Capítulo
21
Pocos
días más tarde, tras un viaje mucho más rápido que el que la había llevado de
Selbourne Abbey a Hazelwick, el carruaje dejó a Elena en Londres.
Al
marcharse de casa de los Lookbood, nada le había parecido peor que estar sin
trabajo, sola y sin dinero. En ese viaje, sin embargo, había tenido dinero
suficiente para comer y para un asiento durante todo el trayecto, donde las
únicas molestias habían sido un abogado locuaz y su risueña esposa.
Resultaba
que darle la espalda al hombre al que había empezado a considerar como su
compañero el resto de su vida tenía la capacidad de acabar con cualquier
expectativa, entusiasmo o alegría.
Con
esa sensación de apatía, alquiló un carrocín para llevarla de la parada a la
residencia Englemere en la calle Curzon.
Tras
bajarse del vehículo media hora más tarde, mientras el cochero sacaba su baúl
del carruaje, Elena se detuvo en seco y miró hacia arriba. La impresionante
fachada clásica de la casa consiguió sorprenderla a pesar de su desánimo.
El
edificio que tenía ante sus ojos ejemplificaba el poder y la riqueza que su
hermano siempre había envidiado cuando hablaba de la suerte que había tenido su
primo al nacer como heredero de un marqués. Y el dueño de aquella casa era el
hombre al que Damon consideraba uno de sus mejores amigos.
De
pronto se sintió tan mareada como cuando Barksdale hizo explotar la bala de
cañón en la sala de vistas de Hazelwick y reveló la identidad de Damon; estuvo
a punto de volver a llamar al carrocín.
Pero
había prometido que al menos visitaría a su primo antes de ir a ver al abogado
de Matt. Se estiró y caminó con decisión hacia la puerta.
Probablemente
un marqués no se molestaría en recibir a alguien tan insignificante como ella,
pensó mientras llamaba a la puerta. Si la dejaban pasar, seguramente algún
secretario u hombre de negocios se reuniría con ella para intercambiar la nota
que sir Damon le había entregado por el salario que se le debía. Dinero que
emplearía en alquilar una habitación tras consultar al abogado sobre el
paradero de Matt.
Pensó
que quizá ese abogado podría decirle aquel mismo día dónde residía actualmente
su hermano. Tal vez Barksdale sólo quería asustarla o desalentarla, y en
realidad no le había hecho nada a su hermano.
Un
sirviente con librea y peluca blanca abrió la puerta. Tras oír su nombre, la
hizo pasar y le dijo que informaría al señor de su llegada.
En
silencio, Elena siguió al sirviente hasta una antesala. Tras atravesar un
pasillo decorado con bustos de la Grecia clásica que sospechaba serían genuinos
y cruzar después una sala de recepciones de estilo damasquino, esperaba ser
recibida por un simple secretario.
Ya
estaba suficientemente abrumada por aquel lugar.
Pero,
mientras esperaba sentada repasando lo que le diría su primo, la puerta se
abrió y dio paso a una mujer alta de pelo rubio. Le dirigió una sonrisa cálida
y corrió hacia ella.
Mientras
Elena se preguntaba quién sería aquella mujer, la recién llegada le agarró las
manos con fuerza.
—Señora
Gilbert, cómo me alegro de conoceros al fin. Damon, sir Damon, nuestro querido
amigo, nos ha hablado mucho de vos. Pero aquí estoy, hablando sin parar. ¡Por
favor, sentaos! Soy Bonnie Stanhope, la esposa de vuestro primo Tyler. Él está
ahora reunido con su hombre de negocios, así que me ha enviado para que os dé
la bienvenida y se reunirá con nosotras en cuanto pueda. Damon nos dijo que
vendríais. ¿Habéis tenido un viaje agradable?
Mientras
hablaba, lady Englemere señaló a otro sirviente que había entrado tras ella en
la sala.
—Glendenning,
sirve el té, por favor. Imagino que querréis algo de beber después del viaje. Y
además tendréis hambre. Una nunca come bien en un viaje. Pasteles y jamón
también, por favor, Glendenning.
—Sí,
milady —dijo el sirviente antes de retirarse.
Elena
parpadeó. Se sentía como si acabase de despertar de un sueño y habitase en el
cuerpo de otra persona. Le costaba trabajo entender que aquella dama que
hablaba con total cercanía pudiese ser una marquesa, la señora de aquella
inmensa mansión.
Al
menos en esa ocasión ella no iba vestida con una capa y un gorro empapados.
Pero
estaba segura de haber oído a Glendenning, que debía de ser el mayordomo,
llamarla «milady», así que debía de ser ella.
—¿Habéis
dicho que me esperabais? —preguntó Elena tras sentarse abruptamente.
—Sí.
Damon envió un mensaje diciendo que llegaríais hoy. Por supuesto, hemos sabido
de vos desde que llegasteis a Blenhem, y esperábamos que nos hicierais una
visita. Yo tengo una gran familia, pero Tyler es hijo único y valora a sus
pocos parientes. Damon ha alabado enormemente el trabajo que habéis realizado
en Blenhem con la escuela. ¡Os admiro! A pesar de vuestras obligaciones, espero
que podáis quedaros lo suficiente para que podamos conocernos mejor.
¿Damon
les había escrito una carta para decirles que iba? Elena sintió que se le
sonrojaban las mejillas. ¿Qué más habría dicho de ella?
Había
temido que su primo no se dignase a recibirla, o que lo hiciera con frialdad y
resquemor. Sin embargo, por mucho que lo intentaba, no encontraba en las
palabras de lady Englemere ironía ni condescendencia alguna.
Apenas
sabía cómo corresponder a semejante muestra de afecto.
Le
parecía grosero exigir ver al hombre de negocios de su primo, pedirle su
salario, pedir ayuda para encontrar a su hermano y luego marcharse sin saludar
al «primo Tyler», como había pensado hacer al llamar a la puerta.
—No
pensaba quedarme aquí —protestó—. Apenas me conocéis.
—Sabemos
que sois de la familia —respondió su anfitriona—. Oh, por favor, decid que os
quedaréis con nosotros. Sabiendo que vuestras obligaciones pronto os harán
volver a Blenhem, será la única manera de encontrar tiempo para conocernos
mejor, como deberían hacer todas las familias. Además, Damon dijo que vuestro
hermano podría estar atravesando dificultades. De ser así, lo más conveniente
sería quedaros aquí, así Tyler podría aconsejaros mejor. ¿Tenéis más familia en
Londres?
—Bueno,
no —admitió Elena, preguntándose si habría algo que el prodigioso sir Damon no
hubiera mencionado sobre ella en la carta que aparentemente había enviado para
que llegase antes que ella.
—Por
favor —insistió lady Englemere—, decid que al menos consideraréis quedaros con
nosotros. Ah, aquí está Glendenning con la bandeja del té.
Cuando
la puerta se abrió, tras el mayordomo oyó unos pasos acelerados. Un precioso
niño de no más de dos años de edad entró en la habitación, pasó frente al
mayordomo y corrió hacia lady Englemere.
—¡Mamá!
¿Aubrey puede jugar con la prima de papá?
—¡Oh,
cielos! —exclamó lady Englemere—. ¡Aubrey, bribón! —miró entonces al mayordomo—.
Veo que ha vuelto a escaparse de la habitación.
El
mayordomo sonrió y sorprendió a Elena, que estaba segura de que la cara de
aquel personaje augusto se resquebrajaría al expresar tal emoción.
—El
chico puede oler el té y las pastas desde su habitación.
—¿Pastas?
—preguntó el niño con ojos desorbitados—. ¿Aubrey puede quedarse, mamá, por
favor? —luego miró a Elena con el interés descarado de un niño—. ¡Señora guapa!
¿La prima de papá?
—Sí,
querido. La prima de papá.
—¿Juegas
conmigo? —preguntó el niño—. ¡Te doy la pasta más grande! —con una sonrisa,
eligió una pasta y se la ofreció.
—Aubrey,
es más educado dejar que la dama elija su propia comida —le reprobó su madre, y
se volvió hacia Elena—. Probablemente no tenga los dedos muy limpios.
Pero
Elena no podía decirle que no a una cara tan sonriente, de modo que dijo:
—Muchas
gracias, caballero —y aceptó la galleta.
En
aquel momento una doncella entró corriendo en la sala.
—¡Oh,
aquí está! ¡Lo siento mucho, milady! Me lo llevaré otra vez arriba.
El
niño se agarró a la manga de su madre.
—Quiero
quedarme, mamá. Por favor. Seré un caballero —se bajó del sofá, se giró hacia Elena
y le dedicó una reverencia—. Encantado de conoceros, señora.
Su
madre suspiró y Elena tuvo que contener la risa.
—Supongo
que, si a nuestra visita no le importa, podrías quedarte a tomar las pastas.
¿Señora Gilbert?
Aun
con el dolor agridulce de saber que ningún niño la miraría nunca así y la
llamaría «mamá», Elena no pudo resistirse a sus plegarias, al igual que no
había podido enfadarse con sus hermanas cuando cuidaba de ellas y hacían alguna
trastada sin importancia.
—Es
un placer conoceros a vos también, señor Aubrey —dijo con una sonrisa—. ¿Qué
pasta prefieres?
Mientras
su madre le indicaba a la doncella que podía retirarse, el niño eligió una y
comenzó a hablar sobre los soldados de metal que, según su madre, eran su
pasión. Mientras su anfitriona servía el té, Elena se encontró a sí misma
quitándose el sombrero y diciéndole al niño que se sentara junto a ella en el
sofá. Antes de que la tetera se vaciara y las pastas desaparecieran, ya se
sentía con ganas de contarle la historia de su vida a la dama de los ojos de
color turquesa.
Finalmente,
atiborrado de dulces y de té, el niño comenzó a bostezar.
—Debo
llevar a Aubrey de vuelta a su habitación para que duerma un poco —dijo lady
Englemere—. Espero que Tyler esté aquí para cuando yo vuelva.
—¿La
señora guapa viene también? —preguntó Aubrey.
—Ahora
no, cielo. Tiene que hablar con papá.
—¿Más
tarde? —insistió el niño—. ¡Le enseñaré mis soldados!
—Quizá
—respondió su madre—. La señora Gilbert tiene otros asuntos de los que ocuparse
en Londres y tal vez no pueda quedarse con nosotros, aunque esperamos que sí.
El
niño se dio la vuelta para estrecharle la mano a Elena.
—¡Por
favor, quedaos! ¡Luego jugaremos! Os daré los mejores soldados. ¡Incluso al
general Blücher!
Incluso
aunque su madre murmuró con reprobación, le dirigió a Elena una mirada que
decía: «¿cómo puede alguien negarse a algo así?».
Ella
desde luego no podía. Y fue así como Elena Gilbert, que había llegado a Londres
decidida a pasar el menor tiempo posible con el primo que había despedido a su
hermano, se convirtió en su huésped antes siquiera de haberlo conocido ni de
dejar claras las razones que la habían llevado hasta su puerta.
Aún
estaba sorprendida por aquel hecho cuando la puerta se abrió y un hombre alto y
de pelo negro entró en la sala sin ser anunciado.
—Señora
Gilbert —dijo—. Lamento haber tardado tanto en recibiros. Confío en que mi
esposa os haya atendido correctamente, aunque creo que el diablillo de mi hijo
ha interrumpido el té —continuó—. Soy Englemere, claro. Bienvenida, prima.
Elena
se sintió aliviada al ver que el marqués, al menos, mantenía cierta formalidad.
Tras los acontecimientos de los últimos días, no creía que sus nervios
alterados pudieran soportar dirigirse a aquel hombre tan impresionante y con
aire de autoridad como «Tyler».
Damon
tenía la misma apariencia. ¿Por qué no se habría dado cuenta antes? Sí lo había
hecho claro, pero lo había visto como la prueba de su seguridad y competencia.
Lo cual era cierto.
Pero
no quería pensar en él. No podía.
—Debo
daros las gracias por acceder a quedaros con nosotros —dijo su primo—. Sé que
después de lo ocurrido con vuestro hermano, tenéis razón para odiarme. He
sabido que podría haber factores atenuantes en su situación. De ser así, os
aseguro que lo recompensaré.
Dado
lo que ella había presenciado en Blenhem, su hermano bien podría haber merecido
el despido, aunque sólo fuera por haber dejado a Barksdale campar a sus anchas.
Pero no estaba dispuesta a admitir eso frente a Englemere.
—Eso
sería lo justo —dijo.
—También
sé que tenéis una preocupación aún mayor; teméis que Barksdale haya podido
hacerle algo a vuestro hermano. Disculpadme por haber procedido sin consultaros,
pero, dada la gravedad del asunto, me he tomado la libertad de contactar con el
abogado de vuestra familia, el señor Gresham, para hacerle algunas preguntas.
Si os parece bien, nos reuniremos con él mañana, pues su ayudante me dijo que
esta tarde no estaría en el despacho. Aunque espero que Gresham sea capaz de
decirnos dónde se encuentra vuestro hermano, si es necesario meteremos a la
policía en el asunto.
—¿Creéis
que será necesario?
—Espero
que no —respondió Englemere—. Pero debemos estar preparados para dar el
siguiente paso.
—Gracias,
milord. Es muy amable por vuestra parte implicaros, sobre todo después del
cuestionable servicio que os prestó mi hermano.
—También
es pariente, al fin y al cabo —dijo Englemere quitándole importancia—. En parte
es culpa mía, por ofrecerle a vuestro hermano un empleo en un campo en el que
tenía poca experiencia. Según me ha dicho Damon, Blenhem se recuperará con el
tiempo. Ahora está en sus manos, y no se me ocurre nadie más cualificado para
devolverle la prosperidad a esa tierra. Aunque no fuera así, lo ocurrido no es
culpa vuestra. Pero debéis de estar cansada después del largo viaje. Bonnie me
ha dicho que vuestra habitación está preparada —hizo una reverencia—. Una vez
más, dejad que os dé la bienvenida a Londres y aseguraros que es un placer que
hayáis accedido a ser nuestra invitada. Estoy deseando que me contéis cosas
sobre vuestra vida en la India y vuestras observaciones sobre el trabajo de Damon
en Blenhem Hill. ¿Hasta la cena, entonces?
No
le dejó a Elena más opción que hacer una reverencia en respuesta, mientras se
preguntaba qué diablos se pondría que pudiera estar a la altura de gente tan
elegante. Englemere tocó entonces la campanilla.
Una
doncella apareció con tanta rapidez que podría haber estado situada esperando
al otro lado de la puerta.
—Espero
que disfrutéis de vuestra estancia —dijo Englemere mientras la dejaba en
compañía de la doncella.
—Gracias…
primo —respondió Elena, aunque esa palabra aún le sonaba extraña en su boca.
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