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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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29 noviembre 2012

Recuérdame Capitulo 16


Capítulo 16
Damon reconoció el tono de quien le llamaba en la BlackBerry. Stefan había llamado a Cam y éste lo llamaba a él para gritarle que era un tarado mental que pensaba con los testículos.

Soltó un juramento e intentó rescatar la BlackBerry del bolsillo del pantalón sin soltar a Elena, tras lo cual pulsó el botón para rechazar la llamada y apagó el teléfono.
Su negocio podía funcionar sin él durante unos días. Pagaba muy bien a sus empleados para que pensaran con la cabeza y fueran capaces de encargarse de cualquier situación.


En el pasado, la mera idea lo habría vuelto loco.
Pero en esos momentos opinaba que podía permitirse un descanso ocasional.
Quizás Elena estuviera en lo cierto y no tuviera que comportarse siempre del mismo modo. Más aún, estaba también en lo cierto en que se sacrificaría por su hijo o hija.

No quería ser un padre ausente. No quería ser como su propio padre, que opinaba que su única obligación para con la familia era aportar el sustento.

La paternidad era mucho más. Quería acudir a los partidos. Quería dejar la monedita bajo la almohada cuando se le cayera un diente y fingir que había sido el Ratoncito Pérez.

Quería ser un buen padre. El mejor posible. Contempló a Elena, que apoyaba la cabeza sobre su hombro. El sol de la mañana iluminaba su piel dándole un aspecto translúcido y angelical. Parecía estar en paz. Parecía satisfecha. Parecía… amada.

En su mente resonó un aullido.

De ninguna manera se estaba enamorando de esa mujer después de unos pocos días.

¿De verdad no habían sido más que unos pocos días? ¿No sería más bien la consecuencia de las semanas que habían pasado juntos?

Quizás ella tuviera razón y de algún modo la recordara como a la mujer elegida.
Siempre había pensado que enamorarse sería como ser alcanzado por un rayo. Y aquella extraña felicidad no encajaba con esa idea. No podía ser tan… fácil.

Fácil. Eso era. El amor era complicado, ¿no? Lo estaba confundiendo con el sexo.
Sin embargo, Elena había acertado en otra cosa. No era sólo sexo. Considerarlo así sería como rebajarlo de categoría. Una relación de sexo, como las muchas que había disfrutado en el pasado. Un rápido revolcón y despedirse de una mujer para pasar a la siguiente.

Pero ninguna experiencia pasada se acercaba siquiera a lo que sentía por Elena.

La noche anterior había sido como la culminación de algo que hubiera estado esperando desde siempre. Una sensación de regresar a casa que lo había conmovido. Se había sentido ridículamente emotivo y con ganas de hablar, como un idiota, de sus sentimientos.

Abrirse a Elena parecía lo más natural del mundo. Ella había sido siempre sincera y él estaba dispuesto a hacer lo mismo aunque supusiera hacer o decir algo que le hiriese.
Ser tan sincero y abierto con una mujer, o con cualquiera, le provocaba una sensación extraña. Confiaba en Klaus, Stefan y Cam, pero jamás hablaba de intimidades con ellos.

Sus pensamientos regresaron a la mujer que tenía en sus brazos. Desde luego, le provocaba reacciones muy extrañas. Le hacía desear hacer cosas raras. Cosas que normalmente habrían provocado su huida.

Suspiró. Era una mujer que cualquier hombre querría conservar. Quizás se había dado cuenta nada más conocerla meses atrás. Quizás fuera cierto que un hombre sabía al instante que la mujer que acababa de conocer iba a cambiar su vida.

Elena era la clase de mujer con la que uno se casaba. No la clase de mujer con la que te acostabas para luego abandonarla. Llevaba la palabra «permanente», escrita en la frente.

Era… suya. No le importaba no recordarla, ya tenía bastantes piezas del puzle para saber que le pertenecía. Tenían muchas cosas que solucionar, pero, ¿qué pareja no las tenía? El embarazo había supuesto un salto adelante, pero no era nada que no pudieran solucionar.

Cuanto más pensaba en ello, más convencido estaba de que era lo correcto. Elena. Su bebé. Él. Una familia. Lo tendría todo.

El complejo vacacional.
Hizo una mueca. El asunto pendía sobre su cabeza como un oscuro nubarrón. Era lo que se interponía entre ellos dos. Ella aseguraba que le había prometido que jamás construiría, lo cual no tenía sentido. No necesitaba una franja privada de playa para su uso personal.

Tenía que haber algún modo de convencerla, y al resto de los habitantes de la isla, de que el complejo no alteraría su forma de vivir.

O lo conseguía o tendría que enfrentarse a sus socios, y a los demás inversores. Perdería muchísimo dinero, pero sobre todo perdería credibilidad, futuros respaldos y su posición.
Y todo por una promesa que no recordaba haber hecho.

Elena se movió en sus brazos y, antes de que abriera los ojos, la besó con ternura.

—Qué manera más agradable de despertar —ella sonrió.

—Yo estaba pensando lo mismo —murmuró él.

—¿Qué hora es?

—Las siete.

—Aún queda mucho tiempo —Elena bostezó y se acurrucó contra él.

—¿Para qué?

—Para hacer lo que nos apetezca. O no hacer nada.

—Me gusta tu actitud —rio él.

—¿Tienes alguna idea de lo que te gustaría hacer hoy?

—Pues sí. Me gustaría que me enseñaras la isla. Muéstrame por qué es tan especial para la gente que vive aquí. No recuerdo la última vez que fui a una playa por placer.

—Trabajas demasiado —Elena frunció el ceño—. Tu accidente puede que haya resultado ser una bendición si ha conseguido que bajes el ritmo y te replantees tu vida.

—No estoy seguro de que estar a punto de morir sea una buena llamada de atención.

—Pero, si no hubiera sucedido, ¿pensarías ahora como lo estás haciendo? —ella le acarició.

—No creo —Damon suspiró—. Quizás seas tú el motivo por el que me replantee mi vida.

—Entiendo lo que quieres decir. Y me gusta más que pensar que estuviste a punto de morir.
Elena sonrió y lo besó.

—Te diré lo que vamos a hacer. Métete en la ducha mientras yo preparo el desayuno. Después me bañaré y nos marcharemos. Podemos preparar un picnic y comer en la playa.

—Yo tengo una idea mejor. ¿Qué tal si nos duchamos juntos y después te ayudo a preparar el desayuno? Hago un beicon de muerte.

Ella soltó una carcajada y Damon se quedó sin aliento ante el amor que reflejaban sus ojos al mirarlo. Nadie lo había mirado así jamás.

—Te amo, Damon —la expresión de Elena se volvió seria—. No quiero incomodarte, y no espero nada a cambio, pero no puedo dejar de decírtelo. Te miro y me sale sin más.

—Me gusta que lo digas —Damon se llevó la mano de Elena al pecho—. Lo significa todo.

Los ojos de Elena resplandecían. Eran unos ojos muy expresivos y reflejaban a la perfección su estado de ánimo. Bastaba con mirarlos para saber en qué estaba pensando.

—¿Qué pasa con esa ducha? —preguntó ella tras ponerse en pie.

Damon la contempló, empeñado en retener en su memoria el aspecto de esa mujer.
Lo había encontrado. Era su mujer. Su hijo.

—¿Tienes idea de lo hermosa que eres?

—Lo sé —ella se sonrojó, aunque sus ojos se iluminaron, brillantes como el sol.

—Pues vamos a ducharnos —él sonrió ante la descarada respuesta.

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