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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

19 abril 2013

Chantaje Capitulo 07


Capítulo 7
—¿ESTÁS bien, Elena?
—Sí, perfectamente, gracias —respondió Elena tratando que su voz sonara totalmente neutra y carente de emoción.
—Entonces, ¿por qué no comes nada? —le preguntó Damon muy serio.
Llevaban viviendo como marido y mujer algo más de un mes, durante el cual Elena había aprovechado las largas ausencias de Damon, y la cuenta bancaria que había dejado a su disposición, para modernizar la casa y hacerla más acogedora. Al menos durante el día tanta actividad le impedía pensar, las noches sin embargo eran una larga y tormentosa sucesión de horas en las cuales no podía controlar sus pensamientos.
Damon no había mencionado a Katrina ni una sola vez desde su desagradable visita, y Elena había decidido no ser ella la que sacara a colación aquel nombre ya que tenía miedo de que si lo hacía, no sería capaz de ocultar lo que sentía realmente.
La crueldad de su madrastra había tenido, como siempre, el efecto esperado. ¿Le habría contado Damon el acuerdo al que había llegado con ella? Si era así, Elena no podía comprender cómo alguien sería capaz de soportar que su hombre estuviera intentando tener un hijo con otra mujer, aunque no la quisiera. Pero claro Katrina nunca había sido una mujer normal, ni desde luego maternal.
—Porque no tengo hambre —respondió ella con frialdad y mirando a la preciosa mesa que había comprado la semana anterior en una tienda de antigüedades.
Era sorprendente lo poco que le había costado adaptarse de nuevo a la vida de aquella pequeña ciudad. Bien era cierto que en Río no había hecho ningún amigo al que echara de menos. Le había resultado muy duro abrirse a cualquier persona, sobre todo a los hombres; había demasiadas heridas abiertas que habían mermado su confianza en sí misma.
Eso no quitaba que pensara a menudo en su estancia en Brasil, y en los niños, sobre todo en ellos. Después de todo ellos eran los que la habían hecho volver y meterse en la insoportable pesadilla que estaba viviendo. Algún día regresaría, pero por el momento había ciertas cosas en Inglaterra que absorbían todo su tiempo y su atención.
—¿Qué pasa, Damon? —le preguntó en tono desafiante—. ¿Esperabas que te dijera que no como porque me encuentro mal? ¿O porque estoy embarazada? —negó con la cabeza, mientras sonreía con frialdad—. Pues lamento decepcionarte, pero me temo que no es eso. Pobrecito, vas a tener que volver a acostarte conmigo otra vez.
Apenas se reconocía a sí misma en la mujer ácida en la que se estaba convirtiendo. ¿Era eso lo que ocurría cuando le negaban a uno el sexo? ¿Cuando le dejaban probar lo que era y luego no le permitían volver a disfrutarlo nunca más?
No tenía manera de saberlo pues, como muy bien había dicho Damon, ella no sabía nada sobre sexo. Cuando la había llevado a la cama no era más que una virgen ingenua que confundía el sexo con el amor y que creía que eso último era algo importante.
—Quizás la próxima vez debamos calcular cuál es el momento más oportuno para concebir. Al fin y al cabo, ninguno de los dos queremos acostamos con el otro si no es totalmente necesario —sugirió Elena con una ironía que le era del todo desconocida.
—¡Estás mintiendo, Elena!
Aquella exclamación la pilló tan desprevenida que, por un momento, lo miró impresionada de que lo supiera. Pero era imposible que lo supiera… Ni siquiera ella estaba del todo segura… Los únicos motivos de sospecha eran un ligero mareo y el hecho de que ya no aguantaba la taza de café bien cargado que solía tomar por las mañanas.
—Tú sí que quieres acostarte conmigo, y lo harías ahora mismo si yo me levantara y te tomara entre mis brazos… La verdad es que siento la tentación de hacerlo solo para demostrarte que estoy en lo cierto. —Elena sintió un profundo alivio. No lo sabía. No se había referido a lo que ella había pensado. Entonces recapacitó en lo que sí había dicho claramente, algo que hizo que dejara a un lado el alivio y se centrara en las punzadas de emoción que le golpeaban el corazón.
—Estás muy equivocado.
¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Empujarlo hasta el punto en el que no le quedaría otro remedio que…?
Emitió un grito ahogado al ver que Damon se ponía en pie y se aproximaba a ella.
—Ya te he avisado más de una vez que es peligroso que me desafíes —le recordó con una insolente sonrisa en los labios.
Estaba a su lado, la agarró de la mano obligándola a levantarse y la estrechó fuerte entre los brazos, pegándola tanto a su cuerpo que ambos podían sentir el corazón del otro.
Había sido un día de mucho calor, por lo que Elena llevaba puesta una camiseta muy fina en la que ahora sentía el roce de los pezones erectos por la excitación.
—¿No es esto exactamente lo que querías que hiciera? —le preguntó en voz muy baja.
La negativa no llegó a salir de su boca porque Damon se apresuró a tapársela con sus labios, besándola con una pasión a la que ella respondió de inmediato. Sus lenguas se juntaron y juguetearon ansiosas mientras Elena sentía que algo dentro de ella se derretía.
—¡Damon!
Él bebió la exclamación de sus labios, reconociendo la necesidad con la que la había pronunciado.
Aun con los ojos cerrados, podía ver su cuerpo fuerte y desnudo, recordaba su erotismo con todo detalle: cada músculo, cada hueso, cada centímetro de piel.
—Te deseo tanto.
Aquellas palabras salieron de ella provocándole un intenso dolor porque le demostraban una vez más que a su lado no podía resistirse, no podía enfrentarse al amor que sentía por él. Pero eso no era amor; como muy bien le había dicho Damon, ¡era solo sexo! Pero estaba claro que, al menos eso, también él lo sentía.
¿Reaccionaría de igual modo con Katrina? ¿Se excitaría con la misma intensidad?
—Llévame a la cama, Damon —le pidió sin querer hacer caso a su orgullo herido. No sabía si era porque lo quería a él o porque quería demostrarse a sí misma que era lo suficiente mujer para hacerlo ir contra su propia conciencia. Si Katrina podía hacerlo, ella también.
Notó cómo dudaba.
—Te recuerdo que eras tú el que quería esto. Eres tú el que quieres que tenga un hijo.
Sabía por supuesto que cuando recobrara la cordura, cuando la abandonara el ansia de estar con él, se despreciaría por haber utilizado esa excusa como arma. Pero en ese momento nada importaba. Lo deseaba mucho… demasiado.
Esa vez era diferente. Elena estaba preparada para cada paso, se anticipaba a sus caricias; su cuerpo iba al encuentro del de Damon pidiéndole más.
Pero de repente sintió náuseas de lo que estaba haciendo. Estaba asqueada por su propia falta de autocontrol.
Era sexo, se recordó a sí misma, no amor. ¿De verdad era capaz de disfrutar el mero acto sexual sin ninguna carga emocional?
—¿Qué ocurre?
Damon la tenía abrazada en mitad de la oscuridad.
—He cambiado de opinión.
Su respiración se hizo más tensa.
—¿Puedo preguntarte por qué?
—No lo entenderías —iba a echarse a llorar de un momento a otro, tuvo que mirar hacia otro lado para que él no lo notara.
—Inténtalo.
¿Era su imaginación o su voz parecía más dulce… incluso cariñosa? Seguía acariciándole la espalda como si intentara reconfortarla. A veces una caricia transmitía mucho más que las palabras, quizás porque con las manos no se puede mentir. A lo mejor era simplemente que su falta de experiencia estaba haciendo que viera cosas que ni siquiera existían.
Las emociones la estaban sobrepasando.
—No quiero que entre nosotros haya solo sexo, Damon.
Hubo un largo silencio durante el que Elena se preguntó qué demonios la había hecho decir eso.
—¿No? ¿Qué quieres que haya entonces? —le preguntó sin dejar de acariciarla ni un segundo, quitándole la tensión con las manos, que fueron lentamente de la espalda al cuello para bajar después hasta el pecho. Ella temblaba como una hoja a punto de caer—. Dime, Elena —le pidió con un susurro casi imperceptible—. ¿Qué es lo que quieres de mí?
—¡Te quiero a ti! —le dijo desesperada.
Después de eso su boca buscó los labios de él, devorándola con pequeños besos solo interrumpidos por los gemidos de placer.
No fue como la otra vez, sino más profundo, más dulce, más intenso. Porque esa vez Elena no solo respondía a los movimientos de él, sino que participaba cada vez más desinhibida al ver la agonía de deseo con la que él recibía sus avances. Damon necesitaba sus caricias y eso le proporcionaba a ella un indescriptible placer.
Solo cuando todo hubo acabado y se aseguró que estaba dormido se permitió llorar por lo que él no le había dado: su amor. Daba igual lo que se empeñara en decir sobre ella, Elena no podía hacer nada para dejar de amarlo.
Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba intentando no querer a aquel hombre, o al menos encontrar un motivo lógico para hacerlo; había buscado todas las razones habidas y por haber por las que no debía amarlo, pero su corazón simplemente se negaba a obedecer. Ni siquiera con el antídoto más fuerte lo había conseguido; ¡ni siquiera pensando en Katrina!
Dudó unos segundos después de aparcar el coche a la puerta de la casa al lado del de Damon. El día anterior le había asegurado que, a partir de entonces, intentaría trabajar desde casa el mayor tiempo posible.
—Gracias a la tecnología moderna casi no necesito ir a Londres, además… —había lanzado una evidente mirada al estómago de Elena, lo que había provocado en ella un enorme sentimiento de culpabilidad.
A veces tenía la sensación de que estaba derivando la conversación de modo que a ella no le quedara otro remedio que contarle su creciente sospecha de que ya estaba embarazada. Pero no quería hacerlo. Todavía no. Además, aún no era oficial; no era más que la sensación de llevar dentro una nueva vida. Era cierto que podría haberlo confirmado con toda facilidad, pero no se había decidido a hacerlo y ni siquiera quería analizar el porqué.
Empezaba a odiar lo que estaba haciendo en ella el amor que sentía por él. No le gustaba nada la mujer en la que se estaba convirtiendo. ¿Qué había sido de sus principios y de su orgullo?
Esa mañana Elena había salido a dar un paseo por la ciudad y se había encontrado con Lulu, una vieja amiga del instituto. Habían tomado un café juntas y habían tenido una agradable conversación durante la que habían intercambiado anécdotas sobre los viejos tiempos. Lulu llevaba viviendo con su novio desde que habían acabado la universidad y acababan de ofrecerle un magnífico trabajo en Nueva York.
—Qué envidia —le había dicho a Elena—. Tú has hecho las cosas justo al revés que yo, primero has visto mundo y después te has establecido con tu pareja. No puedo imaginar vivir sin Mac, pero quiero hacer algo con mi vida; quiero viajar y ver hasta dónde soy capaz de llegar.
—¿Y Mac no irá contigo?
—No creo —había contestado Lulu con tristeza—. Él quiere que nos casemos y tengamos hijos, mientras que para mí la idea de tener un bebé en estos momentos…
—¿Quieres mucho a Mac?
Solo con la mirada su amiga dejó muy claro lo que sentía por él.
—Tienes razón, me imagino que tendré que acostumbrarme a viajar en avión… y tendré que encontrar una buena niñera.
Se habían despedido con la promesa de verse de manera regular, Elena se había ido a casa contenta de empezar a tener ciertas relaciones sociales en la ciudad.
—Se me ha ocurrido que podríamos salir a comer fuera —le propuso Damon nada más verla entrar en casa mientras le quitaba las bolsas de la compra de las manos para empezar a colocarlo todo en su sitio.
—Yo… pensé que estarías trabajando —respondió ella algo confundida.
—Y lo estoy, pero puedo tomarme un par de horas libres. Dijiste que querías hacer algo con el jardín y me he acordado de que hay un centro de jardinería muy bueno a unos diez kilómetros de la ciudad.
Elena se mordió el labio inferior mientras pensaba en la proposición. Era cierto que quería cambiar el jardín; era necesario retirar ciertas plantas ya que en poco tiempo habría un pequeño gateando por allí, y quería poner algún sitio donde pudiera jugar sin peligro.
Por otra parte, Damon y ella no habían salido juntos desde la cena en Emporio poco después de llegar a la ciudad, y de eso hacía ya casi dos meses. Aunque Damon cada vez pasaba más tiempo en casa.
—Hay un restaurante estupendo cerca del río, podríamos comer allí —siguió diciendo él.
Quizás si ella decía que no, iría a pedírselo a Katrina y eso no le hacía ninguna gracia… Elena pensó que debería despreciarlo por lo que estaba haciendo con ella en lugar de… ¡No era lógico que sintiera lo que sentía! ¿Pero desde cuándo era lógico el amor?
—¿Cuándo tenías previsto salir? —le preguntó llena de impotencia.
—Ahora mismo —contestó al tiempo que se acercaba a ella—. ¿Estás lista?
Tenía la mano puesta en su brazo y la guiaba hacia la puerta, Elena admitió que no podía negarse esa oportunidad de estar con él deseándolo tanto como lo deseaba.
—No, no quiero ningún estanque.
Notó cómo Damon clavaba en ella su mirada al oírla rechazar la sugerencia del jardinero.
—Pero si te encantaba cuando el estanque que hay ahora estaba lleno de peces —le recordó él sorprendido.
—Sí —asintió Elena mientras notaba cómo el color le subía a las mejillas—. Pero me parece que no es buena idea poner un estanque tan cerca de la casa —empezó a decir titubeante—. Creo que… bueno… podría ser peligroso para un niño pequeño.
—Claro —convino el jardinero inmediatamente—, no había pensado en eso, tiene toda la razón. Además hay muchas otras alternativas que no entrañan ningún peligro; como una fuente…
Aun con la vista fija en el disecador de jardines, Elena podía sentir los ojos de Damon fijos en ella; pero no dijo nada hasta que el otro hombre se hubo alejado para llevarles un catálogo.
—¿Hay algo que quieras contarme, Elena? —le preguntó en voz muy baja.
—No —sabía que aquello había parecido que estaba a la defensiva—. Cuando tenga algo que decirte, te lo diré.
—De eso estoy seguro —reconoció con amabilidad—. Es obvio que no te arriesgarías a tener que acostarte conmigo de nuevo sin ser necesario… ¿Verdad?
Elena le lanzó una mirada de indignación sin decir ni palabra. ¿Cómo podía atormentarla y burlarse de ella de aquel modo?
En las últimas semanas, Damon había tomado la costumbre de irse a la cama cada vez más tarde, de modo que cuando llegaba ella estaba ya profundamente dormida. Pero Elena sabía muy bien por qué lo hacía: no quería dormir con ella porque con quien quería estar realmente era con Katrina. No entendía por qué era tan cruel con ella; estaba claro que tenía que darse cuenta del daño que estaba haciéndole.
Después de la comida y de un largo paseo a orillas del río, además de la visita al vivero, Elena se encontraba totalmente agotada. Había notado que últimamente cada vez se cansaba con más facilidad, tanto que muchas tardes después de comer se quedaba dormida en el jardín haciendo creer que tomaba el sol. Una vez en el coche no pudo reprimir un bostezo que, por supuesto, no se le escapó a Damon.
—¿Cansada?
—Sí, es que me despiertas cuando vienes a dormir tan tarde —respondió ella creyendo que esquivaba el peligro.
—Si con eso estás dándome a entender que quieres que vaya antes a la cama…
—No —negó Elena inmediatamente—. ¿Por qué iba a querer que hicieras algo así? Yo no soy la que te obligó a quedarte conmigo, Damon.
Antes de darle tiempo para que contraatacara, Elena se apresuró a salir del coche puesto que ya habían llegado a casa. En el jardín de al lado había un matrimonio jugando a la pelota con sus dos hijos y, al verlos, Elena se acordó de pronto de los niños de Río y de las monjas con las que había convivido allí. Sin poder evitarlo, se encontró añorando la vida estable y sin sobresaltos y la serena sabiduría de la hermana María.
Elena se despertó sobresaltada. Se había acostado un rato poco después de volver del centro de jardinería utilizando como excusa un incipiente dolor de cabeza. Cuando se levantó se dio una ducha y se vistió antes de bajar al salón. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a sus sospechas de estar embarazada y, cuando hubiera confirmado que así era, no le quedaría otro remedio que informar a Damon.
Lo normal era que las parejas recibieran la noticia de un embarazo con alegría y con la seguridad de que ese bebé sería motivo de una mayor unión entre ellos, pero en su caso Elena estaba segura de que el nacimiento del niño tendría justo el efecto contrario. Una vez que le hubiera dado el vástago que tanto deseaba, ella ya no tendría ninguna importancia para Damon.
Al final del primer tramo de escaleras había una ventana que daba a la entrada de la casa; al pasar por ella se paró a mirar de manera automática, y lo que vio la dejó helada. Era su madrastra, que se acercaba a la puerta caminando sobre sus sandalias de enorme tacón.
Que ella supiera, Katrina no había vuelto a visitar la casa desde el día de la discusión.
Elena dio un paso atrás para evitar ser vista. Unos segundos después oyó la puerta del despacho y los pasos de Damon dirigiéndose a abrir la puerta.
—Katrina —dijo sin expresión alguna.
Desde la última confrontación con ella, Elena no había hecho la menor mención a su madrastra, ni al papel que sabía había tenido en la vida de Damon… y que sospechaba seguía teniendo. Aun así era como una enorme sombra que enturbiaba todos y cada uno de los aspectos de su convivencia. Muchas veces durante la noche, antes de que Damon subiera a la cama, Elena se atormentaba pensando que él no estaba junto a ella porque quería estar con Katrina.
Sabía que ella era el motivo por el que Damon no la quería y por el que insistía en que lo que había entre ellos era solo sexo, sin embargo seguía amándolo con todo su corazón y seguía fantaseando con que ella, Elena, tenía que significar algo para él, que no podía estar viviendo con ella si no fuera así.
—Sabía que estarías esperándome —oyó decir a Katrina con tono seductor y destrozándola a ella con un dolor que estaba a punto de romperla en dos.
Después oyó cerrarse la puerta del despacho, dejándolos a los dos juntos al otro lado, en la intimidad… Si cerraba los ojos podía verlos el uno al lado del otro, iluminados por los últimos rayos de sol que se colaban por las dos ventanas que había a cada lado de la chimenea de estilo clásico que tanto le gustaba a su padre. Tanto como el viejo escritorio en el que recordaba haberlo visto millones de veces, charlando con Damon o trabajando en sus papeles; frente a ese escritorio se extendía el enorme sofá en el que ella se había tumbado a menudo, especialmente durante los meses que habían seguido a la muerte de su madre.
¿Estarían Damon y Katrina tumbados ahora en ese mismo sofá, abrazándose y acariciándose…?
Aquello le daba ganas de gritar y llorar, de arrancarse el corazón que tanto la hacía sufrir porque era incapaz de dominarlo. Quería dejar de sentir, pero lo que más deseaba en el mundo era huir de Damon, alejarse de él todo lo que le fuera posible, como había hecho cuatro años antes.
Pero ya no era una chiquilla que podía escapar de todo lo que la atormentara, era una mujer con responsabilidades a las que debía hacer frente. Mientras pensaba aquello su mano se posó sobre el estómago de manera automática y una lágrima le cayó por la mejilla.
Era la mujer de Damon, se había casado con él libremente y ahora además llevaba dentro un hijo suyo. Entonces decidió que debía hacer que su niño fuera feliz, y debía hacerlo en esa casa, la casa que había sido de sus padres y donde ella había sido tan feliz en otro tiempo. Si para ello tenía que enfrentarse a Katrina y reclamar sus derechos como esposa de Damon, no dudaría en hacerlo.
Quizás Katrina tenía su amor, ¡pero ella iba a tener a su hijo!

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