Capítulo 9
EMPEZABA a cansarse de que al abrir
los ojos se encontrara en camas extrañas. Esta tenía sábanas burdas y estaba
demasiado dura.
—Me alegro de que al fin haya decidido volver con nosotros.
Levantó la vista y se encontró con el
rostro de un médico en bata blanca inclinado sobre ella.
—Mi hijo... —tenía la impresión de haber gritado, pero su voz
apenas si era un murmullo. Todo el cuerpo le dolía, en especial la espalda— Mi
hijo —repitió suplicante.
—Los niños son criaturas muy fuertes —le informó el médico— El
suyo parece estar muy satisfecho donde se encuentra por el momento. Sin
embargo, la mantendremos aquí, bajo vigilancia, un par de días, para estar
seguros.
Elena cerró los ojos y sintió que
unas lágrimas ardientes escurrían por sus párpados y mejillas al elevar una
oración de gratitud.
—Damon... —se ruborizó un poco al darse cuenta de lo que decía
pero el doctor pareció no darse cuenta.
—Ah, sí, ése debe ser el caballero que pasea impaciente de un
lado a otro allá afuera. Puede verlo, pero sólo durante unos minutos.
Se encontraba en una sala pequeña y
la única cama ocupada era la suya. Afuera, el sol brillaba en todo su esplendor.
La puerta se abrió y Damon entró.
—Ahora si que llegarás tarde a la ordeña —vio cómo parte de la
tensión de Damon desapareció al escuchar sus palabras.
— ¿Estás bien? —acudió a su lado y la miró con ansiedad.
—Los dos estamos bien —le aseguró, viendo el alivio en sus ojos.
Elena se sentía muy culpable. Si algo le pasaba al niño, sólo sería por su
culpa, por dejarse invadir del pánico de forma tan estúpida.
— ¡Dios santo! Cuando pienso en lo que pudo haber ocurrido —su
voz tenía un tono torturado que la lastimaba. Extendió un brazo y lo tomó de la
mano.
—Yo me siento igual; pero tuvimos suerte y no pasó nada —lo miró
a los ojos— He cambiado de opinión, Damon… Me casaré contigo. Camino al
hospital, juré que si el niño estaba bien, lo haría.
El deleite que empezaba a brillar en
los ojos de Damon desapareció de pronto y ella creyó interpretarlo mal al oírlo
decir:
—No quiero apresurarte a tomar una decisión como esa —evitó
mirarla a la cara y fue a la ventana— Hay cosas peores que un niño puede
soportar que un padre ausente. Estuve equivocado al tratar de presionarte al
matrimonio, Elena —se dio vuelta y la miró— No tienes que casarte conmigo por
un sentimiento de culpa, bien lo sabes.
¿Qué quería decirle? ¿Ya había
cambiado de opinión? ¿La invitaba a analizar su decisión? Elena se sintió
humillada. Era una tonta. Quizá su primera oferta matrimonial no fue más que un
gesto caballeroso que lamentó en el mismo momento de pronunciarla.
Ni dudarlo, se alegró en secreto
cuando ella lo rechazó. Era evidente que lo sorprendió con su cambio de
actitud.
De pronto, se sintió cansada, y
deprimida. La puerta se abrió y apareció una enfermera.
—Me temo que la hora de visita ha terminado —comentó con tono
alegre— La paciente necesita descansar.
Le dolió que Damon se marchara sin la
menor protesta. Hasta parecía ansioso de irse, se dijo con tristeza.
¿Qué le sucedía? Sus emociones subían
y bajaban como un yo-yo. En un momento estaba temerosa de adquirir un
compromiso; al siguiente tenía ganas de llorar porque Damon ya no deseaba
casarse con ella. ¿Por qué no podía definir qué era lo que quería?
Quería a Damon. El saber esto se
repetía en su mente de la misma forma en que se percató de que lo amaba.
Anhelaba que fuese parte de su vida; parte de la vida de su hijo. Entró en
estado de pánico, tanto por el temor como por el sentimiento de culpa.
Aborrecía la expresión de incredulidad de sus ojos cuando se dio cuenta de
quién era Caroline en realidad y cuánto le mintió. Su pánico fue tanto un gesto
defensivo como cualquier otra cosa, pero ya era demasiado tarde para
explicárselo. Para él, ella era la mujer más mentirosa del mundo. No pudo
explicarle cómo una mentirilla la llevó a otra cada vez más grande. Quería
explicarle todo lo referente a Caroline y cómo la afectó su muerte, mas ya era
demasiado tarde.
La enfermera le tomaba el pulso y
frunció el ceño.
—En verdad debe tratar de relajarse —comentó con tono de
reproche— El alterarse de esa forma no la ayuda a usted ni a su hijo. Los dos
fueron muy afortunados.
Durmió el resto de la mañana,
despertando sólo cuando le llevaron el almuerzo. Por la ventana vio el ir y
venir de los visitantes y sintió la soledad. ¿Cuando naciera su hijo, seria
ella la única madre en la sala sin nadie que la visitara?
Las lágrimas brotaron de sus ojos y
las secaba cuando Bonnie entró, llevándole fruta y flores.
—Pobre de ti; Damon me dijo lo que ocurrió. Vine a ver a mamá y
decidí pasar a verte.
—Estoy bien y el niño me tiene mucha paciencia.
—Sé a qué te refieres —le indicó con conmiseración— Dejé que la presión
me subiera mucho cuando tuve mi primer hijo y me vi confinada a un hospital
durante las últimas semanas. Más que la espera y la inactividad, el sentimiento
de culpa era terrible, el considerar que, de alguna forma, había fallado a mi
hijo. Sin embargo, no dura mucho. En el momento en que tuve a John en mis
brazos, olvidé que me sentía la mujer más desdichada del mundo. Me consideré la
mujer más orgullosa, por mí y por él.
Elena no pudo reprimir la risa. Bonnie
era tan refrescante y vigorizante como el viento.
—No puedo quedarme mucho; no obstante, mamá me pidió que te
preguntara si puede venir a verte. La mantendrán aquí un par de días más y el
tedio la está matando.
Elena no sabía qué explicación dio Damon
de su accidente, pero era obvio que Bonnie no sabía la verdad. Le encantaría la
compañía de Anabelle Salvatore, en especial ahora que había admitido que amaba
a su hijo.
—Me daría mucho gusto verla —informó a Bonnie— pero, ¿en
realidad puede visitarme?
—No te preocupes, las enfermeras la tienen bajo vigilancia
constante —miró su reloj—. Tengo que irme o llegaré tarde por los niños a la
escuela. Esta semana me corresponde a mí pasar por ellos.
La sala pareció vacía luego de que Bonnie
se marchó. Elena se sentía inquieta e incómoda. Le dolía el cuerpo, pero la
lucha interna que libraba era aún más dolorosa.
Damon la había rechazado. Apenas
podía aceptarlo. No quería aceptarlo, se dijo.
La doctora que la visitó se manifestó
preocupada por su estado de ánimo y la aconsejó:
—No se sienta culpable por lo ocurrido; se sorprendería del
número de señoras embarazadas que sufren caídas. Los niños son muy fuertes y el
mortificarse por lo que pudo suceder no le hará ningún bien.
Ella no tenía por qué saber que no
era la caída lo que la apesadumbraba, sino la reacción de Damon al rechazar su
aceptación a su ofrecimiento matrimonial.
Eso la desconcertó por completo. Se
había acostumbrado a tenerlo en su vida; estaba habituada a sus insinuaciones
para que tuviera relaciones con él... como entonces lo consideró... y hasta ese
momento se percató de lo mucho que ya dependía de él.
Estuvo engañándose. No podía vivir
sin contacto humano y amor, y fue hasta entonces, cuando había perdido a Damon,
que pudo aceptar lo mucho que él significaba para ella.
Anabelle Salvatore fue a verla por la
tarde. Se alegró de ver lo mejorada que la mujer estaba. Aún cuando se obligó a
ocultarlo en su momento, Elena estaba tan atemorizada y nerviosa como la señora
Forbes cuando vio a la señora tirada en el suelo.
—Querida, me informaron de tu caída. Algo similar me ocurrió
cuando esperaba a Damon. Me consideraba culpable. Y luego Bonnie... pero
supongo que ella ya te informó —una cariñosa sonrisa iluminó su rostro— Elena,
en realidad vine a agradecerte todo lo que hiciste por mí. La señora J. es un
tesoro, pero es una inútil en casos de urgencia. Por supuesto que el pobre Damon
se fustiga con un sentimiento de culpa por lo ocurrido, pero me temo que yo soy
la única culpable. He luchado tanto por la poca movilidad e independencia que
me quedan, que he sobreestimado mi capacidad.
La mujer hizo una pausa.
—Hace muchísimo que Damon insiste en que consiga una
acompañante. Siempre temió que algo como esto sucediese. Todo era diferente cuando
mi cuñada vivía. Nos llevábamos muy bien... Es difícil explicar a Damon cómo me
siento después de todo lo que ha hecho por mí. Renunció a tanto... ¿Sabías que
estuvo comprometido en matrimonio?
Elena asintió.
—Yo no conocí a la muchacha. Era norteamericana y estaba
acostumbrada a una vida mucho más complicada que la que llevamos aquí. Damon
trabajaba para su padre. Ya todo estaba dispuesto para la boda, cuando mi
hermano murió y Damon se enteró de que había heredado la granja. La chica
esperaba que Damon vendiese y se asociara con su padre, y aún cuando Damon lo
ha negado, siempre me he preguntado qué habría hecho de no ser por mí.
Elena no sabía qué contestar a la
anciana.
—No me parece que Damon sea de los que permiten que alguien tome
las decisiones por él —aventuró al fin.
—No, no lo es. Pero es igual a su padre, un hombre amable y
compasivo con un alto sentido del deber. No
puedo apartar de mi mente que no
vendió la granja por mí.
—Estoy segura de que algo hubo de eso —reconoció Elena, sabiendo
que la mujer nunca aceptaría una mentira, por blanca que fuese— No obstante,
ama la granja y no creo que lamente su decisión.
—No... eso es lo que Bonnie dice. Adora la granja, pero el
trabajo es muy pesado. Mi hermano era de ideas muy anticuadas y descuidó el
aspecto de la crianza. Damon ha batallado mucho para levantar ese aspecto. Hace
muy poco tiempo que empezamos a ver utilidades en ese renglón. Quizá no me
sentiría tan culpable si Damon ya estuviese casado. Tuvo varias novias, pero
nunca nada en serio.
— ¿Ni siquiera Patty Dewar? —Elena se ruborizó, pero ya no podía
retirar sus palabras Anabelle Salvatore la miró, sorprendida
—Estoy segura de que Damon no la ve más que como una niña. No
está hecha para ser la esposa de un granjero. No, Patty tiene la vista fija en
las candilejas —bajó la mirada y se dedicó a jugar con su pañuelo— Elena, perdóname
por entrometerme, pero creo que sabes a donde voy. Damon ya cambió su vida por
mí en una ocasión. No quiero que vuelva a suceder. Si llegara a conocer a
alguien que, por cualquier motivo, no pudiera vivir en la granja, me gustaría
que la vendiera. Ya he hablado con Bonnie al respecto, con la parte de la
granja que me corresponde, se podría construir un pequeño anexo a la casa de
ella y contratar a una acompañante-enfermera como Damon ha sugerido
— ¡No, no debe hacer eso! —exclamó Elena horrorizada— Eso le
dolería mucho a Damon.
—Pero no tanto como si pierde a la mujer que ama. Elena,
querida... no estoy ciega... he visto el interés que mi hijo tiene en ti y la
forma en que tú lo has mantenido a distancia. Si es por causa mía o por la
granja... Puede ser una vida solitaria para una chica acostumbrada a las luces
de Londres.
Elena estaba aterrorizada. ¡Santo
cielo! ¿En realidad creía Anabelle que ella?
—Oh, no, por favor... no debe pensar eso —abrió mucho los ojos
al ver la sonrisa complacida en los labios de Anabelle. Sus ojos brillaron
maliciosos al percatarse de la reacción de Elena
—Lo lamento, fue una imprudencia de mi parte, mas saliste en
defensa de Damon con tanta determinación y valentía que valió la pena Elena, sé
que mi hijo tiene un gran afecto por ti y estoy segura de que tú piensas igual.
Cariño, creo que consideras que es demasiado pronto después de la muerte de tu
esposo, pero.
Elena movió la cabeza con actitud
suplicante, sin poder permitir que siguiera adelante.
—Por favor, no puedo.
—Lo siento —se disculpó la mujer, arrepentida de inmediato— No
tengo ningún derecho a interferir; amo mucho a mi hijo y siento un gran afecto
por ti, Elena. No debí inmiscuirme.
—Usted no... no se trata... No es que Damon no me importe... —no
pudo decir más. Anabelle le apretó la mano con actitud comprensiva— No es la
granja... o usted... Creo que es Damon quien cambió de opinión.
—No lo puedo creer —replicó la anciana con un suspiro— Damon no
es de los que pueden dar marcha atrás una vez que adquiere un compromiso con
alguien.
No, no lo era, y lo que Elena temía
era que Damon volviera para decirle que se casaría con ella, pero por la
criatura, no porque la quisiera a ella. Elena no quería eso.
Qué irónica puede ser la vida... y en ocasiones demasiado amarga.
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