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GRACIAS

24 enero 2013

¿El francés tiene un hijo? Capitulo 1


Capítulo 1
Damon Salvatore, con una expresión de interrogación en sus perspicaces ojos oscuros, observó el retrato de su difunta tía abuela Bennett. Una mujer silenciosa que nunca había dado que hablar y que, sin embargo, había sorprendido a toda la familia con su testamento.
-¡Increíble! -exclamó un primo sin poder ocultar su desaprobación-. ¿En qué estaría pensando Bennett?
-Me duele tener que decirlo, pero mi pobre hermana debió de perder la cabeza al final de sus días -se lamentó un hermano de la fallecida sin salir de su asombro.
-¡Sin duda! Es increíble que haya dejado parte de los terrenos de Duvernay a una extranjera que no es de la familia -corroboró otro familiar lleno de ira.
Si el ambiente hubiera sido menos tenso, Damon habría tenido que hacer un esfuerzo para no reírse del espanto de sus familiares. La riqueza no les había restado nada de su apego atávico y apasionado hacia las tierras de la familia. Sin embargo, la reacción de todos era desmesurada porque el legado era minúsculo en valor monetario. Los terrenos de Duvernay medían varios miles de hectáreas y la parcela en cuestión era una pequeña casa de campo con un poco de tierra alrededor. Aun así, a Damon también le había enfadado aquel legado que consideraba censurable y muy inconveniente. ¿Por qué su tía abuela le había dejado algo a una joven a la que había visto unas cuantas veces en su vida? Era un misterio que le encantaría desvelar.
-Desde luego, Bennett tenía que estar muy enferma, porque su testamento es un insulto para mí -se lamentó entre sollozos Katherine, la madre viuda de Damon-. El padre de esa chica mató a mi marido y mi propia tía se lo recompensa...
Damon, con un gesto severo ante el desafortunado comentario de su madre, permanecía junto a la ventana que daba a los elegantes jardines de Duvernay mientras la dama de compañía de su madre se esforzaba por consolarla. Aunque habían pasado casi cuatro años desde la muerte de su marido, Katherine Salvatore seguía viviendo en su enorme casa de París con las persianas bajadas, vestía de riguroso luto y nunca salía o se divertía. A Damon le costaba recordar que su madre había sido una persona muy sociable con un cálido sentido del humor. Se sentía impotente porque no había consuelo ni medicación que aliviara lo más mínimo su dolor infinito.
También era verdad que Katherine Salvatore había sufrido una pérdida devastadora. Sus padres se enamoraron de niños, habían sido los mejores amigos durante toda su vida y su matrimonio había alcanzado una intimidad excepcional. Además, su padre sólo tenía cincuenta y cuatro años cuando murió. Henri Salvatore, un relevante banquero, gozaba del vigor y la salud propios de un hombre en la flor de la vida. Sin embargo, eso no había impedido que muriera prematuramente por culpa de un conductor borracho.
El conductor borracho había sido William, el padre de Elena Gilbert. Esa noche espantosa cuatro familias fueron víctimas de un solo accidente de tráfico y Henri Salvatore no fue el único que murió. Murieron el propio William Gilbert, cuatro de los pasajeros que iban con él y un quinto quedó gravemente herido y murió más tarde.
Cuatro familias inglesas habían estado pasando aquel nefasto verano en la granja que había justo debajo de la imponente casa de vacaciones de los Salvatore en Dordoña. Su difunto padre había comentado que debería haber comprado esos terrenos para impedir que los ocupara una horda de veraneantes ruidosos. Naturalmente, a ningún Salvatore se le habría pasado por la cabeza mezclarse con turistas, cuya idea de la diversión parecía limitarse a achicharrase al sol y beber y comer en exceso. Sin embargo, aquel verano sus padres sólo pasaron unos días en la villa y Damon tuvo casi todo el tiempo para trabajar en paz, salvo algunas visitas de amigos y de su novia de aquella época.
Había tres Gilbert entre toda la gente que ocupaba la granja: William Gilbert, Lisa, su joven segunda mujer, y Elena, hija de su primer matrimonio. Antes de que conociera a Elena sólo había visto a las dos mujeres desde lejos y no las distinguía. Lisa y Elena eran rubias y con buen tipo y él no sólo había dado por supuesto que eran hermanas, sino que también había dado por supuesto que eran de una edad parecida. Él no había tenido la más mínima idea de que una era una colegiala...
Naturalmente, incluso a la distancia, Elena no podía disimular su lascivia, se dijo Damon mientras hacía una mueca de desdén con su sensual boca. Sin embargo, él, como cualquier joven presa de la lujuria de su edad, había participado ávidamente en todo lo que siguió. Los baños de Elena desnuda en la piscina iluminada sólo podían haber estado dedicados a él. Él tampoco se había quedado en la casa exclusivamente para mirarla, pero la visión de sus hermosos pechos y de la deliciosa curva de su trasero le había animado considerablemente las tardes en las que se había quedado tomando una copa de vino en la terraza.
No se culpaba por haber disfrutado de la visión. Cualquier hombre se habría excitado al ver cómo exhibía sus encantos. Cualquier hombre se habría aprovechado de una provocación tan evidente. Naturalmente, entonces a Damon no se le ocurrió preguntarse por qué ella se quedaba tan a menudo en casa mientras el resto salía a cenar todas las noches. Sólo al pensarlo al cabo del tiempo había llegado a la conclusión de que lo había estado provocando. Ella, desde luego, lo habría visto en el pueblo y enseguida se habría enterado de quién era y lo que eso suponía. Al darse cuenta de que la villa de los Salvatore daba a la piscina de la granja, ella habría supuesto que antes o después él la vería bañarse desnuda.
A Damon no le había sorprendido lo más mínimo que Elena hiciera todo aquello para atraparlo. Ya de adolescente se había dado cuenta de que las mujeres encontraban irresistible su belleza morena y delgada y que eran capaces de hacer casi cualquier cosa por llamar su atención. Sin embargo, nunca se había envanecido de ese éxito extraordinario con las mujeres. Sabía perfectamente que el sexo y el dinero formaban una combinación muy poderosa y atractiva. Había nacido muy, muy rico. Era hijo único de dos hijos únicos muy ricos y de adulto se había hecho más rico todavía. Heredó de los Salvatore el talento para hacer dinero y su extraordinaria destreza empresarial. Dejó la universidad a los veinte años y nueve meses después ya había ganado su primer millón con los negocios. Cinco años después, cuando era el propietario de unas líneas aéreas internacionales que estaban batiendo todos los récords de beneficios y notaba cierto hastío de trabajar siete días a la semana, empezó a sentirse aburrido. Aquel verano había anhelado algo diferente y Elena se lo había proporcionado con creces.
Ella no se había andado con rodeos y había aceptado sus condiciones. La había tomado en su primera cita. Después siguieron seis semanas del sexo más desenfrenado que había conocido en su vida. Se había obsesionado con ella. La insistencia de Elena en no quedarse a pasar la noche con él y en mantener en secreto su relación le añadía una emoción ilícita a cada encuentro. Sin embargo, lo que nunca podría olvidar era que, después de sólo seis semanas de placer sexual sin límite, le había pedido que se casara con él para poder gozar de aquel cuerpo maravilloso a cualquier hora del día.
¡Matrimonio! Damon seguía sintiendo un escalofrío al acordarse. Su impresionante cociente intelectual no le había servido de mucho a la hora de intentar contener una libido irrefrenable y se quedó sin palabras cuando se enteró de que había estado acostándose con una colegiala. Con una colegiala de diecisiete años que era una mentirosa compulsiva.
Mientras Caroline hacía todo lo posible para intentar protegerlo de la amenaza de un escándalo atroz, él seguía presa de una lujuria tal que había decidido que podría lidiar con una mujer a la que enseñaría a decir la verdad y, además, la mantendría en la cama casi todo el tiempo. Sin embargo, al día siguiente, vio a su hipotética novia comportarse como una mujerzuela con un motorista y, dejando a un lado la ira, la incredulidad y el disgusto, se vio liberado inmediatamente de su obsesión...
-¡Si esa Gilbert pone un pie en las tierras de los Salvatore, mancillará la memoria de tu padre! -exclamó Katherine Salvatore.
Damon volvió de su ensimismamiento y parpadeó ante el tono teatral de su madre.
-Eso no ocurrirá -afirmó con una convicción tranquilizadora-. Le haré una oferta para que venda la parcela y ella, naturalmente, aceptará el dinero.
-Es un asunto que te resultará muy desagradable -le comentó Caroline con un susurro lleno de comprensión-. Déjame que yo me ocupe.
-Eres muy generosa, como siempre, pero no hace falta.
Damon miró con agradecimiento a la hermosa y elegante morena con la que pensaba casarse.
Caroline Forbes era todo lo que tenía que ser la mujer de un Salvatore. Él la conocía de toda la vida y sus orígenes eran parecidos. Era abogada, una anfitriona excelente y muy tolerante con la fragilidad emocional de su futura suegra. Sin embargo, en la relación de Damon con su novia no había ni amor ni lujuria. Los dos consideraban que el respeto mutuo y la sinceridad era lo más importante. Si bien Caroline quería darle hijos, la intimidad física no la entusiasmaba y ya le había dejado claro que ella prefería que satisficiera sus necesidades con una amante.
A Damon el acuerdo le parecía muy satisfactorio. Su deseo de aceptar el lazo matrimonial había aumentado al saber que no le privaría de la inapreciable libertad masculina de hacer lo que quisiera y cuando quisiera.
Al cabo de un mes más o menos, tenía que ir a Londres por trabajo y visitaría a Elena Gilbert para hacerle una oferta por la casa de campo. Ella, sin duda, se quedaría atónita ante su presencia. Se preguntó como estaría después de esos años. ¿Estaría estropeada? Sólo tenía veintiún años. Estuvo a  punto de encogerse de hombros. Al fin y al cabo, a él no le importaba.
Una casa en Francia... se dijo Elena soñadoramente, un sitio propio y soleado...
-Naturalmente, venderás la casa de la anciana por todo lo que puedas sacar -dio por sentado Bonnie Black-. Te darán una buena cantidad de dinero.
Elena, en cambio, pensaba en el aire puro del campo en vez de los humos de la ciudad que según ella provocaba el asma de su hijo.
-Thomas y tú tendréis algo por si llegan las vacas flacas.
Su tía, una mujer morena con avispados ojos grises, asintió con la cabeza.
Elena seguía pensando en lo afortunada que había sido porque Bennett Rousell le hubiera dejado una casa en Francia. Estaba convencida de que tenía que ser el destino. Su hijo tenía sangre francesa y un golpe de suerte extraordinario cuando menos lo esperaba les había proporcionado una casa en Francia. ¡Eso estaba escrito! ¿Quién podía dudarlo? Miró a Thomas, que estaba jugando en el pequeño jardín. Era un niño encantador con traviesos ojos castaños, una piel olivácea y una mata de rizos oscuros. En ese momento su asma no era grave, ¿pero cuánto podría empeorar si se quedaba en Londres? Elena había empezado a planear su nueva vida en Francia con su hijo el mismo día que recibió la carta del notario francés. El momento no había podido ser mejor, ya que Elena buscaba desesperadamente una excusa para dejar la confortable casa de su tía. Bonnie Black sólo tenía diez años más que su sobrina. Cuando, a raíz de la muerte de su padre; Elena se había quedado en la ruina y además embarazada, Alison le había ofrecido una casa. Elena sabía muy bien lo agradecida que tenía que estarle.
Sin embargo, una semana antes, Elena había escuchado una discusión entre Alison y su novio Edward que le había dejado con un profundo remordimiento. Edward iba a tomarse un año sabático en el trabajo para viajar. Elena ya lo sabía y también sabía que su tía no iba a acompañarlo. Lo que Elena no sabía hasta que oyó accidentalmente la discusión era que Bonnie Black prefería renunciar a ese viaje antes que decirle a su sobrina que tendría que buscarse otro sitio para vivir.
-¡No tienes que gastarte tus ahorros! Esta casa es tuya gracias a tus padres y podrías alquilarla por una buena cantidad mientras estamos de viaje. Eso cubriría tus gastos -argumentaba Edward en la cocina, mientras Elena buscaba las llaves para abrir la puerta trasera al volver de su trabajo de la tarde.
-Ya hemos discutido esto -replicaba Alison-. No puedo decirle a Elena que se vaya para que vengan unos desconocidos. Ella no puede pagarse un alojamiento aceptable...
. -¿Quién tiene la culpa? ¡Se quedó embarazada a los diecisiete años y está pagando su error! -Edward estaba furioso-. ¿Tenemos que pagarlo nosotros? ¿No hemos tenido suficiente con apenas haber disfrutado de unos momentos solos y, cuando lo hemos hecho, tú has tenido que cuidar a su hijo?
Elena sentía una punzada de dolor cuando se, acordaba de aquella crítica tan feroz. Sin embargo, le parecía una crítica justificada. Creía que tenía que haberse dado cuenta ella misma de que estaba abusando de la hospitalidad de su tía. Se sentía abrumada por que Alison estuviera dispuesta a hacer ese sacrificio por ella cuando ya había sido tan generosa. Naturalmente, Elena sólo pensaba en cambiarse de casa lo antes posible para que Alison pudiera ser libre de hacer lo que quisiera. Sin embargo, no quería que ella supiera que había oído la discusión.
-No puedo dejar de preguntarme por qué una anciana francesa se habrá acordado de ti en su testamento -reconoció Alison mientras sacudía pensativamente la cabeza.
Elena salió de su ensimismamiento, abrió de par en par los expresivos ojos verdes y se pasó por detrás de la oreja un mechón de pelo entre rubio y color caramelo. Algunas cosas eran demasiado íntimas como para hablarlas incluso con su tía.
-Bennett y yo nos llevábamos muy bien...
-Pero si sólo os visteis un par de veces...
-Ten en cuenta que lo que me ha dejado es una parte minúscula de sus posesiones -dijo Elena queriendo dar una explicación-. Para mí la casa de campo es algo increíble, pero para ella... debía de ser algo insignificante.
Elena siempre había conectado muy profundamente con Bennett. La primera vez había balbucido al reconocer que adoraba a Damon. La segunda, no había estado tan segura de sí misma y no había podido ocultar su temor de que Damon estuviera perdiendo interés. La tercera y última...
Algunos meses después de que terminara aquel funesto verano, Elena había vuelto sola a Francia para declarar en la investigación del accidente. Estaba deseando volver a ver a Damon. Elena creía que con el paso del tiempo él habría podido comprender que los dos habían perdido a sus padres adorados. Sin embargo, pronto se dio cuenta de lo equivocada que estaba porque, si acaso, los meses transcurridos habían hecho que Damon estuviera más frío y esquivo. Incluso Caroline, que había sido muy amistosa con ella, se mostraba distante y hostil.
Elena, como hija de William Gilbert, había pasado a ser una apestada para cualquiera que hubiera sufrido las consecuencias del accidente.
Para ella, el día de la declaración fue tan doloroso y crucial en su vida como los inmediatamente siguientes al accidente. Los meses anteriores habían sido una pesadilla e incluso tuvo que pedir dinero prestado a su tía para volver de Francia, pero soñaba ingenuamente con la reacción de Damon al saber que era el padre de su hijo.
Sin embargo, el día de la declaración sus sueños se derrumbaron como castillos de arena. Ni siquiera llegó a decirle que era el padre de su hijo recién nacido porque ella no quiso comunicárselo delante de tanta gente y él le negó la posibilidad de tener una conversación privada. Ella, destrozada por tanta crueldad, se marchó antes de romper a llorar delante de él, sus familiares y amigos. Una vez en la calle, notó que una mano le tomaba la suya con un gesto de consuelo. Elena levantó la mirada llena de desconcierto y se encontró con los ojos comprensivos de Bennett Rousell. Siento que la familia se haya interpuesto entre Damon y tú -la mujer suspiró con una lamentación sincera-. No debería haber sido así.
Bennett volvió a entrar precipitadamente en el edificio antes de que ella pudiera responderle y reconocer que sospechaba que el rechazo de Damon se debía a algo peor que la mera lealtad familiar.
-Piensas vender la casa de Francia, ¿verdad? -insistió Alison.
Elena tomó una bocanada de aire y se preparó para soltar la noticia.
-No...  espero quedármela.
Su tía frunció el ceño.
-Pero la casa... está en los terrenos de... Damon Salvatore... ¿no?
-Bennett decía que Damon iba muy poco por allí porque prefería la ciudad -Elena hizo un esfuerzo enorme para decir su nombre en voz alta-. También me dijo que la finca era extraordinariamente grande y que la casa estaba en un extremo. Si mantengo la discreción, cosa que pienso hacer, él ni siquiera sabrá que estoy allí.
Alison no parecía nada convencida.
-¿Estás segura de que no quieres volver a verlo?
-¡Claro que no! -Elena hizo una mueca-. ¿Para qué iba a querer verlo?
-Para decirle lo de Thomas.
-Ya no quiero decirle nada de Thomas. Ya pasó el momento de hacerlo -Elena levantó la frente porque si Damon y su esnob familia se habían sentido ofendidos por su mera presencia, la existencia de su hijo sólo habría aumentado la ofensa y el desprecio-. Thomas es mío y nos arreglamos bien.
Alison no dijo nada porque no estaba convencida y sabía lo vulnerable que Elena podía ser por culpa de su buen corazón y su naturaleza confiada. Siempre se había sentido muy protectora con la única hija de su difunta hermana y también había sido consciente del peligroso efecto que tenía su sobrina en el sexo contrario. Elena tenía el pelo rubio con mechones de color caramelo, los ojos verdes, hoyuelos y una figura increíble que parecía un reloj de arena. La única cualidad que le sobraba a Elena era un atractivo sexual que causaba estragos.
Cuando iba por la calle, los hombres no podían dejar de mirarla y se sabía que había provocado algún accidente de coche. En realidad, parecía como si la mala suerte persiguiera a Elena, se dijo tristemente Alison al pensar en el cúmulo de desgracias que había habido en la vida de su sobrina durante los últimos años. Aun así, Elena se metía en los asuntos más disparatados y, aunque los resultados eran desastrosos muchas veces, seguía siendo una optimista incurable.
Lo tuvo presente y Alison posó sus ojos grises y llenos de nerviosismo en la joven que tenía delante.
-No quisiera resultar una aguafiestas, pero me parece que no has tenido en cuenta lo caro que es mantener una casa de vacaciones en otro país.
-¡Cómo! No estoy pensando en que sea mi casa de vacaciones. ¿Eso era lo que estabas pensando? -Elena se rió-. Hablo de vivir allí; de que Thomas y yo empecemos una nueva vida en Francia.
Su tía, atónita, la miró fijamente.
-Pero... no puedes hacer eso...
-¿Por qué? Puedo hacer mis miniaturas en cualquier sitio y venderlas por Internet. Ya estoy haciéndome una base de clientes y ¿qué puede haber más inspirador que el paisaje francés? -Elena rebosaba entusiasmo-. Ya sé que el principio pasaré algunos apuros económicos, pero como soy dueña de la casa, tampoco necesitaré muchos ingresos para salir adelante. Thomas tiene la edad perfecta para ir a otro país y aprender otro idioma...
-¡Por el amor de Dios! Estás haciendo todos esos planes y ni siquiera has visto la casa -exclamó Alison.
-Ya lo sé -Elena sonrió-, pero la semana que viene voy a tomar el transbordador para ir a verla.
-¿Y si es inhabitable?
Elena se puso muy recta.
-Ya lo pensaré cuando la vea.
-Me parece que no estás siendo práctica -dijo Alison con un tono más calmado-. Vivir en el extranjero puede parecer muy emocionante, pero tienes que pensar en Thomas. En Francia no tienes familia, no hay nadie que pueda ayudarte si tienes que trabajar o caes enferma.
-Pero estoy deseando ser independiente.
Alison primero se sintió sorprendida y luego dolida.
A Elena no la afectó porque sabía que era su argumento más convincente.
-Alison, tengo que seguir adelante por mis propios medios, tengo veintiún años.
Su tía se levantó y empezó a recoger los platos de la cena con las mejillas sonrojadas.
-Lo entiendo, pero no quiero que quemes tus naves y luego te des cuenta de que has cometido un error.
Elena se quedó sentada y pensó en todos los errores que había cometido. Thomas entró corriendo por la puerta de la cocina y se arrojó en sus brazos. Con la respiración entrecortada y entre risas, el niño se sentó en la rodilla de su madre y le dio un abrazo.
-Te quiero, mamá -dijo alegremente.
Ella lo abrazó con fuerza. Casi todo el mundo era demasiado considerado como para decírselo, pero ella sabía que todos pensaban que Thomas había sido su mayor error. Sin embargo, cuando su vida se torció, sólo la perspectiva de tener aquel bebé le había dado fuerza para seguir adelante y la confianza en que el futuro sería más feliz. Damon había sido como un sol en su vida y, cuando salió de ella, se hizo una oscuridad eterna.
Alison se volvió del fregadero para mirar a su sobrina con el ceño fruncido.
-Antes de que vinieras a vivir aquí, yo trabajaba con un tipo llamado Sean Wendell. Le encantaba Francia y se fue a vivir a Bretaña donde puso una agencia inmobiliaria. Todavía nos felicitamos por Navidad, puedo llamarlo y pedirle que te ayude mientras estás allí.
El gesto de preocupación de Elena dio paso al de sorpresa.
-Ya sé, ya sé... -continuó Alison-. No debería meterme donde no me llaman, pero, hazlo por mí, deja que Sean te ayude. Me moriría de la preocupación.
-Pero, ¿en qué voy a necesitar ayuda exactamente? -preguntó Elena con tono decaído.
-Bueno, de entrada, tendrás que tratar con el notario y seguro que habrá que hacer papeleo. Tu francés es muy elemental y quizá no sea suficiente.
Elena sabía que su conocimiento del idioma era escaso, pero no le gustaba la idea de tener que depender de un desconocido. Sin embargo, la verdad era que en ese momento no podía concentrarse en lo que le resultaba un problema nimio cuando el pasado ocupaba toda su cabeza.
Mientras ayudaba a Thomas a acostarse, los recuerdos, dolorosos y estimulantes, la arrastraron a cuatro años antes, al verano que ya le parecía como si hubiera pasado hacía un siglo...
Podía recordar que durante toda su infancia, su familia y sus tres amigos más íntimos, los Stevenson, los Ross y los Tarbert, habían ido a Dordoña de vacaciones y habían alquilado una casa lo suficientemente grande para las cuatro familias. Los Stevenson tenían una hija, Pippa, que era de su misma edad y su mejor amiga. Los Ross tenían dos hijas, Hilary, que era seis meses menor, y Emma. Los Tarbert sólo tenían una hija, Jen. Cuando Pippa, Hilary, Jen y ella eran muy pequeñas, iban a las actividades de la misma iglesia y sus madres se habían hecho amigas. Más tarde, las distintas familias se habían mudado a diversos sitios, pero mantuvieron la amistad y las vacaciones en Francia.
Sin embargo, en el otoño de su dieciséis cumpleaños, su vida feliz y tranquila, que ella había tenido por segura, se esfumó sin previo aviso. Su madre murió por las complicaciones de una gripe. Su padre quedó destrozado por la repentina muerte de su mujer, pero seis meses después volvió a casarse sin comentarlo con nadie. Lisa, su segunda mujer, había sido la recepcionista rubia y de veintidós años que había trabajado en su concesionario de coches. Elena se quedó tan atónita como todo el mundo.
Casi de la noche a la mañana, su padre se había convertido en un desconocido que se vestía como si fuera mucho más joven y que se comportaba como si también lo fuera. Ya no le dedicaba tiempo a su hija porque su novia tenía ataques de celos si le prestaba atención. Para contentar a Lisa, se compró otra casa y se gastó una fortuna. A Lisa le disgustó Elena desde el principio y le dejó muy claro que era la tercera en discordia y que eso la molestaba.
Naturalmente, aquel verano Lisa no había querido ir de vacaciones a Francia con los amigos de su marido, pero, por una vez, su padre se mantuvo firme.
Lisa, llena de resentimiento, no hizo ningún esfuerzo por encajar y se ufanó por asombrar a los amigos de su marido con su comportamiento. Ella, una adolescente hipersensible, se había muerto de vergüenza mil veces y evitó en la medida de lo posible la compañía de los adultos.
Además, por desgracia, también se había sentido como una extraña en compañía de Pippa, Hilary y Jen. Sus amigas, con sus hogares, sus padres sanos y salvos y su inocencia, parecían a años luz de ella. Ella se había mantenido fiel a su padre y no había dicho a nadie lo desgraciada y sola que se sentía. Entonces vio a Damon y todo y todos los que la rodeaban dejaron de existir.
Fue al segundo día de las vacaciones. Ella estaba sentada en un murete del somnoliento pueblo que había cerca de la granja mientras rumiaba la humillación de que Lisa la hubiera llamado «pequeño bicho repugnante» delante de los espantados padres de Pippa. Entonces, un precioso coche deportivo amarillo dio la vuelta a la esquina como un animal rugiente y se detuvo en la calle a unos metros de ella.
Un hombre muy alto y atlético con gafas de sol se bajó y fue a la terraza del café. Llevaba una camisa blanca descuidadamente remangada y unos pantalones de algodón color marrón claro. Se sentó en una mesa, le dio un billete al hijo del dueño, y este fue a la tienda que había al lado para comprarle el periódico. Lo había hecho con tanta elegancia, que ella no perdió detalle de ninguno de sus movimientos.
El dueño del bar lo saludó con un respeto casi reverente y volvió a limpiar la mesa que ya estaba limpia. Le llevaron el café y el inevitable cruasán con una deferencia indisimulada y luego el periódico. La escena le había parecido tan francesa, que ella estaba fascinada. Entonces, Damon se colgó las gafas de sol del bolsillo de la camisa. Ella no podía apartar la mirada de aquella cara delgada y bronceada; del pelo negro que le tapaba la frente; de los impresionantes ojos oscuros como la noche más cerrada. El corazón le latía con tal fuerza, que apenas podía respirar.
Él la miró un instante y ella quedó hipnotizada, atrapada, arrollada por una tormenta. Fue como si el amor la hubiera atravesado como un rayo súbito y certero. Él volvió a concentrarse en el periódico. Ella volvió a mirarlo y a deleitarse con la mera contemplación de su perfección grácil y bronceada. Al cabo de un tiempo, él volvió a cruzar la calle, se montó en el coche y se alejó lentamente, lo suficientemente despacio como para poder mirarla con calma desde detrás de los cristales oscuros del deportivo
-¿Quién es? -le había preguntado ella al joven que iba a limpiar la piscina de la granja..
Él no entendió la arrebatada descripción que hizo de Damon, pero sí la del coche.
-Damon Salvatore. Su familia tiene una villa en la colina. Tiene más dinero que un banco.
-¿Está casado?
-Debes de estar bromeando, las mujeres se lo rifan. ¿Por qué lo preguntas? ¿Crees que tienes alguna oportunidad? Para un hombre como él, tú eres un bebé -se había burlado.
Al recordarlo, Elena hizo un esfuerzo por volver al presente, pero le fastidiaba haber pensado en Damon. La herencia de Bennett le había hecho volver a pensar en cosas que le habían enseñado unas lecciones que le habían venido muy bien. Arropó al hijo de Damon y lo sonrió con cariño. Le gustara-o no, Thomas era como su padre en miniatura.
Sin embargo, si ella podía hacer algo, Thomas nunca consideraría a las mujeres como trofeos sexuales.
Una semana después, Elena vendió la única cosa valiosa que conservaba: un prendedor con diamantes para el pelo que Damon le había regalado. No le dolió nada desprenderse de él porque no lo había usado nunca y no llevaba una vida en la que los prendedores con diamantes fueran muy útiles. Le encantó comprobar que valía mucho más dinero del que había imaginado. Pudo comprarse una vieja furgoneta de transporte y le quedó dinero para pagarse el viaje al otro lado del Canal de la Mancha. Alison la convenció de que hiciera sola el primer viaje y le dejara a su hijo durante un largo fin de semana. La casa de campo seguramente estaría sucia y las nubes de polvo no serían muy buenas para el asma de Thomas.
Una semana antes del viaje, Elena acababa de volver de dejar a Thomas en la guardería y estaba desayunando cuando llamaron a la puerta. Fue a abrir con media tostada en la mano. Tuvo que levantar la cabeza para ver al hombre moreno vestido con un traje gris que había delante de ella y la tostada se le cayó de la impresión.
-Te habría llamado por teléfono para avisarte de que pensaba venir, pero el número de tu tía no aparece en la guía -susurró Damon con una voz cristalina.
Elena se había quedado sin aliento. Su maravilloso acento le recorrió la espina dorsal como si la tentara a algo oscuro y prohibido. Sus sentidos se pusieron en estado de máxima alerta y no podía apartar los ojos de aquellos rasgos delgados y exóticos. Sin saber bien lo que hacía, dio un paso atrás, como si se sintiera inconscientemente amenazada. Una amenaza apasionante, sin embargo, una amenaza deliciosa, una de esas amenazas que atraía a todo lo que ella tenía de débil y voluptuosa. El estaba incluso más irresistible de lo que ella recordaba y, por mucho que la espantara, su corazón le latía como una perforadora.
Sin embargo, no podía creerse que Damon Salvatore estuviera delante de ella, que estuviera a  punto de entrar en la casa de Alison, ni siquiera, que se dignara a hablarle. No podía parecerle real.
Elena tenía los ojos clavados en él. La última vez que se vieron, él la había tratado con un desprecio que la había atravesado como un cuchillo, un cuchillo que debía de estar envenenado porque el dolor no terminó entonces. Ella se había aborrecido por amarlo, se había despreciado por el anhelo que no podía sofocar y había sentido lástima de sí misma por buscar los rasgos de Damon en el inocente rostro de su hijo.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó Elena con un hilo de voz.
Él entrecerró los ojos y esbozó una leve sonrisa que suavizó su boca grande y viril mientras cerraba la puerta detrás de sí.., Se apropió de todo el espacio, y el vestíbulo de la casa de Alison se redujo a unas proporciones claustrofóbicas. Era mucho más alto, más fuerte y más impresionante que lo que ella se había permitido recordar. También era extraordinariamente guapo y lo sabía perfectamente. Era el tipo de hombre del que ella debería haberse mantenido alejada. No había tenido la sensatez de alejarse y, para su vergüenza eterna, se había acostado con él a las pocas horas de conocerlo, lo cual era un motivo de tormento constante.
-He venido a hacerte una oferta que no puedes rechazar.
-Ah, claro que puedo rechazarla... ¡rechazaría cualquier cosa que me ofrecieras!
Elena lo dijo tan fogosamente como si le hubiera ofrecido los siete pecados capitales envueltos en celofán.
Damon la observó sin alterar el gesto. Le miró la melena color caramelo, los ojos como ascuas y las pecas que tenía en los pómulos, pero la mirada se entretuvo en la boca carnosa, vulnerable y delicada. Sólo tenía que mirar aquellos labios para recordarlos sobre su piel desnuda. Su cuerpo lo traicionó y se endureció como una reacción instantánea. Él recordó que ninguna mujer le había dado tanto placer, pero que ella también, a sus espaldas, había ido en una Harley Davidson con un tipejo cualquiera. Notó que la ira se apoderaba de él.
-¿Quieres apostar algo, chérie? -le preguntó con un tono cansino y arrebatador.

1 comentario:

  1. uffff¡ genial¡ me dejaste sin palabras (y eso que es el primero jaja) gracias por el capitulo y espero el próximo¡ >^.^<

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