CAPÍTULO 03
Elena sentía su cuerpo deliciosamente pesado y
lánguido. Estaba despertando lentamente y el dichoso aturdimiento que le
nublaba el cerebro era como una droga. Se dio cuenta de que ya no estaba
arropada por el cuerpo de Damon. Sonrió; no se había imaginado que pudiera ser
así. Alargó una mano esperando sentir un cuerpo grande y duro, pero la cama
estaba vacía a su lado. Abrió los ojos inmediatamente y parpadeó ante la luz
del alba que se colaba por la ventana. ¿Cuánto tiempo llevaba dormida?
Se sentó y miró al otro lado del dormitorio. Damon
estaba sentado en un sillón, observándola. Le sonrió vacilante, se sentía
extremadamente tímida.
Él no dijo nada, simplemente siguió mirándola. Elena sintió
un escalofrío por la espalda, el aire de la habitación parecía helado y no
sabía por qué. Su sonrisa se desvaneció.
—¿Dam...?
Él se levantó y fue hacia la ventana, donde se quedó
unos instantes de espaldas a Elena y con las manos en los bolsillos. Elena vio
que estaba completamente vestido, con traje y chaqueta. Eso le hizo subirse la
sábana para cubrirse los pechos.
En ese momento Damon se giró y de su rostro había
desaparecido cualquier rastro de ternura y de pasión.
—Mi nombre completo no es Dam, aunque mis amigos y mi
familia lo han usado alguna vez. Mi nombre es Damon. Damon Salvatore.
Ese nombre... no podía ser.
—¿Qué has dicho?
—Ya me has oído —le respondió él con brusquedad.
—¿Eres el hermano de Bonnie? —preguntó ella sacudiendo
la cabeza, como si quisiera aclararla y despejarla.
—Has acertado.
Elena no podía entender su animosidad. Se sentía como
si estuviera en una pesadilla.
—¿Sabes quién soy? —estaba claro que él lo sabía, pero
aun así no pudo evitar preguntarlo.
—Sí, claro que sí. Elena —le respondió con un tono
burlón que la desconcertó todavía más. —Sabía quién eras antes de que nos
presentáramos. Fui a ese club especialmente para encontrarte.
—Pero ¿por qué... por qué no me dijiste quién eras?
—Porque quería verte de cerca. La hermana pequeña de Nicklaus
Gilbert, el hombre que estaba planeando casarse con mi hermana en Las Vegas en
la víspera de su veinticinco cumpleaños para poder reclamar su fortuna antes de
abandonarla sin piedad.
El rostro de Elena se quedó lívido. Ella se había
enterado de los planes de Nicklaus el día del accidente; podía recordar haber
discutido con él horrorizada ante la idea de que pudiera hacer algo así, pero
su hermano se había reído en su cara. Y después, esa noche...
—Lo sabías.
—Sí, pero... —Elena lo miró a los ojos. Todo le daba
vueltas.
Damon se aparto
de la ventana con un brusco movimiento.
—Sí, pero nada. Lo sabías y tuviste tanto que ver en
esos planes como tu hermano. Dime, ¿eras la amiga perfecta y confidente de Bonnie?
¿la engañabas diciéndole lo mucho que la amaba tu hermano?
—¡No! Yo no sabía lo que estaba planeando Nicklaus;
juro que no me enteré hasta la semana pasada. Apreciaba a tu hermana...
El dolor volvió a invadirla al pensar que había
fracasado al ayudarla. Damon fue hacia
la cama y ella retrocedió mientras le oía maldecir en italiano.
—Claro que apreciabas a mi hermana. Ella representaba
tu camino fácil a un futuro donde nunca tendrías que volver a preocuparte por
el dinero. Todas las deudas de tu hermano habrían desaparecido —chasqueó los
dedos, —en un instante.
—No lo entiendo.
—Pues yo te ayudaré.
Elena tragó saliva. Resultaba amedrentador, estaba
mirándola fijamente y el músculo de su mandíbula estaba tenso. Ese hombre
estaba a años luz del hombre que se había convertido en su primer amante.
—En cuanto tu hermano se enteró de que Bonnie era
heredera de una sustancial parte de la fortuna Salvatore, fue tras ella sin
otra cosa en la mente que arrebatarle su riqueza.
Elena se estremeció visiblemente ante esas palabras,
pero él continuó.
—La introdujo en el mundo de las drogas para poder
manipularla mejor, hizo que se volviera completamente dependiente de él. Y
mientras, él me hacía una oferta de negocios falsa para mantenerme ocupado y
asegurarse de que no cuidaba de mi hermana. Después de todo, tal y como mi
hermana no dejaba de decirme, ella era una mujer adulta capaz de cuidar de sí
misma, ¿Por qué iba a tener que preocuparme por ella? —preguntó con una risa
irónica.
Elena había visto el comportamiento de su hermano, y
lo que Damon dijo no la sorprendió, pero
no se había imaginado lo mucho que Nicklaus había influido en Bonnie. Sólo la
había visto ir y venir y quedarse a dormir en algunas ocasiones. Le había
parecido una chica muy dulce y perfectamente feliz, únicamente cuando Nicklaus
le reveló sus planes fue cuando comenzó a verla como una víctima potencial.
Pero eso había sucedido demasiado tarde.
—Si lo sabías...
—Ése es el problema —le dijo con una voz
insoportablemente dura. —No lo sabía. Hasta que nos dimos cuenta de que la
oferta de adquisición de Nicklaus era falsa. Inmediatamente sospeché que
tramaba algo y además supe que era el nuevo novio que Bonnie guardaba tan en
secreto. Contraté a un investigador privado para que los vigilara.
—Y así me conociste —dijo Elena, impactada.
Él no respondió y continuó de un modo implacable.
—A tu hermano le gustaban mucho las chicas con fondos
fiduciarios. Por desgracia, para cuando lo descubrí todo y vine a Londres... ya
era demasiado tarde.
El funesto tono de su voz golpeó directamente contra
el corazón de Elena, pero antes de que ella pudiera decir nada en su propia
defensa. Damon estaba rodeándola.
—Y tú... —la miró de arriba abajo, con desdén e
indignación. —Tu hermano y tú matasteis a mi hermana, pero él se ha ido y no se
le puede hacer pagar por ello. Tú, sin embargo, saliste del accidente sin un
solo rasguño. ¿No es fortuito el destino?
Finalmente, Elena comprendió el verdadero horror de su
situación. Unas imágenes vividas del accidente volvieron a su mente... la
terrible lluvia que caía, el amasijo de hierros, el olor a gasolina y a humo.
El espantoso silencio después del espantoso chirrido de los frenos.
—Fue un accidente —dijo con voz débil. Justamente el
día antes había enviado una tarjeta de condolencias a las oficinas de Salvatore
en Londres. Había querido hacer algo, contactar con la familia de Bonnie.
Estaba claro que, o bien él no había recibido la tarjeta o que, si lo había
hecho, eso sólo habría servido para ahondar más en la herida.
Él era frío como el hielo. Absolutamente impasible.
—Se le podría considerar un trágico accidente causado
por el mal tiempo, pero no tengo duda de que, si no hubierais visto apropiado
utilizar a mi hermana de ese modo tan atroz, entonces hoy seguiría viva.
Elena sentía un dolor indescriptible en el pecho
porque sus duras palabras habían dado en la diana con la precisión de una
flecha.
—Por favor... no lo entiendes. Yo no tomé parte en
ningún aspecto de la vida de mi hermano —«a excepción de para ser su esclava».
Damon se rió a
carcajadas y dio un paso atrás,
—¿Ah, sí? Desde que tenías dieciséis años has vivido
con él en ese lujoso ático. No hay documentos que acrediten que has estudiado
en el Reino Unido, a pesar de que dices que has obtenido un título. Desde los
diecisiete te has convertido en una asidua en el club favorito de tu hermano y,
por lo que he visto esta noche, has aprendido a engatusar a los hombres a una
temprana edad. Tengo fotos tuyas saliendo de ese club a las cuatro de la mañana
bajo el brazo de varios famosos.
—Para.
Pero él no paró.
—Tu hermano y tú erais uña y carne, señorita Gilbert.
Tú eras la anfitriona de sus fiestas... y seguro que de paso entretenías a sus
amigos.
Al oír eso recordó el horror de dos noches antes,
cuando un amigo de Nicklaus había esperado algo de ella a cambio del pago de
una deuda de su hermano.
—Por favor, para —le suplicó. Damon estaba terriblemente equivocado.
Él finalmente se detuvo y la miró con una expresión
tan imparcial que casi fue peor que todas las palabras que le había dirigido.
—La cuenta que está a tu nombre, que con regularidad
alcanzaba el millón, te la abrió tu hermano por ser su cómplice. Es una pena
que todo ese dinero no fuera suyo.
Elena lo miró, aunque no comprendía por el hecho de
que él supiera lo de la cuenta, ni por el hecho de que Nicklaus hubiera estado
estafando a la gente. Ya nada volvería a sorprenderla. Ni siquiera había sabido
de la cuenta hasta que encontró un recibo del banco a su nombre en el
escritorio de su hermano hacía unas semanas en el apartamento. Nicklaus la
había abierto a su nombre como tutor legal antes de que ella fuera mayor de
edad, y había estado utilizando su nombre para protegerse. Aún le ponía enferma
pensar cómo la había implicado de tal modo. La existencia de una cuenta como
ésa a su nombre podía hundir sus oportunidades de trabajar en el mundo de los
negocios en un futuro, y ahora Damon
Salvatore también lo sabía. Elena sintió que le faltaba el oxígeno.
—Yo no tenía acceso a esa cuenta — sabía que no la
creería.
—Cuéntame otra historia.
Elena no se había equivocado. Cerró los ojos durante
un largo segundo deseando en vano que cuando los abriera de nuevo él se hubiera
ido y ella estuviera sola. Pero cuando los abrió, Damon seguía allí: el oscuro ángel vengador.
—¿Por qué te has acostado conmigo? —preguntó ella en
voz baja, sin mirarlo a los ojos.
Él la sorprendió al acercarse, apoyar una mano en la
cama e inclinarse. Le agarró la barbilla y la obligó a mirarlo. Ella respiró
hondo y su aroma la embargó.
Damon forzó a
su cuerpo a no responder ante ella, odiando el hecho de que a pesar de esa
interpretación de chica inocente merecedora de un Oscar, siguiera deseándola.
Ahora daba gracias por la fuerza de voluntad que había tenido durante la noche
para no besarla debidamente. Había tenido que hacer acopio de todas sus fuerzas
para no devorar esos suaves labios rosados, pero en el último momento algo lo
había detenido porque había deseado besarla con un anhelo que no se parecía en
nada a lo que había sentido por cualquier otra mujer.
—Me he acostado contigo, querida Elena, porque después
de conocerte... después de verte, he decidido que ésta sería una forma más
satisfactoria de hacerte enfrentarte a la verdad. No soy tan estúpido como para
pensar que encontrarás a otro imbécil; después de todo, no perdiste el tiempo
para saldar las deudas de Nicklaus, ¿verdad? Sé lo de esa pequeña visita al
Honorable Stefan Donovan de anteanoche,
tras la cual las deudas de tu hermano quedaron misteriosamente pagadas. Sales
muy cara.
—No me acosté con él —dijo Elena con voz temblorosa— y
si te hubieras molestado en comprobarlo todo bien, habrías visto que las deudas
fueron saldadas antes de que él viniera a verme.
—Bueno, está claro que conocía tus encantos y te pagó
por adelantado.
Indignada por el modo en que él estaba interpretando
la vida que había tenido con su hermano, bajó de la cama cubriéndose con las
arrugadas sábanas que le recordaron esos momentos de seducción y pasión que
habían vivido. Por el momento agradecía el hecho de que él no se hubiera dado
cuenta de que era virgen porque no quería parecer vulnerable ante ese hombre.
Las piernas le temblaban, parecían gelatina.
—Lo has supuesto todo muy bien. Si ya has terminado
con tu juicio, te pido que me permitas vestirme para poder desaparecer de tu
vista lo antes posible.
Damon se la
quedó mirando, y ella sabía que podía romper en llanto en cuestión de segundos.
Lo que estaba viviendo era demasiado como para soportarlo.
—No te preocupes, jamás volvería a acercarme a ti. Lo
único que lamento es que no tienes la inocencia que tenía mi hermana y que,
aunque te esté haciendo algo parecido a lo que tu hermano quiso hacerle a ella,
tú no sentirás ni un ápice del sufrimiento que ella habría experimentado.
Fue hacia la puerta, pero se volvió una última vez y
con una mirada que le atravesó el corazón, se marchó. Elena oyó la puerta de la
suite abrirse y cerrarse.
Durante un largo rato se quedó allí, inmóvil, y
después comenzó a respirar entrecortadamente a la vez que sentía náuseas. Llegó
al lavabo a tiempo y vomitó. Temblorosa y sintiéndose débil, comenzó a llorar.
Y entonces pensó en algo. Él no la había besado en
ningún momento. No en la boca. No después de ese primer y fugaz beso que le
había hecho desear más.
Ahora lo veía todo muy claro, había evitado ese gesto
que, para muchos, era un acto más íntimo que el de la penetración. Toda esa
ternura había sido una mera ilusión, la había tomado con crueldad para darle
una lección. No habían hecho el amor, había sido simplemente sexo. Había
querido hacerla sentirse como una ramera barata y lo había conseguido,
Y eso fue
lo que la derrumbó por completo.
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