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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

03 diciembre 2012

El Marqués Capitulo 14


CAPITULO 14

Londres le resultaba familiar.
Drake conocía los nombres de las calles y los edificios emblemáticos, pero no era capaz de recordar por qué los sabía. Aunque su memoria continuaba seriamente dañada, estaba recobrando las fuerzas.

Habían llegado hacía unos días tras un duro viaje desde Baviera y se había instalado en el suntuoso hotel Pulteney, donde James se alojaba.
La primera mañana, durante el desayuno, James le había entregado a Drake un ejemplar del Post y le pidió que leyera el periódico todos los días, señalando cualquier nombre que le resultase familiar. Drake había accedido a ello de forma voluntaria.

Lo que más deseaba era conocer su propio nombre.
Cuando pasaron unos días sin que se hubiera producido ningún progreso, James lo abordó por la noche con una amplia sonrisa dibujada en los labios.

—Muchacho, tengo un regalo especial para esta noche. Acompáñame.

—¿Adónde me lleva? —se apresuró a preguntar. Una expresión de alarma se reflejó en sus ojos angustiados. Aún era presa del miedo tras el calvario por el que había pasado a manos de los torturadores.

—No te inquietes, Drake. Has estado recluido durante mucho tiempo. 

Consideramos que no te vendría mal disfrutar de una... compañía agradable —le dijo James de forma sutil mientras lo hacía salir a la oscura calle iluminada por los faroles.

—¿A qué se refiere?
Talón esbozó una sonrisa lobuna.

—Vamos a conseguirte una mujer.

—¿Con qué objeto? —repuso Drake.

El ayudante de James se echó a reír.

—¿Has olvidado incluso qué hacer con una mujer? Eh, no te preocupes, ya lo recordarás.

Dicho aquello, lo empujó dentro del carruaje de James.
Un momento después se ponían en marcha. Drake miró a James con preocupación, pero su anciano protector se limitó a asentir con la cabeza para darle ánimos.

En breve llegaron a la Royal Opera House situada en Haymarket. El cochero detuvo el vehículo delante del magnífico teatro, donde aficionados al arte ataviados con sus mejores galas se paseaban en pequeños grupos de amigos o en parejas.

—Aguarda aquí —le ordenó James mientras él se apeaba del carruaje—. Voy a buscarte una acompañante adecuada para la velada. Talón, ten la bondad de mantener la cortinilla echada.

James no deseaba que nadie viera a Drake. Podía haber agentes de la Orden en cualquier parte.

Por ese motivo se había cuidado de mantener al cautivo encerrado en el carruaje o en sus habitaciones en el hotel desde que llegaron a la ciudad. No quería que los enemigos del Consejo accediesen a Drake antes de saber con certeza quién era ese hombre.

Aunque James se había encariñado en cierto modo con su dócil prisionero, se le estaba agotando la paciencia con la incapacidad de Drake para recordar su nombre completo. Talón, como era natural, jamás se había creído del todo la pérdida de memoria de Drake pero, por desgracia, James había concebido otro modo de intentar averiguar la identidad real del agente capturado.

Lo que necesitaba era encontrar a alguien que tuviera un interés personal en saber quiénes eran todos los hombres poderosos de Londres, meditó James mientras recorría con la vista a los congregados fuera del teatro. Una tercera persona desinteresada con don para la discreción.

Concretamente una de las cortesanas destacadas de la ciudad.
Su mirada recayó sobre una voluptuosa dama de la noche ataviada con una elaborada y aparatosa peluca rubia y un vestido escarlata, con un escote tan profundo que dejaba ver parte de los pezones. Un collar de diamantes en el cuello y una estola de visón sobre los hombros completaban su atuendo. La mujer estaba fumando un cigarrillo mientras jugaba con los afectos de tres jóvenes petimetres llegados de Oxford, probablemente para los días de asueto de la festividad de San Miguel.

James se acercó con andares pausados a la cortesana e interrumpió su diversión. Como todas las de su clase, conocía bien el olor del verdadero poder, y abandonó a los muchachos para cogerse del brazo que James le ofrecía, sin importarle que fuera un hombre viejo y frágil.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor? —preguntó. Con descarada coquetería, le dio un toquecito en la mejilla a James con el abanico de seda.

—¿Son diamantes auténticos? —preguntó divertido.

Ella sacudió la ceniza del cigarro y dijo:

—Me los he ganado.

James rió entre dientes con aire cortés, pero le quitó el cigarro de los dedos y lo arrojó al pavimento, agitando la mano para despejar el humo.

—Me pregunto si podría persuadirla para que pasase un par de horas con mi joven amigo. Está en el carruaje. ¿Me permite que los presente?

La mujer se quedó inmóvil, mirándolo a él y luego al vehículo con recelo. Señor, esas damas de la noche tenían el instinto de un gato callejero, pensó James.

—Nadie va a hacerle daño —murmuró el anciano—. Verá, mi amigo resultó herido de gravedad en la guerra. Hace tiempo que no ha estado con una mujer.

—Ah. —La mujer de rostro pintado frunció el ceño con lo que, creía James, era sincera compasión. Al parecer había dado con una prostituta con corazón bondadoso—. ¿El pobre muchacho perdió algún miembro y por eso su esposa no lo acepta? ¡Qué cruel!

—No, no. Fue una herida en la cabeza, me temo. Desde entonces se encuentra... confuso. Creo que el placer de su compañía podría hacerle mucho bien.

—¡Desde luego que sí!

—¿Me permite que los presente?

—Bueno, queda por discutir el asuntillo de mi tarifa.
James le colocó discretamente una pequeña bolsa con monedas en la mano.

—Sea amable con él. Ha sufrido mucho.

—Lo comprendo bien, abuelo. Usted primero.

—Es usted una descarada, ¿no es cierto?

—Lo llevo en la sangre —repuso ella.

James abrió la puerta del carruaje para que subiera, pero la mujer echó un vistazo con cautela al oscuro interior a fin de cerciorarse de que todo estaba en orden antes de entrar.

—Hola, encanto. ¿Puedo unirme a usted? He oído que alguien necesita que lo animen un poco... ¡Oh, Dios mío! —Gritó de pronto, clavando los ojos en Drake

—. ¡Westie!
Drake la miró confundido.

—¡Westie, de verdad eres tú! ¡Por los clavos de Cristo, no puedo creerlo! —Le echó los brazos al cuello mientras daba grititos de alegría, sin reparar en que él retrocedía rígidamente—. Oh, cariño, ¿qué te ha hecho el malvado de Bonaparte? ¡Ni siquiera sabía que estabas en el ejército! ¡Pero has vuelto! Oh, Westie, encanto, gracias a Dios que estás vivo.

—¿Westie? —dijo Talón con indolencia.

La cortesana lo miró con dureza por encima del hombro.

—Es el diminutivo del conde de Westwood, naturalmente.

—Ah —repuso James, esbozando una sonrisa pausada. Había estado conteniendo el aliento, pero ya parecían tener la respuesta.
Drake comenzó a menear la cabeza.

—Tiene que haber un error. No he oído ese nombre en mi vida. No tengo ni idea de quién es esta mujer.

—¡Westie, encanto, soy yo, tu gatita Ginger! —Desconcertada, miró a James—. ¿No sabe quién es?

—Eso me temo —respondió.

—Lo lamento, señora —logró decir Drake, con la cabeza gacha y el cuerpo en tensión.

—Ah, pobrecito, no pasa nada. Debes de haber vivido un auténtico calvario. Pero créeme, hemos pasado noches muy gratas los dos juntos. —Le plantó un beso en la mejilla que le dejó una marca de carmín.

Drake se la limpió con expresión nerviosa.

—Por favor, llévensela. No la quiero, James.

—Yo me la quedaré —farfulló Talón sonriendo.

La mujer lo miró ceñuda por encima del hombro.

—¿Sabes? cariño —dijo James a la mujer—, podría ayudar a acelerar su recuperación si nos proporcionara cualquier información que tenga sobre él. Quiénes podrían ser sus amigos, por ejemplo. Si nos da sus nombres, podríamos enviarlo con ellos para que lo cuiden.

—Pensaba que ustedes eran sus amigos —replicó la mujer con otra chispa de cautela y desconfianza en los ojos.

—Y lo somos, por supuesto, pero debe de haber otros. ¿Compañeros suyos?

Ella sacudió la cabeza, como si comenzara a presentir que algo no iba bien.

—Si no desean cuidar de él, dejen que se venga conmigo. Necesita las atenciones de una mujer.

—No creo que esté preparado para eso.

—Bueno, yo no soy más que una ramera, viejo —concluyó, encogiéndose de hombros con descaro—. ¿Qué quieren saber, cuáles son las posturas que le gustan? Solía venir al burdel a beber y a cantar, entre otras cosas. Así era el viejo Westie que conocía. No esté inválido —agregó indiferente, como si tratara de distanciarse de forma deliberada.
Tal vez presentía el peligro que corría.
James fijó la mirada en ella.

—Muy bien. En tal caso, puede marcharse —la despidió, pese a que sospechaba que estaba mintiendo.

«Adiós y buen viaje», decían los ojos de la mujer, que devolvió la bolsa con dinero al hombre que se la había dado.

—Quédeselo —la invitó James.

—No lo quiero. Incluso las putas tenemos nuestro orgullo, milord. —Bajó de un salto del vehículo y cerró de un portazo.

—No confío en ella —dijo Talón un momento después, cuando la cortesana se reunía de nuevo en la plaza con los petimetres de Oxford.
James observó cómo los tres jóvenes la rodeaban.

—¡Aquí estás, Ginger!

—¡Casi nos rompes el corazón!

—Olvidémonos de la ópera. ¡Vayamos al club!

Ella echó un vistazo por encima del hombro hacia el carruaje de James cuando se marchaba con sus admiradores en busca de los placeres de la noche.
Talón miró a James.

—¿Voy tras ella?

—No. —Sacudió la cabeza—. Tenemos cuanto precisamos por el momento. Si queremos dar con ella de nuevo, no creo que nos resulte complicado. Ginger la Gata no pasa, precisamente, inadvertida. —Dio un golpe en el carruaje como señal para el cochero y, un instante después, el vehículo se puso en marcha.
Drake no tenía idea de por qué le había importado tanto que aquella mujer tan maquillada pudiese marcharse. Mantuvo la cabeza agachada y guardó silencio mientras regresaban al hotel Pulteney.

Mientras tanto continuó dándole vueltas en la cabeza al nombre con el que ella le había llamado. El conde de Westwood. ¿Era él ese hombre? No le resultaba en absoluto familiar.
Cuando llegaron a su destino, James le encerró en su cuarto para que durmiese. Drake suspiró. Lo había estado esperando.
Al otro lado, en la sala de estar, James impartió nuevas órdenes a Talón en voz baja:

—Ahora que sabemos que es el conde de Westwood quiero que encuentres la mansión familiar y que infiltres a uno de nuestros espías en el personal de servicio. Una vez que esté en la casa, quiero que busque cualquier pista de su pasada relación con la Orden. Además, ordena que informen de cada actividad que pudiera ser de interés que tenga lugar.

—Entendido. ¿Quieres que le haga una visita a Dresden Bloodwell? Debe de estar ya en Londres. Creo que Malcolm te dio la dirección.

—Sí, aquí la tengo. —Abrió el escritorio portátil y sacó un trozo de papel con las señas de Dresden que le entregó a Talón—. Pasa por allí y echa un vistazo, pero no le abordes. Mantente lejos de él. Al fin y al cabo, ese hombre es un asesino lunático. Iremos a verle juntos pronto y nos aseguraremos de que cause el menor daño posible. Mientras te encargas de eso, yo he de ocuparme de una reunión mañana en Newgate.

—¿Cómo, en la prisión? —preguntó Talón, sorprendido.

—Sí, hace varios meses recibí un despacho de uno de los subordinados de Tavistock, un alcaide de Newgate. Hablaba de un convicto encerrado allí que reclamaba ver a Tavistock. El nombre del preso es O'Banyon. Afirma tener información relacionada con la ubicación del tesoro perdido de la tumba del alquimista.
Talón lo miró atónito.

—¿De veras?

James se encogió de hombros.

—Ya veremos. Dado que Tavistock ya no está entre nosotros, el desdichado señor O'Banyon tendrá que conformarse conmigo. Le escucharé mañana y veré por mí mismo si tiene alguna credibilidad. Considerando dónde se encuentra, tengo mis reservas.

—El tesoro perdido de la tumba del alquimista... —murmuró Talón—. ¿No sería magnífico que resultase ser cierto? ¿Que pudiésemos encontrar uno de los pergaminos perdidos?

—Podría contener la llave de un poder inconcebible —repuso James en voz baja. «Justo lo que necesito para derrocar a Malcolm.»
Talón se encogió de hombros.        

—Aunque imagino que de las palabras de O'Banyon solo podemos creernos la mitad. ¿Por qué está en Newgate?

—Según el alcaide, O'Banyon es un ladrón e instigador de motines. Afirma que fue primer oficial de cubierta en un barco con patente de corso, pero el tribunal presentó cargos por piratería contra él.

Talón soltó un bufido.

—No es de extrañar que el sinvergüenza esté dispuesto a decir cualquier cosa si cree que puedes ayudarlo a escapar de la horca.

—Sin duda —convino James, pero sus ojos brillaron ante la mera posibilidad de ponerle las manos encima a uno de los pergaminos que contenían secretos inimaginables descubiertos por los primeros prometeos, entre los que se incluía el mayor maestre del ocultismo, el alquimista del Renacimiento conocido como Valerio.

—Bien, si ambos tenemos que ausentarnos mañana, ¿quién va a ocuparse del gorila? —inquirió Talón.

James lo miró con expresión irónica.

—Si te refieres al conde de Westwood, me encargaré de que mi cochero y un par de hombres monten guardia. El guardaespaldas asintió.

—Bien, iré a echarle un vistazo. Está demasiado callado. —Cruzó la suite y abrió la puerta de la habitación del prisionero, asomando la cabeza sin la menor educación—. ¿Qué estás haciendo?

Drake estaba tumbado en la cama leyendo el periódico, tal y como le habían ordenado, y simplemente levantó la vista para mirarlo. Talón soltó un bufido y cerró la puerta de nuevo, echando la llave.

«Vete al infierno», pensó Drake. El bastardo del parche y él no se tenían el menor aprecio.
Drake continuó ojeando la columna de sociedad y sus ojos se detuvieron una vez más en el detallado anuncio de bodas de una de las parejas, al parecer, pertenecientes a la flor y nata de la sociedad.
Iba a celebrarse allí, en Londres, y estaba prevista para la mañana del día siguiente.

El nombre de la novia le era desconocido, pero Drake no pudo apartar la vista del nombre del novio. Tenía la inexplicable certeza de conocer a aquel hombre, a aquel marqués.

En su cabeza comenzó a tomar forma una idea.
No le había dicho a James que reconocía el nombre, aunque tal vez lo hiciera. Pero antes, en su desesperación por encontrar respuestas sólidas, se sentía obligado a escaparse a hurtadillas para acudir a aquella boda y echar un vistazo de cerca a la cara del novio... si es que conseguía hacerlo. El nombre le resultaba familiar...
«Rotherstone.»


Por fin había llegado el gran día.
El sol brillaba en todo su esplendor aquella mañana teñida de promesas, pero bajo el velo el semblante de la joven estaba pálido a causa de los nervios que la atenazaban. Anhelaba casarse con Damon, aunque sentía cierto temor, pues una vez terminase el día, no habría vuelta atrás. La idea hacía que aferrara el ramo con tal fuerza que sin darse cuenta estaba aplastando los delicados tallos de las flores.

El corazón le latía fuertemente al ritmo del alegre repicar de las campanas cuando el poco usado carruaje de la familia Gilbert, engalanado con flores para la ocasión y tirado por cuatro caballos tocados con plumas blancas en la testuz, se detuvo delante de St. George en Hanover Square.

Las columnas de la iglesia más elegante de Mayfair estaban adornadas con espirales hechas con cintas de color claro. Grandes urnas con flores flanqueaban la nívea alfombra que había sido tendida sobre el pavimento hasta el interior de la amplia entrada de la iglesia.

Dentro, Elena alcanzó a ver una numerosa muchedumbre de personas a las que conocía, ataviadas con sus mejores galas. La joven tragó saliva. Los temores de último momento hicieron acto de presencia y se hundieron en ella como delfines saltarines mientras consideraba todas las incógnitas de una vida futura con un hombre al que apodaban el Marqués Perverso.

Con el corazón en un puño, se apeó del carruaje ayudada por su padre con quien, semanas atrás, había solventado sus diferencias. Wilhelmina la siguió sin demora para echarle una mano con el manejo de las voluminosas faldas.
La música subió hasta un crescendo... y luego se hizo el silencio.

Lord Gilbert le brindó una sonrisa de aliento y la condujo al interior de la iglesia. Ambos se prepararon para hacer la entrada en tanto que Penélope y las niñas, vestidas de morado y rosa, se apresuraban a tomar asiento.
De nuevo sonó la música y los presentes se pusieron en pie.
Elena escudriñó la abarrotada iglesia con el pulso acelerado mientras dejaba que su padre estuviese pendiente de la señal del pastor para que avanzasen. Divisó a lady Thurloe, la hermana de Damon, junto a sus hijos y su esposo. La condesa había intervenido en la planificación de la boda.
También reparó en los amigos de su futuro esposo, el duque de Warrington y lord Falconridge, de pie junto a un gigantesco escocés de cabello canoso, vestido con el traje típico de las Tierras Altas.

«Señor, ¿quién es aquel tipo tan impresionante?», pensó. Luego su mirada vagó hasta encontrar a su tía abuela Anselm sentada en el primer banco de delante.
Jonathon estaba junto a ella y, cuando sus miradas se cruzaron, él le sonrió y saludó jovialmente con la mano. Elena le devolvió cariñosamente la sonrisa, algo más tranquila gracias al cómico sentido del humor del joven. Jamás había estado tan segura de haber tomado la decisión correcta.
Bonnie se encontraba cerca con sus altivas primas. La pequeña pelirroja animó a Elena con una firme inclinación de cabeza que, a su vez, hizo que la joven volcara de nuevo su atención en la tarea que le ocupaba.

Cuando Damon apareció delante del altar, justo donde debía estar, todas las dudas que pudo haber albergado se evaporaron como el rocío de la mañana. Al verlo su corazón se inflamó con renovada certeza.

Damon la miraba fijamente desde el otro lado del pasillo mientras esperaba a que llegara hasta él. Iba vestido con una chaqueta azul oscuro, chaleco plateado y calzón color crema, con medias blancas y zapatos negros. Los guantes eran también blancos y llevaba un capullo de flor en la solapa. Parecía el príncipe azul de un cuento de hadas.

El suave empujoncito de su padre fue la señal para que avanzara, haciendo que dejase de mirar embobada a su futuro esposo. Elena se recompuso y comenzó a andar con la gracia y refinamiento que desde niña se había propuesto aprender con el fin de hacer que el espíritu de su madre se sintiera orgulloso.
Continuó mirando fijamente a Damon mientras se encaminaba con paso lento y fluido hacia el altar. El corazón de Elena levantó el vuelo a medida que se aproximaba a él. De acuerdo, iba a casarse con el Marqués Perverso y, una vez que pronunciara aquellos votos, jamás miraría atrás.

Esa mañana Damon resplandecía en toda su morena belleza: se había afeitado y peinado pulcramente el cabello negro hacia atrás con un poco de pomada. A Elena le resultaba imposible apartar los ojos de él. Una vez llegaron hasta el novio, lord Gilbert la entregó a Damon sin más preámbulos. Estar a su lado era una pura delicia. Elena se sentía exultante.

«Nadie me ha amado nunca», le había dicho Damon aquel día en el granero. Esas palabras aún hacían que se le encogiese el corazón.
«Yo lo haré —pensó. Y en aquel momento tomó una decisión irrevocable—: Voy a amarte y a darte todo lo que tengo», le dijo con la mirada cargada de sinceridad.

Damon examinó su rostro a través del transparente velo nupcial, con expresión inquisitiva y una chispa de curiosidad cuando le ofreció la mano a Elena.
Ella se cogió de su brazo y se acercó más a él. «Espero que estés preparado, Damon, amor mío. Tú te lo has buscado.»

La música cesó. Damon la miró de reojo desconcertado y con cierto recelo y Elena le brindó una sonrisa expectante. A continuación ambos volvieron su atención al calvo pastor, que levantó la vista del libro de oraciones abierto que tenía ante sí.

El hombre se subió las gafas redondas y esbozó una amplia sonrisa, primero a ellos y luego a los allí presentes.

—Queridos hermanos —comenzó—, estamos hoy aquí reunidos para...
Estaba casado. Así de simple.

Un par de horas después, en la recepción, Damon seguía casi sin creer que al fin había logrado su objetivo y conseguido a la dama elegida.
La joven había entablado una batalla campal, tal y como Damon le había dicho a sus amigos, pero pese a su meticulosa planificación, había aprendido sin la menor duda que el corazón de una mujer era una fuerza de la naturaleza que ningún hombre podía controlar.

Si hubiera albergado la menor duda al respecto, el beso que Elena le había dado en el punto álgido de la ceremonia la habría despejado.
Cuando el pastor le dijo a Damon que podía besar a la novia, le había retirado el velo para reclamar sus labios, encontrándose con que Elena le arrojó los brazos alrededor del cuello y lo besó apasionadamente.
No se lo había esperado... y tampoco ninguno de los asistentes. Varias personas en la iglesia habían reído, pero la joven no les había prestado atención alguna. Elena le plantó un beso en los labios que no tardó en suscitar los vítores y aplausos de los invitados, y desde el fondo de la iglesia se escuchó el sonoro silbido de Rohan. Cuando la novia puso fin al beso, incluso Damon se sentía un tanto avergonzado.

Sin duda había encontrado a la Marquesa Perversa perfecta.
Encantados e impacientes por la noche de bodas, partieron hacia Almack's, pues lord Gilbert había reservado aquel lugar para celebrar la recepción. Ese día hubo música; recibieron un sinfín de felicitaciones y parabienes, así como regalos de la créme de la créme de la sociedad londinense; y corrieron el vino y los licores, los mejores que podían encontrarse en el mundo. Las mesas estaban repletas de comida y, al final, los dos juntos pidieron un deseo y cortaron la extravagante tarta blanca de varios pisos elaborada en Gunter’s.

El día estaba pasando a velocidad de vértigo. Damon encontraba bastante extraño que, pese a llevar tan solo un par de horas casado comenzaba a sentirse como si formara ya parte del mundo.
Finalmente fue invitado a unirse a su suegro y a un grupo de ancianos caballeros que conformaban el círculo de amigos del vizconde a fumarse un cigarro en la calle. Para evitar que el humo se colara dentro y molestase a las damas, se reunieron en el callejón entre Almack’s y las caballerizas de pago situadas al lado.

Mientras Damon fumaba, sin dejar de sonreír ampliamente en tanto que los ancianos casados le aconsejaban en medio de un ambiente jocoso que debía al menos aparentar cumplir todas las órdenes de su flamante esposa, reparó en un carruaje de alquiler que rodaba lentamente hasta King Street, perpendicularmente al estrecho callejón donde estaban reunidos los hombres.

Al principio no le dio mayor importancia. Había quienes sin duda sentían cierta curiosidad por echar un vistazo a una boda de la aristocracia, sobre todo cuando no se celebraba en alguna distante propiedad campestre. En los ecos de sociedad se había anunciado la fecha de las inminentes nupcias y los periodistas que se ganaban la vida chismorreando acerca de la vida de los miembros de la alta sociedad andarían merodeando a ver qué podían captar.

Pero cuando el vehículo pasó por delante del callejón, a plena vista, Damon vio al pasajero que iba dentro. Tras una deslucida cortinilla descorrida apareció un rostro... Un rostro que reconoció de inmediato.
Damon se quedó petrificado.
Su mirada se cruzó con los oscuros y penetrantes ojos del hombre durante un efímero instante.

Damon permaneció inmóvil, apenas capaz de dar crédito a lo que había visto. « ¿Un fantasma? ¿Una alucinación?»
Vio el rostro de un hermano caído. El carruaje pasó, cobrando velocidad, y durante un segundo Damon se mantuvo allí, mirándolo, completamente conmocionado.
«Drake».

Al instante arrojó el cigarro sin dar explicaciones a su suegro ni a nadie y salió corriendo del callejón, dobló a la izquierda y comenzó a perseguir al vehículo por King Street.

—¡Rotherstone!

Damon oyó que lord Gilbert lo llamaba, pero no volvió la vista. El carruaje, que había acelerado y le sacaba una buena distancia, estaba ya virando a la izquierda, hacia la concurrida St. James Street. Damon corrió más deprisa, cuestionándose su propia cordura pero negándose a dudar de ella. Sabía lo que había visto y, santo Dios, si Drake estaba vivo...

En esos momentos no quería ni pensar en las repercusiones que aquello podría tener. Tenía que asegurarse. Avanzó a toda velocidad entre transeúntes que pululaban por los diversos establecimientos, persiguiendo el carruaje por St. James Street en dirección a Piccadilly. Su mente se vio asaltada por dudas y ominosas preguntas mientras luchaba contra el fuerte impulso de gritar el nombre de su amigo para intentar que se detuviera.
Si en verdad Drake estaba vivo y todo marchaba como era debido, si deseaba que lo encontrasen, ya se habría detenido. «Santo Dios, ¿será posible que Drake se haya vuelto un renegado?»

Tal vez se hubiera equivocado y no era Drake. Damon apartó de su cabeza la creciente sensación de pavor y aceleró el paso, aunque las resbaladizas suelas de los zapatos de etiqueta no eran de mucha ayuda. Tendría suerte si no acababa dando con el trasero en el suelo.

El abundante tráfico había entorpecido el paso del carruaje pero, a pesar de eso, yendo a pie Damon no era rival para los dos caballos que tiraban del vehículo. De modo que cuando este dobló la esquina, perdió contacto visual durante un par de minutos. Al llegar a la esquina con Piccadilly, se paró a mirar entre resuellos hacia la izquierda, la dirección que lo había visto tomar. El vehículo se había perdido rápidamente entre la marea de anodinos carruajes negros que transitaban por la gran avenida.
« ¡Maldita sea!»

A ambos lados de la calle había vehículos estacionados esperando para recoger pasajeros que iban y venían por la avenida de elegantes tiendas, clubes y cafeterías.

Damon inspeccionó el pavimento en ambas direcciones por si acaso Drake se había apeado del coche de alquiler y continuado a pie.
Luego se centró en los peatones varones, pero era complicado distinguirlos unos de otros, ya que todos ellos llevaban la cabeza cubierta y el rostro quedaba ensombrecido por el ala de los distintos tipos de sombreros de copa, bombines y bicornios militares.

Damon empezaba a sentir que había llegado a un callejón sin salida cuando reparó en uno de los coches de alquiler en la fila de vehículos estacionados y le pareció que los caballos eran de un color similar al tiro del carruaje que había estado persiguiendo: un castaño desgreñado y otro de un tono marrón más oscuro. «Podría tratarse del mismo.»

Damon corrió hasta él haciendo caso omiso de las miradas de los transeúntes. Imaginaba que parecía un fantoche corriendo por las calles de Londres ataviado con el traje más elegante y formal que poseía. ¿Qué diría la alta sociedad de un novio que se marcha como alma que lleva el diablo de la recepción de su boda? Y, ya puestos, ¿qué pensaría Elena al respecto?
No quería detenerse a pensar en eso ahora. Si Drake estaba vivo y se había vuelto un renegado, tenía problemas más graves de los que ocuparse que la simple desaprobación de las patronas de Almack's. Recorrió la calle sin perder un minuto hasta llegar al carruaje estacionado y abrió la puerta sin previo aviso.

Estaba vacío. Si Drake lo había ocupado momentos antes, se había desvanecido como el humo de un cigarro.

—¿Puedo ayudarle, señor? —Preguntó el cochero desde su pescante—. ¿Quiere que lo lleve a algún sitio?

—¿Adónde ha ido ese hombre? ¡Su pasajero!
El cochero sacudió la cabeza y se encogió de hombros con desinterés. «Ni lo sé, ni me importa.»

—¡Quédese aquí, necesito hablar con usted! —le ordenó Damon, aunque estaba convencido de encontrarse en el buen camino. Inspeccionó velozmente las tiendas adyacentes al lugar donde se había detenido el carruaje, echando un vistazo a las puertas abiertas de varios de los comercios. Una sombrerería, una confitería, una tienda de velas y otra de paños de lino. «No.» Pero cuando echó una ojeada a la abarrotada tienda de artículos diversos, más allá de los pasillos al fondo del largo y angosto espacio divisó fugazmente a un hombre vestido de negro que desaparecía por la puerta de atrás.

Echó a correr tras él, desoyendo al tendero.

—¡Oiga! ¿Adónde va?

Damon abrió la puerta trasera de golpe y salió al jardín.
Allí no había nadie. Una tapia alta de ladrillo circundaba el huerto del comerciante. Lo más probable era que la familia viviese encima de la tienda. Damon reconoció la zona con mirada torva y agudizó el oído en busca de algún sonido. «Nada.» No podía verlo ni oírlo, pero le sentía muy cerca.

—¡Drake! —gritó de pronto—. ¡Déjate ver!

En lugar de su camarada fue el tendero quien salió en aquel momento, hecho una furia.

—¡Oiga! ¡Intruso! ¿Adónde cree que va? ¡No puede estar aquí!

—¿Ha visto usted a un hombre salir por esta puerta?

—¿Aparte de usted? —replicó el robusto comerciante, ataviado con un delantal y con los brazos en jarras. «Malditos aristócratas», parecía decir su beligerante expresión ceñuda.

—Lo lamento —farfulló Damon, pero se alejó del hombre y se subió a la tapia.

—Voy a llamar a las autoridades si no se larga de mi propiedad. No tiene ningún derecho a estar aquí.

—De acuerdo.

Damon saltó al otro lado y prosiguió con la búsqueda justo cuando Warrington y Falconridge entraban aceleradamente en el jardín del tendero.

—¡Damon!

—¿Quiénes demonios son ustedes? —gritó furioso el hombre.

—Lo sentimos, estamos buscando a nuestro amigo.

—Se ha ido por allí.

—¿Cómo, ha saltado la tapia?

—Estoy aquí —respondió Damon, contrariado al no encontrar rastro alguno de Drake. Volvió a saltar al jardín y se reunió con sus amigos.

—Ustedes, muévanse o enviaré a buscar a las autoridades. ¡No quiero su dinero! 
—replicó el propietario cuando Warrington intentó ofrecerle cinco guineas por las molestias.

—¿Qué diablos sucede? —murmuró Jordán.
Los tres abandonaron la tienda.

—He visto a Drake.

—¿Qué?

Damon los miró con gravedad mientras se alejaban del comerciante, que continuaba en la entrada del establecimiento para asegurarse de que no volvieran.

—¿Aquí?

—¿Vivo?

—Juro que era él.

—Debes de estar equivocado.

—¡Imposible!

—Lo sé. Al fin y al cabo, si Drake estuviera vivo, ¿por qué no habría de avisarnos? Pero os aseguro que sé lo que he visto. Vine persiguiéndolo hasta aquí, pero escapó.

—Lo buscaremos. ¿Por dónde se ha ido?

—¡Ha desaparecido! Tal y como nos enseñaron a hacer—agregó Damon sombrío—. En estos momentos... —Miró a su alrededor y sacudió la cabeza—. Podría estar en cualquier parte.

—Bien, si Drake está vivo más vale que lo encontremos. Y rápido.

—Lo sé. No lo entiendo. —Damon meneó nuevamente la cabeza, desconcertado

—. ¿Acaso estoy teniendo visiones?

—Podría ser una mala pasada de la mente, ¿verdad? ¿Añoranza, el recuerdo de viejos amigos? —sugirió Jordán.

—O su fantasma... —agregó Rohan.

Los otros dos se quedaron mirándolo.

—Crecí en un castillo encantado, muchachos. Hasta que un fantasma no intente tiraros por las escaleras, no habréis vivido.

—Eso no ayuda, Rohan —dijo Jordán, poniéndole una mano a Damon en el hombro de forma fraternal—. Quizá solo te sientas culpable porque tú has vuelto mientras que él no. Sé que todos hemos padecido nuestra buena parte de culpa. Y ahora tienes a una muchacha encantadora, una vida maravillosa por delante...

—No me estoy imaginando cosas, Jordán. —Damon se pasó la mano por el pelo
—. Al menos... no lo creo.

—Escucha, deja que nosotros nos encarguemos de esto —murmuró Rohan—. Encontraremos a Drake, sea hombre o fantasma. Tú tienes cosas mejores que hacer.

—Aseguraos de hablar con el cochero del vehículo de alquiler —dijo—. No creo que sepa nada, pero lo ha visto y podría aportar una descripción de él y de dónde lo recogió. Averiguad lo que podáis.
Jordán asintió, pero luego intercambió una mirada dubitativa con Rohan.

—Me parece que será mejor que se lo digamos —le dijo el escocés a Jordán en voz baja.

—¿Decirme qué? —El tono de Rohan hizo que a Damon se le helara la sangre de antemano.

—Jordán divisó a Dresden Bloodwell en el baile del final del verano.

—¿Dresden Bloodwell... el asesino? ¿Qué demonios está haciendo él en Londres?

—Ni idea.

—¿Dónde lo viste?


—Dentro de la casa. Debió de entrar acompañando a uno de los invitados. 

Estaba apoyado en la pared del salón de baile y parecía estar tomando nota. Yo me encontraba bailando con una mujer y cuando pude librarme de ella, Dresden había desaparecido.

—¿Por qué demonios no me lo contaste? —espetó Damon.

—Ya te habías ido. Fue después de que te marcharas tras el altercado con Carew.

—¡Eso pasó hace semanas!

—Nos hemos estado encargando nosotros. No te preocupes. Vamos, hombre, no queríamos estropearte este momento. Te habías enamorado locamente y te preparabas para la boda —repuso Rohan—. Y ya que hablamos de eso, será mejor que vuelvas. Has provocado un buen alboroto con tu marcha.

—Maldita sea, ¿qué voy a decir?

—Que viste cómo un carterista le robaba el bolso a una anciana y tomaste cartas en el asunto —lo informó Jordán como si tal cosa—. Bien, ve a cosechar la gloria de los héroes. Y descuida, que nosotros respaldaremos la historia.

—De acuerdo. —Damon sacudió la cabeza con un suspiro furioso y un profundo desasosiego en las entrañas—. Es perfecto, sencillamente perfecto —masculló

—. No llevo ni un día casado y ya tengo que mentirle a Elena.
Aquello no auguraba nada bueno.


«Me conoce.»
Drake se coló a hurtadillas en el hotel Pulteney con el corazón aún desbocado, subiendo por el balcón por el que había bajado. Tenía que regresar antes de que James volviera de hacer sus recados. Gracias a Dios, según le había dicho, Talón no estaría de vuelta hasta al cabo de unos días, pero no sabía adónde había ido el hombre del parche.

Le había resultado extraño caminar libremente por la ciudad y Drake se había desorientado. No conseguía encontrar un buen motivo por el que debiera volver con sus captores, salvo que algo en su interior le decía que tenía que hacerlo.
Tal vez había acabado creyendo realmente a los prometeos cuando decían que eran sus amigos. Drake solo sabía que ahí fuera, en esa extraña ciudad, no se sentía seguro sin James, mucho menos después de la aterradora persecución de la que había sido objeto. Necesitaba la benévola burbuja en que lo envolvía su anciano protector.

De modo que se propuso colarse de nuevo dentro del hotel Pulteney. Daba la impresión de que su cuerpo sabía lo que estaba haciendo aun cuando el cerebro lo ignorase. Parecía tener un plan. Tal vez sus razones para regresar fueran otras.
Tal vez ese continente perdido, sumergido dentro de él, sabía bien lo que se hacía. Drake lo ignoraba.

Pero en el fondo de su ser percibía que no debía contarle a James lo que había hecho. Al menos por el momento, hasta que averiguara si Rotherstone era amigo o enemigo.

Todavía no se explicaba de dónde procedía aquella habilidad para evitar ser capturado de la que había hecho gala. Cierto era que no había esperado que lo vieran, pero cuando Rotherstone comenzó a perseguirlo, el instinto había guiado sus reacciones sin antes preverlas.


Aquello hizo que se preguntase cómo habían conseguido capturarle en Baviera. « ¿Por qué no lograba acordarse?» Cuando entró de nuevo por la ventana de la habitación que le había sido asignada se sentía apabullado una vez más.
Drake se sirvió un vaso de agua de la jarra, con las manos temblorosas, tras lo cual se sentó en la cama para intentar recobrar el aliento. Aquietó el temblor y se aferró con todas sus fuerzas a aquellos únicos indicios de reconocimiento.
Rotherstone lo conocía. La mujer de la cara pintada de la noche pasada, Ginger, también lo conocía. Y ahora había logrado escapar y volver a entrar sin ser detectado. Todo ello eran señales prometedoras. Exhaló pausadamente y los temblores remitieron al fin.

Quizá, solo quizá, había esperanza para él.

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