Capitulo 25
Al principio Elena pintó una serie de carromatos gitanos,
unos estaban escondidos en rincones secretos, otros rodaban por caminos
vecinales hacia torreones imponentes con cúpulas doradas. Luego siguió
dibujando pueblos mágicos con caminos sinuosos, caballos blancos y corcoveantes,
y alguna que otra hada posada en la boca de una chimenea. Pintó como una loca,
apenas terminaba un cuadro, empezaba otro. No dormía y apenas comía. En cuanto
completaba un lienzo, lo guardaba.
—Vaya. Ahora ya no podré pegar ojo —replicó Elena—. Y no
actúe como si no los hubiera visto nadie. Sé que le envió a Damon una copia de
esas fotos digitales que me obligó a sacar.
—Aún me cuesta creer que sus padres y él hayan vendido la
exclusiva de su vida secreta a esa asquerosa revista sensacionalista. Casi me
dio un ataque cuando vi ese titular: «Estrella del fútbol americano es hijo
natural de Jack Patriot.» Pensaba que tendrían un poco más de dignidad. —Esa
asquerosa revista fue la que más pagó —señaló Elena—. Y usted lleva años
suscrita a ella.
—Eso no tiene importancia —replicó Nita.
El reportaje había visto la luz la segunda semana de agosto,
y Damon, Jack y April aparecieron en una entrevista exclusiva para una cadena
de televisión no mucho después. April le dijo a Elena que Damon había decidido
hacer público el secreto el día de la fiesta del cumpleaños de Nita. Jack se
había sentido tan emocionado que apenas había podido hablar. Habían decidido
vender la exclusiva al mejor postor con la intención de crear con el dinero
recibido una fundación para ayudar a los niños sin hogar. Sólo Riley había
protestado. Ella había querido que el dinero fuese destinado a los perritos
abandonados.
Elena hablaba con todos ellos por teléfono... con todos menos
con Damon. April no hablaba mucho de él, y Elena no podía preguntar.
Nita se tironeó de un pendiente color rubí.
—Si me preguntaras, te diría que el mundo se ha vuelto loco.
Ayer, cuatro RVs se peleaban por las plazas de aparcamiento que hay enfrente de
esa librería nueva. Lo siguiente que veremos es un McDonald en cada esquina. Y
jamás entenderé la razón de por qué le has dicho al club de mujeres de Garrison
que de ahora en adelante pueden reunirse en mi casa.
—Y yo jamás entenderé por qué usted y esa horrible Gladis
Prader, una mujer a la que odiaba a muerte, se han hecho tan amigas. Algunos
piensan que han formado un aquelarre.
Nita chasqueó la lengua con tal fuerza que Elena temió que se
tragase un diente.
Tim Taylor apareció de pronto a su lado.
—Va a empezar el partido. A ver si los Stars se espabilan por
fin. —Señaló la pantalla instalada en el Barn Grill para que todos pudieran
seguir los partidos de los Chicago Stars las tardes de los domingos—. Esta vez
intenta no cerrar los ojos cada vez que placan a Damon, Elena. Pareces una
cobardica.
—Métete en tus asuntos —le espetó Nita.
Elena suspiró y dejó caer la cabeza sobre el hombro de Nita.
Permaneció así un buen rato. Al final, dijo algo que sólo Nita pudo escuchar:
—No voy a poder aguantar mucho más.
Nita le palmeó la mano, le acarició la mejilla con un nudillo
nudoso y luego se lo hincó en las costillas.
—Ponte derecha o te va a salir joroba.
En octubre, el juego de Damon había mejorado, pero no su
estado de ánimo. La poca información que le sonsacaba a Nita no le bastaba. Elena
estaba todavía en Garrison, pero nadie sabía por cuánto tiempo, y esos cuadros
brillantes y mágicos de carromatos gitanos y lugares lejanos que había visto en
las fotos que Nita le enviaban no lo animaban demasiado. El revuelo mediático
que había suscitado el parentesco entre Jack y Damon comenzaba a desvanecerse
poco a poco. A veces algún miembro de su familia acudía a un partido, siempre
que se lo permitía el trabajo o las vacaciones escolares. Pero a pesar de lo
mucho que Damon quería a su familia, el vacío que sentía en su interior
aumentaba día a día, y le parecía que Elena se alejaba más de él. Al menos
había descolgado el teléfono una docena de veces para llamarla, pero siempre se
arrepentía en el último momento. Elena tenía su número, y era ella la que tenía
algo que probar, no él. Tenía que hacer eso por ella misma.
Y luego, una lluviosa mañana de un lunes a finales de
octubre, abrió el Chicago Sun Times, y sintió cómo la sangre le huía del
rostro. Una gran foto a color le mostraba en Waterworks, uno de sus clubs
favoritos, con una modelo con la que había salido un par de veces el año
anterior. Él tenía una botella de cerveza en una mano y con la otra le rodeaba
la cintura a la chica mientras se daban un beso muy íntimo.
«A Damon Salvatore y a su antigua novia Ally Tree-Bow se les
vio juntos la semana pasada en Waterworks. Ahora que han vuelto a salir, ¿
estará dispuesto el quarterback de los Stars a renunciar al título de soltero
más cotizado de Chicago?»
Damon oyó el rugido de la sangre en los oídos. Esto era
exactamente lo que estaba esperando Elena. Tiró el café al suelo en su prisa
por coger el teléfono. Le dejó varios mensajes, pero no obtuvo respuesta. Llamó
a Nita. Ella estaba suscrita a todos los periódicos de Chicago, así que Elena vería
la foto tarde o temprano, pero Nita tampoco contestó. Tenía que estar en el
campo de entrenamiento de los Stars en una hora para la reunión de los lunes.
Pero en lugar de ir allí, saltó al coche y enfiló hacia O'Hare, el aeropuerto
de Chicago. De camino, tuvo que enfrentarse por fin a la verdad sobre sí mismo.
Elena no era la única que tenía que implicarse personalmente
en esa relación. Mientras ella utilizaba su agresividad para mantener a la
gente apartada, él usaba su encanto con la misma eficacia. Le había dicho que
no confiaba en ella, pero ahora, eso le parecía una tontería. Podía ser muy
valiente en un campo de fútbol, pero actuaba como un cobarde cuando se trataba
de la vida real. Siempre se contenía, tan asustado de perder, que voluntariamente
se sentaba en el banquillo en lugar de jugar el partido hasta el final. Debería
haberla llevado con él a Chicago. Hubiera sido mejor arriesgarse a que lo
dejara de esa manera. Había llegado el momento de madurar.
Una tormenta de hielo y nieve en Tennessee provocó la
cancelación de su vuelo, y para cuando llegó a Nashville ya era media tarde.
Hacía frío y llovía. Alquiló un coche y salió disparado hacia Garrison. De
camino, vio árboles caídos y varias camionetas del servicio eléctrico reparando
los cables de alta tensión que había derribado la tormenta. Al fin, tomó el
camino enlodado que conducía a la granja. A pesar de los árboles sin hojas, el
pasto mojado, y el estómago revuelto, sintió que había llegado a casa. Cuando
vio luz brillando por la ventana de la sala, respiró por primera vez desde que
había abierto el periódico por la mañana.
Dejó el coche cerca del granero y corrió bajo la lluvia hacia
la puerta lateral. Estaba cerrada y tuvo que abrirla con su propia llave.
—¿Elena? —Se quitó los zapatos mojados, pero se dejó el
abrigo puesto mientras recorría la casa fría.
No había platos sucios en el fregadero, ni cajas de galletas
saladas abiertas en las estanterías de la cocina. Todo estaba inmaculado. Un
escalofrío lo atravesó. La casa parecía un mausoleo.
—¡Elena! —Se dirigió hacia la sala, pero la luz que había
visto por la ventana provenía de la lámpara de un reloj—. ¡Elena! —Subió las
escaleras de dos en dos, pero incluso antes de llegar al dormitorio, supo que
lo encontraría vacío.
Elena se había ido. Sus ropas no estaban en el armario. Los
cajones del tocador, donde ella había guardado su ropa interior y sus
camisetas, estaban vacíos. Había una pastilla de jabón, todavía sin abrir, en
la repisa de la ducha sin usar, y los únicos artículos que había allí le
pertenecían a él. Sintió las piernas pesadas cuando entró en el dormitorio de
Jack. Nita había mencionado que Elena trabajaba allí para aprovechar la luz que
entraba por las ventanas de la esquina, pero allí no había ni un tubo de
pintura.
Bajó las escaleras. En su prisa, ella se había olvidado una
sudadera, y había dejado un libro en la sala, pero incluso los yogures de
ciruela que siempre guardaba en la nevera habían desaparecido. Volvió a entrar
en la sala, se dejó caer en el sofá, clavando los ojos en la luz parpadeante de
la televisión, pero sin ver nada. Había lanzado los dados y había perdido.
Sonó su teléfono. Ni siquiera se había quitado el abrigo, y
sacó el móvil del bolsillo. Era April, para preguntarle qué tal le había ido, y
cuando él oyó la preocupación en la voz de su madre, apoyó la frente en la
mano.
—No está aquí, mamá —dijo entrecortadamente—. Elena se ha
ido.
Al final, se quedó dormido en el sofá con un programa de
televenta de fondo. Se despertó avanzada la mañana siguiente con el cuello
tieso y el estómago revuelto. La casa todavía estaba fría, y la lluvia
repiqueteaba en el tejado. Fue a la cocina para hacer café y se le quemó.
No sabía lo que haría el resto de su vida. Temía el viaje de
regreso al aeropuerto. Todos esos kilómetros para pensar en los pasos en falso
que había dado. Los Stars jugaban contra los Steelers el domingo. Tenía que ver
películas de partidos y planear una estrategia, pero ahora todo eso le
importaba una mierda.
Se obligó a tomar una ducha, aunque no fue capaz de
afeitarse. Sus ojos sin vida le devolvieron la mirada desde el espejo. El
verano pasado había encontrado a su familia, pero acababa de perder a su alma
gemela. Se envolvió la toalla alrededor de la cintura y se dirigió a ciegas al
dormitorio.
Elena estaba sentada con las piernas cruzadas en medio de la
cama.
Damon vaciló.
—Hola —dijo ella con suavidad.
Le flaquearon las rodillas. Hacía tanto tiempo que no la veía
que al parecer se había olvidado de lo hermosa que era. Algunos rizos negros le
caían sobre la frente, rozándole las comisuras de esos ojos violetas. Llevaba
puesto un jersey verde ajustado y unos pulcros vaqueros que le ceñían las
delgadas caderas. Había un par de mocasines color verde oscuro sobre la
alfombra al lado de la cama. En lugar de parecer desolada, parecía alegrarse de
verle, y su sonrisa era casi tímida. Fue como si le cayera un rayo encima.
¡Después de toda la agonía por la que le había hecho pasar, ella no había visto
la foto! Tal vez la tormenta de nieve había impedido el reparto de los
periódicos. Pero entonces, ¿dónde había estado metida todo ese tiempo?
—¿Por qué no me dijiste que venías? —dijo ella.
—Yo... esto... te dejé un par de mensajes. —Cerca de una
docena en realidad.
—Me olvidé el móvil. —Le dirigió una mirada inquisitiva.
Damon quería besarla hasta que los dos se quedaran sin
aliento, pero no podía hacerlo. Todavía no. Quizá nunca.
—¿Dónde están tus cosas?
Ella ladeó la cabeza.
—¿Qué cosas?
—¿ Dónde están tus ropas ? ¿Tus pinturas ? —Alzó la voz sin
poder evitarlo—. ¿Dónde está esa crema que usas? ¿Y tus jodidos yogures? ¿Dónde
está todo eso?
Ella lo miró como si hubiera perdido la cabeza.
—Pues por todos lados.
—¡No, no están!
Ella estiró las piernas, como si se sintiera incómoda.
—He estado pintando en la casita de invitados. Ahora estoy
trabajando con óleos en vez de acrílicos. Si pinto allí, no tengo que dormir
con todos esos olores.
—¿Y por qué no me lo has dicho? —«Oh, Dios mío», estaba
gritando. Intentó tranquilizarse—. ¡Aquí ni siquiera hay comida!
—Como en la casita de invitados, así no tengo que venir hasta
aquí cada vez que me entra hambre.
Damon respiró profundamente para intentar controlar el
torrente de adrenalina que corría por sus venas.
—¿Y tu ropa? No está aquí.
—No, no está —contestó ella, pareciendo bastante confusa—.
Llevé mis cosas a la habitación de Riley. Odiaba dormir aquí sin ti. Adelante,
ríete.
El apoyó las manos en las caderas.
—Créeme. Ahora mismo no tengo ningunas ganas de reírme.
—Tenía que asegurarse bien—. ¿También has dejado de utilizar este baño? No has
usado la ducha.
Ella pasó las piernas por encima del borde de la cama,
frunciendo el ceño.
—El otro baño me queda más cerca. ¿Te sientes bien? Empiezas
a asustarme.
No se le había ocurrido mirar en los otros cuartos de baño ni
acercarse a la casita de invitados. Había visto sólo lo que había esperado
encontrar, una mujer en la que no podía confiar. Pero había sido él quien no
merecía esa confianza, no había estado dispuesto a entregar su corazón sin
condiciones. Intentó rehacerse.
—¿Dónde te has metido?
—Fui a Atlanta. Nita no hacía más que darme la lata sobre mis
cuadros, y allí hay un buen representante que... —Se interrumpió—. Ya te lo
contaré después. ¿Te han mandado al banquillo? Es eso, ¿no? —Una llamarada de
indignación brilló en sus ojos—. ¿Cómo han podido? ¿Y qué más da si no estabas
en tu mejor momento en septiembre? Has jugado genial desde entonces.
—No me han mandado al banquillo. —Se pasó la mano por el pelo
húmedo. El dormitorio estaba condenadamente frío, tenía la piel de gallina, y
no había resuelto nada—. Tengo que contarte algo, y tienes que prometerme que
me dejarás acabar antes de perder la calma.
Ella dio un grito ahogado.
—¡Oh, Dios mío! ¡Tienes un tumor cerebral! Y todo este
tiempo, yo he estado aquí perdiendo el tiempo...
—¡No tengo un tumor! —Fue directo al grano—. Ayer salió una
foto mía en el periódico. Una que tomaron en una cena benéfica a favor de la
lucha contra el cáncer a la que fui la semana pasada.
Ella asintió.
—Nita me la enseñó cuando fui a verla.
—¿Ya la has visto?
—Sí. —Elena seguía mirándolo como si estuviera chiflado.
Damon se acercó más.
—¿Has visto la foto que publicó ayer el Sun Times? ¿Esa donde
aparezco besando a otra mujer?
La expresión de Elena cambió al fin.
—Sí, ¿y qué? Debería darle una patada en el trasero.
Tal vez Damon había sufrido una conmoción cerebral porque
comenzaba a marearse y tuvo que sentarse en el borde de la cama.
—Nita estaba que echaba fuego, créeme. —Elena agitó la mano y
comenzó a pasear de arriba abajo por la habitación—. A pesar de lo bien que le
caes, todavía cree que todos los hombres son escoria.
—¿Y tú no?
—No todos los hombres, pero no me hables de Jamie, el
perdedor. ¿Sabes que tuvo el descaro de llamarme y...?
—¡Jamie me importa una mierda! —Se levantó de golpe—. ¡Quiero
hablar de esa foto!
Ella se sintió algo molesta. —Pues adelante. Continúa.
Damon no entendía nada. ¿No era Elena la mujer que se
despertaba todas las mañanas pensando que todos la habían abandonado? Se apretó
el nudo de la toalla que estaba a punto de caérsele.
—Estaba de pie en la barra cuando esa chica se acercó a mí.
Salimos un par de veces el año pasado, pero no llegamos a nada. Estaba borracha
como una cuba y se me echó encima. Literalmente. La sujeté para que no se
cayera.
—Deberías haberla dejado caer. Hay gente que no siente
respeto por nadie.
Ahora la actitud de Elena comenzaba a molestarle.
—Dejé que me besara. No la aparté.
—Lo entiendo. No querías que ella se sintiera avergonzada.
Había gente por todos lados y...
—Exacto. Sus amigos, mis amigos, un montón de desconocidos y
ese jodido fotógrafo. Pero tan pronto como me liberé de sus labios, la aparté a
un lado. Estuvimos charlando un rato de nuestras relaciones o la falta de
ellas. No volví a pensar en eso hasta que vi el periódico de ayer. Intenté
llamarte, pero...
Ella lo miró con suspicacia, y luego su expresión se volvió
fría.
—No habrás volado hasta aquí sólo porque pensaste que había
huido o algo parecido, ¿verdad?
—¡Besé a otra mujer!
—¡Pensaste que había huido! ¡Lo hiciste! Por una estúpida
foto. ¡Después de todo lo que he hecho para probarte que puedes confiar en mí!
—Sus ojos lanzaron chispas de color violeta—. ¡Eres idiota! —Salió del
dormitorio dando un portazo.
Damon no se lo podía creer. Si él hubiera visto una foto de Elena
besando a otro hombre, se le habría caído el mundo encima. Se apresuró por el
pasillo tras ella, con la toalla húmeda y resbaladiza que se enfriaba por
momentos.
—¿Me estás diciendo que no pensaste, ni por un instante, que
yo podría haberte abandonado?
—¡No! —Elena empezó a bajar las escaleras, y luego se volvió
de golpe—. ¿Esperas que me dé un ataque cada vez que otra mujer se te echa
encima? Porque, si así fuera, acabaría con una crisis nerviosa antes de finalizar
la luna de miel. Ahora bien, si esas tías se atreven hacerlo delante de mí...
Damon sintió un atisbo de esperanza.
—¿Te estás declarando?
Ella se envaró.
—¿Tienes algún problema con eso?
El marcador se iluminó, y le mostró al mundo un pleno.
—Dios mío, te quiero.
—¿Y crees que eso me impresiona? —Elena se dio la vuelta y
siguió bajando las escaleras—. Yo confié ciegamente en ti, pero... después de
todo lo que he hecho... de haber cambiado toda mi vida por ti... ¡Ni siquiera
confiaste en mí!
La prudencia le indicó que ése no era el mejor momento para
sacar a colación el pasado de Elena. Además, ella tenía razón. Mucha razón, y
él tenía que confesarle todo eso que había averiguado sobre sí mismo, aunque no
en ese momento. Salió disparado tras ella.
—Es que... soy un imbécil insensible demasiado guapo para su
bien.
—Exacto. —Ella se detuvo junto al perchero—. Te he dado
demasiado poder en esta relación. Es obvio que ha llegado el momento de que yo
tome el control.
—¿Podrías empezar por desnudarte? —Elena arqueó las cejas con
rapidez. Ella no se lo iba a poner fácil, y Damon cambió rápidamente de tema—.
¿De dónde has sacado esa ropa?
—April me la ha enviado. Sabe que no puedo perder el tiempo
en tonterías. —Sus rizos se balancearon—. ¡Y estoy demasiado disgustada y
furiosa para desnudarme!
—Entiendo. Estás cabreada conmigo. —Una sensación de paz
absoluta lo atravesó, tan sólo rota por la enorme erección que ni siquiera la
toalla fría había podido refrenar—.
—Hablame de Atlanta, cariño.
Una sabia maniobra por su parte porque ella se olvidó por el
momento de que él se había comportado como un imbécil inseguro y enamorado.
—Oh, Damon, fue maravilloso. Es el representante de arte más
prestigioso del Sur. Nita no cerraba la boca sobre mis cuadros, y me dio tanto
la lata que al final le envié unas fotos. Me llamó al día siguiente. Quería
verlo todo.
—¿Y no podías llamarme al móvil y contarme algo así de
importante?
—Tienes demasiadas cosas en qué pensar ahora mismo. Con
sinceridad, Damon, si ese desagradable línea ofensiva tuyo no te protege mejor,
yo...
—Elena... —Damon ya había llegado al límite de su paciencia.
—El caso es que... ¡le encantó todo! —añadió—. Me va a montar
una exposición. Y no te vas a creer lo que quiere cobrar por los cuadros.
Ya era suficiente.
—Pagaremos la boda con eso. —Acortó la distancia entre ellos
en dos zancadas, la tomó en brazos, y la besó como había soñado hacer durante
esos dos meses. Ella le devolvió el beso. ¡Caramba si lo hizo!—.
Definitivamente nos vamos a casar, Elena. En cuanto se acabe la temporada.
—De acuerdo.
—¿Así como así?
Elena sonrió y le acarició la mandíbula.
—Tú eres mi hombre, Damon Salvatore. Cuanto más pintaba, más
evidente se hacía para mí. ¿Y sabes qué más se me hizo evidente? —Le pasó el
dedo por el labio inferior—. Yo soy tu mujer. Puedes confiar en mí, y soy tan
fuerte como parezco. —Él la apretó contra sí. Ella descansó la mejilla contra
su pecho—. Me dijiste que tenía que echar raíces, y tenías razón. Era fácil ser
feliz cuando estábamos juntos. Y tenía que probarme a mí misma. Saber que tengo
una familia me ayudó bastante. Eso, y que dejé de tener miedo.
—Me alegro. April es...
—Oh, no April —ella levantó la boca hacia él—. April es una
de mis más queridas amigas, pero, no te equivoques, tú siempre estarás antes
que ella. —Elena puso cara de disculpa—. Lo cierto es que Nita me quiere para
bien o para mal. Y, créeme, seguirá formando parte de nuestras vidas hasta que
alguien le clave una estaca en el corazón. —Sonrió cuando le preguntó—: ¿Te
parece bien que le pidamos a April que nos organice la boda? Yo soy un desastre
para esas cosas, y francamente, prefiero aprovechar el tiempo pintando.
—¿No quieres planear tu propia boda?
—Pues no demasiado. Las bodas no me interesan. —Lo miró con
la mirada más tierna y soñadora que él jamás le había visto—. Por otro lado,
casarme con el hombre que amo me interesa muchísimo.
El la besó con ferocidad hasta dejarla sin aliento y Elena lo
apartó con fuerza.
—No resisto más. Espera aquí un momento.
Elena subió, y a pesar de que Damon estaba próximo a sufrir
una hipotermia, se sentía más que dispuesto a esperarla. Dio unas vueltas para
calentarse y vio que habían aparecido más criaturas mágicas en las paredes del
comedor, incluyendo un dragón con pinta de bueno. También se percató de que en
la puerta de la caravana había pintado una ventana abierta con dos diminutas
siluetas.
Oyó un ruido de pasos a sus espaldas y se volvió. A parte de
las botas militares negras, Elena sólo llevaba puesto un sujetador rosa de
encaje y unas bragas diminutas a juego. Su Elena con ropa interior rosa. Apenas
se lo podía creer. Había encontrado valor para ponerse ropa femenina y pintar
cuadros mágicos.
—¡Tonto el último! —Con una sonrisa de desafío, ella tomó
ventaja con rapidez mientras atravesaba la cocina y salía por la puerta
lateral; sus pequeñas nalgas asomaban por debajo de las bragas como si fuera un
melocotón partido en dos. El perdió unos segundos recreándose en la vista, pero
incluso así logró alcanzarla a mitad de camino. Comenzaba a caer aguanieve otra
vez, y había perdido la toalla, lo que lo convertía en un machote desnudo y
descalzo, y muerto de frío. Ella corrió por delante de él y llegó primero a la
caravana. Se rió, tan traviesa como cualquiera de los duendecillos que pintaba.
Los copos de nieve centelleaban en su pelo, y las sombras de los pezones se
revelaban a través de la seda mojada de su sujetador. La siguió al interior.
En la caravana hacía mucho frío. Ella se quitó las botas
militares. El le quitó las bragas húmedas. Mientras se abrazaban, cayeron en la
litera fría. Él cogió la manta para cubrir sus cuerpos mojados y temblorosos, y
la subió hasta quedar ocultos bajo ella. En esa oscura caverna, se calentaron
el uno al otro con caricias, con besos apasionados, con el calor de sus
cuerpos, y con promesas de amor.
La cellisca golpeaba en el tejado de la caravana, en las
pequeñas ventanas y en la puerta azul. Pero ellos yacieron juntos perfectamente
protegidos.
Mañana Epílogo......
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