lo único que importara.
-Bueno, tú no eres mi guardián. Yo no tengo dinero
para pagarme una estancia prolongada en un hotel -especialmente si perdía su
trabajo.
-Yo lo pagaré.
-No, no lo harás -dijo ella, lanzándole una mirada
heladora.
-Además, no hay ninguna necesidad de ello -añadió
Stefan-. En mi suite hay dos habitaciones, y ya que no quieres avisar a papá y
mamá, la segunda se quedará vacía si Elena no la ocupa.
Ella pensó que el argumento de Stefan sería suficiente,
pero por la expresión de Damon, estaba claro que no.
Él la atravesó con la mirada de un modo que la hizo
temblar.
-¿Permites que Stefan se ocupe de tus necesidades y
rechazas mi ayuda?
Ella contuvo un gesto de desesperación.
-No es lo mismo. A Stefan no le cuesta nada dejarme
la habitación que le sobra en la suite.
-¿Crees que esa ridicula suma me importa lo más
mínimo?
-No, por supuesto que no -¿por qué estaba siendo tan
irracional?—, pero ya estoy allí...
Dejó el tenedor a un lado y se permitió mirarlo a
los ojos por primera vez en una hora. Se sentía una completa idiota después de
lo del beso.
-No sé por qué estás tan preocupado, Damon. Mi
nombre no aparece en las revistas del corazón y a nadie le importa con quién
duermo.
Su expresión se volvió salvaje y ella se encontró
apartándose de él.
-¿Has compartido cama con un hombre alguna vez?
En su cara había más fuego que en la erupción del
Vesubio que arrasó Pompeya.
-Eso no es asunto tuyo.
-No estoy de acuerdo con eso -parecía a punto de
levantarse de la cama y zarandearla hasta sacarle una respuesta, y aún sabiendo
que aquello no iba a ocurrir, un escalofrío le recorrió la espalda.
Ella miró a Stefan para pedirle ayuda, pero parecía
estar divirtiéndose demasiado con la conversación como para salir en su ayuda.
Volvió a mirar a Damon, pero su expresión no se había ablandado en absoluto.
-De verdad, no quiero hablar de eso contigo.
-Dime el nombre de ese hombre.
Cielos. ¿En qué momento su silencio se había convertido
en un «sí»? ¿y quién le daba derecho a someterla a ese interrogatorio? Si
Caroline aún era virgen, Elena bailaría desnuda en el último piso del Empire
State.
-¿Me estás diciendo que Caroline y tú no os
acostáis?
-Eso no está bajo discusión.
-Podemos hablar de todo.
-Estás roja. Estás avergonzada, ¿verdad?
¿Por qué molestarse en negarlo? Él sabría que estaba
mintiendo.
-Sí.
-Una mujer con experiencia no se sentiría tan incómoda
-dijo él, con un gesto complacido.
Esa fue la gota que colmó el vaso.
-¿Estás seguro de eso? Tal vez me haya acostado con
montones de hombres. Tal vez ahora esté compartiendo cama con Stefan y lo de
la suite de dos habitaciones sea sólo una artimaña.
Ella se dio cuenta de que se había dejado vencer por
su temperamento un segundo antes de que él explotara. El frío Señor de Negocios
Italiano lanzó la mesita portátil con su cena al otro lado de la habitación y
empezó a gritar a Stefan.
Elena hablaba italiano con fluidez, pero no entendía
muchas de las palabras que estaban pronunciando, aunque podía adivinar que eran
juramentos. El rostro sonriente de Stefan estaba serio y sorprendido mientras
intentaba convencer a Damon de que había sido una broma, pero la furia de
Damon no disminuyó. Si hubiera sido capaz de moverse, su hermano estaría tumbado
de espaldas en el suelo, ella no tenía ninguna duda de ello.
-¡Por Dios! -ella saltó de la silla y se puso entre
los dos -. ¡Calmaos! No he dicho que eso fuera verdad, era sólo una hipótesis.
Damon la tomó por la cintura y ella se encontró de
repente sentada en la cama a su lado. Él le sujetó la barbilla con una mano,
obligándola a mirarlo.
-¿Te acuestas con mi hermano?
-No. Nunca he estado con un hombre -admitió ella,
pensando que la verdad era lo único que podía arreglar aquella situación.
-Pero me provocaste haciéndome creer que sí -dijo
Damon, con una mirada iracunda.
Ella seguía sin comprender por qué aquello era tan
importante. Tal vez él se sintiera responsable por ella de algún modo desde la
muerte de su padre, a pesar de que la hubiera ignorado durante todo el año
anterior... tal vez lo sintiera así a pesar de todo.
-No te estaba provocando. Me has hecho avergonzarme
y me he enfadado. La mayoría de las mujeres no son... -no podía pronunciar la
palabra- bueno... a mi edad la mayoría de las mujeres ya tienen experiencia.
-Pero tú no.
-No -admitió ella con un suspiro. Si él se casaba
con Caroline, probablemente la cosa no cambiara nunca.
Él le acarició la cara. Después, apartó la mano.
-No debes avergonzarte de hablar de estas cosas
conmigo.
¿Cómo podía evitar que hablar de eso la avergonzara?
Ni siquiera había admitido su falta de experiencia hablando con sus amigas en
la universidad, pero como no quería presenciar otra explosión de ira, decidió
callar.
Ella se intentó levantar, pero sus brazos alrededor
de su cintura se lo impidieron.
-¿Damon?
-Eres muy inocente.
Ella hizo una mueca. Eso ya estaba claro.
-Si has acabado de hacer el análisis de mi falta de
vida amorosa, ¿podrías dejar que me levantara? Quiero volver al hotel.
Damon movía la mano descuidadamente por su cintura
y ella estaba a punto de volverse loca o de entrar en un trance de lujuria.
-Te cambiarás a otra habitación.
-No -la firme negativa de Stefan la sorprendió-.
Esto es Nueva York, Damon, y no es aconsejable que Elena esté sola en una
habitación, incluso si es un hotel con seguridad.
-Entonces mandaré a mi personal de seguridad para
que vigilen su habitación.
La conversación se estaba haciendo cada vez más
extraña.
Stefan meneó la cabeza en una decidida negativa.
-¿Cómo puede ser mejor para ella estar en la habitación
de un hotel con desconocidos que conmigo?
Ella volvió a mirar a Damon. Él estaba pensativo.
-Tal vez debamos hacer que Caroline se traslade a la
suite también.
-¡No! -gritaron Stefan y Elena a la vez.
Damon enarcó las cejas.
-¿Qué os molesta de eso?
¿Cómo podías decirle a un hombre que no soportabas
a su prometida? Elena se aclaró la garganta, intentando pensar en una forma
delicada de decir que se negaba rotundamente a compartir su espacio vital con
esa bruja egoísta.
-Elena me contó lo que Caroline le dijo -dijo
Stefan, con una nota clara de desaprobación en la voz-. Los celos infundados de
tu prometida eran la razón por la que Elena pensaba volver a Massachusetts.
-¿Ahora intentas protegerla de mi prometida? -preguntó
Damon-. ¿Estáis seguros de que no tenéis nada que decirme?
Ella ya se había cansado del arrebato de
superprotección de Damon. No era ninguna damisela en apuros que necesitara
protección; había vivido por su cuenta, si no físicamente, sí emocionalmente,
desde mucho antes de la muerte de su padre, o tal vez Damon pensara seriamente
que ella quería casarse con el más joven de los hermanos Salvatore.
-Esto es ridículo. No voy a lanzarme sobre Stefan al
más mínimo descuido.
-Pero no puedes estar tan segura de que yo no lo
haga -replicó Stefan con humor.
La mano de Damon sobre la cintura de Elena se tensó.
-Tu humor está mal orientado.
-Al igual que tu mano, sobre todo teniendo en cuenta
que estás comprometido con otra mujer -dijo Stefan, provocador.
Damon no retiró la mano y contestó.
-Ella es casi de la familia.
-¿Sí? -preguntó Stefan-. Lo dudaba.
-¡Yo estoy cansada de esta conversación! -golpeó a
Damon en la mano. Este la soltó y ella se pudo levantar.
Con los brazos en jarras, se dirigió a Damon.
-Si quieres que me quede en Nueva York, será en la
suite de Stefan y los servicios de Caroline como carabina no serán necesarios.
Incluso las solteronas vírgenes tenemos nuestros límites y los míos están por
encima de los machitos arrogantes y primitivos que hablan de mí como si no
estuviera delante.
-Damon es un tipo anticuado, pero yo soy un hombre
moderno y no veo nada de malo en que una mujer de veintitrés años no se case
-dijo Stefan, con sonrisa calculadora.
-De acuerdo, «hombre moderno», llévame al hotel y me
haré compañía a mí misma.
Damon masculló algo más sobre que se quedara en la
habitación de Stefan, pero al final acabó cediendo. No tenía elección. Elena lo
quería lo suficiente como para arriesgar su trabajo por él, pero eso no la
convertía en un felpudo.
Durante las dos semanas siguientes, Elena regañó a
Damon por trabajar mucho y por no trabajar lo suficiente en las sesiones de
fisioterapia. Protestó cuando hizo que le instalaran una línea de internet en
la habitación del hospital privado al que se había trasladado. Ese mismo día él
la había encontrado desenchufando el teléfono y pidiendo a un ordenanza que se
lo llevara. Ella no se arrepentía de su acción en absoluto.
Mientras, Caroline pasaba muy poco tiempo en el
hospital y se negaba a asistir a las sesiones. Se había ido dos días antes a
París a participar en un desfile de moda de otoño, y a él no le importó. A
ningún hombre le gusta que le vean indefenso, y así era como se sentía él
cuando sus piernas se negaban a hacer lo que él quería.
Nadie podía culparlo por sentirse aliviado al ver
marchar a su novia. No estaba dispuesto a soportar sus comentarios despectivos
hacia la joven y había provocado la ira de Caroline en más de una ocasión por
defender a Elena. No permitiría que nadie hablase mal de la chica a la que él
había pasado una buena parte de su vida intentando proteger, incluso de sí
mismo. La actitud de Caroline frente a su estado de salud tampoco era de lo
más satisfactoria; aunque decía que estaba segura de que volvería a andar, sus
ojos le decían que no.
Elena no tenía esas reticencias y seguía convencida
de que sus miembros inferiores volverían a su estado normal a su debido
tiempo. Ella le recordaba una y otra vez que incluso las personas con daños en
la columna vertebral se recuperaban completamente tras cierto tiempo, como el
médico les había dicho la primera semana. Además, ella no sólo asistía a las
sesiones de fisioterapia, sino que participaba en ellas. Él no se lo había
agradecido. Necesitaba que creyera en él, no su participación.
-Devuélveme el teléfono -le gritó.
Ella meneó la cabeza y su trenza siguió el movimiento,
reflejando la luz y capturando la atención de Damon. Se preguntó como sería su pelo sin trenzar...
era tan largo que debía de llegarle por debajo de la cintura. ¿Se lo dejaría
suelto alguna vez? Sería precioso.
-Van tres llamadas en quince minutos -Elena frunció
el ceño como una profesora regañando a un alumno a quien acababa de encontrar
pasando notitas en clase-. No vas a conseguir andar de nuevo hablando por
teléfono.
-Elena tiene razón, señor Salvatore. Necesita
concentrarse en el tratamiento -añadió valientemente el fisioterapeuta.
Elena y él se sonrieron con gesto conspirador y la
presión arterial de Damon subió varios puntos.
Se suponía que aquel musculoso y rubio adonis era el
mejor fisioterapeuta de Nueva York, pero Damon lo habría tumbado de un golpe
de buen grado.
-No responderías al teléfono en medio de un negocio
importante, ¿verdad? -preguntó Elena.
-No estoy negociando nada. Estoy aquí sentado,
aburridísimo -dijo, señalando al fisioterapeuta-, mientras él me retuerce la
pierna hasta que empiece a funcionar por sí sola como por arte de magia.
-No es cuestión de magia. Es cuestión de trabajo y
siempre creí que el trabajo no te asustaba -añadió ella.
-¡Porca miseria! ¡Yo, Damon Salvatore, asustado del
trabajo! Hay que estar loco para creer algo así.
-¡Bien! Me alegra oírte decir eso. Entonces entenderás
por qué no se permite usar el teléfono durante la sesión.
-Al menos deja que ponga el contestador -así podría
acabar la llamada que le había interrumpido y después desconectar el teléfono,
ya que insistía tanto.
Ella se cruzó de brazos.
-Ya lo he hecho yo. Asume que no te voy a devolver
el teléfono.
Él le lanzó la misma mirada que hacía que los
directores de banco huyeran despavoridos en busca de refugio, pero ella
permaneció allí, inmóvil, con los brazos cruzados.
Se volvió al fisioterapeuta y le dijo:
-Dame algo que hacer.
El hombre se sobresaltó ante su tono de voz y Damon
sintió una leve oleada de satisfacción al ver que, a diferencia de Elena,
había conseguido intimidar al fisioterapeuta.
Elena llamó suavemente a la puerta de Damon, pero
ninguna voz respondió.
Había tomado la costumbre de llegar después del
desayuno y quedarse durante la sesión de terapia matinal. Tal vez ya hubieran
bajado a Damon a la sala de tratamiento... Llegaba algo tarde porque se había
quedado dormida; el día anterior había sido agotador y se había acostado tarde.
Había ido y vuelto a Massachusetts en el día para
recoger sus cosas del apartamento de la universidad, del que la habían echado.
Su presentimiento de que el jefe de departamento no sería comprensivo con su ausencia
se había cumplido, pero por fin había encontrado algo por lo que estar
agradecida a la debacle que siguió a la muerte de su padre.
Cuando su madrastra vendió la casa, Katherine tiró
todo lo que no quiso conservar y aquello significaba que las pertenencias de
Elena cabían con facilidad en su coche y no tendría que pagar un guardamuebles.
Elena empujó la puerta de la habitación. No le importaba
perderse la sesión; cada vez le resultaba más difícil de sobrellevar. El
fisioterapeuta insistía en que Damon se pusiera pantalones cortos de deporte y
una camiseta ajustada, lo que dejaba cada centímetro de la musculatura de
Damon visible a su obsesivo escrutinio.
Se sentía como una voyeur admirando su increíble
cuerpo.
No pasaría nada si ella pudiera animarlo objetivamente,
pero no era el caso. Quería y deseaba a Damon desde los quince años y una
parálisis temporal no iba a acabar con esos sentimientos. Se sentía como una
amiga depravada.
Lo que vio al cruzar la puerta la dejó sin aliento.
Damon sentado a un lado de la cama, desnudo excepto por los calzoncillos más
sexys que había visto nunca. No era que hubiera visto muchos, pero eso daba
igual. Era Damon. El único hombre importante para ella en todo el mundo.
-Yo... tú... la puerta -era incapaz de hablar con coherencia.
Giró la cabeza hacia ella y su mirada resultó reveladora.
Estaba como hipnotizado.
-¿Damon? ¿Qué...?
-Te cuesta pronunciar una frase seguida, cara.
Ella afirmó con la cabeza.
Su sonrisa se iluminó y sus ojos brillaron
triunfales.
-Puedo sentir los dedos de los pies.
Tardó un momento en asimilar las palabras, pero
cuando lo hizo cruzó la habitación en un segundo y se abalanzó sobre Damon, que
cayó de espaldas con sus brazos rodeándole el cuello.
-¡Lo sabía! ¡Sabía que podrías hacerlo!
Su firme y masculino cuerpo se agitó entre risas
bajo ella.
-Piccola mia, ¿esto lo he hecho yo o il buon Dio?
Sus risas se entremezclaron.
-Un poquito cada uno, creo yo -dijo ella,
sonriéndolo-. ¿Cuándo ha ocurrido?
-Me desperté antes del amanecer con un cosquilleo en
los pies. Según avanzaba la mañana, he recuperado la sensibilidad.
La emoción se mezclaba con el alivio y la satisfacción.
-¡Oh, Damon!
-No te pongas a llorar.
-Ni lo sueñes. ¡Estoy tan feliz! -dijo ella, consiguiendo
contener las lágrimas.
Después hizo algo que no hubiera soñado siquiera si
hubiera podido pensar con claridad. Lo besó.
Fue sólo un leve beso en la barbilla, pero una vez
allí, sus labios no quisieron separarse de la cálida piel de Damon. Quería
seguir besándolo, saborear su piel, recorrer su cuello, y aunque sabía que
tenía que apartarse, no podía hacerlo. Se dijo que, después de un segundo
más, se retiraría y le dejaría vestirse.
Entonces se dio cuenta de dónde estaba y qué estaba
haciendo. Damon apenas estaba vestido y ella estaba encima de él. Ella intentó
recular, pero sus piernas quedaron abiertas contra su muslo, levantándole la
falda. Quiso apoyar las rodillas para retirarse, pero sólo consiguió que su
piel entrase en contacto íntimo con un cuerpo masculino por primera vez en su
vida.
Se quedó paralizada.
La fina seda de sus bragas no servían como barrera
para el calor del cuerpo de Damon y la estimulación erótica de sus piernas
contra las de ella. Tenía que haberse puesto medias en lugar de las botas y
calcetines que llevaba, de ese modo, al menos sus muslos no estarían totalmente
desnudos. Sintió que enrojecía de pies a cabeza por el calor causado por la
vergüenza y el placer físico.
-Damon, yo...
-Te has quedado de nuevo sin palabras, piccola mia
-dijo, divertido.
Ella se sintió como una niña pequeña, pero nunca se
había sentido tan mujer como un segundo antes.
-Lo siento -murmuró, mientras de nuevo intentaba
retirarse, pero dos fuertes manos la
retuvieron por la cintura.
-No tienes nada que reprocharte. Tu excitación es
igual a la mía.
Ella lo dudaba. Mientras que él podía sentirse excitado
por la idea de volver a andar, la de ella estaba mezclada con fuertes dosis de
atracción sexual. Sus caras estaba frente a frente.
-Soy muy feliz, cara.
-Yo también -dijo ella, intentando controlar su respiración.
-Ya lo veo -dijo él, riendo.
-¿Sí? —preguntó ella tontamente, pensando en las mil
posibilidades de colocar su boca contra la de él.
Los ojos plateados llamearon y el hombre primitivo
volvió a salir a la superficie cuando Damon se dio cuenta de lo que estaba
pensando.
-¿Han besado muchos hombres esta lujuriosa boquita?
-¿Qué? -¿acababa de preguntarle si había besado
muchas veces? No podía entenderlo... Damon no podía estar interesado en su historial
de besos.
Cuando Damon decidió descubrir por sí mismo su nivel
de experiencia, dejó de pensar. Aunque ella estaba sobre él, sintió que sus
labios la arrastraban y la retenían, cautiva de una dominación masculina
puramente instintiva.
Ella sintió una mano que le sujetaba la nuca. Podría
haberle dicho que no era necesario... si pudiera dejar de besarlo para decir
algo.
Sus labios se movían con precisión y ella notó que
los suyos se habían abierto sin que ella se diera cuenta. La lengua de Damon
recorrió sus labios antes de hundirse en su boca, compartiendo un beso íntimo
que le había desagradado en el pasado. Con Damon sintió una excitación que
creía imposible y se dejó llevar por él.
Con las manos exploró el pecho desnudo de él
mientras su lengua batallaba
tímidamente con su agresiva masculinidad. Pronto, el mundo entero se redujo a
su cuerpo bajo ella, su boca contra la suya y sus alientos unidos.
-¡Damon! -el agudo grito procedente de la puerta
sacó a Elena de sus sueños de sensualidad con una velocidad de vértigo.
jaja les pillaron con las manos en la masa¡ gracias por el capitulo¡ espero el próximo¡ >^.^<
ResponderEliminar