Capítulo 16
Damon reconoció el tono de quien le
llamaba en la BlackBerry. Stefan había llamado a Cam y éste lo llamaba a él
para gritarle que era un tarado mental que pensaba con los testículos.
Soltó un juramento e intentó rescatar
la BlackBerry del bolsillo del pantalón sin soltar a Elena, tras lo cual pulsó
el botón para rechazar la llamada y apagó el teléfono.
Su negocio podía funcionar sin él
durante unos días. Pagaba muy bien a sus empleados para que pensaran con la
cabeza y fueran capaces de encargarse de cualquier situación.
En el pasado, la mera idea lo habría
vuelto loco.
Pero en esos momentos opinaba que
podía permitirse un descanso ocasional.
Quizás Elena estuviera en lo cierto y
no tuviera que comportarse siempre del mismo modo. Más aún, estaba también en
lo cierto en que se sacrificaría por su hijo o hija.
No quería ser un padre ausente. No
quería ser como su propio padre, que opinaba que su única obligación para con
la familia era aportar el sustento.
La paternidad era mucho más. Quería
acudir a los partidos. Quería dejar la monedita bajo la almohada cuando se le
cayera un diente y fingir que había sido el Ratoncito Pérez.
Quería ser un buen padre. El mejor
posible. Contempló a Elena, que apoyaba la cabeza sobre su hombro. El sol de la
mañana iluminaba su piel dándole un aspecto translúcido y angelical. Parecía
estar en paz. Parecía satisfecha. Parecía… amada.
En su mente resonó un aullido.
De ninguna manera se estaba enamorando
de esa mujer después de unos pocos días.
¿De verdad no habían sido más que unos
pocos días? ¿No sería más bien la consecuencia de las semanas que habían pasado
juntos?
Quizás ella tuviera razón y de algún
modo la recordara como a la mujer elegida.
Siempre había pensado que enamorarse
sería como ser alcanzado por un rayo. Y aquella extraña felicidad no encajaba
con esa idea. No podía ser tan… fácil.
Fácil. Eso era. El amor era
complicado, ¿no? Lo estaba confundiendo con el sexo.
Sin embargo, Elena había acertado en
otra cosa. No era sólo sexo. Considerarlo así sería como rebajarlo de
categoría. Una relación de sexo, como las muchas que había disfrutado en el
pasado. Un rápido revolcón y despedirse de una mujer para pasar a la siguiente.
Pero ninguna experiencia pasada se acercaba
siquiera a lo que sentía por Elena.
La noche anterior había sido como la
culminación de algo que hubiera estado esperando desde siempre. Una sensación
de regresar a casa que lo había conmovido. Se había sentido ridículamente
emotivo y con ganas de hablar, como un idiota, de sus sentimientos.
Abrirse a Elena parecía lo más natural
del mundo. Ella había sido siempre sincera y él estaba dispuesto a hacer lo
mismo aunque supusiera hacer o decir algo que le hiriese.
Ser tan sincero y abierto con una
mujer, o con cualquiera, le provocaba una sensación extraña. Confiaba en Klaus,
Stefan y Cam, pero jamás hablaba de intimidades con ellos.
Sus pensamientos regresaron a la mujer
que tenía en sus brazos. Desde luego, le provocaba reacciones muy extrañas. Le
hacía desear hacer cosas raras. Cosas que normalmente habrían provocado su
huida.
Suspiró. Era una mujer que cualquier
hombre querría conservar. Quizás se había dado cuenta nada más conocerla meses
atrás. Quizás fuera cierto que un hombre sabía al instante que la mujer que
acababa de conocer iba a cambiar su vida.
Elena era la clase de mujer con la que
uno se casaba. No la clase de mujer con la que te acostabas para luego
abandonarla. Llevaba la palabra «permanente», escrita en la frente.
Era… suya. No le importaba no
recordarla, ya tenía bastantes piezas del puzle para saber que le pertenecía.
Tenían muchas cosas que solucionar, pero, ¿qué pareja no las tenía? El embarazo
había supuesto un salto adelante, pero no era nada que no pudieran solucionar.
Cuanto más pensaba en ello, más
convencido estaba de que era lo correcto. Elena. Su bebé. Él. Una familia. Lo
tendría todo.
El complejo vacacional.
Hizo una mueca. El asunto pendía sobre
su cabeza como un oscuro nubarrón. Era lo que se interponía entre ellos dos.
Ella aseguraba que le había prometido que jamás construiría, lo cual no tenía
sentido. No necesitaba una franja privada de playa para su uso personal.
Tenía que haber algún modo de
convencerla, y al resto de los habitantes de la isla, de que el complejo no alteraría
su forma de vivir.
O lo conseguía o tendría que
enfrentarse a sus socios, y a los demás inversores. Perdería muchísimo dinero,
pero sobre todo perdería credibilidad, futuros respaldos y su posición.
Y todo por una promesa que no
recordaba haber hecho.
Elena se movió en sus brazos y, antes
de que abriera los ojos, la besó con ternura.
—Qué manera más agradable de despertar
—ella sonrió.
—Yo estaba pensando lo mismo —murmuró
él.
—¿Qué hora es?
—Las siete.
—Aún queda mucho tiempo —Elena bostezó
y se acurrucó contra él.
—¿Para qué?
—Para hacer lo que nos apetezca. O no
hacer nada.
—Me gusta tu actitud —rio él.
—¿Tienes alguna idea de lo que te
gustaría hacer hoy?
—Pues sí. Me gustaría que me enseñaras
la isla. Muéstrame por qué es tan especial para la gente que vive aquí. No
recuerdo la última vez que fui a una playa por placer.
—Trabajas demasiado —Elena frunció el
ceño—. Tu accidente puede que haya resultado ser una bendición si ha conseguido
que bajes el ritmo y te replantees tu vida.
—No estoy seguro de que estar a punto
de morir sea una buena llamada de atención.
—Pero, si no hubiera sucedido,
¿pensarías ahora como lo estás haciendo? —ella le acarició.
—No creo —Damon suspiró—. Quizás seas
tú el motivo por el que me replantee mi vida.
—Entiendo lo que quieres decir. Y me
gusta más que pensar que estuviste a punto de morir.
Elena sonrió y lo besó.
—Te diré lo que vamos a hacer. Métete
en la ducha mientras yo preparo el desayuno. Después me bañaré y nos
marcharemos. Podemos preparar un picnic y comer en la playa.
—Yo tengo una idea mejor. ¿Qué tal si
nos duchamos juntos y después te ayudo a preparar el desayuno? Hago un beicon
de muerte.
Ella soltó una carcajada y Damon se
quedó sin aliento ante el amor que reflejaban sus ojos al mirarlo. Nadie lo
había mirado así jamás.
—Te amo, Damon —la expresión de Elena se
volvió seria—. No quiero incomodarte, y no espero nada a cambio, pero no puedo
dejar de decírtelo. Te miro y me sale sin más.
—Me gusta que lo digas —Damon se llevó
la mano de Elena al pecho—. Lo significa todo.
Los ojos de Elena resplandecían. Eran
unos ojos muy expresivos y reflejaban a la perfección su estado de ánimo.
Bastaba con mirarlos para saber en qué estaba pensando.
—¿Qué pasa con esa ducha? —preguntó
ella tras ponerse en pie.
Damon la contempló, empeñado en
retener en su memoria el aspecto de esa mujer.
Lo había encontrado. Era su mujer. Su
hijo.
—¿Tienes idea de lo hermosa que eres?
—Lo sé —ella se sonrojó, aunque sus
ojos se iluminaron, brillantes como el sol.
—Pues vamos a ducharnos —él sonrió
ante la descarada respuesta.
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