Capítulo 19
—Ya era hora de que viéramos aparecer
tu culo por aquí —saludó secamente Cam, que aguardaba a Damon en el aeropuerto
de La Guardia—. Stefan lleva enfadado desde que te marchaste y la interrupción
de las obras no hizo más que empeorarlo todo. Y Forbes le tiene de los nervios
con todo ese asunto de casarlo con su hija. Klaus ha estado obsesionado con
informes de investigadores privados. Nadie tiene la cabeza en su sitio. Salvo
yo. Está claro que en cuanto aparece una mujer sucede un desastre.
—¿Cam? —preguntó Damon con cautela
mientras abría la puerta del acompañante.
—¿Qué? —Cam lo miró antes de sentarse
al volante.
—Cierra el pico.
Cam siguió gruñendo sobre amigos de
los que no te puedes fiar y de cómo nunca más iba a mezclar negocios y amistad.
—Bueno, ¿y qué demonios está pasando, Damon?
Stefan dice que te has echado atrás.
—No me he echado atrás —gruñó él—,
pero pienso que hay otras maneras de sacar adelante este negocio sin implicar a
la propiedad de la isla Moon.
Cam soltó otro juramento. El tráfico
se complicó y, sumido en un profundo silencio, esquivó coches con gran pericia
mientras Damon se sujetaba con todas sus fuerzas.
—¿Y sigues sin recordar nada? —preguntó
Cam tras superar lo peor del atasco.
—No. Nada.
—¿Y aun así la crees? ¿Has empezado ya
con las pruebas de paternidad?
—No me importa lo que sucediera antes —contestó
Damon con calma—. La amo ahora.
—¿Y qué pasa con el complejo
vacacional? —preguntó Cam.
—Tiene que haber alguna solución. Por
eso he vuelto. Tenemos que arreglarlo, Cam. Mi futuro depende de ello.
—Qué amable por preocuparte de tu
futuro —murmuró Cam con ironía—. Sin embargo no he oído nada sobre el de los
demás.
—Eso ha sido un golpe bajo, tío —espetó
Damon—. Si no me importarais Klaus, Stefan y tú, no estaría aquí. Habría
anulado el maldito trato y mandado a los inversores a la porra.
—Y tú te preguntas por qué huyo de las
mujeres.
—¿Estás pensando en pasarte al otro
bando? —bromeó Damon.
—Sabes a lo que me refiero —Cam lo
fulminó con la mirada—. Las mujeres están bien para el sexo. Cualquier otra
cosa sólo sirve para castrarlo a uno.
—Estoy deseando que llegue el día en
que te haré tragar tus palabras —Damon rio—. Mejor aún, me muero de ganas por
conocer a la mujer que va a conseguirlo.
—Escucha, no entiendo qué ha cambiado.
Hace cuatro meses eras el rey del mundo. Conseguiste todo lo que deseabas. Y de
repente ya no es lo que deseas.
—Quizás ha cambiado lo que deseo —habían
llegado a su apartamento y Damon se volvió hacia Cam—. ¿Y cómo demonios sabes
que hace cuatro meses conseguí lo que deseaba? No volví a verte hasta que
desperté en la cama del hospital tras el accidente de avión.
—Me llamaste el día antes de regresar —Cam
sacudió la cabeza—. No parabas de jactarte de haber cerrado el trato ese día y
que al día siguiente subirías a un avión camino de Nueva York. Te pregunté si
te habían gustado las vacaciones, dado que habías estado allí cuatro semanas y
me contestaste que había merecido el sacrificio que habías tenido que hacer.
Damon se quedó lívido y no conseguía
que el aire entrara en sus pulmones.
—¿Damon? ¿Estás bien?
Por su cabeza pasaban las imágenes,
como si fueran fotos. Los fragmentos de su memoria perdida salieron disparados.
Caóticos. A una velocidad supersónica que lo mareaba.
—Damon, dime algo —insistió Cam.
Consiguió bajarse del coche y le hizo
un gesto a Cam para que él no se bajara.
—Estoy bien. Quiero estar solo. Te
llamaré.
Sacó el equipaje del maletero y caminó
como un autómata hasta la puerta del edificio. El portero lo saludó con una
alegre sonrisa.
Como un zombi, entró en el ascensor y,
torpemente, insertó la tarjeta.
Recordó la primera vez que había visto
a Elena. Recordó la primera vez que le había hecho el amor. No, el amor no,
sino practicado sexo con ella. El día en que Elena había firmado el contrato de
venta a cambio de un cheque. El día en que se despidió de ella.
Las puertas del ascensor se abrieron y
entró en el apartamento. Dejó el equipaje en la entrada y se tambaleó hasta uno
de los sofás, tan asqueado, tan destrozado que sólo quería morirse.
Por Dios bendito, Elena jamás lo
perdonaría por aquello.
Él jamás se perdonaría.
—Mamaw, ¿tan terrible sería que
construyeran un hotel aquí? —preguntó Elena sentada junto a su abuela en la
terraza.
—Te estás agobiando —la anciana miró a
su nieta—. Tienes que decidir qué es lo mejor para ti. No estás obligada a
complacer a toda la isla. Si ese hotel se interpone entre Damon y tú, tendrás
que decidir qué es más importante: hacer felices a tus vecinos o ser feliz tú.
—¿Estoy siendo poco razonable al
obligarle a cumplir una promesa que me hizo? —ella frunció el ceño—. En su
momento pareció de lo más sencillo, pero tiene socios, que además son sus
mejores amigos, y también inversores que cuentan con él. Así se gana la vida. Y
yo voy a pedirle que renuncie a todo porque aquí nos da miedo que cambie
nuestra vida.
—Bueno, sólo tú puedes contestar a esa
pregunta —Mamaw asintió—. Hemos tenido mucha suerte durante años. Nadie se
fijaba en nosotros y Galveston se lleva todos los turistas. Pero no podemos
esperar que dure para siempre. Si Damon no construye su complejo vacacional,
con el tiempo otro lo hará. Seguramente saldremos ganando si lo hace Damon,
pues al menos él nos conoce. Si viniera otro, nosotros no le importaríamos en
absoluto.
—No quiero que me odien —insistió Elena
con pesar.
—No todo el mundo te odiará —contestó
su abuela—. Damon te ama. Yo te quiero. ¿Quién más quieres que te quiera?
—¿Sabes qué? —de repente, Elena se
sintió increíblemente estúpida y se dio una palmada en la frente—. Tienes
razón, Mamaw. Esa tierra es mía. O lo era. Sólo yo tengo derecho a decidir a
quién venderla y qué se puede hacer con ella. Si los demás no quieren que
cambie nada aquí, que se hubieran puesto de acuerdo para comprarla entre todos.
Ellos no tenían que pagar los impuestos y no les costaba nada decirme lo que
podía o no podía hacer con mis tierras.
—¡Así me gusta! —su abuela rio—.
Enfádate y diles que se vayan a tomar viento fresco.
—¡Mamaw!
—Llevas demasiado tiempo angustiándote,
cariño —la mujer rio ante la expresión horrorizada de su nieta—. Primero porque
se marchó. Después porque creías que se había marchado para siempre. Luego
descubriste que estabas embarazada y volviste a penar por él. Luego regresó y
fuiste feliz. No te rindas esta vez. Esta vez puedes hacer algo.
—Te quiero mucho —Elena abrazó a su
abuela.
—Yo también te quiero, mi niña.
—Y no creas que no te voy a decir lo
mismo con respecto a Silas y a ti.
—Yo me encargo de Silas —Laura rio—.
Él sabe que, tarde o temprano, cederé y parece contentarse con esperar hasta
que decida dejar de hacerle sufrir. Soy vieja. No me prives de esa diversión.
—No quiero vivir lejos de ti. Quiero
que veas nacer a tu bisnieto.
—Actúas como si no fuéramos a volver a
vernos —la anciana suspiró—. Tu Damon tiene dinero de sobra. Si él no puede
permitirse el lujo de enviarte en avión para que vengas a visitarme, entonces,
¿para qué sirve?
—Tienes razón —Elena sacudió la cabeza—.
Estoy poniendo pegas porque no me gustan los cambios.
—Los cambios son buenos —Mamaw le
apretó la mano—. Es lo que nos mantiene jóvenes y vibrantes.
—Supongo que debería llamar a Damon para
decirle que puede seguir adelante con el hotel. Seguro que le liberará de una
enorme carga.
—Mejor todavía, ¿por qué no vas a
verle? Algunas cosas es mejor decirlas en persona.
—No puedo dejarte. Le prometí al
doctor…
—Por el amor de Dios, estaré bien.
Llamaré a Silas para que te lleve al aeropuerto. Y, si te hace sentir mejor,
haré que Gladys venga a hacerme compañía hasta que regrese Silas.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo —contestó Mamaw con
impaciencia.
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