Capítulo 5
EN UN
GESTO casi infantil, Elena se empeñó en mantener los ojos cerrados a pesar de
que llevaba despierta más de diez minutos, porque sabía lo que encontraría a su
lado.
En el
jardín se oía el canto de un mirlo y eso la ayudó a olvidarse un poco del nudo
que tenía en el estómago y abrir los ojos. Pero en el otro lado de la cama no
estaba quien ella temía; miró la almohada donde debería haber estado la huella
de la cabeza de Damon y comprobó que allí no había dormido nadie.
Ya hacía
cinco días desde que habían vuelto de Londres y todavía no había ocurrido nada;
Damon y ella aún no habían…
—Es una
tontería que te moleste en mitad de la noche cada vez que tenga que entrar o
salir —le había explicado al verlo después de la primera noche que había pasado
sola en aquella enorme cama—. Espero que no estés decepcionada.
Elena no
había sabido qué responder y se había asegurado a sí misma que se alegraba de
que fuera a marcharse durante unos cuantos días; pero lo cierto era que en su
ausencia, probablemente porque no estaba acostumbrada a tener tanto tiempo para
pensar, no había podido evitar preguntarse por qué no había hecho el menor
intento de acercamiento. Al fin y al cabo, el único motivo para que ella
estuviera allí era que le diera un hijo.
El día
anterior cuando había regresado sin previo aviso, ella había dado por hecho que
había llegado el momento que tanto temía; pero una vez más Damon la había
dejado dormir sola.
¿Sería que
no la deseaba lo suficiente? ¿Porque en realidad ella no era la mujer con la
que quería acostarse y solo lo hacía para concebir ese niño?
Elena se
enjuagó las lágrimas mientras afirmaba que le daba igual que Damon quisiera a Katrina.
¡No iba a llorar por eso! En lugar de llorar tendría que preguntarse por qué
era tan insensata, más bien tendría que sentirse contenta de no tener que
dormir con él.
Una vez se
hubo duchado y vestido, bajó las escaleras acariciando los animalillos de
madera que había labrados en el pasamano. Cuántas veces se los había enseñado
su madre. Mientras ella estaba viva aquella casa había sido un verdadero hogar
rebosante de amor, pero con la llegada de Katrina, Elena había tenido que
aprender a buscar refugio en otro sitio. Un refugio que había encontrado en Damon
la mayoría de las veces…
Al no
verlo por ningún lado, fue hasta su despacho. La puerta estaba cerrada así que
respiró hondo y la abrió con cuidado. La única luz que allí había era la que
salía de la pantalla del ordenador; se dirigió a la ventana para ventilar un
poco y dejar que entrara la luz del sol, pero de pronto se quedó inmóvil al
descubrir a Damon profundamente dormido en el sofá.
Seguía
llevando la ropa del día anterior; la chaqueta del traje descansaba en el
respaldo de una silla y se había desabrochado los botones de la camisa. Los
ojos de Elena se detuvieron en el pecho descubierto, en el estómago que,
incluso relajado, se veía fuerte y musculoso. Notó una especie de calambre
mientras lo observaba y, de forma inconsciente, dio un paso hacia él, tras el
cual se quedó paralizada.
En Río,
cada vez que se había encontrado pensando en Damon, fantaseando con su cuerpo y
su rostro, se había apresurado a decirse que lo que veía era producto de su
imaginación, de la idealización de una adolescente que no tenía nada que ver
con la realidad. Se había asegurado a sí misma que los años habrían deteriorado
su aspecto y lo habrían hecho perder gran parte de su atractivo.
Pero se
había equivocado, reconoció Elena sin poder apartar los ojos de aquel cuerpo
casi perfecto.
—¿Elena?
Al oír su
nombre pegó un salto como si la hubiera picado algo. ¿Cuánto tiempo llevaba
viendo cómo ella lo observaba?
—No… no
estaba segura de si estabas aquí —dijo tartamudeando.
—Tenía
trabajo que hacer —respondió él incorporándose y con una tenue sonrisa en los
labios—. Recuerdo que estaba muy cansado.
—No creo
que ese sofá sea muy cómodo.
Apenas
sabía lo que estaba diciendo; lo único en lo que podía pensar era en la
cantidad de sensaciones que le había provocado la visión de su cuerpo.
—Bueno…
podría haber sido peor —respondió Damon sin dejar de mirarla a los ojos.
Elena se
ruborizó aún más, si eso era posible. ¿Qué había querido decir con eso? ¿Que
dormir en el sofá era preferible a tener que dormir con ella? Era él el que
había insistido en no anular el matrimonio. Se dio media vuelta y se dirigió
hacia la puerta.
—Si
quieres, luego podemos ir en coche hasta la playa —sugirió él cuando estaba a
punto de salir del despacho.
En otra
época aquella invitación la habría llenado de felicidad y nada habría impedido
que aceptara. Quizás porque recordaba perfectamente aquella sensación de
alegría, sintió que debía castigarse por haber sido tan ingenua. No sabía por
qué, pero en su voz se reflejó el dolor y la rabia acumulados durante tantos
años.
—No, no
quiero. Solo estoy aquí por un motivo, Damon, y no tiene nada que ver con
paseos a la playa.
Elena
había desaparecido antes de que él pudiera contraatacar.
Una mañana
en completa soledad, seguida de una tarde arreglando los rosales del jardín no
hicieron nada por mejorar su estado de ánimo.
—Elena —oyó
la voz desde lo alto de la escalera en cuanto entró al vestíbulo.
Se quedó
totalmente helada al levantar la vista y encontrarse a Damon prácticamente
desnudo. Llevaba solo una toalla atada a la cintura y se estaba frotando el
pelo con otra.
—Te he
visto entrar del jardín desde la ventana del dormitorio —empezó a decir—. Y se
me ha ocurrido que…
—¿Que
debías avisarme que estabas paseándote por la casa medio desnudo? —le preguntó
en tono sarcástico—. Te recuerdo que eres tú el que amenazó con seducirme, no
yo.
—Bueno, en
realidad te iba a decir que estaba pensando que vas a necesitar un coche… A lo
mejor uno de esos cuatro por cuatro que llevan todas las madres… —su voz se fue
convirtiendo en un susurro que consiguió ponerle a Elena los pelos de punta
como si la hubiera tocado con sus propias manos—. Pero, ya que has sacado el
tema…
—Yo no he
sacado ningún tema —protestó ella inmediatamente.
—¿Y no
querrías sacarlo ahora? —insistió Damon con la mirada de un lobo a punto de
atacar a su presa.
—Te
recuerdo que fuiste tú el que no quiso que solicitáramos la nulidad
matrimonial. Y el que quería que… que tuviéramos un hijo —respondió ella
enfadada.
—Y si no
recuerdo mal, fuiste tú la que aseguró que no serviría de nada que intentara
seducirte. Pero, si lo que quieres decirme es que has cambiado de opinión…
¿Cambiar
de opinión? ¡Jamás! Moriría antes de hacer algo así. Pero, por algún motivo le
resultó imposible decir en voz alta lo que estaba pensando. Quizás porque
estaba demasiado centrada en la precariedad del atuendo de Damon. La toalla
estaba atada a su cintura tan floja que…
No podía
dejar de mirarlo. Por mucho que quisiera poner objeciones a lo que había dicho,
no conseguía hacerlo.
—Elena.
Había
sensualidad y ternura en la forma en la que dijo su nombre. Una especie de magia
que la dejó paralizada hasta que él estuvo a su lado y le rodeó la cintura con
los brazos mientras la acercaba aún más a él.
—Hueles a
aire fresco y a rosas —susurró oliéndole el cabello.
—Tú hueles
a… a ti —murmuró ella rindiéndose. La mirada de Damon se hizo aún más intensa
al oír aquellas palabras.
—¿Tienes
idea de lo provocativo que es eso que has dicho? —le preguntó con una dulzura
que provocó una verdadera descarga eléctrica en ella—. ¿No sabes lo que siente
un hombre cuando una mujer le dice que recuerda su olor? ¿Quieres que te lo
explique… que te lo demuestre?
Sus
cuerpos estaban completamente pegados y las manos de Damon estaban recorriendo
con suavidad el cuello y la nuca de Elena, que estaba como hipnotizada. Podía
sentir el calor que desprendía, la excitación masculina perfectamente visible
bajo la toalla.
—No —respondió
ella con debilidad, pero sus ojos decían otra cosa y su boca también. Algo que
él entendió a la perfección y a lo que respondió con un beso breve pero tan
impetuoso que la hizo perder el sentido por completo.
—¿Más?
¿Quieres más? —oyó decir a Damon, aunque ella habría jurado que no había dicho
nada. Quizás había sido su cuerpo el que había respondido desatándola—. ¿Así, Elena?
—hablaba tan bajo que Elena tenía que esforzarse por oírlo, del mismo modo que
se esforzaba por alcanzar su boca, por fundirse en ella por completo—. Pareces
más una hechicera que una muchacha virginal. ¿Eres una hechicera, Elena?
Elena
trataba de escuchar lo que estaba diciendo, pero notaba en su cuerpo que
llamaba más su atención; debajo de la finísima camisa podía notar los pezones
endurecidos por el deseo y pidiéndole a gritos que saciara ese deseo,
necesitaba que Damon los acariciara, los besara, los chupara.
De pronto
tenía la sensación de que el tiempo se hubiera detenido, como si, de alguna
manera, estuviera sintiendo todo lo que la había hecho despertarse como mujer
siendo solo una adolescente, pero ahora lo hacía con la fuerza y la pasión de
una mujer de verdad.
Y parecía
que su cuerpo consideraba a Damon como su compañero natural, un compañero del
que llevaba demasiado tiempo separada. ¡Llevaba demasiado tiempo negándolo!
Impulsada
por la ansiedad, Elena le echó los brazos alrededor del cuello.
—¿Me
deseas, Elena?
—Sí —respondió
casi sin aliento—. Sí, te deseo aquí y ahora —repitió justo antes de ponerse de
puntillas y besarlo con toda la pasión que llevaba dentro. Durante un largo
segundo no recibió ninguna respuesta, pero después Damon abrió la boca contra
la de ella y su lengua empezó a moverse con la maestría que daba la experiencia
y encargándose de dejar corta cualquier fantasía que hubiera tenido sobre cómo
debía ser un beso.
Era como
sumergirse en algo esponjoso y su cuerpo respondía con un ansia que solo él
podía satisfacer. Bajo las manos podía notar la cálida fuerza de su piel, la
anchura de sus hombros y su cintura… donde seguía estando la toalla frustrando
la unión total que ella tanto anhelaba. Aquello la hizo emitir un pequeño
gemido de protesta.
—¿Qué
ocurre? —le preguntó Damon soltándola inmediatamente, su mirada estaba borrosa,
cegada por la pasión—. ¿Es demasiado? ¿Vamos demasiado rápido?
Le tenía
agarrada una mano y, al ver que ella miraba para otro lado incapaz de
contestar, la apretó con fuerza.
—Eso no
quiere decir que no quieras que ocurra, Elena —le dijo en un susurro mientras
su otra mano recorría la curva de su pecho, deteniéndose en el pezón, que
recibía la caricia con un placer casi doloroso.
Sin
esperar su contestación, dio media vuelta y la llevó hasta el dormitorio. Ella
lo siguió sin poder resistirse, sin querer resistirse.
La
habitación estaba sumergida en el sol del crepúsculo que le daba una luz tenue
y acogedora. Elena se alegró de que aquel dormitorio no hubiera existido en la
casa original, así no tenía ningún recuerdo doloroso ligado a él.
—Esta
habitación te va muy bien, Elena —susurró Damon mientras acariciaba la cara
interna de sus brazos, con un efecto tan erótico que Elena difícilmente podía
atender a lo que estaba diciéndole—. El color crema es tu color… crema y oro —se
inclinó sobre ella para besarle el cuello mientras sus manos se encargaban de
quitarle la camisa. Sus besos continuaron por toda la piel que había ocultado
la prenda de la que acababa de despojarse. Era como si un millón de pequeños
calambres estuvieran recorriéndole el cuerpo. Pudo escuchar el sonido de sus
propios gemidos llenando la habitación—. Eres dulce y cálida como la miel.
Sus
palabras eran música, una música que sintió aún con más deleite cuando aquellos
dedos maravillosos liberaron sus pechos de la cárcel en la que se había
convertido el sujetador.
—Eres
preciosa —exclamó observando su desnudez con deleite—. Aún más bonita de lo que
nunca imaginé… tanto que casi no puedo mirarte.
Elena se
sorprendió y se emocionó al ver la expresión que reflejaba la profundidad de
sus ojos. Damon la deseaba; podía verlo con total claridad, se notaba en su
cuerpo y en su voz.
Eso era lo
último que necesitaba para desinhibirse por completo y ser la mujer que siempre
había anhelado ser… junto a él.
Cuando sus
manos le desabrocharon el pantalón e hicieron que cayera hasta los tobillos, Elena
sintió todavía una ráfaga de timidez; aún no se atrevía a mirar detenidamente
el cuerpo de Damon, que, a pesar de seguir parcialmente cubierto por la toalla,
no ocultaba en absoluto la excitación que sentía. Damon la levantó del suelo
para deshacerse por completo de los vaqueros y la mantuvo pegada contra él unos
segundos mientras la besaba en la boca una y otra vez.
Elena se
moría de ganas por abrir las piernas y rodearlo con ellas, habría hecho
cualquier cosa por que él tomara lo que estaba deseosa de entregarle. La mera
idea de que él estuviera dentro de ella la colmaba de placer.
¿Cómo
había aguantado tanto tiempo sin experimentar aquello? Ahora ni siquiera podía
hacerse a la idea de estar sin lo que estaba sintiendo.
La dejó en
el suelo con delicadeza, lo que arrancó de ella un quejido. No se veía capaz de
aguantar que siguiera excitándola de tal modo sin satisfacer el ansia que la
devoraba por dentro. Para demostrárselo se agarró con fuerza a la toalla pero
sin quitársela.
—Elena…
¿estás segura de que esto es lo que quieres? Porque si no lo es y no me lo
dices ahora mismo…
¿Cómo
podía dudar siquiera de lo que quería? ¿Acaso no podía verlo… y sentirlo?
—Te quiero
a ti, Damon, y te quiero ahora.
Era mucho
más de lo que jamás se había atrevido a desear o a imaginar. Dos lágrimas de
emoción salieron de sus ojos al sentir la mirada de Damon sobre su cuerpo
desnudo mientras la tumbaba sobre la cama, era una mirada llena de pasión y de
erotismo.
Fue
besándole los pechos, luego el vientre hasta llegar al ombligo, donde su lengua
se entretuvo provocando en ella tremendos gemidos de éxtasis.
Nunca
habría pensado que podría llegar a esa unión con él, ni que sería él el que
reclamara su cercanía con el ímpetu de una fiera. Ella también necesitaba
tenerlo más cerca. Cuando notó que se iba acercando a su sexo, Elena dejó de
pensar y lo olvidó todo excepto el deseo que sentía.
Se movía
por instintos que ni siquiera sabía que poseía, instintos que le decían que lo
que estaban haciendo los dedos de Damon no era suficiente, aunque la hacían
temblar de la cabeza a los pies.
—Damon —dijo
suplicante.
—¿Qué
ocurre? —preguntó mirándola a los ojos—. ¿Quieres que pare?
—No, no es
eso —negó ella inmediatamente—. Yo… te quiero dentro de mí.
Por un
momento se sintió confundida por la expresión triunfal de su rostro. Fue como
si le hubiera dicho o dado algo que había anhelado durante mucho tiempo. Pero
era demasiado tarde para analizar sus pensamientos o sus actos… Damon la tenía
rodeada entre sus brazos, se movía sobre ella para finalmente entrar en ella y
obsequiarle el mayor de los gozos.
El volumen
de los gemidos de Elena se fundió con los jadeos de Damon. Sus cuerpos se
movían al unísono, de una forma tan natural, tan espontánea que Elena tuvo la
sensación de acabar de encontrar algo esencial que faltaba en su vida.
Después no
hubo nada más que pensar, solo podía sentir su cuerpo dentro de ella
llevándolos a un lugar que habría muerto de no alcanzar.
Pero
lo alcanzó, y de qué modo. Al llegar al clímax todo su ser estalló en un millón
de partículas que la dejaron aliviada y exhausta… Estaba mareada de placer y
cansancio… hasta que cayó en un profundo sueño entre los brazos protectores de Damon.
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