Capítulo
11
El
corazón de Damon se aceleró mientras, sentado junto a su ayudante Davie,
conducía la calesa hacia la escuela, en cuyo camino se cruzó con el sargento
Russell y le devolvió el saludo. Realmente debería haber pasado unas horas más
en la granja de Miller, pero cuando Tanner, el albañil, le dijo que los obreros
ya habían terminado en la escuela, no fue capaz de resistir la tentación de
acercarse para acompañar a la señora Gilbert a casa.
—No
esperaba veros —dijo ella mientras se acercaba a recibirlos—. ¿Vais hacia la
mansión?
—Sí,
pensé que podríamos pasarnos para acompañaros a casa antes de llevar a Davie de
nuevo a casa de la abuela Cuthbert.
—El
señor Tanner dijo que la escuela estaba casi terminada —dijo Davie.
—Sí,
lo está. ¿Te apetece verla? —preguntó Elena al ver la mirada de excitación del
chico.
—Si
me lo permitís, señora —contestó él asintiendo con la cabeza. Después de que Damon
le diera su aprobación, saltó de la calesa.
—Adelante
—dijo Elena señalando hacia la puerta—. Elige un asiento, si quieres —cuando el
chico salió corriendo hacia la escuela, ella se volvió hacia Damon—. Vos
también podéis mirar, señor Salvatore.
—Tal
vez lo haga —contestó él con una sonrisa.
Elena
siguió a Davie hacia la entrada de la escuela mientras Damon aseguraba la
calesa. Su corazón se aceleró a medida que se acercaba a ella.
—Está
deseando empezar —le dijo, intentando mantener sus pensamientos en el chico.
—Eso
ha dicho el sargento Russell —contestó ella—. Darle clase será un placer.
Al
recordar que acababan de cruzarse con el soldado en el camino, Damon sintió una
puñalada de celos. ¿El sargento había estado allí, a solas con la señora Gilbert?
—¿Habéis
hablado recientemente con él?
—Hace
unos minutos. Quería que le escribiera otra carta. Por desgracia, parece que el
caballero que iba a contratarlo se ha negado a ayudarlo, así que tiene que
buscar otra fuente de ingresos. Sigue decidido a emigrar… Aunque su familia
reside en Nottingham, al parecer regresó a Hazelwick en busca de un antiguo
amor, que decidió no esperarlo o lo rechazó al verlo tullido. Tener que
soportar todo ese dolor emocional aparte del físico. ¡Me siento tan mal por él!
Damon
recordó la escena en la posada. ¿Sería Mary, la camarera, el antiguo amor de
Russell?
—Habéis
hecho muchas cosas por la gente de Blenhem Hill —dijo la señora Gilbert—. ¿No
habrá nadie entre vuestros conocidos, o los de vuestro jefe, que pueda
encontrar un puesto para un soldado que ha servido a su país tan valientemente
como el sargento Russell?
Damon
supuso que era una señal positiva que ella hubiese considerado la posibilidad
de que le pidiera trabajo a su «jefe» en nombre del soldado. Aun así, si el
sargento estaba involucrado en un grupo revolucionario, podría estar pensando
en la emigración como posible manera de escapar.
Tyler
no le estaría agradecido si lo relacionara con semejante hombre, aunque Damon
no tenía nada seguro para acusar al sargento de actos radicales. Además, si el
soldado era un agitador en potencia, mejor exportarlo a América y dejar que
hiciese sus maquinaciones allí.
Dejando
de lado toda razón, cuando la hermosa señora Gilbert se quedaba mirándolo con
ese brillo en los ojos, ¿cómo podía negarse?
—Veré
lo que puedo hacer —dijo por fin.
Con
una sonrisa radiante, ella lo agarró del codo y le provocó un escalofrío por
todo el cuerpo.
—Gracias.
Sabía que no podríais quedaros parado contemplando semejante injusticia.
Damon
no estaba tan seguro de eso, pero sabía que sí podía quedarse allí para
siempre, respirando su aroma exótico, sintiendo el roce de sus dedos en el
brazo, mientras la dulce tortura de su cercanía prendía fuego a su cuerpo.
Tragó saliva e intentó controlar la necesidad de tomarla entre sus brazos.
En
ese momento Davie se acercó a ellos. Para gran alivio de Damon, la señora Gilbert
le soltó el brazo y se apartó.
—¡Es
maravilloso, señora! Mucho mejor que una habitación oscura llena de telares que
hacen ruido. ¿Puedo sentarme aquí? —preguntó señalando el escritorio que había
en la primera fila junto a la ventana.
—Por
supuesto. Si al señor Salvatore le parece bien, abriremos la escuela el primer
día de la próxima semana.
—¿Tan
pronto? —preguntó Damon, un poco sorprendido—. Veo que los carpinteros han
terminado, pero creía que Tanner me había dicho que la albañilería aún no
estaba completa.
—Sólo
queda un poco, para lo cual el señor Tanner está buscando la piedra. De verdad,
queda tan poco por hacer que todos me abandonaron hoy a primera hora de la
tarde —de pronto su rostro cambió—. Aunque he tenido un visitante algo extraño.
Seguro que queréis saber de él.
—Contadme
entonces —dijo él.
—Un
tal señor George Hampton vino y dijo que era amigo de mi hermano. ¿Es conocido
vuestro?
Damon
negó con la cabeza, mientras que Davie dijo:
—Nunca
ha habido nadie por aquí con ese nombre.
—Dijo
que solía venir de visita a Blenhem Hill cuando Matt era el gerente, y expresó
su preocupación sobre lo que consideraba… la manera tan cruel en que había sido
tratado mi hermano. Dijo que había venido a buscarme con la esperanza de que yo
supiera dónde residía Matt actualmente, pues tenía alguna proposición que
hacerle.
—A
veces daba fiestas para caballeros de Londres en la mansión —confirmó Davie—.
Mujeres también, aunque no eran… —al ver la mirada severa de Damon, el chico se
detuvo bruscamente y se sonrojó.
—Muy
caballeroso por parte del señor Hampton interesarse por el bienestar de vuestro
hermano —dijo Damon—. Aunque perdonad si me equivoco, pero parecéis un poco
inquieta por su visita.
—¡Qué
perspicaz, señor Salvatore! Desde luego, lo estoy. Veréis, tras expresar su
preocupación por mi hermano, siguió diciendo cosas muy radicales sobre la
aristocracia que ostenta el poder, y luego confesó que no le importaban las
consecuencias que sufrían aquéllos que infringían la ley. Vos mencionasteis que
podría haber un grupo de radicales en la zona. Yo no tengo experiencia con
gente así, pero, por lo que conozco a los militares, y por la manera de hablar
que tenía, el señor Hampton parecía más un líder que un seguidor de ese grupo.
Incluso intentó reclutarme —agregó riéndose.
De
pronto Damon se puso alerta. ¿Podría ser aquél el hombre que había orquestado
el ataque a su carruaje, el que dirigiera o al menos alentara las reuniones de
los trabajadores descontentos en la posada?
—¿Dijo
el señor Hampton de dónde era? —preguntó.
—No,
aunque por sus palabras y su acento no parecía de por aquí. Más típico de
Londres, diría yo.
—¿Podríais
describirlo?
—No
puedo decir cosas que sean de gran ayuda. Altura media, nada raro en la cara,
ropa que llevaría cualquier caballero de campo. Y disculpad, pero no vi cómo
era su caballo. Estaba demasiado alterada.
Algo
en su tono y en su expresión le instó a descubrir más sobre las conexiones políticas
de Hampton y despertó sus instintos protectores más profundos.
—¿Os
amenazó?
—No…
exactamente. Simplemente me hizo sentir… incómoda.
Damon
se dio cuenta de que había intentado seducirla y deseó enfrentarse a Hampton
con todas sus fuerzas. Era evidente que la señora Gilbert no quería dar más
detalles delante del joven Davie, pero si aquel gusano le había puesto la mano
encima, Damon estaba dispuesto a degollarlo él mismo.
—No
está bien que un caballero amenace a una dama —dijo Davie—. Sobre todo a una
dama como vos, señora. Aunque no os preocupéis. En Blenhem Hill no hay muchos
extraños. Si se queda por aquí, alguien se dará cuenta y nos encargaremos de
él.
¿Preguntando
al grupo que se reunía en la posada? Davie a veces limpiaba establos allí; tal
vez supiese algo sobre ellos. Tras dirigirle al chico una mirada que indicaba
que hablarían del tema cuando la señora Gilbert no estuviese delante, Damon
dijo:
—Claro
que sí. Sin embargo, hasta que no se resuelva el asunto, si planeáis trabajar
más aquí antes de que lleguen los alumnos, me sentiría mejor si Davie os
acompañara.
Por
un instante, ella frunció el ceño y pareció estar a punto de contestar, pero
entonces se detuvo y sus ojos se oscurecieron con una mirada que podría ser
decepción. ¿Preferiría que fuese él, y no Davie, el que la protegiese, aunque
no quería herir los sentimientos del chico diciéndolo? ¿O sería el deseo el que
le hacía pensar así y ver señales donde no las había?
Ella
le dirigió una sonrisa.
—Sé
que es cobarde por mi parte, pero admito que me sentiría mejor si tuviera un
escolta. Al menos hasta que encuentren al misterioso señor Hampton —entonces,
como para verificar sus sospechas, se volvió hacia Davie—. Acompañada de un
joven caballero que se enfrentó a un villano como Barksdale me sentiré más
segura.
Davie
se irguió y sacó pecho.
—Era
una sabandija ese Barksdale —dijo—. Más que sacarles el dinero del alquiler a
los habitantes, quería que le tuvieran miedo. Y por eso conmigo no tenía nada
que hacer —añadió con una sonrisa.
—Y
por eso tuvo que asaltarte de noche —respondió ella.
—Pero
ahora estoy en guardia. He visto tipos como Barksdale en la hilandería. Los
abusones siempre se echan atrás si alguien les planta cara.
Mientras
Davie sentenciaba semejante verdad, a Damon le llamó la atención el sonido de
un caballo aproximándose. Se giró hacia el camino y vio a uno de los
trabajadores de la hilandería al golpe.
—Señor Salvatore,
venid rápido —gritó el hombre mientras se acercaba—. ¡Hay fuego en la
hilandería!
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