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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

10 julio 2013

En tus brazos Capitulo 21

Capítulo 21

Pocos días más tarde, tras un viaje mucho más rápido que el que la había llevado de Selbourne Abbey a Hazelwick, el carruaje dejó a Elena en Londres.
Al marcharse de casa de los Lookbood, nada le había parecido peor que estar sin trabajo, sola y sin dinero. En ese viaje, sin embargo, había tenido dinero suficiente para comer y para un asiento durante todo el trayecto, donde las únicas molestias habían sido un abogado locuaz y su risueña esposa.
Pero aunque tuviese suficiente dinero para el viaje y para su estancia en la ciudad, e incluso ante la posibilidad de poder encontrar a su hermano, Elena seguía sintiéndose destrozada.
Resultaba que darle la espalda al hombre al que había empezado a considerar como su compañero el resto de su vida tenía la capacidad de acabar con cualquier expectativa, entusiasmo o alegría.
Con esa sensación de apatía, alquiló un carrocín para llevarla de la parada a la residencia Englemere en la calle Curzon.
Tras bajarse del vehículo media hora más tarde, mientras el cochero sacaba su baúl del carruaje, Elena se detuvo en seco y miró hacia arriba. La impresionante fachada clásica de la casa consiguió sorprenderla a pesar de su desánimo.
El edificio que tenía ante sus ojos ejemplificaba el poder y la riqueza que su hermano siempre había envidiado cuando hablaba de la suerte que había tenido su primo al nacer como heredero de un marqués. Y el dueño de aquella casa era el hombre al que Damon consideraba uno de sus mejores amigos.
De pronto se sintió tan mareada como cuando Barksdale hizo explotar la bala de cañón en la sala de vistas de Hazelwick y reveló la identidad de Damon; estuvo a punto de volver a llamar al carrocín.
Pero había prometido que al menos visitaría a su primo antes de ir a ver al abogado de Matt. Se estiró y caminó con decisión hacia la puerta.
Probablemente un marqués no se molestaría en recibir a alguien tan insignificante como ella, pensó mientras llamaba a la puerta. Si la dejaban pasar, seguramente algún secretario u hombre de negocios se reuniría con ella para intercambiar la nota que sir Damon le había entregado por el salario que se le debía. Dinero que emplearía en alquilar una habitación tras consultar al abogado sobre el paradero de Matt.
Pensó que quizá ese abogado podría decirle aquel mismo día dónde residía actualmente su hermano. Tal vez Barksdale sólo quería asustarla o desalentarla, y en realidad no le había hecho nada a su hermano.
Un sirviente con librea y peluca blanca abrió la puerta. Tras oír su nombre, la hizo pasar y le dijo que informaría al señor de su llegada.
En silencio, Elena siguió al sirviente hasta una antesala. Tras atravesar un pasillo decorado con bustos de la Grecia clásica que sospechaba serían genuinos y cruzar después una sala de recepciones de estilo damasquino, esperaba ser recibida por un simple secretario.
Ya estaba suficientemente abrumada por aquel lugar.
Pero, mientras esperaba sentada repasando lo que le diría su primo, la puerta se abrió y dio paso a una mujer alta de pelo rubio. Le dirigió una sonrisa cálida y corrió hacia ella.
Mientras Elena se preguntaba quién sería aquella mujer, la recién llegada le agarró las manos con fuerza.
—Señora Gilbert, cómo me alegro de conoceros al fin. Damon, sir Damon, nuestro querido amigo, nos ha hablado mucho de vos. Pero aquí estoy, hablando sin parar. ¡Por favor, sentaos! Soy Bonnie Stanhope, la esposa de vuestro primo Tyler. Él está ahora reunido con su hombre de negocios, así que me ha enviado para que os dé la bienvenida y se reunirá con nosotras en cuanto pueda. Damon nos dijo que vendríais. ¿Habéis tenido un viaje agradable?
Mientras hablaba, lady Englemere señaló a otro sirviente que había entrado tras ella en la sala.
—Glendenning, sirve el té, por favor. Imagino que querréis algo de beber después del viaje. Y además tendréis hambre. Una nunca come bien en un viaje. Pasteles y jamón también, por favor, Glendenning.
—Sí, milady —dijo el sirviente antes de retirarse.
Elena parpadeó. Se sentía como si acabase de despertar de un sueño y habitase en el cuerpo de otra persona. Le costaba trabajo entender que aquella dama que hablaba con total cercanía pudiese ser una marquesa, la señora de aquella inmensa mansión.
Al menos en esa ocasión ella no iba vestida con una capa y un gorro empapados.
Pero estaba segura de haber oído a Glendenning, que debía de ser el mayordomo, llamarla «milady», así que debía de ser ella.
—¿Habéis dicho que me esperabais? —preguntó Elena tras sentarse abruptamente.
—Sí. Damon envió un mensaje diciendo que llegaríais hoy. Por supuesto, hemos sabido de vos desde que llegasteis a Blenhem, y esperábamos que nos hicierais una visita. Yo tengo una gran familia, pero Tyler es hijo único y valora a sus pocos parientes. Damon ha alabado enormemente el trabajo que habéis realizado en Blenhem con la escuela. ¡Os admiro! A pesar de vuestras obligaciones, espero que podáis quedaros lo suficiente para que podamos conocernos mejor.
¿Damon les había escrito una carta para decirles que iba? Elena sintió que se le sonrojaban las mejillas. ¿Qué más habría dicho de ella?
Había temido que su primo no se dignase a recibirla, o que lo hiciera con frialdad y resquemor. Sin embargo, por mucho que lo intentaba, no encontraba en las palabras de lady Englemere ironía ni condescendencia alguna.
Apenas sabía cómo corresponder a semejante muestra de afecto.
Le parecía grosero exigir ver al hombre de negocios de su primo, pedirle su salario, pedir ayuda para encontrar a su hermano y luego marcharse sin saludar al «primo Tyler», como había pensado hacer al llamar a la puerta.
—No pensaba quedarme aquí —protestó—. Apenas me conocéis.
—Sabemos que sois de la familia —respondió su anfitriona—. Oh, por favor, decid que os quedaréis con nosotros. Sabiendo que vuestras obligaciones pronto os harán volver a Blenhem, será la única manera de encontrar tiempo para conocernos mejor, como deberían hacer todas las familias. Además, Damon dijo que vuestro hermano podría estar atravesando dificultades. De ser así, lo más conveniente sería quedaros aquí, así Tyler podría aconsejaros mejor. ¿Tenéis más familia en Londres?
—Bueno, no —admitió Elena, preguntándose si habría algo que el prodigioso sir Damon no hubiera mencionado sobre ella en la carta que aparentemente había enviado para que llegase antes que ella.
—Por favor —insistió lady Englemere—, decid que al menos consideraréis quedaros con nosotros. Ah, aquí está Glendenning con la bandeja del té.
Cuando la puerta se abrió, tras el mayordomo oyó unos pasos acelerados. Un precioso niño de no más de dos años de edad entró en la habitación, pasó frente al mayordomo y corrió hacia lady Englemere.
—¡Mamá! ¿Aubrey puede jugar con la prima de papá?
—¡Oh, cielos! —exclamó lady Englemere—. ¡Aubrey, bribón! —miró entonces al mayordomo—. Veo que ha vuelto a escaparse de la habitación.
El mayordomo sonrió y sorprendió a Elena, que estaba segura de que la cara de aquel personaje augusto se resquebrajaría al expresar tal emoción.
—El chico puede oler el té y las pastas desde su habitación.
—¿Pastas? —preguntó el niño con ojos desorbitados—. ¿Aubrey puede quedarse, mamá, por favor? —luego miró a Elena con el interés descarado de un niño—. ¡Señora guapa! ¿La prima de papá?
—Sí, querido. La prima de papá.
—¿Juegas conmigo? —preguntó el niño—. ¡Te doy la pasta más grande! —con una sonrisa, eligió una pasta y se la ofreció.
—Aubrey, es más educado dejar que la dama elija su propia comida —le reprobó su madre, y se volvió hacia Elena—. Probablemente no tenga los dedos muy limpios.
Pero Elena no podía decirle que no a una cara tan sonriente, de modo que dijo:
—Muchas gracias, caballero —y aceptó la galleta.
En aquel momento una doncella entró corriendo en la sala.
—¡Oh, aquí está! ¡Lo siento mucho, milady! Me lo llevaré otra vez arriba.
El niño se agarró a la manga de su madre.
—Quiero quedarme, mamá. Por favor. Seré un caballero —se bajó del sofá, se giró hacia Elena y le dedicó una reverencia—. Encantado de conoceros, señora.
Su madre suspiró y Elena tuvo que contener la risa.
—Supongo que, si a nuestra visita no le importa, podrías quedarte a tomar las pastas. ¿Señora Gilbert?
Aun con el dolor agridulce de saber que ningún niño la miraría nunca así y la llamaría «mamá», Elena no pudo resistirse a sus plegarias, al igual que no había podido enfadarse con sus hermanas cuando cuidaba de ellas y hacían alguna trastada sin importancia.
—Es un placer conoceros a vos también, señor Aubrey —dijo con una sonrisa—. ¿Qué pasta prefieres?
Mientras su madre le indicaba a la doncella que podía retirarse, el niño eligió una y comenzó a hablar sobre los soldados de metal que, según su madre, eran su pasión. Mientras su anfitriona servía el té, Elena se encontró a sí misma quitándose el sombrero y diciéndole al niño que se sentara junto a ella en el sofá. Antes de que la tetera se vaciara y las pastas desaparecieran, ya se sentía con ganas de contarle la historia de su vida a la dama de los ojos de color turquesa.
Finalmente, atiborrado de dulces y de té, el niño comenzó a bostezar.
—Debo llevar a Aubrey de vuelta a su habitación para que duerma un poco —dijo lady Englemere—. Espero que Tyler esté aquí para cuando yo vuelva.
—¿La señora guapa viene también? —preguntó Aubrey.
—Ahora no, cielo. Tiene que hablar con papá.
—¿Más tarde? —insistió el niño—. ¡Le enseñaré mis soldados!
—Quizá —respondió su madre—. La señora Gilbert tiene otros asuntos de los que ocuparse en Londres y tal vez no pueda quedarse con nosotros, aunque esperamos que sí.
El niño se dio la vuelta para estrecharle la mano a Elena.
—¡Por favor, quedaos! ¡Luego jugaremos! Os daré los mejores soldados. ¡Incluso al general Blücher!
Incluso aunque su madre murmuró con reprobación, le dirigió a Elena una mirada que decía: «¿cómo puede alguien negarse a algo así?».
Ella desde luego no podía. Y fue así como Elena Gilbert, que había llegado a Londres decidida a pasar el menor tiempo posible con el primo que había despedido a su hermano, se convirtió en su huésped antes siquiera de haberlo conocido ni de dejar claras las razones que la habían llevado hasta su puerta.
Aún estaba sorprendida por aquel hecho cuando la puerta se abrió y un hombre alto y de pelo negro entró en la sala sin ser anunciado.
—Señora Gilbert —dijo—. Lamento haber tardado tanto en recibiros. Confío en que mi esposa os haya atendido correctamente, aunque creo que el diablillo de mi hijo ha interrumpido el té —continuó—. Soy Englemere, claro. Bienvenida, prima.
Elena se sintió aliviada al ver que el marqués, al menos, mantenía cierta formalidad. Tras los acontecimientos de los últimos días, no creía que sus nervios alterados pudieran soportar dirigirse a aquel hombre tan impresionante y con aire de autoridad como «Tyler».
Damon tenía la misma apariencia. ¿Por qué no se habría dado cuenta antes? Sí lo había hecho claro, pero lo había visto como la prueba de su seguridad y competencia. Lo cual era cierto.
Pero no quería pensar en él. No podía.
—Debo daros las gracias por acceder a quedaros con nosotros —dijo su primo—. Sé que después de lo ocurrido con vuestro hermano, tenéis razón para odiarme. He sabido que podría haber factores atenuantes en su situación. De ser así, os aseguro que lo recompensaré.
Dado lo que ella había presenciado en Blenhem, su hermano bien podría haber merecido el despido, aunque sólo fuera por haber dejado a Barksdale campar a sus anchas. Pero no estaba dispuesta a admitir eso frente a Englemere.
—Eso sería lo justo —dijo.
—También sé que tenéis una preocupación aún mayor; teméis que Barksdale haya podido hacerle algo a vuestro hermano. Disculpadme por haber procedido sin consultaros, pero, dada la gravedad del asunto, me he tomado la libertad de contactar con el abogado de vuestra familia, el señor Gresham, para hacerle algunas preguntas. Si os parece bien, nos reuniremos con él mañana, pues su ayudante me dijo que esta tarde no estaría en el despacho. Aunque espero que Gresham sea capaz de decirnos dónde se encuentra vuestro hermano, si es necesario meteremos a la policía en el asunto.
—¿Creéis que será necesario?
—Espero que no —respondió Englemere—. Pero debemos estar preparados para dar el siguiente paso.
—Gracias, milord. Es muy amable por vuestra parte implicaros, sobre todo después del cuestionable servicio que os prestó mi hermano.
—También es pariente, al fin y al cabo —dijo Englemere quitándole importancia—. En parte es culpa mía, por ofrecerle a vuestro hermano un empleo en un campo en el que tenía poca experiencia. Según me ha dicho Damon, Blenhem se recuperará con el tiempo. Ahora está en sus manos, y no se me ocurre nadie más cualificado para devolverle la prosperidad a esa tierra. Aunque no fuera así, lo ocurrido no es culpa vuestra. Pero debéis de estar cansada después del largo viaje. Bonnie me ha dicho que vuestra habitación está preparada —hizo una reverencia—. Una vez más, dejad que os dé la bienvenida a Londres y aseguraros que es un placer que hayáis accedido a ser nuestra invitada. Estoy deseando que me contéis cosas sobre vuestra vida en la India y vuestras observaciones sobre el trabajo de Damon en Blenhem Hill. ¿Hasta la cena, entonces?
No le dejó a Elena más opción que hacer una reverencia en respuesta, mientras se preguntaba qué diablos se pondría que pudiera estar a la altura de gente tan elegante. Englemere tocó entonces la campanilla.
Una doncella apareció con tanta rapidez que podría haber estado situada esperando al otro lado de la puerta.
—Espero que disfrutéis de vuestra estancia —dijo Englemere mientras la dejaba en compañía de la doncella.
—Gracias… primo —respondió Elena, aunque esa palabra aún le sonaba extraña en su boca.

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