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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

09 enero 2013

Cruel Capitulo 03


CAPÍTULO 03

Elena sentía su cuerpo deliciosamente pesado y lánguido. Estaba despertando lentamente y el dichoso aturdimiento que le nublaba el cerebro era como una droga. Se dio cuenta de que ya no estaba arropada por el cuerpo de Damon. Sonrió; no se había imaginado que pudiera ser así. Alargó una mano esperando sentir un cuerpo grande y duro, pero la cama estaba vacía a su lado. Abrió los ojos inmediatamente y parpadeó ante la luz del alba que se colaba por la ventana. ¿Cuánto tiempo llevaba dormida?
Se sentó y miró al otro lado del dormitorio. Damon estaba sentado en un sillón, observándola. Le sonrió vacilante, se sentía extremadamente tímida.

—Buenos días...
Él no dijo nada, simplemente siguió mirándola. Elena sintió un escalofrío por la espalda, el aire de la habitación parecía helado y no sabía por qué. Su sonrisa se desvaneció.
—¿Dam...?
Él se levantó y fue hacia la ventana, donde se quedó unos instantes de espaldas a Elena y con las manos en los bolsillos. Elena vio que estaba completamente vestido, con traje y chaqueta. Eso le hizo subirse la sábana para cubrirse los pechos.
En ese momento Damon se giró y de su rostro había desaparecido cualquier rastro de ternura y de pasión.
—Mi nombre completo no es Dam, aunque mis amigos y mi familia lo han usado alguna vez. Mi nombre es Damon. Damon  Salvatore.
Ese nombre... no podía ser.
—¿Qué has dicho?
—Ya me has oído —le respondió él con brusquedad.
—¿Eres el hermano de Bonnie? —preguntó ella sacudiendo la cabeza, como si quisiera aclararla y despejarla.
—Has acertado.
Elena no podía entender su animosidad. Se sentía como si estuviera en una pesadilla.
—¿Sabes quién soy? —estaba claro que él lo sabía, pero aun así no pudo evitar preguntarlo.
—Sí, claro que sí. Elena —le respondió con un tono burlón que la desconcertó todavía más. —Sabía quién eras antes de que nos presentáramos. Fui a ese club especialmente para encontrarte.
—Pero ¿por qué... por qué no me dijiste quién eras?
—Porque quería verte de cerca. La hermana pequeña de Nicklaus Gilbert, el hombre que estaba planeando casarse con mi hermana en Las Vegas en la víspera de su veinticinco cumpleaños para poder reclamar su fortuna antes de abandonarla sin piedad.
El rostro de Elena se quedó lívido. Ella se había enterado de los planes de Nicklaus el día del accidente; podía recordar haber discutido con él horrorizada ante la idea de que pudiera hacer algo así, pero su hermano se había reído en su cara. Y después, esa noche...
—Lo sabías.
—Sí, pero... —Elena lo miró a los ojos. Todo le daba vueltas.
Damon  se aparto de la ventana con un brusco movimiento.
—Sí, pero nada. Lo sabías y tuviste tanto que ver en esos planes como tu hermano. Dime, ¿eras la amiga perfecta y confidente de Bonnie? ¿la engañabas diciéndole lo mucho que la amaba tu hermano?
—¡No! Yo no sabía lo que estaba planeando Nicklaus; juro que no me enteré hasta la semana pasada. Apreciaba a tu hermana...
El dolor volvió a invadirla al pensar que había fracasado al ayudarla. Damon  fue hacia la cama y ella retrocedió mientras le oía maldecir en italiano.
—Claro que apreciabas a mi hermana. Ella representaba tu camino fácil a un futuro donde nunca tendrías que volver a preocuparte por el dinero. Todas las deudas de tu hermano habrían desaparecido —chasqueó los dedos, —en un instante.
—No lo entiendo.
—Pues yo te ayudaré.
Elena tragó saliva. Resultaba amedrentador, estaba mirándola fijamente y el músculo de su mandíbula estaba tenso. Ese hombre estaba a años luz del hombre que se había convertido en su primer amante.
—En cuanto tu hermano se enteró de que Bonnie era heredera de una sustancial parte de la fortuna Salvatore, fue tras ella sin otra cosa en la mente que arrebatarle su riqueza.
Elena se estremeció visiblemente ante esas palabras, pero él continuó.
—La introdujo en el mundo de las drogas para poder manipularla mejor, hizo que se volviera completamente dependiente de él. Y mientras, él me hacía una oferta de negocios falsa para mantenerme ocupado y asegurarse de que no cuidaba de mi hermana. Después de todo, tal y como mi hermana no dejaba de decirme, ella era una mujer adulta capaz de cuidar de sí misma, ¿Por qué iba a tener que preocuparme por ella? —preguntó con una risa irónica.
Elena había visto el comportamiento de su hermano, y lo que Damon  dijo no la sorprendió, pero no se había imaginado lo mucho que Nicklaus había influido en Bonnie. Sólo la había visto ir y venir y quedarse a dormir en algunas ocasiones. Le había parecido una chica muy dulce y perfectamente feliz, únicamente cuando Nicklaus le reveló sus planes fue cuando comenzó a verla como una víctima potencial. Pero eso había sucedido demasiado tarde.
—Si lo sabías...
—Ése es el problema —le dijo con una voz insoportablemente dura. —No lo sabía. Hasta que nos dimos cuenta de que la oferta de adquisición de Nicklaus era falsa. Inmediatamente sospeché que tramaba algo y además supe que era el nuevo novio que Bonnie guardaba tan en secreto. Contraté a un investigador privado para que los vigilara.
—Y así me conociste —dijo Elena, impactada.
Él no respondió y continuó de un modo implacable.
—A tu hermano le gustaban mucho las chicas con fondos fiduciarios. Por desgracia, para cuando lo descubrí todo y vine a Londres... ya era demasiado tarde.
El funesto tono de su voz golpeó directamente contra el corazón de Elena, pero antes de que ella pudiera decir nada en su propia defensa. Damon estaba rodeándola.
—Y tú... —la miró de arriba abajo, con desdén e indignación. —Tu hermano y tú matasteis a mi hermana, pero él se ha ido y no se le puede hacer pagar por ello. Tú, sin embargo, saliste del accidente sin un solo rasguño. ¿No es fortuito el destino?
Finalmente, Elena comprendió el verdadero horror de su situación. Unas imágenes vividas del accidente volvieron a su mente... la terrible lluvia que caía, el amasijo de hierros, el olor a gasolina y a humo. El espantoso silencio después del espantoso chirrido de los frenos.
—Fue un accidente —dijo con voz débil. Justamente el día antes había enviado una tarjeta de condolencias a las oficinas de Salvatore en Londres. Había querido hacer algo, contactar con la familia de Bonnie. Estaba claro que, o bien él no había recibido la tarjeta o que, si lo había hecho, eso sólo habría servido para ahondar más en la herida.
Él era frío como el hielo. Absolutamente impasible.
—Se le podría considerar un trágico accidente causado por el mal tiempo, pero no tengo duda de que, si no hubierais visto apropiado utilizar a mi hermana de ese modo tan atroz, entonces hoy seguiría viva.
Elena sentía un dolor indescriptible en el pecho porque sus duras palabras habían dado en la diana con la precisión de una flecha.
—Por favor... no lo entiendes. Yo no tomé parte en ningún aspecto de la vida de mi hermano —«a excepción de para ser su esclava».
Damon  se rió a carcajadas y dio un paso atrás,
—¿Ah, sí? Desde que tenías dieciséis años has vivido con él en ese lujoso ático. No hay documentos que acrediten que has estudiado en el Reino Unido, a pesar de que dices que has obtenido un título. Desde los diecisiete te has convertido en una asidua en el club favorito de tu hermano y, por lo que he visto esta noche, has aprendido a engatusar a los hombres a una temprana edad. Tengo fotos tuyas saliendo de ese club a las cuatro de la mañana bajo el brazo de varios famosos.
—Para.
Pero él no paró.
—Tu hermano y tú erais uña y carne, señorita Gilbert. Tú eras la anfitriona de sus fiestas... y seguro que de paso entretenías a sus amigos.
Al oír eso recordó el horror de dos noches antes, cuando un amigo de Nicklaus había esperado algo de ella a cambio del pago de una deuda de su hermano.
—Por favor, para —le suplicó. Damon  estaba terriblemente equivocado.
Él finalmente se detuvo y la miró con una expresión tan imparcial que casi fue peor que todas las palabras que le había dirigido.
—La cuenta que está a tu nombre, que con regularidad alcanzaba el millón, te la abrió tu hermano por ser su cómplice. Es una pena que todo ese dinero no fuera suyo.
Elena lo miró, aunque no comprendía por el hecho de que él supiera lo de la cuenta, ni por el hecho de que Nicklaus hubiera estado estafando a la gente. Ya nada volvería a sorprenderla. Ni siquiera había sabido de la cuenta hasta que encontró un recibo del banco a su nombre en el escritorio de su hermano hacía unas semanas en el apartamento. Nicklaus la había abierto a su nombre como tutor legal antes de que ella fuera mayor de edad, y había estado utilizando su nombre para protegerse. Aún le ponía enferma pensar cómo la había implicado de tal modo. La existencia de una cuenta como ésa a su nombre podía hundir sus oportunidades de trabajar en el mundo de los negocios en un futuro, y ahora Damon  Salvatore también lo sabía. Elena sintió que le faltaba el oxígeno.
—Yo no tenía acceso a esa cuenta — sabía que no la creería.
—Cuéntame otra historia.
Elena no se había equivocado. Cerró los ojos durante un largo segundo deseando en vano que cuando los abriera de nuevo él se hubiera ido y ella estuviera sola. Pero cuando los abrió, Damon  seguía allí: el oscuro ángel vengador.
—¿Por qué te has acostado conmigo? —preguntó ella en voz baja, sin mirarlo a los ojos.
Él la sorprendió al acercarse, apoyar una mano en la cama e inclinarse. Le agarró la barbilla y la obligó a mirarlo. Ella respiró hondo y su aroma la embargó.
Damon  forzó a su cuerpo a no responder ante ella, odiando el hecho de que a pesar de esa interpretación de chica inocente merecedora de un Oscar, siguiera deseándola. Ahora daba gracias por la fuerza de voluntad que había tenido durante la noche para no besarla debidamente. Había tenido que hacer acopio de todas sus fuerzas para no devorar esos suaves labios rosados, pero en el último momento algo lo había detenido porque había deseado besarla con un anhelo que no se parecía en nada a lo que había sentido por cualquier otra mujer.
—Me he acostado contigo, querida Elena, porque después de conocerte... después de verte, he decidido que ésta sería una forma más satisfactoria de hacerte enfrentarte a la verdad. No soy tan estúpido como para pensar que encontrarás a otro imbécil; después de todo, no perdiste el tiempo para saldar las deudas de Nicklaus, ¿verdad? Sé lo de esa pequeña visita al Honorable Stefan  Donovan de anteanoche, tras la cual las deudas de tu hermano quedaron misteriosamente pagadas. Sales muy cara.
—No me acosté con él —dijo Elena con voz temblorosa— y si te hubieras molestado en comprobarlo todo bien, habrías visto que las deudas fueron saldadas antes de que él viniera a verme.
—Bueno, está claro que conocía tus encantos y te pagó por adelantado.
Indignada por el modo en que él estaba interpretando la vida que había tenido con su hermano, bajó de la cama cubriéndose con las arrugadas sábanas que le recordaron esos momentos de seducción y pasión que habían vivido. Por el momento agradecía el hecho de que él no se hubiera dado cuenta de que era virgen porque no quería parecer vulnerable ante ese hombre.
Las piernas le temblaban, parecían gelatina.
—Lo has supuesto todo muy bien. Si ya has terminado con tu juicio, te pido que me permitas vestirme para poder desaparecer de tu vista lo antes posible.
Damon  se la quedó mirando, y ella sabía que podía romper en llanto en cuestión de segundos. Lo que estaba viviendo era demasiado como para soportarlo.
—No te preocupes, jamás volvería a acercarme a ti. Lo único que lamento es que no tienes la inocencia que tenía mi hermana y que, aunque te esté haciendo algo parecido a lo que tu hermano quiso hacerle a ella, tú no sentirás ni un ápice del sufrimiento que ella habría experimentado.
Fue hacia la puerta, pero se volvió una última vez y con una mirada que le atravesó el corazón, se marchó. Elena oyó la puerta de la suite abrirse y cerrarse.
Durante un largo rato se quedó allí, inmóvil, y después comenzó a respirar entrecortadamente a la vez que sentía náuseas. Llegó al lavabo a tiempo y vomitó. Temblorosa y sintiéndose débil, comenzó a llorar.
Y entonces pensó en algo. Él no la había besado en ningún momento. No en la boca. No después de ese primer y fugaz beso que le había hecho desear más.
Ahora lo veía todo muy claro, había evitado ese gesto que, para muchos, era un acto más íntimo que el de la penetración. Toda esa ternura había sido una mera ilusión, la había tomado con crueldad para darle una lección. No habían hecho el amor, había sido simplemente sexo. Había querido hacerla sentirse como una ramera barata y lo había conseguido,
Y eso fue lo que la derrumbó por completo.

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