Capítulo
22
Una
mañana, un mes después, Elena estaba sentada frente al espejo de la habitación
a la que la doncella la había llevado el día de su llegada. Tras colocarse la
última trenza en su sitio, no pudo evitar admirar lo bien que le sentaba aquel
vestido tan modesto.
La
prenda era una de las muchas que le habían comprado sus primos recientemente,
tras haberse negado rotundamente mientras acompañaba a su anfitriona de
compras.
Casi
sin darse cuenta, «unos días» se habían convertido en una semana, luego en
otra. Hasta el punto de que, cuando se detuvieron frente a la tienda de la
modista favorita de Bonnie para recoger unos vestidos encargados previamente y Bonnie
insistió en que se comprase alguno para ella, Elena finalmente sucumbió.
Sospechaba
que habían entrenado a Aubrey para que preguntara por qué su prima favorita no tenía
también un vestido bonito. Así que cuando la propietaria les mostró un vestido
rojo que el niño etiquetó de «preciozo» y Bonnie proclamó que hacía juego a la
perfección con sus ojos y con su pelo, Elena no había podido negarse.
Tal
vez fuera porque, tras un mes, ya no pensaba en lady Englemere como en una
marquesa, esposa de su primo el marqués, sino simplemente en su amiga Bonnie.
De hecho, esa imagen altiva no había sobrevivido a una cena en familia, cuando
se habían reunido con las hermanas pequeñas de Bonnie; Emily y Cecily, que
harán su debut la temporada siguiente. Las hermanas se trataban con una
familiaridad que le recordó a Elena la vida con su familia en la India.
Había
descubierto que su nueva amiga, lejos de haberse criado entre la aristocracia
más estirada, había crecido en la pobreza y había estado a punto de verse
obligada a casarse con un villano incluso peor que lord Lookbood para evitar
que la finca de su familia fuese vendida. Englemere, que por entonces era sólo
un buen amigo, la había salvado al ofrecerle un matrimonio de conveniencia, que
más tarde se convirtió en verdadero amor.
Incluso
aunque Bonnie no hubiera logrado cautivarla, Aubrey, con su inocencia infantil
y su corazón bondadoso, se ganó su simpatía desde aquel primer té juntos. La
segunda noche de su estancia, como los Englemere tenían que salir a cenar, el
niño había vuelto a escaparse de su habitación y había encontrado la suya. Una
vez allí, le había preguntado con sonrisa angelical si podría leerle un cuento.
Leerle se había convertido ya en una costumbre cada día, cada tarde antes de su
siesta y cada noche en que las obligaciones sociales de su madre hacían que se
ausentara de casa. Disfrutaba cuidando del niño, aunque a veces sentía pena al
pensar en el bebé que había perdido y en el hijo que probablemente nunca podría
tener. Había creído poder consumar ese deseo dando clases a los niños de la
finca. Pero, a pesar de su promesa de regresar en una semana para abrir la
escuela, descubrió que no podía hacerlo, pues seguía sintiéndose incapaz de ver
a Damon y tomar una decisión con respecto a él.
Incluso
se sentía más cómoda con su primo Englemere, aunque no estaba segura de si
alguna vez podría llamarlo «Tyler» de la manera desenfadada en que lo hacían su
esposa y sus cuñadas. Había resultado imposible seguir viéndolo como un alto
dignatario después de verlo sentado en el suelo de la habitación de su hijo
jugando con el niño y con sus soldados, o bromeando con su esposa, hacia la que
sentía un gran respeto y afecto.
También
le debía su gratitud por sus esfuerzos en nombre de su hermano. Sus peores
miedos habían sido confirmados cuando el señor Gresham les dijo que no sabía
nada del paradero de Matt. Había recibido una nota suya hacía unos tres meses,
época en la que debía de haber sido despedido de Blenhem Hill, en la que decía
que lo visitaría en Londres en breve. Pero Matt nunca apareció, y el abogado no
había vuelto a saber nada de él.
Lord
Englemere se había puesto entonces en contacto con la policía, que pocos días
antes se había presentado con noticias alarmantes y a la vez tranquilizadoras.
Por suerte Matt estaba vivo, pero al parecer había sido atacado tras abandonar
Blenhem y entregado inconsciente a un grupo militar, que lo había convertido en
miembro de la tripulación del Infatigable de su
majestad la reina. Englemere estaba ahora utilizando sus contactos en la armada
para conseguir que liberasen a Matt del servicio.
Por
mucho que Elena hubiese intentado aferrarse a sus prejuicios, parecía que no
todos los aristócratas eran tan despreciables como lord Lookbood.
Aunque
sin duda tendría una inmensa riqueza a su disposición, Bonnie era un ama de
casa frugal que poseía sólo un modesto vestuario y algunas joyas. Era una madre
devota y amable y una esposa amorosa. Así como una buena amiga. Por lo que Elena
había visto, Englemere asistía a muchas reuniones con los Lores en el
Parlamento, y tomaba parte en las decisiones importantes para Inglaterra.
No
era de extrañar que Damon supiera tantas cosas sobre política gubernamental,
pues obtenía las noticias de primera mano de boca de su gran amigo.
Elena
había pasado muchas horas a lo largo de ese mes pensando en ese otro caballero
en particular. Aunque al principio había querido dejar atrás todo lo ocurrido
en Blenhem Hill, de un modo u otro lo encontraba siempre en sus pensamientos.
Para
entonces, aun sintiéndose dolida por su mentira, Elena se había visto obligada
a admitir que, por lo demás, todo lo que le había dicho había sido verdad. En
asuntos de honor, compasión, inteligencia y preocupación por aquéllos que
estaban a su alrededor, sir Damon y el Damon que había conocido eran la misma
persona.
De
hecho poseía todos los rasgos que ella admiraba; salvo la sinceridad. Podría
admitir que había tenido serias razones para mentir, pero aún se sentía mal por
los medios que había elegido para desenmascarar a los radicales de Blenhem,
dadas las consecuencias para aquéllos a los que había engañado. Al presentarse
ante la gente como uno más, sin duda había llevado a los arrendatarios a confiarle
información que no habrían divulgado de haber sabido que estaban hablando con
el propietario de la finca. A ella le preocupaba qué sería del sargento
Russell, del posadero Kirkbride, de Davie y de los disidentes que se reunían en
la posada.
Y
tampoco lo había perdonado por inducirla a ella a pensar que era un hombre de
su mismo estatus, pues había conseguido con ello sonsacarle opiniones nada
positivas sobre los aristócratas en general; opiniones de las que aún se
avergonzaba. La había alentado a hablar libremente, a desnudar su alma ante
aquel hombre al que había llegado a considerar su más íntimo amigo… cuando en
realidad él no había contado nada sobre sí mismo.
Sin
embargo, ni su resentimiento ni su bochorno le impedían despertarse casi cada
noche con pensamientos y deseos que su cuerpo no podía controlar.
Deseos
y anhelos que magnificaban las demás cosas que echaba de menos de él; su
sonrisa, el guiño que le dirigía cuando le gastaba una broma, incluso el mechón
de pelo que siempre estaba tentada de apartarle de la frente. Todas esas
visiones y recuerdos se mezclaban en una masa amorfa en su estómago que
frustraba su intento de encontrar la paz.
Esperar
noticias de su hermano le había proporcionado la excusa perfecta para
permanecer allí más tiempo y posponer su decisión, oscilando entre regresar a
Blenhem y expulsarlo de su memoria para siempre. Entre echarlo de menos y
desearlo, entre la lujuria y el rencor. Entre el pasado y el futuro.
Tras
enterarse el día anterior del destino de su hermano, y sabiendo que no había
nada más que pudiera hacer por él allí, ya no tenía excusa para no tomar la
decisión. Se encontraba fustigándose a sí misma mentalmente por sentirse
incapaz de tomar una determinación cuando llamaron a la puerta.
Una
doncella entró e hizo una reverencia.
—Hay
alguien que desea veros, señora. Glendenning los ha hecho pasar al salón de
atrás. Dice que vienen de Blenhem Hill.
Elena
sintió un vuelco en el corazón antes de darse cuenta de que no podía tratarse
de Damon. Él no habría sido conducido al salón trasero, sino a la inmensa sala
de recepciones; o quizá, siendo íntimo de la familia, habría pasado
directamente a reunirse con Englemere en su estudio.
—Decidles
que bajaré enseguida —respondió, preguntándose quién podría ser. Fueran quienes
fueran, sin duda traerían noticias de Damon. Tras semanas de silencio, se dio
cuenta de que se moría por saber algo de él.
Tratando
de controlar el cosquilleo que sentía en el estómago, bajó corriendo las
escaleras hacia el salón trasero. Se detuvo en seco en la puerta, sorprendida,
aunque contenta, al ver al sargento Russell y a Mary, la camarera de la posada,
sentados allí.
—¡Cómo
me alegro de veros! —exclamó al entrar—. Especialmente a vos, sargento Russell.
No he oído nada del caso desde que me marché, y temía que, después del
testimonio de Barksdale, pudierais enfrentaros a severas repercusiones legales.
Qué aliviada estoy de que no sea así.
El
soldado se rió y negó con la cabeza.
—Oh,
pero nos arrestaron a todos —dijo—. Tras enterarse del ataque al carruaje de
sir Damon y del incendio en la hilandería, el juez no se mostraba inclinado a
indultarnos.
—Desde
luego —intervino Mary—. Durante un tiempo, en Hazelwick temimos que nuestros
hombres pudieran ser deportados… o algo peor.
—Sin
embargo, sir Damon trabajó incansablemente para liberarnos —dijo el sargento—.
Le dijo al juez que creía que no existía una conspiración auténtica, sólo una
insatisfacción justificada instigada por un hombre vengativo que se aprovechó
del caos en la zona para persuadir a los demás de que lo siguieran. Sir Damon
dijo que fue Barksdale el que planeó y llevó a cabo ambos ataques. El resto
éramos culpables sólo de tener mala cabeza por asociarnos con él.
—Sir
Damon convenció al juez —continuó Mary—. Sentenció a Forbes, a Harris y a
Matthews, líderes del grupo local, a prisión durante un tiempo y multó a
Kirkbride por dejar que el grupo se reuniera en su local. En cuanto a Jesse,
ningún abogado podría haber argumentado más elocuentemente que, después del
servicio prestado a su país y de las lesiones sufridas, habría sido una
injusticia castigarlo por una ofensa tan poco importante.
—¡Tal
vez sir Damon debería meterse en política! —exclamó el sargento riéndose—. Ni
siquiera el orador Hunt podría haberse metido a la multitud en el bolsillo con
esa facilidad. Al final el juez estuvo de acuerdo con él en ese punto. Me
liberaron sin cargos.
En
su argumento en defensa del sargento, Elena se dio cuenta de que Damon había
citado sus propias palabras, y se sintió aliviada al conocer el resultado.
Antes de que pudiera felicitar al sargento, Mary dijo:
—Pero
eso no es todo lo que hizo por Jesse, y por mí.
—Sir
Damon me dijo que necesitaba un puesto a la altura de mi talento —dijo el
soldado—, y lo suficientemente complejo como para mantenerme alejado de los
problemas. También aprobó mi deseo de irme a América, así que le escribió a
lord Englemere, que se ha ofrecido a contratarme para su negocio en Carolina.
Hemos venido hoy aquí a negociar los detalles del contrato. Luego, en cuanto
podamos casarnos, Mary y yo nos iremos al Nuevo Mundo para trabajar con la
madera y el algodón.
Mientras
Elena asimilaba toda esa información, llamaron a la puerta.
—Lord
Englemere os recibirá en su estudio, sargento.
—Yo
me quedaré a hablar con usted, señora Gilbert, si no tenéis inconveniente —le
dijo Mary.
—En
absoluto. Será un placer ponerme al día de lo que ha ocurrido en Hazelwick y en
Blenhem. Y quiero daros mi enhorabuena a los dos.
Tras
estrecharle la mano a su prometida, el soldado siguió al mayordomo.
—¡Así
que vais a casaros! —exclamó Elena cuando se quedó a solas con Mary—. El
sargento me habló una vez sobre el amor que había perdido. ¿Cómo os
reconciliasteis, si no te importa contármelo.
—En
absoluto —respondió Mary—. Sé que nunca lo imaginasteis, siendo yo la
casquivana del pueblo. Porque eso es lo que era. Conocí a Jesse cuando vino a
casa de permiso a visitar a su familia en Nottingham, y yo estaba allí ayudando
a mi cuñada con su bebé. Él me cortejó y, justo antes de marcharse, me pidió
que me casara con él. Pero, antes de que pudiéramos casarnos, llegó la noticia
de que Napoleón había escapado de Elba y Jesse tuvo que regresar. Yo prometí
esperarlo hasta que regresara del ejército. Pero entonces…—Mary se puso pálida
y relató brevemente cómo Barksdale la había violado y luego amenazado a su
familia con la ruina para comprar su silencio—. Cuando Jesse regresó, ya era
demasiado tarde. Yo sabía que me consideraría una fresca que lo había
traicionado. Y yo deseaba que él lo creyera, para que estuviera demasiado
furioso como para acercarse a mí y torturarme pensando en lo que podría haber
sido. Después de la vergüenza por lo ocurrido, no creía que mereciese a un
hombre tan bueno como él. Y ahora miradnos. ¡Vamos a casarnos! Y todo gracias a
sir Damon. Dijo que no había nada que pudiera cambiar lo mucho que yo había
sufrido, pero que podía ofrecerme un nuevo comienzo. La gente de Carolina me
conocerá sólo como la mujer de Jesse, la esposa del gerente de un negocio
próspero. Jesse y yo podemos empezar de nuevo, como si los años difíciles nunca
hubieran tenido lugar.
—Me
alegro mucho por ti —dijo Elena. ¡Qué maravilloso debía de ser poder empezar de
nuevo!
—¿Puedo
decir algo más, aunque no me incumba? —dijo Mary.
—Por
supuesto —respondió Elena.
—Sir
Damon trabaja duro; más duro desde que vos os marchasteis. Pero siempre parece
tan triste. Es evidente que se preocupa por vos. Que había algo entre ambos.
—¿La
gente dice que soy su amante? —preguntó Elena, alarmada.
—¿Su
amante? ¡No! Les dijo a todos que Barksdale había amenazado a vuestro hermano y
que vinisteis a Londres a averiguar qué le había sucedido. ¿Queréis decir que
él y vos…?
Maldiciéndose
a sí misma, Elena se dio cuenta de que, aunque le aliviaba saber que en
Hazelwick no hablaban de ella a todas horas, habría sido mucho más prudente no
delatarse a sí misma de ese modo.
Antes
de que pudiera decidir qué contestar, Mary se rió.
—No
os preocupéis, podéis confiar en mí para guardar el secreto. Todo el mundo sabe
que a sir Damon le gustáis, pero nadie sabe exactamente lo que vos sentís por
él. Ahora que… ¡Oh, Dios! —exclamó, como si acabara de llegar al meollo del
asunto—. ¿Erais amantes y vos no conocíais su verdadera identidad?
—No
—respondió ella.
—Imagino
que descubrirlo debió de ser… triste.
—Desde
luego.
—¿Os
sentisteis traicionada… humillada?
—Sí,
en efecto —contestó Elena, deseando acabar la conversación—.Aunque eso ya no
importa.
—Y
por eso os habéis mantenido aquí tanto tiempo.
—Sólo
en parte. He estado esperando noticias de mi hermano, que fue atacado por Barksdale.
—Estoy
segura de que sir Damon tenía sus razones para mentiros. Todo es posible cuando
amas a alguien. Imaginad, Jesse consiguió perdonarme a mí después de todo lo
que había hecho. Sir Damon le dijo a Jesse que, si me amaba, nos debíamos el
uno al otro intentarlo de nuevo. Que el amor, el amor verdadero, es escaso;
algo preciado por lo que merece la pena luchar. Y perdonar.
—¿Sir
Damon dijo eso?
Mary
asintió.
—Señora
Gilbert, jamás he conocido a un hombre tan atento, salvo Jesse, claro. Si
realmente os importa, ¿por qué no regresar a Blenhem y ver si existe la
posibilidad de empezar de nuevo?
Antes
de que Elena pudiera responder, apareció un sirviente.
—Lord
Englemere solicita que os reunáis con el sargento Russell y con él en su
estudio, señorita.
Mary
se puso en pie de un salto.
—Debo
irme. Ha sido un placer hablar con vos, señora Gilbert. Pensaréis en ello,
¿verdad?
—Lo
pensaré. Buena suerte a los dos, y enhorabuena.
Mary
se detuvo en la puerta antes de salir y le dirigió un guiño.
—Buena
suerte para vos también.
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