Hola

BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

17 diciembre 2012

La Magia Existe Capitulo 01


Capítulo 01

Hasta la muerte de su hermana April, Damon Salvatore había tratado a Emma, su sobrina, con el cariñoso desapego de un tío soltero. La había visto en las reuniones familiares durante las vacaciones y siempre se había acordado de comprarle algo por su cumpleaños y por Navidad. Normalmente, tarjetas de felicitación. En eso había consistido su relación con Emma, y había sido más que suficiente.


Sin embargo, todo cambió una lluviosa noche de abril en Seattle, cuando April murió en un accidente de tráfico en la I-5. Dado que su hermana nunca había mencionado un testamento ni los planes que había hecho para el futuro de Emma, Damon no tenía ni idea de lo que le pasaría a su sobrina de seis años. El padre estaba desaparecido del mapa. April nunca había revelado su identidad, ni siquiera a sus amigas íntimas. Damon estaba casi seguro de que su hermana no le había hablado al padre de la existencia de la niña.

Cuando April se mudó a Seattle, se unió a un grupo bohemio, formado por músicos y otro tipo de artistas. Como resultado, mantuvo una sucesión de relaciones muy cortas que le proporcionaron toda la juerga creativa que ansiaba. Sin embargo, al final tuvo que admitir que el afán por realizarse como persona debía estar respaldado por un sueldo fijo. De modo que hizo una entrevista en una empresa de software y consiguió un puesto en recursos humanos, con un sueldo decente y unos beneficios sociales increíbles. Por desgracia, fue más o menos cuando descubrió que estaba embarazada.

—Es mejor para todos que el padre no se involucre —le dijo a Damon cuando le preguntó de quién se trataba.
—Necesitas que alguien te ayude —protestó él—. Qué menos que ese tío se haga cargo de su responsabilidad económica. Tener un hijo no es barato.

—Me las puedo apañar sola.

—April… ser madre soltera no es moco de pavo.

—La idea de ser padre, de la manera que sea, te acojona —replicó April—. Algo totalmente comprensible dada nuestra infancia. Pero quiero a este bebé. Y lo haré bien.

Y lo había hecho. April resultó ser una madre responsable, paciente y cariñosa con su única hija, atenta sin caer en la sobreprotección. Sólo Dios sabía de dónde había sacado sus habilidades maternales. Seguro que eran instintivas, porque desde luego no las había aprendido de sus padres.
Damon sabía sin lugar a dudas que él carecía de instinto paternal. Razón por la que se llevó un susto de muerte al enterarse no sólo de que había perdido a su hermana, sino de que también había adquirido una niña.

Que lo nombraran tutor legal de Emma fue algo que no había previsto. Se sabía un hombre capaz de hacer muchas cosas y sabía que podía apañárselas en los imprevistos, pero de ahí a verse obligado a criar una niña… Eran palabras mayores.

Si Emma fuera un niño, habría podido hacer algo. No era tan difícil entender a los niños. El sexo femenino, en cambio, era un misterio. Hacía mucho tiempo que había aceptado que las mujeres eran complicadas. Decían cosas como: «Si no lo sabes, no pienso decírtelo». Nunca pedían postre, y cuando pedían opinión sobre la ropa que ponerse, al final siempre elegían lo contrario de lo que se les sugería. Aun así, sin entenderlas, las adoraba. Le encantaba su carácter esquivo, su capacidad para sorprender, sus fascinantes cambios de humor.

Pero tener que criar a una… ¡Por Dios, no! Había demasiado en juego. Era imposible que él sirviera de ejemplo. Y guiar a una hija por el traicionero laberinto de una sociedad plagada de agujeros negros… No estaba preparado para hacerlo, ni muchísimo menos.

Damon y sus hermanos fueron criados por unos padres que veían el matrimonio como un campo de batalla y a sus hijos como peones para usar a su antojo.

Como resultado, los tres hermanos Salvatore (Damon, Stefan y Klaus) estuvieron encantados de tomar cada cual su camino cuando alcanzaron la mayoría de edad.

April, en cambio, siempre había anhelado esa clase de relación que su familia nunca fue capaz de mantener. La encontró por fin con Emma, cosa que hizo que se sintiera muy afortunada.
Sin embargo, un volantazo mal dado, un charco en la carretera, una breve pérdida de control… y la vida que le quedaba a April Salvatore se redujo cruelmente a nada.
April había dejado una carta sellada, dirigida a Damon, en una carpeta, junto al testamento.

Eres la única alternativa. Emma no ha visto ni a Stefan  ni a Klaus  en la vida. Escribo esta carta con la esperanza de que nunca tengas que leerla, pero si ése es el caso… cuida de mi hija, Damon. Ayúdala. Te necesita.

Sé lo abrumadora que debe parecerte esta responsabilidad. Lo siento. Sé que no te lo esperabas. Pero puedes hacerlo. Encontrarás la manera de salir adelante.
Sólo tienes que quererla. El resto vendrá rodado.

—¿Vas a hacerte cargo de ella de verdad? —le preguntó Stefan el día del funeral, después de que se reunieran en casa de April.

Le resultó muy raro verlo todo tal como ella lo había dejado: los libros en la estantería, un par de zapatos arrinconados de cualquier manera en el interior del armario, el brillo de labios en el lavabo…

—Claro que voy a hacerme cargo de ella —contestó—. ¿Qué voy a hacer si no?

—Siempre queda Klaus. Está casado. ¿Por qué no les ha dejado la niña a Caroline  y a él?

Damon lo miró con gesto elocuente. El matrimonio de su hermano menor era como un ordenador minado de virus: no se podía encender en modo a prueba de fallos y se ejecutaban programas aparentemente inocuos pero que en realidad llevaban a cabo toda clase de tareas perniciosas.

—¿Dejarías un hijo tuyo a su cargo? —le preguntó a su vez.
Stefan negó muy despacio con la cabeza.

—Supongo que no.

—Pues Emma sólo nos tiene a nosotros dos. Stefan  lo miró con recelo.

—A quien han fichado para esto es a ti, no a mí. Hay un motivo por el que April no me nombró tutor legal de su hija. No se me dan bien los niños.

—De todas formas eres el tío de Emma.

—Tú lo has dicho, su tío. Mi responsabilidad se limita a hacer chistes escatológicos y a beber demasiada cerveza en las barbacoas familiares. No soy muy paternal que digamos.

—Ni yo —confesó Damon con seriedad—. Pero tenemos que intentarlo. A menos que quieras renunciar a la custodia y dejarla en un hogar de acogida.

Stefan frunció el ceño y se frotó la cara con las manos.

—¿Qué dice Bonnie de todo esto?

Damon meneó la cabeza al escuchar el nombre de su novia, una decoradora de interiores a quien conoció mientras decoraba la lujosa residencia que uno de sus amigos tenía en Griffin Bay.

—Sólo llevamos saliendo un par de meses. O acepta la situación o ya se puede ir largando, es cosa suya. Pero no voy a pedirle ayuda. Es responsabilidad mía. Y tuya.

—A lo mejor puedo quedarme con ella de vez en cuando. Pero no puedo ayudarte mucho, he invertido todo lo que tenía en el viñedo.

—Justo lo que te dije que no hicieras, genio.

Stefan entrecerró los ojos, que eran del mismo azul intenso que los de su hermano.

—Si te hiciera caso, cometería tus errores, no los míos. —Hubo un breve silencio—. ¿Dónde guardaba April la bebida?

—En la despensa. —Damon se acercó a un armarito, cogió dos vasos y los llenó de hielo.
Stefan rebuscó en la despensa.

—Se me hace raro agenciarnos sus bebidas cuando ella… ya no está.

—Sería la primera en decirnos que no nos cortáramos.

—Seguramente tienes razón. —Stefan regresó a la mesa con una botella de whisky—. ¿Tenía seguro de vida?

Damon meneó la cabeza.

—Dejó de pagar las cuotas.
Stefan lo miró con cierta preocupación.

—Supongo que vas a poner la casa en venta.

—Sí. Aunque dudo de que saquemos mucho tal como está el mercado. —Le pasó un vaso—. Llénalo bien.

—Estoy en ello. —Stefan no levantó la botella hasta que los vasos estuvieron bien llenos.

Se sentaron de nuevo el uno frente al otro, hicieron un silencioso brindis y bebieron. Era un buen whisky que Damon se tragó con facilidad y que le provocó un agradable calorcillo en el pecho.
La presencia de su hermano lo reconfortaba de un modo inesperado. Parecía que su tormentosa infancia (las peleas y las pequeñas traiciones) ya no se interpondrían en su camino. Eran adultos, con una amistad en potencia que no fue posible mientras sus padres estuvieron vivos.

Con Klaus, en cambio, era imposible acercarse lo suficiente como para apreciarlo o para odiarlo. Su mujer, Caroline, y él habían asistido al funeral, se habían pasado después por la casa y se habían quedado unos quince minutos, y luego se habían marchado sin apenas dirigirle la palabra a nadie.

—¿Ya se han ido? —había preguntado Damon, sin dar crédito, al descubrir su ausencia.

—Si querías que se quedaran más tiempo —fue la respuesta de Stefan—, haber celebrado el funeral en Nordstrom.

Era normal que la gente se preguntara por qué tenían tan poca relación entre ellos si residían en una isla de poco más de siete mil habitantes. Klaus vivía con Caroline en Roche Harbor, en la zona norte. Cuando no estaba ocupado con su constructora, asistía con su mujer a eventos sociales en Seattle. Damon, en cambio, se mantenía ocupado con la torrefactora de café que había montado en Friday Harbor. Y Stefan, que no salía de su viñedo, cuidando y mimando sus viñas, se sentía más unido a la Naturaleza que a las personas.

Lo único que tenían en común era su amor por la isla de San Juan. Formaba parte de un archipiélago compuesto por unas doscientas islas, algunas de ellas rodeadas por los condados de Whatcom y Skagit, pertenecientes al estado de Washington. Los Salvatore habían pasado la infancia a los pies de Olympic Mountains, un lugar a salvo en su mayor parte del clima tan gris que predominaba en el resto de la costa Noroeste del Pacífico.

Los Salvatore habían crecido respirando el aire húmedo del océano, con los pies descalzos llenos del lodo de los bajíos. Habían disfrutado de mañanas perfumadas por la lavanda húmeda, de días despejados y secos, y de los atardeceres más hermosos de toda la Tierra. Nada podía compararse a una agachadiza sorteando las olas. O a un águila de cabeza blanca lanzándose en picado en pos de su presa. O al baile de las oreas, con sus escurridizas figuras saltando, respirando o surcando el mar de Salish mientras daban buena cuenta de la profusión de salmones.

Los hermanos habían recorrido cada centímetro de la isla, subiendo y bajando colinas azotadas por el viento junto a la costa, atravesando los sombríos bosques y cruzando prados cuajados de hierba forrajera y flores salvajes de sugerentes e intensos colores que iban desde el marrón chocolate, pasando por el rosa más exuberante hasta acabar en el blanco luminoso. Era imposible encontrar una mezcla de agua, tierra y cielo más proporcionada y perfecta.

Aunque habían ido a la universidad y habían intentado vivir en otras partes, la isla siempre los había instado a regresar. Incluso Klaus, con su ambición y su avaricia, había regresado. Era un estilo de vida natural, ya que se conocía a los agricultores que cultivaban los productos frescos que se consumían; al fabricante del jabón con el que uno se lavaba; e incluso se tuteaba a los dueños de los restaurantes donde se comía. Se podía hacer autoestop sin peligro, ya que los amables isleños se ayudaban los unos a los otros siempre que hiciera falta.

April era la única de la familia que había encontrado algo por lo que mereciera la pena abandonar la isla. Se había enamorado de las montañas de cristal y de los valles de cemento de Seattle, del ambiente cultureta y urbano, de la sutil elegancia de los restaurantes que seducían las papilas gustativas y del laberinto sensorial que era el mercado de Pike Place.
En respuesta a un comentario de Stefan con el que se quejó de que la gente hablaba y pensaba demasiado en la ciudad, April le soltó que Seattle la hacía más lista.

—No necesito ser más listo —replicó Stefan—. Cuanto más listo eres, más motivos tienes para ser un desgraciado.

—Eso explica por qué los Salvatore estamos siempre de tan buen humor —le dijo Damon a April, arrancándole una carcajada.

—Klaus  no —comentó ella, cuando dejó de reírse al cabo de un momento—. No creo que Klaus haya sido feliz un solo día de su vida.

—Klaus no quiere ser feliz —replicó Damon—. Se conforma con los sucedáneos de la felicidad.

Damon abandonó los recuerdos y regresó al presente, preguntándose qué diría April si supiera que pensaba criar a Emma en la isla de San Juan. No se había dado cuenta de que había hecho la pregunta en voz alta hasta que Stefan le contestó.

—¿Crees que se habría sorprendido? April sabía qué nunca te irías de la isla. Tu negocio, tu casa y tus amigos están allí. Estoy seguro de que sabía que te llevarías a Emma a Friday Harbor si a ella le sucedía algo.

Damon asintió con la cabeza, aunque se sentía vacío y desolado. No quería reflexionar mucho sobre la magnitud de la pérdida que había sufrido la niña.

—¿Ha dicho algo hoy? —preguntó Stefan—. No la he escuchado decir ni pío.

Desde que le dijeron que su madre había muerto, Emma había estado en silencio y sólo respondía a las preguntas que le hacían moviendo la cabeza. Tenía una expresión distante y desconcertada, como si se hubiera refugiado en un mundo interior donde nadie podía entrar. La noche que April murió, Damon fue directo a casa de su hermana después de abandonar el hospital. Emma estaba al cuidado de una canguro. Le dio la mala noticia a la pequeña por la mañana y desde entonces apenas se había movido de su lado.

—Nada —contestó Damon—. Si mañana no empieza a hablar, la llevaré al pediatra. —Soltó un suspiro entrecortado antes de añadir—: Ni siquiera sé quién es su médico.

—Hay una lista en la puerta del frigorífico —dijo Stefan—. Tiene varios números, incluido el del médico de Emma. Supongo que April la hizo para la canguro, por si se presentaba una emergencia.
Damon se acercó al frigorífico, quitó la nota que había pegada y se la guardó en la cartera.

—Genial —replicó con sorna—. Ahora sé tanto como la canguro.

—Por algo se empieza.

Tras regresar a la mesa, Damon le dio un largo trago al whisky.

—Por cierto, quería comentarte una cosa. No podré vivir en mi apartamento de Friday Harbor con Emma. Sólo tiene un dormitorio y no tiene patio para jugar.

—¿Vas a venderlo?

—A lo mejor lo alquilo.

—¿Y Adónde te irás?

Damon hizo una pausa deliberada.

—Tú tienes espacio de sobra.

Stefan puso los ojos como platos.

—No, de eso nada.

Dos años antes Stefan  había comprado una propiedad de seis hectáreas buscando hacer realidad su añorado sueño de montar su propio viñedo. La propiedad, con su suelo pedregoso y permeable, y su clima fresco, era perfecta para un viñedo. Además de la tierra, había comprado una enorme casa de estilo victoriano medio derruida, que contaba con un porche, con varios miradores, con una gran torre en una de las esquinas y con tejas planas de distintos colores.

«Para reformar» era un término que se quedaba corto referido a la casa, que crujía por todos lados, tenía el suelo desnivelado, goteras en los lugares más insólitos y charcos sin origen aparente. Los antiguos residentes habían dejado su huella, ya que habían instalado cuartos de baño donde no estaba previsto; habían levantado tabiques de madera muy endebles; habían instalado estrechos armarios empotrados con puertas correderas y, además, habían estropeado unas estanterías de cerezo y las molduras pintándolas con pintura blanca barata. Habían cubierto el parquet original con placas de linóleo y en otras zonas con una moqueta tan gruesa que era posible hacer ángeles en ella como si fuera un manto de nieve.

Sin embargo, la casa tenía tres elementos a su favor: había espacio más que de sobra para dos solteros y una niña de seis años; tenía un patio enorme con un huerto; y se encontraba en False Bay, el lugar que Damon prefería de toda la isla.

—No vais a vivir conmigo —sentenció Stefan—. Me gusta vivir solo.

—¿Qué vas a perder si nos vamos a vivir contigo? No interferiríamos en absoluto con tu vida. —
En plural, ya que al parecer y a partir de ese momento, tendría que dejar de hablar en singular.

—Estás de coña, ¿verdad? ¿Sabes lo que les pasa a los solteros con niños? Todas las tías buenas pasarán de ti porque no querrán que las engatusen para hacer de canguro y tampoco querrán criar a la hija de otra. Aunque consigas milagrosamente liarte con una tía buena, no podrás conservarla mucho tiempo. Se acabaron las escapadas a Portland o a Vancouver, se acabó el sexo salvaje, se acabó lo de trasnochar. Para siempre.

—Tampoco lo haces ahora —señaló Damon—. Te pasas todo el tiempo en el viñedo.

—Pero es por decisión propia. Cuando hay un crío de por medio, ya no hay decisiones propias. Mientras tus amigos se van de cervezas para ver el partido, tú estás en el supermercado comprando quitamanchas y galletitas para niños.

—No es para siempre.

—No, claro, sólo para lo que me queda de juventud. —Stefan bajó la cabeza como si fuera a golpeársela con la mesa, pero acabó apoyando la frente en un brazo.

—¿Qué es para ti la juventud, Stefan? Porque no sé, pero yo diría que la dejaste atrás hace un par de años.

Stefan se quedó quieto salvo por el dedo corazón de la mano derecha que le enseñó a su hermano.

—Tenía planes para los treinta —dijo con voz apagada—. Y ninguno incluía niños.

—Los míos tampoco.

—No estoy preparado para esto.

—Ni yo. Por eso necesito tu ayuda. —Damon soltó un suspiro exasperado—. Stefan, ¿cuándo te he pedido algo?

—Nunca. Pero ¿por qué tienes que empezar ahora?

Damon insistió con tono persuasivo:

—Míralo de esta forma… iremos muy despacio. Seremos los guías turísticos de Emma por la vida. Guías turísticos campechanos que nunca se sacarán de la manga chorradas como «castigos razonables» o «porque lo digo yo». Ya tengo asumido que no soy el mejor para criar a un niño… pero a diferencia de papá, mis errores serán buenos. No voy a darle un bofetón cuando no limpie su dormitorio. No voy a obligarla a comer apio si no le gusta. No voy a hacer cosas que le creen confusión o inseguridad. Si todo sale bien, acabará con una visión del mundo bastante decente y un trabajo que le permita ser independiente. Sabes muy bien que si lo hacemos, le irá mejor que si la mandamos a vivir con desconocidos. O, peor, con nuestros familiares.

Unos cuantos tacos pronunciados en voz baja brotaron de entre los brazos cruzados de Stefan. Tal como Damon esperaba, el sentido de justicia de su hermano era su punto débil.

—Vale. —La espalda de Stefan se movió por la fuerza de un suspiro antes de repetir—: Vale. 
Pero tengo condiciones. Para empezar quiero que me des lo que saques por tu apartamento cuando lo alquiles.

—Hecho.

—Y vas a tener que ayudarme a arreglar la casa. Damon lo miró con recelo.

—No soy muy bueno con las reformas. Puedo hacer lo básico, pero…

—Me conformo. Y verte lijar mis suelos será como un bálsamo para mi alma. —Una vez apaciguado con la promesa del dinero del alquiler y de la mano de obra barata, se disipó parte de su hostilidad—. Probaremos durante un par de meses. Pero si la cosa no me gusta, tendrás que llevarte a la niña a otra parte.

—Seis meses.

—Cuatro.

—Seis.

—¡Vale, joder! Seis meses. —Stefan sirvió más whisky—. ¡Por el amor de Dios! —masculló—. Tres Salvatore viviendo bajo el mismo techo. Esto va a ser un desastre.

—El desastre ya ha sucedido —replicó Damon con sequedad, y habría dicho más de no ser porque escuchó algo en el pasillo.

Emma apareció en la puerta de la cocina. Se había levantado de la cama y parecía aturdida y medio dormida. Como una pequeña refugiada, vestida con un pijama rosa, con los pies descalzos y vulnerables sobre el oscuro suelo de pizarra.

—¿Qué pasa, cariño? —le preguntó Damon en voz baja al tiempo que se acercaba a ella. La cogió en brazos (no pesaba ni veinte kilos) y la niña lo abrazó—. ¿No puedes dormir?
Lo invadió una inquietante ternura en cuanto sintió el peso de su cabeza en el hombro, el roce de su pelo rubio alborotado y el olor a plastilina y a champú de fresa.
Él era lo único que tenía.
«Sólo tienes que quererla».
Eso sería lo más sencillo. Era el resto lo que le preocupaba.

—Voy a meterte en la cama, cariño —dijo—. Tienes que dormir. Nos esperan unos días muy ajetreados.

Stefan lo siguió mientras la llevaba a su dormitorio. La cama estaba cubierta por un dosel, del que April había colgado una especie de cortinas formadas por mariposas de alas transparentes. Después de dejarla en el colchón, Damon la arropó y se sentó en el borde. Emma estaba callada y tenía los ojos abiertos de par en par.

Damon le apartó el pelo de la frente mientras miraba esos atormentados ojos azules. Haría cualquier cosa por ella… La fuerza de ese sentimiento lo sorprendió. No podía darle todo lo que había perdido. No podía darle la vida que podría haber tenido. Pero podía cuidarla. Nunca la abandonaría.

Todos esos pensamientos, y muchos más, le inundaron la mente. Pero sólo dijo:

—¿Quieres que te cuente un cuento?

Emma asintió con la cabeza al tiempo que miraba de reojo a Stefan, que estaba apoyado en la jamba de la puerta.

—Erase una vez tres osos —comenzó Damon.

—Dos tíos osos —añadió Stefan desde la puerta, con un deje un tanto resignado— y una osezna.
Damon esbozó una sonrisa torcida mientras seguía acariciándole el pelo a Emma.

—Que vivían en una casa enorme junto al mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Post Relacionados

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...