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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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30 diciembre 2012

La Magia Existe Capitulo 10



CAPÍTULO 10
La  alarma  despertó  a  Elena  con  sus  indignantes  pitidos,  que  comenzaron  a  intervalos regulares y fueron aumentando de frecuencia y de volumen hasta convertirse casi en una sirena que la obligó a salir de la cama. Con un gemido y a trompicones, llegó a la cómoda y apagó el despertador. Lo había colocado lejos a propósito, ya que hacía mucho que había aprendido que, si lo dejaba en la mesita de noche, era capaz de pulsar el botón para desconectar la alarma sin llegar a despertarse del todo.


Escuchó los rasguños de unas patas sobre el suelo de madera instantes antes de que la puerta del dormitorio  se  abriera  para  dejar  paso a  la  enorme  cabeza  cuadrada  de  Renfield, con su evidente prognatismo. «¡Tachan!», parecía decir su expresión, como si ver a un bulldog medio calvo, jadeante y con problemas de mandíbula fuera la mejor manera de comenzar el día. Las calvas eran el resultado de un eccema, que los antibióticos y una dieta especial habían conseguido controlar. Pero de  momento  no le había vuelto a crecer el pelo. La mala estructura ósea  le confería un aspecto extraño cuando caminaba o corría, como si fuera en diagonal.

—Buenos días, monstruito —dijo Elena, que se agachó para acariciarlo—. Menuda nochecita.

—Apenas había dormido. Y se había pasado la noche dando vueltas y soñando.

En ese momento, recordó por qué no había dormido bien.
Se le escapó un gemido y su mano se quedó quieta en la cabeza pelona de Renfield. El beso de Damon... Así como su respuesta al beso de Damon...
Y no le quedaban demasiadas alternativas, tendría que verlo al cabo de un rato. Si no lo hacía, Damon podría sacar conclusiones equivocadas. La única alternativa era ir a Viñedos Sotavento y comportarse como si tal cosa. Tendría que mostrarse alegre e indiferente.

Entró a trompicones en el cuarto de baño de su bungalow de un dormitorio, se lavó la cara y se la secó con una toalla. Y se dejó la toalla apretada contra la cara cuando sintió el escozor de las lágrimas. Por un instante, se permitió rememorar el beso. Había pasado muchísimo tiempo desde que alguien la abrazó con pasión, desde que un hombre la abrazó con fuerza y la estrechó contra su cuerpo. Y Damon era tan fuerte... era tan vital... Que resultaba casi un milagro que no hubiera caído en la tentación. Cualquier otra lo habría hecho.

Algunas de las sensaciones le resultaron conocidas, pero otras fueron totalmente novedosas. No recordaba haber sentido ese deseo tan arrollador, ni la pasión que la recorrió por entero y que le pareció una traición... y una fuente de peligro. Era demasiado alarmante para una mujer cuya vida ya sufrió un vuelco espantoso. Nada de aventuras apasionadas, alocadas y potencialmente dolorosas para ella... No deseaba más heridas, ni más pérdidas... Necesitaba paz y tranquilidad.

Aunque todo eso era pensar por pensar. Tenía todos los motivos del mundo para creer que Damon haría las paces con Bonnie muy pronto. Ella sólo había sido una distracción pasajera, un tonteo  sin  importancia.  Era  imposible  que  Damon  quisiera  lidiar con  todos  los  problemas  que arrastraba; unos problemas que ni ella misma quería analizar. Damon no le daría la menor importancia a lo de la noche anterior.
Y ella tenía que convencerse, como fuera, de que también carecía de importancia. Soltó la toalla y miró a Renfield, que jadeaba y roncaba a su lado.

—Soy una mujer de mundo —le dijo—. Puedo enfrentarme a esto. Vamos a ir al viñedo y te dejaré allí para que pases el día. Y tú vas a intentar ser el perro más normal del mundo.


Después de ponerse una falda vaquera, botas de tacón bajo y una chaqueta entallada, se maquilló un poco. Un toque de colorete, la máscara de pestañas, el brillo labial y el corrector consiguieron finalmente camuflar los estragos de una noche sin dormir. Pero ¿se había pasado? ¿Creería Damon que estaba intentando llamar su atención? Puso los ojos en blanco y meneó la cabeza para desechar semejantes pensamientos.

Renfield estaba fuera de sí cuando lo metió en el coche, ya que le encantaba visitar sitios nuevos. El perro intentó sacar la cabeza por la ventanilla, pero ella sujetó la correa con inusitada fuerza, ya que temía que su regordete amigo pudiera caerse del coche accidentalmente.

El día era fresco y despejado; el cielo tenía un azul muy claro veteado en algunas partes por unas diáfanas nubes. Al darse cuenta de que su nerviosismo iba en aumento conforme se acercaba al viñedo, Elena inspiró hondo una vez, y luego otra, y repitió el proceso hasta que su respiración se tornó casi tan jadeante como la de Renfield.
Stefan y sus empleados estaban trabajando entre las viñas, podando los vástagos del año anterior y dándole forma a las cepas a fin de prepararlas para el invierno. Elena condujo hasta la casa, aparcó y miró a Renfield.

—Vamos a comportarnos con naturalidad y con seguridad —le dijo—. Sin problemas.
El bulldog la acarició con la cabeza, exigiéndole que le rascara. Elena hizo lo que le pedía y suspiró.

—Vamos allá.

Llevó al perro hasta la puerta principal, sin llegar a soltar la correa de la mano, aunque se detuvo con paciencia mientras el pobre hacía un descanso entre escalón y escalón. Antes de que pudiera llamar, la puerta se abrió y apareció Damon en vaqueros y camisa de franela. Estaba para comérselo con la camisa arrugada y el pelo alborotado, tanto era así que sintió una punzada en el estómago.

—Pasa. —Su voz, muy ronca por la mañana, le resultó agradable. Elena tiró del perro para obligarle a entrar en la casa.

Los ojos de Damon lo miraron con expresión de regocijo.

—Renfield —dijo, y se puso en cuclillas.

El perro se acercó a él de inmediato. Damon lo acarició con más fuerza de lo que ella solía hacerlo, de modo que la piel del cuello comenzó a moverse con vigor. Renfield estaba en la gloria. Como no tenía rabo, se puso a menear los cuartos traseros, consiguiendo en el proceso una buena imitación de Shakira.

—Pareces un cuadro de Picasso —le dijo Damon—. Del periodo cubista.

Jadeando extasiado, Renfield le lamió las muñecas y se tumbó en el suelo, despatarrado completamente.
Pese al nerviosismo, Elena se vio obligada a echarse a reír al verlo tumbado de esa manera.

—¿Estás seguro de que no vas a cambiar de opinión? —le preguntó a Damon. Él la miró con la misma expresión alegre.

—Segurísimo —contestó.

Acto seguido, Damon apartó la correa del collar, se levantó para mirarla a la cara y le quitó la correa de las manos con infinita delicadeza. Cuando sus dedos se rozaron, Elena sintió que el pulso se le disparaba y que empezaban a temblarle las rodillas. Por un instante, se imaginó la maravillosa sensación de poder dejarse caer al suelo tal como lo había hecho Renfield.

—¿Cómo está Emma? —consiguió preguntar.

—Genial. Está comiendo gelatina y viendo dibujos animados. La fiebre le subió otra vez durante la noche, pero después desapareció. Está un poco débil. —Damon la observó con detenimiento, como si quisiera memorizar todos los detalles de su persona

—. Elena... no fue mi intención asustarte.

Elena sintió el corazón a punto de salírsele del pecho.

—No me asustaste. No sé por qué sucedió. Seguro que fue por el vino.

—No bebimos vino. El del vino fue Stefan.

Sus palabras tuvieron el efecto de provocarle un ardiente sonrojo.

—En fin, el caso es que se nos fue la cabeza. Seguramente por la luna llena.

—No había luna.

—Era tarde. Alrededor de medianoche...

—Eran las diez.

—... y tú estabas agradecido porque había ayudado a cuidar a Emma y...

—No estaba agradecido. Bueno, sí estaba agradecido, pero no te besé por eso. La voz de Elena adquirió un deje desesperado para añadir:

—En resumen, que no siento eso por ti. Damon la miró con gesto escéptico.

—Me devolviste el beso.

—Un gesto amistoso... Fue un beso amistoso... —Frunció el ceño al darse cuenta de que Damon no se lo tragaba—. Te devolví el beso por educación.

—¿Algo protocolario?

—Sí.

Damon extendió los brazos, la pegó contra su cuerpo y la estrechó con fuerza. Elena se quedó tan sorprendida que ni siquiera protestó. En ese momento, Damon inclinó la cabeza y le dio un beso tan lento y demoledor que se echó a temblar de la cabeza a los pies. El deseo se apoderó de ella, y la dejó débil y a su merced.

Damon le enterró una mano en el pelo y jugueteó con sus rizos antes de dejarla quieta. El mundo se desvaneció y sólo quedó el placer, el deseo y ese anhelo tan doloroso y dulce que la inundaba. Cuando por fin se separaron, Elena estaba temblando de la cabeza a los pies.

Damon clavó la mirada en sus ojos aturdidos y enarcó un poquito las cejas, como si quisiera preguntarle con el gesto si había demostrado su postura.

Elena respondió la silenciosa pregunta haciendo un sutil gesto de asentimiento.
Damon la instó a apoyar la cabeza en su hombro con mucha delicadeza y esperó a que las piernas dejaran de temblarle.

—Tengo que ocuparme de unas cuantas cosas —lo oyó decir por encima de su cabeza—, entre las que se incluye solucionar lo mío con Bonnie.

Elena se apartó y lo miró presa del nerviosismo.


—Por favor, no cortes con ella por mi culpa.

—Tú no tienes nada que ver. —Damon le rozó la punta de la nariz con los labios—. El problema es que Bonnie se merece muchísimo más que ser la mujer con la que alguien se conforma. En un momento dado, creí que sería buena para Emma y que con eso bastaría. Pero últimamente me he dado cuenta de que no puede ser buena para Emma si no es buena para mí.

—Ahora mismo no puedo enfrentarme a esto, es demasiado —le aseguró sin tapujos

—. No estoy preparada.

Damon jugueteó con su pelo, deslizando los dedos por sus rizos.

—¿Cuándo crees que estarás preparada?

—No lo sé. Primero necesito un hombre transitorio.

—Yo seré esa transición.

Damon era capaz de arrancarle una sonrisa aun estando confundida.

—¿Y quién vendrá después? —le preguntó ella.

—Pues yo.

Se le escapó una carcajada desesperada al escucharlo.

—Damon, yo no...

—Chitón —le dijo él con suavidad—. Es demasiado pronto para tener esta conversación. No hay nada por lo que debas preocuparte. Entra. Vamos a ver a Emma.

Renfield se puso en pie con mucho esfuerzo y los siguió.

Emma estaba en la salita emplazada junto a la cocina, acurrucada en el sofá, envuelta en mantas y cojines. Ya no tenía los ojos brillantes ni la cara desencajada del día anterior, pero seguía muy débil y pálida. Al verla, la niña sonrió y extendió los brazos.
Elena se acercó a ella y la abrazó.

—¡Adivina a quién he traído! —dijo contra los mechones enredados de Emma.

—¡Renfield! —exclamó la niña.

Al reconocer su nombre, el bulldog se acercó alegremente al sofá, con sus ojos saltones y su sempiterna mueca. Emma lo miró con recelo y se apartó al ver que colocaba las patas delanteras sobre el sofá y se levantaba sobre las traseras.

—Tiene una pinta muy rara —le susurró a Elena.

—Sí, pero él no lo sabe. Se cree guapísimo.

Emma soltó una risilla y se inclinó hacia delante para acariciarlo.
Con un suspiro, Renfield apoyó su enorme cabeza en Emma y cerró los ojos, extasiado.

—Le encanta que le presten atención —le explicó a Emma, que comenzó a hacerle carantoñas al encantado bulldog y a hablarle como si fuera un bebé. Elena sonrió y le dio un beso a la niña en la cabeza—. Tengo que irme. Gracias por cuidarlo hoy, Emma. 
Cuando vuelva a recogerlo, te traeré una sorpresa de la juguetería.

Damon observaba la escena desde la puerta con expresión tierna y pensativa.

—¿Quieres desayunar? —le preguntó—. Tenemos huevos y tostadas.

—Gracias, pero ya he comido unos cereales.


—¡Come un poco de gelatina! —exclamó Emma—. El tío Damon ha hecho de tres colores. Me ha dado un poco de cada y me ha dicho que era un cuenco de arcoíris.

—¿En serio? —Elena lo miró con una sonrisa interrogante—. Me alegra saber que tu tío usa la imaginación.

—No sabes hasta qué punto... —replicó el susodicho.

Damon la acompañó a la puerta y le dio el termo lleno de café. A Elena le preocupaba la sensación tan hogareña que la había asaltado. El perro, la niña, el hombre con camisa de franela, incluso la casa, una mansión victoriana restaurada... todo era perfecto.

—No me parece un trato justo —dijo—. Un café especial a cambio de un día con Renfield.

—Si consigo verte dos veces en un día —replicó Damon—, estaré encantado de hacer tratos así.

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