Capítulo 3
Damon llevó a Elena a su restaurante favorito. El
ambiente era tranquilo y elegante. Ideal para proponerle matrimonio. Elena le
sonrió. Llevaba un vestido negro, entallado, de manga larga y con amplio
escote. Damon apoyó su mano en la piel desnuda de sus hombros que el escote
dejaba al descubierto y ella se estremeció. Él se alegró de poder cumplir
pronto con su cometido. Se sentaron a la mesa.
-No creo que un contacto tan leve sea la causa de
tanta incomodidad... -dijo él.
Elena se alisó el pelo recogido. Aunque le gustaba
cómo le quedaba la nuca al descubierto, pronto se lo soltaría, pensó Damon.
—No me siento incómoda. No exactamente —sus pezones
duros se le notaban debajo de la tela y revelaban el motivo de su sonrojo.
Damon se excitó. Al parecer no llevaba sujetador.
-¿Cómo te sientes exactamente? -le preguntó él,
dudando que admitiera la verdad.
-Estúpida.
Damon negó con la cabeza.
-Alhaja de mi corazón, no debes decir esas cosas.
Elena bajó la mirada.
-No deberías llamarme de ese modo. Sé que lo dices
simplemente porque es un modo de hablar, pero...
—No es sólo eso. ¿Me has oído llamarle eso a otras
mujeres?
-No -susurró ella con labios temblorosos.
Deseaba besarlos.
-Son palabras que te dedico a ti solamente.
Elena se quedó inmóvil, petrificada. Luego bajó la
mirada, respiró profundamente y tosió.
Él le dio un vaso de agua para aliviarla.
-Gracias.
-Tienes un bonito cuello.
El vaso se tambaleó en su mano y sólo el movimiento
rápido de un camarero evitó que se volcase y le mojase el vestido.
Al ver su nerviosismo, Damon decidió esperar a que
pasara la cena para su proposición.
Cuando Damon aparcó su coche en el garaje del
apartamento de Elena, ésta estaba nerviosísima.
Damon abrió la puerta de su casa. La hizo entrar rodeándole
la cintura.
El corazón de Elena parecía a punto de salírsele del
pecho.
La acompañó al salón. Ella se estaba derritiendo.
Llegaron al sofá amarillo, lleno de cojines.
Damon se sentó a su lado, muy cerca.
-Quiero hablar contigo -le dijo él.
-¡Oh!
Damon posó una mano en su pierna y la rodeó con su
cuerpo.
¿Qué haría si él hacía lo que ella deseaba tanto?
¿Le acariciaría el pelo sedoso y lo besaría apasionadamente? Elena entrelazó
sus dedos en su regazo para reprimirse cualquier impulso.
Hubo un silencio y luego él empezó a dibujar con un
dedo círculos en su muslo.
Ella no se podía mover. El no decía nada.
-¿Damon?
Cuando ya no pudo aguantar más la deliciosa tortura
de sus caricias, levantó la cabeza y lo miró.
-¿Has disfrutado de mi presencia en estas semanas,
no es así? -le preguntó él.
-Sí.
-¿Soy un tonto si creo que te gustaría que siguiéramos
juntos?
-No. Jamás podrías ser un tonto.
-Entonces, ¿sería descabellado pensar que tal vez te
gustase profundizar nuestra relación?
-¿Quieres profundizar tu relación conmigo?
-Quiero... profundizar nuestra relación.
¿La besaría ahora? La sola idea la mareaba.
-Quiero que te cases conmigo.
¿Estaba soñando despierta?
-Si ni siquiera me has besado.
-No he tenido ese derecho.
-¿Qué quieres decir? ¿Est... Estabas con otra persona?
-No, no es eso. Pero no estaba contigo, como has
dicho tú. No habría estado bien que te besara si antes no te hubiera declarado
mis intenciones formales.
¿Había dicho declaración de amor? No. Había dicho
declaración formal.
-¿Quieres decir que en tu país tienes que haberte
declarado formalmente para besar a una chica?
Damon le acarició la mejilla.
-Para besar a una virgen, sí.
¿Era tan evidente su falta de experiencia?
-Pero no estamos en Jawhar.
—Da igual. Te trataré con el mismo respeto. Le
gustaron sus palabras.
-Si te digo que me casaré contigo, ¿me besarás?
Aquél era el sueño más extraño de todos los que había soñado despierta en su
vida.
—Sí —respondió él con un brillo depredador en los
ojos.
-Sí -repitió ella.
-¿Quieres casarte conmigo?
-Sí.
No debía hablar en serio, pero con tal de experimentar
un beso suyo, hubiera hecho cualquier cosa. -Ahora puedes besarme. -¿Puedo?
-Sí -al ver que él no la besaba, agregó-: Por favor.
Su beso fue tan suave y sensual como el de una mariposa de flor en flor.
Aquella fragancia masculina que sólo podía ser de él
la embriagaba. Quería que fuese suyo aquel hombre. —¿Quieres atormentarme?
-preguntó ella. ¿Por qué no la habría besado otra vez más profundamente?
-Me estoy atormentando a mí mismo. Aquella admisión
le provocó un cosquilleo en el estómago.
Su confesión había sido el disparador de su control
sobre sí misma. Decir eso significaba que la deseaba, y eso la excitaba tanto
como tener su cuerpo tan cerca que podía oír los latidos de su corazón.
Ella no pudo más y lo besó sin experiencia pero con deseo.
A él no pareció importarle. La apretó más contra su
cuerpo. Y entonces la besó más profundamente, acariciando sus labios con su
lengua, hasta penetrar su boca.
Ella se había imaginado muchas veces besando a
alguien. Pero aquello era mucho mejor.
Era maravilloso.
Sabía al tiramisú que había pedido de postre en el
restaurante. También sabía a Damon, un sabor del que no se saciaría nunca.
Damon la apretó más y ella se encontró encima del
regazo de él, con los pechos apretados contra su torso viril.
Ella quería tocarlo, tenía que hacerlo.
Primero deslizó sus dedos por entre su pelo. Era
suave, como la seda. Acarició su cabeza. Era tan masculino Damon, que hasta la
forma de su cabeza lo demostraba.
De pronto sintió que probablemente no tendría otra
oportunidad de tocar su cuerpo y acarició su cara. Luego rodeó su cuello y bajó
hasta sus hombros. Quiso sentir su contorno, aprendérselo de memoria.
Deslizó las manos por la camisa de algodón, debajo
de su chaqueta. Sintió sus músculos, tan cerca de sus pechos.
Él se estremeció y a ella le gustó. Sintió sus manos
agarrando su trasero y una dureza apretando su pelvis.
Estaba excitado, y eso la estaba haciendo perder el
control.
Como si la liberación de los sentimientos de ella
desatasen su ardor, la pasión de Damon fue en aumento. Y el beso se hizo más
profundo.
La lengua de Damon penetró su boca, buscando hacerla
suya. Mientras la besaba, ella desabrochó los botones de su camisa y deslizó
la mano, tocando su pecho desnudo. Fue entonces cuando se dio cuenta realmente de
que no era un sueño en la vigilia. Ninguna fantasía podía ser tan maravillosa
como aquello. Y por eso era más intenso.
Elena tomó aliento. El mundo parecía dar vueltas a
su alrededor en un calidoscopio de sensaciones que jamás había experimentado,
pero que reconocía. Lo deseaba. Desesperadamente.
-¿La gente que se compromete puede hacer el amor?
-se oyó decir con sinceridad.
-No.
-¿Porque soy virgen? -preguntó. Se sentía frustrada
y con ganas de llorar. Seguramente Damon se daría cuenta de la locura que
había cometido y se apartaría de ella rápidamente. La vida era muy injusta.
-Es cierto. En parte es por eso.
-Pero yo no quiero ser virgen -se quejó ella.
-Debemos esperar -sonrió Damon. La besó levemente.
-No puedo.
Él gruñó y la volvió a besar. Acarició un pecho con
una mano, tocando su erecto pezón. Ella se arqueó de deseo. ¡Lo amaba tanto! ¡Y
le gustaba tanto lo que estaba haciendo! Por primera vez en su vida, Elena se
alegró de no haber estado con otro hombre. Quería que Damon fuera el primero.
Damon le besó el cuello hacia abajo y llegó hasta las
pulsaciones de su corazón. Ella se sintió derretir y dejó escapar un gemido de
placer, abrumada ante aquella sensación.
Sintió la boca de Damon en el escote, su lengua acariciando
su piel de un modo inesperado. Se quedó inmóvil cuando sintió que él tiraba
hacia abajo de su escote y dejaba sus pechos al descubierto.
Él dejó de moverse y se apartó para mirarla. Era un
cuerpo muy femenino. Ella se puso colorada. Sintió las manos morenas sobre la
piel rosada y gimió de goce, y se estremeció.
-Eres tan hermosa. Tan perfecta -dijo con la misma
sensualidad que la tocaba.
-Soy... -iba a decir algo así como que no era exactamente
una modelo, pero él la acalló poniendo un dedo en sus labios.
-Exquisita. Eres exquisita.
En ese momento bajó la cabeza y tocó sus pechos con
sus labios. Ella perdió la noción del tiempo y del espacio. Él la saboreó
centímetro a centímetro, cubriendo las curvas de su cuerpo con exquisitas caricias.
Cuando tomó uno de sus pezones con la boca, ella tembló con lágrimas en los
ojos.
El placer era insoportable. Era demasiado. -¡Damon,
querido, por favor! Ella no sabía qué le estaba rogando que hiciera, pero él
deslizó una mano por debajo de su falda. Acarició su pierna por encima de las
medias, lentamente fue subiendo.
Aquella tortura, junto con las caricias de su boca
en sus pechos, la iban a volver loca. Entonces sintió la mano de Damon en la
cintura de sus medias, internándose hacia el centro de su feminidad. Sus dedos
acariciaron su sexo a través de la seda de sus braguitas. Una sensación de
placer la invadió, creyendo que explotaría.
Gimió, y le pareció oír a Damon maldecir, pero no
estaba segura. No sentía más que la agonía de su cuerpo excitado.
Damon deslizó su mano por dentro de sus braguitas y
ella gritó al sentirla. Nunca había sentido algo similar. Jamás
la había tocado un hombre tan íntimamente.
Se quedó rígida, y luego se movió convulsivamente.
Sus músculos se tensaron.
Damon siguió su tormento, hasta que su cuerpo entero
se tensó y luego liberó su excitación.
Él la apretó contra su pecho, envolviéndola con sus
brazos. Las lágrimas que habían amenazado tímidamente con salir al exterior,
rodaron libremente, y ella sollozó con abandono, al entregarse a la cima del
placer.
Él la consoló, susurrando palabras en un idioma que
ella no conocía. Daba igual, lo que importaba era el tono que empleaba. -Ha
sido demasiado.
-Ha sido más bonito que el desierto cuando amanece.
-Te amo -le confesó Elena. Estaba perdidamente
enamorada de aquel hombre que podía tener a cualquier mujer que quisiera y sin
embargo estaba con ella. Y eso la asustaba. El reconocerlo no cambiaba las
cosas. Damon acarició su espalda y ella tembló con otra convulsión. Si no había
sido un terremoto, poco le había faltado, pensó ella.
Damon la alzó en brazos y la llevó hasta el dormitorio.
Encendió la lámpara de la mesilla y la dejó en la cama.
-Por favor, no te vayas -le dijo ella, aferrándose a su cuello.
Él se puso tenso.
-Por favor -le rogó Elena.
-No niegues. Si quieres que me quede, me quedaré.
Ella soltó su cuello. Él se irguió al lado de la
cama.
-Prepárate para acostarte. Luego volveré para abrazarte.
—¿No vamos a hacer el amor? —preguntó Elena, dudando
que pudiera soportar otra sesión de placer como aquélla.
-Hasta que no estemos casados, no.
-Pero...
-Esperaremos -respondió Damon, agitando la cabeza.
Damon estaba muy excitado. Se le notaba a través del
pantalón. Ella no podría soportar que la abrazara toda la noche estando en esas
condiciones.
Ella seguía sin creer que terminarían casándose.
-Yo podría... -se puso colorada sin terminar la
frase.
Sabía que él era suficientemente inteligente para
completarla.
-Me daré una ducha -dijo él.
-¿Vas a darte una ducha fría?
La idea de un hombre tan atractivo como Damon
dándose una ducha fría por ella le resultaba muy excitante.
Él sonrió.
-Prepárate para dormir. Yo volveré en un momento.
Ella asintió y lo vio alejarse. Fue entonces cuando
se dio cuenta de que su pecho estaba desnudo aún. Sus pezones estaban aún
húmedos por sus besos. Se quedó petrificada al verlos. ¡Oh! Tuvo que reunir
fuerzas para ponerse el camisón y meterse en la cama.
Damon se duchó con agua tibia. Le dolía el cuerpo de
tanta pasión. Estaba satisfecho, sin embargo. Había sido un éxito su plan.
Casarse con Elena no sería un sacrificio.
Debajo de su apariencia tímida, era apasionada, y
deliciosamente sensual. Había sido difícil reprimir las ganas de hacer el amor
con ella.
Aún estaba excitado. Y al parecer, no lograría fácilmente
enfriar su deseo.
No podía olvidar la imagen de Elena con el vestido
bajado, sus pechos grandes, su cuerpo estremeciéndose de deseo. Y el modo en
que había explotado... Su cuerpo convulsionándose. Gruñó al sentir que su sexo
se tensaba al recordarla.
Quizás una ducha fría no estuviera mal. Giró el
grifo hacia la derecha y enseguida sintió el frío. Resopló, practicando una
autodisciplina aprendida con la guardia de élite en el palacio, junto a su tío.
Elena tendría que casarse con él muy pronto.
Seguramente ella no pondría reparos a una sencilla boda civil. Estaba muy
contenta de casarse con él. Lo amaba.
Aunque no era necesario, eso lo complacía. Satisfacía
su orgullo el que su futura esposa lo amase.
Su sorpresa ante su proposición subrayaba la realidad
de que a sus veinticuatro años no había tenido una relación seria. Al menos era
lo que había dicho su padre, y Damon no tenía motivos para no creerlo.
El hecho de que fuera virgen había sido importante
para el tío de Damon. Según éste, ningún príncipe de Jawhar podía casarse con
una mujer de moral dudosa. Damon sentía una cierta satisfacción primitiva en la
inmaculada condición de Elena. Pero no le daba la misma importancia que su
tío.
Después de todo, había estado a punto de casarse una
vez, y la mujer no había sido virgen. Indudablemente, su tío no habría aprobado
aquella relación.
Y ahora, que deseaba tanto internarse en la sedosa
humedad del cuerpo de Elena, su inocencia le resultaba más una barrera para el
placer que una ventaja.
Volvió a entrar en la habitación y encontró a Elena
sentada en la cama, vestida con un virginal camisón blanco, casi Victoriano,
con el pelo recogido en una trenza sobre su hombro.
Damon sonrió ante aquella inocencia.
Pero cuando se acercó, se le borró la sonrisa. Porque
el camisón dejaba traslucir la aureola de sus pezones, al igual que el
contorno de sus pechos. Deseó haberse dejado puestos los pantalones, puesto
que el efecto de la ducha fría había desaparecido y en su lugar la seda de sus
calzoncillos dejaba ver una abultada erección.
Elena no parecía darse cuenta. Sus ojos azules no se
fijaron en ello. Miraba algo en su hombro derecho. Sus labios se
entreabrieron, y pudo ver el interior rosado de su boca.
Cuando él se subió a la cama, ella saltó, sobresaltada.
-¡Damon!
-¿No me esperabas?
Ella se puso colorada y se metió en la cama, con las
mantas hasta el cuello.
—Estaba pensando en algo.
-¿Y era yo ese algo?
Como Damon esperaba una respuesta afirmativa, cuando
Elena negó con la cabeza, se sorprendió.
-¿En qué estabas pensando?
-Simplemente... En una historia.
-¿Una historia?
-A veces me gusta pensar en historias románticas.
-¿El haberte hecho el amor no ha sido suficiente
para mantener tu mente ocupada?
El hecho de que su inocente prometida fuera capaz de
olvidar lo ocurrido cuando él no había podido hacerlo lo irritaba.
-No he querido pensar en ello.
-¿Por qué? -preguntó, ofendido, y con actitud intimidante.
-Dijiste que no podíamos hacer el amor hasta que estemos
casados.
-Sí, es verdad.
-Bueno, entonces, ¿qué sentido tiene excitarme si no
va a pasar nada?
Era una buena pregunta. Su sexo estaba erecto. Sólo
lo disimulaban las mantas que lo cubrían.
Le molestaba que su habitual control lo hubiera
abandonado. Al parecer, ella tenía más control que él sobre sus deseos. A él no
le gustaba sentirse débil, ni siquiera en el terreno puramente sexual.
-¿Así que imaginabas una historia en tu cabeza?
¿Qué tipo de historia habría podido borrar el juego
sexual que habían compartido?
-Sí.
-Y no se trataba de mí -dijo, algo enfadado.
-Se supone que si fuera así, la historia no
cumpliría su objetivo. ¿No crees?
-Creí que querías que me quedase contigo esta noche.
Elena lo miró, seria.
-¿Acaso vas a marcharte porque esté soñando despierta?
-Me he comprometido a quedarme -respondió él-. Y me
quedaré.
Elena se mordió el labio inferior, aún rojo por los
besos.
-¿Siempre cumples tus promesas?
Ella no lo conocía bien, pensó Damon.
-Siempre -contestó, pensando en que le había dado su
palabra de que no harían el amor hasta después de la boda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario