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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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13 julio 2013

En tus brazos Capitulo 22

Capítulo 22

Una mañana, un mes después, Elena estaba sentada frente al espejo de la habitación a la que la doncella la había llevado el día de su llegada. Tras colocarse la última trenza en su sitio, no pudo evitar admirar lo bien que le sentaba aquel vestido tan modesto.
La prenda era una de las muchas que le habían comprado sus primos recientemente, tras haberse negado rotundamente mientras acompañaba a su anfitriona de compras.
Nunca había tenido intención de aprovecharse hasta tal punto de la hospitalidad de los Stanhope. Dado que le resultaba imposible no corresponder a la amabilidad que le habían mostrado, había decidido quedarse al menos unos días, para que Englemere pudiera ayudarla a localizar a su hermano y ambos primos pudieran conocerse mejor. Pero entonces Aubrey le rogó que se quedara con él durante varias noches cuando sus padres habían salido, y Bonnie siempre parecía encontrar otra tienda o jardín o amigo que deseara que Elena visitara, y la investigación sobre el paradero de su hermano se alargaba más y más…
Casi sin darse cuenta, «unos días» se habían convertido en una semana, luego en otra. Hasta el punto de que, cuando se detuvieron frente a la tienda de la modista favorita de Bonnie para recoger unos vestidos encargados previamente y Bonnie insistió en que se comprase alguno para ella, Elena finalmente sucumbió.
Sospechaba que habían entrenado a Aubrey para que preguntara por qué su prima favorita no tenía también un vestido bonito. Así que cuando la propietaria les mostró un vestido rojo que el niño etiquetó de «preciozo» y Bonnie proclamó que hacía juego a la perfección con sus ojos y con su pelo, Elena no había podido negarse.
Tal vez fuera porque, tras un mes, ya no pensaba en lady Englemere como en una marquesa, esposa de su primo el marqués, sino simplemente en su amiga Bonnie. De hecho, esa imagen altiva no había sobrevivido a una cena en familia, cuando se habían reunido con las hermanas pequeñas de Bonnie; Emily y Cecily, que harán su debut la temporada siguiente. Las hermanas se trataban con una familiaridad que le recordó a Elena la vida con su familia en la India.
Había descubierto que su nueva amiga, lejos de haberse criado entre la aristocracia más estirada, había crecido en la pobreza y había estado a punto de verse obligada a casarse con un villano incluso peor que lord Lookbood para evitar que la finca de su familia fuese vendida. Englemere, que por entonces era sólo un buen amigo, la había salvado al ofrecerle un matrimonio de conveniencia, que más tarde se convirtió en verdadero amor.
Incluso aunque Bonnie no hubiera logrado cautivarla, Aubrey, con su inocencia infantil y su corazón bondadoso, se ganó su simpatía desde aquel primer té juntos. La segunda noche de su estancia, como los Englemere tenían que salir a cenar, el niño había vuelto a escaparse de su habitación y había encontrado la suya. Una vez allí, le había preguntado con sonrisa angelical si podría leerle un cuento. Leerle se había convertido ya en una costumbre cada día, cada tarde antes de su siesta y cada noche en que las obligaciones sociales de su madre hacían que se ausentara de casa. Disfrutaba cuidando del niño, aunque a veces sentía pena al pensar en el bebé que había perdido y en el hijo que probablemente nunca podría tener. Había creído poder consumar ese deseo dando clases a los niños de la finca. Pero, a pesar de su promesa de regresar en una semana para abrir la escuela, descubrió que no podía hacerlo, pues seguía sintiéndose incapaz de ver a Damon y tomar una decisión con respecto a él.
Incluso se sentía más cómoda con su primo Englemere, aunque no estaba segura de si alguna vez podría llamarlo «Tyler» de la manera desenfadada en que lo hacían su esposa y sus cuñadas. Había resultado imposible seguir viéndolo como un alto dignatario después de verlo sentado en el suelo de la habitación de su hijo jugando con el niño y con sus soldados, o bromeando con su esposa, hacia la que sentía un gran respeto y afecto.
También le debía su gratitud por sus esfuerzos en nombre de su hermano. Sus peores miedos habían sido confirmados cuando el señor Gresham les dijo que no sabía nada del paradero de Matt. Había recibido una nota suya hacía unos tres meses, época en la que debía de haber sido despedido de Blenhem Hill, en la que decía que lo visitaría en Londres en breve. Pero Matt nunca apareció, y el abogado no había vuelto a saber nada de él.
Lord Englemere se había puesto entonces en contacto con la policía, que pocos días antes se había presentado con noticias alarmantes y a la vez tranquilizadoras. Por suerte Matt estaba vivo, pero al parecer había sido atacado tras abandonar Blenhem y entregado inconsciente a un grupo militar, que lo había convertido en miembro de la tripulación del Infatigable de su majestad la reina. Englemere estaba ahora utilizando sus contactos en la armada para conseguir que liberasen a Matt del servicio.
Por mucho que Elena hubiese intentado aferrarse a sus prejuicios, parecía que no todos los aristócratas eran tan despreciables como lord Lookbood.
Aunque sin duda tendría una inmensa riqueza a su disposición, Bonnie era un ama de casa frugal que poseía sólo un modesto vestuario y algunas joyas. Era una madre devota y amable y una esposa amorosa. Así como una buena amiga. Por lo que Elena había visto, Englemere asistía a muchas reuniones con los Lores en el Parlamento, y tomaba parte en las decisiones importantes para Inglaterra.
No era de extrañar que Damon supiera tantas cosas sobre política gubernamental, pues obtenía las noticias de primera mano de boca de su gran amigo.
Elena había pasado muchas horas a lo largo de ese mes pensando en ese otro caballero en particular. Aunque al principio había querido dejar atrás todo lo ocurrido en Blenhem Hill, de un modo u otro lo encontraba siempre en sus pensamientos.
Para entonces, aun sintiéndose dolida por su mentira, Elena se había visto obligada a admitir que, por lo demás, todo lo que le había dicho había sido verdad. En asuntos de honor, compasión, inteligencia y preocupación por aquéllos que estaban a su alrededor, sir Damon y el Damon que había conocido eran la misma persona.
De hecho poseía todos los rasgos que ella admiraba; salvo la sinceridad. Podría admitir que había tenido serias razones para mentir, pero aún se sentía mal por los medios que había elegido para desenmascarar a los radicales de Blenhem, dadas las consecuencias para aquéllos a los que había engañado. Al presentarse ante la gente como uno más, sin duda había llevado a los arrendatarios a confiarle información que no habrían divulgado de haber sabido que estaban hablando con el propietario de la finca. A ella le preocupaba qué sería del sargento Russell, del posadero Kirkbride, de Davie y de los disidentes que se reunían en la posada.
Y tampoco lo había perdonado por inducirla a ella a pensar que era un hombre de su mismo estatus, pues había conseguido con ello sonsacarle opiniones nada positivas sobre los aristócratas en general; opiniones de las que aún se avergonzaba. La había alentado a hablar libremente, a desnudar su alma ante aquel hombre al que había llegado a considerar su más íntimo amigo… cuando en realidad él no había contado nada sobre sí mismo.
Sin embargo, ni su resentimiento ni su bochorno le impedían despertarse casi cada noche con pensamientos y deseos que su cuerpo no podía controlar.
Deseos y anhelos que magnificaban las demás cosas que echaba de menos de él; su sonrisa, el guiño que le dirigía cuando le gastaba una broma, incluso el mechón de pelo que siempre estaba tentada de apartarle de la frente. Todas esas visiones y recuerdos se mezclaban en una masa amorfa en su estómago que frustraba su intento de encontrar la paz.
Esperar noticias de su hermano le había proporcionado la excusa perfecta para permanecer allí más tiempo y posponer su decisión, oscilando entre regresar a Blenhem y expulsarlo de su memoria para siempre. Entre echarlo de menos y desearlo, entre la lujuria y el rencor. Entre el pasado y el futuro.
Tras enterarse el día anterior del destino de su hermano, y sabiendo que no había nada más que pudiera hacer por él allí, ya no tenía excusa para no tomar la decisión. Se encontraba fustigándose a sí misma mentalmente por sentirse incapaz de tomar una determinación cuando llamaron a la puerta.
Una doncella entró e hizo una reverencia.
—Hay alguien que desea veros, señora. Glendenning los ha hecho pasar al salón de atrás. Dice que vienen de Blenhem Hill.
Elena sintió un vuelco en el corazón antes de darse cuenta de que no podía tratarse de Damon. Él no habría sido conducido al salón trasero, sino a la inmensa sala de recepciones; o quizá, siendo íntimo de la familia, habría pasado directamente a reunirse con Englemere en su estudio.
—Decidles que bajaré enseguida —respondió, preguntándose quién podría ser. Fueran quienes fueran, sin duda traerían noticias de Damon. Tras semanas de silencio, se dio cuenta de que se moría por saber algo de él.
Tratando de controlar el cosquilleo que sentía en el estómago, bajó corriendo las escaleras hacia el salón trasero. Se detuvo en seco en la puerta, sorprendida, aunque contenta, al ver al sargento Russell y a Mary, la camarera de la posada, sentados allí.
—¡Cómo me alegro de veros! —exclamó al entrar—. Especialmente a vos, sargento Russell. No he oído nada del caso desde que me marché, y temía que, después del testimonio de Barksdale, pudierais enfrentaros a severas repercusiones legales. Qué aliviada estoy de que no sea así.
El soldado se rió y negó con la cabeza.
—Oh, pero nos arrestaron a todos —dijo—. Tras enterarse del ataque al carruaje de sir Damon y del incendio en la hilandería, el juez no se mostraba inclinado a indultarnos.
—Desde luego —intervino Mary—. Durante un tiempo, en Hazelwick temimos que nuestros hombres pudieran ser deportados… o algo peor.
—Sin embargo, sir Damon trabajó incansablemente para liberarnos —dijo el sargento—. Le dijo al juez que creía que no existía una conspiración auténtica, sólo una insatisfacción justificada instigada por un hombre vengativo que se aprovechó del caos en la zona para persuadir a los demás de que lo siguieran. Sir Damon dijo que fue Barksdale el que planeó y llevó a cabo ambos ataques. El resto éramos culpables sólo de tener mala cabeza por asociarnos con él.
—Sir Damon convenció al juez —continuó Mary—. Sentenció a Forbes, a Harris y a Matthews, líderes del grupo local, a prisión durante un tiempo y multó a Kirkbride por dejar que el grupo se reuniera en su local. En cuanto a Jesse, ningún abogado podría haber argumentado más elocuentemente que, después del servicio prestado a su país y de las lesiones sufridas, habría sido una injusticia castigarlo por una ofensa tan poco importante.
—¡Tal vez sir Damon debería meterse en política! —exclamó el sargento riéndose—. Ni siquiera el orador Hunt podría haberse metido a la multitud en el bolsillo con esa facilidad. Al final el juez estuvo de acuerdo con él en ese punto. Me liberaron sin cargos.
En su argumento en defensa del sargento, Elena se dio cuenta de que Damon había citado sus propias palabras, y se sintió aliviada al conocer el resultado. Antes de que pudiera felicitar al sargento, Mary dijo:
—Pero eso no es todo lo que hizo por Jesse, y por mí.
—Sir Damon me dijo que necesitaba un puesto a la altura de mi talento —dijo el soldado—, y lo suficientemente complejo como para mantenerme alejado de los problemas. También aprobó mi deseo de irme a América, así que le escribió a lord Englemere, que se ha ofrecido a contratarme para su negocio en Carolina. Hemos venido hoy aquí a negociar los detalles del contrato. Luego, en cuanto podamos casarnos, Mary y yo nos iremos al Nuevo Mundo para trabajar con la madera y el algodón.
Mientras Elena asimilaba toda esa información, llamaron a la puerta.
—Lord Englemere os recibirá en su estudio, sargento.
—Yo me quedaré a hablar con usted, señora Gilbert, si no tenéis inconveniente —le dijo Mary.
—En absoluto. Será un placer ponerme al día de lo que ha ocurrido en Hazelwick y en Blenhem. Y quiero daros mi enhorabuena a los dos.
Tras estrecharle la mano a su prometida, el soldado siguió al mayordomo.
—¡Así que vais a casaros! —exclamó Elena cuando se quedó a solas con Mary—. El sargento me habló una vez sobre el amor que había perdido. ¿Cómo os reconciliasteis, si no te importa contármelo.
—En absoluto —respondió Mary—. Sé que nunca lo imaginasteis, siendo yo la casquivana del pueblo. Porque eso es lo que era. Conocí a Jesse cuando vino a casa de permiso a visitar a su familia en Nottingham, y yo estaba allí ayudando a mi cuñada con su bebé. Él me cortejó y, justo antes de marcharse, me pidió que me casara con él. Pero, antes de que pudiéramos casarnos, llegó la noticia de que Napoleón había escapado de Elba y Jesse tuvo que regresar. Yo prometí esperarlo hasta que regresara del ejército. Pero entonces…—Mary se puso pálida y relató brevemente cómo Barksdale la había violado y luego amenazado a su familia con la ruina para comprar su silencio—. Cuando Jesse regresó, ya era demasiado tarde. Yo sabía que me consideraría una fresca que lo había traicionado. Y yo deseaba que él lo creyera, para que estuviera demasiado furioso como para acercarse a mí y torturarme pensando en lo que podría haber sido. Después de la vergüenza por lo ocurrido, no creía que mereciese a un hombre tan bueno como él. Y ahora miradnos. ¡Vamos a casarnos! Y todo gracias a sir Damon. Dijo que no había nada que pudiera cambiar lo mucho que yo había sufrido, pero que podía ofrecerme un nuevo comienzo. La gente de Carolina me conocerá sólo como la mujer de Jesse, la esposa del gerente de un negocio próspero. Jesse y yo podemos empezar de nuevo, como si los años difíciles nunca hubieran tenido lugar.
—Me alegro mucho por ti —dijo Elena. ¡Qué maravilloso debía de ser poder empezar de nuevo!
—¿Puedo decir algo más, aunque no me incumba? —dijo Mary.
—Por supuesto —respondió Elena.
—Sir Damon trabaja duro; más duro desde que vos os marchasteis. Pero siempre parece tan triste. Es evidente que se preocupa por vos. Que había algo entre ambos.
—¿La gente dice que soy su amante? —preguntó Elena, alarmada.
—¿Su amante? ¡No! Les dijo a todos que Barksdale había amenazado a vuestro hermano y que vinisteis a Londres a averiguar qué le había sucedido. ¿Queréis decir que él y vos…?
Maldiciéndose a sí misma, Elena se dio cuenta de que, aunque le aliviaba saber que en Hazelwick no hablaban de ella a todas horas, habría sido mucho más prudente no delatarse a sí misma de ese modo.
Antes de que pudiera decidir qué contestar, Mary se rió.
—No os preocupéis, podéis confiar en mí para guardar el secreto. Todo el mundo sabe que a sir Damon le gustáis, pero nadie sabe exactamente lo que vos sentís por él. Ahora que… ¡Oh, Dios! —exclamó, como si acabara de llegar al meollo del asunto—. ¿Erais amantes y vos no conocíais su verdadera identidad?
—No —respondió ella.
—Imagino que descubrirlo debió de ser… triste.
—Desde luego.
—¿Os sentisteis traicionada… humillada?
—Sí, en efecto —contestó Elena, deseando acabar la conversación—.Aunque eso ya no importa.
—Y por eso os habéis mantenido aquí tanto tiempo.
—Sólo en parte. He estado esperando noticias de mi hermano, que fue atacado por Barksdale.
—Estoy segura de que sir Damon tenía sus razones para mentiros. Todo es posible cuando amas a alguien. Imaginad, Jesse consiguió perdonarme a mí después de todo lo que había hecho. Sir Damon le dijo a Jesse que, si me amaba, nos debíamos el uno al otro intentarlo de nuevo. Que el amor, el amor verdadero, es escaso; algo preciado por lo que merece la pena luchar. Y perdonar.
—¿Sir Damon dijo eso?
Mary asintió.
—Señora Gilbert, jamás he conocido a un hombre tan atento, salvo Jesse, claro. Si realmente os importa, ¿por qué no regresar a Blenhem y ver si existe la posibilidad de empezar de nuevo?
Antes de que Elena pudiera responder, apareció un sirviente.
—Lord Englemere solicita que os reunáis con el sargento Russell y con él en su estudio, señorita.
Mary se puso en pie de un salto.
—Debo irme. Ha sido un placer hablar con vos, señora Gilbert. Pensaréis en ello, ¿verdad?
—Lo pensaré. Buena suerte a los dos, y enhorabuena.
Mary se detuvo en la puerta antes de salir y le dirigió un guiño.

—Buena suerte para vos también.

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