Capítulo 1
Damon Salvatore, con una expresión de interrogación en
sus perspicaces ojos oscuros, observó el retrato de su difunta tía abuela Bennett.
Una mujer silenciosa que nunca había dado que hablar y que, sin embargo, había
sorprendido a toda la familia con su testamento.
-Me duele tener que decirlo, pero mi pobre hermana
debió de perder la cabeza al final de sus días -se lamentó un hermano de la
fallecida sin salir de su asombro.
-¡Sin duda! Es increíble que haya dejado parte de los
terrenos de Duvernay a una extranjera que no es de la familia -corroboró otro
familiar lleno de ira.
Si el ambiente hubiera sido menos tenso, Damon habría
tenido que hacer un esfuerzo para no reírse del espanto de sus familiares. La
riqueza no les había restado nada de su apego atávico y apasionado hacia las
tierras de la familia. Sin embargo, la reacción de todos era desmesurada porque
el legado era minúsculo en valor monetario. Los terrenos de Duvernay medían
varios miles de hectáreas y la parcela en cuestión era una pequeña casa de
campo con un poco de tierra alrededor. Aun así, a Damon también le había
enfadado aquel legado que consideraba censurable y muy inconveniente. ¿Por qué
su tía abuela le había dejado algo a una joven a la que había visto unas
cuantas veces en su vida? Era un misterio que le encantaría desvelar.
-Desde luego, Bennett tenía que estar muy enferma,
porque su testamento es un insulto para mí -se lamentó entre sollozos Katherine,
la madre viuda de Damon-. El padre de esa chica mató a mi marido y mi propia
tía se lo recompensa...
Damon, con un gesto severo ante el desafortunado
comentario de su madre, permanecía junto a la ventana que daba a los elegantes
jardines de Duvernay mientras la dama de compañía de su madre se esforzaba por
consolarla. Aunque habían pasado casi cuatro años desde la muerte de su marido,
Katherine Salvatore seguía viviendo en su enorme casa de París con las
persianas bajadas, vestía de riguroso luto y nunca salía o se divertía. A Damon
le costaba recordar que su madre había sido una persona muy sociable con un
cálido sentido del humor. Se sentía impotente porque no había consuelo ni
medicación que aliviara lo más mínimo su dolor infinito.
También era verdad que Katherine Salvatore había
sufrido una pérdida devastadora. Sus padres se enamoraron de niños, habían sido
los mejores amigos durante toda su vida y su matrimonio había alcanzado una
intimidad excepcional. Además, su padre sólo tenía cincuenta y cuatro años
cuando murió. Henri Salvatore, un relevante banquero, gozaba del vigor y la
salud propios de un hombre en la flor de la vida. Sin embargo, eso no había
impedido que muriera prematuramente por culpa de un conductor borracho.
El conductor borracho había sido William, el padre de Elena
Gilbert. Esa noche espantosa cuatro familias fueron víctimas de un solo
accidente de tráfico y Henri Salvatore no fue el único que murió. Murieron el
propio William Gilbert, cuatro de los pasajeros que iban con él y un quinto
quedó gravemente herido y murió más tarde.
Cuatro familias inglesas habían estado pasando aquel
nefasto verano en la granja que había justo debajo de la imponente casa de
vacaciones de los Salvatore en Dordoña. Su difunto padre había comentado que
debería haber comprado esos terrenos para impedir que los ocupara una horda de
veraneantes ruidosos. Naturalmente, a ningún Salvatore se le habría pasado por
la cabeza mezclarse con turistas, cuya idea de la diversión parecía limitarse a
achicharrase al sol y beber y comer en exceso. Sin embargo, aquel verano sus
padres sólo pasaron unos días en la villa y Damon tuvo casi todo el tiempo para
trabajar en paz, salvo algunas visitas de amigos y de su novia de aquella
época.
Había tres Gilbert entre toda la gente que ocupaba la
granja: William Gilbert, Lisa, su joven segunda mujer, y Elena, hija de su
primer matrimonio. Antes de que conociera a Elena sólo había visto a las dos
mujeres desde lejos y no las distinguía. Lisa y Elena eran rubias y con buen
tipo y él no sólo había dado por supuesto que eran hermanas, sino que también
había dado por supuesto que eran de una edad parecida. Él no había tenido la
más mínima idea de que una era una colegiala...
Naturalmente, incluso a la distancia, Elena no podía
disimular su lascivia, se dijo Damon mientras hacía una mueca de desdén con su
sensual boca. Sin embargo, él, como cualquier joven presa de la lujuria de su
edad, había participado ávidamente en todo lo que siguió. Los baños de Elena
desnuda en la piscina iluminada sólo podían haber estado dedicados a él. Él
tampoco se había quedado en la casa exclusivamente para mirarla, pero la visión
de sus hermosos pechos y de la deliciosa curva de su trasero le había animado
considerablemente las tardes en las que se había quedado tomando una copa de
vino en la terraza.
No se culpaba por haber disfrutado de la visión.
Cualquier hombre se habría excitado al ver cómo exhibía sus encantos. Cualquier
hombre se habría aprovechado de una provocación tan evidente. Naturalmente,
entonces a Damon no se le ocurrió preguntarse por qué ella se quedaba tan a
menudo en casa mientras el resto salía a cenar todas las noches. Sólo al
pensarlo al cabo del tiempo había llegado a la conclusión de que lo había
estado provocando. Ella, desde luego, lo habría visto en el pueblo y enseguida
se habría enterado de quién era y lo que eso suponía. Al darse cuenta de que la
villa de los Salvatore daba a la piscina de la granja, ella habría supuesto que
antes o después él la vería bañarse desnuda.
A Damon no le había sorprendido lo más mínimo que Elena
hiciera todo aquello para atraparlo. Ya de adolescente se había dado cuenta de
que las mujeres encontraban irresistible su belleza morena y delgada y que eran
capaces de hacer casi cualquier cosa por llamar su atención. Sin embargo, nunca
se había envanecido de ese éxito extraordinario con las mujeres. Sabía
perfectamente que el sexo y el dinero formaban una combinación muy poderosa y
atractiva. Había nacido muy, muy rico. Era hijo único de dos hijos únicos muy
ricos y de adulto se había hecho más rico todavía. Heredó de los Salvatore el
talento para hacer dinero y su extraordinaria destreza empresarial. Dejó la
universidad a los veinte años y nueve meses después ya había ganado su primer
millón con los negocios. Cinco años después, cuando era el propietario de unas
líneas aéreas internacionales que estaban batiendo todos los récords de
beneficios y notaba cierto hastío de trabajar siete días a la semana, empezó a
sentirse aburrido. Aquel verano había anhelado algo diferente y Elena se lo
había proporcionado con creces.
Ella no se había andado con rodeos y había aceptado
sus condiciones. La había tomado en su primera cita. Después siguieron seis
semanas del sexo más desenfrenado que había conocido en su vida. Se había
obsesionado con ella. La insistencia de Elena en no quedarse a pasar la noche
con él y en mantener en secreto su relación le añadía una emoción ilícita a
cada encuentro. Sin embargo, lo que nunca podría olvidar era que, después de
sólo seis semanas de placer sexual sin límite, le había pedido que se casara
con él para poder gozar de aquel cuerpo maravilloso a cualquier hora del día.
¡Matrimonio! Damon seguía sintiendo un escalofrío al
acordarse. Su impresionante cociente intelectual no le había servido de mucho a
la hora de intentar contener una libido irrefrenable y se quedó sin palabras
cuando se enteró de que había estado acostándose con una colegiala. Con una
colegiala de diecisiete años que era una mentirosa compulsiva.
Mientras Caroline hacía todo lo posible para intentar
protegerlo de la amenaza de un escándalo atroz, él seguía presa de una lujuria
tal que había decidido que podría lidiar con una mujer a la que enseñaría a
decir la verdad y, además, la mantendría en la cama casi todo el tiempo. Sin
embargo, al día siguiente, vio a su hipotética novia comportarse como una
mujerzuela con un motorista y, dejando a un lado la ira, la incredulidad y el
disgusto, se vio liberado inmediatamente de su obsesión...
-¡Si esa Gilbert pone un pie en las tierras de los Salvatore,
mancillará la memoria de tu padre! -exclamó Katherine Salvatore.
Damon volvió de su ensimismamiento y parpadeó ante el
tono teatral de su madre.
-Eso no ocurrirá -afirmó con una convicción
tranquilizadora-. Le haré una oferta para que venda la parcela y ella,
naturalmente, aceptará el dinero.
-Es un asunto que te resultará muy desagradable -le
comentó Caroline con un susurro lleno de comprensión-. Déjame que yo me ocupe.
-Eres muy generosa, como siempre, pero no hace falta.
Damon miró con agradecimiento a la hermosa y elegante
morena con la que pensaba casarse.
Caroline Forbes era todo lo que tenía que ser la mujer
de un Salvatore. Él la conocía de toda la vida y sus orígenes eran parecidos.
Era abogada, una anfitriona excelente y muy tolerante con la fragilidad
emocional de su futura suegra. Sin embargo, en la relación de Damon con su
novia no había ni amor ni lujuria. Los dos consideraban que el respeto mutuo y
la sinceridad era lo más importante. Si bien Caroline quería darle hijos, la
intimidad física no la entusiasmaba y ya le había dejado claro que ella
prefería que satisficiera sus necesidades con una amante.
A Damon el acuerdo le parecía muy satisfactorio. Su
deseo de aceptar el lazo matrimonial había aumentado al saber que no le
privaría de la inapreciable libertad masculina de hacer lo que quisiera y
cuando quisiera.
Al cabo de un mes más o menos, tenía que ir a Londres
por trabajo y visitaría a Elena Gilbert para hacerle una oferta por la casa de
campo. Ella, sin duda, se quedaría atónita ante su presencia. Se preguntó como
estaría después de esos años. ¿Estaría estropeada? Sólo tenía veintiún años.
Estuvo a punto de encogerse de hombros.
Al fin y al cabo, a él no le importaba.
Una casa en Francia... se dijo Elena soñadoramente, un
sitio propio y soleado...
-Naturalmente, venderás la casa de la anciana por todo
lo que puedas sacar -dio por sentado Bonnie Black-. Te darán una buena cantidad
de dinero.
Elena, en cambio, pensaba en el aire puro del campo en
vez de los humos de la ciudad que según ella provocaba el asma de su hijo.
-Thomas y tú tendréis algo por si llegan las vacas
flacas.
Su tía, una mujer morena con avispados ojos grises,
asintió con la cabeza.
Elena seguía pensando en lo afortunada que había sido
porque Bennett Rousell le hubiera dejado una casa en Francia. Estaba convencida
de que tenía que ser el destino. Su hijo tenía sangre francesa y un golpe de
suerte extraordinario cuando menos lo esperaba les había proporcionado una casa
en Francia. ¡Eso estaba escrito! ¿Quién podía dudarlo? Miró a Thomas, que
estaba jugando en el pequeño jardín. Era un niño encantador con traviesos ojos
castaños, una piel olivácea y una mata de rizos oscuros. En ese momento su asma
no era grave, ¿pero cuánto podría empeorar si se quedaba en Londres? Elena
había empezado a planear su nueva vida en Francia con su hijo el mismo día que
recibió la carta del notario francés. El momento no había podido ser mejor, ya que
Elena buscaba desesperadamente una excusa para dejar la confortable casa de su
tía. Bonnie Black sólo tenía diez años más que su sobrina. Cuando, a raíz de la
muerte de su padre; Elena se había quedado en la ruina y además embarazada,
Alison le había ofrecido una casa. Elena sabía muy bien lo agradecida que tenía
que estarle.
Sin embargo, una semana antes, Elena había escuchado
una discusión entre Alison y su novio Edward que le había dejado con un
profundo remordimiento. Edward iba a tomarse un año sabático en el trabajo para
viajar. Elena ya lo sabía y también sabía que su tía no iba a acompañarlo. Lo
que Elena no sabía hasta que oyó accidentalmente la discusión era que Bonnie
Black prefería renunciar a ese viaje antes que decirle a su sobrina que tendría
que buscarse otro sitio para vivir.
-¡No tienes que gastarte tus ahorros! Esta casa es
tuya gracias a tus padres y podrías alquilarla por una buena cantidad mientras
estamos de viaje. Eso cubriría tus gastos -argumentaba Edward en la cocina,
mientras Elena buscaba las llaves para abrir la puerta trasera al volver de su
trabajo de la tarde.
-Ya hemos discutido esto -replicaba Alison-. No puedo
decirle a Elena que se vaya para que vengan unos desconocidos. Ella no puede
pagarse un alojamiento aceptable...
. -¿Quién tiene la culpa? ¡Se quedó embarazada a los
diecisiete años y está pagando su error! -Edward estaba furioso-. ¿Tenemos que
pagarlo nosotros? ¿No hemos tenido suficiente con apenas haber disfrutado de
unos momentos solos y, cuando lo hemos hecho, tú has tenido que cuidar a su hijo?
Elena sentía una punzada de dolor cuando se, acordaba
de aquella crítica tan feroz. Sin embargo, le parecía una crítica justificada.
Creía que tenía que haberse dado cuenta ella misma de que estaba abusando de la
hospitalidad de su tía. Se sentía abrumada por que Alison estuviera dispuesta a
hacer ese sacrificio por ella cuando ya había sido tan generosa. Naturalmente, Elena
sólo pensaba en cambiarse de casa lo antes posible para que Alison pudiera ser
libre de hacer lo que quisiera. Sin embargo, no quería que ella supiera que
había oído la discusión.
-No puedo dejar de preguntarme por qué una anciana
francesa se habrá acordado de ti en su testamento -reconoció Alison mientras
sacudía pensativamente la cabeza.
Elena salió de su ensimismamiento, abrió de par en par
los expresivos ojos verdes y se pasó por detrás de la oreja un mechón de pelo
entre rubio y color caramelo. Algunas cosas eran demasiado íntimas como para
hablarlas incluso con su tía.
-Bennett y yo nos llevábamos muy bien...
-Pero si sólo os visteis un par de veces...
-Ten en cuenta que lo que me ha dejado es una parte
minúscula de sus posesiones -dijo Elena queriendo dar una explicación-. Para mí
la casa de campo es algo increíble, pero para ella... debía de ser algo
insignificante.
Elena siempre había conectado muy profundamente con Bennett.
La primera vez había balbucido al reconocer que adoraba a Damon. La segunda, no
había estado tan segura de sí misma y no había podido ocultar su temor de que Damon
estuviera perdiendo interés. La tercera y última...
Algunos meses después de que terminara aquel funesto
verano, Elena había vuelto sola a Francia para declarar en la investigación del
accidente. Estaba deseando volver a ver a Damon. Elena creía que con el paso
del tiempo él habría podido comprender que los dos habían perdido a sus padres
adorados. Sin embargo, pronto se dio cuenta de lo equivocada que estaba porque,
si acaso, los meses transcurridos habían hecho que Damon estuviera más frío y
esquivo. Incluso Caroline, que había sido muy amistosa con ella, se mostraba
distante y hostil.
Elena, como hija de William Gilbert, había pasado a
ser una apestada para cualquiera que hubiera sufrido las consecuencias del
accidente.
Para ella, el día de la declaración fue tan doloroso y
crucial en su vida como los inmediatamente siguientes al accidente. Los meses
anteriores habían sido una pesadilla e incluso tuvo que pedir dinero prestado a
su tía para volver de Francia, pero soñaba ingenuamente con la reacción de Damon
al saber que era el padre de su hijo.
Sin embargo, el día de la declaración sus sueños se
derrumbaron como castillos de arena. Ni siquiera llegó a decirle que era el
padre de su hijo recién nacido porque ella no quiso comunicárselo delante de
tanta gente y él le negó la posibilidad de tener una conversación privada.
Ella, destrozada por tanta crueldad, se marchó antes de romper a llorar delante
de él, sus familiares y amigos. Una vez en la calle, notó que una mano le
tomaba la suya con un gesto de consuelo. Elena levantó la mirada llena de desconcierto
y se encontró con los ojos comprensivos de Bennett Rousell. Siento que la
familia se haya interpuesto entre Damon y tú -la mujer suspiró con una
lamentación sincera-. No debería haber sido así.
Bennett volvió a entrar precipitadamente en el edificio
antes de que ella pudiera responderle y reconocer que sospechaba que el rechazo
de Damon se debía a algo peor que la mera lealtad familiar.
-Piensas vender la casa de Francia, ¿verdad? -insistió
Alison.
Elena tomó una bocanada de aire y se preparó para
soltar la noticia.
-No... espero
quedármela.
Su tía frunció el ceño.
-Pero la casa... está en los terrenos de... Damon Salvatore...
¿no?
-Bennett decía que Damon iba muy poco por allí porque
prefería la ciudad -Elena hizo un esfuerzo enorme para decir su nombre en voz
alta-. También me dijo que la finca era extraordinariamente grande y que la
casa estaba en un extremo. Si mantengo la discreción, cosa que pienso hacer, él
ni siquiera sabrá que estoy allí.
Alison no parecía nada convencida.
-¿Estás segura de que no quieres volver a verlo?
-¡Claro que no! -Elena hizo una mueca-. ¿Para qué iba
a querer verlo?
-Para decirle lo de Thomas.
-Ya no quiero decirle nada de Thomas. Ya pasó el
momento de hacerlo -Elena levantó la frente porque si Damon y su esnob familia
se habían sentido ofendidos por su mera presencia, la existencia de su hijo
sólo habría aumentado la ofensa y el desprecio-. Thomas es mío y nos arreglamos
bien.
Alison no dijo nada porque no estaba convencida y
sabía lo vulnerable que Elena podía ser por culpa de su buen corazón y su
naturaleza confiada. Siempre se había sentido muy protectora con la única hija
de su difunta hermana y también había sido consciente del peligroso efecto que
tenía su sobrina en el sexo contrario. Elena tenía el pelo rubio con mechones
de color caramelo, los ojos verdes, hoyuelos y una figura increíble que parecía
un reloj de arena. La única cualidad que le sobraba a Elena era un atractivo
sexual que causaba estragos.
Cuando iba por la calle, los hombres no podían dejar
de mirarla y se sabía que había provocado algún accidente de coche. En
realidad, parecía como si la mala suerte persiguiera a Elena, se dijo
tristemente Alison al pensar en el cúmulo de desgracias que había habido en la
vida de su sobrina durante los últimos años. Aun así, Elena se metía en los
asuntos más disparatados y, aunque los resultados eran desastrosos muchas
veces, seguía siendo una optimista incurable.
Lo tuvo presente y Alison posó sus ojos grises y
llenos de nerviosismo en la joven que tenía delante.
-No quisiera resultar una aguafiestas, pero me parece
que no has tenido en cuenta lo caro que es mantener una casa de vacaciones en
otro país.
-¡Cómo! No estoy pensando en que sea mi casa de
vacaciones. ¿Eso era lo que estabas pensando? -Elena se rió-. Hablo de vivir
allí; de que Thomas y yo empecemos una nueva vida en Francia.
Su tía, atónita, la miró fijamente.
-Pero... no puedes hacer eso...
-¿Por qué? Puedo hacer mis miniaturas en cualquier
sitio y venderlas por Internet. Ya estoy haciéndome una base de clientes y ¿qué
puede haber más inspirador que el paisaje francés? -Elena rebosaba entusiasmo-.
Ya sé que el principio pasaré algunos apuros económicos, pero como soy dueña de
la casa, tampoco necesitaré muchos ingresos para salir adelante. Thomas tiene la
edad perfecta para ir a otro país y aprender otro idioma...
-¡Por el amor de Dios! Estás haciendo todos esos
planes y ni siquiera has visto la casa -exclamó Alison.
-Ya lo sé -Elena sonrió-, pero la semana que viene voy
a tomar el transbordador para ir a verla.
-¿Y si es inhabitable?
Elena se puso muy recta.
-Ya lo pensaré cuando la vea.
-Me parece que no estás siendo práctica -dijo Alison
con un tono más calmado-. Vivir en el extranjero puede parecer muy emocionante,
pero tienes que pensar en Thomas. En Francia no tienes familia, no hay nadie
que pueda ayudarte si tienes que trabajar o caes enferma.
-Pero estoy deseando ser independiente.
Alison primero se sintió sorprendida y luego dolida.
A Elena no la afectó porque sabía que era su argumento
más convincente.
-Alison, tengo que seguir adelante por mis propios
medios, tengo veintiún años.
Su tía se levantó y empezó a recoger los platos de la
cena con las mejillas sonrojadas.
-Lo entiendo, pero no quiero que quemes tus naves y
luego te des cuenta de que has cometido un error.
Elena se quedó sentada y pensó en todos los errores
que había cometido. Thomas entró corriendo por la puerta de la cocina y se
arrojó en sus brazos. Con la respiración entrecortada y entre risas, el niño se
sentó en la rodilla de su madre y le dio un abrazo.
-Te quiero, mamá -dijo alegremente.
Ella lo abrazó con fuerza. Casi todo el mundo era
demasiado considerado como para decírselo, pero ella sabía que todos pensaban
que Thomas había sido su mayor error. Sin embargo, cuando su vida se torció,
sólo la perspectiva de tener aquel bebé le había dado fuerza para seguir
adelante y la confianza en que el futuro sería más feliz. Damon había sido como
un sol en su vida y, cuando salió de ella, se hizo una oscuridad eterna.
Alison se volvió del fregadero para mirar a su sobrina
con el ceño fruncido.
-Antes de que vinieras a vivir aquí, yo trabajaba con
un tipo llamado Sean Wendell. Le encantaba Francia y se fue a vivir a Bretaña
donde puso una agencia inmobiliaria. Todavía nos felicitamos por Navidad, puedo
llamarlo y pedirle que te ayude mientras estás allí.
El gesto de preocupación de Elena dio paso al de
sorpresa.
-Ya sé, ya sé... -continuó Alison-. No debería meterme
donde no me llaman, pero, hazlo por mí, deja que Sean te ayude. Me moriría de
la preocupación.
-Pero, ¿en qué voy a necesitar ayuda exactamente?
-preguntó Elena con tono decaído.
-Bueno, de entrada, tendrás que tratar con el notario
y seguro que habrá que hacer papeleo. Tu francés es muy elemental y quizá no
sea suficiente.
Elena sabía que su conocimiento del idioma era escaso,
pero no le gustaba la idea de tener que depender de un desconocido. Sin
embargo, la verdad era que en ese momento no podía concentrarse en lo que le
resultaba un problema nimio cuando el pasado ocupaba toda su cabeza.
Mientras ayudaba a Thomas a acostarse, los recuerdos,
dolorosos y estimulantes, la arrastraron a cuatro años antes, al verano que ya
le parecía como si hubiera pasado hacía un siglo...
Podía recordar que durante toda su infancia, su
familia y sus tres amigos más íntimos, los Stevenson, los Ross y los Tarbert,
habían ido a Dordoña de vacaciones y habían alquilado una casa lo
suficientemente grande para las cuatro familias. Los Stevenson tenían una hija,
Pippa, que era de su misma edad y su mejor amiga. Los Ross tenían dos hijas,
Hilary, que era seis meses menor, y Emma. Los Tarbert sólo tenían una hija,
Jen. Cuando Pippa, Hilary, Jen y ella eran muy pequeñas, iban a las actividades
de la misma iglesia y sus madres se habían hecho amigas. Más tarde, las
distintas familias se habían mudado a diversos sitios, pero mantuvieron la
amistad y las vacaciones en Francia.
Sin embargo, en el otoño de su dieciséis cumpleaños,
su vida feliz y tranquila, que ella había tenido por segura, se esfumó sin
previo aviso. Su madre murió por las complicaciones de una gripe. Su padre
quedó destrozado por la repentina muerte de su mujer, pero seis meses después
volvió a casarse sin comentarlo con nadie. Lisa, su segunda mujer, había sido
la recepcionista rubia y de veintidós años que había trabajado en su
concesionario de coches. Elena se quedó tan atónita como todo el mundo.
Casi de la noche a la mañana, su padre se había
convertido en un desconocido que se vestía como si fuera mucho más joven y que
se comportaba como si también lo fuera. Ya no le dedicaba tiempo a su hija
porque su novia tenía ataques de celos si le prestaba atención. Para contentar
a Lisa, se compró otra casa y se gastó una fortuna. A Lisa le disgustó Elena
desde el principio y le dejó muy claro que era la tercera en discordia y que
eso la molestaba.
Naturalmente, aquel verano Lisa no había querido ir de
vacaciones a Francia con los amigos de su marido, pero, por una vez, su padre
se mantuvo firme.
Lisa, llena de resentimiento, no hizo ningún esfuerzo
por encajar y se ufanó por asombrar a los amigos de su marido con su
comportamiento. Ella, una adolescente hipersensible, se había muerto de
vergüenza mil veces y evitó en la medida de lo posible la compañía de los
adultos.
Además, por desgracia, también se había sentido como
una extraña en compañía de Pippa, Hilary y Jen. Sus amigas, con sus hogares,
sus padres sanos y salvos y su inocencia, parecían a años luz de ella. Ella se
había mantenido fiel a su padre y no había dicho a nadie lo desgraciada y sola
que se sentía. Entonces vio a Damon y todo y todos los que la rodeaban dejaron
de existir.
Fue al segundo día de las vacaciones. Ella estaba
sentada en un murete del somnoliento pueblo que había cerca de la granja
mientras rumiaba la humillación de que Lisa la hubiera llamado «pequeño bicho
repugnante» delante de los espantados padres de Pippa. Entonces, un precioso
coche deportivo amarillo dio la vuelta a la esquina como un animal rugiente y
se detuvo en la calle a unos metros de ella.
Un hombre muy alto y atlético con gafas de sol se bajó
y fue a la terraza del café. Llevaba una camisa blanca descuidadamente
remangada y unos pantalones de algodón color marrón claro. Se sentó en una
mesa, le dio un billete al hijo del dueño, y este fue a la tienda que había al lado
para comprarle el periódico. Lo había hecho con tanta elegancia, que ella no
perdió detalle de ninguno de sus movimientos.
El dueño del bar lo saludó con un respeto casi
reverente y volvió a limpiar la mesa que ya estaba limpia. Le llevaron el café
y el inevitable cruasán con una deferencia indisimulada y luego el periódico.
La escena le había parecido tan francesa, que ella estaba fascinada. Entonces, Damon
se colgó las gafas de sol del bolsillo de la camisa. Ella no podía apartar la mirada
de aquella cara delgada y bronceada; del pelo negro que le tapaba la frente; de
los impresionantes ojos oscuros como la noche más cerrada. El corazón le latía
con tal fuerza, que apenas podía respirar.
Él la miró un instante y ella quedó hipnotizada,
atrapada, arrollada por una tormenta. Fue como si el amor la hubiera atravesado
como un rayo súbito y certero. Él volvió a concentrarse en el periódico. Ella
volvió a mirarlo y a deleitarse con la mera contemplación de su perfección
grácil y bronceada. Al cabo de un tiempo, él volvió a cruzar la calle, se montó
en el coche y se alejó lentamente, lo suficientemente despacio como para poder
mirarla con calma desde detrás de los cristales oscuros del deportivo
-¿Quién es? -le había preguntado ella al joven que iba
a limpiar la piscina de la granja..
Él no entendió la arrebatada descripción que hizo de Damon,
pero sí la del coche.
-Damon Salvatore. Su familia tiene una villa en la
colina. Tiene más dinero que un banco.
-¿Está casado?
-Debes de estar bromeando, las mujeres se lo rifan.
¿Por qué lo preguntas? ¿Crees que tienes alguna oportunidad? Para un hombre
como él, tú eres un bebé -se había burlado.
Al recordarlo, Elena hizo un esfuerzo por volver al
presente, pero le fastidiaba haber pensado en Damon. La herencia de Bennett le
había hecho volver a pensar en cosas que le habían enseñado unas lecciones que
le habían venido muy bien. Arropó al hijo de Damon y lo sonrió con cariño. Le
gustara-o no, Thomas era como su padre en miniatura.
Sin embargo, si ella podía hacer algo, Thomas nunca
consideraría a las mujeres como trofeos sexuales.
Una semana después, Elena vendió la única cosa valiosa
que conservaba: un prendedor con diamantes para el pelo que Damon le había
regalado. No le dolió nada desprenderse de él porque no lo había usado nunca y
no llevaba una vida en la que los prendedores con diamantes fueran muy útiles.
Le encantó comprobar que valía mucho más dinero del que había imaginado. Pudo
comprarse una vieja furgoneta de transporte y le quedó dinero para pagarse el
viaje al otro lado del Canal de la Mancha. Alison la convenció de que hiciera
sola el primer viaje y le dejara a su hijo durante un largo fin de semana. La
casa de campo seguramente estaría sucia y las nubes de polvo no serían muy
buenas para el asma de Thomas.
Una semana antes del viaje, Elena acababa de volver de
dejar a Thomas en la guardería y estaba desayunando cuando llamaron a la
puerta. Fue a abrir con media tostada en la mano. Tuvo que levantar la cabeza
para ver al hombre moreno vestido con un traje gris que había delante de ella y
la tostada se le cayó de la impresión.
-Te habría llamado por teléfono para avisarte de que
pensaba venir, pero el número de tu tía no aparece en la guía -susurró Damon
con una voz cristalina.
Elena se había quedado sin aliento. Su maravilloso
acento le recorrió la espina dorsal como si la tentara a algo oscuro y
prohibido. Sus sentidos se pusieron en estado de máxima alerta y no podía
apartar los ojos de aquellos rasgos delgados y exóticos. Sin saber bien lo que
hacía, dio un paso atrás, como si se sintiera inconscientemente amenazada. Una
amenaza apasionante, sin embargo, una amenaza deliciosa, una de esas amenazas
que atraía a todo lo que ella tenía de débil y voluptuosa. El estaba incluso
más irresistible de lo que ella recordaba y, por mucho que la espantara, su
corazón le latía como una perforadora.
Sin embargo, no podía creerse que Damon Salvatore
estuviera delante de ella, que estuviera a
punto de entrar en la casa de Alison, ni siquiera, que se dignara a
hablarle. No podía parecerle real.
Elena tenía los ojos clavados en él. La última vez que
se vieron, él la había tratado con un desprecio que la había atravesado como un
cuchillo, un cuchillo que debía de estar envenenado porque el dolor no terminó
entonces. Ella se había aborrecido por amarlo, se había despreciado por el
anhelo que no podía sofocar y había sentido lástima de sí misma por buscar los
rasgos de Damon en el inocente rostro de su hijo.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó Elena con un hilo de
voz.
Él entrecerró los ojos y esbozó una leve sonrisa que
suavizó su boca grande y viril mientras cerraba la puerta detrás de sí.., Se
apropió de todo el espacio, y el vestíbulo de la casa de Alison se redujo a
unas proporciones claustrofóbicas. Era mucho más alto, más fuerte y más
impresionante que lo que ella se había permitido recordar. También era
extraordinariamente guapo y lo sabía perfectamente. Era el tipo de hombre del
que ella debería haberse mantenido alejada. No había tenido la sensatez de
alejarse y, para su vergüenza eterna, se había acostado con él a las pocas
horas de conocerlo, lo cual era un motivo de tormento constante.
-He venido a hacerte una oferta que no puedes
rechazar.
-Ah, claro que puedo rechazarla... ¡rechazaría
cualquier cosa que me ofrecieras!
Elena lo dijo tan fogosamente como si le hubiera ofrecido
los siete pecados capitales envueltos en celofán.
Damon la observó sin alterar el gesto. Le miró la
melena color caramelo, los ojos como ascuas y las pecas que tenía en los
pómulos, pero la mirada se entretuvo en la boca carnosa, vulnerable y delicada.
Sólo tenía que mirar aquellos labios para recordarlos sobre su piel desnuda. Su
cuerpo lo traicionó y se endureció como una reacción instantánea. Él recordó
que ninguna mujer le había dado tanto placer, pero que ella también, a sus
espaldas, había ido en una Harley Davidson con un tipejo cualquiera. Notó que
la ira se apoderaba de él.
-¿Quieres apostar algo, chérie? -le preguntó con un
tono cansino y arrebatador.
uffff¡ genial¡ me dejaste sin palabras (y eso que es el primero jaja) gracias por el capitulo y espero el próximo¡ >^.^<
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