Capítulo 9
Elena y Damon fueron a París con Fanchon, la niñera.
El especialista examinó brevemente a Thomas y lo citó al día siguiente para las
pruebas.
Damon tenía una casa del siglo XVII en la Ile de St-Louis. Estaba en un sitio
increíble sobre el Sena. Le dijo a Elena que tenía que contestar algunas
llamadas y la dejó vistiéndose para la cena. Se puso un ceñido traje blanco con
un cinturón de cuero y, cuando arropó a Thomas, el niño le deseó las buenas
noches en francés.
Damon la tomó levemente de la cintura.
-Quiero que elijas el anillo de compromiso.
-Caray, estás siendo muy convencional -susurró ella.
-Quizá demasiado. Si lo prefieres, dejamos la idea del
anillo -replicó él con tono serio.
-No seas tonto, era una broma.
Elena se inclinó sobre los anillos y se enamoró de un
diamante sobre un anillo art déco.
-No te precipites -la reprendió Damon, que no se fiaba
de los impulsos.
-No, me gusta este -insistió Elena-. Es mi estilo
favorito.
Más tarde, Damon la llevó a un restaurante muy
elegante para cenar.
-Esto es lo que tendría que haber hecho la primera
noche -reconoció él-, pero no podía contenerme.
-No hablemos de esas cosas.
Elena estaba casi sin aliento al verlo con su
seguridad seductora.
-Quiero casarme contigo -dijo lacónicamente Damon-.
Realmente lo quiero.
-Pero yo no quiero que sea sólo por Thomas o por...
No dijo la palabra «sexo» porque se dio cuenta de lo
injusta que era. Él no la amaba, pero ella estaba siendo insistente como si de
esa manera pudiera cambiar las cosas. Si el anhelo y su hijo eran todo lo que
tenía, quizá tuviera que ser más realista.
Apenas supo lo que comió. Vio que otras mujeres lo
miraban y admiraban su elegancia y atractivo. Se sintió abrumada por el amor
hacia él.
-¿Vamos al club? -le preguntó él mientras tomaban café.
-No tengo ganas.
Lo deseaba. Lo deseaba tanto, que le dolía negárselo.
Él la siguió al cuarto de Thomas, recogió del suelo el viejo cordero de peluche
con el que Thomas había dormido desde que era un bebé, lo dejó junto a su hijo
y le estiró las sábanas.
-No puedo creerme que sea nuestro -dijo Damon-. Cuando
lo miro o pienso en él, me siento tan maravillado como cuando yo era niño en
Navidad.
A Elena le brillaron los ojos.
-Yo creía que era la única embelesada con él.
Salieron al pasillo y Damon se paró un momento con el
gesto muy serio.
-Si llego a saber que estabas esperando un hijo mío,
yo no te habría fallado, pero el día de la investigación del accidente no me
fiaba de estar a solas contigo...
-¿Por qué? -susurró ella, dominada por la emoción.
-Estaba muy furioso. Creía que me habías engañado con
el de la moto. Esa convicción incluso había destruido los mejores recuerdos. Sentía
una amargura enorme y no quería que lo notaras.
La había librado del temor a que ese día la hubiera
rechazado por ser la hija de William Gilbert. Sabía lo orgulloso que era, pero
le había dicho más de lo que seguramente él mismo sabía. Todos esos meses, él
había estado furioso y amargado por su supuesta traición. La duración de esos
sentimientos le indicaba que había sido algo más que un amor de verano para él.
-Pero me doy cuenta de que te parecí despiadado. No
fue mi intención. No me di cuenta de que ese día podía hacerte daño.
Ella se puso de puntillas, le rodeó el cuello con los
brazos y lo miró a los ojos.
-Lo sé. Gracias por el maravilloso anillo.
Damon, con un dominio de sí mismo desesperante, la
apartó un poco.
-Mañana tenemos que madrugar.
Era una noche calurosa y a ella ni siquiera le
apetecía acostarse. Esa misma tarde, Damon le había enseñado el piso; había una
piscina en el sótano. Bajó las escaleras e iluminó la piscina. Se desnudó, se
metió en el agua y suspiró de placer al notar el frescor sobre su piel
recalentada. Se dejó flotar con los ojos cerrados.
-Será mejor que salgas del agua si no quieres que haga
una locura -le avisó la voz áspera de Damon.
Ella abrió los ojos de par en par y se puso de pie con
un torpe chapoteo. Él estaba de cuclillas junto al borde de la piscina con el
pecho desnudo y se levantó.
-Esto es lo que uso en vez de una ducha de agua fría
-siguió él-. Estás mirando a un hombre desesperado.
Ella se ruborizó al ver la protuberancia que se
dibujaba debajo de los vaqueros negros. Él se soltó el botón y se bajó la
cremallera con una dificultad evidente. Ella volvió a fijarse en la línea de
vello negro que le dividía en dos el vientre. Apartó la mirada entre
avergonzada y admirada de él y nadó hasta los escalones. Cuando salió del agua,
se dio cuenta de su desnudez absoluta y de lo provocativo que tenía que
resultar para Damon que ni siquiera hubiera llevado una toalla para cubrirse.
Damon estaba inmóvil. Ella tenía el pelo húmedo
alrededor de su rostro y su piel tenía el resplandor voluptuoso de un melocotón
maduro.
-Te juro que no sabía que ibas a venir farfulló Elena-.
Te lo juro.
-Levántate... no te tapes con las manos... déjame ver
lo que quiero ver...
Lo miró a los ojos y notó que el corazón se le
aceleraba y la cabeza le daba vueltas. Se irguió, dejó caer las manos a los
costados y oyó la respiración entrecortada de Damon con una punzada de
satisfacción femenina.
-Es nuestra primera cita -le recordó ella.
-Así que soy un hombre fácil... -él no podía apartar
la mirada de sus pechos y de las gotas de agua que le caían de los pezones-. En
realidad, soy muy fácil, soy de los que se entregan enteramente en la primera
cita.
-¿De verdad?
Elena sintió un escalofrío aunque tenía calor. Sabía
que tenía que salir corriendo. El estaba dejándolo muy claro: si no se iba...
Se sentía como una mujerzuela lasciva porque le flaqueaban las rodillas sólo de
pensar en sus diestras manos sobre ella. No sentía vergüenza de exponerse a su
mirada y le parecía muy excitante.
Él la besó con un movimiento inesperado, le introdujo
la lengua entre los labios con fruición sexual, con una voracidad que hizo que
la sangre le hirviera como la lava. Estremecida por el deseo, dejó que él la
llevara al banco almohadillado que había junto a la pared, la tumbó y él se
agachó para lamerle las gotas de agua que le recorrían los pechos y juguetear
con los turgentes pezones. Le separó los muslos para explorar la carne
palpitante que se ocultaba bajo los rizos que cubrían su intimidad femenina.
Ella se ruborizó al notarse entregada a él.
-Damon...
-Te has vuelto tímida... -bromeó él.
Encontró la diminuta protuberancia insoportablemente
sensible y arrancó un jadeo de sorpresa de ella.
Se sentía dominada por una sensación ardiente y casi
dolorosa que le anulaba los sentidos y hacía que le resultara imposible
concentrarse en cualquier cosa que no fuera el placer.
-Este es otro motivo por el que tienes que casarte
conmigo -gruñó Damon rebosante de satisfacción-. Estás aquí a las dos de la
mañana porque el deseo te impide dormir, como me pasa a mí. Somos el uno del
otro.
-Pero...
-No me vengas con peros -le dijo Damon
autoritariamente.
Le introdujo un dedo en la humedad abrasadora y ella
se sintió perdida. Utilizó la boca y la punta de la lengua en la parte más
sensible de ella. Elena se dejó arrastrar y jadeó sin control mientras se
aferraba al pelo de Damon. Estaba atrapada por un placer como no había sentido
nunca y no podía hablar, no podía pensar, no podía asimilar nada que no fuera
la sensación increíble que estaba experimentando. Entonces, cuando ya había
perdido todo control, él la levantó como si fuera una muñeca, le dio la vuelta
para colocarla a su gusto y le introdujo por detrás la pétrea erección en su
vaina húmeda y anhelante.
-Oh... oh... -gritó Elena mientras él entraba cada vez
más profundamente.
Su dominación implacable era indescriptiblemente
excitante. Él impuso un ritmo frenético que le hizo perder la cabeza y alcanzó
el clímax hasta que todo el cuerpo se convulsionó con un orgasmo devastador.
Las piernas se le derrumbaron en ese momento. Damon dejó escapar una risa,
salió de ella, se tumbó en el banco y volvió a colocarla encima de él.
-Me excitas tanto que me siento como un animal -le
confesó él con voz entrecortada.
Ella gimió cuando él volvió entrar en sus palpitantes
entrañas.
-¿Soy demasiado brusco? -le preguntó con un gruñido.
-No... el placer me desborda -consiguió balbucir ella.
Damon le apartó el pelo de la cara, la besó y le
separó un poco los muslos para entrar más dentro.
-A mí también, ma belle.
Ella volvió a recuperar el placer desenfrenado. Cuando
notó que el magnífico cuerpo de Damon se estremecía y se liberaba, ella alcanzó
por segunda vez la misma intensidad de satisfacción incontrolable. El éxtasis
fue tal, que notó que los ojos se le llenaban de lágrimas. Lo abrazó y, cuando
percibió el olor de su virilidad ardiente, comprendió que nunca querría dejarlo
marchar.
-Esta noche también dormiremos juntos -dijo Damon
mientras la besaba en la cabeza-. Imagínate que uno de los dos muere mañana,
imagínate cómo nos sentiríamos si hubiéramos dormido separados.
La idea fue excesiva para el estado de ánimo de Elena
y sollozó.
-¡Nunca digas algo así!
-Sólo era una broma -la abrazó con todas sus fuerzas.
Por un instante espantoso, se la había pasado por la
cabeza la idea de que ella hubiera estado en el coche con su padre aquella
noche y cómo se habría sentido él.
-Pero esas cosas pasan.
-Ya hemos pasado casi una eternidad de mala suerte y
volvemos a estar juntos.
Damon, sin embargo, se preguntaba qué estaba
pasándole. ¿Por qué hablaba y pensaba de aquella manera? Era muy raro. Se
sentía desasosegado por la cantidad de sensaciones desconocidas que lo
embargaban. Naturalmente, ella le gustaba. El cariño no tenía nada de malo,
¿no? Ella también disfrutaba con ese tipo de cosas. Los abrazos, las manos
entrelazadas, las flores, todas esas sensiblerías estúpidas y carentes de
sentido. La abrazó, la agarró de la mano y decidió que le mandaría unas flores
por la mañana. En realidad sólo satisfacía las necesidades de ella y sólo un
malnacido egoísta le negaría los pequeños detalles que la hacían feliz.
Llevó a Elena a una ducha enorme.
-De día puedes ser tan formal como una virgen
victoriana, pero de noche eres mía.
Ella sintió una languidez dulce y placentera. Él la llevó
al dormitorio envuelta en una toalla. Una vez allí, la desenvolvió como si
llevara a cabo un acto simbólico y la tapó con las sábanas. Él se quitó los
vaqueros y se metió junto a ella. La abrazó y Elena se sintió invadida por una
oleada de seguridad. Hasta que se quedó dormida.
Damon se despertó y vio que su hijo de tres años los
miraba a los pies de la cama.
-¿Qué haces en la cama de mamá? -le preguntó con los
ojos como platos.
-Ha tenido una pesadilla -le contestó Damon sin mucho
convencimiento.
-¿Dónde está su camisón?
-Se le cayó... mientras tenía la pesadilla -le explicó
Damon aunque sin poder reprimir el rubor.
Elena, que también se había despertado, se echó a
reír.
-Deberías estar de mi lado -le dijo Damon por la
comisura de la boca.
-Tienes que hacerlo mucho mejor para que esté de tu
lado -soltó Elena, que empezaba a reírse un poco convulsivamente.
Damon la abrazó hasta que se calmó. Tenía a Elena
debajo de un brazo y a Thomas, que encontraba las risas muy contagiosas, debajo
del otro. Quizá debiera llamar a su madre para decirle que iba a casarse con la
hija de William Gilbert. No era un cobarde, pero prefería mandarle una nota y
mantenerse alejado hasta que se recobrara de su pérdida. Decidió que lo más
seguro y delicado sería llamarla por teléfono. ¿Se atrevería luego a llevar a Elena
para que la visitara? Se negaba a tener en cuenta la posibilidad de que
despreciara u ofendiera a Elena. ¿Debería decirle algo al respecto a su madre?
Esa tarde, Damon acompañó a Elena y a Thomas al piso
de su madre. No estaba tan sombrío como la última vez que había estado allí.
Las cortinas ya no estaban medio cerradas y algunas persianas estaban
levantadas. Además, se quedó impresionado cuando su madre se acercó a él para
saludarlo. No sólo sonreía, sino que ya no iba vestida de negro como había
hecho durante los últimos cuatro años.
Madame... -susurró Elena mientras le ofrecía una
mejilla al estilo francés.
-Elena... -la madre de Damon le dio un cariñoso beso
en cada mejilla-. Por favor, llámame Katherine.
Thomas abrió los brazos para darle un abrazo. Katherine
se agachó y le dijo que «abuela» en francés se decía «mamie».
Damon no podía creerse lo que estaba viendo. Era
imposible que su madre recibiera a Elena como a un miembro de la familia la
primera vez que la veía. Sin embargo, ahí estaba su madre entusiasmada con el
anillo de compromiso y escuchando la cháchara de Thomas, que la tenía agarrada
de la mano.
Damon se aclaró la garganta y las dos mujeres lo
miraron con un gesto de inocente sorpresa.
-Se acabó el numerito -dijo Damon rotundamente-. No
vais a engañarme. No soy tan tonto. ¡Vosotras ya os conocíais!
-¿Cómo lo has adivinado? -le preguntó irónicamente Elena.
Damon había recordado la primera vez que Caroline se
encontró con su madre después del compromiso. Aunque conocía a Caroline desde
la infancia, la educada recepción que le brindó su madre no tenía nada de
cariñosa.
Damon miró a su madre con cierta sorpresa.
-No te gustaba Caroline, ¿verdad?
Su madre se quedó un poco impresionada por su falta de
tacto en esa situación y suspiró.
-Supe que era una arpía desde que era una niña.
-¿Y cómo has conocido a Elena? -le preguntó Damon
mientras se preguntaba por qué Caroline tendría tan mala fama entre las
mujeres. ¿Arpía...?
-No hagas preguntas y no te diremos mentiras
-intervino Elena en un momento en el que ella, precisamente, se moría de ganas
por hacer una pregunta. ¿Caroline? ¿Damon y su madre se referían a la misma
mujer que ella había conocido en Dordoña?
Katherine dijo que quería hacer una fiesta para celebrar
su compromiso. Eso sirvió de distracción, sobre todo cuando Damon se esforzaba
por callar a su hijo, que había empezado a contar que su madre había tenido una
pesadilla tan horrible, que había perdido el camisón.
Una vez fuera del piso, Elena y Damon entraron en el
ascensor.
-Caroline... ¿Es la misma Caroline que conocí hace
unos años?
Damon lo confirmó con un gesto de la cabeza.
Así que él había estado con otra mujer. Elena se
sintió decepcionada. Caroline, efectivamente, era guapa, elegante e inteligente,
pero también había sido fría y desagradable, como comprobó ella después del
accidente de coche cuando subió a la villa con la esperanza de volver a ver a Damon.
Sin embargo, merecidamente o no, Caroline había conseguido lo que siempre había
deseado: su oportunidad de ser considerada por Damon algo más que una amiga. No
obstante, por una vez, la vida había hecho justicia, porque Damon estaba
evidentemente aturdido, se dijo-ella con satisfacción.
Pero esa satisfacción dio paso a una punzada de
intranquilidad.
-Entiendo que Caroline y tú estuvisteis juntos hace un
tiempo y que yo no tengo nada que ver con vuestra ruptura, ¿verdad?
-¡No seas boba!
Damon había decidido que decir toda la verdad sólo
causaría disgustos. Elena era feliz y, si supiera lo recientemente que había
estado comprometido con Caroline, se sentiría muy desdichada.
Durante la fiesta de compromiso, Elena se miró en el
enorme espejo del salón de Duvernay. Un collar de Cartier estilo déco,
amabilidad de Damon, adornaba su cuello y el vestido era de una elegancia que
la emocionaba. Era de un rojo rubí, dejaba los hombros al descubierto y se
ceñía perfectamente a su cuerpo hasta conseguir que resultara a la vez sexy,
femenina y elegante. Sin embargo, si no hubiera sido por Katherine, nunca se habría
atrevido a entrar en el templo de la alta costura de la Rue St -Honore.
Elena había disfrutado enormemente los ocho días
anteriores y no había parado de hacer todo tipo de cosas. Había comido con Damon
debajo de un árbol de Las Tullerías, había visitado Disneyland con Thomas,
había estado en museos increíbles y una noche inolvidable había salido hasta al
amanecer. Habían hablado de su carrera como artista y se habían besado
ansiosamente, como adolescentes, detrás de las puertas. Había estado con Damon
casi todo el tiempo y había comprendido que había tenido muy buen gusto cuando
se enamoró de él.
Él se había vuelto muy romántico y no dejó de mandarle
flores y hacerle regalos. Katherine la había recibido con los brazos abiertos y
había conseguido que volviera a sentirse como parte de una familia.
Entretanto, independientemente de que ella todavía
tuviera que aceptar formalmente su matrimonio con Damon, los planes de boda
habían seguido su curso impulsados animadamente por Katherine. La aceptación de
Elena empezaba a parecer innecesaria. Dentro de treinta y seis horas,
celebrarían una ceremonia civil en el ayuntamiento a la que seguiría una
bendición en la iglesia.
Elena estaba deseando casarse, entre otras cosas para
poder hacer el amor con Damon. Los dos habían aprendido una lección cuando Thomas
los sorprendió en la cama sin el anillo de boda. Además, Thomas se había
empeñado en que su madre durmiera con él por si volvía a tener una pesadilla.
Damon apareció por la puerta. Estaba guapísimo con un
esmoquin de Armani
-Apabullante -dijo él al verla-. Estás arrebatadora y
eres mía, ma belle.
La fiesta transcurrió con normalidad y el mejor
champán corrió a raudales. Thomas se alteró un poco por el interés que
concitaba y hubo que reprenderle un par de veces. Los familiares de Damon eran
más bien mayores y algo anticuados, pero muy amables y dispuestos a tratar a su
hijo como si fuera un pequeño príncipe. Damon sólo había invitado a algunos
amigos porque la boda estaba muy cerca. Elena sólo había conseguido invitar a
un amigo suyo, a Stefan Wendell. Su tía llegaría con su novio justo para la
boda antes de salir de viaje a Australia y Pippa no podía dejar solo a su
padre.
Caroline Forbes se presentó cuando la fiesta estaba en
su apogeo. Elena notó un silencio repentino y levantó la mirada. Le sorprendió
su aparición porque no sabía que estuviera invitada. Caroline, con un
impresionante vestido de noche negro y blanco, se dirigió directamente a Damon.
Dio un par de pasos de baile mientras cruzaba la habitación y le extendió una
mano. Él avanzó y aceptó la invitación. Elena sabía bailar suelto, pero no
había aprendido nada más y tampoco había hecho caso del empeño de Damon para
convencerla de que aprendiera los pasos porque no quería hacer el ridículo
durante la fiesta. La visión de Caroline dando vueltas en brazos de Damon fue
como un dardo que se le hubiera clavado en el corazón. Elena se sentía como la
jovencita acobardada que había sido cuatro años antes. El día que tenía que
tomar el vuelo para volver con su madrastra, fue corriendo a la villa de los Salvatore
para intentar desesperadamente ver a Damon antes de abandonar Francia. Él no la
había llamado ni había contestado sus llamadas.
Caroline apareció en la puerta detrás de un mayordomo.
-¿Qué quieres? -le preguntó bruscamente.
Elena se quedó atónita porque hasta aquel momento Caroline
siempre había sido amable con ella. Se encontró preguntándole si podía ver a Damon
como si ella tuviera que darle permiso.
-Todo ha terminado. Deberías darte cuenta de que te ha
abandonado. No quiere verte -Caroline la miró con un gesto de desprecio-. ¡Dice
que va a cambiar de número de móvil para que le dejes en paz!
Elena se sintió como si estuviera muriéndose al darse
cuenta de que Damon había recibido las llamadas y que aquella mujer estaba al
tanto. Ya estaba fatal por la muerte de su padre y por el sufrimiento
insoportable de sus amigas, y el rechazo de Damon la destrozó porque nunca lo
había necesitado tanto como en aquel momento. Se volvió para marcharse, pero Caroline
era una de esas especialistas en machacar a la victima que estaba caída.
-No me creo que pensaras que Damon Salvatore iba en
serio con una cualquiera como tú. ¿Crees en Santa Claus? -le espetó Caroline.
Elena volvió al presente y sacó pecho. Ya no era
aquella jovencita e iba a casarse con Damon dentro de día y medio. En esas
circunstancias podía permitirse ser elegante y pasar por alto la actitud de
aquella arpía. Al fin y al cabo, le gustara o no, Caroline parecía contarse
entre los amigos de Damon y tendría que tolerarla.
Algunos de los invitados mayores empezaban a marcharse
y Damon se entretuvo despidiendo a uno. Elena volvió sola al salón de baile. Caroline
se le acercó y Elena tuvo orgullo suficiente como para recibirla con una
sonrisa.
-¡A ver el anillo que te ha regalado Damon! -exclamó Caroline
con tono burlón.
-No creo que estés muy interesada -le replicó Elena,
que se sintió apocada al tener que levantar la cabeza para mirarla.
-Tengo verdadera curiosidad por compararlo -la arpía
extendió una mano con un diamante solitario enorme.
-¿Compararlo...? -Elena la miró sin entender nada.
-Este es el anillo que yo llevaba cuando estaba
comprometida con Damon. Míralo bien porque volveré a llevarlo cuando se
divorcie de ti -le auguró Caroline.
Elena se quedó helada.
-¿Cuándo estuviste comprometida con Damon? -Justo
hasta que apareció una cualquiera con su hijo bastardo. Compensa ser fértil,
¿verdad?
alaa¡ con lo bien que iba todo¡ tubo que aparecer la arpía de la historia a fastidiarla¡ gracias por el capitulo¡ espero con ganas el próximo >^.^<
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