CAPÍTULO 04
Dos meses
después, Dublín.
Elena intentó borrar de su cara la expresión de
súplica, pero estaba desesperada. El hombre de mediana edad sentado al otro
lado del escritorio se quitó las gafas.
—Me temo que no tiene la experiencia que estoy
buscando. Creo que verá que muchas compañías opinan lo mismo.
Elena sabía que estaba librando una batalla perdida y
por eso recogió su bolso y se levantó.
—Gracias por atenderme, señor O'Brien, y le agradezco su opinión. Tan sólo le pido que, si queda alguna vacante en su compañía para puestos de becario, cuente conmigo.
Él le estrechó la mano con fuerza.
—Sin duda lo haré. Tendremos su currículum archivado.
Era la misma historia en todas partes. Una recesión
global se cernía en el horizonte, y todo el mundo estaba nervioso y apretándose
los cinturones prescindiendo de empleados superfluos. Era la peor época para
carecer de experiencia y volver a casa en busca de empleo. Y aun así, cuando
salió del edificio para adentrarse en un espléndido día de finales de
primavera, supo que se alegraba de estar lejos de Londres. Lejos de lo que
había sucedido allí.
Elena cruzó la abarrotada calle y maldijo por haber
tomado la dirección que había tomado. Se encontraba frente al nuevo restaurante
que acababa de abrir en una de las zonas más concurridas del centro de la
ciudad. Salvatore's. Lo que ofrecía esa cadena de restaurantes era una porción
de vida italiana, una promesa, un estilo de vida relajada.
Lo irónico era que, sin saber aún quién era el hermano
de Bonnie y sabiendo que ella tenía relación con la familia, la cafetería de los
Salvatore en Londres se había convertido en el refugio de Elena. Allí había
pasado horas durante su tiempo libre, estudiando o leyendo, tomándose un
capuchino y disfrutando de ese momento de tranquilidad el mayor tiempo posible.
Y ahora allí estaba ese restaurante, en Dublín, burlándose de ella con su
brillante fachada y recordándole a su propietario. Estaba claro que Damon Salvatore no estaba sufriendo la caída de la
economía mundial.
Desvió la mirada y pasó corriendo, mientras sentía una
sensación de náusea cada vez mayor. Las náuseas ya le eran una cosa familiar. Había
estado vomitando cada mañana desde el último mes, y cada vez se sentía peor.
Finalmente, y tras una visita al médico la semana anterior, le habían
confirmado el peor de sus temores: estaba embarazada. Todavía no lo había
asimilado y, mucho menos, había podido decidir si ponerse en contacto o no con Damon.
Bajó la calle a punto de estallar en lágrimas. Lo más
importante ahora mismo era conseguir un trabajo. Sólo le quedaba dinero para
pagar un mes más el alquiler de su estudio, ¿cómo iba a traer a un bebé al
mundo? Contuvo el pánico que la invadió y se detuvo junto a un puesto de
periódicos para comprar la prensa, ignorando las pocas monedas que llevaba en
el monedero.
Un rato después, se bajó del autobús y se dirigió a su
apartamento. A medio camino el cielo se abrió y en cuestión de segundos acabó
empapada hasta los huesos. Una pareja pasó por delante de ella, agarrados de la
mano y riendo, la mujer se protegía con el abrigo de su novio. Elena se sintió
como si algo infinitamente valioso le hubiera sido arrebatado para siempre. Era
la inocencia y el optimismo. Durante aquel breve momento antes de que Damon Salvatore hubiera lanzado la bomba, ella
había saboreado algo de felicidad por primera vez en años.
Su corazón se endureció cuando abrió la puerta; él
había destrozado sus sueños y esperanzas y lo odiaba con una intensidad que la
asustaba.
En el cuarto de baño, se quitó la ropa mojada y se
puso un albornoz. Al ver su reflejo en el espejo, se quedó paralizada. Se veía
demacrada. Las pecas destacaban con intensidad sobre su pálida piel. Se veía la
cara demasiado larga, los pómulos demasiado marcados, los ojos sombríos, y el
vivo y brillante tono rojo de su cabello se había apagado.
Se llevó las manos al vientre y no pudo contener las
lágrimas. Tras la muerte de Nicklaus, había pensado que sería libre para
empezar de nuevo, libre para vivir su propia vida, pero el destino la había
golpeado en la cara. Se secó las lágrimas y se sonó la nariz. Tenía que comer.
Tenía que cuidarse. Tenía que encontrar un trabajo. De algún modo tenía que
mantenerse a sí misma y al bebé. Aún la sorprendía el inmediato y devorador
amor y protección que había sentido por ese pequeño ser desde el momento que
descubrió que estaba embarazada, a pesar de las circunstancias de su concepción.
Además, había una emoción más profunda unida a eso, pero Elena no quería
analizarla. Fue a la cocina a calentarse la sopa casera que le había sobrado
del día anterior y, cuando se sentó, se fijó en la carta que había sobre la
mesa a su lado; una carta que había abierto esa misma mañana. El pánico
amenazaba con volver y arrebatarle el apetito. La amenaza contenida en la hoja
de papel la hizo temblar por dentro. Se obligó a comer, a no pensar, y entonces
se dispuso a ojear los periódicos. Rodeó las ofertas de trabajo y las colocó en
orden, de modo que al día siguiente, y una vez más, pudiera comenzar a hacer
llamadas y a dejar su currículum en distintas empresas.
Una hora después abrió el último periódico con desgana
porque deseaba irse a dormir, pero entonces su corazón comenzó a palpitar
descontroladamente cuando vio en él una fotografía de Damon Salvatore. No podía apartar los ojos de él,
esos duros rasgos estaban suavizados por una sonrisa que lo hacía parecer más
guapo todavía.
Se le veía feliz. Se le veía satisfecho. Parecía estar
despreocupado.
Inconscientemente, ella se llevó la mano al vientre,
¿Qué derecho tenía él a ser feliz mientras que ella estaba allí sentada
prácticamente en la pobreza absoluta, embarazada de su hijo después de que él
hubiera decidido jugar a ser Dios con su vida? Cerró los ojos un instante antes
de volver a mirar el sonriente rostro de Damon
Salvatore. Toda la humillación y el dolor que sintió por su premeditada
venganza la embargaron con tanta fuerza como si hubiera sucedido el día antes.
El deseo que había mostrado no había sido lo que ella se había esperado y
creído.
Damon estaría
en Dublín la noche siguiente para celebrar la apertura de su nuevo restaurante.
Elena podría haber pensado que él lo habría hecho a propósito, para enviarle
una nueva advertencia, pero ella sabía que había sido algo irracional. No era
más que una coincidencia increíblemente cruel.
Volvió a leer el artículo, más despacio esa vez. En el
evento anunciaría la fusión con Caleb Cameron, un conocido empresario afincado
en Irlanda.
Elena sabía que tendría que hacer algo mientras él
estuviera tan cerca; tenía que hacerle ver que no podía llevarse por delante la
vida de una persona; su vida. Él era responsable de la vida que crecía en su
vientre y algo profundamente visceral estaba alentándola a enfrentarse a él.
Damon Salvatore
contuvo las ganas de quitarse la corbata, desabrocharse los botones de arriba
de la camisa y alejarse de ese salón de baile abarrotado lo antes posible.
Quería estar en su isla, Sardinia, donde habría tranquilidad y el cielo estaría
lleno de las estrellas que a veces había soñado con tocar.
¿Qué le pasaba? Llevaba semanas que no se encontraba
bien. Dos meses, para ser exactos... Se quedó paralizado e inmediatamente quiso
desechar las vividas imágenes que acompañaban a esos pensamientos. Hacía dos
meses había empezado el proceso de curación que comenzaba con la venganza de la
muerte de su hermana, pero entonces, ¿por qué no se sentía bien?
Al ver a su buen amigo, Caleb Cameron, forzó a su
mente a librarse de esos perturbadores pensamientos, pero cuando vio el cabello
rojizo de su esposa, Maggie, sintió una sacudida, a pesar de que no era
exactamente el mismo tono de pelo que...
Los dos hombres se saludaron efusivamente.
—Por fin —dijo Caleb. —Creí que nunca te
convenceríamos para que abrieras tu negocio aquí.
Damon ignoró a
su amigo y se inclinó para besar a Maggie en las mejillas. Estaba embarazada de
su segundo hijo.
—Ha pasado mucho tiempo y lamentarnos no poder llegar
al funeral de Bonnie. Debió de ser devastador para ti y para Salvatore.
Realmente conmovido. Damon sintió algo oprimiéndole el pecho al ser
testigo de la intimidad y la calidez creada entre el matrimonio, Caleb adoraba
a su esposa y era muy protector con ella. Verlos juntos, aunque siempre
resultaba un placer tenía un efecto claustrofóbico en Damon. No dudaba ni por
un segundo que Cameron no fuera absolutamente feliz, pero sabía que la vida
hogareña no estaba hecha para él. Ninguna mujer ocuparía ese espacio en su
vida. Hacía mucho tiempo se había jurado no ser como su padre y entregarse a
una mujer que algún día podría tener el poder de destrozar a su familia. Lo
irritaba intensamente estar pensando en eso de nuevo... por segunda vez en
muchos meses.
Tras unos minutos juntos. Maggie les anunció la
llegada de un conocido común y cuando Damon
miró atrás, en la distancia y junto a las puertas, le pareció ver un
cabello rojo oscuro y una piel muy clara. No. No podía ser. El corazón le
golpeó con fuerza contra el pecho.
Elena se quedó fuera del salón de baile del exclusivo
hotel del centro de Dublín durante un largo rato. Los nervios la paralizaron
temporalmente. Tenía que aferrarse a la sensación de injusticia, a la rabia que
sentía en su pecho, porque de lo contrario fracasaría y dejaría que Damon Salvatore se marchara sin conocer las
consecuencias de sus actos. Respiro hondo y se reconfortó al pensar que, una
vez que hubiera hecho lo que pretendía hacen saldría de allí y se marcharía a
casa sintiéndose algo mejor. Cruzó las puertas y se estremeció ante todo ese
ruido y la multitud de asistentes. No se había molestado en arreglarse para la
ocasión; de hecho, el único vestido que tenía, el que había llevado la noche en
Londres, lo había tirado a la basura. Estaba vestida con unos pantalones
vaqueros y una camiseta lisa bajo una ligera chaqueta, sin maquillaje y con el
pelo recogido en una cola de caballo.
Lo vio casi de inmediato. Estaba de espaldas, pero lo
habría reconocido en cualquier parte. Su cuerpo, el muy traidor, reaccionó al
verlo. Ese físico alto y poderoso le resultaba íntimamente familiar: la
arrogante forma de ladear la cabeza, el pelo corto y negro, la espalda recta.
Ella misma había recorrido esa espalda con sus dedos mientras se arqueaba bajo
él Podía recordar el sabor salado de su piel, el modo en que él la había
llenado tanto que...
¿Podría seguir adelante con lo que se había propuesto?
A su lado estaba el otro hombre de la foto, tan guapo
como Damon y, sin duda, igual de rico.
Ignoró el miedo que le decía que saliera corriendo y siguió adelante,
acercándose cada vez más y más a Damon Salvatore.
Damon sintió un
escalofrió en la nuca. En ese momento, Caleb se detuvo a media frase, Maggie miró
a su derecha y él captó un evocador aroma a rosas; un aroma muy reciente en su
memoria. Su cuerpo ya estaba respondiendo enérgicamente, de un modo que no
había sentido en... semanas, y ser consciente de ello supuso un duro golpe.
Con una extraña sensación en el pecho, se giró y allí
estaba Elena Gilbert, mirándolo con esos enormes ojos verdes moteados de
avellana. El tiempo pareció detenerse durante un largo rato mientras se
miraban.
Oyó a Maggie preguntar con curiosidad:
—¿Conoces a esta mujer?
—No, creo que no —contestó, negando la respuesta que
ella estaba evocando en él.
Y así, se dio la vuelta y siguió hablando con Maggie y
Caleb.
Damon no estaba
acostumbrado a enfrentarse a verdades difíciles de asimilar. Él nunca huía de
nada, pero allí, y por primera vez en su vida, estaba reaccionando con tanta
fuerza a una emoción que no quería explorar, que estaba escondiendo la cabeza
bajo tierra.
Elena no podía creer que él hubiera hecho eso, que
hubiera negado que la conociera. La rabia se apoderó de ella y comenzó a
temblar incontrolablemente mientras se movía para situarse directamente
enfrente de Damon, que la miró como diciéndole: «Ni te atrevas». Aunque lo
hizo. Se atrevió.
—¿Cómo puedes fingir que no me conoces?
—¡Gilbert!
Elena sonrió con aire triunfante.
—Si no me conoces, ¿cómo sabes mi apellido?
Sabía que tenía que aprovecharse del factor sorpresa
durante unos cuantos segundos como mucho y se giró hacia la pareja pensando:
«Este hombre es colega de Damon... Si pudiera manchar su reputación, aunque
sólo fuera un poco...»
Se había hecho el silencio entre la multitud que los
rodeaba.
—¿Sabíais que hace dos meses vuestro amigo estuvo
conmigo en Londres? Planeó...
Sus palabras se detuvieron al sentir un fuerte dolor
en el brazo: Damon la había agarrado y
la estaba alejando de allí, tirando de ella entre la multitud con tanta
facilidad como si pesara poco más que una pluma.
Abrió la boca y, como si le hubiera leído la mente, Damon le dijo:
—Ni una palabra más, Gilbert.
La multitud se separó como el Mar Rojo y enseguida
llegaron a la puerta del salón de baile. Antes de poder darse cuenta, Damon la había llevado hasta una esquina del
vestíbulo.
—No has tenido por qué sacarme de ahí como si fuera
una niña de dos años —le dijo ella frotándose el brazo cuando la soltó.
Nunca hasta ahora lo había visto tan furioso... y
¿cómo era posible que, a pesar de ello, pudiera estar fijándose en lo
impresionante que resultaba vestido con un esmoquin tradicional? Estaba más
guapo de lo que recordaba, si eso era posible, y le dolía como si la hubiera
atravesado un puñal pensar que tal vez sentía algo por él a pesar de cómo la
había tratado.
—¿Ah, no? ¿Y qué tendría que haber hecho? ¿Dejarte
soltar toda la sórdida verdad? ¿Que eres responsable de...?
—¡Para! —le susurró con desesperación, de pronto
abrumada por verse tan cerca de él.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —le contestó ella con la
intención de ganar tiempo y sabiendo perfectamente bien por qué estaba allí. Su
furia estaba disolviéndose y formando una masa de emociones confusas ahora que
lo tenía delante.
—Tengo negocios aquí, aunque no es algo que a ti te
importe.
Elena respiró temblorosa y miró a otro lado. Ya estaba
allí. Tenía que hacerlo, A eso había ido. Él tenía que saber lo que había
hecho.
—Bueno, yo también tengo unos asuntos aquí. Algo que
tengo que tratar contigo.
Damon se acercó
a ella y vio cómo se abrieron sus ojos y se le sonrojaron las mejillas. Volvió
a inhalar su aroma y le sorprendió ser capaz de no bajar la mirada a su cuerpo,
a sus pechos. Tenía el vivido recuerdo de haberle cubierto uno de sus pechos,
de lo bien que había encajado en la palma de su mano, y de cómo había sido el
tacto de ese terso pezón bajo su dedo. ¡Y de cómo había sabido!
En sólo un instante, una erección tomó forma bajo sus
pantalones y eso le hizo recordar que ninguna mujer desde entonces había vuelto
a encender su libido. Se excitó como un colegial viendo por primera vez a una
mujer desnudándose. No podía creerlo.
—¿Y bien? ¿De qué se trata? Dímelo ahora mismo o haré
que te echen a la calle.
Elena se negaba a sentirse intimidada y se acercó más
a él antes de decirle:
—Estoy embarazada de ti. Me temo que las consecuencias
de tu venganza de aquella noche han ido más allá de lo que te esperabas.
Damon se quedó
quieto por un momento antes de dar un paso atrás,
—No es posible. Usé protección —le dijo con expresión
de alivio.
—Bueno, debió de romperse o algo así, porque, te guste
o no, estoy embarazada. De tu hijo.
Damon visualizó
por un momento la imagen de Caleb y Maggie y de lo protector y atento que su
amigo se mostraba con su esposa embarazada. Después, intentó tranquilizarse con
la idea de que Elena estaba mintiendo. Tenía que estar mintiendo.
—¿Has tardado dos meses en planear la forma de volver
a mí? —dijo entre risas. —¿Y me vienes con esto? ¿Qué pensabas que sucedería?
¿Que te suplicaría que te casaras conmigo por el bien de nuestro hijo? ¿Es que
no has podido encontrar a otro millonario iluso al que timar... a Stefan Donovan , por ejemplo? ¿A su padre verdadero?
A Elena se le encogió el corazón.
—Ya te lo dije. No me acosté con ese hombre y, por
otro lado, no se me ocurriría un destino peor que tener que casarme contigo. Lo
único que quiero es que sepas en lo que han derivado tus actos; sobre todo,
teniendo en cuenta tu libertad y la vida tan fácil que llevas. No quiero que
después me acuses de haber mantenido en secreto que tenías un hijo.
Damon se giró
hacia un lado y Elena actuó por puro impulso al pensar que pretendía marcharse
y rechazarla otra vez. El dolor era demasiado. Tenía que decir algo para que la
creyera. Lo agarró de la manga y lo detuvo. Él la miró a los ojos.
—Odio admitir esto delante de ti, pero esa noche era
virgen, aunque tú ni siquiera lo notaras. Este bebé es tuyo y de nadie más
—soltó una carcajada a caballo entre un llanto estrangulado y un gemido de
dolor. —¿Crees que después de esa noche me puse a buscar a alguien que me
dejara embarazada para luego poder venir a por ti y decirte que el bebé es
tuyo?
Damon se quedo
paralizado. Podía oír esas palabras, pero de algún modo no era consciente de
ellas, de lo que suponían. Tenía que estar mintiendo... Tenía que estar
mintiendo. Pero entonces recordó la imagen en la que estaba de pie ante él, con
esa sencilla ropa interior de algodón y con actitud de vulnerabilidad. Y
recordó también cómo, por un instante, había sospechado que podía ser virgen...
antes de que su mente volara a otra parte.
—No es posible.
—Puedes creerme o no, Damon, pero el hecho es que
estoy embarazada y que el bebe es tuyo.
Estaba mirándola con unos ojos tan fríos que Elena no
pudo creer cómo había podido ver algo de ternura y delicadeza en su mirada. Y
entonces, de pronto, decenas de flashes se dispararon a su alrededor. Los dos
miraron hacia la luz.
—¡Dio!
Los paparazis los habían pillado. Elena vio a Damon apartarle con brusquedad la mano de la manga
de su chaqueta con la intención de agarrarla por el brazo para llevarla a otra
parte y acusarla de haber orquestado esa situación. Pero ella lo esquivó y salió
corriendo abriéndose paso entre la multitud de periodistas que gritaban:
—¿Señor Salvatore, es cierto? ¿Van a tener un bebé?
¿Cómo se llama la chica?
Elena logró llegar a la puerta, aterrorizada de que Damon pudiera alcanzarla en cualquier momento. Se
subió al primer taxi que vio en la entrada del hotel y, cuando arrancó, miró
atrás para ver a Damon en la calle y
buscando el taxi con verdadera furia en la cara.
Elena se giró y le dio la dirección al taxista antes
de cerrar los ojos. ¿Qué había hecho? Comenzó a llorar y se puso una mano
contra el pecho para intentar controlar la emoción que estaba amenazando con
destrozarla por dentro.
No podía creer que se hubiera dejado llevar tanto como
para haberle revelado todo... hasta dónde se extendía su vulnerabilidad e
inexperiencia aquella noche. Y al hacerlo, al contárselo todo sobre el
embarazo, le había invitado a volver a su vida, a arruinarla más de lo que ya
lo había hecho... Porque de una cosa estaba segura: ni por un segundo esperaba
que Damon Salvatore se alejara de esa
situación.
genial¡ ahora empieza lo mejor¡ que ganas tengo de saber que hará daimon¡ gracias por el capitulo y espero con ganas el próximo¡¡ ^^
ResponderEliminarloli ortega serrano, me alegre que te esté gustando esta historia,las actualizaciones son todos los días.En un momento podrás disfrutar de un nuevo capítulo.
ResponderEliminarGracias por comentar,ya que estaba perdiendo la esperanza que el blog e incluso había pensado en eliminar el blog,ya que nadie comenta ;)
Nos vemos en el próximo capitulo