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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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17 abril 2013

Chantaje Capitulo 05


Capítulo 5
EN UN GESTO casi infantil, Elena se empeñó en mantener los ojos cerrados a pesar de que llevaba despierta más de diez minutos, porque sabía lo que encontraría a su lado.
En el jardín se oía el canto de un mirlo y eso la ayudó a olvidarse un poco del nudo que tenía en el estómago y abrir los ojos. Pero en el otro lado de la cama no estaba quien ella temía; miró la almohada donde debería haber estado la huella de la cabeza de Damon y comprobó que allí no había dormido nadie.
Ya hacía cinco días desde que habían vuelto de Londres y todavía no había ocurrido nada; Damon y ella aún no habían…
También era cierto que él había estado de viaje tres de esos cinco días, pero Elena se había trasladado al dormitorio principal al llegar de sus compras, y lo había hecho llena de nerviosismo. Aun así Damon había preferido dormir en el sofá de abajo; había asegurado que el motivo eran unas llamadas desde Estados Unidos que esperaba recibir para zanjar un importante negocio.
—Es una tontería que te moleste en mitad de la noche cada vez que tenga que entrar o salir —le había explicado al verlo después de la primera noche que había pasado sola en aquella enorme cama—. Espero que no estés decepcionada.
Elena no había sabido qué responder y se había asegurado a sí misma que se alegraba de que fuera a marcharse durante unos cuantos días; pero lo cierto era que en su ausencia, probablemente porque no estaba acostumbrada a tener tanto tiempo para pensar, no había podido evitar preguntarse por qué no había hecho el menor intento de acercamiento. Al fin y al cabo, el único motivo para que ella estuviera allí era que le diera un hijo.
El día anterior cuando había regresado sin previo aviso, ella había dado por hecho que había llegado el momento que tanto temía; pero una vez más Damon la había dejado dormir sola.
¿Sería que no la deseaba lo suficiente? ¿Porque en realidad ella no era la mujer con la que quería acostarse y solo lo hacía para concebir ese niño?
Elena se enjuagó las lágrimas mientras afirmaba que le daba igual que Damon quisiera a Katrina. ¡No iba a llorar por eso! En lugar de llorar tendría que preguntarse por qué era tan insensata, más bien tendría que sentirse contenta de no tener que dormir con él.
Una vez se hubo duchado y vestido, bajó las escaleras acariciando los animalillos de madera que había labrados en el pasamano. Cuántas veces se los había enseñado su madre. Mientras ella estaba viva aquella casa había sido un verdadero hogar rebosante de amor, pero con la llegada de Katrina, Elena había tenido que aprender a buscar refugio en otro sitio. Un refugio que había encontrado en Damon la mayoría de las veces…
Al no verlo por ningún lado, fue hasta su despacho. La puerta estaba cerrada así que respiró hondo y la abrió con cuidado. La única luz que allí había era la que salía de la pantalla del ordenador; se dirigió a la ventana para ventilar un poco y dejar que entrara la luz del sol, pero de pronto se quedó inmóvil al descubrir a Damon profundamente dormido en el sofá.
Seguía llevando la ropa del día anterior; la chaqueta del traje descansaba en el respaldo de una silla y se había desabrochado los botones de la camisa. Los ojos de Elena se detuvieron en el pecho descubierto, en el estómago que, incluso relajado, se veía fuerte y musculoso. Notó una especie de calambre mientras lo observaba y, de forma inconsciente, dio un paso hacia él, tras el cual se quedó paralizada.
En Río, cada vez que se había encontrado pensando en Damon, fantaseando con su cuerpo y su rostro, se había apresurado a decirse que lo que veía era producto de su imaginación, de la idealización de una adolescente que no tenía nada que ver con la realidad. Se había asegurado a sí misma que los años habrían deteriorado su aspecto y lo habrían hecho perder gran parte de su atractivo.
Pero se había equivocado, reconoció Elena sin poder apartar los ojos de aquel cuerpo casi perfecto.
—¿Elena?
Al oír su nombre pegó un salto como si la hubiera picado algo. ¿Cuánto tiempo llevaba viendo cómo ella lo observaba?
—No… no estaba segura de si estabas aquí —dijo tartamudeando.
—Tenía trabajo que hacer —respondió él incorporándose y con una tenue sonrisa en los labios—. Recuerdo que estaba muy cansado.
—No creo que ese sofá sea muy cómodo.
Apenas sabía lo que estaba diciendo; lo único en lo que podía pensar era en la cantidad de sensaciones que le había provocado la visión de su cuerpo.
—Bueno… podría haber sido peor —respondió Damon sin dejar de mirarla a los ojos.
Elena se ruborizó aún más, si eso era posible. ¿Qué había querido decir con eso? ¿Que dormir en el sofá era preferible a tener que dormir con ella? Era él el que había insistido en no anular el matrimonio. Se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
—Si quieres, luego podemos ir en coche hasta la playa —sugirió él cuando estaba a punto de salir del despacho.
En otra época aquella invitación la habría llenado de felicidad y nada habría impedido que aceptara. Quizás porque recordaba perfectamente aquella sensación de alegría, sintió que debía castigarse por haber sido tan ingenua. No sabía por qué, pero en su voz se reflejó el dolor y la rabia acumulados durante tantos años.
—No, no quiero. Solo estoy aquí por un motivo, Damon, y no tiene nada que ver con paseos a la playa.
Elena había desaparecido antes de que él pudiera contraatacar.
Una mañana en completa soledad, seguida de una tarde arreglando los rosales del jardín no hicieron nada por mejorar su estado de ánimo.
—Elena —oyó la voz desde lo alto de la escalera en cuanto entró al vestíbulo.
Se quedó totalmente helada al levantar la vista y encontrarse a Damon prácticamente desnudo. Llevaba solo una toalla atada a la cintura y se estaba frotando el pelo con otra.
—Te he visto entrar del jardín desde la ventana del dormitorio —empezó a decir—. Y se me ha ocurrido que…
—¿Que debías avisarme que estabas paseándote por la casa medio desnudo? —le preguntó en tono sarcástico—. Te recuerdo que eres tú el que amenazó con seducirme, no yo.
—Bueno, en realidad te iba a decir que estaba pensando que vas a necesitar un coche… A lo mejor uno de esos cuatro por cuatro que llevan todas las madres… —su voz se fue convirtiendo en un susurro que consiguió ponerle a Elena los pelos de punta como si la hubiera tocado con sus propias manos—. Pero, ya que has sacado el tema…
—Yo no he sacado ningún tema —protestó ella inmediatamente.
—¿Y no querrías sacarlo ahora? —insistió Damon con la mirada de un lobo a punto de atacar a su presa.
—Te recuerdo que fuiste tú el que no quiso que solicitáramos la nulidad matrimonial. Y el que quería que… que tuviéramos un hijo —respondió ella enfadada.
—Y si no recuerdo mal, fuiste tú la que aseguró que no serviría de nada que intentara seducirte. Pero, si lo que quieres decirme es que has cambiado de opinión…
¿Cambiar de opinión? ¡Jamás! Moriría antes de hacer algo así. Pero, por algún motivo le resultó imposible decir en voz alta lo que estaba pensando. Quizás porque estaba demasiado centrada en la precariedad del atuendo de Damon. La toalla estaba atada a su cintura tan floja que…
No podía dejar de mirarlo. Por mucho que quisiera poner objeciones a lo que había dicho, no conseguía hacerlo.
—Elena.
Había sensualidad y ternura en la forma en la que dijo su nombre. Una especie de magia que la dejó paralizada hasta que él estuvo a su lado y le rodeó la cintura con los brazos mientras la acercaba aún más a él.
—Hueles a aire fresco y a rosas —susurró oliéndole el cabello.
—Tú hueles a… a ti —murmuró ella rindiéndose. La mirada de Damon se hizo aún más intensa al oír aquellas palabras.
—¿Tienes idea de lo provocativo que es eso que has dicho? —le preguntó con una dulzura que provocó una verdadera descarga eléctrica en ella—. ¿No sabes lo que siente un hombre cuando una mujer le dice que recuerda su olor? ¿Quieres que te lo explique… que te lo demuestre?
Sus cuerpos estaban completamente pegados y las manos de Damon estaban recorriendo con suavidad el cuello y la nuca de Elena, que estaba como hipnotizada. Podía sentir el calor que desprendía, la excitación masculina perfectamente visible bajo la toalla.
—No —respondió ella con debilidad, pero sus ojos decían otra cosa y su boca también. Algo que él entendió a la perfección y a lo que respondió con un beso breve pero tan impetuoso que la hizo perder el sentido por completo.
—¿Más? ¿Quieres más? —oyó decir a Damon, aunque ella habría jurado que no había dicho nada. Quizás había sido su cuerpo el que había respondido desatándola—. ¿Así, Elena? —hablaba tan bajo que Elena tenía que esforzarse por oírlo, del mismo modo que se esforzaba por alcanzar su boca, por fundirse en ella por completo—. Pareces más una hechicera que una muchacha virginal. ¿Eres una hechicera, Elena?
Elena trataba de escuchar lo que estaba diciendo, pero notaba en su cuerpo que llamaba más su atención; debajo de la finísima camisa podía notar los pezones endurecidos por el deseo y pidiéndole a gritos que saciara ese deseo, necesitaba que Damon los acariciara, los besara, los chupara.
De pronto tenía la sensación de que el tiempo se hubiera detenido, como si, de alguna manera, estuviera sintiendo todo lo que la había hecho despertarse como mujer siendo solo una adolescente, pero ahora lo hacía con la fuerza y la pasión de una mujer de verdad.
Y parecía que su cuerpo consideraba a Damon como su compañero natural, un compañero del que llevaba demasiado tiempo separada. ¡Llevaba demasiado tiempo negándolo!
Impulsada por la ansiedad, Elena le echó los brazos alrededor del cuello.
—¿Me deseas, Elena?
—Sí —respondió casi sin aliento—. Sí, te deseo aquí y ahora —repitió justo antes de ponerse de puntillas y besarlo con toda la pasión que llevaba dentro. Durante un largo segundo no recibió ninguna respuesta, pero después Damon abrió la boca contra la de ella y su lengua empezó a moverse con la maestría que daba la experiencia y encargándose de dejar corta cualquier fantasía que hubiera tenido sobre cómo debía ser un beso.
Era como sumergirse en algo esponjoso y su cuerpo respondía con un ansia que solo él podía satisfacer. Bajo las manos podía notar la cálida fuerza de su piel, la anchura de sus hombros y su cintura… donde seguía estando la toalla frustrando la unión total que ella tanto anhelaba. Aquello la hizo emitir un pequeño gemido de protesta.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Damon soltándola inmediatamente, su mirada estaba borrosa, cegada por la pasión—. ¿Es demasiado? ¿Vamos demasiado rápido?
Le tenía agarrada una mano y, al ver que ella miraba para otro lado incapaz de contestar, la apretó con fuerza.
—Eso no quiere decir que no quieras que ocurra, Elena —le dijo en un susurro mientras su otra mano recorría la curva de su pecho, deteniéndose en el pezón, que recibía la caricia con un placer casi doloroso.
Sin esperar su contestación, dio media vuelta y la llevó hasta el dormitorio. Ella lo siguió sin poder resistirse, sin querer resistirse.
La habitación estaba sumergida en el sol del crepúsculo que le daba una luz tenue y acogedora. Elena se alegró de que aquel dormitorio no hubiera existido en la casa original, así no tenía ningún recuerdo doloroso ligado a él.
—Esta habitación te va muy bien, Elena —susurró Damon mientras acariciaba la cara interna de sus brazos, con un efecto tan erótico que Elena difícilmente podía atender a lo que estaba diciéndole—. El color crema es tu color… crema y oro —se inclinó sobre ella para besarle el cuello mientras sus manos se encargaban de quitarle la camisa. Sus besos continuaron por toda la piel que había ocultado la prenda de la que acababa de despojarse. Era como si un millón de pequeños calambres estuvieran recorriéndole el cuerpo. Pudo escuchar el sonido de sus propios gemidos llenando la habitación—. Eres dulce y cálida como la miel.
Sus palabras eran música, una música que sintió aún con más deleite cuando aquellos dedos maravillosos liberaron sus pechos de la cárcel en la que se había convertido el sujetador.
—Eres preciosa —exclamó observando su desnudez con deleite—. Aún más bonita de lo que nunca imaginé… tanto que casi no puedo mirarte.
Elena se sorprendió y se emocionó al ver la expresión que reflejaba la profundidad de sus ojos. Damon la deseaba; podía verlo con total claridad, se notaba en su cuerpo y en su voz.
Eso era lo último que necesitaba para desinhibirse por completo y ser la mujer que siempre había anhelado ser… junto a él.
Cuando sus manos le desabrocharon el pantalón e hicieron que cayera hasta los tobillos, Elena sintió todavía una ráfaga de timidez; aún no se atrevía a mirar detenidamente el cuerpo de Damon, que, a pesar de seguir parcialmente cubierto por la toalla, no ocultaba en absoluto la excitación que sentía. Damon la levantó del suelo para deshacerse por completo de los vaqueros y la mantuvo pegada contra él unos segundos mientras la besaba en la boca una y otra vez.
Elena se moría de ganas por abrir las piernas y rodearlo con ellas, habría hecho cualquier cosa por que él tomara lo que estaba deseosa de entregarle. La mera idea de que él estuviera dentro de ella la colmaba de placer.
¿Cómo había aguantado tanto tiempo sin experimentar aquello? Ahora ni siquiera podía hacerse a la idea de estar sin lo que estaba sintiendo.
La dejó en el suelo con delicadeza, lo que arrancó de ella un quejido. No se veía capaz de aguantar que siguiera excitándola de tal modo sin satisfacer el ansia que la devoraba por dentro. Para demostrárselo se agarró con fuerza a la toalla pero sin quitársela.
—Elena… ¿estás segura de que esto es lo que quieres? Porque si no lo es y no me lo dices ahora mismo…
¿Cómo podía dudar siquiera de lo que quería? ¿Acaso no podía verlo… y sentirlo?
—Te quiero a ti, Damon, y te quiero ahora.
Era mucho más de lo que jamás se había atrevido a desear o a imaginar. Dos lágrimas de emoción salieron de sus ojos al sentir la mirada de Damon sobre su cuerpo desnudo mientras la tumbaba sobre la cama, era una mirada llena de pasión y de erotismo.
Fue besándole los pechos, luego el vientre hasta llegar al ombligo, donde su lengua se entretuvo provocando en ella tremendos gemidos de éxtasis.
Nunca habría pensado que podría llegar a esa unión con él, ni que sería él el que reclamara su cercanía con el ímpetu de una fiera. Ella también necesitaba tenerlo más cerca. Cuando notó que se iba acercando a su sexo, Elena dejó de pensar y lo olvidó todo excepto el deseo que sentía.
Se movía por instintos que ni siquiera sabía que poseía, instintos que le decían que lo que estaban haciendo los dedos de Damon no era suficiente, aunque la hacían temblar de la cabeza a los pies.
—Damon —dijo suplicante.
—¿Qué ocurre? —preguntó mirándola a los ojos—. ¿Quieres que pare?
—No, no es eso —negó ella inmediatamente—. Yo… te quiero dentro de mí.
Por un momento se sintió confundida por la expresión triunfal de su rostro. Fue como si le hubiera dicho o dado algo que había anhelado durante mucho tiempo. Pero era demasiado tarde para analizar sus pensamientos o sus actos… Damon la tenía rodeada entre sus brazos, se movía sobre ella para finalmente entrar en ella y obsequiarle el mayor de los gozos.
El volumen de los gemidos de Elena se fundió con los jadeos de Damon. Sus cuerpos se movían al unísono, de una forma tan natural, tan espontánea que Elena tuvo la sensación de acabar de encontrar algo esencial que faltaba en su vida.
Después no hubo nada más que pensar, solo podía sentir su cuerpo dentro de ella llevándolos a un lugar que habría muerto de no alcanzar.
Pero lo alcanzó, y de qué modo. Al llegar al clímax todo su ser estalló en un millón de partículas que la dejaron aliviada y exhausta… Estaba mareada de placer y cansancio… hasta que cayó en un profundo sueño entre los brazos protectores de Damon.

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