Capítulo
7
—¿ESTÁS
bien, Elena?
—Sí,
perfectamente, gracias —respondió Elena tratando que su voz sonara totalmente
neutra y carente de emoción.
—Entonces,
¿por qué no comes nada? —le preguntó Damon muy serio.
Llevaban
viviendo como marido y mujer algo más de un mes, durante el cual Elena había
aprovechado las largas ausencias de Damon, y la cuenta bancaria que había
dejado a su disposición, para modernizar la casa y hacerla más acogedora. Al
menos durante el día tanta actividad le impedía pensar, las noches sin embargo
eran una larga y tormentosa sucesión de horas en las cuales no podía controlar
sus pensamientos.
La
crueldad de su madrastra había tenido, como siempre, el efecto esperado. ¿Le
habría contado Damon el acuerdo al que había llegado con ella? Si era así, Elena
no podía comprender cómo alguien sería capaz de soportar que su hombre
estuviera intentando tener un hijo con otra mujer, aunque no la quisiera. Pero
claro Katrina nunca había sido una mujer normal, ni desde luego maternal.
—Porque no
tengo hambre —respondió ella con frialdad y mirando a la preciosa mesa que
había comprado la semana anterior en una tienda de antigüedades.
Era
sorprendente lo poco que le había costado adaptarse de nuevo a la vida de
aquella pequeña ciudad. Bien era cierto que en Río no había hecho ningún amigo
al que echara de menos. Le había resultado muy duro abrirse a cualquier
persona, sobre todo a los hombres; había demasiadas heridas abiertas que habían
mermado su confianza en sí misma.
Eso no
quitaba que pensara a menudo en su estancia en Brasil, y en los niños, sobre
todo en ellos. Después de todo ellos eran los que la habían hecho volver y
meterse en la insoportable pesadilla que estaba viviendo. Algún día regresaría,
pero por el momento había ciertas cosas en Inglaterra que absorbían todo su
tiempo y su atención.
—¿Qué
pasa, Damon? —le preguntó en tono desafiante—. ¿Esperabas que te dijera que no
como porque me encuentro mal? ¿O porque estoy embarazada? —negó con la cabeza,
mientras sonreía con frialdad—. Pues lamento decepcionarte, pero me temo que no
es eso. Pobrecito, vas a tener que volver a acostarte conmigo otra vez.
Apenas se
reconocía a sí misma en la mujer ácida en la que se estaba convirtiendo. ¿Era
eso lo que ocurría cuando le negaban a uno el sexo? ¿Cuando le dejaban probar
lo que era y luego no le permitían volver a disfrutarlo nunca más?
No tenía
manera de saberlo pues, como muy bien había dicho Damon, ella no sabía nada
sobre sexo. Cuando la había llevado a la cama no era más que una virgen ingenua
que confundía el sexo con el amor y que creía que eso último era algo
importante.
—Quizás la
próxima vez debamos calcular cuál es el momento más oportuno para concebir. Al
fin y al cabo, ninguno de los dos queremos acostamos con el otro si no es
totalmente necesario —sugirió Elena con una ironía que le era del todo
desconocida.
—¡Estás
mintiendo, Elena!
Aquella
exclamación la pilló tan desprevenida que, por un momento, lo miró impresionada
de que lo supiera. Pero era imposible que lo supiera… Ni siquiera ella estaba
del todo segura… Los únicos motivos de sospecha eran un ligero mareo y el hecho
de que ya no aguantaba la taza de café bien cargado que solía tomar por las
mañanas.
—Tú sí que
quieres acostarte conmigo, y lo harías ahora mismo si yo me levantara y te
tomara entre mis brazos… La verdad es que siento la tentación de hacerlo solo
para demostrarte que estoy en lo cierto. —Elena sintió un profundo alivio. No lo
sabía. No se había referido a lo que ella había pensado. Entonces recapacitó en
lo que sí había dicho claramente, algo que hizo que dejara a un lado el alivio
y se centrara en las punzadas de emoción que le golpeaban el corazón.
—Estás muy
equivocado.
¿Qué
demonios estaba haciendo? ¿Empujarlo hasta el punto en el que no le quedaría
otro remedio que…?
Emitió un
grito ahogado al ver que Damon se ponía en pie y se aproximaba a ella.
—Ya te he
avisado más de una vez que es peligroso que me desafíes —le recordó con una
insolente sonrisa en los labios.
Estaba a
su lado, la agarró de la mano obligándola a levantarse y la estrechó fuerte
entre los brazos, pegándola tanto a su cuerpo que ambos podían sentir el
corazón del otro.
Había sido
un día de mucho calor, por lo que Elena llevaba puesta una camiseta muy fina en
la que ahora sentía el roce de los pezones erectos por la excitación.
—¿No es
esto exactamente lo que querías que hiciera? —le preguntó en voz muy baja.
La
negativa no llegó a salir de su boca porque Damon se apresuró a tapársela con
sus labios, besándola con una pasión a la que ella respondió de inmediato. Sus
lenguas se juntaron y juguetearon ansiosas mientras Elena sentía que algo
dentro de ella se derretía.
—¡Damon!
Él bebió
la exclamación de sus labios, reconociendo la necesidad con la que la había
pronunciado.
Aun con
los ojos cerrados, podía ver su cuerpo fuerte y desnudo, recordaba su erotismo
con todo detalle: cada músculo, cada hueso, cada centímetro de piel.
—Te deseo
tanto.
Aquellas
palabras salieron de ella provocándole un intenso dolor porque le demostraban
una vez más que a su lado no podía resistirse, no podía enfrentarse al amor que
sentía por él. Pero eso no era amor; como muy bien le había dicho Damon, ¡era
solo sexo! Pero estaba claro que, al menos eso, también él lo sentía.
¿Reaccionaría
de igual modo con Katrina? ¿Se excitaría con la misma intensidad?
—Llévame a
la cama, Damon —le pidió sin querer hacer caso a su orgullo herido. No sabía si
era porque lo quería a él o porque quería demostrarse a sí misma que era lo
suficiente mujer para hacerlo ir contra su propia conciencia. Si Katrina podía
hacerlo, ella también.
Notó cómo
dudaba.
—Te
recuerdo que eras tú el que quería esto. Eres tú el que quieres que tenga un
hijo.
Sabía por
supuesto que cuando recobrara la cordura, cuando la abandonara el ansia de
estar con él, se despreciaría por haber utilizado esa excusa como arma. Pero en
ese momento nada importaba. Lo deseaba mucho… demasiado.
Esa vez
era diferente. Elena estaba preparada para cada paso, se anticipaba a sus
caricias; su cuerpo iba al encuentro del de Damon pidiéndole más.
Pero de
repente sintió náuseas de lo que estaba haciendo. Estaba asqueada por su propia
falta de autocontrol.
Era sexo,
se recordó a sí misma, no amor. ¿De verdad era capaz de disfrutar el mero acto
sexual sin ninguna carga emocional?
—¿Qué
ocurre?
Damon la
tenía abrazada en mitad de la oscuridad.
—He
cambiado de opinión.
Su
respiración se hizo más tensa.
—¿Puedo
preguntarte por qué?
—No lo
entenderías —iba a echarse a llorar de un momento a otro, tuvo que mirar hacia
otro lado para que él no lo notara.
—Inténtalo.
¿Era su
imaginación o su voz parecía más dulce… incluso cariñosa? Seguía acariciándole
la espalda como si intentara reconfortarla. A veces una caricia transmitía
mucho más que las palabras, quizás porque con las manos no se puede mentir. A
lo mejor era simplemente que su falta de experiencia estaba haciendo que viera
cosas que ni siquiera existían.
Las
emociones la estaban sobrepasando.
—No quiero
que entre nosotros haya solo sexo, Damon.
Hubo un
largo silencio durante el que Elena se preguntó qué demonios la había hecho
decir eso.
—¿No? ¿Qué
quieres que haya entonces? —le preguntó sin dejar de acariciarla ni un segundo,
quitándole la tensión con las manos, que fueron lentamente de la espalda al
cuello para bajar después hasta el pecho. Ella temblaba como una hoja a punto
de caer—. Dime, Elena —le pidió con un susurro casi imperceptible—. ¿Qué es lo
que quieres de mí?
—¡Te
quiero a ti! —le dijo desesperada.
Después de
eso su boca buscó los labios de él, devorándola con pequeños besos solo
interrumpidos por los gemidos de placer.
No fue
como la otra vez, sino más profundo, más dulce, más intenso. Porque esa vez Elena
no solo respondía a los movimientos de él, sino que participaba cada vez más
desinhibida al ver la agonía de deseo con la que él recibía sus avances. Damon necesitaba
sus caricias y eso le proporcionaba a ella un indescriptible placer.
Solo
cuando todo hubo acabado y se aseguró que estaba dormido se permitió llorar por
lo que él no le había dado: su amor. Daba igual lo que se empeñara en decir
sobre ella, Elena no podía hacer nada para dejar de amarlo.
Había
perdido la cuenta del tiempo que llevaba intentando no querer a aquel hombre, o
al menos encontrar un motivo lógico para hacerlo; había buscado todas las
razones habidas y por haber por las que no debía amarlo, pero su corazón
simplemente se negaba a obedecer. Ni siquiera con el antídoto más fuerte lo
había conseguido; ¡ni siquiera pensando en Katrina!
Dudó unos
segundos después de aparcar el coche a la puerta de la casa al lado del de Damon.
El día anterior le había asegurado que, a partir de entonces, intentaría
trabajar desde casa el mayor tiempo posible.
—Gracias a
la tecnología moderna casi no necesito ir a Londres, además… —había lanzado una
evidente mirada al estómago de Elena, lo que había provocado en ella un enorme
sentimiento de culpabilidad.
A veces
tenía la sensación de que estaba derivando la conversación de modo que a ella
no le quedara otro remedio que contarle su creciente sospecha de que ya estaba
embarazada. Pero no quería hacerlo. Todavía no. Además, aún no era oficial; no
era más que la sensación de llevar dentro una nueva vida. Era cierto que podría
haberlo confirmado con toda facilidad, pero no se había decidido a hacerlo y ni
siquiera quería analizar el porqué.
Empezaba a
odiar lo que estaba haciendo en ella el amor que sentía por él. No le gustaba
nada la mujer en la que se estaba convirtiendo. ¿Qué había sido de sus principios
y de su orgullo?
Esa mañana
Elena había salido a dar un paseo por la ciudad y se había encontrado con Lulu,
una vieja amiga del instituto. Habían tomado un café juntas y habían tenido una
agradable conversación durante la que habían intercambiado anécdotas sobre los
viejos tiempos. Lulu llevaba viviendo con su novio desde que habían acabado la
universidad y acababan de ofrecerle un magnífico trabajo en Nueva York.
—Qué
envidia —le había dicho a Elena—. Tú has hecho las cosas justo al revés que yo,
primero has visto mundo y después te has establecido con tu pareja. No puedo
imaginar vivir sin Mac, pero quiero hacer algo con mi vida; quiero viajar y ver
hasta dónde soy capaz de llegar.
—¿Y Mac no
irá contigo?
—No creo —había
contestado Lulu con tristeza—. Él quiere que nos casemos y tengamos hijos,
mientras que para mí la idea de tener un bebé en estos momentos…
—¿Quieres
mucho a Mac?
Solo con
la mirada su amiga dejó muy claro lo que sentía por él.
—Tienes
razón, me imagino que tendré que acostumbrarme a viajar en avión… y tendré que
encontrar una buena niñera.
Se habían
despedido con la promesa de verse de manera regular, Elena se había ido a casa
contenta de empezar a tener ciertas relaciones sociales en la ciudad.
—Se me ha
ocurrido que podríamos salir a comer fuera —le propuso Damon nada más verla
entrar en casa mientras le quitaba las bolsas de la compra de las manos para
empezar a colocarlo todo en su sitio.
—Yo… pensé
que estarías trabajando —respondió ella algo confundida.
—Y lo
estoy, pero puedo tomarme un par de horas libres. Dijiste que querías hacer
algo con el jardín y me he acordado de que hay un centro de jardinería muy
bueno a unos diez kilómetros de la ciudad.
Elena se
mordió el labio inferior mientras pensaba en la proposición. Era cierto que
quería cambiar el jardín; era necesario retirar ciertas plantas ya que en poco
tiempo habría un pequeño gateando por allí, y quería poner algún sitio donde
pudiera jugar sin peligro.
Por otra
parte, Damon y ella no habían salido juntos desde la cena en Emporio poco
después de llegar a la ciudad, y de eso hacía ya casi dos meses. Aunque Damon cada
vez pasaba más tiempo en casa.
—Hay un
restaurante estupendo cerca del río, podríamos comer allí —siguió diciendo él.
Quizás si
ella decía que no, iría a pedírselo a Katrina y eso no le hacía ninguna gracia…
Elena pensó que debería despreciarlo por lo que estaba haciendo con ella en
lugar de… ¡No era lógico que sintiera lo que sentía! ¿Pero desde cuándo era
lógico el amor?
—¿Cuándo
tenías previsto salir? —le preguntó llena de impotencia.
—Ahora
mismo —contestó al tiempo que se acercaba a ella—. ¿Estás lista?
Tenía la
mano puesta en su brazo y la guiaba hacia la puerta, Elena admitió que no podía
negarse esa oportunidad de estar con él deseándolo tanto como lo deseaba.
—No, no
quiero ningún estanque.
Notó cómo Damon
clavaba en ella su mirada al oírla rechazar la sugerencia del jardinero.
—Pero si
te encantaba cuando el estanque que hay ahora estaba lleno de peces —le recordó
él sorprendido.
—Sí —asintió
Elena mientras notaba cómo el color le subía a las mejillas—. Pero me parece
que no es buena idea poner un estanque tan cerca de la casa —empezó a decir
titubeante—. Creo que… bueno… podría ser peligroso para un niño pequeño.
—Claro —convino
el jardinero inmediatamente—, no había pensado en eso, tiene toda la razón.
Además hay muchas otras alternativas que no entrañan ningún peligro; como una
fuente…
Aun con la
vista fija en el disecador de jardines, Elena podía sentir los ojos de Damon fijos
en ella; pero no dijo nada hasta que el otro hombre se hubo alejado para
llevarles un catálogo.
—¿Hay algo
que quieras contarme, Elena? —le preguntó en voz muy baja.
—No —sabía
que aquello había parecido que estaba a la defensiva—. Cuando tenga algo que
decirte, te lo diré.
—De eso
estoy seguro —reconoció con amabilidad—. Es obvio que no te arriesgarías a
tener que acostarte conmigo de nuevo sin ser necesario… ¿Verdad?
Elena le
lanzó una mirada de indignación sin decir ni palabra. ¿Cómo podía atormentarla
y burlarse de ella de aquel modo?
En las
últimas semanas, Damon había tomado la costumbre de irse a la cama cada vez más
tarde, de modo que cuando llegaba ella estaba ya profundamente dormida. Pero Elena
sabía muy bien por qué lo hacía: no quería dormir con ella porque con quien quería
estar realmente era con Katrina. No entendía por qué era tan cruel con ella;
estaba claro que tenía que darse cuenta del daño que estaba haciéndole.
Después de
la comida y de un largo paseo a orillas del río, además de la visita al vivero,
Elena se encontraba totalmente agotada. Había notado que últimamente cada vez
se cansaba con más facilidad, tanto que muchas tardes después de comer se
quedaba dormida en el jardín haciendo creer que tomaba el sol. Una vez en el
coche no pudo reprimir un bostezo que, por supuesto, no se le escapó a Damon.
—¿Cansada?
—Sí, es
que me despiertas cuando vienes a dormir tan tarde —respondió ella creyendo que
esquivaba el peligro.
—Si con
eso estás dándome a entender que quieres que vaya antes a la cama…
—No —negó Elena
inmediatamente—. ¿Por qué iba a querer que hicieras algo así? Yo no soy la que
te obligó a quedarte conmigo, Damon.
Antes de
darle tiempo para que contraatacara, Elena se apresuró a salir del coche puesto
que ya habían llegado a casa. En el jardín de al lado había un matrimonio
jugando a la pelota con sus dos hijos y, al verlos, Elena se acordó de pronto
de los niños de Río y de las monjas con las que había convivido allí. Sin poder
evitarlo, se encontró añorando la vida estable y sin sobresaltos y la serena
sabiduría de la hermana María.
Elena se
despertó sobresaltada. Se había acostado un rato poco después de volver del
centro de jardinería utilizando como excusa un incipiente dolor de cabeza.
Cuando se levantó se dio una ducha y se vistió antes de bajar al salón. Sabía que
tarde o temprano tendría que enfrentarse a sus sospechas de estar embarazada y,
cuando hubiera confirmado que así era, no le quedaría otro remedio que informar
a Damon.
Lo normal
era que las parejas recibieran la noticia de un embarazo con alegría y con la
seguridad de que ese bebé sería motivo de una mayor unión entre ellos, pero en
su caso Elena estaba segura de que el nacimiento del niño tendría justo el
efecto contrario. Una vez que le hubiera dado el vástago que tanto deseaba,
ella ya no tendría ninguna importancia para Damon.
Al final
del primer tramo de escaleras había una ventana que daba a la entrada de la
casa; al pasar por ella se paró a mirar de manera automática, y lo que vio la
dejó helada. Era su madrastra, que se acercaba a la puerta caminando sobre sus
sandalias de enorme tacón.
Que ella
supiera, Katrina no había vuelto a visitar la casa desde el día de la
discusión.
Elena dio
un paso atrás para evitar ser vista. Unos segundos después oyó la puerta del
despacho y los pasos de Damon dirigiéndose a abrir la puerta.
—Katrina —dijo
sin expresión alguna.
Desde la
última confrontación con ella, Elena no había hecho la menor mención a su
madrastra, ni al papel que sabía había tenido en la vida de Damon… y que
sospechaba seguía teniendo. Aun así era como una enorme sombra que enturbiaba
todos y cada uno de los aspectos de su convivencia. Muchas veces durante la
noche, antes de que Damon subiera a la cama, Elena se atormentaba pensando que
él no estaba junto a ella porque quería estar con Katrina.
Sabía que
ella era el motivo por el que Damon no la quería y por el que insistía en que
lo que había entre ellos era solo sexo, sin embargo seguía amándolo con todo su
corazón y seguía fantaseando con que ella, Elena, tenía que significar algo para
él, que no podía estar viviendo con ella si no fuera así.
—Sabía que
estarías esperándome —oyó decir a Katrina con tono seductor y destrozándola a
ella con un dolor que estaba a punto de romperla en dos.
Después
oyó cerrarse la puerta del despacho, dejándolos a los dos juntos al otro lado,
en la intimidad… Si cerraba los ojos podía verlos el uno al lado del otro,
iluminados por los últimos rayos de sol que se colaban por las dos ventanas que
había a cada lado de la chimenea de estilo clásico que tanto le gustaba a su
padre. Tanto como el viejo escritorio en el que recordaba haberlo visto
millones de veces, charlando con Damon o trabajando en sus papeles; frente a
ese escritorio se extendía el enorme sofá en el que ella se había tumbado a
menudo, especialmente durante los meses que habían seguido a la muerte de su
madre.
¿Estarían Damon
y Katrina tumbados ahora en ese mismo sofá, abrazándose y acariciándose…?
Aquello le
daba ganas de gritar y llorar, de arrancarse el corazón que tanto la hacía
sufrir porque era incapaz de dominarlo. Quería dejar de sentir, pero lo que más
deseaba en el mundo era huir de Damon, alejarse de él todo lo que le fuera
posible, como había hecho cuatro años antes.
Pero ya no
era una chiquilla que podía escapar de todo lo que la atormentara, era una
mujer con responsabilidades a las que debía hacer frente. Mientras pensaba
aquello su mano se posó sobre el estómago de manera automática y una lágrima le
cayó por la mejilla.
Era la
mujer de Damon, se había casado con él libremente y ahora además llevaba dentro
un hijo suyo. Entonces decidió que debía hacer que su niño fuera feliz, y debía
hacerlo en esa casa, la casa que había sido de sus padres y donde ella había
sido tan feliz en otro tiempo. Si para ello tenía que enfrentarse a Katrina y
reclamar sus derechos como esposa de Damon, no dudaría en hacerlo.
Quizás Katrina
tenía su amor, ¡pero ella iba a tener a su hijo!
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