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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

02 abril 2013

Princesa Capitulo 07


Capítulo 7
Elena estaba mirando a través de la ven­tanilla de la limusina que los llevaba del aero­puerto al Palacio Real de Jawhar. El cristal ahu­mado del vehículo apagaba parte del brillo de la arena del desierto y de los caminos que parecían extenderse interminablemente.

Era una suerte que el coche tuviera aire acondicio­nado, puesto que hacía mucho calor.
Elena se arregló por décima vez el pañuelo que llevaba alrededor de la cabeza. Se alegraba de que las mujeres en Jawhar no llevasen velo. Damon le había dicho que ni siquiera era obligación que llevase la ca­beza cubierta, pero ella había preferido mostrar respeto por su tío poniéndose un pañuelo.


Finalmente el palacio apareció ante su vista.
Damon le había dicho que había vivido allí desde los diez años, pero ella no había preguntado por qué, puesto que estaba muy nerviosa con la perspectiva de conocer a su familia política.

¿Y si no les gustaba? ¿Cómo era posible que una mujer americana hubiera sido la elegida por el jeque Damon Salvatore al Kadar? Porque allí él era un jeque, no sólo un hombre de negocios terriblemente rico.

Y realmente lo era, pensó Elena mirándolo.

Damon, con la ropa árabe intimidaba. Iba vestido como el jeque de sus fantasías. Llevaba unos pantalones amplios, una túnica blanca encima de ellos, y una casaca negra con bordados de oro. Elena había visto un turbante en la maleta y se preguntaba si lo usaría en presencia de su abuelo beduino.

Elena miró hacia el palacio. Su corazón empezó a latir aceleradamente. Iba a conocer a un rey en me­nos de cinco minutos.

Se alisó la túnica que llevaba. Era larga hasta los pies y tenía bordados de rosas. Encima llevaba una es­pecie de casaca. Ésta tenía una abertura a ambos lados para que pudiera caminar cómodamente.

-Si no dejas de tocarte la ropa, va a estar hecha un desastre cuando vayamos al palacio de mi tío.

-Es la primera vez que voy a ver a un rey en per­sona.

-Ahora estás casada con un jeque.

-¿Te has dado cuenta de que desde que hemos lle­gado a tu país estás más arrogante?

-¿Sí? -sonrió él.

-Hasta tu voz ha cambiado. Siempre has tenido cierta aura de autoridad, pero desde que te has bajado del avión emanas poder.

-Se me considera uno de los gobernantes de mi país. Soy el único jeque de Kadar que queda.

-Me sorprende que tu tío te anime a vivir en los Es­tados Unidos, si es así.

-Hay obligaciones que sólo puede cumplir un miembro de la familia.

Ésas fueron las últimas palabras que dijo antes de que la limusina se detuviera.
El esplendor y el lujo del palacio la impresionaron a pesar de que ella no hacía más que fijar los ojos en la gran puerta de madera que formaba la entrada a la mansión.

Antes de que llegaran a ella, un sirviente salió a re­cibirlos.
El salón de recepciones era aún más impresionante que la puerta de entrada. Había mosaicos y alfombras rojas, y muebles majestuosos. De pronto se detuvieron junto a un hombre sentado en una silla que estaba a cierta altura, y que muy bien podía ser un trono.

-Trae a tu esposa hasta aquí -dijo el hombre.

Damon tomó la mano de Elena y la condujo hasta su tío, el Rey.
Las siguientes dos horas fueron de presentaciones y conversaciones con el rey Asad bin Malik al Jawhar y luego con los parientes por parte de su padre.

Aquello era peor que la boda. No conocía a esa gente, no hablaba su idioma y todos tenían su atención concentrada en ella.

Había sido tímida toda su vida y su primer instinto había sido escapar de allí, pero no podía hacerle eso a Damon. Así que hizo un esfuerzo y sonrió y habló con los extraños.

El rey Asad vino a abrazar a Damon y le dijo:

-Al parecer has logrado combinar el deber con el placer, ¿no es verdad?

-Sí, tío, estoy satisfecho.

Como ambos hombres la estaban mirando a ella, se ruborizó.

-Es encantadora.

El Rey hablaba como si ella no estuviera allí. Elena sonrió. Era un árabe más tradicional que Damon, pues este último había ido al colegio en Francia y luego en Estados Unidos.

-Esa piel clara y ese sonrojo denotan su inocencia, creo -dijo.

-¿Lo dudas?

De pronto ella se dio cuenta de que estaban ha­blando de su virginidad. Recordó la conversación que habían tenido anteriormente en relación a que para su familia era importante.

-No, no lo dudo. Nos lo aseguraron.

«¿Nos lo aseguraron?» No iba a preguntárselo de­lante de su tío, pero averiguaría si Damon le había con­tado que ella era virgen.

-Damon... -dijo con voz entrecortada.

-¿Sí? -dijo Damon con expresión seria.

-Si tu tío y tú estáis hablando de lo que yo creo, me parece que la conversación va a ponerse un poco desa­gradable.

Al parecer, la amenaza sirvió, porque pronto Damon los excusó diciendo que estaban muy cansados del viaje.

-Pasa por la oficina de AbdulMalik cuando vayas a tu apartamento. Tiene el informe geológico que hace falta antes de que el señor Gilbert pueda empezar la excavación.
Elena se detuvo al oír el nombre de su padre.

-¿La compañía de mi padre va a venir a Jawhar?

-Sí.

-¿Por qué no me lo has dicho?

-No es importante para nosotros, a no ser que quie­ras visitarlo cuando esté aquí.

-Sí, las mujeres no deben preocuparse de los nego­cios -dijo su tío.

Elena no hizo caso de ese comentario. Había hombres de la generación de su padre que hubieran es­tado de acuerdo con el Rey, por no hablar de la ignoran­cia completa de su madre por los negocios de su padre.

No obstante, pensaba hablar con Damon cuando es­tuvieran solos.
Pero el ardor entre ellos impidió cualquier conver­sación.
Varias horas más tarde Elena estaba vestida para la cena de la celebración oficial de su boda, espe­rando que Damon terminase una llamada telefónica por asuntos de negocios. De pronto vio el informe del geó­logo encima de una mesa.

No se sorprendía de que su padre hubiera aprove­chado rápidamente la ventaja de ser el suegro de al­guien importante en Jawhar.

Lo recogió y se preguntó qué tipo de trabajo de ex­tracción haría su padre. Miró por encima la primera página. Pero no entendió nada. Nunca había sido su fuerte la Geología. Ella había dirigido sus intereses ha­cia la enseñanza y la lectura y era normal que no com­prendiese nada. Pero le llamó la atención la fecha de la petición inicial de informes. Al principio se preguntó si habría sido un error, pero había otras fechas que coincidían con aquella inicial. El problema era que se trataba de una fecha anterior al día en que había cono­cido a Damon en la Biblioteca de Whitehaven. Su mente no podía comprender lo que veían sus ojos.

Damon había conocido a su padre antes de cono­cerla a ella

Elena agitó la cabeza. No. El informe era para Jawhar. Su tío seguramente había tenido negocios con su padre, pero eso no quería decir que Damon los hu­biera conocido.
¡Pero era una gran coincidencia! ¿Por qué no le ha­bían dicho nada su padre o Damon? Obviamente, ahora Damon ya estaba enterado. ¿Cuándo lo había descu­bierto?

Estaba pensando en todo esto cuando alzó los ojos y se encontró a Damon mirándola fijamente. Su rostro estaba inexpresivo y por alguna razón eso la preocupó.

Elena dejó el informe sobre la mesa en el mismo sitio donde lo había encontrado.

-Tiene una fecha anterior a cuando nos conocimos.

-Ese informe es confidencial -dijo él seriamente.

-¿Hasta para tu esposa?

-Espero que los negocios no sean un asunto tuyo.

-Pareces tu tío.

Damon movió la cabeza como aceptando sus pala­bras.

-No creo que las mujeres sean tan tontas como para no entender de negocios, y supongo que no esperarás que finja ignorancia para satisfacer tu ego masculino.
Damon achicó los ojos, pero ella ignoró su reacción.

-¿Por qué no me has dicho que conocías a mi pa­dre? -lo acusó.

Aunque en realidad esperaba que él lo negase. Que dijera que el negocio había sido iniciado por su tío y su padre.

-Jeremy pensó que sería mejor.

Elena sintió una mezcla de emociones.

-¿Acaso pensó que yo te rechazaría por ser socio suyo?

-Creo que eso lo preocupaba. Es lo que has hecho siempre.

-Pero tú tenías que saber que lo que yo sentía por ti era auténtico, que no dejaría nuestra relación sólo por­que mi padre y tú os conocierais.

-No quería asumir ese riesgo.

¿Porque él se estaba enamorando y no quería arries­garse a perderla?, se preguntó ella. Pero un hombre con la arrogancia de Damon no podría dar semejante explicación. Por más que ella lo deseara desesperada­mente.

Se quedó mirándolo. Y por fin dijo:

-Mi padre arregló nuestro encuentro.

Un brillo fugaz pasó por sus ojos y ella tuvo la im­presión de que Damon le iba a mentir.

-Si no vas a decirme la verdad, mejor no digas nada.

-No toda verdad es deseable.

-No me importa. No quiero que me mienta mi ma­rido.

-Tu padre arregló nuestro encuentro, sí -le confesó él por fin.

Tenía razón Damon. Ciertas verdades eran insopor­tables.
Como lo era el hecho de que su tío y Damon hubie­ran hablado de su virginidad.
Elena recordó la escena entre ellos en la sala de recepciones.
Entonces comprendió.

-¡Tú le preguntaste a mi padre si yo era virgen an­tes de casarte conmigo! -exclamó, alzando la voz. Ella, que nunca gritaba.

-Él me lo dijo sin que yo se lo preguntase.

-¿Y crees que eso me hace sentir mejor?

¿Por qué diablos le había tenido que decir su padre que jamás había tenido novio?

-¡Como si tú no lo hubieras podido adivinar sin su ayuda! -exclamó ella irónicamente.
Su falta de experiencia con los hombres era evi­dente.

-Yo no te conocía entonces.

Damon cerró los ojos. Luego los abrió y dijo:

-Es mejor que no sigas indagando en esto. Sólo te disgustará más y no servirá para nada. Estamos casa­dos. Y eso es lo que importa ahora.

«De ninguna manera», pensó ella.

-A mí sí me importa el que pueda confiar en mi ma­rido.

-No tienes motivo para no confiar en mí.

-Si me mientes, lo tengo.

-Hay un proverbio entre mi gente: «Mentir en el momento adecuado es igual a la adoración».

Ella recibió las palabras como si fueran un golpe.

-Pues mi pueblo tiene otro proverbio: «Una lengua que miente esconde un corazón mentiroso».

-Tu padre y mi tío hablaron sobre tu inocencia antes de que tú y yo nos conociéramos. ¿Estás contenta ahora?

-Sabes que no -dijo ya sin gritar. Y con los ojos hú­medos de lágrimas que pujaban por salir agregó-: Este encuentro no ha sido más que una cita arreglada por mi padre por pena.

Y encima un encuentro arreglado entre el tío de Damon y su padre, ni siquiera por Damon y su padre.

-¿Por qué no me lo dijiste?

Damon la sujetó por los hombros.

-Eres mi esposa. ¿Te parece tan importante la razón por la que nos conocimos?

-¡Mi padre ha arreglado este matrimonio! ¡Incluso te dijo que era virgen! ¿No crees que importa?

-¿Quieres decir que no te hubiera importado entre­gar tu inocencia a otro?

¿Cómo se atrevía a mostrarse enfadado?, pensó ella, indignada.

-¡Deja de desviar el tema hacia otro lado! Tú me mentiste. Y mi padre también. Me siento manipulada, y eso me duele, Damon. Me duele más de lo que te imaginas.

-Sólo ha sido una mentira por omisión -Damon tomó el rostro de Elena con una mano-. ¿Es tan te­rrible? Si te hubiera dicho la verdad, me habrías recha­zado como lo hiciste con todos los demás. No estaría­mos casados ahora. ¿Es eso lo que quieres?
Elena quitó la cara y dijo, ofendida.

-Te amo. No te habría rechazado al saber la verdad.

-¿Y no me estás rechazando ahora?

-No te estoy rechazando -exclamó Elena-. Lo que no tolero es la mentira. Que me engañe el hombre que amo. ¿Te hubiera gustado enterarte de que he pla­neado algo a tus espaldas? ¿Que te tomasen por tonto?

-¿Eso crees? ¿Crees que ha sido un disparate ca­sarte conmigo?
Se miraron a los ojos.

-Sí, si eso significa unir mi vida a un hombre en quien no puedo confiar.

-Estás sacando las cosas de quicio.

-¿Sí?

-Sí.

Elena agitó la cabeza.
No pudo más y dejó escapar las lágrimas que se ha­bían formado en sus ojos.
Damon la atrajo hacia él y la abrazó cuando ella em­pezó a llorar. Pero no intentó consolarla. Sólo la abrazó, dejando que se desahogase. Como si hubiera comprendido que lo necesitaba.

Le dio un pañuelo, y ella se apartó levemente para aceptarlo.
Damon la miró a los ojos y le dijo:

-No tiene importancia cómo nos conocimos. Debes creerme. Somos marido y mujer. Tu padre no tiene por qué influir en nuestro futuro juntos. Haremos de nues­tro matrimonio lo que queramos hacer de él.

El llanto le había hecho bien, y por fin Elena pudo escuchar sus palabras y reflexionar sobre ellas.

Se había negado a que su padre le buscase marido desde que se había hecho mayor, pero, ¿realmente la­mentaba haber conocido a Damon sólo por saber que su padre lo había arreglado?

Al fin y al cabo, se había casado con el hombre que amaba. Nadie la había presionado.
A diferencia de otros hombres con los que Jeremy Gilbert había querido casarla, Damon no necesitaba nada de su padre.
Daba igual cómo se habían conocido. Él se había casado con ella por ella misma y la amaba. Pero un hombre que la amase no le habría mentido, ¿no?

-No he querido hacerte daño.

-Pero lo has hecho.

-Veo que he cometido un error -dijo Damon.

No debía de ser fácil para un hombre como él admi­tir algo así.

-No confiaste en mi amor.

-No lo vi de ese modo.

Si no lo había visto de ese modo...

-¿Por qué me mentiste?

-Por deseo de tu padre.

Elena estaba indignada. ¡Cómo se atrevía su padre a obligarle a mentir!
No podía confiar en que Damon no le volvería a mentir.

-Debiste dar prioridad a mis deseos sobre los de él. Soy tu esposa y tú me has prometido amarme y prote­germe. Mi padre no tiene cabida en nuestra relación.

-Eso es lo que he estado intentando decirte.

-Entonces, prométeme que de ahora en adelante me tendrás en cuenta a mí antes que a nadie.

Elena sabía que un hombre en el puesto de Damon no podía ponerla delante de todo.

-Lo haré.

-¿Me lo prometes?

Damon enjugó una lágrima con la punta del dedo y contestó:

-Lo prometo.

-Me has dicho que tú siempre cumples tus prome­sas...

-Es verdad.

—Entonces, prométeme algo más.

-¿Qué? -la miró, sorprendido.

-^Que no volverás a mentirme.
Él pareció dudoso.

-No me importa que pienses que la verdad puede disgustarme. No puedo creer en ti si pienso que eres capaz de mentirme, aunque sea para proteger mis sen­timientos.

-Si es así, te lo prometo también.

Elena asintió, aliviada de que él hubiera acce­dido tan fácilmente.

-Tengo que maquillarme -dijo entonces Elena.

Damon tiró de ella y le dio un beso suave en los la­bios. Daba la impresión de que era una disculpa, y ella lo tomó así.
Damon la soltó y dijo:

-Date prisa. Si no, la cena habrá comenzado sin la invitada de honor.

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