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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

09 febrero 2014

Al azar Capitulo 14



–¿Vas a acosarme sexualmente?

Damon se cruzó de brazos y la miró a los ojos.

–¿Sería un problema para ti?

–Sí. Estoy aquí para entrevistarte para el Times.

Maldición, pensó Damon. Tenía los hombros erguidos, su mirada era directa, estaba concentrada

por completo. Eso no era nada bueno. Quería acosarla.

–Siéntate.

Hacía mucho tiempo que Damon no veía a una mujer en su propia casa aparte de Gloria Jackson.

Desde que Bonnie se había ido a vivir con él.

Horas antes, cuando llegó Elena y estuvieron en el salón, le había resultado extraño verla,

rodeada de sus cosas. Como le sucedió poco después de conocerla, cuando miraba alrededor y la

veía sentada en el avión en que viajaba el equipo o en el autobús, le parecía fuera de lugar. Esta vez,

sin embargo, encajaba a la perfección con el entorno. Como si siempre hubiese estado ahí.

Damon se sentó en un extremo del sofá y Elena se sentó en el medio. Varios rizos le caían por las

sienes y las mejillas mientras miraba el bloc de notas y la grabadora que tenía en el regazo. Vestía

pantalones negros y blusa blanca, y Damon sabía que su piel era tan suave como parecía.

–¿Hay algún aspecto de tu pasado del que quieras hablar? –preguntó Elena, manteniendo la

cabeza inclinada sobre el bloc de notas mientras lo hacía.

–No.

–Se ha escrito mucho sobre ti. Podrías aclarar algunas cosas.

–Cuanto menos diga sobre el pasado, mejor.

–¿Qué es lo que más te molesta de lo que se ha escrito sobre ti? ¿Las verdades? –Lo miró de

reojo–. ¿O las invenciones?





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Nunca nadie le había hecho esa pregunta, y pensó la respuesta durante un segundo.

–Probablemente lo que no es cierto.

–¿Aunque resulte halagador?

–¿A qué te refieres?

–Bueno, no lo sé. –Elena respiró hondo–. Las mujeres. Las noches enteras de sexo.

Estaba un poco decepcionado por la forma en que Elena llevaba la entrevista. Como no había

puesto en marcha la grabadora, dijo:

–Nunca ha habido noches enteras de sexo. Si permanecí alguna noche despierto fue porque

estaba colocado.

Ella bajó la mirada de nuevo y se mordió el labio inferior.

–La mayoría de los hombres se sentirían halagados si se hablase de ellos como atletas del sexo.

Damon pensó que debía confiar en ella, o no le habría dicho lo que acababa de decirle. Y tampoco

lo que iba a añadir:

–Si me pasaba toda la noche colocado, no era por el sexo. No sé entiendes lo que quiero decir.

–¿O sea que no te resultan halagadores todos esos comentarios sobre ti y las mujeres con las que

has estado?

Damon supuso que le hacía aquella pregunta porque era un poco mojigata y se sentía intrigada por

esa clase de cosas.

–En realidad, no. Estoy intentando rehacer mi carrera y toda esa mierda enturbia lo

verdaderamente importante.

–Oh. –Elena puso en marcha la grabadora–. En el ranking de los cincuenta mejores jugadores de

esta temporada elaborada por Hocke News, ocupas el sexto puesto, el segundo entre los porteros –

dijo cambiando de tema–. El año pasado no aparecías en la lista. ¿Qué crees que ha contribuido a

esa brillante mejora respecto de la temporada pasada?

Debía de estar bromeando.

–No he mejorado nada. El año pasado apenas jugué.

–Se han dicho muchas cosas este año respecto a tu recuperación. –Parecía tensa, como si

estuviese nerviosa, lo cual no dejaba de ser sorprendente. Damon no creía que hubiese muchas cosas

capaces de ponerla nerviosa–. ¿Cuál ha sido el mayor obstáculo que has tenido que superar? –

preguntó.

–Conseguir que me diesen otra oportunidad para jugar.

–¿Cómo están tus rodillas?

–Al cien por cien –mintió él. Sus rodillas nunca volverían a estar como antes de la lesión.

Mientras siguiese jugando tendría que convivir con el dolor y la preocupación.

–He leído que cuando empezaste a jugar en la liga infantil en Edmonton lo hacías de central.

¿Qué te llevó a convertirte en portero?

Aparentemente, su investigación había ido más allá de su vida sexual. Por alguna extraña razón,

eso no lo irritó como solía irritarle.

–Jugué de central desde los cinco años hasta los doce. El portero de nuestro equipo nos dejó a

media temporada y el entrenador nos miró a todos y dijo: «Damon, ponte entre los palos. Eres el





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portero.»

Ella rió, aparentemente más relajada.

–¿En serio? ¿No naciste con el ferviente deseo de pararlo todo?

A Damon le gustaba su risa. Era sincera, y hacía que sus ojos verdes brillasen.

–No, pero pronto me convertí en un buen portero.

Ella anotó algo en el bloc de notas.

–¿Alguna vez has tenido la tentación de volver a tu posición original?

Él negó con la cabeza.

–Qué va. En cuanto me puse entre los tres palos, ya no quise salir de allí. Nunca me lo he

planteado siquiera.

Ella volvió a mirarle.

–¿Te has dado cuenta de que a veces tienes un fuerte acento francés?

–¿Todavía? He trabajado mucho para evitarlo.

–No lo hagas. A mí me gusta.

Y a él le gustaba ella. Quería dar respuestas inteligentes, pero al mirarla, con su brillante pelo y

sus labios rosados, de repente no le importó mostrarse inteligente.

–Entonces, supongo que no seguiré trabajando en ello...

Elena sonrió, y volvió a centrar su atención en el bloc de notas.

–Algunas personas dicen que los porteros son diferentes del resto de jugadores, que sois

totalmente diferentes. ¿Estás de acuerdo?

–Seguramente es verdad, hasta cierto punto. –Damon apoyó la espalda en el sofá y estiró los brazos

sobre el respaldo–. Jugamos un partido diferente del que juegan los demás jugadores. El hockey es

un deporte de equipo, excepto para los porteros. Un portero siempre juega, por decirlo de algún

modo, un uno contra uno. Si se equivoca, se perjudican todos.

–No se disparan los flashes ni grita la multitud cuando a uno le meten un gol desde la banda, ¿no

es eso? –preguntó ella.

–Exacto.

–¿Cuánto te cuesta superar una derrota?

–Eso depende del tipo de derrota. Estudio la grabación del partido intento comprender cómo

podría hacerlo mejor en el próximo y, por lo general, al día siguiente ya lo he superado.

–¿Cuáles son tus rituales anteriores a los partidos?

Permaneció en silencio hasta que, finalmente, ella volvió la cabeza hacia él, entonces preguntó:

–¿Aparte de que me llames pedazo de tonto?

–No voy a publicar eso.

–Hipócrita.

Ella se encogió de hombros.

–Confía en mí.

Había unas cuantas cosas que podía imaginarse en relación con ella, pero confiar no era una de





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ellas.

–La noche anterior al día de partido como un montón de proteínas y hierro.

–El portero retirado Glenn Hall dijo en una ocasión que odiaba todos los minutos que había

jugado. ¿Qué te parece semejante opinión?

«Interesante pregunta», pensó él mientras echaba hacia atrás la cabeza y estudiaba a Elena. ¿Qué

le parecía? A veces jugar tanto le desagradaba, en efecto. Otras, sin embargo, eran mejores que el

sexo.

–En la pista mi concentración es total y soy muy competitivo. No hay nada mejor para mí que

estar entre los tres palos, deteniendo disparos. Sí, me encanta lo que hago.

Ella anotó algo en el bloc de notas, después pasó la página. Alzó el bolígrafo y lo llevó hasta sus

labios, atrayendo la atención de Damon hacia su boca.

Había algo en Elena que le intrigaba más de lo que lo había hecho cualquier otra mujer. Algo más

que las contradicciones existentes entre la mojigata y la mujer que le había besado como lo haría

una reina del porno.

Algo que le hacía desear acariciar sus brillantes rizos y cogerle la cara entre las manos. Damon

había estado con muchas mujeres hermosas en su vida, mujeres físicamente perfectas, pero siempre

había podido controlar su deseo. Con Elena era distinto. La menuda Elena, con su escaso pecho, su

cabellera salvaje y aquellos profundos ojos verdes que podían atravesarlo. Desde la noche del

banquete, cuando la besó, se imaginaba desnudándola y explorando su cuerpo con la boca y las

manos. Había intentado evitarla y, en lugar de eso, había estado a punto de hacer el amor con ella

contra la pared de un aparcamiento. Y el deseo que sentía por ella no hacía sino crecer día tras día.

Al observarla en aquel momento, con su suave piel y su brillante pelo, se preguntó por qué no

había podido evitarla. Se había colado en su vida. No iba a ir a ninguna parte, y él tampoco. Ambos

eran adultos. Si acababa besándole los pechos al tiempo que se adentraba en la cálida profundidad

de su cuerpo, bueno, no habría nada condenable en ello, pues no serían más que dos adultos

proporcionándose placer mutuamente. De hecho, eso era probablemente lo que los dos necesitaban.

Bajó la mirada hasta sus pequeños pechos. Sabía que, como mínimo, era lo que él necesitaba.

El teléfono que había junto al sofá empezó a sonar. Damon levantó el auricular. Era Bonnie para

decirle que pasaría la noche con Hanna.

–Llámame por la mañana –le dijo él, y colgó.

–¿Era Bonnie?

–Sí. Se quedará en casa de Hanna.

Elena se volvió hacia él, apoyando una rodilla en el sofá y el hombro en el cojín que tenía más a

mano.

–¿Quieres hablar de Bonnie?

–No. No quiero decir nada que pueda complicarle aún más la vida.

–Muy inteligente de tu parte. –Elena le echó un vistazo al bloc de notas y después volvió a

mirarlo–. Cuando piensas en el futuro, ¿cómo te ves a ti mismo?

A Damon no le gustaban las preguntas como ésa. Estaba intentando sobrevivir a esa temporada sin

lesionarse, y no le apetecía pensar más allá de eso. Una jugada, un partido, una temporada... No iba

más allá.

–Supongo que cuando me retire tendré tiempo para decidir qué hacer con mi vida.





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–¿Y cuándo crees que sucederá?

–Espero que, como mínimo, dentro de cinco años. Quizá más.

–Se sabe que no concedes entrevistas. ¿Por qué te molesta tanto hablar con los periodistas?

Damon acarició con sus dedos el brazo de Elena.

–Porque suelen formular las preguntas equivocadas.

Ella observó las puntas de sus dedos camino de sus hombros, y separó ligeramente los labios

para respirar.

–¿Cuáles son las preguntas adecuadas?

Damon apoyó los dedos bajo su barbilla y la obligó a mirarlo.

–Pregúntame otra vez por qué no quiero que viajes con el equipo.

–¿Por qué?

Él rozó con el pulgar su labio inferior.

–Porque me pones como una moto.

–Oh –susurró Elena.

Él estiró la mano y apagó la grabadora.

–Creí que si te esquivaba podría olvidarme de ti. Creí que si te rehuía lograría sacarte de mi

cabeza. Pero no funcionó.

Le quitó la libreta y el bolígrafo de las manos y los arrojó al suelo. Tras eso se acercó a Elena y

enredó los dedos entre sus rizos a la altura de las sienes.

–Te deseo, Elena. –Se inclinó hacia ella y cogió su cara entre las manos. Apoyó su frente en la de

ella, y para asegurarse de que le entendía a la perfección, añadió–: Quiero desnudarte y besar todo

tu cuerpo.

Elena abrió los ojos desmesuradamente.

–Anoche estabas muy enfadado conmigo.

–A decir verdad, estaba enfadado conmigo mismo por haberte hecho sentir como una

admiradora más. –Rozó con su boca la de Elena–. Quiero que sepas que ni por un segundo pensé en

ti en esos términos. Sé quien eres, y a pesar de todos mis intentos por hacer caso omiso de ti, no lo

he logrado. –La besó con suavidad en los labios, después se apartó para poder mirarla a los ojos–.

Quiero hacerte el amor, y si no me detienes ahora, eso es exactamente lo que va a suceder.

–No creo que sea buena idea –dijo Elena, pero no lo apartó de sí.

–¿Por qué?

–Porque soy periodista y viajo contigo, con los Vampires.

Él le besó la comisura de los labios y sintió que ella se estremecía.

–Tendrás que darme una razón más convincente en los próximos tres segundos o vas a estar

desnuda antes de lo que imaginas.

–No soy una de tus muñequitas Barbie. No tengo las piernas largas ni el pecho abundante. No

puedo competir en eso.

De nuevo, Damon retrocedió para mirarla a los ojos, y se habría echado a reír de no haber

comprobado que Elena hablaba en serio.





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–Esto no es una competición –dijo colocándole un mechón de pelo tras la oreja.

Elena lo cogió de la muñeca y agregó:

–No soy el tipo de mujer que suele inspirarle lujuria a un hombre como tú.

Esta vez sí se echó a reír. No pudo evitarlo, ya que su tremenda erección demostraba lo

contrario.

–Desde aquella primera mañana en que subiste al avión del equipo no he dejado de preguntarme

cómo serías desnuda. –Damon deslizó la mano por su garganta hacia los botones de su blusa–. Me has

hecho perder la cabeza desde entonces. –Las puntas de sus dedos acariciaron su piel desnuda y

también el sedoso material del que estaba hecha la blusa mientras la desabotonaba–. Me has

inspirado toda clase de cosas, pero especialmente lujuria. –Se inclinó hacia ella y le besó el lóbulo

de la oreja–. Un montón de pensamientos lujuriosos y fantasías húmedas que te pondrían los pelos

de punta.

Le sacó los faldones de la blusa de dentro de los pantalones y observó el top de seda.

–La otra noche, cuando pasé por la sala de prensa y te vi, me imaginé que te tumbaba encima de

la mesa y que lo hacíamos allí mismo, encima de las bandejas con las pastas.

–Suena un poco... sucio.

–Y divertido. Pienso en todos los interesantes lugares en los que podríamos enrollarnos

limpiamente.

Elena parecía estar reteniendo el aliento cuando dijo:

–Pero tú no tomas azúcar.

Él rió.

–Quiero comerte a ti –dijo justo antes de besarle el cuello–. ¿Te suena raro, Elena?

Elena contuvo un gemido. Claro que le sonaba raro, pero no por lo que Damon creía. Que él tuviera

fantasías con ella, en la sala de prensa, era muy raro. Su cálido aliento sobre su cuello hizo que un

escalofrío recorriese su espalda, y el contacto de la mano de Damon hizo que se le erizara la piel. El

calor también se instaló entre sus piernas. Sus pezones se erizaron dolorosamente mientras intentaba

apretar los muslos. Deseaba a Damon. Lo deseaba tanto que se le nublaba la vista y apenas podía

respirar. Oh, sí, le deseaba tanto como él la deseaba a ella, pero tenía miedo de lo que pudiera

resultar de todo aquel deseo. Si hubiese sido simplemente una cuestión sexual, a esas alturas ambos

ya se habrían desnudado. Pero se trataba de más. Al menos para ella. No importaba cuánto lo

desease, su corazón también estaba implicado en el asunto.

Elena respiró hondo y separó los labios para decirle que no podía hacerlo, que tenía que irse a

casa de inmediato, pero una de las enormes manos de él se cerró sobre uno de sus pechos,

calentando su piel a través de la seda.

–Elena, te deseo –le susurró Damon al oído.

A continuación la besó en la boca y ella sintió que quedaba sin aliento. Percibió su olor a limpio,

y a sexo.

Diecinueve pisos más abajo, un camión de bomberos pasó a toda velocidad, haciendo

desaparecer el mundo real, llevándose las últimas reservas de Elena a su paso. El buen juicio de ésta

se esfumó. Deseaba a Damon tanto como él la deseaba a ella. Tal vez más, y ya tendría tiempo de

arrepentirse después. En ese momento lo único que le interesaba era sentir su mano acariciándole el

pezón, y aquellos tórridos besos que la mareaban y que hacían que se pusiera tensa. Se le escapó un

gemido cuando le besó, devorándole con una pasión superior a su habilidad para controlar los





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gemidos. Todas sus inhibiciones y reparos se convirtieron en cenizas bajo la abrasadora necesidad

de hacer el amor de un modo salvaje y brutal con Damon Salvatore.

Lo besó con ardor, después se arrodilló en el sofá y se puso a horcajadas sobre su regazo. Estaba

perdida, completamente perdida, arrastrada por sensaciones que la superaban. Le levantó el jersey y

la camiseta dejando su pecho al descubierto, y sus bocas se separaron sólo el tiempo necesario para

sacarle ambas prendas por la cabeza. Pudo posar entonces sus manos en él. Tocarle allí donde

deseaba hacerlo. Sus poderosos pectorales y sus hombros. Con los dedos recorrió su piel y acarició

su esternón. Se sentó sobre él, y notó la presión de su erección y su calor abrasador. Con el corazón

galopándole en el pecho y en los oídos, se apretó más fuerte contra él. Deslizó las manos por su

plano vientre y él le agarró las muñecas.

–Maldita sea –murmuró Damon, respirando con dificultad–. Para un poco o me voy a correr antes

de empezar. Si sigues así, no duraré ni cinco segundos.

Elena captó su mensaje. Cinco segundos de Damon le parecían mejor que cualquier cosa que hubiese

probado antes. Mejor que cualquier cosa que pudiese probar en el futuro.

Damon le abrió la blusa, dejando que se deslizase por sus hombros y sus brazos. Acabó tirándola al

suelo y pasó al top de seda.

–¿Es esto lo que te pones en lugar de sujetador? –dijo.

Elena meneó la cabeza y recorrió con las manos su cálido pecho y sus hombros.

–A veces, ni siquiera llevo eso. –A pesar de la lujuria, Elena recordó por un segundo el tanga que

se había puesto por la mañana, y dio gracias a Dios por haber elegido uno de los más atractivos que

tenía.

–Lo sé –gruñó Damon–. Saber que ibas por ahí sólo con parte de tu ropa interior me ha traído

algunos problemas. –Rodeó la cintura de Elena con sus grandes manos y descendió hacia sus

rodillas, después la reclinó hacia atrás y enterró la cara en su vientre. Levantó el top de seda y su

aliento tibio le calentó la piel al hablar–. Quítate esto –dijo, y pasó a darle húmedos besos en el

estómago.

Elena se sacó el top por la cabeza y lo dejó a su lado en el sofá. Damon echó la cabeza hacia atrás

para contemplarla. Recorrió sus pechos con la mirada, tras lo que tomó aliento sin pronunciar

palabra.

Elena se asentó de nuevo en su regazo y dijo, cubriéndose con las manos:

–No es a lo que estás acostumbrado, ¿verdad?

–Los pechos grandes a menudo son una gran decepción. Eres hermosa, Elena. Eres mejor que en

mis fantasías. –Le apretó las muñecas y le llevó las manos hacia atrás, haciéndole arquear la espalda

y dejándole los pechos muy cerca de la cara–. He esperado mucho tiempo para verte así. Para hacer

esto –susurró sobre uno de sus pezones.

Se lo metió en la boca y procedió a chaparlo con suavidad. Le soltó las muñecas, y ella llevó sus

manos hasta la cabeza de Damon.

Sin dejar de chupar su pezón, Damon le rozó el vientre con los dedos y desabotonó sus pantalones,

tras lo cual introdujo la mano en ellos. Alcanzó su pubis por encima del tanga de encaje mientras

ella gemía de placer.

–Estás húmeda, Elena –dijo al tiempo que apartaba sus minúsculas bragas y tocaba su piel

caliente y mojada. Habría sido sumamente fácil sucumbir en ese preciso instante. Permitirle que la

llevase al orgasmo. Pero no quería alcanzar éste sola, quería llegar con él.





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–Un momento –le dijo agarrándole de la muñeca.

Él deslizó la mano desde su estómago a sus pechos, jugueteando con ellos, rodeando los

pezones. Después lo hizo con la boca. De la garganta de Damon surgió un sonido de intensa

masculinidad, primaria y posesiva, llevándola tan al límite que Elena temió alcanzar el orgasmo con

el simple contacto de su boca en el pecho.

–Para –suplicó.

Él apartó la cabeza y le dirigió una mirada cargada de pasión.

–Dime qué quieres.

Eran muchas las cosas que deseaba, pero como tal vez no volviera a disponer de otra

oportunidad, dijo:

–Quiero lamerte el tatuaje.

Damon parpadeó varias veces como si no diese crédito a lo que había oído, después abrió los

brazos.

Elena se apartó de su regazo e hizo que Damon se pusiese en pie. Se quito los zapatos y los

calcetines y se bajó los pantalones. Vestida únicamente con el tanga, le besó los hombros y el

pecho. Acarició su fuerte musculatura y descendió por su cuerpo dejando una senda de besos.

Entonces se arrodilló frente a él, apoyó las manos a los lados de su cintura sobre los pantalones, y

apoyó la cara en su liso vientre. Lamió los extremos del tatuaje saboreando su piel con la lengua.

–No he dejado de preguntarme cómo sería de grande tu herradura –susurró mientras le besaba el

ombligo–. He querido hacer esto desde hace mucho tiempo.

–Tendrías que habérmelo pedido antes. Te habría dejado hacerlo. –Damon enredó sus dedos entre

los rizos de Elena, apartándolos de su cara–. La próxima vez no tendrás que pedírmelo.

Ella sonrió, y lo habría mordido de no haber sido porque su carne estaba tensa como la piel de

un tambor. Le desabrochó los pantalones y los hizo descender por sus caderas y sus muslos. Él

estaba de pie frente a ella la herradura negra desaparecía bajo los calzoncillos blancos. Una

impresionante erección llenaba aquella prenda de algodón, y ella la besó pon encima de la tela.

Entonces bajó el calzoncillo. Liberado, el pene apuntó hacia ella, y Elena descubrió que el resto de la

herradura desaparecía bajo el vello pubiano para alcanzar la base de aquél. Había un tatuaje en

forma de cinta justo por encima del oscuro vello rubio, uniendo ambos lados de la herradura.

LUCKY, escrito con gruesas letras negras, era lo que podía leerse en la cinta.

Ella se echó a reír y besó la aterciopelada punta de su pene.

–¿No vas a pedirme que lo haga?

–¡No! –gimió él.

Por primera vez desde que él la besó, Elena sintió que tenía el poder y el control en sus manos.

Abrió la boca e introdujo en ella todo lo que pudo, sintiendo el peso de sus testículos en la palma de

su mano. Nunca le había hecho algo así a un hombre en un primer encuentro, pues temía sentar un

mal precedente, pero con Damon no le importó. Deseaba hacerlo. No por él, sino por ella misma. Y no

le importaba que después quizá se arrepintiese, pues sabía que no tenía futuro con Damon. Así pues, no

había precedente que sentar. Iba a llevarse por delante todo lo que pudiese. En ese momento era

Bomboncito de Miel. Iba a poner toda la carne en el asador para intentar dejarlo en estado de coma.

Damon la agarró por los hombros y la hizo ponerse en pie. Atrajo su cara y le metió la lengua en la

boca. Llevó las manos hasta el trasero de Elena, la alzó en volandas y ella le rodeó la cintura con las

piernas. Su dura carne desnuda presionó en su entrepierna a través del tanga, y con un par de





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patadas se acabó de librar de sus pantalones y sus calzoncillos. No dejó de besarla apasionadamente

mientras salían del salón en dirección a su oscuro dormitorio. Las luces que se colaban por el

enorme ventanal caían sobre la cama, y él la posó con delicadeza sobre el edredón azul. Ella se

apoyó en los codos, incorporándose un poco, para observar cómo Damon se movía entre sombras.

Abrió un cajón de la mesilla de noche y después se colocó frente a ella.

–Creo que tengo que disculparme antes de que entremos en faena –dijo mientras hacía rodar el

preservativo de látex sobre el glande y después por el resto de su grueso pene.

Ella se quitó el tanga y lo arrojó lejos de sí. La luz del exterior iluminaba uno de los lados de la

cara de Damon.

–¿Por qué?

Él la cubrió con su cálido cuerpo, descansando el peso en los codos.

–Porque no creo que dure demasiado.

Entonces, ella sintió la punta de su glande, suave, dura y caliente, y pensó que Damon no tenía por

qué preocuparse, ya que ella tampoco iba a tardar demasiado. Empezó a penetrarla, pero Elena sintió

que su cuerpo se resistía a la intrusión. Colocó sus manos en los hombros de Damon y le detuvo, tomó

su cara entre las manos y lo besó con cariño. Damon se retiró y después volvió a empujar adentrándose

un poco más.

–Me estás apretando muy fuerte –jadeó.

Ella le besó robándole el aliento mientras él se salía de ella casi por completo, sólo para clavarse

tan adentro que ella le sintió en el cuello del útero. Del pecho de Damon surgió un profundo gruñido

que abrazó el corazón de Elena.

Ella le rodeó la cintura con una de sus piernas.

–Damon –susurró justo cuando él empezaba a moverse, alcanzando el ritmo perfecto del placer–.

Mmm, eso está muy bien.

–¿Cómo lo quieres? –preguntó él.

–Tal como lo estás haciendo.

El atlético y entrenado cuerpo de Damon se tensó. Cada una de sus células parecía concentrada en

la labor de embestir.

–¿Más?

–Sí. Dame más –gruñó Elena, y él la complació. Más rápido, más fuerte, con mayor intensidad.

Su áspero aliento rozaba las mejillas de Elena con cada nueva embestida, empujándola hacia arriba

en la cama. Y justo en el punto en que creía no poder resistir más, Elena gritó y apretó los puños. Su

clímax fue tan intenso que no vio ni oyó nada más allá de los latidos de su corazón y de las

conmovedoras sensaciones que recorrían su carne. El fuego que él había encendido en su interior

arrasó su cuerpo, y sus músculos internos se apretaron, arrastrándole aún más hacia dentro hasta que

también él alcanzó el clímax. Una explosión de maldiciones salió de la garganta de Damon.

Ninguno de los dos dijo nada durante un buen rato, hasta que su respiración y su corazón

alcanzaron el ritmo normal. Damon se dirigió al cuarto de baño. Elena lo veía alejarse entre las sombras.

Su mente todavía estaba demasiado obnubilada para pensar en lo que acababa de hacer, pero su

corazón lo sabía a la perfección. Amaba a Damon Salvatore con una intensidad que la asustaba.

Cuando oyó el agua del váter, miró hacia la puerta del lavabo. Damon caminó hacia ella, desnudo y

bello, rodeado por las manchas de luz que recorrían el dormitorio. Al mirarlo, Elena sintió una

presión en el pecho, como si fuese a sufrir un ataque cardiaco.





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–¿A qué hora tienes que irte? –preguntó él.

La realidad cayó sobre ella como un jarro de agua fría. Damon ni siquiera había esperado a que se

desvaneciese su sensación de bienestar. Simplemente había hecho el amor de forma salvaje y ya

estaba preparado para que se marchase. Elena se sentó y miró alrededor en busca de su ropa interior,

esperando no desmoronarse y echarse a llorar antes de salir por la puerta.

–No tengo que obedecer ningún toque de queda. –Giró sobre sí y alcanzó el extremo opuesto de

la cama. No vio las bragas–. Me iré en cuanto encuentre mi ropa interior. Sin duda tienes que

descansar para el partido de mañana por la noche.

Él la cogió por el tobillo y tiró de ella.

–Mañana estaré en el banquillo –dijo–. Lo que te preguntaba era si te apetecía quedarte.

Damon hizo que Elena se diese la vuelta y la miró a la cara.

–¿En serio?

–Había calculado que lo haríamos un par de veces más antes de acompañarte a la puerta.

–¿Un par más?

–Sí. –Él la apretó de nuevo contra su cuerpo, por lo que ella pudo sentir que seguía excitado–.

¿Supone un problema para ti?

–No.



–Bien, porque tenía planeado marcar tres goles.

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