ASÍ QUE NOS VEMOS EL LUNES
Capítulo 07
—¡Damon, Damon! ¡Despierta! ¡Corre!
—¿Qué sucede? —Damon se despertó
sobresaltado—. ¿Es el bebé? ¿Te duele algo?
Ella frunció el ceño antes de sacudir
la cabeza y sonreír como si estuviera enajenada.
—Entonces, ¿por qué demonios gritas? —él
se frotó los ojos y consultó la hora—. ¡Por el amor de Dios, es muy temprano!
—¡Está nevando!
Ella le agarró la mano y tiró de él.
Las sábanas se deslizaron de su cuerpo y ambos se quedaron paralizados. Y
entonces recordó que dormía desnudo y, peor aún, que su pene estaba haciendo
acto de presencia de una manera muy poco sutil.
—Lo siento —se excusó Elena—. Bajaré
yo sola.
—Espera un momento —Damon saltó de la
cama con la sábana enrollada alrededor de la cintura—. ¿Nunca habías visto
nevar?
Ella sacudió la cabeza.
—¿Hablas en serio?
—Vivo en una isla frente a la costa de
Texas —Elena asintió—. No vemos mucha nieve allí.
—Pero no es la primera vez que viajas.
¿Nunca habías estado en un lugar en el que nevara?
—No salgo mucho de la isla —ella se
encogió de hombros.
Elena echó una mirada cargada de
ansiedad hacia la ventana, como si temiera que la nieve fuera a desaparecer de
un momento a otro.
—Dame cinco minutos —Damon suspiró—.
Me visto y te acompaño.
Supuso que, dado que era la primera
experiencia de Elena con la nieve, seguramente no llevaría ropa adecuada y tomó
una bufanda y un gorro.
Se vistió y cuando salió del
dormitorio se encontró a Elena pegada a la ventana del salón.
—Toma —gruñó él—. Si vas a salir ahí
fuera, necesitarás abrigarte.
Ella se volvió y miró fijamente la
bufanda y el gorro que le ofrecía. Alargó una mano, pero él le colocó la
bufanda alrededor del cuello y tiró de ella.
—Seguramente ni siquiera sabes
atártela —murmuró. Tras colocarle la bufanda, le puso el gorro y dio un paso
atrás. Estaba… monísima.
—Tu nieve espera.
Elena salió al pequeño patio interior
del edificio, sorprendida de que no hubiera nadie más. En cuanto uno de los
copos aterrizó sobre su nariz, volvió el rostro hacia el cielo y comenzó a reír
con las manos extendidas y girando en círculos.
Tras formar una bola de nieve se
volvió hacia Damon con una traviesa sonrisa en el rostro.
—Ni se te… —él la miró desconfiado.
Pero antes de poder terminar la frase,
la bola de nieve se estrelló contra su cara.
La miró furioso, pero ella se limitó a
reír mientras formaba una segunda bola.
—¡Ni hablar! —rugió Damon.
Elena se incorporó dispuesta a un
segundo lanzamiento, pero una bola de nieve la golpeó el rostro y se deslizó
por su nuca provocándole un escalofrío.
—Ya veo que no has podido resistirte —ella
le dedicó una sonrisa burlona.
—¿Resistirme a qué?
—A jugar. ¿Quién puede resistirse a la
nieve?
—No estaba jugando —gruñó él—. Me
estaba vengando. Y ahora, vámonos. Ya has visto la nieve. Deberíamos regresar.
Aquí hace frío.
—¡No me digas! Está nevando —contestó
ella—. Se supone que debe hacer frío.
Ignorando el gesto de exasperación de Damon,
le lanzó otra bola. Él la esquivó y le dedicó una mirada que hizo que ella
buscara refugio, no sin antes recibir una bola justo entre los ojos.
—Para ser alguien que no juega en la
nieve, lanzas muy bien las bolas —murmuró.
Cuando él se agachó para recoger más
nieve, ella se aprovechó y le golpeó en el trasero.
—Espero que seas consciente de que
esto es la guerra —declaró Damon.
—Claro, claro —ella puso los ojos en
blanco—. Ya conseguí que abandonaras esa actitud prepotente una vez, y volveré
a hacerlo.
Damon se aproximó a Elena con
expresión decidida.
—Oh, oh —murmuró ella mientras reculaba.
No había mucho sitio para huir en el
pequeño patio interior, a no ser que intentara entrar de nuevo en el edificio,
y decidió enfrentarse a él.
A toda prisa empezó a lanzarle puñados
de nieve que él esquivaba entre juramentos antes de lanzar un suspiro de
resignación y hacer lo mismo con ella.
—¡Me rindo! —aulló Elena al fin,
alzando las manos.
—¿Y por qué será que no te creo? —preguntó
él mientras la miraba con desconfianza.
—Tú ganas —ella le dedicó su sonrisa
más inocente y alzó las manos—. Me estoy congelando.
Damon dejó caer la bola de nieve que
tenía preparada y se acercó a Elena, agarrándola por los hombros. La miró de
arriba abajo.
Suspiró ante lo injusto de la
situación. El amor de su vida la miraba como a una extraña.
—Deberíamos entrar —Damon frunció el
ceño—. ¿No has traído nada de ropa para el frío?
Ella sacudió la cabeza con gesto
pesaroso.
—Entonces habrá que ir de compras.
—No hará falta —de nuevo sacudió la
cabeza—. Pronto regresaremos a la isla Moon y allí aún hace bastante buen
tiempo.
—Y entre tanto te congelarás. Al menos
necesitarás un abrigo. ¿Tienes alguna preferencia? ¿Piel? ¿Cuero?
—Sólo un abrigo. Nada exótico.
—Yo me ocuparé.
—Haz lo que quieras —ella se encogió
de hombros.
—Cuando el portero me dijo que estabas
aquí fuera jugando con la nieve, le pregunté si el verdadero Damon había sido
abducido por unos alienígenas.
Elena y Damon se dieron la vuelta y
vieron a Stefan Carter apoyado contra una farola.
—Muy gracioso —murmuró Damon—. ¿Qué
haces aquí? —tomó a Elena de la mano.
—Sólo quería ver cómo estabais —Stefan
arqueó una ceja—. He oído que ayer hubo jaleo.
Elena hizo una mueca y se llevó la
mano libre al moretón que ya había olvidado.
—Como puedes ver, está bien —declaró Damon—.
Y ahora, si nos disculpas, nos vamos arriba.
—En realidad he venido a verte a ti —Stefan
sonrió—. Ella me parece muy capaz de cuidarse.
Elena carraspeó. Stefan no estaba
preocupado por ella sino porque Damon quedara atrapado en sus garras.
—Me subo arriba, así os dejo charlar
tranquilamente.
Tras saludar con la mano a Stefan, Elena
corrió hacia el ascensor.
—¿De qué va todo esto? —Damon se
volvió hacia su amigo con el ceño fruncido.
—Sólo quería ver cómo estabas —Stefan
se encogió de hombros—. Estos dos últimos días te han pasado muchas cosas y
quería saber si empezabas a recordar algo.
—Vamos dentro —Damon hizo una mueca de
desagrado—, aquí hace frío.
Los dos amigos entraron en la
cafetería del vestíbulo principal.
—Todo va bien. No quiero que te
preocupes, ni que empieces a conspirar para protegerme.
—¿Aunque opine que tu idea de volar a
esa isla es una estupidez? —Stefan suspiró.
—Sobre todo por eso.
—¿De verdad crees que es buena idea
marcharte con esa mujer que afirma estar embarazada de ti? A mí me parece que
lo más sensato sería llamar a tu abogado, solicitar una prueba de paternidad y
mantenerte al margen hasta tener los resultados.
—Creo que ya le he hecho bastante daño
—Damon sacudió la cabeza—. ¿Cómo voy a reparar un error si mi abogado la agobia
mientras esperamos saber si voy a ser padre?
—A mí me parece que ya has decidido
que dice la verdad —Stefan soltó un suspiro.
—No sé cuál es la verdad. Mi cabeza me
dice que no puede ser cierto. Que la idea de enamorarme locamente de ella en
unas semanas es absurda.
—¿Pero…?
—Pero mi corazón aúlla que hay algo
entre nosotros. Cuando estoy cerca de ella, cuando la toco… me convierto en
otra persona. Percibo la convicción en su voz cuando me cuenta cómo hacíamos el
amor junto al mar, y la creo. Quiero creerla.
—De modo que la crees —Stefan soltó un
silbido.
—Mi mente dice que es una mentirosa —Damon
contuvo la respiración.
—¿Pero tu corazón?
Damon suspiró porque sabía adónde
quería llegar su amigo. Él siempre se guiaba por el corazón, aunque la lógica
le aconsejara lo contrario. Y jamás se había equivocado.
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