Capítulo
7
Elena estaba mirando a través de la ventanilla de la
limusina que los llevaba del aeropuerto al Palacio Real de Jawhar. El cristal
ahumado del vehículo apagaba parte del brillo de la arena del desierto y de
los caminos que parecían extenderse interminablemente.
Era una suerte que el coche tuviera aire acondicionado,
puesto que hacía mucho calor.
Elena se arregló por décima vez el pañuelo que
llevaba alrededor de la cabeza. Se alegraba de que las mujeres en Jawhar no
llevasen velo. Damon le había dicho que ni siquiera era obligación que llevase
la cabeza cubierta, pero ella había preferido mostrar respeto por su tío
poniéndose un pañuelo.
Finalmente el palacio apareció ante su vista.
Damon le había dicho que había vivido allí desde los
diez años, pero ella no había preguntado por qué, puesto que estaba muy
nerviosa con la perspectiva de conocer a su familia política.
¿Y si no les gustaba? ¿Cómo era posible que una
mujer americana hubiera sido la elegida por el jeque Damon Salvatore al Kadar?
Porque allí él era un jeque, no sólo un hombre de negocios terriblemente rico.
Y realmente lo era, pensó Elena mirándolo.
Damon, con la ropa árabe intimidaba. Iba vestido
como el jeque de sus fantasías. Llevaba unos pantalones amplios, una túnica
blanca encima de ellos, y una casaca negra con bordados de oro. Elena había
visto un turbante en la maleta y se preguntaba si lo usaría en presencia de su
abuelo beduino.
Elena miró hacia el palacio. Su corazón empezó a
latir aceleradamente. Iba a conocer a un rey en menos de cinco minutos.
Se alisó la túnica que llevaba. Era larga hasta los
pies y tenía bordados de rosas. Encima llevaba una especie de casaca. Ésta
tenía una abertura a ambos lados para que pudiera caminar cómodamente.
-Si no dejas de tocarte la ropa, va a estar hecha un
desastre cuando vayamos al palacio de mi tío.
-Es la primera vez que voy a ver a un rey en persona.
-Ahora estás casada con un jeque.
-¿Te has dado cuenta de que desde que hemos llegado
a tu país estás más arrogante?
-¿Sí? -sonrió él.
-Hasta tu voz ha cambiado. Siempre has tenido cierta
aura de autoridad, pero desde que te has bajado del avión emanas poder.
-Se me considera uno de los gobernantes de mi país.
Soy el único jeque de Kadar que queda.
-Me sorprende que tu tío te anime a vivir en los Estados
Unidos, si es así.
-Hay obligaciones que sólo puede cumplir un miembro
de la familia.
Ésas fueron las últimas palabras que dijo antes de
que la limusina se detuviera.
El esplendor y el lujo del palacio la impresionaron
a pesar de que ella no hacía más que fijar los ojos en la gran puerta de madera
que formaba la entrada a la mansión.
Antes de que llegaran a ella, un sirviente salió a
recibirlos.
El salón de recepciones era aún más impresionante
que la puerta de entrada. Había mosaicos y alfombras rojas, y muebles
majestuosos. De pronto se detuvieron junto a un hombre sentado en una silla que
estaba a cierta altura, y que muy bien podía ser un trono.
-Trae a tu esposa hasta aquí -dijo el hombre.
Damon tomó la mano de Elena y la condujo hasta su
tío, el Rey.
Las siguientes dos horas fueron de presentaciones y
conversaciones con el rey Asad bin Malik al Jawhar y luego con los parientes
por parte de su padre.
Aquello era peor que la boda. No conocía a esa
gente, no hablaba su idioma y todos tenían su atención concentrada en ella.
Había sido tímida toda su vida y su primer instinto
había sido escapar de allí, pero no podía hacerle eso a Damon. Así que hizo un
esfuerzo y sonrió y habló con los extraños.
El rey Asad vino a abrazar a Damon y le dijo:
-Al parecer has logrado combinar el deber con el
placer, ¿no es verdad?
-Sí, tío, estoy satisfecho.
Como ambos hombres la estaban mirando a ella, se
ruborizó.
-Es encantadora.
El Rey hablaba como si ella no estuviera allí. Elena
sonrió. Era un árabe más tradicional que Damon, pues este último había ido al
colegio en Francia y luego en Estados Unidos.
-Esa piel clara y ese sonrojo denotan su inocencia,
creo -dijo.
-¿Lo dudas?
De pronto ella se dio cuenta de que estaban hablando
de su virginidad. Recordó la conversación que habían tenido anteriormente en
relación a que para su familia era importante.
-No, no lo dudo. Nos lo aseguraron.
«¿Nos lo aseguraron?» No iba a preguntárselo delante
de su tío, pero averiguaría si Damon le había contado que ella era virgen.
-Damon... -dijo con voz entrecortada.
-¿Sí? -dijo Damon con expresión seria.
-Si tu tío y tú estáis hablando de lo que yo creo,
me parece que la conversación va a ponerse un poco desagradable.
Al parecer, la amenaza sirvió, porque pronto Damon
los excusó diciendo que estaban muy cansados del viaje.
-Pasa por la oficina de AbdulMalik cuando vayas a tu
apartamento. Tiene el informe geológico que hace falta antes de que el señor Gilbert
pueda empezar la excavación.
Elena se detuvo al oír el nombre de su padre.
-¿La compañía de mi padre va a venir a Jawhar?
-Sí.
-¿Por qué no me lo has dicho?
-No es importante para nosotros, a no ser que quieras
visitarlo cuando esté aquí.
-Sí, las mujeres no deben preocuparse de los negocios
-dijo su tío.
Elena no hizo caso de ese comentario. Había hombres
de la generación de su padre que hubieran estado de acuerdo con el Rey, por no
hablar de la ignorancia completa de su madre por los negocios de su padre.
No obstante, pensaba hablar con Damon cuando estuvieran
solos.
Pero el ardor entre ellos impidió cualquier conversación.
Varias horas más tarde Elena estaba vestida para la
cena de la celebración oficial de su boda, esperando que Damon terminase una
llamada telefónica por asuntos de negocios. De pronto vio el informe del geólogo
encima de una mesa.
No se sorprendía de que su padre hubiera aprovechado
rápidamente la ventaja de ser el suegro de alguien importante en Jawhar.
Lo recogió y se preguntó qué tipo de trabajo de extracción
haría su padre. Miró por encima la primera página. Pero no entendió nada. Nunca
había sido su fuerte la Geología. Ella había dirigido sus intereses hacia la
enseñanza y la lectura y era normal que no comprendiese nada. Pero le llamó la
atención la fecha de la petición inicial de informes. Al principio se preguntó
si habría sido un error, pero había otras fechas que coincidían con aquella
inicial. El problema era que se trataba de una fecha anterior al día en que
había conocido a Damon en la Biblioteca de Whitehaven. Su mente no podía
comprender lo que veían sus ojos.
Damon había conocido a su padre antes de conocerla
a ella
Elena agitó la cabeza. No. El informe era para
Jawhar. Su tío seguramente había tenido negocios con su padre, pero eso no
quería decir que Damon los hubiera conocido.
¡Pero era una gran coincidencia! ¿Por qué no le habían
dicho nada su padre o Damon? Obviamente, ahora Damon ya estaba enterado.
¿Cuándo lo había descubierto?
Estaba pensando en todo esto cuando alzó los ojos y
se encontró a Damon mirándola fijamente. Su rostro estaba inexpresivo y por
alguna razón eso la preocupó.
Elena dejó el informe sobre la mesa en el mismo
sitio donde lo había encontrado.
-Tiene una fecha anterior a cuando nos conocimos.
-Ese informe es confidencial -dijo él seriamente.
-¿Hasta para tu esposa?
-Espero que los negocios no sean un asunto tuyo.
-Pareces tu tío.
Damon movió la cabeza como aceptando sus palabras.
-No creo que las mujeres sean tan tontas como para
no entender de negocios, y supongo que no esperarás que finja ignorancia para
satisfacer tu ego masculino.
Damon achicó los ojos, pero ella ignoró su reacción.
-¿Por qué no me has dicho que conocías a mi padre?
-lo acusó.
Aunque en realidad esperaba que él lo negase. Que
dijera que el negocio había sido iniciado por su tío y su padre.
-Jeremy pensó que sería mejor.
Elena sintió una mezcla de emociones.
-¿Acaso pensó que yo te rechazaría por ser socio
suyo?
-Creo que eso lo preocupaba. Es lo que has hecho
siempre.
-Pero tú tenías que saber que lo que yo sentía por
ti era auténtico, que no dejaría nuestra relación sólo porque mi padre y tú os
conocierais.
-No quería asumir ese riesgo.
¿Porque él se estaba enamorando y no quería arriesgarse
a perderla?, se preguntó ella. Pero un hombre con la arrogancia de Damon no
podría dar semejante explicación. Por más que ella lo deseara desesperadamente.
Se quedó mirándolo. Y por fin dijo:
-Mi padre arregló nuestro encuentro.
Un brillo fugaz pasó por sus ojos y ella tuvo la impresión
de que Damon le iba a mentir.
-Si no vas a decirme la verdad, mejor no digas nada.
-No toda verdad es deseable.
-No me importa. No quiero que me mienta mi marido.
-Tu padre arregló nuestro encuentro, sí -le confesó
él por fin.
Tenía razón Damon. Ciertas verdades eran insoportables.
Como lo era el hecho de que su tío y Damon hubieran
hablado de su virginidad.
Elena recordó la escena entre ellos en la sala de
recepciones.
Entonces comprendió.
-¡Tú le preguntaste a mi padre si yo era virgen antes
de casarte conmigo! -exclamó, alzando la voz. Ella, que nunca gritaba.
-Él me lo dijo sin que yo se lo preguntase.
-¿Y crees que eso me hace sentir mejor?
¿Por qué diablos le había tenido que decir su padre
que jamás había tenido novio?
-¡Como si tú no lo hubieras podido adivinar sin su
ayuda! -exclamó ella irónicamente.
Su falta de experiencia con los hombres era evidente.
-Yo no te conocía entonces.
Damon cerró los ojos. Luego los abrió y dijo:
-Es mejor que no sigas indagando en esto. Sólo te disgustará más
y no servirá para nada. Estamos casados. Y eso es lo que importa ahora.
«De ninguna manera», pensó ella.
-A mí sí me importa el que pueda confiar en mi marido.
-No tienes motivo para no confiar en mí.
-Si me mientes, lo tengo.
-Hay un proverbio entre mi gente: «Mentir en el
momento adecuado es igual a la adoración».
Ella recibió las palabras como si fueran un golpe.
-Pues mi pueblo tiene otro proverbio: «Una lengua
que miente esconde un corazón mentiroso».
-Tu padre y mi tío hablaron sobre tu inocencia antes
de que tú y yo nos conociéramos. ¿Estás contenta ahora?
-Sabes que no -dijo ya sin gritar. Y con los ojos húmedos
de lágrimas que pujaban por salir agregó-: Este encuentro no ha sido más que
una cita arreglada por mi padre por pena.
Y encima un encuentro arreglado entre el tío de Damon
y su padre, ni siquiera por Damon y su padre.
-¿Por qué no me lo dijiste?
Damon la sujetó por los hombros.
-Eres mi esposa. ¿Te parece tan importante la razón
por la que nos conocimos?
-¡Mi padre ha arreglado este matrimonio! ¡Incluso te
dijo que era virgen! ¿No crees que importa?
-¿Quieres decir que no te hubiera importado entregar
tu inocencia a otro?
¿Cómo se atrevía a mostrarse enfadado?, pensó ella,
indignada.
-¡Deja de desviar el tema hacia otro lado! Tú me
mentiste. Y mi padre también. Me siento manipulada, y eso me duele, Damon. Me
duele más de lo que te imaginas.
-Sólo ha sido una mentira por omisión -Damon tomó el
rostro de Elena con una mano-. ¿Es tan terrible? Si te hubiera dicho la
verdad, me habrías rechazado como lo hiciste con todos los demás. No estaríamos
casados ahora. ¿Es eso lo que quieres?
Elena quitó la cara y dijo, ofendida.
-Te amo. No te habría rechazado al saber la verdad.
-¿Y no me estás rechazando ahora?
-No te estoy rechazando -exclamó Elena-. Lo que no
tolero es la mentira. Que me engañe el hombre que amo. ¿Te hubiera gustado
enterarte de que he planeado algo a tus espaldas? ¿Que te tomasen por tonto?
-¿Eso crees? ¿Crees que ha sido un disparate casarte
conmigo?
Se miraron a los ojos.
-Sí, si eso significa unir mi vida a un hombre en
quien no puedo confiar.
-Estás sacando las cosas de quicio.
-¿Sí?
-Sí.
Elena agitó la cabeza.
No pudo más y dejó escapar las lágrimas que se habían
formado en sus ojos.
Damon la atrajo hacia él y la abrazó cuando ella empezó
a llorar. Pero no intentó consolarla. Sólo la abrazó, dejando que se
desahogase. Como si hubiera comprendido que lo necesitaba.
Le dio un pañuelo, y ella se apartó levemente para
aceptarlo.
Damon la miró a los ojos y le dijo:
-No tiene importancia cómo nos conocimos. Debes
creerme. Somos marido y mujer. Tu padre no tiene por qué influir en nuestro
futuro juntos. Haremos de nuestro matrimonio lo que queramos hacer de él.
El llanto le había hecho bien, y por fin Elena pudo
escuchar sus palabras y reflexionar sobre ellas.
Se había negado a que su padre le buscase marido
desde que se había hecho mayor, pero, ¿realmente lamentaba haber conocido a Damon
sólo por saber que su padre lo había arreglado?
Al fin y al cabo, se había casado con el hombre que
amaba. Nadie la había presionado.
A diferencia de otros hombres con los que Jeremy Gilbert
había querido casarla, Damon no necesitaba nada de su padre.
Daba igual cómo se habían conocido. Él se había
casado con ella por ella misma y la amaba. Pero un hombre que la amase no le
habría mentido, ¿no?
-No he querido hacerte daño.
-Pero lo has hecho.
-Veo que he cometido un error -dijo Damon.
No debía de ser fácil para un hombre como él admitir
algo así.
-No confiaste en mi amor.
-No lo vi de ese modo.
Si no lo había visto de ese modo...
-¿Por qué me mentiste?
-Por deseo de tu padre.
Elena estaba indignada. ¡Cómo se atrevía su padre a
obligarle a mentir!
No podía confiar en que Damon no le volvería a
mentir.
-Debiste dar prioridad a mis deseos sobre los de él.
Soy tu esposa y tú me has prometido amarme y protegerme. Mi padre no tiene
cabida en nuestra relación.
-Eso es lo que he estado intentando decirte.
-Entonces, prométeme que de ahora en adelante me
tendrás en cuenta a mí antes que a nadie.
Elena sabía que un hombre en el puesto de Damon no
podía ponerla delante de todo.
-Lo haré.
-¿Me lo prometes?
Damon enjugó una lágrima con la punta del dedo y
contestó:
-Lo prometo.
-Me has dicho que tú siempre cumples tus promesas...
-Es verdad.
—Entonces, prométeme algo más.
-¿Qué? -la miró, sorprendido.
-^Que no volverás a mentirme.
Él pareció dudoso.
-No me importa que pienses que la verdad puede
disgustarme. No puedo creer en ti si pienso que eres capaz de mentirme, aunque
sea para proteger mis sentimientos.
-Si es así, te lo prometo también.
Elena asintió, aliviada de que él hubiera accedido
tan fácilmente.
-Tengo que maquillarme -dijo entonces Elena.
Damon tiró de ella y le dio un beso suave en los labios.
Daba la impresión de que era una disculpa, y ella lo tomó así.
Damon la soltó y dijo:
-Date prisa. Si no, la cena habrá comenzado sin la
invitada de honor.
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