Damon bajó la mirada para encontrarse con los ojos verdes de Elena, y supo que su regalo había
surtido efecto. La había ablandado, llevándola justo a donde él quería. Pero antes de tenerla
atrapada por completo, dispuesta a ponerse en sus manos como un disco caído del cielo, su mirada
se hizo recelosa. Dio un paso atrás y el escepticismo le hizo fruncir el entrecejo.
–¿Te ha pedido Darby que vinieses a hacerme la pelota? –preguntó al tiempo que cogía el libro.
Mierda.
–No –respondió Damon. La verdad era que Darby le había sugerido que le llevase flores, pero el
libro había sido idea de él–. Fue idea mía, pero todos queremos que vuelvas.
–Me resulta difícil de creer que todo el mundo lo quiera, especialmente los entrenadores.
Tenía razón. No todo el mundo quería que volviese, especialmente los directivos. Tras la derrota
ante San José, el equipo había buscado a alguien a quien culpar. Algo en el aire o en la alineación
de los planetas. Algo más que la penosa actuación del equipo. Ese algo había sido Elena. Habían
maldecido y echado pestes sobre ella en el vestuario, pero nadie había llegado a pensar que la
despedirían. En particular, Damon. Tras decirle que necesitaba el trabajo, no había podido quitarse de
la cabeza la imagen de Elena viviendo en la calle por culpa de algo que él había dicho. Dado el
tamaño de su apartamento, con toda probabilidad necesitaba el dinero.
Estaba limpio y, para su sorpresa, no todo allí era de color negro, pero todas sus pertenencias cabían en el salón. Se alegraba
de haber ido a verla.
–Les dije a los directivos que eras nuestro amuleto de la buena suerte –dijo, lo cual era cierto.
Después de llamarle pedazo de bobo, entre otras cosas, jugó uno de los mejores partidos de su vida.
Y Bressler metió su primer hat-trick de la temporada, tres tantos nada menos, después de que ella le
diese la mano.
Elena sonrió.
–¿En serio lo crees?
Damon nunca dudaba de los amuletos.
–Por supuesto, pero si estoy aquí es porque sé lo que supone necesitar un trabajo y que te
nieguen esa oportunidad.
Elena bajó la vista hacia sus pies desnudos. Damon aprovechó para estudiar su cabello húmedo. Las
puntas habían empezado a rizarse sobre los hombros. Se preguntó qué se sentiría teniendo aquel
pelo enredado entre los dedos. Advirtió lo bajita que era, lo pequeños que eran sus hombros y lo
joven que parecía con aquella camiseta de la Universidad de Washington. No fue la primera vez que
se fijó en la forma en que se le marcaban los pezones, y de nuevo se preguntó si tendría frío o si
estaría excitada.
Una corriente cálida recorrió sus venas para asentarse en su entrepierna. Se sintió
algo excitado y se sorprendió de que esa reacción la hubiese provocado Elena Gilbert. Era bajita y
tenía unos pechos muy pequeños, y aún así se oyó a sí mismo decir:
–Tal vez podríamos empezar de cero, olvidarnos de lo que te dije la primera vez que hablamos,
lo de mear en tu café.
Ella alzó la vista de nuevo. Su piel era suave, sus labios carnosos y rosados. Damon se preguntó si
sus mejillas serían tan tersas como parecían, y a continuación estudió su boca. No, no era su tipo de
mujer, pero había algo en ella que le intrigaba. Quizá fuese su sentido del humor y su firmeza de
carácter. Quizá no se trataba más que de sus pezones erizados y el repentino interés por sus suaves
rizos.
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–De hecho, ésa no fue la primera vez que nos vimos –dijo Elena.
Él la miró de nuevo a los ojos. Mierda. El recuerdo de un buen puñado de meses en su vida
había desaparecido como por ensalmo. Había hecho cosas de las que no había sido consciente hasta
que se lo dijeron tiempo después. No vivía en Seattle por aquel entonces, pero había acudido a la
ciudad con el equipo de Detroit. Temía la respuesta, pero no tuvo más remedio que preguntar:
–¿Cuándo nos conocimos?
–El verano pasado, en una fiesta para la prensa.
Damon sintió un profundo alivio y casi se echó a reír. Si se hubiese acostado con Elena el verano
anterior lo recordaría. Se trataba del verano posterior a su pérdida de memoria.
–¿Una fiesta para la prensa en el Four Seasons?
–No, en el Key Arena.
Damon echó la cabeza hacia atrás y la miró.
–Había un montón de gente aquella noche, pero me sorprende no recordarte –dijo, a pesar de no
estar sorprendido en absoluto.
Elena no era el tipo de mujer que él recordaría tras un primer encuentro. Y sí, sabía lo que se
decía de él, y seguía sin importarle. Vivía la vida a su manera. Hacía muchos años que lo hacía y se
sentía a gusto consigo mismo.
–Pero quizá no resulte tan sorprendente, pues debías de ir vestida de negro –añadió en tono de
burla.
–Yo sí recuerdo con total exactitud lo que llevabas –dijo Elena dirigiéndose a la cocina–. Traje
negro, corbata roja, reloj de oro y chica rubia.
Él recreó su mirada en aquella espalda, descendiendo hasta centrarse en su prieto trasero. Todo
en Elena era pequeño pero con carácter.
–¿Sentiste celos?
Ella le miró por encima del hombro.
–¿Por el reloj?
–Sí, por eso también.
En lugar de responder, ella entró en la cocina y preguntó:
–¿Quieres un café?
–No, gracias. No debo tomar cafeína. –La siguió, pero se detuvo en la estrecha puerta que daba a
la cocina–. ¿Volverás a aceptar el trabajo?
Ella dejó sobre la encimera el libro que le había llevado y vertió el café en una alta taza de
Starbucks.
–Tal vez. –Abrió la nevera y sacó la leche. La puerta estaba cubierta de notas adhesivas escritas
para acordarse de comprar todo tipo de cosas, desde encurtidos y galletas saladas hasta detergente
para la ropa–. ¿Hasta qué punto es conveniente que lo haga? –preguntó mientras dejaba la leche y
cerraba la nevera.
–¿Para mí o para el resto del equipo?
Elena se llevó la taza a los labios y le miró por encima de ella.
–Para ti –respondió.
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Estaba aprovechándose del giro que habían dado los acontecimientos. Tenía que presionar un
poco más. Damon no podía decir que él no hubiese hecho lo mismo en su situación.
–Te estoy proponiendo que fumemos la pipa de la paz.
–Lo sé, y aprecio el gesto.
Era muy buena en el trato directo. Tal vez debería despedir a Howie y contratar a Elena para la
negociación de su próximo contrato.
–¿Qué es lo que quieres?
–Una entrevista.
Damon se cruzó de brazos.
–¿Conmigo?
–Sí.
–¿Cuándo?
–Cuando haya hecho ciertas averiguaciones y tenga preparado el cuestionario.
–Sabes que odio las entrevistas.
–Sí, lo sé, pero haré que no te duela.
Damon bajó la vista hasta los pechos de Elena.
–¿A qué te refieres con lo de que no me dolerá?
–No te haré preguntas personales –respondió ella. Seguía sintiendo frío y lo más adecuado
habría sido que se pusiese un jersey.
–Define «personales».
–No te preocupes, no te preguntaré sobre mujeres.
Él dirigió su mirada hacia el delicado hueco que formaba su garganta, ascendió por sus labios y
llegó a los ojos.
–Algunas de las cosas que has leído sobre mí, probablemente no son ciertas –dijo sin saber
siquiera por qué o de qué se estaba defendiendo.
Elena sopló su café.
–¿Algunas? –preguntó.
Él dejó caer las manos a los lados y se encogió de hombros.
–Más o menos un cincuenta por ciento se lo inventaron para vender periódicos o libros.
Elena esbozó una media sonrisa.
–¿Cuál es el cincuenta por ciento verdadero?
Estaba tan mona mirándolo de aquel modo, sonriendo, que estuvo tentado de decírselo.
–¿Quedará entre nosotros?
–Por supuesto–. Casi.
–No es asunto tuyo. No hablo de las mujeres de mi pasado ni de mi temporada de rehabilitación.
Ella bajó la taza.
–Es justo. No quiero hacerte preguntas sobre tu rehabilitación ni sobre tu vida sexual. Ya se ha escrito mucho sobre eso, y es aburrido.
¿Aburrido? Su vida sexual no era aburrida. En los últimos tiempos no había tenido mucha
acción, pero lo que él había hecho no era aburrido. Bueno... quizás un poco. No, «aburrido» no era
la palabra adecuada. Era demasiado fuerte. Había echado de menos algo en su vida sexual
últimamente. Aparte del sexo en sí. No sabía de qué se trataba, pero una vez que solucionase la
situación de Bonnie, tendría más tiempo para pensar en ello.
–Y, además –añadió Elena–, no quiero que me cuentes nada que eche abajo la imagen que tengo
de ti.
–¿Qué imagen? –Damon apoyó un hombro contra el marco de la puerta–. ¿Que me lo monto con
dos tías a la vez cada noche?
–¿No es así?
–No. –La miró. La expresión de Elena, allí en la cocina, venía a decirle que su vida sexual era
aburrida, por lo que decidió sorprenderla un poco. Sólo un poco, con algo sobre lo que ella, con
toda probabilidad, no habría leído–. Lo intenté una vez, pero las chicas estaban más interesadas la
una en la otra que en mí. Lo cual no hizo mucho a favor de mi amor propio.
Ella se echó a reír mientras él se esforzaba en recordar la última vez que había estado a solas con
una mujer en el apartamento de ella, riendo y hablando, y sin intentar camelarla para llevársela a la
cama. No dejaba de ser bonito.
La noche siguiente a la visita de Damon, Elena se sentó junto a Darby en la cabina de prensa para
presenciar el partido entre los Vampires y Vancouver. Un marcador octogonal con cuatro pantallas
de vídeo colgaba del centro del techo en forma de pirámide. Las luces alumbraban el enorme
logotipo verde de los Vampires en el centro de la pista de hielo, y las cabriolas del láser anunciaban
que el partido estaba a punto de empezar. Faltaba media hora para que el disco se pusiese en
movimiento, pero Elena estaba preparada con su bloc de notas y la grabadora en el bolso. Había
vuelto, y estaba más excitada que el primer día. A excepción de Darby, los directivos aún no habían
llegado, y se preguntó si la recibirían con una palmadita en la espalda.
Elena miró a Darby.
–Gracias por hacer que me devolviesen el trabajo.
Él tenía los antebrazos apoyados en las rodillas y miraba hacia la pista. Se había puesto algo
menos de gomina de lo que tenía por costumbre, pero bajo su chaqueta azul seguía llevando los
bolígrafos metidos en una funda de plástico en el bolsillo de la camisa.
–No ha sido cosa mía. Los jugadores se sintieron mal después de que los visitaras y les deseases
suerte. Pensaron que alguien como tú merecía recuperar el trabajo.
–Quisieron que volviese porque creían que les daba suerte.
–Eso también –dijo sonriendo y sin dejar de mirar hacia la pista–. ¿Tienes algo que hacer el
próximo sábado? .
–¿No estaremos de viaje?
–No, salimos al día siguiente.
–Entonces, nada –dijo Elena encogiéndose de hombros–. ¿Por qué?
–Hugh Miner va a dar un banquete en el Space Needle para conmemorar su retirada.
El nombre le sonaba, pero no podía ubicarlo.
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–¿Quién es Hugh Miner?
–Fue portero de los Vampires desde 1996 hasta el año pasado, en que se retiró. Me preguntaba si
te gustaría ir.
–¿Contigo? ¿Como si fuese una cita? –preguntó como si Darby se hubiese vuelto loco.
Él se ruborizó y Elena se dio cuenta de que no había sido un comentario amable.
–No tiene por qué ser una cita –dijo Darby.
–Oye, sé que ha sonado mal, pero no es lo que parece. –dijo Elena, dándole una palmada en el
hombro–. Sabes que no puedo tener citas con gente involucrada con la organización de los
Vampires. Provocaría más comentarios y chismorreos.
–Sí, lo sé.
Elena se sentía fatal. Probablemente él no había planteado una cita en toda regla, y ella le había
ofendido.
–Supongo que tendré que vestirme de gala.
–Sí, es una fiesta de etiqueta –dijo Darby, mirándola–. Te enviaría una limusina, así no tendrías
que conducir.
¿Cómo iba a negarse a algo así?
–¿A qué hora?
–A las siete. –El teléfono móvil que colgaba del cinturón de Darby empezó a sonar y él
respondió a la llamada–. ¿Sí? –dijo–. Aquí. –La miró– ¿Ahora mismo? De acuerdo. –Colgó y
volvió a colocar el aparato en el cinturón–. El entrenador Nystrom quiere que bajes al vestuario.
–¿Yo? ¿Por qué?
–No me lo ha dicho.
Elena metió el bloc de notas en el bolso y salió de la cabina de prensa. Llegó con el ascensor a la
planta baja y recorrió el pasillo hacia el vestuario, preguntándose todo el rato si iban a despedirla
otra vez; de ser así, en esa ocasión no se iba a morder la lengua.
Cuando entró en el vestuario, los jugadores estaban vestidos y ataviados con sus complementos
de batalla. Se encontraban sentados frente a sus taquillas escuchando al entrenador. Elena se detuvo
nada más cruzar la puerta para escuchar cómo Larry Nystrom les hablaba de la debilidad de la
segunda línea de Vancouver y del modo de encarar al portero. Miró al otro lado del vestuario, en
dirección a Damon. Llevaba puestas sus protecciones de portero y su camiseta con el símbolo azul y
verde de los Vampires. Sus guantes y el casco descansaban a un lado, en tanto que él tenía la mirada
clavada en algún punto entre sus patines. Entonces alzó la vista y sus miradas se cruzaron. La miró
por un instante, después su mirada azul descendió lentamente por su jersey gris, pasó por su falda
negra hasta llegar a sus baratos mocasines negros. Su interés no entrañaba ningún matiz sexual, era
simple curiosidad, pero hizo que a Elena se le acelerara el pulso.
–Elena –la llamó Larry Nystrom.
Elena apartó los ojos de Damon y miró al entrenador, que se acercó a ella y añadió:
–Vamos, diles a los chicos lo que les dijiste el otro día.
Ella tragó saliva.
–No puedo recordar lo que les dije, entrenador.
–Algo de que no se bajasen los calzoncillos –intervino Fish–. Y lo de que viajar con nosotros
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fue toda una experiencia.
Todos parecían tan serios que a Elena le dieron ganas de reír. Nunca había creído que fuesen
supersticiosos hasta ese punto.
–De acuerdo, veré si lo recuerdo. Dejaos los calzoncillos puestos, tengo algo que deciros y sólo
me tomará un minuto. Ya no viajaré con vosotros, y quiero que sepáis que hacerlo ha sido una
experiencia que jamás olvidaré.
Todos sonrieron y asintieron, a excepción de Peter Peluso.
–Dijiste algo de sincronizar la bajada de los calzoncillos. Me acuerdo de esa parte.
–Es cierto, Tiburoncito –añadió Jeremy Sutter–. Yo también lo recuerdo.
–Y dijiste que esperabas que este año ganásemos la liga –añadió Jack Lynch.
–Sí, eso es importante.
¿Acaso importaba realmente? ¡Joder!
–¿Tengo que volver a empezar desde el principio?
Todos asintieron con la cabeza y ella puso los ojos en blanco.
–Dejaos los calzoncillos puestos, tengo algo que deciros, sólo me tomará un minuto y no quiero
que sincronicéis la bajada de vuestros calzoncillos. –O algo así–. Ya no voy a seguir viajando con
vosotros, pero quiero que sepáis que hacerlo ha sido una experiencia que jamás olvidaré. Espero
que este año ganéis la liga.
Todos parecían complacidos, y ella se dispuso a salir de allí antes de que la volviesen loca.
–Ahora tienes que venir y darme la mano –le informó el capitán, Mark Bressler.
–Oh, claro. –Ella se acercó a él y le dio la mano–. Buena suerte con el partido, Mark.
–No, dijiste Asesino.
La cosa era de locos
–Buena suerte en el partido de esa noche, Asesino.
Él sonrió.
–Gracias, Elena.
–De nada.
Desde el exterior llegaban los sonidos previos al comienzo del partido, y ella, una vez más, se
encaminó a la puerta.
–No has acabado, Elena.
Se volvió y miró hacia donde se encontraba Damon. Estaba, de pie y, con un dedo, le estaba
indicando que se acercase.
–Ven aquí.
Ni hablar. No estaba dispuesta a llamarle «pedazo de tonto» delante de todos aquellos tipos.
–Vamos.
Observó las caras de los otros jugadores. Si Damon jugaba mal, la culparían a ella. Como si sus
zapatos tuviesen vida propia, cruzó el suelo enmoquetado con el logotipo de los Vampires en el
centro.
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–¿Qué? –preguntó mientras se ponía frente a Damon.
Con los patines era más alto, y ella tuvo que mirar hacia arriba.
–Tienes que decirme lo que me dijiste el otro día. Para que me dé suerte.
Se lo temía, pero intentó librarse del mal trago.
–Eres tan bueno que no necesitas que te dé suerte.
La agarró del brazo y, con cuidado, la atrajo hacia sí.
–Vamos, dilo.
Elena notó la calidez de su mano a través del jersey.
–No me hagas esto, Damon –dijo en voz baja para que sólo él lo oyese. Sentía que estaba
ruborizándose–. Es demasiado embarazoso.
–Susúrramelo al oído.
El crujido de sus protecciones de cuero llenó el espacio entre ambos mientras se inclinaba sobre
ella. El olor de su champú y de su loción para después del afeitado le llenó la nariz junto al olor del
cuero de las protecciones.
–Tonto –susurró en su oído.
–No fue así. –Damon meneó la cabeza y sus mejillas se rozaron por unos segundos–. Te has
olvidado el «pedazo de».
Dios del cielo. Antes de que todo eso pasase moriría de vergüenza o bien consumida por la
lujuria. Y no quería que sucediese ninguna de las dos cosas. Sobre todo la última, pero el nivel de
testosterona de Damon era como un poderoso campo de fuerza que la atraía contra su voluntad.
–Pedazo de tonto.
–Gracias, cariño. Te lo agradezco.
«Cariño». Elena abrió los ojos como platos. Él volvió la cara y, con los labios a escasos
centímetros de los de Damon, ella sonrió.
–¿Voy a tener que hacer esto antes de cada partido? –preguntó aunque su voz sonó casi como un
suspiro.
Él no dio la impresión de haber captado el matiz de su voz. La miró directamente y unas
pequeñas arrugas aparecieron en las comisuras de sus ojos
–Me temo que sí –respondió.
Finalmente, ella sintió que recuperaba el aliento.
–Voy a pedir un aumento de sueldo.
Damon deslizó su enorme y caliente mano desde el brazo hasta el hombro de Elena, le acarició la
mejilla y después apartó la mano.
–Pide también que te aumenten las dietas. En cuanto estemos de viaje voy a recuperar los
cincuenta pavos que me ganaste a los dardos.
Elena meneó la cabeza y se volvió para salir.
–Ni lo sueñes, Damon –dijo por encima del hombro.
Regresó a la cabina de prensa y se sentó junto a Darby. Allí estaban los de la cadena King-5 y
también los de la ESPN, para retransmitir la batalla de los Vampires contra Vancouver. Con Damon
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Salvatore de vuelta en la portería, Seattle acabó ganando por tres a uno. Aparentemente sin
esfuerzo alguno, él alzó el disco en el aire y les recordó a todos por qué seguía siendo uno de los
mejores porteros de la liga.
En el vestuario, tras el partido, los jugadores respondieron a las preguntas de Elena. Aunque no se
dejaron puestos los calzoncillos, su desnudez parecía menos calculada.
Esa misma noche, una vez que hubo enviado su crónica al periódico, Elena telefoneó a Caroline y
le alegró el día, la semana y el año sólo con decir:
–Necesito una maquilladora.
–¿Cómo es eso?
–Resulta divertido. Voy a un banquete la semana que viene y necesito dar una buena imagen.
–¡Gracias, Señor, por este regalo que acabo de recibir! –susurró Caroline–. He estado esperando
este momento desde hace años. Lo primero que tenemos que hacer es concertar cita con Vbnda.
–¿Quién es Vbnda?
–La mujer que va a rebozar tu cara y a darle forma a ese pelo salvaje que tienes.
Elena miró el teléfono que tenía en la mano.
–¿Rebozar?
–Y el pelo.
–La última vez que permití que metieses mano en mi pelo me lo dejaste como un estropajo.
–Eso fue en el instituto, y no fui yo. Después del pelo, te llevaremos a donde Sara, donde yo
trabajo. Esa mujer es una verdadera artista.
–Había pensado en un poco de maquillaje y algo de pintalabios. Un bonito vestido negro de
cóctel y unos zapatos de salón que no sean muy caros.
–Hoy hemos recibido unos fabulosos Ferragamo –dijo Caroline como si no hubiese oído las
palabras de Elena–. Rojos. Quedarán perfectos con un mortífero y minúsculo Betsey Johnson que he
visto en la primera planta.
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