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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

23 mayo 2013

En tus brazos Capitulo 12


Capítulo 12

El terror se apoderó de Damon y le hizo olvidar las demás preocupaciones. Aunque las paredes de la hilandería eran de piedra, en un edificio con las vigas de madera, con un tejado de paja cuyos suelos estarían a esa hora del día cubiertos de algodón, un fuego podría propagarse con rapidez. Si eso no era suficientemente malo, alrededor había almacenadas bobinas de hilo de algodón, cajas de artículos terminados listos para ser enviados al mercado y los propios telares, esqueletos de madera que avivarían las llamas.
—¡Ve a buscar el carro de incendios del pueblo! —exclamó Damon.
—¡Sí, señor! —respondió el hombre, y azuzó al caballo.
Mientras el jinete se alejaba, Damon se giró hacia Davie y hacia la señora Gilbert. Antes de poder decir palabra, ella se adelantó a las órdenes que había estado a punto de darle a Davie para llevarla a la mansión.
—Dadme un minuto mientras voy a por el botiquín —dijo ella mientras corría de nuevo a la escuela—. Cómo me alegro de haber preparado uno para la escuela en vez de confiar en pedírselo prestado a la señora Winston en la mansión.
—Deprisa —dijo Damon antes de dirigirse a la calesa. Poco después, la señora Gilbert ya había regresado con la caja de madera, que le entregó a Davie mientras Damon la ayudaba a subir.
—Sé que estabais trabajando para reparar la hilandería —dijo ella mientras circulaban a toda velocidad por el camino—. ¿Había obreros dentro?
—Si todos los operadores estaban en sus puestos, podría haber hasta dieciséis —aquéllos que estuvieran en el piso de abajo podrían haber salido deprisa, pero los demás…
—Después de años de agricultura, sé cómo atender a los heridos. Me sentiría mucho mejor, señora Gilbert, si Davie me dejara en la hilandería y os llevara a vos a la mansión.
—¿Y abandonar a los obreros en una situación así? —preguntó ella—. ¡Impensable! Señor Salvatore, aunque aprecio vuestra preocupación, he sido la esposa de un soldado en una tierra a veces hostil. He presenciado, y tratado, heridas que prefiero no describir y probablemente tenga más experiencia que vos en tratar con los heridos… aunque rezo para que esa experiencia no sea necesaria.
—Amén —dijo Davie.
—Muy bien —capituló Damon, sabiendo que tenía razón, a pesar de su deseo por ahorrarle imágenes duras—. Estaré encantado de contar con vuestra ayuda.
Ni siquiera las terribles imágenes que se sucedían en su cabeza mientras avanzaban eran capaces de distraerlo por completo de otras chispas producidas cada vez que el cuerpo de la señora Gilbert se rozaba contra el suyo en la calesa. Poco después, sin embargo, el aroma de su perfume fue sustituido por el olor a humo. Y, a medida que se acercaban a la hilandería, vieron las llamas ascendiendo al cielo por encima de los árboles.
La escena cuando llegaron era tan mala como había imaginado. El nivel inferior del edificio estaba envuelto en llamas. Los suelos, las estructuras y los tejados de madera sucumbieron al fuego en una explosión espectacular que acompañó al sonido incesante del fuego.
Damon detuvo la calesa y saltó al suelo. Luego ayudó a bajar a la señora Gilbert, que inmediatamente agarró su botiquín. Incluso allí, a más de treinta metros de distancia, el calor del fuego era insoportable.
Los trabajadores de la hilandería, así como hombres de las granjas cercanas ya habían formado una brigada de bomberos y sacaban agua del pozo para intentar sofocar las llamas, aunque el calor del fuego hacía que fuese imposible acercarse lo suficiente como para que sus esfuerzos tuvieran mucho efecto. Con el humo, que oscurecía la visión, y la masa de gente corriendo de un lado a otro, Damon no podía ver si había alguien herido.
Reconoció al hombre del pozo, que sacaba cubos de agua para pasarlos en cadena; se trataba del granjero en cuya granja acababa de estar.
—Señor Miller —gritó mientras corría hacia él—. ¿han salido todos los trabajadores?
—No lo sé con seguridad, señor —contestó el granjero—. El fuego se propagó tan rápido que Perkins, que trabaja en el telar que hay junto a la puerta, me dijo que toda la parte de arriba estaba en llamas antes de que los de abajo se dieran cuenta de lo que ocurría. El joven Tanner estaba trabajando en el telar de arriba, en la parte de atrás. Al no encontrarlo cuando llegó su padre a buscarlo hace unos minutos, nadie pudo evitar que Tanner entrara a buscarlo.
Damon volvió a mirar al edificio en llamas y se quedó sin respiración. Si los dos hombres no salían de allí en cuestión de segundos, estarían perdidos. Pero en aquel momento se abrió paso entre las llamas la figura de un hombre que arrastraba a alguien tras él.
Si lograban salir antes de que toda la estructura se viniera abajo…
Con un movimiento rápido, Damon le quitó el cubo a Miller de las manos y se lo echó por encima. Luego se quitó la chaqueta empapada y se la colocó por encima de la cabeza como escudo. Comenzó a correr hacia un cobertizo de piedra que había junto a la entrada, donde había almacenado una de las nuevas máquinas para extinguir un fuego que su amigo Hal le había enviado.
El invento de George Manby podría proporcionarle suficiente agua para mojar la entrada y que los hombres pudieran escapar; si el aire comprimido que hacía que funcionara tenía presión suficiente. Rezando para que así fuera, Damon activó el mecanismo y se dirigió hacia la puerta.
Tras mojar la estructura de la puerta, echó el agua que le quedaba sobre la cara y los hombros de Tanner, luego dejó el aparato en el suelo y ayudó al albañil a arrastrar el cuerpo inerte de su hijo fuera del edificio. Varios de los granjeros, que habían imitado a Damon echándose cubos por encima, corrieron a ayudar, mientras en la distancia comenzaban a oírse las campanas de la iglesia, que anunciaban la salida del carro de bomberos y congregaba a los aldeanos para ir a ayudar.
Estaba tosiendo cuando depositaron al chico junto al pozo. Damon se incorporó y vio a la señora Gilbert a su lado.
—¿Estáis herido? —preguntó ella con la misma calma que si estuvieran sentados cenando en la sala de casa. Incapaz de hablar, Damon asintió, y entonces ella se volvió hacia Tanner y hacia su hijo—. Sentaos, señor Tanner, por favor. Tenéis ampollas en la cara y en las manos. ¿Tenéis alguna otra lesión? Si no, después de que me ocupe de vuestro hijo, os las lavaré y curaré.
Al intentar responder, el hombre simplemente tosió y se limitó a señalar a su retoño. La señora Gilbert se arrodilló junto al joven y le hizo un examen rápido.
—No encuentro quemaduras más graves que las vuestras —le dijo a su padre—. Su pulso es fuerte y su respiración estable. Cuando el aire fresco le limpie los pulmones, creo que se recuperará solo.
Tras ofrecerle al padre toda la tranquilidad que pudo, la señora Gilbert comenzó a lavarle la cara al hijo.
—Con unas llamas y un calor tan intensos, no entiendo cómo lo has conseguido —le dijo Damon a Tanner cuando finalmente encontró la voz—. Gracias a Dios que has conseguido sacarlo.
—Gracias a Dios, sí —dijo el albañil—. Y a que los muros eran de piedra y que las escaleras estaban a cierta distancia de las llamas.
Tras darle una palmada en el hombro, Damon se volvió hacia Perkins, que había ido corriendo para ver cómo estaba el joven Tanner.
—¿Ha salido todo el mundo? —preguntó Damon.
—Sí, señor. Todos están contados.
Tras contemplar el edificio en llamas y darse cuenta de que ya poco podrían hacer antes de que llegara el carro de bomberos, y probablemente tampoco mucho después, Damon se centró en la única cosa útil que podía hacer.
Descubrir todo lo posible sobre el inicio del fuego.
—¿Señor Perkins, podéis decirme cómo empezó el fuego?
—Realmente no lo sé, señor Salvatore. Los que estábamos abajo estábamos tejiendo en nuestros telares cuando Fuller y Bixby vinieron corriendo escaleras abajo, gritando que había fuego. Y pareció como si el techo sobre nuestras cabezas comenzara a arder según hablaba. Pensé que Tanner estaba justo detrás de ellos, pero cuando quisimos darnos cuenta de que no estaba fuera, era imposible regresar —Perkins miró al padre de joven Tanner—. Lo siento, señor. Habríamos subido a por él de haber sabido que seguía allí. Pero… era todo tan confuso, con humo por todas partes y la gente gritando…
—Lo comprendo —dijo Tanner.
—Muy valiente por vuestra parte entrar a buscarlo —dijo Perkins—. Y también por la vuestra, señor Salvatore.
—¿Decís entonces que las llamas surgieron de pronto? —preguntó Damon—. ¿Qué creéis que las propició?
—No lo sé —contestó Perkins—, pero puede que Fuller sí —llamó a un hombre alto que Damon reconoció como el más experimentado de los tejedores.
Fuller abandonó al grupo de cuberos, que al igual que Damon se habían dado cuenta de que nada se podía ya hacer y simplemente contemplaban las llamas.
—Ojalá pudiera decíroslo —contestó Fuller a la pregunta de Damon—, pero fue como si de repente las llamas estuvieran por todas partes.
—Tal vez una chispa podría haber saltado de la chimenea y haber prendido fuego al polvo que había bajo uno de los telares —sugirió Damon.
—No debajo del mío, ni cerca de mí. Tenemos cuidado de barrer debajo de los telares y de poner la pantalla protectora cada vez que encendemos un fuego. Parecía venir de las vigas del techo, aunque admito que no me paré a pensarlo, simplemente salí corriendo lo antes posible con las llamas pisándome los talones —Fuller frunció el ceño y negó con la cabeza—. Hasta ahora, hablando con Bixby, no nos habíamos dado cuenta de lo raro que era que se hubiese iniciado tan deprisa, y desde arriba.
En aquel momento, el joven Tanner volvió en sí y comenzó a toser. Su padre se acercó a él para ayudar a la señora Gilbert a incorporarlo, mientras que Bixby corría a buscar algo de agua.
Tras beber varios tragos y dejar de toser, el joven se apartó la taza de la boca y dijo:
—El fuego comenzó… justo delante de mí… El tejado simplemente se cayó… y ya estaba ardiendo… fue como si las llamas viniesen del cielo. Me atraparon tras el telar.
Antes de que Damon tuviera tiempo de reflexionar sobre lo que el joven Tanner acababa de describir, las campanas anunciaron la llegada del carro de bomberos.
Dejó a los Tanner al cuidado de la señora Gilbert y salió corriendo, seguido de los demás trabajadores. Antes de que el vehículo se hubiera detenido, ya habían descargado la máquina, mientras que los demás comenzaban a llenar cubos para verterlos en el depósito. Damon los ayudó a acercar la bomba todo lo que pudo al edificio en llamas, luego agarró una de las palancas de bombear mientras otro se hacía cargo de la de enfrente.
Comenzó a bombear frenéticamente, haciendo todo lo posible por disparar el agua hacia la parte de arriba del edificio. Aunque el agua cubrió la fachada delantera y parte del tejado, Damon temía que el chorro no alcanzase lo suficiente como para extinguir las llamas de la parte trasera.
Decidido a salvar lo que pudiera, reanudó sus esfuerzos, e ignoró a un obrero que se había acercado a sustituirlo. Pronto empezó a sudar; los músculos le ardían y lo único que podía saborear y oler era el humo.
Mientras continuaba con el tenaz, aunque inútil esfuerzo por salvar el edificio, la rabia y la desesperación comenzaron a invadirlo.
El fuego no caía del cielo. ¿Habría sido provocado?
De pronto recordó al hombre que había acosado a la señora Gilbert antes de que llegaran Davie y él. ¿Sería una coincidencia que un extraño con ideología radical hubiera aparecido poco antes de que la hilandería ardiese?
¿Sería el «señor Hampton» responsable? ¿Pero cómo podía alguien ser tan cruel como para prender fuego deliberadamente a un edificio sabiendo que podría herir, e incluso matar, a trabajadores inocentes?
Fuller interrumpió sus pensamientos al ofrecerse a sustituirlo. Cuando Damon, decidido a hacer todo lo posible, rechazó el ofrecimiento, Fuller dijo:
—Es una lástima, señor Salvatore. Acababais de traer toda la maquinaria y los hombres ya estaban de vuelta en el trabajo; y ahora esto. Tal como está, seríamos afortunados de poder salvar algo.
Aquel comentario no necesitaba respuesta, así que Damon siguió trabajando.
Finalmente, con el pozo casi vacío y las llamas reducidas a un rescoldo ocasional entre las ruinas humeantes, Damon y los demás abandonaron sus esfuerzos.
Damon se acercó estoicamente a contemplar el desastre. Los muros de piedra aún quedaban en pie y, entre el humo, pudo ver las maderas chamuscadas que formaban parte del suelo y del tejado que se había precipitado hasta el primer piso. Pero, aunque aún hiciese demasiado calor para aproximarse lo suficiente y realizar un examen a conciencia, sabía que los telares, los materiales y los productos ya manufacturados se habían perdido irremediablemente.
Cinco semanas de duro trabajo y de inversiones de capital perdidas en una hora.
Demasiado asombrado y furioso como para pensar en las repercusiones, Damon le dio la espalda a la catástrofe y fue a ver a los heridos. La única bendición en aquel desastre era que gracias a la valentía del viejo John Tanner, no había muerto nadie.
Lo primero que vio mientras caminaba entre la gente hacia el hospital de campaña fue a la señora Gilbert, arrodillada junto a un hombre sobre una camilla improvisada. Hablaba en voz baja y tranquila mientras le limpiaba la sangre de la cara. Varios de los que habían luchado contra el fuego y que tenían quemaduras y magulladuras estaban sentados junto a los Tanner, bebiendo agua con sus manos vendadas.
El vestido de la señora Gilbert estaba sucio por el dobladillo, la tira de su sombrero había desaparecido bajo una capa de ceniza, y varios mechones de su pelo cobrizo habían escapado de sus trenzas para rizarse como plumas de fuego sobre su mejilla. Pero, para Damon, nunca había estado más guapa.
La gente respondía a sus cuidados. Ya se había convertido en una persona valiosa en la comunidad de Blenhem Hill, y sus esfuerzos habían sido aceptados con respeto y gratitud. Se sintió orgullosa de ella y de sí mismo, por haber tenido la sabiduría de dejar que se quedara.
Podría ser igual de útil y valiosa como señora de sus otras propiedades, y aplicar aquel toque diestro para calmar su necesidad y apagar las llamas del deseo con la misma eficacia con que estaba atendiendo a los heridos.
Con esa idea en la cabeza, se arrodilló a su lado.
—¿Puedo ayudaros?
Ella se volvió y le dirigió una sonrisa. Como había ocurrido en la escuela, Damon se vio de pronto abrumado por el impulso de tomarla entre sus brazos.
Ella respondió que tenía ya suficientes ayudantes para recoger agua, pero Damon apenas registró sus palabras, centrado como estaba en controlar su deseo. ¿Cuánto tiempo más podría aguantar?
—¿Qué tal están los heridos? —le preguntó.
—Gracias a Dios, no son quemaduras muy severas. Algunos cortes de la madera desprendida, y uno de los tejedores se torció un tobillo mientras escapaba del fuego. Las lesiones de los Tanner son más serias, pero si no se les infectan los pulmones con el humo, creo que se recuperarán. Este ungüento les curará las quemaduras, pero si la señora Winston no tiene aceite en su botiquín, tendré que prepararlo yo, y obtener nitrato de plata del boticario del pueblo para continuar con su tratamiento. Y algo de láudano para el dolor no les vendría mal tampoco.
—Enviaré a alguien al pueblo y me aseguraré de que tengáis todo lo necesario.
—¿Estáis bien? —le preguntó ella—. Tenéis un corte encima del ojo.
—No es nada —le aseguró él.
—Aun así, deberíais tratároslo. Dejad que os lo limpie.
Damon apenas pudo contener un suspiro cuando ella se inclinó hacia delante para tocarle la cara. Incluso a pesar del olor a humo que inundaba el lugar, aún fue capaz de distinguir su perfume. Tras provocarle un vuelco en el corazón, el aroma se fue directamente a su sexo, e intensificó una vez más el deseo que había estado intentando controlar.
A pesar de su ropa manchada, de estar arrodillados en el barro rodeados de gente, Damon ansiaba darle un beso en la boca.
Por suerte para su salud mental y para la reputación de la señora Gilbert, un granjero salió de entre la multitud y se agachó junto a ellos.
—¿Señor Salvatore, sabéis ya cómo se inició el fuego? —preguntó Miller.
Antes de que Damon pudiera dar una respuesta, Jim Meadows, que trabajaba en el telar del primer piso más cercano a las escaleras, se unió a ellos.
—Yo iba al pozo cuando empezó. Salí del edificio cuando no había una pizca de humo ni chispas, y cuando volvía con el cubo lleno de agua, todo el tejado estaba en llamas.
La esposa de uno de los tejedores, que se encontraba administrando agua a los heridos, se detuvo para decir:
—Yo venía para traerle a Fred su cena. De repente, el tejado estaba ardiendo, como dice Meadows.
El fuego no caía del cielo, ni los tejados empezaban a arder de repente. La convicción de Damon de que alguien había provocado el incendio cobró fuerza, así como su determinación por atrapar al culpable y castigarlo.
Para entonces, una pequeña multitud de gente se había arremolinado a su alrededor.
—Yo conducía la calesa de mi padre hacia el pueblo —dijo el hijo de uno de los granjeros—. Me crucé con un hombre a caballo, poco antes de que Bixby gritara que había fuego.
La multitud se agitó y los murmullos subieron de volumen.
—¡Empieza a parecer que no ha sido un accidente! —exclamó Miller furioso.
Davie apareció junto a Damon.
—¿Por qué iba alguien a querer hacerle daño a la gente de ese modo?
—Tal vez alguien no quisiera que la hilandería tuviera éxito —dijo Fuller—. Alguien que no quería que tuviéramos la oportunidad de ganarnos la vida en vez de tener que irnos a alguna gran fábrica de Manchester.
—Alguien, quizá, que no quería que los habitantes de Blenhem Hill crean en un futuro mejor; así que prefiere persuadirlos para abandonar sus principios e infringir la ley —añadió Damon, sabiendo que probablemente entre aquella multitud se encontrara alguno de los hombres descontentos que se reunían en la posada. Con un poco de suerte llevarían sus palabras a sus compañeros, y a su líder.
—Pues ese «alguien» es un hombre muy malo —dijo Davie.
Mientras asentía ante las palabras de Davie, Damon miró directamente a Jesse Russell, que le mantuvo la mirada durante un segundo antes de apartarla.
El soldado había abandonado la escuela justo antes que el misterioso señor Hampton. Aun así, por muchas sospechas que tuviera sobre Russell, Damon no podía creer que un hombre que había luchado por su país fuese capaz de poner en peligro las vidas de gente inocente, sin importar sus motivos políticos.
De todas formas, aunque Jesse Russell se hubiera mostrado dispuesto a ayudar a apagar el fuego, Damon tendría que investigar la posible implicación del soldado en su provocación.
Sin embargo, su primer instinto fue ponerle las manos encima a ese tal señor Hampton y preguntarle por su paradero antes del fuego; «entre otras cosas», añadió en silencio al recordar que ese hombre había intentado seducir a la señora Gilbert.
Pero, por el momento, Blenhem Hill y él habían hecho todo lo que habían podido.
—Amigos y vecinos —dijo en voz alta para que todos lo oyeran—, gracias por vuestros esfuerzos hoy. Querré hablar con algunos de vosotros más tarde cuando intente determinar la causa del fuego. Tranquilos, si fue provocado, encontraremos a los culpables y los castigaremos. Nadie en este país puede destruir propiedades y poner en peligro vidas inocentes sin sufrir las consecuencias.
Hizo una pausa, escudriñó con la mirada a la multitud hasta recaer en Jesse Russell. El soldado, con expresión pétrea, simplemente se limitó a asentir.
—Las cenizas tardarán un día más o menos en enfriarse antes de que podamos ver la extensión de los daños —prosiguió Damon—, así que aquéllos que trabajáis aquí, tomaos el día libre. Pero mantened los ojos y los oídos abiertos. Si alguno ve u oye algo que le parece que pueda estar conectado con esta tragedia, venid a contármelo.
Entre asentimientos y murmullos, la multitud empezó a dispersarse. Damon ayudó a los bomberos a cargar de nuevo la bomba de agua en el carro y luego se encargó de organizar el transporte de vuelta a casa para los heridos.

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